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DICCIONARIO DEL QUE DUDA

Un diccionario de agresivo sentido común

John R. Saul
Para Adrienne

Hoc esse salsum putas?


“¿Esto te parece picante?”
—CATULO

ÍNDICE

El santo grial del equilibrio

DICCIONARIO DEL QUE DUDA

Notas

Notas del traductor

Agradecimientos

Lista de términos
El santo grial del equilibrio

Nuestra civilización no puede hacer aquello que los individuos no pueden decir. Y los individuos
no pueden decir aquello que no pueden pensar. El pensamiento sólo puede avanzar con la
rapidez con que se logre formular lo desconocido a través de un lenguaje consciente y
organizado, una limitación al parecer contraproducente.

Los diccionarios y enciclopedias, pues, gozan de un poder inmenso. ¿Pero qué clase de poder?
Su sola posibilidad invita al uso positivo o negativo. Un diccionario puede ser una fuerza
liberadora, pero también de control.

En la perspectiva humanista, el alfabeto puede ser una herramienta para examinar la sociedad, y
el diccionario una serie de preguntas, una indagación del sentido, un arma contra el saber
heredado y por tanto contra las premisas del poder constituido. En otras palabras, el diccionario
ofrece un enfoque socrático organizado.

El método racional es diferente. El diccionario se transforma abruptamente en dispensario de la


verdad, es decir, en un instrumento que limita el sentido al definir el lenguaje. Esta Biblia se
convierte en una herramienta para controlar las comunicaciones porque dirige el pensamiento
de la gente. En otras palabras, se convierte en la voz de la elite platónica.

Humanismo contra definición. Equilibrio contra estructura. Duda contra ideología. El lenguaje
como medio de comunicación contra el lenguaje como herramienta para promover intereses
sectoriales.

Quizás este poder de las palabras y oraciones sea exclusivo del Occidente. Otras civilizaciones se
impulsan más por la imagen o la metafísica. Ello las induce a considerar secundaria la relación
entre lo oral y lo escrito. Pero en Occidente, casi todo lo que necesitamos saber sobre el estado
de nuestra sociedad se puede extraer del poder relativo del lenguaje oral frente al lenguaje
escrito.

Cuanto más inepta sea la escritura, más probable es que el lenguaje tenga un aire plúmbeo y
previsible, justificado por una oscura escolástica. Entonces cae fácilmente al servicio de la
ideología y la superstición. En sociedades como éstas —como la nuestra— la definición se
convierte en un intento de cerrar puertas por medio de respuestas que silencian las preguntas.

En cuanto al lenguaje oral, es periódicamente desencadenado como la única fuerza capaz de


liberar la sociedad de los efectos sofocantes de lo escrito y lo ideológico. Como una ráfaga de
viento, abre las ventanas cerradas de la escolástica, disipa el polvo del saber heredado y, por
citar la frase de Stéphane Mallarmé, da un sentido más puro al de la tribu. En esos periodos, los
diccionarios y enciclopedias cobran fuerza como herramientas críticas agresivas que abrazan la
duda y la reflexión.

La dicotomía entre lo humanista y lo racional es sencilla. ¿Cómo pueden los ciudadanos entablar
un debate público si los conceptos que definen nuestra sociedad y deciden el modo en que
somos gobernados no están abiertos a la comprensión ni a la objeción? Si esto resulta imposible
o engorroso, la sociedad se estanca. Si esta inmovilidad se prolonga, los resultados son
catastróficos.

Para la ciudadanía, la salida es siempre la misma. Su lenguaje —nuestro lenguaje— debe ser
rescatado de las estructuras del saber y la pericia convencionales. Las poblaciones saben por
experiencia que ese cambio sólo se puede producir por lo que al principio parecen declaraciones
ofensivas, provocaciones y una terca negativa a aceptar las llanas, calmas y controladoras
fórmulas del saber convencional.

Las ideologías de este siglo han prosperado mediante la explotación de las supersticiones
modernas, siempre justificadas por definiciones refinadas y divorciadas de la realidad. Aun el
más horrendo de los actos supersticiosos, el Holocausto, fue producto de décadas de
justificaciones escritas e intelectuales; al permitir pasivamente que estos argumentos se
sostuvieran, el resto de la sociedad no logró destruirlos en cuanto opción expresiva.

Nuestras ideologías actuales giran alrededor del determinismo económico. Usan los argumentos
de los expertos para presentar toda forma de injusticia como algo inevitable. Esta infección de la
ciudadanía con pasividad es, en definitiva, lo que antes llamábamos superstición. Nos sentimos
obligados a aceptar como inevitable aquello que se define como cierto. El conocimiento, que
según creíamos nos liberaría, se ha convertido en instrumento para encarcelamos. ¿Cómo puede
un diccionario hacer otra cosa que atacar esa mistificación?

Erasmo fue quizás el primero que trató de destruir el sistema escolástico moderno al cuestionar
el poder de las verdades escritas. Con Adagio (1508, una compilación de mil proverbios de
autores clásicos) y Elogio de la locura (1509, una sátira de la escolástica), atacó con las armas de
la enumeración y de la comedia. Su objetivo manifiesto era redescubrir la sencillez del
cristianismo primitivo, pero también estaba buscando el equilibrio humanista.

Las guerras religiosas —con su rugido de odio y violencia presentado con diestros argumentos—
parecieron opacar su mensaje. Pero Erasmo había enviado una señal duradera. Se había
declarado a favor del enfoque oral del lenguaje, la comunicación y la comprensión. Así el
intelectual más eminente de Europa rechazó ideologías viejas y nuevas.

No obstante, el siguiente gran paso contradijo a Erasmo. Siguió el aciago rumbo de los nuevos
poderes, racionales y nacionales, desencadenados en tiempos de las guerras de religión. El
cardenal Richelieu contrató a Claude Favre de Vangelas para organizar el primer diccionario de
la Académie Française (1694, Dictionnaire de la langue française). Favre consideraba que “el
uso elevado” era “el legislador adecuado del lenguaje”. Quería establecer una “nueva modalidad
elevada” para reemplazar el latín. Su objetivo era crear un diccionario de autoridades absolutas
y así fijar el francés en su sitio, como una mariposa exótica clavada en un exhibidor, en un alto
nivel de retórica políticamente correcta.

Al parecer no tuvo en cuenta la máxima del canciller François Olivier: “Cuanto más alto trepa el
mono, más se le ve el trasero”. 2 Lo cierto es que cada vez que el francés alcanzó su grandeza
natural en los últimos tres siglos, lo hizo rechazando el “uso elevado” para favorecer un lenguaje
claro y flexible inspirado por un estallido de genio oral.

En todo caso, la gran purificación humanista estaba por comenzar. En 1728 Ephrin Chambers
publicó los dos volúmenes de su Cyclopaedia or an Universal Dictionary of Arts and Sciences.
Sus pretensiones eran modestas: brindar “una explicación de los términos y una descripción de
las cosas así significadas”. Explicación y descripción. No pretendía definir la verdad.

Samuel Johnson comenzó con la intención de imitar a Favre de Vangelas. Por naturaleza creía
que “todo cambio es malo en sí mismo”. Pero en 1755, cuando se publicó su diccionario, había
comprendido que el lenguaje poseía una vitalidad incontrolable o moría en las garras del
control.
Se han instituido academias para custodiar los caminos del [...] lenguaje, para capturar a los
fugitivos y rechazar a los intrusos; pero su vigilancia y actividad han sido vanas; los sonidos son
demasiado volátiles y sutiles para tolerar restricciones legales; encadenar las silabas, y sujetar el
viento, son asimismo las empresas de la soberbia, reacia a poner sus deseos a la altura de sus
fuerzas.3

Luego vino la gran innovación. Los diecisiete volúmenes de la Encyclopédie de Denis Diderot se
publicaron entre 1751 y 1706.4 Por primera vez, un análisis alfabético de la civilización no miraba
hacia atrás sino hacia adelante, a través de ideas sociales innovadoras.5 Era una herramienta de
cambio y en consecuencia su publicación estuvo jalonada de arrestos y actos de censura. El
Dictionnaire Philosophique de Voltaire, que apareció en diversas formas en la misma época,
estaba destinado aún más conscientemente a ser un arma flexible y portátil para una guerra de
guerrillas lingüística.6 A principios del siglo veinte, la enciclopedia Larousse describía la de
Diderot como un instrumento de guerra.

¿Por qué guerra? ¿Y contra qué? Contra un lenguaje que no estaba al servicio de su civilización.
Un lenguaje que no comunicaba. El ataque encabezado por Voltaire y Diderot demostraba que la
enorme y elegante bestia de la sociedad dieciochesca era un animal enfermo, excesivamente
emperifollado.

Los últimos pasos de esta apertura de la comunicación y el pensamiento llegaron con la


Encyclopaedia Britannica (1718-71) y el diccionario en dos volúmenes de Noah Webster
(1828).7 Luego comenzó el proceso de asentamiento, que fue rápidamente sucedido por una
manía de volúmenes masivos llenos de definiciones secas y sectarias, volcadas hacia el pasado.
Eran la imagen de una civilización triunfal y autocomplaciente.

Flaubert se burló de esto en su pequeño Dictionnaire des Idees Reçues (1880),8 y Ambrose
Bierce en su The Devils Dictionary (1911).9 Pero espoleaban un animal inmóvil y cada vez más
inconsciente, que dormitaba en cómoda autocomplacencia. En el siglo veinte, las herramientas
que en el siglo dieciocho estaban al servicio del debate y del cambio se han convertido en
monumentos escolásticos a la verdad. Como los diccionarios ahora no sólo definen el sentido
sino que deciden la existencia de las palabras, la gente discute cuáles deberían incluirse. Y no
abren el Oxford o el Webster para plantearse un desafío sino en busca de tranquilidad.

Hoy nuestra civilización no dormita en inconsciente autocomplacencia. Se parece más al animal


herido y confundido del siglo dieciocho. De nuevo somos prisioneros de la retórica escolástica,
que ha bloqueado las comunicaciones públicas al dividir nuestro lenguaje en miles de dialectos
para especialistas. El resultado es la desaparición de casi todo lenguaje público que pudiera
tener un impacto real en las estructuras y las acciones. En cambio tenemos el espejismo de
comunicaciones orales ilimitadas que son, en la práctica, un silencio vasto y murmurante.

Nuestras elites interpretan esta situación como una confirmación deque son indispensables. La
ciudadanía, por su parte, parece haber cobrado distancia respecto de la estructura existente y
sus lenguajes. Reacciona con una especie de muda indiferencia ante las oleadas de verdad
conque la bañan los expertos.

Un observador distante podría interpretarlo como las primeras etapas de un rito de purificación.
A menudo los humanos encaran el cambio bajo un velo de indiferencia.

Dada nuestra historia, debería ser posible descifrar nuestra intención. Estamos tratando de
pensar el modo de escaparnos de nuestra cárcel lingüística. Ello significa que debemos crear un
nuevo lenguaje y nuevas interpretaciones, lo cual sólo puede lograrse restableciendo el
equilibrio entre lo oral y lo escrito.

En esta situación, los diccionarios deberían llenarse nuevamente de dudas, interrogantes y


reflexiones. Entonces podrán utilizarse como herramientas prácticas del cambio.
DICCIONARIO DEL QUE DUDA
A

A En inglés significa un, una. Opuesto a el, la. Lo indefinido frente a lo definido. La sugerencia
de que existe margen para la duda, la crítica, la reflexión. De que un enfoque inclusivo puede ser
más interesante que un enfoque exclusivo. De que el dogma y la ideología buscan el control, no
la verdad.

Los pensadores de los siglos diecisiete y dieciocho escribieron enciclopedias y diccionarios que
atentaban contra la idea de lo definido, es decir, la “definición”. Pero la sugerencia de un
lenguaje indefinido, y en consecuencia abierto, pictórico de posibilidades, pronto se topó con la
lógica formal de Kant y Hegel. Con ellos vinieron las afirmaciones de los diversos ideólogos de
izquierda y derecha, cada cual con su lógica perfecta. Por último, en el siglo veinte, los
escolásticos medievales regresaron con atuendo moderno. Reclamaron sus viejos dominios
filosóficos y crearon otros nuevos bajo el encabezamiento “ciencias sociales”. Crearon imperios
de afirmación y definición, con lenguajes tan cerrados que cada cual constituye un dialecto que
lleva su propia verdad hermética.

Curiosamente los romanos, al votar manifestaban su disensión con la letra A, que en inglés
actual es el artículo indefinido. A significaba antiquo, “me opongo”, “objeto”. A rechazaba una
afirmación. Este negativo coincide felizmente con alfa, comienzo del alfabeto griego. El acto de
abrir. Los escolásticos parecen haber confundido A con omega, la última letra, una cerrazón, una
clausura. Ver el, la.

Aarón Hermano de Moisés. Le ordenaron, junto a los jefes de las otras once casas de Israel, que
entregara su cayado. Guardaron los cayados en el Tabernáculo. Al día siguiente el de Aarón
había florecido y producía almendras, lo cual le permitió obtener el puesto de sumo sacerdote y
el privilegio perpetuo del sacerdocio para la Casa de Leví.

No es el primero ni el único ejemplo donde el control de lo milagroso—es decir, lo inexplicado o


lo secreto— otorga poder. A fin de cuentas, la mera palabra “sí” del oráculo de Delfos, cuando
Sócrates le preguntó si era el hombre viviente más sabio, convenció al filósofo de su propia
ignorancia y lo lanzó a la busca de la verdad mediante la interrogación, por lo cual lo
condenaron a muerte.

Pero, con Aarón, el concepto del poder mediante el secreto se integró oficialmente al sistema
occidental. Los expertos de hoy sólo se atienen a esta tradición. Ver Pandilla de los Cinco.

abejas En su Diccionario filosófico, Voltaire señala que las abejas parecen superiores a los
humanos porque una de sus secreciones es útil. Ninguna secreción humana es de utilidad. Todo
lo contrario: nuestras secreciones hacen que nuestra compañía sea desagradable.

La organización social de la abeja también invita a las comparaciones. Si la reina fuera


derrocada y los zánganos pudieran convencer a las obreras de seguir trabajando mientras ellos
pasan a ser gestores, ¿qué pasaría con nuestra provisión de miel?

Abelardo, Pedro Pionero de la indagación teológica racional que en el siglo doce echó los
cimientos de la escolástica y se enamoró de una alumna de diecisiete años. Después de un
borrascoso idilio seguido por una boda secreta, tuvo un castrador enfrentamiento con un
cuchillo esgrimido por los parientes masculinos de la novia.

Abelardo aceptó de mala gana la vida monástica. En sus enseñanzas dialécticas, cada vez más
malhumoradas, no encaró la conexión entre su indagación y su fe. Ver Loyola, Pene.

absoluto Nada es absoluto, con la posible excepción de esta afirmación y la muerte, lo cual
quizás explique por qué las teorías políticas y económicas se presentan con tanta seriedad.

El absolutismo es un asunto muy serio. Si se abre una pequeña grieta en la corteza que rodea
una teoría, se puede filtrar la duda. Entonces el ciudadano puede empezar a sonreír y
preguntarse si las justificaciones intelectuales del poder no son descabelladas. En las elites de
expertos pocos se consideran ideólogos, pero actúan felizmente como portadores de la verdad
absoluta en su campo.

Ya revele la dictadura del proletariado o las virtudes de la privatización, la verdad es ideología.


Nuestras elites sostienen que no ocurre así con sus verdades. Sólo presentan las inevitables
conclusiones que se obtienen a partir de datos organizados racionalmente. El absolutismo es
una debilidad de los demás. Nuestras elites sólo tienen la buena suerte detener razón. Ver duda,
ideología, serio.

aburrido, da La comunidad científica habla de su trabajo de manera distante y desinteresada.


Presentar un perfil estimulante sería poco profesional. Cualquier exceso de emoción sugeriría
falta de neutralidad y en consecuencia una tendencia a interpretar a su gusto los datos en vez de
transmitir lo que ven. Por tanto, la objetividad científica debe parecer aburrida.

Los científicos saben muy bien que su trabajo no es aburrido ni objetivo. De lo contrario,
realizarían muy pocos descubrimientos.

Las ciencias sociales, siendo falsamente empíricas, están triplemente obsesionadas por la
obligación de presentarse como interpretaciones objetivas de la realidad observada. Como no
necesitan recurrir a los recursos más rigurosos de la indagación científica, los científicos sociales
son libres de ser más categóricos en lo concerniente a la verdad, la realidad y lo que llaman
hechos. En consecuencia, procuran ser más aburridos que los científicos. Ver dialecto.

Académie Française La Academia, cuya sede se encuentra en el palacio más bello de París y
cumple la función de controlar el lenguaje, tiene una cúpula muy elegante y una escalera
interna. El secretario perpetuo ocupa un suntuoso apartamento en el ala oeste, que da sobre el
Sena y el Louvre. La Academia también posee un gran château y un parque en el Forêt de Senlis,
adonde los académicos van a relajarse.

La tarea de los académicos consiste en identificar acepciones y usos correctos e incluirlos en un


diccionario oficial. Esto puede obligarlos a favorecer la verdad y la belleza del lenguaje por
encima de la pedestre necesidad de comunicación. Por ejemplo, las mujeres que son miembros
de la Academia deben ser interpeladas como si fueran varones, porque Académicien es una
palabra masculina.

Los Académicos se autoperpetúan —cuando uno muere, eligen a otro—, lo cual puede explicar
por qué los llaman los Inmortales. Las sillas de la sala de reuniones oficiales de arriba son
históricas pero incómodas. Al ser elegidos, los miembros reciben una espada de su propio
diseño. Ver escolástica.

Acapulco En Acapulco no hay tiburones. Las autoridades mexicanas insisten formalmente en


ello. Si algunos turistas extranjeros optan por no regresar a su hogar después de las vacaciones,
es cosa de ellos.

Más aún, las aguas servidas que los hoteles reciclan en la bahía no atraen tiburones a las aguas
de Acapulco. Las insinuaciones de este tipo sólo demuestran ese sentimiento antimexicano
típico de los intelectuales extranjeros, que disfrazan sus prejuicios bajo principios interesados al
sugerir, por ejemplo, que los periodistas mexicanos son regularmente asesinados por expresar
opiniones políticas poco halagüeñas. Estos individuos no son periodistas. Cuando las
autoridades judiciales responsables inician una investigación, descubren que se trata de
usureros u homosexuales que han logrado obtener credenciales periodísticas con falsos
pretextos, y que fueron asesinados por viudas indigentes a quienes explotaban, o por prostitutos
menores de edad.

Estos intelectuales estadounidenses y sus imitadores del Canadá son las mismas personas que
sugieren que muchos obreros mexicanos viven en chabolas de cartón y que la corrupción es un
factor integrado al sistema gubernamental. Este afán de mantener a los mexicanos en un estado
de inferioridad respecto de los Estados Unidos, denigrando sus logros, es simplemente
inaceptable, sobre todo cuando se expresa con la hipocresía santurrona de las elites
norteamericanas, que son indiferentes al sufrimiento de sus propios pueblos aborígenes. Ver
fábricas.

ad hóminem El anverso del culto de los Héroes. Ambos indican una renuencia a utilizar
contenidos.

Hace décadas que las figuras públicas se quejan de la creciente tendencia a juzgarlas por medio
de violentos ataques personales, a menudo dirigidos contra su vida privada. Pero como los
actores públicos han optado por adoptar un aura Heroica —majestuosa, santa, martirológica,
romántica o emotiva—, aquellos a quienes intentan seducir han reaccionado con el vilipendio
personalizado e integral.

No hay nada nuevo en los ataques ad hóminem. En los siglos dieciocho y diecinueve eran muy
usados con motivos políticos. Si las figuras públicas prestaran más atención a la historia, sabrían
que sus predecesores tenían una vida mucho más difícil. Hoy están protegidos por la posesión
concentrada de los medios, la obsesión de las grandes elites profesionales con la conducta
pública respetable y, en la mayoría de los países, por estrictas leyes contra el libelo. Dado que
vivimos en una sociedad orientada hacia la gestión, damos mucha más importancia a la limpieza
del discurso público y tememos un conflicto verbal abierto.

Los argumentos ad hóminem contemporáneos semejan los de un periodo anterior, los siglos
diecisiete y dieciocho. Esta era una sociedad de cortesanos en busca de un poder intrascendente.
La vida cortesana se medía por los detalles personales: orgasmos, medallas, guantes, escotes y
títulos. Los argumentos ad hóminem satisfacían el incesante apetito de chismes que llenaba los
salones y ocupaba los días de quienes estaban atrapados en las complejas estructuras del estado.
Se trataba de personas sin poder que se alimentaban de críticas irrelevantes a la sombra de
seudo dioses humanos, los monarcas absolutos. Si los flemáticos ataques ad hóminem han
regresado con tanto ímpetu a finales del siglo veinte, ello sugiere que también hemos regresado
a la sociedad cortesana de los grandes palacios, que hoy reside en las grandes profesiones y las
grandes organizaciones de los sectores público y privado.
aerobismo Deporte urbano cuyo principal efecto duradero es dejar tullidos a los profesionales
de clase media y clase media alta. Los entusiastas incluyen a los cirujanos ortopédicos y los
fabricantes de zapatillas.

agricultura Ver irradiación.

aire acondicionado Una manera eficaz y muy difundida de propagar enfermedades.

Una de las claves de la revolución arquitectónica y de planificación que afectó las ciudades
occidentales después de la Segunda Guerra Mundial fue la comprensión gradual, por parte de
ingenieros y arquitectos, deque los sistemas de aire forzado podían calentar y enfriar a gran
cantidad de personas de manera eficaz respecto de los costos.

Esto eliminó una de las mayores restricciones en el tamaño de los edificios. Si no era preciso
abrir ventanas, tampoco era preciso limitar la densidad ni la altura. Una vez calentado o
enfriado, el aire podía reciclarse sin cesar dentro del edificio.

Esta revolución pronto se aplicó en el aire. Antes de la llegada del Jumbo, la mayoría de los
aviones comerciales expulsaban aire continuamente y succionaban aire fresco, que luego había
que llevar a la temperatura ambiente. Con el Jumbo, el ahorro de combustible prevaleció sobrela
calidad del aire. Los pasajeros, primera clase o clase económica, fumadores o no fumadores,
comenzaron a cruzar el Atlántico en una atmósfera democráticamente enrarecida. El cincuenta
por ciento del aire era reciclado. Al cabo de unas horas en el avión, los pasajeros tenían la
sensación de respirar aire muerto. Era como si cada avión contuviera un solo par de pulmones
compartido por trescientos o cuatrocientos cuerpos.

A principios de los 80, la retórica estándar de los que volaban con frecuencia decía que el viaje
aéreo era agotador. La gente comenzó a notar que era mucho más extenuante trabajar en
grandes edificios de oficinas que en edificios donde podían abrir las ventanas. Un dramático
episodio llamó la atención. Varios veteranos americanos que se alojaban en un hotel para asistir
a una convención comenzaron a morir como abatidos por la peste. Se explicó que la enfermedad
de los legionarios no era resultado del aire reciclado sino del reciclaje defectuoso.

Había experiencias más comunes que no eran fatales. La gente se habituó a sufrir una
descompostura después de un vuelo cada dos o tres. A veces sólo se resfriaba; cada vez más
aparecía una manifestación virulenta de lo que se llamaba gripe. Pero estas gripes provocaban
vómitos, temperaturas peligrosas y agotamiento. Con frecuencia mataban a los ancianos o los
débiles. Aparecían en oleadas internacionales que cambiaban de carácter con cada estación.
Cada pocos meses había una mutación en el tipo de virulencia. Los aviones internacionalizaron
instantáneamente estas cepas de gripe. Luego los edificios de oficinas las propagaban por cada
ciudad. Los pasajeros no sabían que algunas líneas aéreas estaban reduciendo aún más el cupo
de aire fresco para ahorrar dinero en los duros tiempos provocados por la desregulación y la
depresión.

Los hospitales modernos también se construían con estos sistemas de flujo de aire y pronto
todos supieron que los hospitales eran sitios donde uno se contagiaba cosas. Las lecciones
médicas de aislamiento físico, tan duramente aprendidas y clarificadas en el siglo diecinueve y
principios del veinte, habían caído en el olvido.
Gran parte de la medicina moderna se basa en controlar las enfermedades mediante el control
de movimientos. Ahora había nuevas e inesperadas oleadas de enfermedades virales. Mejor
dicho, pequeñas epidemias. Un año era la neumonía viral. Al siguiente era un grupo de
ejecutivos atacados por síntomas imprecisos que los extenuaban, a veces por varios años.

El aire acondicionado también se transformó en claro ejemplo de la inflexibilidad de la industria


moderna y de las estructuras tecnocráticas en general. La economía parecía penosamente lineal.
Cada hora de trabajo que una compañía pierde por enfermedad también es dinero perdido.
Durante el invierno, es común que en lugares de clima moderado el 20 ó 50 por ciento de los
empleados estén ausentes por enfermedad. No parecía haber margen para un pensamiento
aplicado que utilizara la observación práctica para revaluar las medidas anteriores.

Esta absurda rigidez recuerda a los viejos ejércitos coloniales europeos en los trópicos. Bien
avanzado el siglo veinte, los soldados ingleses de la India usaban ropa pesada para protegerse
del sol. Además, bajo la casaca llevaban una cruz de metal chato envuelta en tela. Esta cruz
cubría la espalda y los hombros. Estaba destinada a detener los rayos del sol. Los regimientos
funcionaban con gran cantidad de soldados internados en el hospital, postrados por el calor. El
intento de introducir ropa liviana encontraba la resistencia de gran parte del estado mayor, que
argumentaba que el ejército quedaría diezmado por el sol. Cuando al fin se introdujo el cambio y
se vaciaron los hospitales, el estado mayor quedó asombrado.

En los ciclos de manufacturación se sabe que la zona menos avanzada de la ingeniería


aeronáutica es el tratamiento del aire. En público, los voceros de prensa se apresuran a negar la
existencia de problemas. Aducen que la cantidad de quejas formales es “estadísticamente
insignificante”. 2 Pero lo cierto es que las organizaciones de la industria del vuelo comercial no
compilan datos sobre estas quejas. En 1993 funcionarios del gobierno de Estados Unidos
investigaron el caso de una azafata con tuberculosis que parecía haber contagiado a veintitrés
miembros del personal durante un breve periodo de tiempo. La tuberculosis se propaga
mediante bacterias que se desplazan por el aire. El aire sin circulación era pues un factor
probable. Sin embargo, el mecanismo de negación general siguió en marcha.

Cuando las empresas preguntan si se pueden abrir las ventanas de los edificios de oficinas, los
arquitectos y la industria de la construcción responden que es imposible, o sólo por un recargo
significativo, además de costos de largo plazo en la gestión del aire. A pesar de miles de libros
sobre gestión y competitividad, muchos de los cuales hablan de cómo aprovechar al máximo a
los ejecutivos y otros empleados mediante el liderazgo, la educación y el estímulo del talento
individual, no parece haber un cálculo para integrar los costos de la licencia por enfermedad con
los del aire acondicionado.

En realidad, la única barrera que impide que los aviones reciban una corriente constante de aire
fresco, la enfríen y la expulsen es la ausencia de presión de los pasajeros, los empleados y las
aerolíneas. El caso de los edificios de oficinas es aún más sencillo. Las empresas rara vez
mencionan el sistema de aire acondicionado cuando construyen, compran o alquilan. Nada les
impide exigir sistemas de aire acondicionado limitados a zonas pequeñas —menos de un piso— y
que continuamente succionen y expulsen aire. Mejor dicho, nada salvo la ineptitud de nuestro
sistema para integrar costos médicos ampliamente reconocidos con los costos de ingeniería.

aliados Ver relaciones especiales.


ámbito público En el ideal humanista, el ámbito público es el escenario donde se producen los
debates interesantes, la generación de ideas nuevas y la creatividad. En la sociedad racionalista
este ámbito se considera incontrolable y así pasa a ser marginal. El centro es ocupado, en
cambio, por estructuras y cortesanos.

Los administradores profesionales del poder —las elites administrativas, los dirigentes
falsamente Heroicos que emulan a las estrellas de cine, las estrellas mismas y los grupos de
intereses— parecen haber ganado el control de los mecanismos públicos. En una sociedad
saludable, sobre todo una sociedad saludable y democrática, esto no sucedería. Los cortesanos
estarían bisbiseando en los costados, preguntándose cómo entrar en escena.

Para un monarca absoluto inteligente o un Papa, este problema es más fácil de encarar. Siendo
dueño del poder y único objetivo del cortesano, el potentado puede ver la diferencia entre lo
central y lo marginal. Así el Papa Julio II buscó a Miguel Ángel, que no era un pintor cortesano y
obsecuente. Y Luis XIV no le dio el poder al duque de Saint Simón. Muchos pensadores
iluministas admiraban esta ventaja del liderazgo fuerte. Sin embargo, pocos monarcas o papas
son inteligentes. Y aun si lo son, pronto sucumben a la marejada de buscadores de poder.

La fuerza de la sociedad democrática —la ausencia de la suma del poder público en una sola
persona— es también su debilidad. En el desorden cotidiano, los que poseen aptitud para el
poder se pueden presentar fácilmente como indispensables, mientras que quienes tienen algo
para aportar parecen alejados de la resolución inmediata de problemas, así que los desplazan.

El problema del ciudadano es cómo mantener el ámbito público abierto a las necesidades del
bienestar público. Esto sólo puede lograrse si se consagra gran esfuerzo y cuidado a diferenciar
entre el contenido y los modales.

amistad Emoción imprecisa combinada con lealtad. En una sociedad especializada y


corporativista, la amistad se confunde a menudo con ideas, gustos, aptitudes o intereses
comunes. Pero cada uno de estos elementos supone sopesar valores y portante remite al interés
personal. La amistad es todo lo contrario. O, como dice Blake, “la verdadera amistad es
oposición”.3

amor La solución de todos los problemas en proporción inversa a los ingresos. Un estado
emocional que a veces, aunque no siempre, se concentra en por lo menos otra persona. Un
término que no significa nada cuando se define. Ver orgasmo.

amoralidad Una cualidad admirada y recompensada en las organizaciones modernas, donde


se la menciona a través de metáforas como profesionalismo y eficacia.

La amoralidad es saber corporativo. Es un término que destaca la confusión de nuestra sociedad


entre aquello que se enseña oficialmente como valor y aquello que la estructura recompensa en
la realidad.

La inmoralidad consiste en hacer el mal por propia voluntad. La amoralidad consiste en hacerlo
para satisfacer las expectativas de una estructura u organización. La amoralidad es peor que la
inmoralidad, porque supone negar nuestra responsabilidad y por tanto nuestra existencia como
algo más que animales. Ver sangre (1), ética.
anglosajones Grupo racial compuesto principalmente por celtas, chinos, alemanes, italianos,
ucranianos, franceses y otros pueblos que fueron conquistados por el mundo anglófono o
llegaron a él como inmigrantes. Culpables de todo. Ver xenofobia (pasiva).

animismo Religión desprovista de abstracciones y en consecuencia reacia al uso de las


estructuras de poder sofisticadas.

Las últimas décadas han visto un resuelto retorno del animismo, sobre todo entre los miembros
desafectados de las elites racionales. No se sabe bien cuáles son sus creencias. Algunos hablan
de almas y espíritus. Otros hablan de cultura popular. Los arquetipos de Jung han gozado de
notable popularidad.

Por debajo de todo esto hay un numeroso grupo de personas muy cultas que buscan una visión
integrada de la existencia. Las sencillas creencias tribales del sureste de Asia quizás expresen sus
ideas tan bien como cualquier otra. Todo tiene vida. Los humanos están vivos, pero también los
árboles y las piedras. Todos formamos parte de un proceso, así que debemos actuar en concierto
con el todo.

Las grandes religiones intelectuales tienen pocas dificultades para entenderse, a pesar de sus
rivalidades. Comparten ideales casi idénticos, además de estar idénticamente corrompidas por
la sociedad. También comparten un desdén por el animismo.

Esto suele manifestarse como ataque contra la superstición. A veces es justificado. Pero la
mayoría de las supersticiones animistas no consisten en un miedo destructivo sino en modos
populistas de encarar los problemas sociales. Reglas dietéticas. Restricciones matrimoniales.
Las religiones abstractas hacen lo mismo, aunque sus reglas para todas las cosas, desde la
ingestión de cerdo hasta la fornicación, se presentan como instrucciones directas de Dios.

Lo que molesta a las religiones intelectuales en el animismo no es la idea de que todo esté vivo,
desde las piedras hasta los humanos, sino que entonces los humanos no son más que un
componente en una totalidad viviente que es la tierra. Si es perturbador que esta visión niegue
derechos y poderes especiales a los humanos, es inaceptable que niegue derechos y poderes
especiales a las estructuras de la sociedad.

Las grandes sociedades organizadas necesitan separar la raza humana de todo lo demás. Esta
negación o relegamiento de lo no abstracto nos libera para actuar como si no estuviéramos
limitados por nuestras realidades físicas. Sin esta liberación, gran parte de nuestro progreso
habría sido imposible.

No obstante, estamos limitados por las realidades físicas, de modo que nuestra liberación se
basa en un gran autoengaño que se ha traducido gradualmente en flaquezas políticas, sociales y
económicas muy reales.

Hoy la discusión entre quienes se ven como las fuerzas del progreso y los aparentes opositores es
una continuación del viejo impulso de las religiones abstractas de eliminar la perspectiva
animista. Pero muchos de los nuevos animistas —ecologistas y sociólogos, entre otros— son
producto de un extraño cruce de especies. Reclaman la reintegración de la humanidad a la
totalidad mundial, pero pertenecen a las estructuras intelectuales de sus enemigos.

Los ecologistas profesionales son un buen ejemplo de esta contradicción. Ejercen tanta presión
como los contratistas de armamentos. Asisten a conferencias internacionales. Bregan por
pequeñas enmiendas en la conducta oficial y empresarial. Pequeños cambios en las reglas.
Tienen la fuerza para luchar con las mejores armas de sus oponentes.

Pero al cabo de veinte años de existencia, gran parte del movimiento ecologista ha cobrado la
forma de otra empresa o grupo de intereses. Aunque su interés sea el desinterés, sus métodos
son los mismos de la elite racional y en consecuencia se limitan a los detalles de la vida
corporativa. Estos neoanimistas procuran justificar la contención y un sensato respeto por
nosotros mismos por medio de herramientas intelectuales diseñadas para eliminar ambas cosas.

Aun así, indican algo más que mera insatisfacción. Indican, como muchas otras señales, que la
gente intenta distanciarse del sistema racionalista. Con frecuencia estos intentos parecen tontos
o ingenuos y son despreciados por las estructuras corporativas. Pero estas personas avanzan en
la misma dirección, alejándose del aislamiento propio de nuestra sociedad. Lo que están
buscando es cierta integración o equilibrio.

anorexia Un estado al que aspiran la mayoría de las mujeres de clase media. Ver monarcas.

antiintelectualismo Rito de autovalidación creado por y para los intelectuales.

No hay motivos para creer que gran parte de la población desea rechazar la educación ni a las
personas educadas. La gente quiere lo mejor para su sociedad y para sí misma. La medida en
que una población recae en la superstición o la violencia depende de la ignorancia en que la han
mantenido las elites, de los malos tratos que ha sufrido y de la desesperación a que la ha llevado
una combinación de ignorancia y sufrimiento.

Dada la oportunidad, los que saben y tienen menos quieren saber y tener más, y desean lo
mismo para sus hijos. Entienden perfectamente que el aprendizaje es esencial para el bienestar
general. La desaparición de la vieja clase obrera en Alemania, Francia y el norte de Italia entre
1945 y 1980 es un notable ejemplo de este entendimiento.

Pero los movimientos políticos siguen capitalizando el lado oscuro del populismo. En los años
80 y principios de los 90 varios grupos han obtenido respaldo público: Jean-Marie Le Pen y su
Front National en Francia, Ross Perot en Estados Unidos, la nueva derecha alemana, el Reform
Party y el Bloc Québécois en Canadá, la Liga del Norte, el Forza Italia de Silvio Berlusconi y el
movimiento neofascista en Italia. Estos movimientos comparten el mismo mensaje, cada cual a
su manera. Combinan una perspectiva simplista —pero rebuscada— de los asuntos públicos con
la capacidad para explotar el rechazo del público por las elites establecidas.

La conclusión de los platónicos —que constituyen la mayoría de nuestras elites— es que la


población constituye un profundo y peligroso pozo de ignorancia e irracionalidad; si nuestra
civilización está en crisis, la culpa debe ser del pueblo, que no está a la altura de los ineludibles
desafíos. Pero las civilizaciones no se derrumban porque la ciudadanía sea corrupta, perezosa o
antiintelectual. Esta gente no tiene poder ni influencia para liderar ni destruir. Las civilizaciones
se derrumban cuando los poderosos fracasan en su tarea. Ross Perot es una creación de
Harvard, no de granjeros analfabetos.

Nuestras elites se preocupan por lo que ven como luddismo intelectual: televisión, cine y música
basados en el mínimo común denominador; creciente analfabetismo funcional; desprecio
público por la pericia que según las elites guía todos los aspectos de la vida humana. Manifiestan
desdén por los ludditas y sospechan que el pueblo se niega a cumplir su función en una
sociedad corporativa.

Tal vez esto sea porque el antiintelectualismo que tanto preocupa a las elites es sólo la respuesta
de la ciudadanía a la pretensión de liderazgo de las elites y su ineptitud para liderar con éxito.
Este modelo profundamente piramidal de liderazgo cobra la forma de lenguaje oscuro,
información controlada y la reducción de la participación del individuo, en casi todos los niveles,
a un papel de función pura.

Las elites disfrazan sus fracasos alegando que la población es perezosa, lee basura, mira
televisión y está mal educada. La población responde tratando a las elites con un desprecio que
recuerda las actitudes de las clases bajas premodernas.

Si la economía resulta incomprensible salvo para los expertos, que además son incapaces de
lidiar con nuestros problemas económicos, ¿porqué deberíamos respetar a los economistas? Si
las elites empresariales no pueden explicar de manera razonable y no dogmática qué hacen y
porqué, ¿hay motivos para creer que sus decisiones contribuirán al bienestar general? Si los que
crean las herramientas de comunicación pública —como la narrativa— escriben novelas que no
comunican nada, ¿por qué el público debe considerar que estas obras son relevantes o
importantes?

No es que todos deban entenderlo todo; pero los que no son expertos deben percibir que se los
trata con franqueza y honestidad, que forman parte del proceso de una civilización integrada.
Comprenderán y participarán en la medida de su capacidad. Si son excluidos, tratarán a las
elites con igual desprecio. Ver civilización.

armamentos Muy útiles para librar guerras. Un lastre en una economía civil.

A través de la historia las sociedades prácticas han aceptado que una cantidad apropiada de
armas es un peso necesario que se debe pagar, aunque no contribuya a la prosperidad. Hay dos
razones para este peso negativo endémico:

1. Las armas son un bien de consumo. O bien permanecen en un estante como maquillaje sin
usar, o bien se usan para destruir otras armas y personas. En este proceso muchas desaparecen.
Estallan o son voladas por el otro bando.

En síntesis, el propósito y empleo de las armas no incluye las cualidades intrínsecas de los
bienes de capital. No se pueden usar, por ejemplo, para hacer otros bienes o prestar servicios. Es
decir, casi no contienen efecto multiplicador. El acero utilizado en armas tiene un multiplicador
de uno: acero en armas. No ocurre así con el acero utilizado en equipo deconstrucción de
carreteras y camiones. El equipo produce carreteras que permiten el transporte, que usa
camiones, que transportan bienes y crean comercio en otras zonas.

2. Las armas no tienen valor en el mercado. No pueden tenerlo porque el vendedor es un


gobierno, y el comprador es un gobierno. Y el vendedor y el comprador suelen ser el mismo
gobierno.

El hecho de que la empresa que produce las armas sea privada, o de que haya otras empresas
privadas rivales, es irrelevante. Los mercados (competencia) se crean por la demanda, no por la
producción. No hay demanda económica de armamentos. Sólo se necesitan para proteger el
estado o para destruir otro estado. Esta no es una función económica.
Para crear reales valores de mercado para las armas, tendríamos que fijar valores —fijos o
flotantes— para cada persona muerta o cada objeto destruido. Esto se intentó durante las
guerras entre franceses, ingleses e indios del siglo dieciocho. Se asignó un valor a cada cuero
cabelludo. Se lanzó un mercado. El resultado fue un desastre militar y social para los tres bandos
(ingleses, franceses e indios). En el Renacimiento se probó un sistema de mercado menos
específico con los ejércitos mercenarios, sobre todo los condottieri italianos. Fue igualmente
desastroso.

El problema de asociar la actividad militar con un mercado es que fijar valores para la
destrucción alienta la destrucción, que no es lo mismo que impedir o ganar guerras, el cual, a fin
de cuentas, es el propósito de los ejércitos y las armas.

Curiosamente, desde la década del 60 —sobre todo desde el mensaje que el presidente Kennedy
dirigió al congreso el 6 de febrero de 1961—las elites tecnocráticas occidentales han intentado
convertir los armamentos en una fuerza económica positiva. Esta imposición de una idea
abstracta a una realidad reacia es propia de un determinismo económico que evoca la alquimia,
la obsesiva creencia medieval de que el metal vil se podía transformar en oro. No hay nada
inusitado en el enfoque alquímico. Charles Mackay describió dieciséis fenómenos similares a
nuestra locura de los armamentos en su obra maestra Extraordinary Popular Delusions and the
Madness of Crowds,4 escrita en el siglo diecinueve.

Kennedy y su secretario de Defensa, Robert McNamara, trataban las armas como si fueran
automóviles y así la industria de armamentos comenzó a actuar como si fuera Detroit. Estos dos
sectores estaban enlazados artificialmente por verdades imaginarias tales como la economía
de goteo. Las necesidades nacionales de armamentos se pagarían con exportaciones masivas de
esos mismos armamentos. Una nueva tecnocracia se prestó al juego en todo el mundo.
Economías civiles productivas se transformaron en economías militares seudoproductivas.

La sociedad Reagan/Bush llevó esta ilusión un paso más allá y transformó el “negocio” de las
armas en un programa. En todo el mundo más gente se prestó al juego. Pronto las armas
constituían el elemento más importante del comercio industrial internacional, unos 900 mil
millones de dólares por año. En todas partes, imperativos militares pasaron a dominar los
procesos de investigación y desarrollo.

La tercera fase, la actual, comenzó con la caída del bloque soviético. Algo llamado dividendo
de la paz irguió la cabeza sólo para evaporarse. Los gobiernos comenzaron a actuar como si la
principal razón para construir armas fuera salvar empleos.

A principios de 1994 el más importante apologista americano de una nueva política fue
designado secretario de Defensa. William Perry, un tecnócrata apacible, se convirtió en un
McNamara de nuevo cuño. Las ideas que propicia se presentan de manera tan precisa e
inofensiva que pocas personas han reparado en ellas. Esta tercera etapa implica la integración
total de las economías civiles y militares bajo un concepto llamado uso dual, que somete las
necesidades de defensa a las fuerzas del mercado.

De esto nos distraen varios éxitos internacionales de desarme que equivalen a poco más que una
liquidación de inventarios de fin de año en una tienda de cosméticos. El maquillaje viejo se
arroja a la basura o se vende a precio de ganga en mercados provinciales. Esto deja espacio para
nuevos modelos.

El resultado final de nuestra evolución de tres fases y tres décadas ha sido la inversión del
sentido de la palabra armamentos. Aquello que durante miles de años era una necesidad no
productiva de la guerra se presenta como una necesidad productiva de la creación de empleos y
la innovación tecnológica. Si la propiedad pública de los arsenales antes daba cierta garantía de
que las armas se relacionaban con la defensa y el ataque, la privatización de la producción relega
a segundo plano los requerimientos de protección nacional. En otras palabras, el único modo de
reducir los gastos mientras se asegura la producción de la cantidad necesaria de armas
necesarias sin proliferación internacional sería invertir la política actual: establecer un
monopolio estatal de la producción y asumir abiertamente los costos de la defensa.

Aspen Institute*1 Supermercado de conocimientos convencionales para ejecutivos medios. La


vida empresarial, sobre todo para los que no están en rápido ascenso, tiene todos los escollos
burocráticos de un tedio sin rumbo. Para que estos confundidos pero leales sirvientes olviden
momentáneamente aquello que Thoreau llamaba “vidas de muda desesperación”, los envían
periódicamente a campamentos donde, durante unos días, les enseñan cosas importantes que
pueden cambiar su vida, su compañía, el mundo. Quizá no consigan tanto, pero al menos esta
experiencia les ayuda a aguantar un poco más. Ver conferencias de negocios.

autobiografía

1. Subproducto de la narrativa de ficción, que combina los métodos dramáticos de la novela


romántica con el relato de aventuras para adolescentes.

2. Producto de la mitología Heroica, habitualmente escrita por un falso Héroe.

3. Celebración de la debilidad moral del autor.

4. Exhibicionismo por parte de alguien que es demasiado viejo para desnudarse en público.

5. Ocultamiento de los actos del autor detrás de sus emociones y su estado subjetivo.

6. Súplica donde el autor ruega que lo acepten como es; es decir, una excusa para sus actos; es
decir, un ataque contra la ética. Ver biografía.

axilas Ver realidad.


B

Babel, torre de El multilingüismo constituye la fuente de movimiento y crecimiento de una


civilización.

La capacidad para llenar la casa de la realidad, el intelecto y la imaginación con un nuevo


mobiliario es un gran placer y una gran fuerza. La fuerza de la comparación y la contradicción.
La capacidad para aprovechar la originalidad o el vigor de uno para enriquecer al otro.

Pero para que esto ocurra, los escritores e intelectuales deben cumplir su función, llevando
palabras, imágenes, emociones e ideas de un idioma al otro. El monolingüismo deriva de la
aceptación del profesionalismo por parte de los escritores. Mientras abrazan la idea
emparentada de que la creatividad es justificación suficiente para escribir, muchos se pierden en
la adoración de una sola lengua. Para empeorar su situación, sólo les falta considerarse la voz
profesional de una cultura o país. Las cuatro o cinco culturas que predominan en Occidente son
las que han producido los intelectuales más perezosos. Sostienen que cuesta escribir bien si uno
habla más de un idioma, un problema que no preocupaba a Dante, Voltaire y Tolstoi. Más
recientemente, se quejan de que un sectarismo monolingüe similar ha surgido entre grupos
lingüísticos más pequeños que se sienten amenazados. En ambos niveles, los escritores son
culpables de traicionar su obligación de comunicar.

Hoy hay más políglotas entre los burócratas y los ejecutivos que entre los escritores. Las elites
corporativistas heredan por omisión, pues,. el derecho a decidir cómo se constituirá el lenguaje
de nuestros planes internacionales, trátese de política, negocios o cultura. Ver
corporativismo, dialéctica.

Bacon, Francis El cartesiano inglés. Ver Descartes.

banalidad La filósofa política Hannah Arendt confundió el sentido de esta palabra al introducir
en 1961 su brillante pero limitado concepto, “la banalidad del mal”.*2 A finales de los 80 y
principios de los 90, una figura política menor, Brian Mulroney,*3 liberó el término al demostrar
que también podía interpretarse como el mal de la banalidad. Ver Carlyle, relaciones
especiales.

banqueros Pilares de la sociedad que se irán al infierno si Dios existe y si lo han citado
correctamente.

Las tres religiones occidentales siempre han prohibido el cobro de intereses sobre préstamos.
Cuando Samuel Johnson definió al banquero en el siglo dieciocho, la situación era inequívoca:
“Alguien que trafica con dinero”. El pecado venal de la usura ocupa un puesto importante en la
lista de pecados de las Escrituras, lo cual nos induce a preguntar por qué los banqueros —salvo
los que trabajan en el mercado de dinero— asisten con frecuencia a la iglesia. El creciente
respeto que se les ha brindado en los dos últimos siglos tiene su paralelo en el crecimiento de la
economía basada en la deuda de largo plazo, que se ha propagado a todos los rincones de la
sociedad, desde los gobiernos y las grandes empresas hasta los pobres. Cuanto más dinero se
debe, más se respeta al prestamista, mientras el deudor se proponga devolverlo.

¿Pero qué efecto surte esto en la posición moral de los empleados de un banco? Pocos banqueros
modernos son dueños del banco. No se benefician con el pago de intereses, salvo a través del
sueldo. ¿Están o no entre los réprobos? Tal vez deberían considerarse víctimas de la usura, pues
no tienen más opción que prestar su vida al proceso usurario para alimentar a sus familias. Para
el deudor, sin embargo, estos empleados son el rostro humano de la usura.

La situación más clara para los banqueros sería que Dios no existiera. Entonces quedarían
moralmente liberados y podrían ir a la iglesia con una actitud más distendida. Ver deuda.

beso Un beso privado se relaciona con amantes, bebés, conocidos y amigos. Un beso público se
relaciona con la mano de la reina, la mejilla de Cristo, los pies del potentado o el otorgamiento
de un honor por parte de un poderoso.

El primero es una expresión física de emoción. El segundo es una expresión de poder y contrato.
Es importante no confundirlos.

Hace unos años, cuando el futuro rey de Inglaterra, Escocia, Gales, Canadá, Australia y Nueva
Zelanda, el descendiente de Guillermo el Conquistador e Isabel I, besó a su novia en los labios
en el balcón del palacio de Buckingham, ante cientos de millones de testigos de todo el mundo,
confundió lo privado con lo público. Parecía existir cierta confusión entre su papel histórico
constitucional y el de un dirigente joven y romántico, una estrella de cine que se gana la vida
haciendo imitaciones públicas del beso privado.

Si los reyes besan a sus esposas con pasión en privado es cosa de ellos. En este caso, todo era
resultado de la astuta idea de modernizar la monarquía haciéndola más interesante. Más
cinematográfica. Tal vez el plan fue urdido por cortesanos de palacio.

Lo que no entendieron era que no se pueden escoger las características de la estrella. La estrella
es una ilusión y no contiene compartimientos ni funciones separadas. Como el todo es nada, el
todo es uno. Si representamos ciertas escenas de la vida privada en público, como una estrella,
nuestra vida entera cae automáticamente en el dominio público,

No puede haber invasión de la intimidad. Las estrellas viven de las fantasías que despiertan en
los espectadores.

El beso del príncipe fue un banal trato fáustico como los que han destruido a tantos políticos que
tratan de hacerse elegir vendiendo su estilo de vida. Pero el caso de un monarca constitucional
es especial. El Príncipe Azul es un mito de celuloide. Como demostraron los hechos posteriores,
mezclarlo con el mito de la legitimidad, encarnado en un rey auténtico, automáticamente pone
ambas cosas en peligro. Ver familia feliz.

bien y mal Tarde o temprano las sociedades se endurecen al extremo de que la justificación de
las estructuras existentes se convierte en un deber social y el discurso público se reduce a una
fórmula absolutista que depende del concepto del bien y del mal.

La sola idea de un terreno intermedio se convierte en enemiga del orden público. Pero ese
terreno intermedio es el ámbito donde se puede abordar constructivamente el cambio. Sólo allí
los individuos pueden dedicarse a la duda para analizar críticamente la sociedad sin rechazarla.

En cierto nivel —consciente o inconsciente— los que se sienten obligados a defender el bien
contra el mal saben que esto no significa que necesariamente tengan razón. Saben que están
confundiendo el concepto ético de bien y mal con un enfoque absolutista de los problemas
prácticos cotidianos. Pero en su vida cotidiana, donde se crean y se pierden carreras,
reputaciones e ingresos, entienden que el error se castiga y la certidumbre se recompensa.

Nuestra sociedad idolatra la falsa estabilidad y funciona mediante la admiración del poder y la
negación de la realidad. Aun la minuciosa codificación legal de finales del siglo veinte —diseñada
para proteger al ciudadano contra diversas formas de mala práctica— puede alentar la negación
profesional del terreno intermedio. Si los expertos y los poderosos saben que no tener la razón
significa que deben ser castigados, el debate público es imposible. El resultado es un status quo
poco realista.

La negación de los problemas se convierte en deber. Esta ilusión se sostiene como una represa
bien construida hasta que las aguas de la realidad terminan por rebasarla.

Pero si la realidad sólo se puede aplicar frente a inundaciones imprevistas, la cuestión del bien y
del mal, o de tener razón o no tenerla, siempre se desechará precisamente cuando más se
necesita. Sólo una sociedad que admire y recompense la admisión del error puede evitar esta
debilidad, concentrándose en el terreno intermedio.

Big Mac La hostia de la comunión del consumo. No es comida, sino una promesa de comida.
Sin importar su sabor ni su constitución, una Big Mac, cuando toca los labios, se transustancia
en la hamburguesa mitológica.

Con el agua Perrier, es uno de los objetos sagrados de la principal escuela filosófica de relaciones
públicas de nuestra época. Los cínicos suelen sugerir injustamente que esta escuela favorece las
apariencias superficiales por encima del contenido. Si así hubiera sido, las relaciones públicas
habrían fracasado. A fin de cuentas, la mayoría de la gente sabe reconocer la diferencia entre
apariencia y realidad.

Una Big Mac, por ejemplo, no es grande, aunque se llame Big. No tiene un gran sabor. No es
saludable. Y parece dulce. ¿Por qué parece dulce si, como dice la compañía, no está espolvoreada
con azúcar?

La filosofía de las relaciones públicas propone un contenido teórico (sex-appeal, diversión,


individualismo, sofisticación, rechazo de la sofisticación) en lugar de un contenido real (mera
agua carbonatada, una hamburguesa mediocre). Esto es metafísica moderna.

Como las relaciones públicas se construyen sobre la ilusión, suelen eliminar las opciones. Esta es
una característica importante del capitalismo contemporáneo. Una Big Mac, como tantas
creaciones de las relaciones públicas, es un símbolo de conformismo pasivo. Como dijo
MacMcDonald: “Si la gente pudiera optar, reinaría el caos”.2 Ver McDonald, Ronald y
canibalismo.

biografía Pornografía respetable, gracias a la cual el lector puede ser un mirón en la vida de
una persona famosa.

La biografía ha reemplazado cada vez más la novela como la forma más popular de lectura seria.
Mientras que en los siglos dieciocho y diecinueve la novela brindaba al lector un reflejo de sí
mismo, hoy la biografía alienta los placeres gratuitos y el autoengaño del voyeurismo. Ver
autobiografía.
blue jeans Una de las imposiciones más triunfales del conformismo visual voluntario en la
historia del mundo. Curiosamente, se considera que el atributo primario de esta prenda de vestir
es el rechazo de la conformidad en nombre del individualismo.

Bretton Woods Un sistema de gestión y estabilidad económica que los aliados, con exclusión
de los soviéticos, pusieron en práctica en 1944 y que el presidente Richard Nixon destruyó en
1973 sin pensar en un reemplazo.

Nixon esperaba solucionar así algunos problemas económicos inmediatos de Estados Unidos, al
recrear un caos económico donde la mayor potencia estaría en mejor situación para
beneficiarse. Podría decirse que fue el acto más maligno realizado por un dirigente electo en el
período de posguerra. Pero esto no debe desalentar a otros dirigentes. Nunca falta oportunidad
para hacer cosas peores. Ver depresión.

budismo (tibetano) La forma más popular del budismo en Occidente, porque es la que tiene
menos contenido budista.

Como el cristianismo, el budismo abarca muchas escuelas. Algunas se concentran en mantener a


sus sacerdotes, predicadores o monjes, habitualmente apelando a los instintos menos nobles de
la población. El enfoque tibetano combina la forma budista con un contenido dominado por lo
peor del animismo.

Tíbet es un país donde la norma ha sido y es la pobreza, donde los monjes siempre han sido el
equivalente de una elite privilegiada. Durante siglos la religión ha sido el único producto de
exportación y la única fuente de divisas. Así que en cada generación un grupo de monjes recorría
las montañas para cantar y enseñar en lugares más ricos. Su principal fuente de ingresos era la
China. La dificultad era que las refinadas elites chinas no estaban demasiado interesadas en los
argumentos del Buda.

La aristocracia y los mandarines ya estaban comprometidas con el complejo sistema ético de


Confucio, gracias al cual se podía administrar el imperio. Lo que querían de esos toscos pero
misteriosos monjes montañeses era entretenimiento y diversión. Como un guante milagroso que
se ajusta a la mano, los riberanos cumplían esta función al utilizar sus recuerdos infantiles de
superstición y magia.

Con la invasión china de los 50, la mayoría de los monjes quedaron encerrados dentro o fuera
del país. Para los de afuera la vida siguió como siempre, salvo que viajaban hacia el oeste y no
hacia el este. En el ínterin descubrieron que, al igual que la China prerrevolucionaria, nuestras
elites gustaban del entretenimiento circense místico.

También descubrieron que los occidentales ricos, aunque estaban tan insatisfechos con su vida
como para acercarse a un maestro budista, no querían desprenderse de su dinero ni de sus
pertenencias. Muchos estaban dispuestos a financiar a los monjes, pero no a volverse
devotamente pobres. Aunque el budismo consiste primordialmente en abandonarlos deseos y
apegos que nos ligan al mundo tangible, estos monjes han trabajado con diligencia para
demostrar que los occidentales constituyen una excepción a la regla. Los monjes han
desarrollado un materialismo antimaterialista para ayudamos en la vida. Siempre que nos
prestemos a ciertos cánticos y ayunos, podemos tener el oro y el moro. Reflexionando sobre la
adaptabilidad de estos hombres santos, cuesta no creer que nuestro concepto moderno de la
industria de servicios no fuera originalmente un invento tibetano.

Burke, Edmund Desdichado prisionero del prisma ideológico del siglo veinte, forzosamente
confinado en los últimos sesenta años a la derecha, aunque durante los cien años precedentes se
lo consideró una de las grandes voces de la reforma, que constantemente buscaba justicia y
equilibrio social.

Burke parece ser víctima de una tradicional cooperación entre los intelectuales de derecha e
izquierda, donde todos los pensadores son reducidos a una caricatura con el objeto de
adecuarlos a una cerrada dialéctica de los extremos. Durante largo tiempo los ideólogos no
pudieron hacerle esto. Sus ideas prácticas sobre la justicia no guardaban ninguna relación con
las abstracciones mecánicas de la ideología moderna.

Burke no era un observador aislado sino un parlamentario, el principal estratega de la oposición


whig, así como su vocero más elocuente. Cuando hablaba, no tenía el privilegio de que disponen
la mayoría de los filósofos modernos, que constantemente presentan posibilidades ideales como
si fueran opciones prácticas. La complejidad del mensaje de Burke no surge sólo de su linaje
filosófico sino del efecto de lidiar a diario con la realidad desde un elevado escaño
parlamentario. En ese sentido, la huella de Burke se parece a la de Thomas Jefferson.

Al escoger hechos políticos particulares, cualquier grupo político puede deformar la línea
constante de su carrera y reclamarlo como antepasado espiritual. En cuanto a sus enemigos, se
han concentrado en los aspectos prácticos de su vida política cotidiana para sugerir que era un
hipócrita en las cuestiones filosóficas importantes.

A principios del siglo veinte, la reducción de las ideas políticas occidentales a dos opuestos
simétricos era casi total. De pronto resultaba fácil ignorar sus largas y apasionadas luchas por la
justicia en América del Norte, la India e Irlanda, y concentrarse en lo que interesaba a los
ideólogos: su postura “antirrevolucionaria” durante la crisis francesa que comenzó en 1789.

La Revolución Francesa era y es el acontecimiento orgásmico de desfloración de la izquierda y la


derecha modernas. Oponerse a ella era oponerse a la idea de que un solo acto contundente —la
revolución— podía resolver todos los problemas que padecía una sociedad. Desde finales del
siglo dieciocho, los ideólogos encontraron que la oposición de Burke atentaba constantemente
contra sus esquemas. La oposición desinteresada encontró en él la voz más estentórea de su
época, y quizá la única que tenia auténtico peso intelectual. En las décadas sucesivas, mientras
los filósofos intentaban exponer sus interpretaciones opuestas del hecho y por tanto sus
implicaciones duraderas, el recuerdo de la voz inconformista de Burke parecía ser cada vez más
estridente y molesto. En el auge de la escisión ideológica occidental de los años 30, simplemente
lo catalogaron como una voz antirrevolucionaria de la derecha.

Curiosamente, esto significaba desechar la mayor parte de lo que había dicho y escrito, algo
curioso de hacer con un hombre cuya vida y cuyo considerable poder público se basaban
totalmente en sus palabras. “El único modo en que encontraréis a Edmund Burke culpable de
autoritarismo —ha escrito Conor Cruise O’Brien— es optando por ignorar todo lo que él dijo,
decidiendo arbitrariamente que no lo decía en serio”.3

Aunque Burke veía a los americanos como víctimas del abuso de poder de Londres, y
encabezaba el movimiento inglés que respaldaba su causa, también se resistió a la oposición
colonial a la ley de Quebec.*4 Los americanos la detestaban porque daba derechos de ciudadanía
a los canadienses franceses y católicos. Odiaban la idea de que se otorgara poder a una religión y
un idioma rivales.

La mitología subsiguiente ha presentado la revuelta colonial como una mera afirmación de los
derechos de la ciudadanía, pero la breve lista de exigencias americanas siempre incluía la
revocación de los derechos de otro grupo de ciudadanos del norte. Burke también se opuso a la
moción de dar a los americanos representación en Westminster, porque habría significado dar
escaños a propietarios de esclavos.

Dos décadas después, cuando —según los ideólogos del siglo veinte— actuaba como un hombre
de derechas al oponerse a la Revolución Francesa, Burke también trabajaba y votaba con una
pequeña minoría parlamentaria para abolir el tráfico de esclavos. Durante gran parte de este
período realizó una agotadora campaña para lograr que Warren Hastings*5 fuera castigado por
su violencia, autocracia, racismo y corrupción en la India. Sus esfuerzos le granjearon
admiración formal, pero también profunda hostilidad entre los poderosos por haber interferido
con la razón de estado de Inglaterra. Londres quería obtener el control de la India por cualquier
medio. Burke atentó contra esa fachada de acción respetable al obligar al Parlamento a encarar
la India y sus pobladores como un lugar real con personas reales.

El tema que unía estas intervenciones de Burke era su oposición al abuso de poder, sobre todo
disfrazado de abstracción intelectual, y su creencia en la posibilidad de cierto equilibrio público.
No proponía como alternativa el derecho individual ilimitado ni la religión del mercado.

Para rebatir la afirmación de los neoconservadores de que Burke es su inspiración, basta con
leer estas palabras y contrastarlas con el énfasis que ellos ponen en el mercado y el darwinismo
social:

La libertad no consiste en una libertad solitaria, inconexa, individual. Como si cada hombre
regulase la totalidad de la conducta con su sola voluntad. La libertad a que me refiero es la
libertad social. Es ese estado de cosas donde la libertad está garantizada por la igualdad de la
contención [...] esta clase de libertad es sólo otro nombre de la justicia [...] pero cuando se hace
una separación entre libertad y justicia, ninguna de ambas está a salvo, en mi opinión.4

La mayoría de los que hoy afirman ser sus descendientes espirituales son precisamente las
personas que él combatió durante toda su vida. Silo resucitaran para presentarle a sus actuales
discípulos, es probable que se negara a sentarse en la misma sala.

Las argumentaciones de Burke —sus definiciones de la ética y los valores— siguen siendo
centrales para los acontecimientos que han modelado nuestras luchas sobre el comunismo, el
capitalismo, la justicia, el nacionalismo, el colonialismo y la libertad religiosa. Si, como muchos
creen, los argumentos convencionales usados en nuestra sociedad han llegado a un callejón sin
salida, quizá la explicación no esté en los hechos recientes sino en un error intelectual cometido
hace un tiempo. La campaña para difamar a un pensador no ideológico como Burke se cuenta
entre las pruebas más fehacientes de ese error. Ver democracia directa, electores de
Bristol.
C

calma Estado emocional que se sobrevalora, salvo en los retiros religiosos. Se usa
principalmente para controlar a la gente que está insatisfecha con el modo en que los que
ejercen la autoridad hacen su trabajo. Cuando los demás demuestran fastidio, la persona
poderosa, experta o poseedora de información privilegiada les hace sentir que no tienen calma
suficiente para encarar racionalmente la situación. La falta de calma sugiere falta de coraje,
inteligencia o profesionalismo.

La calma era la cualidad que los generales de la Primera Guerra Mundial admiraban más en sí
mismos y en sus tropas. Desde entonces, la calma del incompetente se ha elevado al rango de
signo de gran profesionalismo. La pérdida de la calma en una catástrofe se considera peor que la
cobardía; indica falta de modales, así como una indecorosa actitud de aficionado. Y los legos,
por definición, son aficionados.

El cliché de la calma como virtud fue capturado por Rudyard Kipling en su poema “If”: “Si
conservas la cabeza cuando todos en derredor...” Pero Kipling era demasiado listo para significar
que las personas debían ser presa de la incompetencia, tercas como mulas o ciegamente leales a
su profesión o su clase. Hablaba de una lúcida serenidad, una mente ágil y flexible capaz de
admitir el error y adaptarse a las circunstancias: un talento para reaccionar ante una crisis con
apasionada celeridad o invisible sutileza.

Sin duda al capitán del Titanic le complacía que sus pasajeros de primera clase conservaran la
calma mientras esperaban para ahogarse. Si hubieran sido menos controlados, habrían hallado
cierta pequeña satisfacción en arrojarlo por la borda para pasar el tiempo. Ver pánico.

campaña moral Actividad pública emprendida por hombres maduros que engañan a sus
esposas o se acuestan con jovencitos.

Las campañas morales son muy populares entre quienes buscan el poder por placer personal, los
políticos que no saben qué hacer con su mandato y los profesionales de la religión que tienen
problemas personales para comunicarse con su Dios. En términos militares, una táctica de
diversión.

campo de juego llano Abstracción ideológica adoptada como valor universal por los gerentes
de las grandes corporaciones.

El campo de juego llano es una visión idealizada del mercado abierto. Aquí se consuma
plenamente la estrecha relación entre mitología corporativa y deporte competitivo. La teoría
dice que, en un mundo donde los gobiernos no falsifican las reglas naturales del mercado, las
empresas pueden salir al campo y luchar virilmente entre sí. En estas condiciones ganará el
mejor “hombre”, es decir, el más eficiente. El resultado consistirá en precios bajos, máxima
producción y variedad de opciones para el consumidor, además de progreso, crecimiento
continuo y prosperidad.

Curiosamente, este concepto esencialmente norteamericano tiene una anticuada etimología


procedente del Imperio Británico. Pero la formación de las elites en campos de juego —tratárase
o no de Eton— implicaba una idea de la ética. Había competencia, pero era justa, estimulante y
caballerosa. Además, nunca se sugirió que los campos de juego fueran lugares de competencia
abierta o libre. O que estuvieran exentos de regulaciones nacionales. Cada segundo de deporte, a
fin de cuentas, es controlado por reglas que se aplican con rigor.

El campo de juego es un paradigma de las regulaciones. Estas definen su longitud y su anchura.


Habitualmente está marcado con líneas que un jugador sólo puede cruzar en circunstancias
determinadas. Todo está regulado: la cantidad de jugadores, su función, su tiempo de
permanencia, las penas por infringir las reglas, las normas sobre uniformes, rodilleras e
instrumentos, la duración de cada tiempo, la duración del juego mismo. Si un campo de juego se
allana, lo hace ciñéndose a complejas regulaciones y, como en el golf y las carreras de caballos,
con handicaps artificiales.

El deporte es una metáfora romántica de la guerra. Hombres reales luchan según reglas estrictas
y el ganador se lleva todo. El destino de los perdedores, sea la muerte o la humillación, no es de
gran interés. El campo de juego es descaradamente excluyente. Procura exaltar al ganador y
excluir al perdedor.

Si la palabra “llano” se define como carente de regulaciones y se añade al término “campo de


juego”, y esa frase se aplica a toda una economía, se ha dado un paso más. No sólo esa economía
busca excluir a los perdedores sino que procura eliminar las reglas normales y restrictivas del
deporte. En este campo de juego llano no habría margen para el servicio público, el bienestar
público, la contención, la responsabilidad ni las virtudes cívicas.

En consecuencia, el campo de juego llano no es llano. Es una cuesta resbaladiza donde sólo se
pueden sostener los más fuertes o los más grandes. Los demás se desbarrancan confusamente y
se arrancan los ojos mientras intentan ascender al nivel de la supervivencia.

Esta idea de la guerra no regulada apela a nuestro necio orgullo, sugiriendo que sólo un
debilucho, un cobarde o un incompetente temería abandonar las protecciones artificiales para
luchar como un hombre. Claro que sólo un necio responde a este tipo de provocación, porque un
campo de juego sin estructuras favorece no sólo a los fuertes sino también a los grandes y los
ineficientes. Aun con las mejores reglas, los grupos más pequeños siempre deben trabajar el
doble y ser doblemente listos.

Deben valerse de la acción rápida, la movilidad y las tácticas guerrilleras, manteniéndose a


prudente distancia del arrollador embate de las grandes fuerzas imperiales. Si eliminamos las
reglas, eliminamos las herramientas para la supervivencia de las fuerzas pequeñas.

La historia nos presenta una larga lista de pequeños ejércitos y pequeñas naciones que
respondieron a las provocaciones de grandes vecinos. Lo que se consigna a continuación es su
destrucción. Sea cual fuere la explicación de estos momentos de confusión y error, un tonto es
un tonto y la historia los entierra con pocos comentarios.

En síntesis, la gente que más clama por un campo de juego llano se divide en dos categorías: los
dueños de la portería y los tontos. Ver ideología.

Canadá

1. Tan complicado que nadie sabe cómo funciona, lo cual induce a los científicos sociales
canadienses a hablar sin cesar de su país, lo cual induce a los extranjeros a decir que es aburrido
porque nunca pasa nada.
2. El país más descentralizado que existe, lo cual induce a los canadienses a quejarse
constantemente del poder del gobierno central.
3. Administrado bajo la tercera constitución del mundo en antigüedad, lo cual induce a los
canadienses a alegar que nunca funcionó y es preciso reformarla.

4. El único gran país donde las dos culturas líderes de Occidente han logrado convivir
pacíficamente durante varios siglos, induciendo a los canadienses a alegar que no pueden
convivir.

5. Agobiado por la elite más perezosa de cualquier país desarrollado, gente que ha amasado una
fortuna vendiendo los recursos del país y trabajando para extranjeros más enérgicos. Están más
cómodos de rodillas, admirando a aquellos países más grandes que los han comprado.

6. Un país donde el 95 por ciento del territorio está al norte de las grandes ciudades, lo cual
induce a sus habitantes urbanos a tratar esos territorios como una región embarazosa y
retrógrada y a fingir que ellos están situados cientos de kilómetros al sur, entre Nueva York y
Florida.

canibalismo Hace unos años, en una cena en St. Tropez, un médico colonial retirado y
nonagenario se puso a contar sus experiencias con caníbales en el Camerún, cuando él tenía
veintiún años. Estábamos en una terraza que daba sobre la gran bahía; las luces de otras
ciudades orlaban la costa.

Su relato giraba sobre los problemas administrativos que producía el fenómeno. ¿Era un delito?
¿Según qué ley? ¿Quién debía ser castigado? En algunos casos, una aldea entera había
consumido el cuerpo. ¿Los aldeanos eran, en términos europeos, cómplices del homicidio? Este
era su primer puesto colonial y lo habían dejado como única autoridad civil de centenares de
kilómetros cuadrados. En este distrito, las aldeas estaban aisladas unas de otras.

Al fin interrumpí para preguntar lo que me parecía una pregunta clave. ¿Cómo comían a los
humanos? El médico me miró sin entender.

“¿Asados o hervidos?”, pregunté.

Con una enérgica muestra de desprecio —esa clase de energía que era común en el lenguaje
antes que la electrónica lo enfriara—, respondió:

“¡Hervidos, por cierto! ¡Hervidos!”

Las civilizaciones sensatas, que no han sufrido las distorsiones propias de las modas urbanas,
son unánimes en cuanto al modo más saludable de cocinar la carne. Algunas la asan después de
hervirla. Pero todas la hierven. Esto elimina el excedente de grasa y otras enzimas insalubres,
además de pone tierna a la carne. Sólo los salvajes más simples asan la carne a la parrilla. Lo
interesante es que esta intuición primitiva y universal está confirmada por ciertos químicos
contemporáneos, quienes han descubierto que la carne asada sufre un reacomodamiento
molecular que es malo para quien la come y puede contribuir al cáncer.

Según el médico colonial, estos incidentes no implicaban ninguna mitología religiosa ni social,
salvo que los aldeanos no comían a los suyos. Pero si andaban escasos de comida y un forastero
atravesaba la región, lo mataban y lo hervían. En el curso de cada año le presentaban dos o tres
casos y esto provocaba un sinfín de trastornos. Ver croissant.

capitalismo Un concepto que ha trascendido la etapa de la discusión sensata.

El capitalismo puede ser una útil herramienta social o un arma de descarada explotación
humana. Todo depende del modo en que se regule. El capitalismo en sí no contiene valores
éticos. Quienes lo usan deciden con sus actos si es una fuerza buena o mala.

Cada sistema económico tiende a estar más cómodo en ciertas circunstancias que en otras. El
capitalismo está más a sus anchas en una sociedad no democrática.

No es que cualquier dictadura sirva. Dos tipos en particular pueden ser desastrosos. La primera
es la dictadura burocrática, cuando un país está dominado por una religión o ideología estatal,
como la ex Unión Soviética. En segundo lugar están las dictaduras personalizadas, donde todos
los tratos económicos pasan por las manos del dictador, su familia y sus amigos.

El capitalismo medra en la dictadura autoritaria evolucionada. Allí las calles están tranquilas, se
desalienta el disenso y se reprime el desorden. Se pierde poco tiempo en politiquería, debates,
elecciones y legislaturas fatigosas e ineficaces. Durante décadas se mantienen los mismos
ministros y lineamientos. Esto requiere una mano férrea que, sin embargo, sea benévola. Los
individuos deben tener la libertad de ganar dinero y gastarlo como deseen, creyendo que
mientras no cuestionen el sistema podrán vivir en paz, mantener su riqueza y legarla a sus hijos.

Los días de gloria de la Revolución Industrial llegaron a Inglaterra antes que una serie de
reformas parlamentarias crearan algo parecido a una asamblea designada por elecciones justas.
Con el ascenso de la democracia de masas a finales del siglo diecinueve, el sistema capitalista
comenzó a estancarse, luego a declinar, y nunca se ha recuperado. En Francia, los momentos
mayores del capitalismo ocurrieron bajo dos dictadores benignos: Luis Felipe y Luis Napoleón;
en Alemania prosperó dichosamente con el káiser Guillermo.

En Estados Unidos el sistema capitalista se estableció bajo la esclavitud. Su momento de gloria


llegó en el último cuarto del siglo diecinueve y el primer cuarto del veinte, cuando la fuerza
laboral estaba compuesta mayormente por inmigrantes que todavía no eran ciudadanos o aún
eran políticamente pasivos. La esclavitud aún funcionaba en su forma legal de segregación. El
capitalismo se quejó mucho de 1932 a 1968, el período en que la participación pública estaba
más difundida y el gobierno prestaba más atención a las necesidades de toda la población.
Recobró su optimismo en los 70 y los 80, cuando la participación de los votantes cayó al 50 por
ciento en las elecciones presidenciales y mucho más en las del Congreso. Este periodo coincidió
con un ascenso del disgusto público por el proceso político, una declinación en la afiliación a los
sindicatos y una intensa desregulación.

El capitalismo estaba satisfecho con Hitler, feliz con Mussolini, muy feliz con Franco y eufórico
con el general Pinochet.

Esto no es lo que esperaban los primeros filósofos del capitalismo. El fenómeno del hombre
atemperado por el comercio, como lo imaginaron Adam Smith y David Hume, no se ha
producido. La opinión, otrora popular, de que la democracia florecía gracias al ascenso del
capitalismo ahora se puede ver en perspectiva. Su dificultosa relación nos demuestra que su
ascenso paralelo no es de causa y efecto.

Estos malentendidos no son sorprendentes. Ciertos hombres notables que escribían en el siglo
dieciocho trataban de adivinar qué traería el nuevo torbellino económico. Ahora tenemos la
ventaja de la experiencia.

Incluso Max Weber, a principios del siglo veinte, estaba convencido de que el capitalismo
burocrático, junto con la burocracia pública, sería una fuerza de eficacia, celeridad y precisión.
Ahora sabemos que se equivocaba. Las grandes corporaciones usan sus estructuras y su riqueza
para protegerse de sus propios fracasos, pero son ineficaces cuando se comparan con pequeñas
empresas dirigidas por sus dueños.

Estas visibles experiencias se nos han ocultado por obra de las interesadas relaciones públicas
de las escuelas de negocios, que siguen alimentando las estructuras, y el secuestro de gentes
como Edmund Burke y Adam Smith por parte de los ideólogos neoconservadores. Ellos
presentan a Smith como un apóstol del comercio irrestricto y los mercados no regulados. Lo
cierto es que Smith tenía una posición relativamente moderada y equilibrada que incluía la
regulación pública para evitar los excesos del capitalismo.

Ahora podemos ver cómo se cometieron ciertos errores de cálculo. Por ejemplo, muchos
imaginaban que la nueva República Americana seguía el modelo de la República Veneciana.
Veían la organización económica de Venecia como una solución para sus problemas. Rara vez
se molestaban con sus principios, que excluían elementos tales como el individualismo, una
ciudadanía responsable, la libertad de expresión y la democracia. Era una dictadura
corporativa casi perfecta.

Los grandes industriales filántropos de Estados Unidos —como Carnegie y Rockefeller— eran en
cierto modo descendientes ingenuos de la tradición veneciana. Parecían prometer una sociedad
conducida por la osadía económica. Junto con sus infraestructuras económicas, que se
convirtieron en las del país, dejaron maravillosos monumentos a la cultura. Pero el liderazgo de
estos magnates, por muy creativo que fuera, erosionó la posibilidad de un estado basado en la
ciudadanía.

Estas experiencias indican que la democracia y el capitalismo no son amigos naturales. Ello no
significa que deban ser enemigos. Pero si se permite que dirija sin trabas el sistema social, el
capitalismo intenta corromper y socavar la democracia, que a fin de cuentas no es un estado
natural. La democracia fue una creación gradual y dificultosa contra los deseos declarados de los
sectores naturales de poder (autoridad, fuerzas armadas, clases). Se requiere constante
participación y sólo se puede mantener mediante la tenacidad de la ciudadanía.

Una democracia funcional, no obstante, necesita crear riqueza. En consecuencia, requiere cierta
dosis de capitalismo. Al definir cuidadosamente los límites concedidos a ese fenómeno, el
gobierno responsable puede permitir el éxito del proceso de creación de riqueza. Ello no
significa que la democracia pueda crear capitalismo ético. Ello equivaldría a imputar valores que
no existen. Sin embargo, la democracia puede trazar reglas de procedimiento basadas en la
ética. El capitalismo se sorprende entonces al descubrir que puede producir riqueza dentro de
las reglas del juego democrático, siempre que sean perfectamente claras y estén diseñadas con la
creación de riqueza en mente. Ver corporativismo y libre comercio.

Carlyle, Thomas Existe cierto placer en escoger a individuos desagradables del pasado y
culparlos por todo lo que ha ido mal desde entonces. Lamentablemente este es un modo
inadvertido de adherir a la perspectiva Heroica de la historia, donde todo depende del Gran
Hombre.
Al avanzar el siglo diecinueve, también cobraba fuerza la batalla entre las fuerzas de la
democracia y la dictadura, y reiteradamente se enfrentaban. El papel de Thomas Carlyle
consistió en reunir todas las ideas antidemocráticas que circulaban en una sociedad adicta a los
Grandes Hombres —ideas generalmente inspiradas por la aventura napoleónica— para crear
una historia integrada de la civilización. On Heroes, Hero-worship and the Heroic in History se
publicó en 1841, el año en que los restos de Napoleón regresaron triunfalmente a París.

El concepto de Carlyle tuvo un enorme impacto. Había sintetizado aquello que los elementos
antidemocráticos de la sociedad procuraban expresar. No era el primero en invocar la teoría del
Gran Hombre. Hegel lo precedió. Friedrich Nietzsche, León Bloy, Max Weber y Oswald Spengler
le siguieron de cerca. Pero fue Carlyle quien lió pulcramente toda la teoría en una forma
intelectualmente respetable pero populista.

Pues, según entiendo, la historia universal, la historia de lo que el hombre ha logrado en este
mundo, es en el fondo la historia de los Grandes Hombres que allí han obrado. Estos grandes
fueron líderes de hombres, los que modelaron, inspiraron y en sentido amplio crearon aquello
que la masa general de los hombres logró hacer o alcanzar; todas las cosas que vemos realizadas
en el mundo son el resultado material externo, la concreción y encarnación práctica, de
pensamientos que moraron en los Grandes Hombres enviados al mundo.

Uno de los trucos más eficaces de Carlyle consistía en juntar en una clase Heroica a famosos
poetas, filósofos y mártires con generales y dictadores. En su capítulo sobre Dante y
Shakespeare, sostiene que “en el hombre está la misma admiración peculiar por el don Heroico,
llámese como se llame”.2 Mientras habla de Dante, menciona dos veces a Napoleón. Forman
parte de la misma familia Heroica.

Desde luego, el poeta florentino era un genio que hizo una importante contribución a nuestra
civilización. Pero Dante nunca buscó la abyecta adoración de otros. Habría detestado la actitud
obsequiosa de Carlyle. No hay ninguna adoración en el modo en que escribió sobre los famosos
difuntos que figuran en la Divina Comedia.

Cuando Carlyle analiza a Napoleón, trata los defectos del Gran Hombre como mero “humo y
desecho”.3 Este contraste entre el Héroe y sus debilidades es central para nuestros debates
contemporáneos sobre “personalidad”. Y continúa desempeñando un papel como mecanismo
para atentar contra el derecho del ciudadano a juzgar a sus dirigentes en asuntos de
importancia.

Para mí, en estas circunstancias [...] el culto de los héroes se vuelve inexpresablemente precioso;
el hecho más consolador que vemos en el mundo del presente. Hay esperanza duradera en él para
la gestión del mundo. Si todas las tradiciones, disposiciones, credos y sociedades que los hombres
jamás crearon se hundieran, ésta permanecería. La certidumbre de que nos envían Héroes,
nuestra facultad, nuestra necesidad de reverenciar a los Héroes cuando los envían, brilla como
una estrella polar a través de las nubes de humo, las nubes de polvo y toda forma de decadencia y
conflagración.4

El saber convencional sostiene que la última guerra mundial nos liberó de estas actitudes
Heroicas. Pero basta un examen superficial del debate político contemporáneo para revelar que
todavía estamos atrapados en el sueño de liderazgo Heroico de Carlyle.

Esa palabra —liderazgo— se puede encontrar en toda frase que aborde el estado de nuestra
civilización. Liderazgo. Falta de liderazgo. Necesidad de liderazgo. La causa de nuestros
problemas. La solución de nuestros problemas.
Carlyle era un hombre devorado por la angustia. Perdió su fe calvinista en la juventud y pasó el
resto de su vida buscando desesperadamente algo o alguien a quien entregarse. Detestaba su
incertidumbre, temía la duda. Hacia los treinta años ya escribía que “la duda sólo puede
eliminarse mediante la acción”, y la acción requería una figura autoritaria que encabezara la
marcha. No se preguntaba cuál era el propósito de la acción. Esa era responsabilidad de los
Héroes: “Os digo: encontradme al auténtico Könning, rey u hombre apto, y tendrá derechos
divinos sobre mí”.5

Los filósofos que proponen el culto de los héroes son hombres llenos de odio por si mismos y de
temor. Adoran el poder y a los dueños del poder. Carlyle es un nombre que rara vez aparece en
la conversación cotidiana, pero fue él, con su turbada psique, quien logró insertar en la sociedad
moderna nuestro temor a la duda, el culto de la acción y la necesidad de liderazgo Heroico. Ver
Héroes.

Casa Blanca, personal de la Como todas las guardias pretorianas, separa al dirigente de las
partes legalmente constituidas de un gobierno. Así también separa al dirigente de la población.
No importa si esta protección se logra mediante armas físicas o políticas.

Los que sirven en una guardia pretoriana no tienen status legal en la estructura del gobierno.
Sirven a gusto del líder. Esto significa que son cortesanos, al margen de que usen armas
romanas, atuendo palaciego o un diploma de Harvard.

Uno de los primeros actos del presidente Clinton al tomar el mando en 1993 fue reducir el
personal de la Casa Blanca de 1.394 a 1.044 personas. Siempre es bueno ahorrar unos millones
de dólares. ¿Pero qué hacía el presidente con 1.394 asesores personales? La constitución le
suministra un conjunto oficial de consejeros —los miembros del gabinete— que son aprobados y
regulados por el cuerpo legislativo. Cada uno de ellos tiene responsabilidad sobre una amplia y
competente burocracia cuya función es aconsejar y servir al presidente por medio del jefe de
gabinete.

Si un presidente se rodea con una gorda rosca de cortesanos extraconstitucionales, es sólo para
protegerse de las instituciones que fueron creadas por la constitución con el objeto de dar una
forma responsable al gobierno democrático. Desde luego, los presidentes siempre han tenido
asesores personales. Woodrow Wilson tenía cinco. Este es uno de esos casos donde un aumento
gradual de tamaño en un largo período de tiempo al fin constituye un cambio cualitativo. Los
que trabajan en la Casa Blanca quizá no sientan este incremento histórico.

Pero a partir de Richard Nixon, cada presidente electo al fin resultó víctima del personal de la
Casa Blanca. Incluso se podría alegar que sus presidencias sufrieron graves perjuicios y en
algunos casos fueron destruidas por los cortesanos que los rodeaban.

A fin de cuentas, las guardias pretorianas terminan por destruir a los líderes que sirven. Es una
de sus características. Es el resultado natural de dejar la responsabilidad en manos de personas,
sean cuales fueren sus intenciones, que ejercen el poder público fuera de las estructuras legales
del estado. Existen sólo como reflejos del dirigente, pero pueden actuar como si ellos mismos
fueran reales. Se parecen a los muertos vivientes de un cuento de terror. Ver cortesanos.

caspa La respuesta suele ser el vinagre. Para algunos problemas hay soluciones. Lo que
llamamos caspa suele ser consecuencia de un desequilibrio de pH en la piel, y el champú lo
exacerba. Lavarse el pelo con un sencillo champú sin detergente, con jabón, con aceite de oliva,
con cerveza, casi con cualquier cosa. Enjuagar. Cerrar los ojos y verter vinagre. (Quizás el mejor
sea el que es barato pero natural, como la sidra de manzana. El olor estimulará conversaciones
interesantes en las duchas de los vestuarios y la explicación nos ganará amigos). Esperar de
treinta a sesenta segundos. Enjuagar. Adiós olor. Y adiós caspa.

Los dermatólogos, los farmacéuticos y las compañías farmacéuticas conocen este sencillo
secreto. No lo revelan porque ganan dinero convirtiendo la caspa en un complejo problema
médico y social. Por la mayoría de las normas profesionales, esto equivaldría a una
incompetencia o tergiversación legalmente definible.

Los champús anticaspa que prometen mantener limpios los hombros y la cabeza son
detergentes abrasivos que pueden provocar calvicie, lo cual debería constituir mala práctica.

Chicago, Escuela de Economía Gran centro de la escolástica contemporánea. Los


economistas que trabajan o se originan allí son tan importantes para el estancamiento del
pensamiento útil como los escolásticos de la Universidad de París en la cumbre de la Edad
Media.

Como en la escolástica de París, su dominio de complejos detalles retóricos oscurece un gran


vacío en el centro de su argumentación. También comparten un genio táctico para exportar sus
definiciones conceptuales a centros menos importantes de todo el mundo. El resultado es una
grata sinfonía de ecos internacionales que imitan sus cálculos y cadencias y así confirman su
corrección, aunque sus políticas provoquen desastres económicos. La sección de percusión de la
orquesta de Chicago es el comité Nobel de economía. Cada medalla de oro es como otro
pergamino congratulatorio presentado al final de un complejo debate teológico.

¿Pero qué hay del contenido? No mucho. ¿Qué hay de Friedrich Hayek y Milton Friedman?
Estos tomistas menores predican la inevitabilidad, así que aconsejan la pasividad.

Lo que llaman economía libertaria es una notable venganza de la escolástica contra los hombres
del Iluminismo, que teóricamente la habían destruido. Si arrancamos la maraña de hojas
intelectuales de la Escuela de Chicago, sólo queda un gran Dios relojero que ha puesto el mundo
en marcha. Pero la conclusión del Iluminismo era que la indiferencia de Dios dejaba a los
humanos en libertad de organizar el mundo a su antojo. Chicago ha deformado esta idea al
extremo de invertirla. El gran reloj se ha transformado en un sistema absoluto que lo abarca
todo. El mundo posee una verdad económica absoluta y debemos adorar pasitamente su
majestad.

Esto es una negación de la experiencia occidental. Es un desatino que sólo conforta al poder que
cada vez más se integra a las estructuras corporativas.

El pensamiento estratégico puede ahorrar mucho tiempo que se derrocha en tácticas. Muchos
problemas económicos de Estados Unidos y de Occidente se solucionarían clausurando la
Escuela de Economía de Chicago.

Esto no impediría que los académicos allí empleados predicaran sus doctrinas antisociales y
amorales. Serían acogidas con deleite por los cientos de émulos de la Escuela de Chicago. El
propósito de la clausura consistiría en arrebatar a una ideología tendenciosa su posición
inexpugnable dentro de las estructuras de poder contemporáneas. En 1722 se aplicó a la
civilización europea un saludable tratamiento de choque del mismo tipo, cuando la Compañía de
Jesús fue desbandada. El efecto fue liberar las ideas del Iluminismo. Ver BrettonWoods,
crecimiento, depresión, libre comercio y regulación.

cinismo Un magnífico mecanismo social para impedir la comunicación.

Encontramos cinismo en personas que se consideran ante todo miembros de una clase o grupo
ideológico y no individuos. Indica falta de confianza en sí mismos. A través de una apariencia de
fatiga mundana, procura sugerir la posesión de conocimientos exclusivos. El cínico sabe, los
ignorantes no tienen derecho a molestarlo.

Como no es posible el diálogo, las actitudes grupales del cínico no se pueden cuestionar. El
cinismo es así una acritud agresivamente condescendiente que aborta el debate para ocultar la
inferioridad.

En consecuencia, se ha revertido la idea dieciochesca de que se actuaba mal por ignorancia. En


cambio, la posesión de un conocimiento experto se usa regularmente para alegar que sólo los
ingenuos no entienden por qué es necesario, incluso bueno, actuar mal. El movimiento
neoconservador ha difundido este enfoque como un modo de justificar políticas económicas
que producen sufrimiento.

cirugía cosmética Perjurio cosmético.

ciudadano, na El individuo es esencialmente un ciudadano. Esta es una realidad heredada de


Atenas. No tenemos más opción que aceptarla porque la democracia no puede funcionar de otra
manera. Es posible andar a los brincos, con ciudadanos que votan en ocasiones y se rehúsan a
participar, y a quienes se les niega la mayoría de sus obligaciones, pero el resultado es un
sistema superficial y deshonesto y una población continuamente insatisfecha consigo misma.

Si el individuo no es primero un ciudadano, las obligaciones y privilegios que acompañan ese


estado se pierden y la persona deja, en la práctica, de ser un individuo. Ver Sócrates.

civilización La definición más breve de la civilización puede ser la palabra lenguaje.

Esto no significa que las imágenes y la música sean de menor importancia. Es sólo que se
relacionan más con el inconsciente. En cierto modo forman parte de la metafísica y la religión.
La civilización, si significa algo concreto, es el mecanismo consciente pero no programado por el
cual los humanos se comunican. Y a través de la comunicación conviven, piensan, crean y
actúan. Ver duda.

civilización aplicada Dádiva de los física o económicamente fuertes a los más débiles. Ver
civilización.

civilización occidental Este fenómeno es particularmente agresivo en lo concerniente a su


superioridad. Aun entre ellos, los occidentales afirman constantemente que tienen la mejor
religión, lenguaje, método de gobierno o producción. Se desviven por enseñar a la gente de todo
el mundo a vestirse, rezar, criar a sus hijos y organizar sus ciudades.
Al principio los no occidentales quedan fascinados, luego paralizados, por nuestra insistente
arrogancia. Y cuando, una década después, nuestra reorganización lleva al desastre ciudades
como Bangkok o causa hambruna y pobreza urbana en la mayoría de las economías africanas, se
sienten obligados a seguir consejos occidentales para salir del atolladero.

¿Por qué somos tan entrometidos y presuntuosos? ¿El cristianismo?¿La deformación del
cristianismo? ¿La Reforma? ¿La caída del cristianismo? Estas son sólo cuatro entre muchas
explicaciones típicas y contradictorias.

Quizá sea porque no nos hemos repuesto de ser los bárbaros. Nuestro problema nunca ha sido la
caída del Imperio Romano sino, con algunas excepciones italianas, el hecho de no ser romanos,
que sentían lo mismo por no ser griegos.

La historia occidental devanea acerca de la creciente dependencia de los decadentes romanos


respecto de los viriles bárbaros que poblaban sus ejércitos. Tan viriles que al fin saqueamos y
tomamos Roma. Esta interpretación deja la impresión de que Roma estaba llena de gente obesa
tumbada en el suelo, embriagándose o fornicando. Pasamos por alto que Roma había llegado a
ser una civilización elevada y, desde un punto de vista cristiano, positiva. Un mero vistazo a esos
mosaicos del siglo quinto que hay en Rávena muestra un nivel de destreza artística que nosotros,
los bárbaros, vimos y admiramos pero no pudimos asimilar. Y así se perdió durante mil años.
Habremos conquistado Roma, pero seguimos siendo patanes. Como indican los documentos de
la época, las elites del imperio nos trataban como tales.

Carlomagno no sólo reclamaba legitimidad histórica cuando se hizo coronar emperador romano
por el Papa León III en San Pedro, en la Navidad del año 800. Estaba cediendo a sus emociones
coloniales al reclamar el status de quienes habían sido superiores a su gente. Como el clásico
nuevo rico, había triunfado en sus propios términos pero se sentía obligado a envolverse en el
ropaje de aquello que nunca podía ser. Carlomagno era el gran rey de una tribu numerosa pero
retrógrada, los francos (Ver progreso). No era un emperador romano. Era un bárbaro.

La larga y oscilante batalla por la corona de sacro emperador romano entre las tribus de Europa
prolongó este indigesto complejo de inferioridad. Luego los reyes alemanes y rusos se
declararon cesares (káiser, zar). En nuestro siglo, dictadores y demócratas han reclamado
repetidamente el pasado de los señores romanos.

Pero en el último medio siglo esta disputa ha girado sobre una apariencia ilusoria. A fin de
cuentas, la realidad del poder se había desplazado de las tres tribus europeas a América del
Norte, un nuevo alejamiento de Roma. Y el complejo de inferioridad la siguió de manera
acumulativa.

Ningún país ha imitado más la arquitectura y los manierismos romanos que los Estados Unidos.
Una primera identificación con el ideal honesto pero militarista de Cincinato pronto declinó en
un gusto por los “triunfos” y el “pan y circo”. George Washington se habría horrorizado, pero
estaba muerto cuando el Congreso lo hizo esculpir, en tamaño descomunal, como Zeus
otorgando la libertad.23 No está claro por qué Zeus otorgaría la libertad, salvo para brindar una
legitimidad mitológica.

Al trastabillar el sueño americano, el sentido de superioridad nacional se apoya cada vez más en
la utilería romana del poder. El elemento más obvio es un emperador debilitado que hoy está
rodeado por más de mil asesores personales. Los romanos lo llamaban guardia pretoriana.
Cuando los funcionarios del gobierno se dirigen al aeropuerto desde sus casas de Washington,
las cuales han equipado con alarmas y rejas para mantener a raya a sus conciudadanos, es para
decir a los no americanos, ricos y pobres, que deberían hacer las cosas al estilo americano. Ver
superioridad.

clase Aunque América del Norte nunca ha tenido clase y en Europa es cosa del pasado, hay
muchas agencias de viaje exclusivas que organizan fines de semana pagos en casas de campo
inglesas donde los viajeros se alojan como huéspedes del baronet, o bien alquilan piani nobili en
palazzi italianos. Esto y la profusión de hoteles románticos en châteaux nos recuerdan que en
una sociedad igualitaria la duquesa de hoy es la casera de mañana. Como ha demostrado la
señora Simpson, la casera de hoy puede ser la duquesa de mañana. Todos tienen igual derecho a
la desigualdad. La regla básica para los hombres que buscan ascenso social por medio del
matrimonio es ignorar los títulos, modales y casas hasta haber establecido claramente si la
mujer está subiendo o bajando por la escala.

Clausewitz, Carl von Clausewitz es para la estrategia militar aquello que Descartes es para
la filosofía: una excusa para que los poderosos traten como inevitable aquello que la
mediocridad y el saber convencional no pueden superar.

Con frecuencia los generales y comentaristas militares del siglo veinte culpan a este estratega del
siglo diecinueve por el advenimiento de la guerra total y por la guerra usada como continuación
de la política civil.

Dado que Clausewitz no recomendó ninguna de ambas cosas, pareciera que necesitan un chivo
expiatorio que justifique estrategias que, en ausencia de propósito y forma, han confundido las
estructuras administrativas, la tecnología y la violencia prolongada con la resolución.

CNN Reencarnación privada de Voice of America,*6 sólo que un sistema de financiación


brillantemente simple ha reemplazado la financiación oficial y el compromiso con la política
exterior oficial.

La fórmula de CNN consiste en informar sobre los asuntos públicos a la manera de una emisora
comercial de televisión de Estados Unidos e irradiarla a todo el mundo. Esto significa escoger
algunos acontecimientos internacionales destacados, que luego son reducidos a una forma
visual semejante a la de los titulares sensacionalistas, todos comunicados desde el punto de vista
estadounidense. Estos atisbos de internacionalismo luego se mechan con documentales blandos
sobre temas menores, como el cierre de una base naval en Dakota del Sur o la difusión de una
nueva enfermedad venérea entre los automovilistas ciegos de California.

El secreto del éxito de CNN es el matrimonio de la tecnología satelital con el poder del mito
norteamericano, en otras palabras, propaganda moderna. Y la propaganda puede ser rentable
además de útil.

Voice of America no carecía de méritos, y CNN tampoco. En un momento de gloria periodística,


durante la Guerra de Irak, CNN sorprendió a la comunidad internacional de periodistas cuando
dejó un reportero en Bagdad, brindando así el único contrapunto informativo en la noticia bélica
más controlada de los tiempos modernos.

En 1993 había vuelto a descender a su nivel natural. Esto significaba cubrir la revuelta
parlamentaria de Moscú con portentosas declaraciones, pero sin dejar el estudio. Su mensaje al
mundo era fiel reflejo del mensaje del presidente de Estados Unidos.
coleccionistas En 1983 el empleado de un banco parisino no se presentó en su oficina. La
policía forzó la puerta del apartamento, pero la encontró bloqueada por lo que resultó ser una
sólida masa de desechos que llenaban todo el apartamento hasta un metro del cielo raso.
Encontraron al empleado bajo una manta, en lo alto de la pila. Había muerto mientras dormía.
Lo que se describió públicamente como basura consistía en realidad en zapatos viejos, ropas
viejas, maletas abandonadas, trapos, botellas vacías y trozos de papel. El apartamento estaba tan
abarrotado que el coleccionista tenía que comer, bañarse y cambiarse en otra parte. Para salir
por la puerta tenía que desplazar una sección entera.

Había limpiado, lavado y cepillado cada artículo antes de añadirlo a la colección. El empleado
tenía cuarenta y nueve años y murió por causas naturales no determinadas. Quizá fueran gases
que emanaban de la ropa y los periódicos.

Coleccionar objetos es una obsesión que puede ser positiva o negativa. El coleccionista positivo
cree que junta objetos para deleite propio o ajeno. La personalidad negativa confunde su
colección con la inmortalidad, y así con el poder.

Hay una alegría contagiosa en los coleccionistas positivos. De modo casi pueril ofrendan su vida
a la persecución de la belleza, como Nabokov con sus mariposas. En esta obsesión no son
creadores sino detectives, y saben que en alguna parte pueden exhumar aún más objetos
maravillosos escondidos; escondidos porque la vida cotidiana puede ser cruel con la belleza y
con frecuencia es perdida u olvidada. Estos coleccionistas son los agentes de nuestra memoria
colectiva. Su arma no es el dinero (aunque con frecuencia lo necesitan). Se valen de la intuición
y un ojo avizor. Son los auténticos creadores de nuestras colecciones públicas.

Los curadores de museos a veces son coleccionistas. Pero con mayor frecuencia son los
tecnócratas y contables de la creatividad.

Su obsesión no es la belleza, sino la identificación precisa de estilos. Una de sus principales


funciones consiste en seducir a coleccionistas negativos de cierta edad y convencerlos de legar
sus objetos adonde corresponde. Esta es una profesión macabra que implica importunar a
ancianos incontinentes y postrados que ocultan sus mejores objetos baje la cama como si
pudieran llevárselos al morir, y a matronas que rara vez salen de su apartamento y viven
rodeadas por sus desechos de belleza histórica.

Estos coleccionistas y curadores clarifican el pasado. Al exponer el sentido y el placer de las


creaciones pueden volver útil la historia. Pero sus museos desempeñan un papel cada vez más
confuso: vastos almacenes atiborrados de objetos que nunca se exhiben, curadores luchando por
obtener más piezas. André Malraux señaló que la idea del museo tiene sólo dos siglos, y que han
servido para separar el arte de su función y así liberar la belleza.

¿Pero es libre si no tiene función? ¿Puede existir la belleza sin función? Nuestro énfasis en la
admiración de objetos deriva en nuestra sociedad que gasta más en coleccionar, limpiar,
restaurar e identificar que en crear. Los que sienten fascinación por la nueva tecnología quizá se
interesen más en la arqueología de la belleza que en su creación. El acto de delegar nuestro
sentido estético en coleccionistas y curadores —carroñeros y patólogos— sugiere que la belleza
sin propósito nos confunde.

comedia El uso del lenguaje menos controlable y en consecuencia el más amenazador para los
poderosos.
En las sociedades clasistas se pone mucho énfasis en los acentos y las fórmulas lingüísticas. Así
la civilización se define como la elegancia verbal que se requiere para no comunicarse con otras
personas. En esos casos el lenguaje está destinado a resbalar por los bordes de los temas
importantes. La comedia se reduce a la inocua elegancia del ingenio diestro y ameno.

En la sociedad contemporánea, la respetabilidad se asocia con la pericia. Los temas son


controlados por quienes saben hablar adecuadamente sobre ellos. Esta dialéctica de la pericia
es oscura y seria. Requiere la gravedad del experto. El efecto sobre el debate público consiste en
transformar toda levedad en irresponsabilidad. Casi todos entienden que deben usar lenguaje
responsable cuando hablan de cuestiones públicas. Los individuos alejados del poder y del
lenguaje especializado tratan de repetir las fórmulas de los economistas cuando hablan de la
deuda, como si todos fueran asesores del gabinete.

En esta atmósfera la comedia es excluida y se reduce a un vil entretenimiento destinado a


distraer al no experto. Las comedias de televisión son ejemplos. La comedia se limita a
carcajadas moralistas que refuerzan la autoridad del lenguaje controlado, serio, especializado.

A la auténtica comedia le importa un bledo la respetabilidad. No pertenece a una clase ni a un


sector y se burla del poder y los poderosos.

Los reyes medievales inteligentes mantenían bufones en la corte para recordar los limites
naturales de su poder ilimitado, pero también para impedir que las nubes flotantes de
cortesanos los amarraran con su abstrusa servidumbre. En sus inicios la novela era el dispositivo
más eficaz para cuestionar el poder constituido, las verdades y el lenguaje mediante la sátira,
que a menudo era corrosiva y perversa. Swift, Voltaire, Cervantes, Rabelais y Fielding se
negaban a respetar las reglas. Se burlaban del orden establecido quitándole su protectora
armadura de dignidad.

Salman Rushdie ha declarado que lo peor de su situación es que todos han olvidado que Los
versos satánicos es una novela cómica. Tomarla en serio es el beso de la muerte. También
comenta que cuando Mahoma capturó La Meca en el 630, después de su fuga de ocho años
antes, fue muy tolerante. Pocas personas fueron castigadas y sólo dos escritores fueron
ejecutados. No obstante, ambos eran satiristas.7

En el pensamiento clásico la gente imaginaba enfrentamientos entre el sabio y el tirano. Con


frecuencia el sabio usaba la sátira y el ingenio para conservar el pellejo mientras cantaba sus
verdades.

¿Pero cómo podrían los filósofos contemporáneos cumplir esa función cuando pasan encerrados
en la escolástica de sus abstrusos estudios? La profesión nunca se ha recobrado de la opresiva
influencia de Immanuel Kant.

Los cómicos de burlesque han adoptado ciertos aspectos de esa función. Algunos llevan
cuchillos sociales muy afilados, pero la mayoría parecen aislados de los mecanismos de poder. Y
los poderosos también han descubierto la comedia. Stalin y Mussolini eran grandes bromistas
de una especie mortífera. Los falsos Héroes de la política moderna han descubierto sus
privilegios de chuscos. El presidente de Estados Unidos regala sombreros graciosos a los
senadores y se hace taclear en campos de fútbol por equipos enteros de cortesanos. Estas son
relaciones públicas cómicas, un regreso al humor de la regia “nobleza obliga”. Invierte el papel
de la comedia al ponerla al servicio del poder.
¿Pero cómo puede la comedia tener poder en una sociedad tecnocrática? La monotonía del
discurso intelectual moderno y la insistencia en el conocimiento especializado son las barreras
que los escritores deben franquear para liberar el lenguaje y así nuestra capacidad para
comunicarnos. La comedia es una de las últimas armas que nos quedan. Ante todo, el escritor
tiene que resistir la seductora llamada de la respetabilidad, que ahora se viste con mil formas,
desde profesorados y premios hasta títulos honoríficos, medallas y la llamada de sirena del arte
por el arte, que nos induce a tomarnos tan en serio.

Si los escritores y lectores consideran que deben actuar de manera respetable, la comedia ha
muerto. Y lo que vale para el escritor vale también para la ciudadanía. No hay motivo por el cual
todos nosotros —con la excepción del jefe de gobierno y los encargados de las políticas
económicas— debamos preocuparnos por parecer responsables cada vez que abrimos la boca. La
gravedad es mucho menos útil que la indagación irresponsable. Ver existencialismo y serio.

comercio Droga milagrosa que antes era una actividad práctica.

Casi todos los economistas, políticos, empresarios y burócratas creen que el incremento del
comercio es el mejor modo de salir de nuestra depresión porque crea empleos y riqueza.

Curiosamente, hemos comerciado más en los últimos veinte años que nunca en la historia. Cada
año hubo notables incrementos netos, pero cada vez nos hemos hundido más en la depresión.
¿Esto significará que no todo el comercio crea empleos y riqueza? ¿O será que el comercio no
siempre crea empleos y riquezas, sino que también puede destruirlos?

¿Será más preciso decir que hay un comercio creativo y un comercio destructivo? Sus efectos
parecen depender del lugar que ocupemos en la historia, de nuestras circunstancias económicas
y de nuestra posición geográfica. En tal caso, el comercio es un mecanismo potencialmente
valioso sin valor inherente.

Esto no es lo que pensaban Adam Smith y David Hume. Pero su idea del comercio giraba
alrededor de empresas mucho más pequeñas dirigidas por comerciantes y fabricantes que
tenían la relación directa de ser dueños. Sin entrar en el incesante debate acerca de la capacidad
del comercio para producir racionalidad y temperancia, se puede alegar que —con el ascenso de
una tecnocracia gobernante que no es dueña, de corporaciones transnacionales amorfas y de
valores corporativistas— el papel del comercio ha cambiado radicalmente.

Los empleos y la riqueza son creados por la imaginación convertida en creatividad, así como por
la voluntad de correr riesgos con la creatividad y pensar a largo plazo. Tiene que haber también
suficiente estabilidad económica para que el riesgo y la creatividad de largo plazo sean rentables.
Cuando el comercio alienta estos factores, es un mecanismo positivo. Cuando los desalienta, es
negativo.

¿Por qué estamos entonces ciegamente obsesionados por la idea de que el incremento del
comercio debe producir prosperidad? Nuestros expertos insisten en que bastará un poco más
para lograrlo. Pero en otras conversaciones los mismos expertos nos dicen que en los países
desarrollados la producción industrial tiene perspectivas dudosas y que el desempleo crónico
quizás esté aquí para quedarse. El incremento del comercio parece acentuar estos problemas en
vez de mitigarlos.

Quizá la explicación sea que nuestra sociedad castiga la creatividad y recompensa el pensar
convencional. Y la idea más convencional del último cuarto de siglo ha sido que sólo podemos
prosperar mediante el comercio. Mientras esta convicción lineal sobrevive al fracaso constante,
crece el temor de estar cometiendo un error y así nos debatimos desesperadamente,
comerciando tal como esas personas que creen estar a dieta cuando en realidad sufren de
anorexia.

Un enfoque más sensato sería no tratar el comercio como una religión sino como una actividad.
Esto nos permitiría reflexionar sobre las implicaciones prácticas de los mecanismos comerciales
de hoy. ¿Qué estamos negociando y con qué propósito? Si el efecto de algo no es positivo, sólo la
ceguera ideológica o el masoquismo pueden inducirnos a afirmar que la salvación consiste en
seguir haciéndolo. Ver trabajo duro.

comercio con el enemigo La Trading With The Enemy Act (“ley de comercio con el
enemigo”) es la suprema arma militar de Estados Unidos.

Después de la derrota de fuerzas convencionales en Vietnam y Cuba, esta ley, que impide todo
comercio entre Estados Unidos y sus enemigos, se aplicó meticulosamente.

Dadas las complejidades de la inversión y el comercio internacional, nadie más puede hacer
mucho con un país que Estados Unidos ha puesto en su lista negra.

El gobierno de Hanoi sobrevivió doce años con efectivo procedente de Moscú. Cuando la Unión
Soviética empezó a derrumbarse, y también su ayuda externa, Vietnam no tuvo más opción que
rendirse y convertirse al sistema del mercado. La misma ley se sigue aplicando con Cuba, y con
el tiempo prevalecerá.

Quizá valga la pena mencionar dos pequeños detalles. Esta ley parece ganar victorias muy
precisas para el mercado libre. No tiene ningún efecto sobre los sistemas políticos y sociales. Por
ejemplo, los prisioneros políticos —entre ellos inofensivos monjes budistas— permanecen en las
cárceles de Vietnam.

Segundo, la ley no se aplica contra todos los enemigos de Estados Unidos. Tomemos el caso de
la guerra contra las drogas, que los presidentes declaran de cuando en cuando. Más de la mitad
de la heroína que se vende en Estados Unidos proviene de Birmania, con la connivencia del
gobierno birmano, una de las dos o tres dictaduras más crueles del mundo. La muerte, la
violencia y el desorden que la cultura de la droga ha introducido en las ciudades de Estados
Unidos ciertamente justifica el uso de la palabra “guerra”. Pero Washington no intenta disuadir
a las empresas de invertir en Birmania, y mucho menos lo prohíbe mediante la aplicación de la
ley.

¿Qué debe hacer un enemigo para que se lo trate como tal? Sería útil que el Departamento de
Estado publicara un folletín de instrucciones para revolucionarios confundidos, dictadores y
otros personajes extranjeros.

comida rápida, filosofía de la Ver McDonald, Ronald.

competencia Situación donde hay más perdedores que ganadores. De lo contrario no es


competencia. Una sociedad basada en la competencia es primariamente, pues, una sociedad de
perdedores.
La competencia es algo muy bueno, por cierto. Una sociedad compleja no puede prescindir de
ella. Por otra parte, si la relación principal entre los ciudadanos se basa en la competencia, ¿a
qué se reducen la sociedad y la civilización? El propósito de la competencia es decidir cuál es
mejor. Lo mejor se puede definir de varias maneras: más rápido, más barato, mayor cantidad.
Incluso mayor calidad. Lamentablemente, cuanto más desatada es la competencia, más tiende a
eliminar la calidad como algo demasiado complejo para ser competitivo.

El objetivo de la competencia, si se la deja fijar sus propias pautas, es que sólo se beneficien los
sanadores. Esto vale tanto para la economía como para el deporte. Y una sociedad que trata la
competencia como un valor religioso reducirá gradualmente a la mayoría de la población al
papel de espectadora. En esta situación la democracia es imposible, y también la estabilidad de
la clase media. Por eso el regreso a una competencia cada vez menos regulada, en las dos últimas
décadas, ha conducido a una inestabilidad creciente y una mayor brecha entre una elite cada vez
más rica y una población de pobres cada vez más grande.

Parecemos incapaces de decidir a qué competencia nos referimos cuando la tratamos como una
verdad religiosa (ver Santísima Trinidad — Finales del siglo veinte). En definitiva,
competencia es un término relativo. Todos quieren decir algo distinto cuando hablan de ella.

En una sociedad de clase media la competencia debe incluir los costos de una infraestructura de
clase media. En una sociedad del Tercer Mundo, estos costos secundarios son casi inexistentes.
Así, si personas de clase media compiten contra esclavos sin el beneficio de una desventaja
formal (por poner un ejemplo extremo), los esclavos serán más competitivos.

Cientos de factores crean cientos de niveles de competencia. Por eso en una competencia seria,
como el hockey o el fútbol, hay reglas estrictas que controlan el tiempo, el movimiento, la
cantidad, el atuendo, el lenguaje. La competencia no regulada es una ingenua metáfora de la
anarquía. Ver campo de juego llano.

complejo de inferioridad La característica más peligrosa de una figura pública. Alimenta la


agresión y el desprecio por los demás.

Alfred Adler explicó a principios de este siglo que todos sufrimos de cierta sensación de
inferioridad.25 Lo importante es el alcance de dicha sensación. Ninguna regla especifica qué niño
sufrirá de un incontrolable sentido de inferioridad. Puede ser un niño rico que asiste a una
escuela privada, hereda siete millones de dólares y termina por ser un magnate de la prensa, o
un niño pobre de ascendencia y nacionalidad dudosa nacido en la frontera austro-alemana.

Los individuos cuyo impulso primario nace de su sentimiento de inferioridad constituyen una
amenaza para el interés público. No sólo buscan el poder para autoafirmarse, sino que su
inseguridad les ayuda a lograrlo. Una vez allí, procuran demostrar la inferioridad de todos los
que están debajo. Su sensación de haber sufrido males justifica que su satisfacción emocional
prevalezca sobre cosas tan fundamentales como el bien público y la ética.

Esta gente se divide en tres grandes categorías. Están los que buscan ganar el amor de personas
importantes. Hoy los encontramos donde han estado siempre, aferrando los faldones de los que
tienen más poder que ellos. Pueden alcanzar una fama efímera como confidentes de los
poderosos. Luego desaparecen y caen en el olvido. En un nivel más alto, están los que buscan
posiciones donde ellos mismos serán amados. Ambos tipos son esencialmente abyectos: serviles
por naturaleza, intrigantes y traicioneros. El amor más grande que pueden sentir nace con el
acceso al poder, lo cual ratifica su desprecio por los demás y por sí mismos.
El tercer tipo procura vengar la humillación de su nacimiento y sus circunstancias. Una vez en el
poder, increpan y atropellan, hablan de la necesidad de rudeza, muestran desprecio por los
demás y los abochornan a sabiendas. Se sienten justificados por la convicción de que las
víctimas merecen sufrir, porque no son tan fuertes ni competitivas como para lograr el éxito.

Los personajes poderosos más destructivos suelen combinar las tres categorías.

Los que están dominados por su sensación de inferioridad usan su talento obsesivo para
manipular la inseguridad ajena. Así llegan al poder. Este éxito justifica su desprecio por los
demás y les permite sostener que uno siempre puede triunfar apelando a lo peor del público.

Comte, Auguste Habiendo inventado la sociología, en cierto modo es responsable de que la


sociedad haya regresado a la persistente creencia de que la conducta humana se puede
cuantificar, como sucedía en la Edad Media con el acto de pesar estadísticamente los pecados.
Entonces la conducta se puede modificar de un modo satisfactorio para el sistema de valores
establecido por los cuantificadores, tal como los pecados podían borrarse mediante el cálculo y
la venta de indulgencias. Ver autobiografía, Freud.

conferencias de negocios Aparte de ser un derroche del dinero de los accionistas, estas
reuniones de ejecutivos pueden plantear graves amenazas económicas.

Las conferencias tienen un tema, oficial o extraoficial. Un tópico, un nuevo método o un nuevo
mercado domina las charlas. Los concurrentes luego regresan a casa entusiasmados con el
último grito, trátese de una oportunidad asiática, un ahorro en el proceso de producción o un
libro de dietas. Este entusiasmo compartido justifica la conferencia. Rara vez tiene que ver con
la realidad económica, el sentido común o ciertos intereses. Las conferencias crean modas
empresariales e impulsan industrias enteras en direcciones extravagantes y a menudo
contraproducentes.

Cuanto mayor es la calidad de estas reuniones —las patrocinadas por periódicos de negocios o
escuelas de negocios, por ejemplo— más peligrosas son. Las reuniones nacionales e
internacionales que no tienen un propósito concreto son las más peligrosas porque buscan
desesperadamente soluciones. Gente importante se reúne para comentar el estado del mundo y
su industria y la relación que existe entre ambos. El prestigio de los poderosos —es decir, su
ego— requiere que se demuestren progresos. Es preciso centrarse en un tema, por rebuscado
que sea, para impedir que surja la duda mientras todos celebran reuniones decisivas.

La reunión anual de dirigentes empresariales y políticos en Davos, Suiza, es la que tiene mayor
difusión y menor sentido. Es la más vulnerable a una idea de moda que luego puede reverberar
en todo el mundo y dar credibilidad a la sensación de importancia que tienen los participantes.
Ver Aspen Institute.

confesionarios Las escuelas o facultades de negocios, de derecho, de medicina y de


administración pública se han dedicado recientemente a enseñar ética con cierto entusiasmo.
Esto ha constituido una reacción contra la difundida percepción pública de conducta antiética
por parte de las elites —sobre todo los dirigentes de las empresas— durante los años 80. El
escepticismo del público y el afán de las instituciones por aparentar que se portan mejor son
indicios de una crisis general de confianza en las elites racionalistas.
Sin embargo, la tendencia general de lo que se enseña en estas instituciones sigue siendo
antiética, o simplemente está distanciada de la ética.

El mercado, por ejemplo, es presentado como una forma de competencia pura que enaltece los
valores racionales y necesarios como la eficacia, la productividad y la ganancia. La ética que se
enseña en este contexto se reduce a un sacrificio no competitivo o algo que quizás haya que
desechar para facilitar la gestión.

¿Qué significa intercalar una hora de ética un viernes por la tarde, salvo el regreso a la visita
confesional semanal en una sociedad organizada para alentar el pecado? Enseñamos ética para
que la gente se sienta mejor al sentirse culpable. Quizá por eso la capilla de la Harvard Business
School fue financiada por los graduados del año de Michael Milken.*7 Ver ética.

confianza pública La facilidad con que los gobernados y los gobernantes caen en un estado de
desprecio mutuo demuestra que la confianza es una flor muy delicada.

El desprecio que sienten los gobernantes es una lamentable aspecto de la herencia platónica.
Para quienes se aterran al poder sin modestia, el desprecio por la población brinda una
sensación de superioridad, así como un grupo a quien culpar por sus propios fracasos.

No podemos culpar al pueblo por responder con emociones similares. En esto es alentado por
los falsos populistas, los corporativistas y otros enemigos de la democracia, porque la
destrucción de la confianza pública es el primer paso hacia la destrucción de un sistema político.

Conrad, Joseph El escritor moderno esencial. Demostró que la novela podía tener un tercer
siglo de relevancia si la narración se transformaba en metafísica disfrazada de realidad.

Muchos de los que siguen creyendo que la novela es esencial para la comunicación pública se
han esforzado por reconocer a Conrad como padrino espiritual, entre otros, Ernest Hemingway,
F. Scott Fitzgerald, Graham Greene, André Malraux, J. M. G. Le Clézio y Gabriel García
Márquez.

Su convicción se puede oponer a la prolongación del movimiento del arte por el arte, que es
paralelo a la obsesión de Occidente con la especialización. Como médicos que dedicaran su vida
a un solo órgano, estos escritores han intentado separar la narrativa en una multitud de
compartimientos herméticos. Su uso del lenguaje es divisorio y propenso a lo que podría
llamarse dialéctica literaria, semejante a la rígida dialéctica escolástica de la Edad Media.

La fuerza más obvia de Conrad es la de un polaco que llegó al inglés en su adultez. Mientras
otros escritores luchaban con el bagaje de sus respectivas literaturas, Conrad disfrutaba de una
libertad virginal. Así como su vida en el mar le había impuesto cierto sentido práctico, las aguas
desconocidas del inglés lo convirtieron en un explorador práctico del lenguaje. Y su libertad
emocional frente a cualquier país, con sus intereses y prejuicios, lo convertía en un universalista
natural. Cuando escribía acerca del poder, la ambición, la hipocresía o el coraje, escribía sobre
las cosas mismas de un modo que rara vez se ha logrado.

construcción Una de las causas de nuestra continua crisis económica:


1. Una sociedad obsesionada con la propiedad desvía capital esencial de las zonas de crecimiento
y lo hunde en el dominio pasivo de la tierra, los ladrillos y la argamasa.

2. Aunque la edificación puede crear infraestructura y empleos de corto plazo, es de utilidad


limitada para alimentar el crecimiento. Una vez construido, un edificio tiene dos funciones
económicas: justificar la recaudación de rentas o intereses (pasiva), o convertirse en eje de
especulación financiera por el valor de bienes ya existentes (engañosamente activa).

3. La especulación no relacionada con el crecimiento se ha convertido en valor central de las


economías occidentales. La propiedad es parte importante de esa especulación, al igual que el
mercado de dinero y la industria de los armamentos. Todas son formas de inflación pura y
desvían capital de las zonas de auténtica inversión y crecimiento.

4. Desde los años 60 la fiebre de la especulación con inmuebles ha seducido repetidamente a las
economías occidentales. En cada oportunidad, suculentas ganancias inmediatas borran de la
memoria el desastre anterior. Nunca en la historia hubo tantas “burbujas” económicas tan
desastrosas en tan corto período de tiempo.

5. Los bancos y los fondos de pensión son centrales para esta amnesia porque son las dos
principales fuentes de capital: los primeros mediante la financiación de las deudas, los segundos
mediante el reciclaje de los mayores depósitos de dinero disponibles. Si ha de haber nuevo
crecimiento en nuestras economías, debe ser financiado a partir de estos dos sectores. Pero
prefieren comprar propiedades.

Lo que les atrae es la ilusión de una garantía concreta. Cuando una empresa constructora va a la
quiebra, el prestamista obtiene la propiedad. En los papeles, el prestamista no puede perder.
Curiosamente, sin embargo, estas instituciones han perdido dinero en propiedades
reiteradamente en las últimas décadas. La razón es sencilla. La propiedad puede ser real, pero el
valor no lo es. Es un producto de la especulación.

6. Los gerentes que dirigen los grandes bancos de depósitos tienen afición por los edificios
grandes. Han derrochado gran cantidad de capital construyendo notables edificios para sus
sedes y torres imitativas en todos los centros financieros del mundo. La única función de estos
palacios es servir de almacén para una clase gerencial no productiva.

7. Toda sociedad necesita vivienda y espacio laboral. Una civilización atenta a su futuro se
asegura de que todos tengan cierta propiedad. Una civilización evolucionada procura garantizar
que tanto los edificios privados como públicos sean de la mayor calidad posible. La arquitectura
en este nivel es una expresión ética de la sociedad en general. Nuestros edificios se relacionan
cada vez menos con un uso o necesidad primaria, lo cual indica que hoy sólo nos interesa la
especulación. Ver depresión.

consultores En un intento de desacreditar a Sócrates, el sofista Antífono lo atacó de este


modo:

Sócrates, te niegas a recibir dinero por tu compañía. No obstante, si creyeras que tu manto, tu
casa o cualquier posesión vale dinero, no te desharías de ellos a cambio de nada [...] Claramente,
pues, si atribuyes algún valor a tu compañía, deberías obtener el precio adecuado por ella [...] No
puedes ser sabio, pues tu conocimiento nada vale.

Sócrates respondió:
Antífono, es opinión común entre nosotros, respecto de la belleza y la sabiduría, que hay un modo
honorable y un modo vergonzoso de otorgarlas. Pues ofrecer nuestra belleza a cualquiera a
cambio de dinero se llama prostitución [...] Lo mismo ocurre con la sabiduría. Quienes la ofrecen
a cualquiera por dinero son conocidos como sofistas, prostitutas de la sabiduría.9

Ver consultores académicos.

consultores académicos La universidad es el único ámbito organizado específicamente para


la busca de la verdad y la enseñanza del entendimiento. A finales del siglo veinte algunos
profesores han reinterpretado la premisa tradicional de que la verdad, siendo un valor supremo,
no tiene precio. Si es tan supremo, debe tener algún valor en el mercado.

Los académicos son los principales custodios de la memoria de la civilización occidental y, en


cuanto tales, de su estructura ética. La lucha por la independencia académica duró mil años, y la
difusión gradual de la titularidad permanente en el último siglo y medio constituye el paso
final en la protección de la libertad intelectual.

¿Qué significa, pues, que una gran parte de los académicos de hoy —sobre todo los especialistas
en ciencias sociales— vendan su pericia a empresas y gobiernos? Aquello que ofrecen —su aura
de pericia independiente— tiene un uso real y en consecuencia un valor cuantificable.

Cuando los abogados y los miembros de un grupo de intereses adoptan esta clase de actividad
pública, es vigilada y licenciada por el gobierno.

A veces se llama manejo de influencias, a veces cabildeo. Los científicos sociales escapan a estos
controles precisamente porque se considera que las universidades son independientes. La
cuestión que plantea su actividad comercial es si un profesor tiene el derecho moral de ganar
dinero con la independencia del mundo académico y con el valor que la sociedad ha atribuido a
la libertad de investigación.

Desde el surgimiento de las universidades europeas a principios del segundo milenio, hubo un
cambio gradual en la estatura de los profesores. Al principio eran sacerdotes o conocedores
autónomos cuyos ingresos venían directamente de los estudiantes. Los profesores que no
enseñaban aquello que los estudiantes deseaban aprender eran despedidos o perseguidos por las
calles. Esto tenia sus ventajas pero mantenía alerta a los profesores. Algunos, como el filósofo
Giambattista Vico en Nápoles, sufrieron a pesar de su brillantez. Vico era mal profesor, pero él y
sus ideas sobrevivieron.

Al crecer el poder del conocimiento, las universidades se convirtieron en lugares que los
poderosos procuraban controlar. Inicialmente las iglesias adoptaron esta tarea, así que uno de
los objetivos centrales del Iluminismo fue liberar las universidades del control religioso. Las
nuevas elites democráticas del siglo diecinueve declararon que las universidades eran custodios
de la libertad intelectual. En realidad, el nuevo orden político financiaba las instituciones igual
que el viejo y procuraba imponer sus “pautas”.

A pesar de estar aureolada de hipocresía, la idea de la independencia académica fue un


importante pilar del nuevo estado-nación democrático. La educación superior gradualmente
pasó a ofrecer la formación básica necesaria para quien aspirase a ocupar un puesto de poder.
En síntesis, el diploma universitario se convirtió en prueba de pertenencia a la elite dominante.
A medida que declinaba la influencia de la religión —restringiéndose con frecuencia a los sitios
de culto— el dominio de la formación pública en ética y moralidad quedó desocupado. En gran
parte ese papel se otorgaba a las universidades, donde fue ocupado por pensadores y profesores
independientes. La educación universitaria se transformó en toque definitivo del ciudadano
responsable en una democracia.

La mayoría de los filósofos de los siglos diecisiete y dieciocho ganaban poco, esperaban poco
respeto público, tenían continuos topetazos con la ley y rara vez obtenían un empleo regular.
Habrían considerado la titularidad permanente de un profesor del siglo veinte como una de las
grandes victorias del Iluminismo. También se habrían sorprendido de saber que muchos de ellos
actuaban como si la libertad de pensamiento combinada con el respeto público no fuera
suficiente. Los profesores modernos querían más dinero. Y estaban dispuestos a sacrificar lo
demás con tal de obtenerlo.

Para ser justos, la iniciativa era de los corruptores y no de los corrompidos. Comenzó seriamente
después de la Segunda Guerra Mundial, cuando los políticos buscaron cada vez más consultores
académicos. No cobraban mucho y ejercían su derecho a tener opiniones políticas. Pero al crecer
los programas sociales y económicos, con su tendencia inherente a reducir el poder ilimitado de
las grandes corporaciones, éstas comenzaron a organizar un contraataque.

La respuesta a los argumentos prácticos y éticos que se esgrimían a favor de una sociedad
estable y justa consistió en desarrollar verdades absolutas relacionadas con el mercado. Desde
un principio identificaron la necesidad de cultivar sus propios expertos, capaces de comunicar la
verdad. Comenzaron a subsidiar fundaciones “independientes” dedicadas al aprendizaje. Aquí
independencia y aprendizaje significaban desarrollar ideas que reforzaran la posición de la
corporación. A la cabeza de este movimiento estaban los think tanks que pasaron a producir
cantidades de estudios autorizados e informes anuales destinados a legitimar precios más altos
para el petróleo, desregulaciones, impuestos más bajos, la crisis de la deuda o el objetivo que
tuvieran en mente los financistas privados.

La etapa final comenzó en la década del 70, cuando los científicos sociales comenzaron a
considerarse consultores. Y esto no se limitaba a los economistas y los profesores de gestión de
empresas.

Las corporaciones y sus fundaciones eran demasiado sofisticadas para concentrarse en un


enfoque tan estrecho y directo. Su mandato era redefinir medio milenio de evolución occidental,
al reexaminar cómo los ciudadanos se ven a sí mismos y su sociedad. Para que el revisionismo
económico tuviera sentido, debía haber una nueva visión de la filosofía, la historia, la sociología
y la cultura.

Durante algunos años los gobiernos reformistas compitieron con las corporaciones en la carrera
por la compra del aura de libertad académica. Pero a principios de los 80 la mayoría de los
gobiernos reformistas se habían ido y la creciente crisis económica limitaba la inversión que
podían realizar los presupuestos públicos. Para entonces, las universidades, la prensa e incluso
el público parecían haber aceptado sin protesta el nuevo papel de los profesores.

El ideal de libertad académica e independencia ahora está gravemente dañado. Desbaratar este
sistema corrupto puede resultar tan complejo como la batalla de los siglos dieciocho y
diecinueve para separar la iglesia de la educación. Hay algunos problemas relativamente
simples. ¿La gestión de empresas debería formar parte de la educación universitaria? ¿Un
profesor debería tener derecho a ser el sello ético de aprobación de una universidad si vende esa
aura en otro negocio?
Ahora las universidades están desesperadas por dinero y ansiosas de prostituirse. Los
presidentes y sus juntas acusan a los departamentos de rehuir la realidad, porque no aportan su
contribución. ¿Pero tienen derecho a destruir una creación esencial de la civilización moderna?
Los rectores pueden alegar que las arcas públicas los matan de hambre. Pero lo peor sería seguir
fingiendo que los consultores académicos son los herederos de la tradición de Abelardo, en la
Sorbona del siglo doce, o Giambattista Vico, en la Nápoles del siglo dieciocho. Ver titularidad
permanente y universidad.

consumo

Nunca consigues bastante de lo que no quieres.


—ERIC HOFFERIQ

El problema de los mercados que dependen del consumo es que no se puede confiar en que el
consumidor sepa lo que quiere.

Los consumidores no son de fiar. El productor debe tratar continuamente de ser más listo que
ellos. Esto es arriesgado y fatigoso. Ante todo, en una sociedad estable de clase media, la gente
no necesita o no desea todos los bienes necesarios para soportar una economía construida sobre
su afán de consumir. Ya tienen muchos. El espacio de sus viviendas es limitado. El tamaño de la
familia se reduce al subir el nivel de clase. La mentalidad de clase media admira inevitablemente
la contención y la atención y busca bienes de calidad duraderos y reparables.

Por tanto es más racional decidir qué quiere la gente, luego decirle que lo necesita y luego
vendérselo. Este proceso de tres fases se llama consumo. Ver propaganda.

control Ideal de los gerentes y las amas de casa. Enemigo de la creatividad y el crecimiento, sea
económico, social o individual. Una de las características más destructivas de la sociedad
moderna.

¿Qué es exactamente lo que tratan de controlar? Ver miedo, gestor.

conveniencia Gracias a las banderas de conveniencia y las flotas del Tercer Mundo, el mundo
naviero —¡no, no saltee esto!— ha sido el primer sector en alcanzar el ideal utópico del libre
comercio.

La mayoría de las mercancías que no se pueden despachar por carretera o ferrocarril siguen
desplazándose en barco. Sólo la información puede viajar por las ondas aéreas y sólo mercancías
pequeñas, livianas y costosas pueden viajar por aire. ¿Qué podría ser más adecuado? El primer
sector que logró un mercado realmente abierto en la nueva economía global es aquel cuyo
negocio consiste en hacer funcionar el mercado global.

El resultado ha sido la virtual eliminación de las marinas mercantes de los países desarrollados.
Las nuevas marinas mercantes pertenecen a empresas que navegan bajo banderas de
conveniencia o residen en grandes países del Tercer Mundo.

Las banderas de conveniencia son realmente utópicas porque permiten eludir todas las
regulaciones nacionales. Son emitidas por países pequeños donde no importa lo que sucede en
los barcos que llevan su bandera. La propiedad se suele estructurar mediante laberintos
económicos de ultramar para escapar totalmente de regulaciones restrictivas.

Las marinas mercantes del Tercer Mundo, hoy enormes, tienen estructuras más simples. Una
nave filipina quizá tenga capitán y tripulantes filipinos. Pueden competir contra las banderas de
conveniencia porque el gobierno filipino los alienta a operar de modo competitivo o nace la vista
gorda ante su modo de funcionar. ¿Cómo se logran tarifas competitivas en cada sistema? Un
menor cuidado en mantenimiento y seguridad baja los gastos. Los tripulantes no están
protegidos por ninguna regulación civilizada. A lo sumo son tratados como mano de obra no
calificada que recibe sueldos muy inferiores a los que se pagan en los países desarrollados.
También se pueden contratar y despedir día a día a capricho del capitán. Como muchas
tripulaciones son unidades nacionales de países del Tercer Mundo, el efecto práctico ha sido la
creación de pequeñas cuadrillas flotantes de esclavos. Habiendo eliminado pautas socialmente
inaceptables en nuestros buques, nos apresuramos a sabotear nuestras flotas al enviar y recibir
nuestras mercancías en buques que adhieren a pautas del siglo dieciocho.

Nada nos impide crear un sistema de registro internacional que sólo acepte buques que
satisfagan ciertos requerimientos. Entonces la competencia podría basarse en la confiabilidad, la
celeridad y el servicio en vez de basarse en el menor costo posible, logrado, de ser necesario, con
el uso de mano de obra esclava. Las naves sin registro podrían ser excluidas de nuestros puertos.

Pero nuestros gobiernos sufren de un viejo síndrome: “Si nosotros no usamos mano de obra
barata, otros países lo harán”. A lo largo de los siglos esta fórmula ha servido para justificarlo
todo, desde el tráfico de esclavos y la mano de obra infantil hasta la intensa polución y la venta
de armas a cualquiera. Es la más banal de las excusas para actuar mal.

Nuestros gobiernos escuchan a las empresas, que simplemente tienen mercancías para
embarcar y desean hacerlo al menor costo posible. Dicen que esto es así porque el mercado debe
fijar el valor y creen que esto sólo puede lograrse mediante el mercado libre, la competencia y la
eficiencia. La industria naviera ha demostrado que esto es posible, y la navegación es esencial
para el comercio y el comercio trae prosperidad para todos.

No importa que en el ínterin se hayan destruido las flotas occidentales y se hayan recreado
repulsivos sistemas de explotación. La interferencia del gobierno significaría un mercado
artificial y un retomo a marineros organizados con pretensiones de clase media. Cuando esto
sucedió entre las décadas del 30 y el 60, los marinos mercantes se enriquecieron tanto que
cualquiera los habría confundido con playboys decadentes. Ver libre comercio.

corporación Cualquier grupo de intereses: especialista, profesional, público o privado, con


fines de lucro o no. La característica que comparten todas las corporaciones es que sus
miembros se relacionan ante todo con la organización y no con la sociedad.

En una sociedad corporativa, la corporación reemplaza al individuo y atenta contra el papel de la


democracia. En su relación con el mundo externo, las corporaciones tratan, de ser posible, con
otras corporaciones, no con individuos. La corporación moderna es un descendiente directo del
gremio medieval.

corporaciones transnacionales Sede del feudalismo contemporáneo.

El saber heredado dice que el nuevo feudalismo es nacionalista y fue provocado por el colapso
del bloque soviético. Como las transnacionales respaldan la economía global, se las considera
internacionalistas. Esto implica una burda tergiversación del feudalismo, cuya relación con la
geografía y la raza era puramente incidental. El fenómeno nacionalista no se parece en nada al
sistema feudal.

El feudalismo era un orden internacional sumamente abstracto. Era lo contrario del Imperio
Romano, que se grabó en la memoria occidental como modelo de sistema internacional
concreto. En 814 la muerte de Carlomagno terminó con el sueño de que el orden administrativo,
militar y económico de Roma se pudiera recrear bajo un rey bárbaro y cristiano, coronado como
emperador del Sacro Imperio Romano con esa finalidad.

El poder pronto cayó en manos de los miles de barones, príncipes y reyezuelos que dominaban
sus diversas fincas, ducados, provincias y reinos. Pero estas comarcas y sus gentes eran meros
peones en la lucha continua por el poder entre las familias nobles dentro del gran orden feudal,
El principal interés de la aristocracia reflejaba su lealtad central, que no era hacia la tierra sino
hacia su clase, su estructura religiosa, sus reglas de conducta, sus honores y privilegios.

Las tierras y sus pobladores cambiaban de manos sin cesar. Eran canjeadas en negociaciones,
unidas arbitrariamente mediante el matrimonio, legadas al producirse una muerte, transferidas
o confiscadas cada vez que un noble perdía su título. El feudalismo consistía en incesantes
maniobras para alterar el equilibrio de poder dentro del orden social.

Las guerras no eran decisivas. El protocolo determinaba quién podía pelear con quién, dadas sus
respectivas jerarquías sociales, y en qué condiciones. El propósito de esta puja incesante y
aparentemente descabellada no era imponer ajustes menores a un sistema concreto sino a un
orden social abstracto.

No hay nada nuevo ni feudal en la reciente explosión de nacionalismo. Este lento y continuo
impulso entró en su fase moderna en 1919. Ahora somos testigos del desarrollo de diversas
obsesiones locales o raciales en Occidente, pero estas no guardan ninguna relación con el poder
real, es decir, útil.

Donde ganan las fuerzas nacionalistas, las elites pueden aspirar a algunos privilegios para
ensalzarse, junto con una fachada decorativa que afirma que controlan los acontecimientos en
su zona geográfica. En realidad están limitadas a actividades secundarias y pasivas,
principalmente la definición de quién debe ser incluido en su “raza” o grupo, junto con la
responsabilidad formal por su bienestar. Sin embargo, los factores económicos que deciden ese
bienestar se definen y ajustan en otro plano —el del feudalismo abstracto— que escapa a su
control.

Cuanto más las elites locales aplican el control político a su zona concreta, más poder económico
real se desplaza de su grupo al plano internacional y abstracto de las transnacionales, para las
cuales esas comarcas llamadas países, y sus poblaciones, son meros peones en la puja incesante
de las corporaciones por obtener más poder en la gran economía global. El ascenso al “poder” de
los grupos nacionalistas en realidad disminuye el poder nacional. Cuanto más pequeño es el
grupo, más extrema y desastrosa es esta paradoja. El nacionalismo es el premio consuelo de los
que han perdido la batalla del poder a finales del siglo veinte. Teóricamente el contrapeso del
poder abstracto de las transnacionales debería ser un gran grupo nacional. Esto puede ayudar,
pero no si se usa aisladamente. El feudalismo económico internacional se basa en la constante
habilidad para desplazar inversión o producción de una zona a la otra, en una busca constante
de condiciones más favorables. El arma máxima es la amenaza de marcharse cada vez que se
discuten niveles salariales, seguridad laboral, pautas de salubridad, normas ambientales o
cualquier regulación que se relacione con el lugar y la gente.

El poder de la economía feudal, pues, radica en las pautas de producción. El poder de los grupos
nacionales concretos radica en las pautas de consumo.

En otras palabras, el único contrapeso realista frente al feudalismo económico es un acuerdo


sobre pautas comunes entre un grupo de zonas nacionales suficientemente grandes como para
controlar las pautas de consumo. El consumo, en definitiva, es la fuente de ingresos de la
transnacional. La clave para el éxito de una corporación en el orden feudal no es su capacidad de
producción (por bajo que sea el costo) sino su capacidad de venta.

La Comunidad Europea es un intento de crear pautas internacionales mediante el control de las


pautas de consumo.

Pero mientras Estados Unidos y Japón sigan diferentes reglas de comercio libre, su grupo no es
suficientemente grande. El convenio entre Canadá y Estados Unidos y el NAFTA (Canadá, México
y Estados Unidos) se vendieron al público con gran énfasis sobre las ventajas para el consumo.
Estos tratados en realidad versan sobre pautas de producción. Reestructuran grandes zonas
geográficas para adecuarlas a los métodos del feudalismo económico abstracto.

Los sistemas transnacionales giran alrededor de bienes, no de individuos. En una civilización


basada en los ciudadanos, el propósito de los bienes es satisfacer las necesidades de los
ciudadanos. En una civilización abstracta y transnacional basada en el mercado, el propósito del
ciudadano es servir a la lógica de un sistema de oferta y demanda.

Esta inversión no podía sino afectar a las elites racionalistas. Durante gran parte del siglo
diecinueve y principios del veinte, la tecnocracia se apegó al estado-nación. Gradualmente, en la
segunda mitad del siglo, los cabecillas de la tecnocracia se han asociado con las transnacionales.

La devoción de los tecnócratas por las estructuras y el poder puro los aleja naturalmente de la
lógica de la geografía hacia un plano más abstracto. No importa que este sistema internacional
no pueda satisfacer las necesidades económicas y sociales de la zona de donde viene el
tecnócrata. Como en la Edad Media, la zozobra personal es un elemento inevitable e infortunado
en la busca de verdades más amplias e importantes, tales como la estructura ideal de
producción.

El ciudadano queda desconcertado ante este cambio de lealtades. Por ejemplo, el contribuyente
financia la formación de elites empresariales tecnocráticas con la esperanza de que aborden los
problemas económicos. En realidad su formación misma las lleva a agravar la situación al
operar en otro plano.

Las premisas racionalistas y corporativistas de la educación occidental nos preparan mal para el
retomo del feudalismo. Los tecnócratas, con sus métodos mecanicistas, consideran inevitables
todos los movimientos estructurales. La inevitabilidad estructural es el concepto con que
reemplazan el bien público.

La mayoría de los que rechazan este determinismo mecanicista ven a las transnacionales como
los villanos de una confabulación internacional.

Ojalá fuera tan simple.

Estas complejas estructuras son como ciempiés, con segmentos difundidos por todo el mundo.
Tienen una lógica interna asociada con los bajos costos y las altas ventas. Sus segmentos
mueren, prosperan, se mueven o se dividen según esa lógica. La población local no les interesa.
Tampoco les interesan las filiales locales de la tecnocracia. Como en la Edad Media, lo que
importa es el orden, no los beneficiarios específicos de ciertos privilegios.

La transnacional no tiene dirección ni propósito. Por eso puede beneficiar o destruir sociedades
con la misma impasibilidad. Todo el sistema es una negación de la idea de civilización. El
humanismo y el equilibrio basado en la ciudadanía son imposibles en tales circunstancias.

A finales del siglo veinte hemos alcanzado el momento culminante de un movimiento


identificado medio siglo antes por pensadores como Harold Innis y Fernand Braudel. El cambio
tecnológico o un movimiento mercantilista pueden hacer algo más que modificar la sociedad.
Pueden reducir a todos, reyes incluidos, al papel de actores secundarios.

A medida que las transnacionales ganaban poder, la frustrada ciudadanía ha sentido la tentación
de defenderse recayendo en el mito nacionalista. Pero así como el feudalismo económico
destruye una sociedad de ciudadanos al operar en un plano abstracto, el nacionalismo hace lo
mismo al operar en otro plano abstracto, el del determinismo racial. Más aún, el nacionalismo
es impotente contra las transnacionales y sólo acentúa los problemas económicos.

El problema del ciudadano en las próximas décadas consistirá en controlar el feudalismo sin
negar la posibilidad del humanismo. Ello significa usar el estado-nación, porque esa es la forma
práctica y concreta de nuestra existencia como ciudadanos. Pero usarlo de modo cooperativo,
para establecer acuerdos internacionales sobre pautas que tengan suficiente difusión como para
ser aplicables. Si fracasamos, pronto nos encontraremos tratando de reconstruir la sociedad
desde cero, tras haberla desmantelado en nombre del determinismo abstracto. Ver
corporativismo, razón, normas de producción.

corporativismo Una de las palabras más importantes, pero menos usadas. Describe mejor que
cualquier otra la organización de la sociedad moderna.

El corporativismo es el rival constante del gobierno representativo. En lugar de la idea


democrática de ciudadanos que votan, otorgan legitimidad y participan en la medida de su
capacidad, los individuos del estado corporativo están reducidos al papel de participantes
secundarios. Pertenecen a sus grupos de profesionales o expertos —sus corporaciones— y el
estado es dirigido por negociaciones permanentes entre estos diversos intereses. Este es el modo
natural de organizar las cosas en una sociedad basada en la pericia y consagrada al ejercicio del
poder mediante estructuras burocráticas.

Una de las características de un movimiento fuerte dentro de una civilización es que persiste a
través de largos períodos históricos. Cuando no logra ganar o retener el poder, se sumerge por
un tiempo en la corriente de los hechos y luego emerge nuevamente, bajo el disfraz de una forma
nueva y más atractiva.

Las primeras organizaciones corporativistas prácticas, los gremios medievales, fueron imitados
en la organización y especialización de las órdenes religiosas católicas. Estas dos experiencias
produjeron los estados corporativistas originales, siendo el primero la República de Venecia. El
concepto fue impulsado por una creciente rivalidad intelectual entre la democracia y el
corporativismo y un movimiento intelectual consciente a favor del corporativismo.

Hegel, quien era tratado casi como “el filósofo oficial” mientras enseñaba filosofía en Berlín
(1818-31), creía que “lo real es lo racional y lo racional es lo real”. Consideraba que un “estado
corporativo es más racional que la democracia [...] los ciudadanos deberían participar en los
asuntos de estado como miembros de totalidades subordinadas, corporaciones o estamentos, y
no como individuos [...] Los representantes deberían representar a corporaciones o estamentos
y no a los ciudadanos individuales en cuanto tales”. No es sorprendente que las políticas casi
socialdemócratas de Bismarck, en la segunda mitad del siglo diecinueve, nacieran de una
sociedad esencialmente corporativa.

El argumento superficial del corporativismo siempre ha sido que la democracia es ineficaz,


ineficiente, corruptora, caprichosa y emocional. El corporativismo, en cambio, se presenta como
profesional y responsable. Promete brindar prosperidad ayudando a quienes saben hacer su
trabajo adecuadamente y en concierto.

Estas afirmaciones resurgieron en Italia en los años 20. Y si las torpes estructuras corporativas
de Mussolini no funcionaban, el corporativismo sí. Tanto en Italia como en Alemania, las
relaciones que no encontraban obstáculos bajo una dictadura eran las relaciones entre grupos de
expertos. Aun la comunidad académica contribuyó alegremente a elaborar las estructuras
teóricas de este nuevo contrato nacional antiparlamentario.

Desde 1945 hemos restado importancia al aspecto corporativo de los nazis y los fascistas. Hemos
enfatizado que estos dos regímenes son manifestaciones del mal, pero este simplismo nos
induce a olvidar que proponían —o volvían a proponer— una alternativa completa y compleja
frente a la democracia.

La Segunda Guerra Mundial giró sobre muchas cosas, pero en el fondo era una batalla entre dos
conceptos de la civilización, uno basado en el individualismo y la democracia, el otro en el
autoritarismo corporativo. Teóricamente ganaron los individualistas democráticos. Pero desde
1945 el corporativismo ha avanzado con creciente fuerza y ahora forma parte del poder
cotidiano. Es como si hubiéramos perdido la Segunda Guerra Mundial.

El primer resurgimiento superficial del corporativismo cobró la forma de incesantes


negociaciones sociales y contractuales durante los años 60 y 70. Los sindicatos, las
organizaciones de gestión y los gobiernos se sentaban a negociar para garantizar el buen
funcionamiento de la sociedad. Esto se presentaba como una forma nueva y eficaz de gobierno
adecuada para el nuevo y complejo estado industrial. Los parlamentos se consideraban
demasiado torpes e ineficientes para tratar los problemas. La mediación y el arbitraje se
convirtieron en habilidades muy admiradas. Todos parecían haber olvidado que estos eran
precisamente los argumentos que usaba Mussolini. El nuevo proceso de eficiencia alcanzo su
conclusión caótica en Gran Bretaña, donde los gobiernos electos de izquierda y derecha eran
cautivos de estos grupos de intereses, que al fin los destruían.

Mientras tanto, la profesionalización de las elites nacionales alcanzaba una complejidad jamás
vista. Cada grupo y subgrupo —público y privado— era educado y organizado de manera
autoprotectora. Su ethos se definía según su especialización. Desde el final de la Segunda Guerra
Mundial la gente educada y poderosa se ha convertido en su profesión.

La vieja idea corporativa ha resurgido con chispeante sofisticación. Los torpes intentos de los 30
le enseñaron a no atacar a la democracia sino al funcionamiento de la política y la ineficiencia
del sistema. Las organizaciones que hablan en nombre de intereses sectoriales ahora se
presentan activamente como defensoras del populismo.

Las organizaciones de ejecutivos como el Round Table de Estados Unidos y el Business


Council on National Issues de Canadá influyen notablemente en la elaboración de políticas
nacionales, hablando como si representaran el interés nacional. Muchos consideran que son
más desinteresadas que los representantes elegidos por el pueblo, pero sólo desarrollan políticas
que sirven a sus intereses, las disfrazan con argumentos desinteresados, y usan su dinero y su
acceso a las autoridades públicas para imponer sus planes.

La fuerza de sus argumentos es tan grande que los funcionarios electos que se les oponen con
frecuencia parecen interesados. Con mayor precisión, los intereses de la ciudadanía se han
llegado a tratar como si fueran un interés personal romántico. Ahora los intereses de los grupos
corporativos se presentan como si hieran la medida de la acción social efectiva.

El efecto práctico de semejante cambio se puede ver en toda la sociedad. Un ejemplo


perturbador es la aparente impotencia de las autoridades electas ante el desorden provocado por
la desregulación del sector financiero.

Más abarcador ha sido el rápido crecimiento de la producción y venta de armamentos entre


1960 y 1990. En este período de paz las armas se convirtieron en el bien industrial más
importante que se vendía en el mundo. Los que se oponen a esta locura suelen hablar del
complejo militar industrial. Así, al apegarse a anticuados mitos de capitalismo y conspiración,
pasan por alto lo principal. La producción y venta de estos bienes es casi totalmente el resultado
de la cooperación entre profesionales públicos y privados empleados en varios sectores
(corporaciones): burócratas, ejecutivos, funcionarios y economistas universitarios.

Un ejemplo menos dramático pero más insidioso ha sido el cambio en el status legal de la
corporación. Los jueces (ver juez) han otorgado gradualmente a las corporaciones el status del
individuo. Una vez que se ha decidido, en una sociedad estructurada alrededor de la ley, que las
corporaciones son personas, los meros individuos están en tal desventaja que no tienen más
opción que convertirse en corporaciones.

Por eso las elites racionalistas se ven ante todo como parte de su grupo corporativo. Pero esto
también explica el ascenso de la corporación personal. ¿Por qué los individuos entenderían que
operar mediante las estructuras de una corporación personal les brinda una defensa blindada, a
menos que vivieran en una sociedad corporativa?

Un ejemplo final ilustra la inevitable muerte de la política pública desinteresada en una sociedad
dominada por grupos corporativos. El demente no puede cumplir una función útil en una
sociedad tan eficiente. En los últimos veinte años su posición ha declinado seriamente hacia los
supuestos del siglo diecinueve. Como señala James Hillman, “la criminalidad y el colapso
psíquico” se confunden una vez más. “Los peores, los inadaptados, los enfermos, los locos y los
criminales de nuevo se albergan en el mismo sitio, como en los hospitales de la Edad Media”. En
Idaho los enfermos mentales son encarcelados regularmente y se les toman las huellas digitales
antes de examinarlos. “El mayor hospital mental de facto de Estados Unidos es la cárcel del
condado de Los Ángeles”. Treinta y seis mil de sus prisioneros son enfermos mentales.12

Los métodos de Ross Perot son los del corporativista populista clásico. Ataca continuamente el
sistema democrático constituido y alardea de un vínculo directo con la ciudadanía. Según dice,
ese vínculo se puede expresar mediante consultas directas en referéndums. Sostiene que ataca
la democracia en nombre de la gente, pero promete gobernar por medio de una junta asesora
nacional de cien, un grupo de ciudadanos líderes y expertos que representan el espectro de
intereses; es decir, de intereses propios. El hombre que más odiaba era el presidente Bush, que
había construido su carrera sirviendo a diversos grupos de intereses.
Pero quizás el ejemplo más puro de éxito corporativista político sea Silvio Berlusconi, el político
y empresario italiano. De un origen financiero complejo, que incluye la ahora ilegal logia P2,
capturó periódicos, emisoras de televisión y editoriales para representar los intereses de sus
compañías. Luego creó un partido político constituido en gran medida por sus empleados y usó
sus diversos grupos de intereses para dirigir una triunfal campaña política en las elecciones
generales de 1994.

El presidente Clinton, que puede afirmar seriamente que ha devuelto la participación a la


ciudadanía, a primera vista parece operar en un mundo muy diferente. Sin embargo, para
gobernar está obligado a usar grupos de intereses.

Estos grupos funcionan casi como estados independientes. Los grandes bancos y las
corporaciones industriales son tan complejos que sus presidentes a veces son meros príncipes
glorificados que leen lo que les escriben y viajan en un capullo, cumpliendo actividades
predeterminadas. Quizás Alemania sea el lugar donde este proceso de aislamiento ha llegado
más lejos en la creación de potentados paralelos al estado.

En la próxima década, los sistemas democráticos que deseen sobrevivir deberán preguntarse si
pueden arrancar de sus estructuras a los miembros de cientos de grupos corporativos. Mientras
continúen definiéndose por su pericia, el sistema democrático no puede funcionar. Y la sociedad
no puede dar la espalda a estas enormes elites. No hay una segunda fila de ciudadanos para
reemplazarlos. Es cuestión de convencer al individuo de que su obligación primaria es hacia la
sociedad en conjunto.

El corporativismo ha sido por un tiempo la única amenaza real para la democracia. Eso explica
por qué nuestras elites corporativistas nunca lo mencionan.

corporativismo aplicado Los mediocres suelen obtener poder a través de un servicio


prolongado, corrupción, manipulaciones en la trastienda, error o suerte. Pero en ocasiones
llegan a la cima precisamente porque son el reflejo exacto de la estructura de poder. En
ocasiones, cuando un dirigente incompetente llega a un cargo, la ciudadanía debería agradecer
lo que equivale a un momento de la verdad.

George Bush era el reflejo exacto de una sociedad corporativista. En su experiencia y sus
actitudes, combinaba los intereses de varios sectores de la empresa y del gobierno. La
perspectiva ideológica convencional —tanto de la derecha como de la izquierda— era que la
presidencia de Bush presentaba una oportunidad para que ciertos sectores se enriquecieran. Y
así fue, desde luego, para alegría de algunos y decepción de otros. Pero la función principal de
un dirigente corporativista no es ayudar a sus amigos a enriquecerse. Se enriquecerán, de todos
modos. Tampoco es preocuparse por la gestión de un sector.

La función de un presidente corporativista es gestionar las relaciones intergrupales. Al ayudar a


la industria de armamentos a trabajar con el Pentágono, y en consecuencia con las agencias de
seguridad, y en consecuencia con la industria petrolera, y en consecuencia con los organismos
de protección ambiental, y así sucesivamente, alienta la estabilidad en todo el país. Si tiene
éxito, habrá eliminado indirectamente la interferencia de ese sistema dual—la democracia
basada en los ciudadanos— que técnicamente mantiene el control legal de las estructuras
constitucionales de la república.

Las críticas a la presidencia de Bush basadas en las acusaciones de corrupción, la indiferencia


social de las clases altas o las estrategias económicas deficientes pasan por alto el meollo de la
cuestión. Los dirigentes corporativistas no tienen estrategias, así como no tienen pautas éticas
Creen en la gestión estable de la cooperación entre grupos de intereses Están convencidos de
que así la sociedad funcionará bien.

Aun dejando de lado el contrapeso de la ética, la democracia y la justicia, la historia demuestra


que los corporativistas están equivocados. Los intereses sectoriales carecen del amplio sentido
común que se requiere para ver más allá de los intereses personales. Sin ese atributo, son meros
idiots savants, incapaces de eludir los desastres y de comprender el porqué. Así la estabilidad
superficial que produjo el presidente Bush fue insatisfactoria e incluso desagradable, y en
definitiva inaceptable para el votante. La única desventaja del inevitable rechazo del público
ante un presidente corporativista es que la remoción de un individuo no altera la realidad. Ver
corporativismo.

cortesanos Reconocibles al instante. Inmutables a través de la historia. Estos individuos


siempre acechan en la penumbra. ¿Qué buscan? Poder sin propósito. Prestigio sin
responsabilidad. Viajan a la sombra de los que tienen responsabilidad.

En la actualidad quizás haya más cortesanos en la sociedad occidental que en cualquier otra
época y en cualquier otra sociedad. Más aún que en la China imperial. Esta clase no sólo incluye
las muchedumbres del personal de la Casa Blanca o los equivalentes que rodean a los
presidentes y primeros ministros de otros países. Están los abogados, consultores, expertos en
relaciones públicas y expertos en encuestas de opinión. Existen en los sectores público y
privado, pero no son más que un adorno superficial.

Una sociedad corporativa transforma en cortesano a cada tecnócrata que desee triunfar. Para
estos sistemas tan estructurados resulta casi imposible recompensar los actos en vez de los
métodos. Y la corporación excluye la idea de responsabilidad individual. Es un hábitat propicio
para quienes buscan el poder a través de la manipulación.

La imagen popular del cortesano implica un atuendo complicado. Pero los jesuitas supieron
manipular el poder con gran éxito y usaban un uniforme anónimo, similar al de nuestros
discretos tecnócratas contemporáneos.

cortesía Mecanismo de control distinguido por corteses, suaves, gentiles, refinados y


agradables manierismos de relación social. Estamos condicionados para pensar en este control
en términos marxistas clásicos, como un fenómeno de estructura clasista vertical. Estas
divisiones aún existen, con su parafernalia de lo explícito y lo tácito: lo explícito trata sobre el
control, lo tácito sobre el poder.

Pero en una sociedad corporativa las auténticas divisiones de clase son horizontales. Miles de
grupos especializados —públicos y privados, interesados y desinteresados— están desperdigados
por la sociedad como volcanes inaccesibles que envían bocanadas de humo como comunicación
oficial con el mundo externo. Esto es cortesía corporativa: las soluciones, las respuestas, las
verdades, todo bañado en el dialecto experto de una clase particular. Un segundo y más
complejo nivel de dialecto se usa dentro del volcán como equivalente del viejo “tácito” social,
con todos sus supuestos de poder legítimo.

La obsesión con el lenguaje público cortés o correcto es señal de que la comunicación está en
decadencia. Significa que el proceso y ejercicio del poder han reemplazado el debate como valor
público.
La función del ciudadano es ser grosero, pinchar la complacencia de la conversación profesional
con rudas expresiones de duda. La política, la filosofía, la escritura, las artes. Ninguna de ellas,
y menos la ciencia y la economía, puede servir al bien común si están envueltas en cortesía. En
todo lo que afecta los asuntos públicos, la buena crianza es para necios Ver puntualidad,
Voltaire.

crecimiento El supuesto de que la prosperidad depende del crecimiento es una parte


inseparable de nuestra obsesión con la competencia, nuestra confusión sobre la deuda y
nuestro enfoque excluyente de la economía.

El dogma de la economía del siglo veinte presenta el crecimiento como una expresión divina de
la salud. Cuanto más fuerte el crecimiento, mayor la salud.

El porqué no está claro. La mayoría de las civilizaciones han definido el bienestar social como
estabilidad o crecimiento modesto. Incluso la prosperidad se ha visto habitualmente en esos
términos.

Inestabilidad, inflación, auge y colapso: estos fenómenos, más que el progreso útil, se han
asociado con el crecimiento. No es que los ciclos de auge y colapso no tengan valor. A menudo
dejan infraestructuras duraderas: ferrocarriles, redes viales, flotas de aviones, desarrollo
urbano. Pero seria un signo de pesimismo congénito pensar que la civilización sólo puede
progresar conviviendo desmañadamente con la irresponsabilidad.

El crecimiento moderno apareció con una serie de descubrimientos tecnológicos a partir del
siglo dieciocho. Estos provocaron una inestabilidad social y económica de la cual la sociedad se
recobró al fin, con un nivel de producción alentadoramente más alto. El efecto posterior fue la
caótica y desagradable creación de una sociedad más equilibrada.

La mayoría de los economistas contemporáneos sostienen que este progreso caótico es el precio
inevitable del progreso. Rara vez hablan de la incontrolable furia social producida por cada
embate de este determinismo económico. Sin un rápido aumento del estándar general de vida,
esa furia puede conducir, como ha sucedido, al derrocamiento de las elites.

El otro detalle que se pasa por alto es que entre estos embates hubo una relativa estabilidad.
Durante largos períodos del siglo diecinueve, por ejemplo, las compañías buscaban ganancias
estables, no crecimiento.

Cada salto abrupto nos plantea la pregunta de cuánta producción puede consumir una sociedad.
Teóricamente no hay límites. No es sólo que una persona necesite una cantidad limitada de
objetos o que un país necesite una cantidad limitada de fábricas, comunicaciones o manzanas.
En Occidente hay tal brecha entre ricos y pobres que nos vendría bien una mayor producción y
consumo, siempre que estuviera mejor distribuida en la sociedad. En cambio, la brecha entre los
de arriba y los de abajo está creciendo, así como el porcentaje de los de abajo.

La cuestión de los límites de consumo es interesante en el nivel donde hay consumo. Parece que
las elites son capaces de consumir sólo cantidades limitadas de producción antes de dejar de
funcionar. Es como si una sola persona sólo pudiera controlar, poseer y utilidad una
determinada cantidad de propiedades, objetos y ropas. Más allá de cierta cantidad, estos
elementos inertes dejan de cumplir una función útil en la vida de esa persona. Se convierten en
lastre.
La historia indica que la mayoría de las sociedades no son destruidas por la pereza, la
incompetencia o la falta de colaboración de las clases pobres o medias, sino por la ineptitud de
los miembros de la elite. Uno de los factores que les resta capacidad es el desequilibrio entre su
conciencia de sí mismos como individuos y el gran peso de los ornamentos con que la
civilización los ha sobrecargado, desde fábricas e inversiones, casas y vestimentas, hasta una
paralizante aureola de pompa y decoro social. Uno de los signos de la enfermedad es la
convicción de que la única solución para su moroso y confuso estado personal es el aumento de
crecimiento. Y cuanto más consumen, más ven su situación como autónoma, como un derecho
personal y no como un privilegio que implica obligaciones hacia la sociedad de cuyo crecimiento
se alimentan.

Después de la Segunda Guerra Mundial el crecimiento cobró una nueva forma. Combinó la
revolución tecnológica continua con la necesidad de recobrarse de la depresión de la preguerra y
la reconstrucción de Europa. A estos tres elementos se añadió la súbita conversión de la
propaganda estatal en relaciones públicas.

Un siglo y medio de experiencia en promoción de políticos y militares se derramó en la


publicidad comercial. Y como el tema central de la publicidad era el consumo, el tema
subyacente era la virtud del crecimiento continuo.

El proceso de reconstrucción, después de la depresión y la guerra, comenzó a agotarse a finales


de los 70. La depresión que comenzó en 1973 puso el problema a la vista de todos y el
crecimiento comenzó a esfumarse misteriosamente. En vez de enfrentar esta realidad,
procuramos inventar mecanismos de crecimiento artificial. Nuestras dos ilusiones de mayor
éxito fueron la producción de armamentos y la especulación financiera. Como no podíamos
alimentar los mecanismos de crecimiento útil, comenzamos a activar componentes cada vez más
complejos de maquinaria inútil y papel. Era un regreso a la economía ilusoria € inflacionaria de
principios del siglo dieciocho, el mundo de la burbuja de Mar del Sur y los escándalos de John
Law.*8

Desde luego aún queda margen para un crecimiento sustantivo. Se está realizando una
revolución en comunicaciones y alta tecnología que se basa en un incremento de producción por
obra de menos gente. Hasta ahora el efecto ha consistido en erosionar la economía. Se puede
argumentar que esto es lo que sucede cada vez que avanzamos. No obstante, ahora sucede en un
momento en que ya estamos con exceso de producción y subempleo. El incremento de eficiencia
sólo agrava nuestra condición.

Un enfoque más sensato sería sacar provecho de esta contradicción del desarrollo. En vez de
aumentar la producción, podríamos concentrarnos en mejorar la calidad y el equilibrio del
consumo en la sociedad.

Por ejemplo, el exceso de producción agropecuaria ha llevado a precios desastrosamente bajos, y


éstos a subsidios. No necesitamos un aumento de la producción posmoderna sino una reducción
de la producción, que se podría compensar con una mayor calidad (ver irradiación). Tampoco
se necesitan más automóviles ni más televisores a precios más bajos. Sin embargo, es preciso
emplear la mano de obra que tenemos, de modo que gane lo suficiente para financiar su vida y
sumarse a la adquisición de los bienes que producimos. Mientras una sociedad capaz de
producción excesiva se vea a sí misma en términos darwinistas, los nuevos avances en
producción complicarán los problemas que ya tenemos.

La disponibilidad de mano de obra extranjera barata demuestra la realidad de que grandes


partes del mundo aún son susceptibles de crecimiento, tal como Occidente lo era hace un siglo.
El antiguo bloque soviético, el Asia y el mundo en desarrollo tienen una situación muy diferente
de la nuestra. Muchos economistas creen que nuestro crecimiento futuro radica en venderles a
ellos.

Pero (al margen de ciertas partes del Asia) ellos sólo pueden pagar estos bienes mitológicos si
producen y venden una cantidad similar. A menos, por cierto, que debilitemos aún más nuestra
economía emitiendo moneda que no tenemos y les prestemos para que compren nuestros
bienes.

Segundo, su necesidad de crecimiento real no quedará satisfecha si dependen del Occidente. Lo


que necesitan no es compramos bienes, sino producirlos.

Tercero, aunque la nueva década promete crecimiento en partes del Asia y quizá dentro del ex
bloque soviético, el mundo en desarrollo enfrenta un trágico problema de largo plazo. Durante
los años 70 y 80 intentamos activar sus economías con pomposas estrategias industriales y
grandes préstamos. En consecuencia, esas economías se han desmoronado, sus poblaciones se
han desestabilizado y su producción agropecuaria se ha desintegrado, provocando hambrunas
recurrentes.

Cabe preguntarse si tiene sentido basar nuestras esperanzas económicas en el desarrollo, si es


saludable o si es siquiera una suposición históricamente acertada. Es posible que la clave para
encarar nuestros problemas sea relegar el crecimiento, al menos por un período, a una posición
secundaria o terciaria en nuestra planificación y reemplazarlo por un concepto refinado de la
estabilidad.

crítica política Respuesta favorita de los que gozan de autoridad cuando cuestionan sus actos:
“Criticar es fácil”. Respuesta alternativa: “Cualquiera puede criticar”. A menudo va seguida por:
“¿Y qué habría hecho usted en mi lugar?” (insinuando: “Ya que es tan listo”). Una variación más
compleja es: “Hay que ser rudo para hacer lo correcto. El liderazgo no es un concurso de
popularidad”.

Estas denigraciones de la crítica se han convertido en un coro tan generalizado que con
frecuencia nos sentimos avergonzados, incluso culpables, cuando surge la necesidad de decir
algo negativo.

Pero aquellos a quienes criticamos optaron libremente por buscar posiciones de autoridad.
Nosotros somos la razón de ser de todo el sistema. También somos los empleadores de los que
ocupan cargos públicos o prestan servicios públicos. ¿Por qué deberíamos aceptar un discurso
que sugiere desprecio por nosotros y por el sistema democrático?

Más aún, criticar no es fácil. Es extremadamente difícil. Tenemos que cuestionar a los expertos y
peritos en campos en los que no somos expertos. Esto implica sonsacarles datos, porque ocultan
gran parte de la información que necesitamos para decidir lo que pensamos. El problema es que
cualquier idiota facilista con un poco de poder puede eludir una respuesta franca con sólo darse
aires y protestar que criticar es fácil. Ver banalidad.

críticos Gente encantadora. Perspicaz. Justa. Desinteresada. Imparcial. Deliciosa.

En el improbable caso de que uno de ellos critique algo por error, el creador del libro, obra o
película en cuestión debe tener la inteligencia de aceptar grácilmente que aun Salomón puede
equivocarse. Por cierto, Salomón sigue siendo un sabio. Ver malos críticos.

croissant Símbolo islámico del paraíso con forma de luna creciente. Como acto de denigración
religiosa durante la invasión turca de Europea, los panaderos austríacos redujeron el croissant a
un panecillo para el desayuno.

En 1683 los turcos sitiaban Viena por segunda vez. Dentro de las murallas la vida continuaba
como podía. Los panaderos trabajaban toda la noche, como de costumbre, hasta que un
atardecer, en la silenciosa penumbra, oyeron ruido de túneles bajo las murallas. Dieron la
alarma, burlaron a los musulmanes y la ciudad se salvó, así como la Cristiandad. Las
autoridades honraron a los panaderos encomendándoles la creación de una pasta simbólica. Se
conoció como Wiener Kifferl

Esta especialidad austríaca llegó poco a poco a París; quizás en la cocina de una de las princesas
austríaco-españolas que llegó a ser reina de Francia. Con los siglos se metamorfoseó lentamente
hasta ser símbolo de lo parisino. Las victorias de centralización política de los siglos dieciocho y
diecinueve difundieron el croissant —junto con el crudo acento norteño, cierto tipo de
educación, una interpretación particular de la historia y un gusto por el pan blanco— por el
resto del país, donde se enarboló ofensivamente como estandarte de la superioridad de París
sobre las provincias. En poco tiempo, los franceses se habían convencido de que el croissant y,
en su defecto, un insípido pan blanco, eran la quintaesencia del desayuno.

Con la internacionalización de la cultura como símbolo del nacionalismo, los francófilos de todo
el mundo se aficionaron a comer croissants. Entre ellos estaban las elites islámicas de
Marruecos al Oriente Medio, que solían educarse —según las pautas coloniales— en París o
Londres. Estos hábitos han continuado, pero para la mayoría de ellos Francia es la
representación cabal de su idea de la cultura occidental. En consecuencia, se han sumado a
aquellos norteamericanos, latinoamericanos y japoneses que con cada mordisco del croissant au
berre creen disfrutar de los frívolos placeres de la vida parisina, cuando en realidad se suman a
los austríacos que denigraban la religión islámica. Ver postre.

cura La noción de que nos pueden curar es ante todo una obsesión, En la medida en que los
médicos se convierten en agentes activos de esta obsesión, la cura se convierte en centro de una
histeria tácita.

Tomemos el tratamiento conocido como sangría. Fue procedimiento médico convencional


durante 2.300 años, desde Atenas hasta mediados del siglo diecinueve. Mientras nuevos
métodos comenzaban a desmentir su credibilidad a principios del siglo diecinueve, un médico
francés, François Broussais, demostró mediante el juicioso uso de estadísticas que sangrar un
paciente podía curar diversas enfermedades, desde la peste y el cáncer hasta los trastornos
nerviosos y las jaquecas. El argumento siempre se basaba en la teoría de que la enfermedad es
causada por un “exceso de sangre”. Este exceso se puede eliminar cortando la piel (flebotomía) o
aplicando sanguijuelas. En 1833 Francia importó 41 millones de sanguijuelas con ese propósito.

Esta obsesión terminó hacia 1850 y los médicos pudieron decir que nuestra civilización había
realizado un progreso, dejando atrás ese tratamiento. Pero la popularidad de la sangría nunca
se relacionó con la presencia o ausencia de progreso, por la sencilla razón de que nunca
funcionaba. Claro que a menudo producía un efecto superficialmente benéfico inmediato. Si un
paciente sufría fiebre o convulsiones, la extracción de sangre lo calmaba por la simple razón de
que estaba más débil.

Así los médicos mataron decenas de miles de personas. Entre el 14 y el 15 de diciembre de 1799,
George Washington fue asesinado por su viejo amigo, el doctor Craik. Lo sangraron cuatro
veces. Más aún, la primera vez fue a su propio pedido, antes que llegara el médico. Se sangraba a
la gente tal como se han cortado senos de mujeres en los últimos cincuenta años. Nadie se
desalentaba cuando de todos modos morían de cáncer.

Este enfoque mecanicista alcanzó su apogeo en el mundo de las drogas del siglo veinte. Ahora
existen 30.ooo medicamentos que se venden bajo receta. Después de los notables avances de las
décadas del 40 y del 50, los médicos se aficionaron a declarar que el mundo estaba curado.

La Dirección General de Salud Pública de Estados Unidos declaró en 1969: “Se ha ganado la
guerra contra las enfermedades infecciosas”.13 Apenas se dijeron estas palabras, la malaria, el
cólera y la gonorrea, teóricamente derrotadas, comenzaron a mutar y escaparon del control de la
mayoría de las drogas. De pronto aparecieron muchas infecciones virales nuevas resistentes a
las drogas, y también el SIDA.

Los investigadores y los médicos creen librar una guerra contra la enfermedad. Aunque se
acepte esta dudosa analogía militar, han usado una pésima estrategia. Curar equivale a eliminar.
Un buen general sabe que tratar de eliminar al enemigo sólo causa la próxima guerra. La
enfermedad, como la guerra, es sólo una pequeña parte de una urdimbre vasta e intrincada. Por
eso, en el centro de cualquier victoria estable, hay una suerte de coexistencia pacífica.

Ni las enfermedades ni los enfermos existen aisladamente. Sólo el aislamiento de nuestros


especialistas, encerrados en sus estrechos sectores, les hace creer que una enfermedad es un
fenómeno con límites naturales. Ver humanismo, muerte.
D

Davos (Conferencia Anual del Foro Económico Mundial) Al amparo de los Alpes
suizos, templo sagrado del saber convencional de mañana para los dirigentes políticos y
empresariales.

Una vez por año, en pleno invierno, dos mil empresarios, académicos, políticos y funcionarios
públicos se reúnen bajo la mirada de trescientos periodistas. Los consultores hablan con la
esperanza de ganar clientes. Los políticos intentan impresionar a los prestamistas. Estrechan
manos risueñamente, felices de estar allí y llenos de ideas para salvar el mundo.

Davos es un intento levemente ridículo de lograr algo perturbador: una asamblea internacional
según el modelo corporativista. Ver indolencia.

deconstruccionismo La negación generalizada de la civilización no puede ser sino una voz


del mal.

Proclamar que el lenguaje está en contradicción consigo mismo, que es sólo un sistema de
fórmulas interesadas, o que esencialmente no significa nada, es proponer que las
comunicaciones humanas no tienen valor ético, creativo ni social. Afortunadamente el
deconstruccionismo también se puede ver como una escuela de comedia ligera. A fin de cuentas,
argumentar que el lenguaje no tiene significación es eliminar ese mismo argumento. Los
deconstruccionistas quizá sólo sufran, en definitiva, de una aguda falta de ironía.

Jacques Derrida y sus discípulos alegan que en realidad quieren decir que el lenguaje nunca
quiere decir exactamente lo que dice. En tal caso, han descubierto tardíamente algo que
escritores y lectores siempre dieron por sentado. Además ese alegato es artificioso, pues la mera
observación nos permite ver que el intento práctico del deconstruccionismo es reducir las
comunicaciones del escritor y el ciudadano al nivel de la ingenuidad, cuando no de la idiotez, e
insertar al crítico o profesor como intermediario esencial. Este es un magnífico ejemplo de cómo
los intelectuales crean antiintelectualismo.

Con toda justicia, se debe asumir que estos pensadores tienen mejores intenciones de las que
sugieren sus escritos. Quizá ciertos deconstruccionistas se consideren socialistas, liberales,
conservadores u otra cosa. Pero como su argumentación erosiona e! valor del discurso público,
no pueden ser sino los servidores de fuerzas antidemocráticas. En la actualidad el argumento
deconstruccionista es un gran apoyo para el corporativismo (donde el lenguaje es una
herramienta interesada secundaria, dividida en dialectos abstrusos) y los que están en los
extremos ideológicos de izquierda o derecha (donde el lenguaje es mera propaganda).

La mayoría de los deconstruccionistas son académicos. Es notable, dada su creencia en la falta


de sentido del lenguaje, que tengan tan pocos problemas en calificar a sus alumnos con letras,
como se estila en varios países. Quizás esto sea un indicio de que todo el argumento es una
broma. Con el beneficio de la retrospección, lo mismo puede decirse de los argumentos
intelectuales usados por Hitler y Stalin.

Nota Bene: Los deconstruccionistas sostienen que el término adecuado es deconstrucción, no


deconstruccionismo. Es decir, no quieren que los traten como un “ismo”. Detestan ser
deconstruidos. Ver escolástica.
decoro El retorno del pedorreo público constituye un fuerte indicio de que el período de
cambio revolucionario iniciado con el Renacimiento, la Reforma y la reintroducción de la razón
ha concluido. Las nuevas clases medias que iniciaron su ascenso en el siglo dieciséis se
identificaban en parte por su sentido del decoro grupal. A diferencia de los campesinos y
aristócratas, no hacían ruido ni olor en público. A finales del siglo veinte, esta contención se ha
debilitado.

El catalizador puede haber sido la asociación entre los hábitos alimentarios urbanos de la clase
media con el cáncer de colon. El resultado directo ha sido el ascenso de la comida saludable, que
es comida campesina engalanada, e incluye gran cantidad de habichuelas secas reconstituidas.

En todo el mundo hay cientos de millones de personas que viven en comunidades más simples y
nunca dejaron de comer habichuelas pero no son célebres por su pedorreo. Sin embargo,
cambian varias veces el agua donde se remojan las habichuelas antes de cocinarlas en una
última partida de nuevo líquido. Lo hacen porque las enzimas productoras de gases se desplazan
gradualmente de las habichuelas al agua.

Si cientos de millones de individuos que no son intelectuales ni especialistas saben esto, ¿por
qué no se ha difundido la información? ¿Es porque las elites modernas se educan y trabajan
aisladas de la sociedad en su conjunto? ¿Los tecnócratas están tan aislados de la realidad como
lo estaban los aristócratas del siglo dieciocho? ¿Los ejercicios y el consumo compulsivo de fibra
constituyen una paradójica simulación de la realidad, similar al deseo de María Antonieta de
jugar con las ovejas de su minigranja a pocos metros del palacio de Versalles?

¿O estos nuevos individuos sanos son meras víctimas de su propio pasado? A fin de cuentas, los
libros de cocina también son un símbolo de la estructura de clase media, tanto como el decoro
público. No es sorprendente que estos manuales, en su forma modernizada, no tengan en cuenta
la posibilidad de pedorrear y rara vez mencionen que los campesinos cambian repetidamente el
agua donde remojan las habichuelas.

Nunca hubo tanta información disponible, sobre todo acerca de los alimentos. Si las clases
medias se han dedicado a pedorrear, la explicación más probable es que han decidido,
consciente o inconscientemente, que quieren hacerlo. Ver racionalizar, viento.

democracia directa Una idea atractiva que ha dejado de ser práctica hace más de dos mil
años. Esto la vuelve favorita para los grupos políticos cuyo instinto básico es antidemocrático.

Hace veinticinco siglos, en el ágora y la ekklesia atenienses, cada ciudadano podía hablar y votar
por cada asunto. Esto no incluía a las mujeres ni los esclavos, pero en comparación con
cualquier otra civilización de esos tiempos o posteriores, hasta la era moderna, era la sociedad
más abierta y participativa. Y la democracia ateniense funcionaba. Funcionaba mejor que sus
competidoras e inspiró lo que se ha llegado a conocer como civilización occidental. Sin embargo,
había sólo 40. 000 votantes, y regularmente participaban entre 5.000 y 6.000.

El modelo ateniense aún podría funcionar —en poblados pequeños, por ejemplo, o en ámbitos
específicos como los concejos escolares— si la gente estuviera dispuesta a consagrarle tiempo y
energía. Esta participación significaría que la política sería tan importante en su vida como su
familia y su carrera, y mucho más importante que los placeres privados.

Los que promueven la democracia directa hablan mucho de las ciudades pequeñas, pero no
están interesados en ellas. Les fascina el tema mitológico de la ciudad pequeña. Les gusta la
imagen general, donde la corriente de descontento incluye a millones de personas. Les gustan
los grandes temas: la raza, el lenguaje, la libertad, la seguridad, la deuda, la eficacia, el
individualismo. Estas abstracciones cargadas de emoción son impermeables a la discusión
pública sensata. Se pueden activar mediante la explotación del dolor. La historia, en definitiva,
nos inflige heridas emocionales a todos. Los apologistas de la democracia directa se valen de
ellas para aumentar la sensación de que se ha cometido un ultraje personal. Si uno hace sangrar
profusamente estas heridas, la parte sensata y práctica de la población se desestabiliza.

En el último medio siglo el argumento de la democracia directa procede de una derecha cada vez
más extraña que se las apaña para combinar una versión romántica del nacionalismo local con el
respaldo práctico a las políticas económicas neoconservadoras. En otras palabras, su
lenguaje evoca un grupo pequeño y naturalmente unificado, mientras que sus políticas suponen
una competencia cruenta que atentará contra los intereses de ese grupo. Las contradicciones son
tan flagrantes que causa y efecto se pierden en la confusión.

La nueva derecha sostiene que el ciudadano es excluido de los asuntos públicos. Tiene razón. Sin
embargo, en vez de enfrentar las causas reales de esta exclusión, la explota mediante un falso
populismo. Condena los lentos mecanismos del debate público en sociedades numerosas y
complejas. Este proceso de deliberación seria no puede sino estar plagado de dudas, tiempo
perdido y errores. Pero esta ineficiencia se puede transformar en expresión del interés público.

Los seudopopulistas aprovechan cualquier momento de fracaso como si fuera un colapso de la


democracia representativa. Procuran secuestrarlo mediante mecanismos más directos que,
como eliminan la reflexión y la falta de rumbo, son fundamentalmente sentenciosos y
autoritarios.

El referéndum siempre ha sido una de sus herramientas favoritas. Las complejidades del
mundo real, las evoluciones prácticas de largo plazo y las relaciones funcionales se transforman
abruptamente en una radiante abstracción que supone un sí o un no. La tecnología ha añadido
muchas técnicas nuevas. Con el desarrollo de las comunicaciones electrónicas, las viejas
movilizaciones Heroicas se han convertido en publicidad o propaganda, es decir, una ilusión
unilateral de debate. Se han creado reuniones electrónicas en el ayuntamiento para simular la
democracia directa mediante debates televisados con espectadores “representativos” que hacen
preguntas “populistas”. La nueva tecnología permite realizar votos directos sobre un sinfín de
temas. Estamos en el comienzo de un embate sostenido de movimientos autoritarios que
favorecen estos sistemas. Al igual que los referéndums, vuelven imposible el debate real, y
facilitan grandes explosiones emocionales en las que los demagogos son expertos.

Las nupcias con la tecnología brindan una nueva oportunidad a los demagogos de viejo cuño. Lo
que comparten con esta tecnología de comunicaciones es una devoción por lo lineal. Se hacen
preguntas y se responden. Se plantean problemas y se resuelven. Y cuando no se responden ni se
resuelven, la conclusión es que ha fallado el sistema.

La democracia directa impulsa al ciudadano mediante el énfasis en la importancia del voto. El


voto, por cierto, es esencial para el proceso democrático, pero no constituye su propósito. La
reflexión, la meditación, la duda y el debate constituían el propósito principal del ágora y la
ekklesia atenienses, y de las asambleas representativas de los últimos siglos. Estos cuatro
procesos constituyen el cuerpo de la oración democrática. El voto es sólo la puntuación. El
cuerpo de la oración, si se expresa adecuadamente, hace casi inevitable que a veces haya un
signo de interrogación, una pausa prudente o una resuelta exclamación. Sin el cuerpo, estas
señales son claras e incluso estimulantes, pero no tienen sentido. La democracia directa es pura
puntuación, pero niega el lenguaje funcional. Ver duda, electores de Bristol, imagen.

democracia Sistema existencial donde las palabras son más importantes que los actos. No es
un sistema sentencioso.

La democracia no se propone ser eficaz, lineal, lógica, barata, fuente de verdad absoluta, guiada
por ángeles, santos o vírgenes, rentable, justificación de ningún sistema económico, simple
cuestión de gobierno mayoritario, ni siquiera una simple cuestión de mayorías. Tampoco es un
procedimiento administrativo, patriótico, reflejo del tribalismo, servidora pasiva de la ley o la
regulación, elegante ni simpática.

La democracia es el único sistema capaz de reflejar la premisa humanista del equilibrio. Su


secreto radica en la intervención del ciudadano. Ver referéndum.

depresión Forma de desastre económico común en la historia. En 1973 la palabra se borró de


todos los idiomas occidentales y fue reemplazada por el término recesión.

Este nuevo bautismo obedece a tres motivos.

Primero, las depresiones se asocian en la imaginación del público con imágenes del colapso de
1929-39. Pero el Occidente ha sufrido varias depresiones desde mediados del siglo dieciocho.
Todas han sido producto de la revolución industrial y los nuevos métodos financieros, pero cada
cual ha cobrado diferente aspecto. No hay motivo para que ahora empiecen a parecerse. Las
estructuras de la sociedad han cambiado radicalmente desde 1929, en un esfuerzo por eliminar,
mediante la regulación, lo peor de las inestabilidades económicas que habían provocado la
crisis. La gente creía que la regulación era necesaria porque una y otra vez, desde el siglo
dieciocho en adelante, el mercado había demostrado que carecía del atributo de la
autorregulación sensata. Sólo podía regularse mediante ciclos de auge y colapso, lo cual no
conducía a un emparejamiento gradual sino a depresiones recurrentes. Los cambios iniciados en
1932 también estaban destinados a eliminar desigualdades —mejor dicho, iniquidades— sociales
extremas provocadas por la crisis. Por eficaces que fueran las nuevas regulaciones, siempre
habría altibajos económicos. Pero eso no significaba que los niños tuvieran que estar en asilos.
Esta idea de la reforma social por medio de la regulación era un retorno a la perspectiva
precapitalista de la sociedad como una totalidad consciente. Ya no era aceptable pensar la
sociedad como un mero mecanismo económico abstracto donde algunos eran ganadores y otros
perdedores que podían hundirse en la desesperación si era conveniente para el mercado. Si la
Depresión que se inició en 1973 parece menos dramática que la precedente, es gracias al efecto
equilibrador de la regulación.

Segundo, el enfoque seudocientífico de la realidad económica induce a los economistas y sus


hermanastros más poderosos, los profesores de las escuelas de negocios, a creer que
constantemente administran situaciones reales. Es un espejismo plagado de paradojas. Por
ejemplo, los ideólogos del mercado creen manejar detalles dentro del gran e inevitable flujo de la
competencia. Lo cierto es que las visiones macro de los economistas modernos rara vez son algo
más que versiones infladas de su ciencia micro. Esto no es inusitado en una sociedad dominada
por sistemas tecnocráticos. La estrategia militar contemporánea, por ejemplo, rara vez es algo
más que táctica inflada. Ahora se ve la economía como una serie de detalles, y los expertos creen
que se pueden salir con la suya con mediciones. Es como si un marinero fijara el curso, sin
brújula ni ancla, a partir del valle de las olas, calculando cómo subir la siguiente cresta.
Tercero, los temas del liderazgo contemporáneo contienen una extraña combinación de
optimismo mitológico (que promete un progreso continuo hacia un mundo mejor) e inercia
virtual provocada por el sometimiento a los sistemas microeconómicos. Así, los poderosos se
sienten obligados a prometer grandes soluciones, aunque en realidad rara vez van más allá de
los abstrusos informes de sus expertos.

Admitir la existencia de algo tan incontrolable como una depresión sería admitir el fracaso, lo
cual equivale a declarar que no se tiene derecho al poder. En consecuencia, las elites políticas,
administrativas y académicas proclaman que desde 1973 hemos sufrido una serie de recesiones.
Las recesiones difieren de las depresiones en longitud y gravedad, así que existe la sensación de
que pueden manejarse. La palabra depresión resulta temible porque sugiere un profundo
desequilibrio social que es imposible de gestionar. Si existiera una depresión, las elites tendrían
que someterse a una autocrítica seria. Tendrían que revisar el funcionamiento del sistema
económico. Nuestras elites no están capacitadas, ni son elegidas, para verse de esa manera. A
veces son falsamente Heroicas, pero en realidad son también un microfenómeno.

La negativa occidental a responder con inteligencia a la crisis ha sido flagrante tanto en la


izquierda como en la derecha. En la reunión anual de Davos de enero de 1993, Lester Thurow,
economista de moda, declaró que no estamos en la gran depresión, sino en la gran recesión. Esto
dejó la falsa impresión de que sólo necesitamos estimular la economía. Pero el estancamiento es
la característica del segundo acto de una tragedia de depresión. El primer acto supone crisis y
colapso, el segundo estancamiento, el tercero trae regeneración mediante un incendio
cataclísmico o el descubrimiento de un nuevo enfoque. Ese descubrimiento está inevitablemente
en las causas raigales de la crisis, el primer acto.

Pero nos empecinamos en seguir en el segundo acto. A fin de cuentas, el patrimonio comercial
más importante es una industria artificial —los armamentos— que aún domina el sector de alta
tecnología. La financiación pública, es decir, los impuestos, sigue en un callejón sin salida. Una
obsesión abstracta e ideológica con la eficiencia y la competencia sigue erosionando nuestras
estructuras socioeconómicas. Los mercados de dinero internacionales —descendientes
monstruosos y desregulados de la burbuja Mar del Sur— son tan poderosos que pueden sofocar
cualquier economía, al margen de su salud o productividad. Los gobiernos occidentales se
niegan a enfrentar las implicaciones que las corporaciones transnacionales tienen para la
competencia, el empleo y la liquidez, aunque la pasividad signifique que las políticas nacionales
y multinacionales no sirvan de nada. Los economistas siguen obsesionados con las virtudes de
las industrias de servicios, sin molestarse en identificar los elementos contradictorios que
contiene este término. Y son reacios a comprender la relación entre sus maniobras técnicas y sus
teorías abstractas sobre la deuda y la inflación. Más aún, siguen viendo la economía como una
abstracción matemática y no como una manifestación de la civilización.

¿Cómo podemos tener una recuperación económica sólida cuando las escuelas económicas
dominantes no parten del supuesto de que en Europa occidental hay 270 millones de personas y
en América del Norte 300 millones, y que todas estas personas deben participar de algún modo
en la economía? Si son ignoradas, se tornan lastres costosos y destructivos. Esas teorías tan
etéreas y abstractas sólo pueden debilitar la sociedad y a la postre la economía.

Todos estos problemas se pudieron abordar antes de 1973. Pero, en cuanto empezó la crisis, se
los encaró como virtudes y se los alentó a ser muletas de un sistema enfermo. Sugerir que ahora
sólo necesitamos estimular, educar o escoger áreas potenciales de crecimiento para garantizar la
recuperación es actuar como si la economía sólo existiera como una apariencia superficial.

No obstante, con un poco de sentido común e imparcialidad, es posible identificar algunos


fenómenos clave que, si no son del todo responsables, explican gran parte de nuestra crisis.
1. La ineptitud de nuestras elites gerenciales, públicas y privadas, lo cual arroja dudas sobre
nuestros supuestos sobre la organización, el liderazgo y la educación superior (ver gestor).

2. Nuestra creencia de que la tecnología tiene propósito y dirección y por ende no requiere guía.

3. La incapacidad de nuestras elites para examinar lo que puede y debe suceder con las ideas
tradicionales de crecimiento en una sociedad industrial avanzada.

4. En consecuencia, el sometimiento de nuestra economía a actividades inflacionarias de no


crecimiento, como los mercados de dinero, la producción de armamentos, las fusiones y
adquisiciones y la construcción.

5. Como otra consecuencia, una explosión de la deuda pública y privada acompañada por la
creencia simplista y lineal de que debemos perder hasta la camisa con tal de pagar esas deudas.

6. El regreso a la competencia desregulada del siglo diecinueve. Esto fue iniciado por
corporaciones transnacionales que utilizan mano de obra barata y desprotegida del Tercer
Mundo para erosionar las normas de producción en los países desarrollados (alentadas por
un enfoque ideológico del mecanismo práctico del libre comercio).

7. Y todo esto se ha agravado con la determinación de tratar nuestros males como los síntomas
de la enfermedad.

Las depresiones no son eternas. Pueden terminar al cabo de una o cinco décadas.
Habitualmente se consumen como incendios, y en el ínterin liquidan los problemas que las
originaron y buena parte de la trama social. A veces el incendio cobra forma de guerra, a veces
de pobreza y ruina. Luego la recuperación se basa en la reconstrucción y depende de la fuerza de
voluntad de la ciudadanía. La depresión de 1973 terminará, pero mientras la encaremos a través
de la abstracción, la negación y el positivismo desesperado, el fenómeno seguirá murando,
cambiando y resurgiendo. Ver regulación y setenta y tres.

derecha ver izquierda.

Descartes, Rene Dio credibilidad a la idea de que la mente existe separadamente del cuerpo,
lo cual sugiere que no miraba hacia abajo mientras escribía.

Las certezas creíbles que buscaba Descartes no eran corporales sino metodológicas. Su obsesión
con la duda no consistía en explorar lo desconocido, como habría dicho Sócrates, sino en
eliminar la duda. Responder en forma absoluta.

En esto él y Francis Bacon seguían la misma senda. La actitud científica de Bacon era una fuente
de poder. Estos dos intelectuales profundamente modernos afirmaban haber escapado del a
priori. Cada cual, a su manera, es la inspiración de la tecnocracia moderna, cuyas verdades
apriorísticas se cubren con el disfraz de métodos teóricamente neutros. Ver Pandilla de los
Cinco.

desempleo Un lujo costoso.


Tan costoso que las sociedades industrializadas no pueden permitir que cierto porcentaje de la
población adulta permanezca desempleado durante más de unos años. Esto parece ser menos de
una década, y entre el 5 y el 7 por ciento.

Desregulación Lamentablemente no existe relación práctica entre este pequeño problema de


subsidios y las políticas económicas que han prevalecido en Occidente en el último cuarto del
siglo veinte. Es como si se tratara de dos planetas distintos.

Es totalmente posible, pues, seguir fielmente todas las políticas recomendadas en cuanto a
crecimiento, competitividad, eficiencia, comercio y reeducación, sólo para descubrir que la
economía cae en bancarrota por culpa del nivel de desempleo. Esto sugiere que nuestras
políticas económicas son ideologías abstractas que no se relacionan con las sociedades reales a
las cuales deben servir.

desregulación El sector de las líneas aéreas luchó por este privilegio. Decían que era una
libertad necesaria para fortalecer la competencia, y así fortalecer las compañías, lo cual llevaría a
la creación de más compañías, y eso permitiría más vuelos a más destinos, lo cual llevaría a un
descenso de los precios para el consumidor.

El resultado ha sido un caos competitivo que ha provocado quiebras continuas, una reducción
en la cantidad de compañías, una menor competencia real y menos vuelos a menos destinos a
precios más altos. Entre 1990 y 1993 las líneas aéreas perdieron 11 mil millones de dólares tan
sólo en Estados Unidos.2

Nótese que dos acontecimientos de este período de desregulación debieron haber garantizado el
éxito para la industria. Después de dos picos en el precio del petróleo, el verdadero costo del
combustible ha bajado continuamente. Y la explosión de turismo masivo de los últimos quince
años ha provocado un incremento masivo en la cantidad de pasajeros.

Las aerolíneas trataron de salvarse de los catastróficos efectos de la desregulación mediante una
concentración en el nivel ejecutivo. La tecnocracia crecía, quería volar para hacer negocios y
reñía que pagar el billete completo porque así es como funcionan las grandes organizaciones. El
resultado fue el crecimiento de la clase llamada Business o Executive.

El aumento del costo de enviar hombres de negocios en esta clase fue asumido por los
accionistas y en consecuencia fue un peso muerto para la economía general.

Los efectos de la desregulación sobre el viaje personal fueron particularmente negativos.


Durante los años de regulación, el viaje había sido relativamente simple para el pasajero. Y la
simplicidad es una forma real de eficiencia. Había dos clases; la mayoría de la gente, incluidos
los empleados de las empresas, usaban la clase económica. Había muchas gangas, sobre todo
dirigidas al turismo familiar que estaba planeado con mucha antelación.

Con la desregulación, el colapso de la competencia real generó esas formas de competencia falsa
típicas de los oligopolios. Hubo una explosión en el área de ofertas, promociones y paquetes
especiales. El resultado fue una jungla que constituye una pérdida de tiempo para el pasajero y
la aerolínea. Esto ha producido una maraña de promociones que generan pérdidas e intentan
conquistar la lealtad de los clientes, que cada vez encuentran menos razones para ser leales en
un mercado caótico.
Los planes con millaje gratuito constituyen uno de los aspectos más costosos de esta falsa
competencia. Por cierto, no son gratuitos.

Las compañías cubren los costos cobrando más por billete a los pasajeros que pagan. Los
principales beneficiarios del sistema son los tecnócratas —sobre todo los ejecutivos de
empresas— cuyos vuelos son pagados por las compañías, un detalle agradable que no contribuye
a la competencia ni a más opciones en los destinos. Todo lo contrario. Cuantos más ejecutivos
consiguen millaje gratuito, más deben cobrar las aerolíneas por los billetes clase Business
comprados por las empresas. Este sistema no aumenta los viajes pagos, reduce las ganancias de
las aerolíneas y las empresas que son sus clientes e implica complejos costos de gestión.

El efecto general de las ofertas y bonificaciones especiales ha sido reducir la competencia al nivel
de las chucherías que se regalaban en las gasolineras. Pero los pasajeros no quieren chucherías.
No quieren comidas más grandes, etiquetas especiales, tarjetas, salas de espera ni cepillos de
dientes. Quieren un modo sencillo de volar a la mayor cantidad posible de destinos con la mayor
cantidad posible de opciones, con aceptable comodidad y dignidad, con poca alharaca a un
precio razonable. Esta es una descripción de la auténtica competencia, que según ha demostrado
la experiencia sólo se puede lograr mediante una reflexiva y enérgica regulación.

destino Producto de una misteriosa inevitabilidad y la pasividad humana, ambas presentadas


como principios inconmovibles de algo que no se puede identificar del todo.

Hace medio siglo la idea del destino parecía moribunda, excepto entre los comunistas y un
menguante grupo de creyentes religiosos. Ahora, elevado por las verdades naturales de la
economía y la lógica lineal del corporativismo, el destino vuelve a determinar nuestra vida.

Hace 2.500 años la dictadura conjunta del destino y la voluntad divina fue derrocada por
atenienses como Solón y Sócrates. El enemigo de ambos era la mitología homérica, donde la
vida de los hombres se decidía de antemano. A lo sumo se podía modificar levemente si
intervenían los dioses. La gran contribución de los atenienses fue sostener que los humanos
podían, dentro de las limitaciones de una realidad más vasta, recrear continuamente su propio
destino.

No lo podían recrear a su antojo ni al margen de las circunstancias, pero podían actuar. El


destino no estaba sellado desde la cuna. La civilización occidental comienza con esa convicción.
La idea del individuo consciente y responsable nace con la derrota del destino y la pasividad.

Dos milenios y medio después, la elite más numerosa y sofisticada que ha existido —un 30 por
ciento de nuestras poblaciones—, con posesión de más conocimiento del que podían imaginar
las elites de la historia previa, ha logrado convencerse, y convencernos, de que los atenienses
estaban equivocados. La mayoría de las cosas son inevitables. Ellos estaban equivocados y
nosotros también. Hemos perdido 2.500 años.

Este recrudecimiento de la mitología primitiva implica una modernización de las fuerzas ante
las que debemos prosternarnos sumisamente, Los dioses y el destino se han transformado en las
fuerzas del experto especializado y el mercado. Sin importar su nuevo nombre, la dictadura
homérica ha regresado.

El lenguaje, la discusión y la elección consciente —elementos fundamentales de una democracia


funcional— se reducen así a meras distracciones. La furia, confusión y frustración que hoy siente
el ciudadano surgen de la sensación de que sus atributos reales se han evaporado y vive en una
sociedad donde es recompensado principalmente por su cooperación, es decir, su pasividad.

deuda insostenible Hoy las deudas nacionales se encaran como si fueran dioses implacables
que tienen el poder para controlar, alterar y de ser necesario destruir un país. Esta trampa
financiera se suele presentar como exclusiva de nuestra época, además de constituir un
profundo comentario sobre los hábitos desquiciados de la población. La realidad puede ser
menos perturbadora.

1. La acumulación de una deuda insostenible es un lugar común de la historia. Hay varios


métodos convencionales para resolver el problema: ejecutar a los prestamistas, desterrarlos,
negarse a pagar o simplemente renegociar para lograr una mora parcial y bajas tasas de interés.

2. No existe ningún ejemplo de un país que se enriquezca por sus deudas.

3. Hay docenas de ejemplos de países que se enriquecieron negándose a pagar o renegociando.


Esto comienza formalmente en el siglo sexto antes de Cristo, cuando Solón tomó el poder en una
Atenas agobiada por las deudas. Al imponer una mora general —“el sacudimiento de las
cargas”— encarriló la ciudad-estado hacia la democracia y la prosperidad. La Atenas que se
recuerda como inspiración central de la civilización occidental fue producto directo de una
negativa a pagar. De un modo u otro los países occidentales, incluido Estados Unidos, han hecho
lo mismo en algún momento. Casi siempre la falta de pago ha llevado a períodos sostenidos de
prosperidad.

4. El no pago de las deudas no tiene connotación moral. Las únicas pautas morales reconocidas
en la sociedad occidental como relevantes para el préstamo son las que definen las ganancias
obtenidas mediante préstamos como pecaminosas. Los préstamos son meros contratos y en
consecuencia no pueden tener valor moral.

5. Como saben todos los hombres de negocios, los contratos se deben respetar cuando es
posible. Cuando no lo es, existen regulaciones para facilitar la mora o la renegociación. Los
hombres de negocios habitualmente recurren a ello y se salen felizmente con la suya. El colapso
del imperio financiero Reichmann —mayor que la mayoría de los países— es un ejemplo
reciente. La familia pudo largarse y casi de inmediato comenzar una nueva vida, promoviendo el
mayor desarrollo de propiedades en la historia de México.

6. No hay normas generales que regulen los problemas financieros de los países, simplemente
porque ellos son la autoridad reguladora. Sin embargo, existen firmes antecedentes históricos.
De hecho, México dejó de pagar en 1982-83, regenerando así su economía. La reacción de los
prestamistas occidentales ha consistido en tratar estas crisis como casos especiales, como cosas
que sólo pasan en los países del Tercer Mundo. Eso es descabellado.

7. La única diferencia importante entre la deuda privada y pública es que la pública no se puede
basar en garantías reales. Con ello, la cesación de pagos es una solución más natural para
situaciones inviables. La cuestión de la garantía nacional se abordó en el siglo dieciocho cuando
resultó evidente que un pueblo endeudado no podía deber sus derechos nacionales (sus tierras y
propiedades) a un prestamista. Los derechos naturales y concretos del ciudadano tenían
precedencia sobre los derechos abstractos y contractuales del prestamista. Uno de los aspectos
más llamativos e insidiosos del corporativismo del siglo veinte ha sido el intento de invertir
esta precedencia. El imperativo gerencial sugiere que las deudas nacionales se pueden
garantizar indirectamente de varias maneras. Se puede obligar a los gobiernos a vender
propiedad nacional para pagar deudas (privatización). También se los puede obligar a
transferir la propiedad de patrimonios nacionales a los prestamistas, como se ha hecho en el
Tercer Mundo. También existe la amenaza de que las naciones que no pagan sean tratadas como
parias internacionales. Es un argumento extraño, pues no se aplica en el sector privado (ver 5).
También es una amenaza huera, como ha demostrado México (ver 6).

8. Las deudas —públicas o privadas— se vuelven insostenibles cuando el prestatario carece de


liquidez para pagar los intereses. Una vez que una economía nacional ha perdido esa liquidez, es
difícil recobrarla. El peso de la deuda sobre la economía lo vuelve imposible.

9. Un país no puede sostener la deuda reduciendo costos. Las reducciones pueden generar
pequeños ahorros, pero los ahorros no constituyen liquidez. Este es otro ejemplo de la tentación
del alquimista. Margaret Thatcher pasó una década tratando de reducir la deuda nacional
británica. Tenía la ventaja de poder usar los ingresos petroleros del Mar del Norte para esta
finalidad. El resultado fue un sector industrial damnificado, estancamiento económico y
desempleo endémico. El pago de deudas es un proceso negativo que sólo puede ser un escollo
para la inversión y el crecimiento. Cuanto más éxito tienen los programas de devolución de
deudas, más se daña la economía.

10. Los países fuertes debilitan su propia economía al obligar a los más débiles a mantener
deudas insostenibles. Por ejemplo, a pesar de los enormes esfuerzos de todos, la deuda del
Tercer Mundo ha seguido creciendo. En 1993 era de 1.600 billones de dólares. Esto les cuesta
mucho más en los intereses remitidos a Occidente de lo que Occidente envía en asistencia. El
efecto práctico consiste en imposibilitar el crecimiento económico. El Tercer Mundo constituye
así un peso muerto en nuestra continua depresión, un obstáculo contra la renovación de la
liquidez.

11. Las civilizaciones que se obsesionan con el mantenimiento de deudas insostenibles han
olvidado la naturaleza básica del dinero. El dinero no es real. Es un convenio consciente para
medir un valor abstracto. Las sociedades insalubres se dejan hipnotizar por el dinero y lo tratan
como algo concreto. El efecto consiste en la destrucción del valor práctico del circulante.

12. La obsesión con esas realidades falsas, y con la devolución de la deuda, indica un enfoque
lineal, estrecho y gerencial de la economía. La gestión de una economía es profesión de los
tecnócratas de finanzas, los economistas y los banqueros. Su enfoque es naturalmente de
continuidad. Este es un medio para negar el fracaso. Encarar el dinero o la deuda como un
asunto contractual —y por ende susceptible de no pago o de renegociación— significaría encarar
la profesión gerencia! como secundaria y no relacionada con verdades fundamentales. Aquello
que la gente sensata vería como actitud original o práctica constituye para los expertos
financieros una amenaza a su orgullo profesional.

13. ¿Todo esto significa que los gobiernos no deberían pagar sus deudas nacionales? No
exactamente. Sólo significa que estamos encarcelados en un enfoque lineal y gerencial que niega
la realidad, por no hablar de la experiencia. El dinero es ante todo una cuestión de imaginación,
y también de convenios fijos sobre la suspensión voluntaria de la incredulidad. En otras
palabras, es posible abordar el problema de la deuda de otras maneras.

14. Se han producido cambios que no nos permiten tomar las mismas decisiones que un Solón o
un Enrique IV, quien a principios del siglo diecisiete salió de un atolladero y restableció la
prosperidad. Primero tenemos que reconocer y proteger la inversión realizada directamente
(bonos del gobierno) e indirectamente (depósitos bancarios) por los ciudadanos en la
financiación de deudas nacionales. Segundo, está la nueva y desregulada complejidad de los
mercados de dinero internacionales, que ahora constituye un importante elemento
corporativista.

15. Nuestro problema central es de enfoque. Durante dos décadas los gobiernos han pedido a los
economistas y oficiales financieros que presenten modos en que la deuda se pueda pagar y
mantener el pago de intereses. Nadie les ha pedido que propongan métodos para cancelar la
deuda y el pago de intereses. Nadie les ha pedido que usaran la creatividad en vez de una lógica
apriorística.

16. Si los miembros del Grupo de los Siete (G7) reunieran a sus mejores economistas y les dieran
un mes para generar versiones modernas de la cancelación del pago, podría sorprendernos la
facilidad con que aparecerían propuestas prácticas.

17. Hay dos lineamientos simples: (a) la apariencia de continuidad es fácil de lograr en la
cancelación del pago de la deuda, mediante mecanismos de papel que se pueden definir como
“retiro de la deuda”; (b) lo que es difícil para un solo país en las circunstancias contemporáneas
es fácil para un grupo, sobre todo si ese grupo habla en nombre del mundo desarrollado. Ver
ética.

dialecto Los dialectos, antaño variaciones idiomáticas producidas por el aislamiento


geográfico, hoy son variaciones alentadas por los especialistas para impedir que los legos tengan
acceso a su territorio profesional.

Para quienes pertenecen a estos gremios profesionales o corporaciones, no ser entendidos


constituye uno de sus pocos poderes individuales. Las reglas del profesionalismo —a menudo
detalladas en sus contratos de empleo— les impiden hablar libremente. ¿Cuál es el único tema
que un ingeniero nuclear no puede abordar francamente en público? La ingeniería nuclear. Así
se silencia a los expertos en los campos donde tienen algo que ofrecer a la comunidad.

Lo compensan reconstruyendo su individualismo castrado alrededor del poder de no


comunicarse. El poder de la retención. Una obstinada oscuridad no contribuye al debate
público. Crea temor hacia los legos que intentan comprender y una aceptación de la ignorancia
en áreas ajenas a su propio dialecto. Si uno no quiere que los demás se inmiscuyan, no debe
inmiscuirse con los demás. Los colegas, como dice Vaclav Havel, terminan por caracterizar “todo
intento de crítica abierta como terrorismo al desnudo”.3

Ellos se defenderían diciendo que la explosión del conocimiento ha vuelto ciertos campos
específicos demasiado complicados para el lenguaje público. Pero en realidad ninguno de
nosotros quiere ni necesita saber dónde se colocan los pernos de un reactor nuclear.

El lenguaje de los especialistas se puede encarar de dos maneras. Puede intentar una transición
gradual, en un proceso de divulgación honesta, desde las inevitables complicaciones del experto
hasta la comunicación general. Luego los ciudadanos serían libres de internarse tanto como
desearan en el camino de la especialización verbal. O bien los especialistas pueden erigir su
dialecto como una barrera general, un rito de pasaje, y así reducir el lenguaje público a una
cacofonía de información y opinión destinada a distraer, nada de lo cual se relaciona con el uso
del poder práctico.

Al aislarse en estos dialectos, los expertos se aíslan de la imaginación colectiva, que es lo que
alimenta cada especialidad con ideas y energía. Como una pequeña aristocracia provincial
separada de la metrópolis por sus propias normas de decoro, son víctimas de la endogamia. Ver
lenguaje oral.
diccionario Opinión presentada como verdad en orden alfabético. La estabilidad social que se
ha afianzado en Occidente en el último medio siglo tienta a quienes definen el lenguaje a
confundir su poder de análisis con el poder para proclamar la verdad. Bajo el disfraz de la
descripción, ofrecen una prescripción. Esto se hace con el desapasionamiento de una disección,
como si sólo se informara sobre el uso.

Los diccionarios serios ofrecen una selección de las sucesivas acepciones de cada palabra a
través de los siglos. Algunos parecen olvidar definiciones que ellos mismos ofrecían en ediciones
anteriores. Otros ofrecen una selección bastante exhaustiva de ejemplos históricos, pero sus
opciones contienen actitudes.

¿Es verdad, como afirman casi todos los diccionarios del siglo veinte,*9 que la verdad es
“coherente con”, “conforme a” o está “de acuerde con el hecho o realidad”?4 ¿O ésta es una
postura ideológica? Si esto es cierto, ¿cómo explicamos la habilidad de los hechos para generar
varias verdades sobre el mismo asunto y la incapacidad de algunas o todas estas verdades para
conformarse a la realidad tal como la ve la gente? ¿Cuál es pues la relación entre los hechos y la
verdad, o entre los hechos y la realidad?

Los diccionarios legitiman un proceso que casi ha convencido a los ciudadanos de que el
lenguaje no les pertenece porque no refleja lo que ven o piensan. Los idiomas que no brindan los
sentidos requeridos por la sociedad van camino de convertirse en vestigios antropológicos.

Este no es un ejercicio de deconstruccionismo. No existe una conspiración lingüística, ni el


lenguaje es siempre reflejo de intereses creados, ni debe ser una encarnación de la ideología que
esté provisoriamente en la cima. Al contrario. Hay grandes volcanes de energía lingüística en
cualquier sociedad que no esté moribunda. Están en constante erupción a través del lenguaje
oral, con el objeto de destruir o modificar el orden establecido del saber convencional. Si un
idioma no está muerto, es una discusión continua.

Los primeros diccionarios eran apasionadas discusiones sobre la verdad. Chambers, Diderot,
Johnson y Voltaire no estaban seguros de tener razón. Pero estaban seguros de que los
escolásticos de la iglesia que los habían precedido estaban equivocados. A finales del siglo
veinte, hay cada vez menos personas que creen que la verdad es la suma de los hechos. Ello
significa que hay cada vez menos personas que se limitan a aceptar el saber recibido. En ese
sentido, nuestra época se parece cada vez más al siglo dieciocho. Es muy natural, pues, que los
diccionarios vuelvan a ser foros para el debate.

dictadura del vocabulario En cuanto una palabra o frase comienza a cobrar valor público,
diversos grupos de intereses procuran destruir su reputación o adueñarse de ella. En este caso
no adoptan necesariamente el sentido de la palabra o frase. Sólo desean controlarla para
aplicarle otro sentido que congenie con sus objetivos.

Las palabras, pues, no son gratuitas. Poseen un valor. Más que cualquier producto comercial,
están sometidas a la violenta competencia del mercado emocional, intelectual y político.

Las campañas morales e ideológicas alimentan este deseo de controlar las palabras. Son
secuestradas para la causa e izadas como banderas. Luego otros se sienten obligados a usarlas
para indicar que están a tono con los tiempos. Desregulación. Eficiencia. Libre comercio.
Economía global. Su sentido no importa. Lo importante es usarlas. Y luego, como en el caso
de “transustanciación” y “dictadura del proletariado”, su momento pasa, el mercado que han
capturado se derrumba y se refirma la presión para aprehender un nuevo vocabulario.

dinero, volatilización del El acto de lograr que la riqueza desaparezca de una economía. Esto
se logra con mayor efectividad mediante la especulación en áreas no vinculadas con el
crecimiento.

Las sociedades se meten en problemas cuando empiezan a creer que el dinero es real, cosa que
no es cierta. Los que cometen la tontería de olvidar que el dinero es una quimera funcional
basada en un acuerdo tácito sobre el valor también tienden a tratar mal su moneda. Por
ejemplo, quizá la lancen a un mercado desregulado y plagado de depredadores. Quizá la emitan
sin cesar, lo cual produce la inflación clásica. O quizá la usen para la especulación descontrolada,
lo cual hace que el dinero se evapore. Todo esto constituye volatilización y causa pobreza.

El dinero respeta más el acuerdo sobre el valor cuando se gana y se multiplica a través de la
inversión, el trabajo y la compra. La inversión y el trabajo producen bienes reales que se pueden
comprar. El dinero que se presta para inversiones gana interés para los bancos. Los salarios que
ganan los trabajadores se depositan en esas mismas instituciones. Si los bancos prestan un
múltiplo razonable de este dinero a personas que invierten en crecimiento real, o en las
propiedades que las necesidades prácticas hacen necesarias, hay un potencial para un
crecimiento real del valor.

Pero si los bancos usan este valor para especular o para prestar a los que especulan, se arriesgan
a la volatilización. Por ejemplo, si especulan innecesariamente en los mercados internacionales
de dinero y pierden, la verdadera riqueza creada por la inversión, la producción y el trabajo se
evapora con ese dinero perdido. Si prestan a quienes especulan con propiedades, como ha
sucedido cada vez más en los últimos treinta años, el valor real que los especuladores habían
pedido en préstamo se evapora en cuanto se desmorona el boom de los bienes raíces. Lo mismo
sucede con las grandes fusiones y adquisiciones especulativas de las tres últimas décadas. Y con
las orgías del mercado internacional de dinero.

Los especuladores y los gerentes nos critican por no trabajar lo suficiente para crear la riqueza
que alimenta el crecimiento. Pero una explicación más razonable de la falta de dinero sólido en
nuestra sociedad es que repetidamente, en los últimos treinta años, la ciudadanía ha depositado
la riqueza real que creaba mediante la inversión, el trabajo y la producción. Y repetidamente sus
elites han tomado en préstamo ese dinero y lo han volatilizado. Ver depresión.

Dios O bien Dios está vivo, en cuyo caso se encargará de nosotros como crea conveniente, o
bien está muerto, en cuyo caso nunca estuvo vivo, pues es improbable que haya muerto de viejo.
Si Dios siempre ha sido una quimera, lo deben haber creado por una razón, dada la desconfianza
que la sociedad organizada siente por la imaginación. Al menos esta quimera estaba quizá
destinada a brindarnos una relación ética común. En el peor de los casos, era sólo una excusa
para que un grupúsculo de clérigos manejara el poder en nombre de una persona invisible que
no podía entrometerse.

Al actuar como si estuviera muerto sin proponer una alternativa existencial, hemos provocado
un alud de confusión negativa. Esto ha alentado a los charlatanes y oportunistas a proponer
reemplazos totales, es decir, ideología.

El mejor modo de evitar esa confusión y la explotación resultante es asegurarse de que Dios (si
suponemos que nunca existió) no sea reemplazado por una teoría, un dialecto, las fuerzas del
mercado o una estructura, sino por una relación ética convenida entre todos. Curiosamente, ese
es el propósito esencial de la sociedad democrática. Al ciudadano le cuesta recordarlo porque los
ideólogos y especialistas que ganan el poder nos siguen diciendo que la ética, aunque valiosa, es
ingenua. ¿Quién puede culparlos? Como todos los sacerdotes, quieren ser Dios o, a falta de eso,
hablarle sin la interferencia de valores independientes. Ver ideología y Nietzsche.

discurso de aceptación Triunfo de la frivolidad sobre el ego. Ver entrega de premios.

dividendo de la paz Una de esas frasecillas divertidas que los entendidos usan por no más de
doce meses.

Como “la guerra contra las drogas”, “la recesión ha terminado” y “paz en nuestros tiempos”, este
giro pertenece a la categoría de la utopía cortoplacista.

Con el caos que reina en el antiguo bloque soviético y el temor de que una reducción importante
en la producción de armamentos cause más problemas económicos, hace rato que se ha
decidido que a fin de cuentas no habrá dividendo de la paz. Nadie ha anunciado este cambio de
planes, porque en tal caso la ciudadanía podría recordar lo que le han dicho. El dividendo de la
paz ha desaparecido de los labios de todos los entendidos. Mejor no recargar al público con las
complejidades de la continuidad, y simplemente pasar a la siguiente frase divertida. Ver uso
dual.

divorcio Deconstrucción del sexo y la propiedad. Como la unificación de estos dos non
sequiturs por medio del matrimonio deforma la realidad, separarlos varios años después sólo
puede ser tan desagradable como cualquier otro aspecto del movimiento deconstruccionista.
La idea misteriosamente recurrente de que el divorcio convertirá a enemigos contractuales en
amigos naturales pertenece al género de la narrativa fantástica. Ver orgasmo.

duda La única actividad humana que puede controlar positivamente el uso del poder. La duda
es crucial para el entendimiento.

Las elites de las sociedades organizadas definen el liderazgo como “saber qué se debe hacer”. La
ciudadanía no está tan segura. Su reacción es la duda, la reflexión y la deliberación. Es decir,
cuestiona, sopesa y analiza atentamente.

La mayoría de las actividades humanas se dividen en tres etapas. El acto de dudar es la segunda
y es la única que requiere la aplicación consciente de nuestra inteligencia.

La primera etapa consiste en la realidad que enfrentamos. Esta es siempre una mezcla confusa
de situaciones que están fuera de nuestro control, actitudes enturbiadas por el saber heredado y
diversas panaceas. La tercera etapa es aquello que llamamos toma de decisiones. En una
sociedad racional, se supone que esto deriva de haber generado la solución mediante la pregunta
correcta. La toma de decisiones es en verdad una actividad sobrevalorada, en general
mecanicista. A su vez, es seguida por una actividad menor y pasiva, la gestión de la decisión que
se ha tomado. Dada nuestra obsesión con el liderazgo y las respuestas correctas, y nuestro
miedo a la duda, hemos terminado por tratar esta etapa de gestión como si fuera de importancia
primaria.
La duda es pues el espacio entre la realidad y la aplicación de una idea. Se debe consagrar al
análisis de la experiencia, la intuición, la creatividad, la ética, el sentido común, la razón y el
conocimiento, en una reflexión equilibrada sobre lo que se debe hacer. Cuanto más dure esta
etapa, más aprovecharemos nuestra inteligencia.

Quizá por eso las elites se apresuran a limitar la duda y la reflexión. Los que obtienen el poder
procuran brincar automáticamente de la realidad a la solución, de la abstracción a la aplicación,
de la ideología a la metodología. Esto es tan cierto de la sociedad racional contemporánea como
lo era de las sociedades dominadas por la religión o las monarquías. La deliberación se
considera debilidad. Se apresura la reflexión, y si es posible se la elimina. El efecto consiste en
reducir la inteligencia de la ciudadanía al saber recibido, a procedimientos inconscientes o
clandestinos y a actos mecanicistas.

Las democracias saludables abrazan la duda como un placer del ocio, y así prosperan. Las
democracias enfermas se obsesionan con las respuestas y la gestión, y así pierden su razón de
ser. Pero, ante todo, la duda es la única actividad que utiliza activamente las particularidades
humanas. Ver error, humanismo.
E

econometría Una seductora combinación de hechos y de fe, menos una subcategoría de la


economía que una secta cismática.

La economía surgió de las mismas raíces intelectuales que la meteorología (ver


meteorólogos), que rara vez acierta pero carece de memoria, así que no se avergüenza de
equivocarse. Cuando los economistas empiezan a confundir el bienestar de los seres humanos
con la demostración de teorías (por ejemplo, el mercado siempre tiene razón o la empresa
privada es maligna), pueden convertirse en una fuerza destructiva semejante a servicios
meteorológicos enloquecidos, que convocan a la población a atravesar un huracán para llegar al
ojo de calma del centro.

Este descabellado fenómeno se puede identificar por un optimismo y un pesimismo


desenfrenados y se caracteriza por la repetición de fórmulas religiosas. Así se entona “la deuda
se debe pagar” o “la recesión ha terminado” tal como los sacerdotes repetían “es preciso derrotar
al demonio” o “Jesús ha resucitado”, con lo cual querían decir “También tú te levantarás de
entre los muertos”. Muchos economistas inteligentes, al enfrentar las necesidades sociales reales
de personas reales en sociedades reales, intentan ser prácticos e imaginativos. La importancia de
la imaginación es que mientras las personas y sus necesidades son reales, la economía se crea
con ilusiones, que en la vida cotidiana se deben encarar como reales. Por eso las teorías amplias
son peligrosas. Confunden las ilusiones convencionales con la realidad y tratan a la gente y sus
sociedades como abstracciones.

Lamentablemente, los economistas prácticos e imaginativos han sentido creciente frustración


ante el ascenso de la econometría, cuya premisa es que la sociedad se puede reducir a elementos
contables. Y como los números son el rostro de Dios, se sigue que todo andará bien.

Esta ha sido la escuela predominante desde los años 70, al extremo de que aun los economistas
sensatos entienden que deben adecuarse a las convenciones de la numerología si desean ser
oídos. Pero no saben que en el mundo real los números son lo que hacen. No son reales y rara
vez son útiles. La economía basada en la econometría se parece al rey Canuto, ordenando al mar
que no suba desde su trono en la playa desierta. Ello explica la arbitraria división de la
depresión de 1973 en una serie de recesiones, a cada una de las cuales se le ordenó terminar.

economía del goteo (trickle-down) La teoría económica más tonta del siglo veinte.

Un gobierno invierte cien mil millones de dólares en aviones de caza. Con un poco de suerte,
parte de la investigación y desarrollo desciende por “goteo” a la aeronáutica civil, por ejemplo,
dando un impulso de mil millones de dólares a un proyecto para un avión de pasajeros.

Pero si el gobierno deseara dar un impulso de mil millones de dólares a la aeronáutica civil,
acaba de derrochar noventa y nueve mil millones. Más aún, lo ha hecho de un modo lento, torpe
e incierto. Por otra parte, si necesitaba nuevos aviones de caza, no debía dejarse distraer por
unos prescindibles aviones de pasajeros.

La economía trickle-down fue introducida a principios de los 60 por hombres como Robert
McNamara. Durante treinta años causó demoras, derroches y despilfarros justificados. A finales
de los 80 su credibilidad se había agotado. Entonces se la bautizó economía del uso dual.
economía global La forma moderna de ideología es el determinismo económico. Es
presentada como si ni el presentador (una coalición de grupos de intereses) ni el receptor (el
público) tuvieran ningún papel activo, porque la economía global llegará nos guste o no. De este
modo se puede proponer toda una política ideológica sin discutir sus implicaciones y sin admitir
que es una ideología.

La economía global se suele presentar bajo cuatro estandartes:

1. “La economía global es inevitable”. Pero siempre hubo economía global. A veces era más
global, a veces menos. Yen las tres últimas décadas no hubo ningún avance tecnológico ni
gerencial que la haga más global. Nuestros notables avances en comunicaciones de alta
tecnología son tan útiles en la escala internacional como a nivel local. Pero no hacen que las
reglas locales o regionales sean irrelevantes. La tecnología, por ejemplo, no ha eliminado el
poder de las regulaciones nacionales dentro de los países. En consecuencia, no hay motivos para
creer que deben eliminar necesariamente las regulaciones entre los países.

Si hubo un cambio fundamental, fue en actitudes. La pregunta es en qué actitud y por qué.

La segunda pregunta es si una Economía Global debería configurarse a sí misma sin ninguna
guía, o con la guía primaria de las grandes empresas a la luz de sus intereses, o con la guía
primaria de las sociedades que producen y consumen los bienes.

El cambio de actitud que presenciamos parece haberse originado en los gerentes de las grandes
empresas. Tal vez se haya originado cuando comprendieron que las sociedades occidentales,
basadas en un contrato de clase media cada vez más fuerte, rechazarían un ataque contra ese
contrato. La tentación de obtener más bienes a menor precio sería rechazada si comprometía la
estabilidad social. Así la reinvención de la Economía Global permitió que las grandes estructuras
corporativas y sus consultores de los departamentos universitarios de economía reabrieran todo
el archivo del primer capitalismo. La civilización occidental se había pasado un siglo
domesticando a ese capitalismo desagradable para que actuara de manera decente. Esto se hizo
cuidadosamente para no eliminar el motivo del lucro. Abruptamente, esa bestia salvaje vuelve a
quedar suelta bajo el disfraz de la inevitabilidad.

2. “La economía global producirá más bienes a precios más bajos”. ¿Realmente necesitamos más
bienes? ¿Necesitamos bienes más baratos? Ya tenemos demasiados bienes en el mercado y
fácilmente podemos producir más. Nuestro problema es la falta de compradores. La Economía
Global reduce aún más la cantidad de personas que pueden comprar. Sólo el que tiene empleo
puede consumir.

En cuanto a los bienes más baratos, en términos absolutos, cuanto más bajo es el precio
minorista, más bajo es el estándar de vida de los productores. Esto se debe a que estos bienes
son producidos por menos personas, dejando más desempleados, o por gente que percibe
salarios inferiores. Estos ahorros teóricamente reducen el precio minorista.

¿No sería razonable sugerir que Occidente no necesita más bienes a menor precio, sino una
cantidad de bienes apropiada para la población a un precio justo o razonable, es decir, un precio
que los haga accesibles dentro de un sistema social y económico de clase media sin erosionar ese
sistema?

3. “Resistirse a la Economía Global es negar al Tercer Mundo su oportunidad”. Una patraña.


Debemos preguntarnos si el Tercer Mundo se puede desarrollar pasando por el profundo caos y
sufrimiento que es endémico en el capitalismo primitivo no regulado. Si nuestro deseo es alentar
el crecimiento económico en zonas subdesarrolladas, hay maneras mucho más efectivas y
civilizadas de hacerlo.

La sugerencia de que Occidente negaría al Tercer Mundo su oportunidad si impusiera


condiciones a la internacionalización contiene un supuesto tácito: que el Tercer Mundo se
beneficiará con la Economía Global. Pero la creación de millones de empleos mal pagados en
condiciones decimonónicas no trae necesariamente prosperidad ni desarrollo. Es más probable
que traiga desorden social con costos muy elevados y reales.

Dado que un principio subyacente de la Economía Global es que la industria se desplazará


continuamente al área de producción más barata, estos empleos del Tercer Mundo
desaparecerán de cada localidad en cuanto haya suficiente desarrollo local para provocar
demanda de condiciones laborales respetables.

Esta noción de la injusta negación occidental implica que algunas zonas se beneficiarán con la
Economía Global. Pero no es verdad que todo sistema económico contenga ganadores. Muchos
sistemas son fundamentalmente negativos y desestabilizadores. Algunos individuos siempre
prosperarán, y en este caso algunas estructuras empresariales pueden beneficiarse sin que
prosperen sus empleados. Pero todas las sociedades sufrirán. Por lo que ya podemos ver, es
probable que la aceptación de la Economía Global tal como se presenta hoy lleve una pobreza
duradera al Tercer Mundo.

4. “La Economía Global es el futuro”. La Economía Global es un concepto decimonónico


disfrazado de alta tecnología y que finge ser el futuro. La pregunta fundamental que nos plantea
es cómo pueden los países desarrollados proteger un siglo de progreso social si no convienen en
cooperar con la regulación de las corporaciones transnacionales y los mercados de dinero
internacionales.

La aceptación pasiva de la Economía Global como una cuadrilla de demolición internacional


desregulada significaría un retorno al pasado.

Todo uso de la palabra “futuro”, en cuanto concepto que sugiere progreso económico, requeriría
la consolidación de nuestro progreso económico y social del último siglo mediante la
concentración en nuevos acuerdos internacionales.

Hasta ahora los japoneses y los europeos han tratado la Economía Global como una pantalla
ideológica presentada por intereses foráneos. En consecuencia, se han resistido a sus principios.
La comunidad académica de Estados Unidos, en cambio, se ha alineado con su estructura
corporativa. En consecuencia, las palabras “Economía Global” son más usadas por los
estadounidenses como si representaran una verdad desinteresada. Esta pasividad es imitada en
países como Canadá y Gran Bretaña, donde la influencia de los acólitos de Estados Unidos es
fuerte. Mientras la ideología disfrazada con las palabras Economía Global tenga una base
institucional dentro de la civilización occidental, toda resistencia sensata será socavada. Por eso
el trastorno decimonónico prometido por la globalización parece inevitable, cuando en la
práctica no lo es.

economía La fantasía de una verdad basada en la medición. Para obtener una mejor
comprensión de la economía, podemos valemos de sus propios métodos. Hagamos una lista de
los grandes problemas económicos que Occidente ha padecido en el último cuarto de siglo.
Determinemos la tendencia predominante de los consejos ofrecidos en cada caso por un grupo
de economistas. Calculemos cuántas veces se siguió ese consejo. (En general se siguió). Luego,
sumemos la cantidad de veces que el consejo resolvió el problema.

La respuesta parece ser cero. Un fracaso persistente basado en una metodología experta sugiere
que los supuestos centrales eran defectuosos, así como esos refinados cálculos basados en el
supuesto de que el mundo era plano solían ser erróneos. Sin embargo, legiones de economistas
han clamado que no los escuchaban. Que sus recomendaciones sobre la tasa de interés, la masa
monetaria o la política tarifaria no se siguieron hasta sus últimas consecuencias.

Esta “ciencia” de la economía parece basarse en el supuesto no científico y no matemático de


que las fuerzas económicas son expresión de una verdad natural. Interferir con ellas es crear una
situación antinatural. La creación y aplicación de normas de producción, por ejemplo, se
considera una limitación artificial de la realidad. Aun los economistas que favorecen estas
normas las ven como deformaciones necesarias y justificables de la verdad económica.

La verdad económica ha reemplazado verdades anteriores, tales come un Dios todopoderoso y


un contrato social natural. La economía es el nuevo núcleo religioso de la política pública. ¿Pero
qué pruebas se han dado para demostrar este derecho natural a la primacía sobre otros valores,
métodos y actividades?

La respuesta que suele darse es que la actividad económica determina el éxito o el fracaso de una
sociedad. De ello se deduce que los economistas son los sacerdotes cuya necesaria pericia
permitirá maximizar el valor de esta actividad. Pero la actividad económica es menos una causa
que un efecto de la necesidad geográfica y climática, de las estructuras familiares y otras
estructuras sociales, del equilibrio entre libertad y orden, de la capacidad de la sociedad para
liberar su imaginación y de la fuerza o debilidad de los vecinos. En todo caso, la importancia
atribuida a la economía en el último cuarto de siglo ha interferido con la prosperidad. Cuanto
más nos concentramos en ella, menos dinero ganamos.

Economist, The Revista que oculta el nombre de los periodistas que redactan sus artículos
para crear la ilusión de que brindan una verdad desinteresada y no una opinión.

Esta técnica de ventas, que evoca el catolicismo anterior a la Reforma, no es sorprendente en


una publicación que lleva el nombre de la ciencia social más entregada a las conjeturas y las
quimeras presentadas como hechos inevitables y exactos. Es la Biblia del ejecutivo, lo cual indica
en qué medida el saber recibido es el pan cotidiano de una civilización gerencial. Ver
Mussolini.

educación de las elites Algo en que las elites tienen un interés personal.

Los que ya ocupan posiciones responsables sienten la necesidad de financiar la educación de sus
sucesores. El poder ascendente de grupos especializados liga cada vez más esta educación a lo
que se llama utilidad. Para obtener dinero de y para estos grupos, ahora las universidades se
reorganizan para atender a diversos intereses específicos. La lucha milenaria por crear centros
independientes del saber y del libre pensamiento rara vez se menciona.

Los profesores que no se adaptan son cada vez menos importantes, al igual que la reflexión y la
indagación, incluida, por cieno, la ciencia pura. Todo lo que se relacione con la formación
intelectual básica o el uso de la imaginación se considera de poca utilidad.
En otras palabras, la educación de las elites es muy efectiva para succionar buena parte de los
fondos que sus graduados administran.

Las escuelas públicas y las instituciones de artes liberales deben resignarse a luchar por las
sobras. Ver inteligencia.

educación pública El elemento más importante en el mantenimiento de un sistema


democrático. Cuanto mejor se eduque al conjunto de ciudadanía, más amplios y sensatos serán
la participación pública, el debate y la movilidad social. Una rivalidad seria por parte de los
sistemas educativos privados succiona a las elites y así debilita fatalmente el ímpetu y la
financiación del sistema estatal.

Es irrelevante que un sistema privado ofrezca la mejor educación del mundo a una cantidad
limitada de estudiantes. Las elites sofisticadas son algo poco original que una sociedad puede
producir fácilmente. Lo más difícil y valioso es una sociedad bien educada.

Lo que sucede cuando los poderosos se concentran en su propia educación no es sorprendente.


Un estudio de 1993 sugería que casi la mitad de los adultos de Estados Unidos eran analfabetos
funcionales. Ello explica por qué Inglaterra y Estados Unidos, habiendo hecho aportaciones
esenciales para el ascenso de la democracia, enfrentan crecientes dificultades en el
funcionamiento de sus sistemas.

Lo que resulta incomprensible es el aparente fracaso de la educación pública en todo Occidente.


Todos los días hay castañeteo de dientes por los efectos de las comunicaciones electrónicas y el
debilitamiento de las estructuras familiares. Pero lo único que hacemos es modificar levemente
el contenido de los cursos y preocuparnos por los métodos de enseñanza.

Los especialistas en ciencias de la educación ejercen gran influencia Son los consultores
gerenciales de la mentalidad adolescente. Pero la cantidad de maestros se reduce
constantemente, y también el presupueste de educación general. Si la televisión y el desorden
social dificultan la tarea de capturar y retener la atención de los alumnos, poco importa qué se
enseña y cómo. Lo que importa es la intensidad con que se enseña.

No vendría mal reducir los cursos de treinta o veinte alumnos a diez. Esto significaría contratar
más maestros y nuestros presupuestos públicos nos dicen que no hay dinero disponible. Un
punto más importante es que habrá aún menos dinero en una sociedad de analfabetos
funcionales.

¿Cuánto le cuesta al estado un maestro desempleado o un profesor desempleado y formado en la


universidad si se usan métodos integrados de contabilidad? Hay costos sociales directos; la
pérdida de una inversión de largo plazo en su formación; la eliminación de su capacidad de
consumo dentro de la economía, y de su aportación a los valores de la propiedad. ¿Todo eso
suma el salario de un maestro? Nuestros sistemas de contabilidad pública no pueden encarar
este interrogante. Rechazan toda forma inclusiva de evaluación de nuestra situación de
ganancias y pérdidas.

La conclusión de nuestro sofisticado sistema es que no podemos darnos el lujo de educar bien a
nuestra ciudadanía. Sabemos que esta postura es suicida y lunática. Lo que hacemos, pues, es
aceptar pasivamente la conclusión de los lunáticos. Ver educación de las elites.
eficiencia Una habilidad de importancia terciaria que puede ser útil si se mantiene en el nivel
adecuado y bajo control.

La eficiencia es buena, por cierto. Sería necio gastar tiempo y dinero innecesariamente. Por otra
parte, ¿qué es realmente necesario o innecesario?

Lo que debemos preguntarnos es si debemos tratar la eficiencia como la fuerza impulsora de una
civilización, de una sociedad o incluso de una economía. ¿O es sólo una de esas herramientas
útiles que pueden ayudarnos a andar mejor si se usa apropiadamente?

Los que predican la Santísima Trinidad de la competencia, la eficiencia y el mercado nos


dicen que sólo los competidores más eficientes ganarán en la nueva economía global. Pero
nuestra experiencia nos indica que los que se obsesionan con la eficiencia a menudo quiebran.
El motivo es sencillo. El mercado —si se permite que funcione de manera razonable— trata de
favorecer los mejores productos. Estos se producen hasta cierto punto por competencia y se
reflejan hasta cierto punto en precios bajos. Pero ante todo son resultado de la creatividad y la
imaginación, y ninguna de ambas es eficiente.

Los grandes capitalistas y las grandes compañías supieron usar la eficiencia, pero sólo como
vagón de cola. Si se permite que encabece la marcha, la eficiencia estrangula la imaginación
hasta no dejarle el menor hálito de vida. Entonces comienzan los problemas económicos.

Si es preciso controlar la eficiencia para que sea útil en los negocios, ese principio es doblemente
cierto en otros campos como el gobierno y las artes. En lugares donde la función primaria es la
reflexión, pues la intención es buscar soluciones —legislaturas, por ejemplo—, la eficiencia es
literalmente enemiga del bienestar público. Ver ineficiencia.

ejecutivo El ejecutivo no es un capitalista sino un tecnócrata disfrazado.

Los miembros de esa numerosa clase que administra nuestras compañías por acciones han caído
en la ilusión de que son capitalistas, no empleados. Pero no poseen acciones, o sólo una pequeña
cantidad comprada con dinero que pidieron prestado a la compañía a tasas de interés bajas o
diferidas. La ilusión se fortalece cada año. En 1960 la ganancia media de los gerentes generales
de las mayores empresas de Estados Unidos, una vez descontados los impuestos, equivalía a
doce salarios medios de un trabajador. En 1990 equivalía a setenta salarios. Los ejecutivos
también gozan de impresionantes paquetes de beneficios pagados por el accionista, algo que en
política se calificaría de corrupción. Y pontifican ante el público y los trabajadores sobre la ética
capitalista, Parecen entender que estos trabajadores son costosos, perezosos y poco
competitivos. Esto debe ser cierto; de lo contrario los gerentes no se pagarían a sí mismos tanto
más que a sus empleados más pobres. Ver gestor.

el, la Un modo muy definido de iniciar un aserto. La verdad. La respuesta. La solución. El dios
verdadero. La dialéctica. Las reglas del mercado. La decisión correcta. La única decisión posible.
El líder.

¿Pero cómo lo saben? Sería posible afirmar, por ejemplo, en materia de repostería, que la mejor
opéra se puede encontrar en Auer, en la ciudad vieja de Niza. Algunas personas disentirían,
afirmando que otra opéra de otra pátisserie —Dalloyau de París, por ejemplo— es la mejor. Sin
embargo, estoy dispuesto a demostrar que se equivocan, que están sucumbiendo al hábito, el
interés personal o el romanticismo. Las preguntas fundamentales son la calidad del chocolate, la
contención en el uso del azúcar y la resultante variedad de gustos.

Auer hace la mejor opéra. Este es el aserto más definitivo que estoy dispuesto a hacer. Ver un,
una.

electores de Bristol, discurso a los Declaración fundamental acerca de cómo debería


funcionar la democracia representativa.

Elegido por Bristol en 1774, Edmund Burke explicó en un discurso a sus electores que intentaría
conservar un difícil equilibrio entre las opiniones e intereses locales y su juicio personal de lo
que constituía una acción responsable en una asamblea nacional:

Debería ser la dicha y la gloria de un representante vivir en la unión más estrecha [...] con sus
votantes. Los deseos de ellos deberían influir mucho sobre él [...] y sus actividades obtener su
ilimitada atención. Es su deber [...] preferir el interés de ellos al suyo propio. Pero en cuanto a su
opinión imparcial, su juicio criterioso, su esclarecida conciencia, no debe sacrificarlas ante
vosotros [...] ni ante ningún hombre viviente.

Vuestro representante os debe no sólo su industriosidad, sino su juicio; y os traiciona, en vez de


serviros, si se sacrifica a vuestra opinión. 2

Esta no es una receta infalible. Ni siquiera es una guía estructural. Burke hace una declaración
humanista sobre la imposibilidad de fórmulas o ideologías en una democracia saludable. Afirma
que la responsabilidad del representante, como la del ciudadano, es conservar un equilibrio
sensato y ético.

elite Más común que el lumpen-proletariado.

Toda sociedad tiene una elite. Ninguna sociedad ha carecido de ella. En consecuencia, se gana
poco con preocuparse por la creación o la protección de una elite. Se protege a sí misma y
siempre hay alguien dispuesto a reemplazarla.

Las elites olvidan fácilmente que no tienen sentido como grupo a menos que entablen una
relación saludable y productiva con el resto de la ciudadanía. Aparte de todo lo concerniente al
nacionalismo, la ideología y llenarse los bolsillos, la principal función de una elite es servir a los
intereses de la totalidad. En el ínterin puede prosperar mucho más que el ciudadano medio.
Puede tener muchas ventajas. Estas ventajas no importan mientras las elites también sirvan a
los intereses generales. Desde su punto de vista, no es mal negocio, así que llama la atención que
lo olviden tan fácilmente y sólo se sirvan a sí mismas, aunque esto implique su autodestrucción y
la destrucción de la sociedad. Ver educación pública.

empleo Un empleo es un resultado, no una causa. Es producido por una combinación de


factores como la inversión, la investigación, el desarrollo, los mercados, los niveles de consumo,
la liquidez, la estabilidad política y un clima económico positivo. No se puede crear empleo. Se
crean economías, y ellas crean empleos.

En el mundo industrializado el desempleo ha alcanzado niveles imposibles de financiar desde


1973. Esto es desempleo endémico o estructural. Oficialmente el nivel de principios de los años
90 era de 30 millones. En la realidad se acerca más a los 50 millones. Las autoridades han
ocultado la magnitud de la crisis redefiniendo reiteradamente el término “desempleo” para
mantener cifras bajas.
En Gran Bretaña las reglas se han cambiado treinta y dos veces desde 1979. Entre estos cambios,
hay treinta y uno que restringen la definición de desempleado. A principios de los 90 la cifra era
de 3 millones. Según las reglas de 1979 sería de 4 millones.3 Un modo más interesante de
plantear el problema de la definición es que el 30 por ciento (820 millones de personas) de la
fuerza laboral del mundo está desempleada o no está ganando un salario de subsistencia.4

Los que ocupan posiciones de autoridad conocen la situación. A principios de los 90 los
dirigentes políticos sintieron tanto pánico que comenzaron a concentrarse en la generación de
empleo. Lamentablemente estas iniciativas no se relacionan con las políticas económicas básicas
que esos mismos dirigentes han alentado una vez que fueron desarrolladas e instaladas por la
tecnocracia pública y privada. Un mercado internacional cada vez menos regulado, un cambio
tecnológico no supervisado y un incremento en mano de obra de tiempo parcial, privada de
seguridad y beneficios, se combinan para que la noción de políticas de creación de empleo
resulten cómicas.

La creación de empleos se cita sin cesar en el contexto de cosas tales como reeducación y
participación del trabajador en la producción de calidad duradera. Ambas suponen altos niveles
de lealtad empresarial.

Pero la economía global se define en parte como una busca permanente de parámetros de
producción más barata. Las corporaciones consideran que sus obligaciones de empleo son de
corto plazo. ¿Por qué invertirían en educación duradera? ¿Y por qué los ejecutivos o
trabajadores se consagrarían a sistemas de producción de calidad duradera? ¿Y qué papel puede
tener la lealtad en una economía que alienta al empleador a abandonar al empleado en cualquier
momento?

La mayoría de las teorías de creación de empleo son palabrerío de consultores o mero


voluntarismo. Cuando los funcionarios se reúnen para comentar la crisis, como hicieron en
Detroit en 1994, salen de las reuniones con aire divertido.

Pueden optar por muchas estrategias de empleo. Pero cuando se examinan con cierto
desapasionamiento, cualquier tonto ve que requieren cambios masivos en las políticas
económicas recomendadas por la mayoría de los economistas y aceptadas por casi todo el
público y las tecnocracias privadas, y ahora finalmente afianzadas a pesar de su incapacidad
para generar prosperidad o crecimiento.

En busca del tiempo perdido Obra de genio escrita en cama. Se inicia con el narrador
arrebujado entre las sábanas. Rara vez se la lee mucho tiempo sobre un colchón.

A decir verdad, rara vez se la lee, aunque se habla de ella con frecuencia y ha influido sobre
muchas personas que no la leyeron, quizás afectadas por la tensión de esperar a que se
mencione a Marcel Proust en una conversación, lo cual puede suceder hasta tres veces por año.
En tal caso se requerirá que la persona culta haga un comentario sobre algo que sólo conoce de
oídas.

El hecho de que “literatura” signifique libros que se citan pero que no se leen, como lamentaba
el novelista francés Julián Gracq, indica hasta qué punto el lenguaje hoy se usa más para
oscurecer y controlar que para comunicar. Ver lenguaje oral.
entrega de premios Mecanismo por el cual los miembros de determinada profesión intentan
adoptar los atributos de las clases dominantes premodernas —los militares, la aristocracia y los
sacerdotes— mediante la entrega de títulos, condecoraciones y medallas.

Estas ceremonias son una expresión superficial del corporativismo. Al igual que en las clases
premodernas, estos galardones se basan principalmente en relaciones profesionales. Cada vez
que un condecorado usa las palabras “Quiero agradecer”, indica una relación basada en el poder.
Los premios tienen poco que ver con la relación de la corporación con el mundo externo —lo que
se podría llamar el público— o siquiera con la calidad. Ver salón de baile.

equilibrio Ver humanismo.

error El error deriva de una singular virtud humana: la capacidad para actuar de una manera
no programada (es decir, ilógica, es decir, consciente), mediante el acto de pensar y comunicar
ideas no convencionales. Errar es señal de inteligencia.

En la ciencia, el error aún se reconoce como una característica permanente del progreso. ¿Por
qué no ocurre lo mismo en la política y los negocios? Los errores que conducen a una
modificación de las políticas son los ladrillos de la civilización.

Una sociedad que castiga el error —como ocurre cada vez más en Occidente— desalienta la
responsabilidad individual. El falso héroe, que oculta las reales actividades del poder tras un
velo de actividades superfluas, tiene más probabilidades de sobrevivir como funcionario que un
individuo franco cuyos errores están a la vista. Pero si los funcionarios deben ocultar sus errores
para conservar el poder, es más probable que esos errores se reñirán.

Hace un par de décadas, por ejemplo, se intenta porfiadamente revivir la economía mediante el
uso reiterado de altas tasas de interés con el objeto de sofocar la inflación. Aunque
reiteradamente se ha sofocado la inflación, si bien de modo provisorio, el resultado no ha sido
una economía revitalizada. No funcionó la primera vez, la segunda ni la tercera. Pero sigue
siendo la política antiinflacionaria oficial. Los que critican son acusados de ser blandos con la
inflación. Pero la solución para el crecimiento no inflacionario no son las altas tasas de
interés. ¿Por qué no admitirlo y buscar otro enfoque? En cambio, con cada repetición de esta
política anticuada y sádica, se ahonda el pozo económico donde ha caído Occidente.

La incapacidad para admitir errores es un problema en todos los niveles de la sociedad. En


consecuencia, las modas adquieren una preponderancia cada vez mayor en las industrias y
profesiones. Cuando la realidad se refirma abruptamente y el mercado de bonos-chatarra se
hunde, no se puede culpar a nadie. Quizá se encuentren algunos chivos expiatorios, pero no
hubo error porque todos los expertos estaban y siguen estando de acuerdo.

El único ámbito donde los errores se usan activamente es el debate intelectual. El pensamiento
innovador no se recibe con entusiasmo y discusiones abiertas, sino con el desesperado y extraño
intento de desacreditar las ideas nuevas, demostrando que contienen errores. Así la crítica
moderna, en vez de usarse como fuerza de mejoramiento, pasa a ser el soporte del saber
recibido.

Nuestro miedo al error nace en gran medida de nuestra sociedad de especialistas. La existencia
misma del especialista depende de su capacidad para aparentar que tiene razón en cuestiones de
su especialidad. Así niega su propia realidad, limita su progreso y reniega de la responsabilidad
que le ha dado la sociedad.

Para escapar de esta crisis, nuestra sociedad debería revisar su rígida actitud hacia la
competencia. Los especialistas —sobre todo los especialistas intelectuales— se cuentan entre los
menos propensos a proponer esa revisión para liberarse. Hay más esperanzas en el conjunto de
la población, que inevitablemente repara en la irreal ausencia de errores reales. Ahora dedica
mucho tiempo a buscar maneras de comunicar su incredulidad de manera práctica y agresiva.
Ver ideología e inteligencia.

escolástica Escuela de enseñanza, indagación, conocimiento y argumentación que


predominaba en la Edad Media. La escolástica, uno de los principales enemigos de la
Ilustración, fue oportunamente derrotada y destruida. Misteriosamente resurgió en el centro del
poder en la segunda mitad de este siglo.

La clave del movimiento medieval era su capacidad para vincular la indagación intelectual con el
lenguaje en un incesante laberinto de refinadas irrelevancias. Así protegía la autoridad
establecida de todo examen serio.

La Encyclopédie describía así la escolástica:

Sustituía las cosas por palabras, y las grandes preguntas de la filosofía por preguntas frívolas o
ridículas; explica cosas ininteligibles mediante términos bárbaros [...] Esta filosofía nació del
espíritu de la ignorancia [...] razonaba a partir de abstracciones en vez de razonar sobre los seres
reales; creó una nueva lengua para esta nueva clase de estudio, y los discípulos se creían sabios
porque habían aprendido esta lengua. Es lamentable que la mayoría de los autores escolásticos
hicieran un uso tan mezquino de su inteligencia y de la sutileza extrema que vemos en sus
escritos.5

La escolástica fue lanzada en el siglo trece por Santo Tomás de Aquino, quien aplicó la lógica
aristotélica a propósitos cristianos. Así logró sofocar la mayor parte de los debates relevantes
por tres siglos.

La similitud entre la escolástica medieval y moderna se puede ver en esta declaración de


Frederick Copleston, un gran historiador de la filosofía y especialista en Tomás de Aquino: “La
práctica de partir de una promesa revelada [...] y argumentar racionalmente hasta llegar a una
conclusión conduce al desarrollo de la teología escolástica”.6 Este es precisamente el método
utilizado para formar a los tecnócratas contemporáneos en la mayoría de los campos. También
es el fenómeno identificado por Harold Innis en las ciencias sociales, donde “las predicciones
confiadas, irritantes e imposibles de refutar reemplazaron todo debate sobre el bien y el mal”.7

En términos contemporáneos, la escolástica crea dialectos impenetrables, usa un lenguaje


oscuro para impedir la comunicación y separa la indagación intelectual de la realidad al adoptar
un enfoque implacablemente abstracto. Sigue sirviendo al poder establecido. Ver
antiintelectualismo, deconstruccionismo.

escuelas de negocios Instituciones educativas donde los expertos en gestión abstracta


aprenden métodos para fingir que son capitalistas.

Los graduados de estas escuelas, colegios y facultades han dominado la dirigencia empresarial
occidental durante el último cuarto de siglo. Esto se corresponde exactamente con una grave
crisis económica de Occidente, que ha incluido una inflación desbocada, desempleo endémico,
falta de crecimiento, récord en bancarrotas y un colapso de la producción industrial. El sector
manufacturero, objeto de estas gestiones, ha sufrido más que ningún otro.

Esto plantea dos preguntas:

1. ¿Existe algún indicio —práctico, estadístico, filosófico o económico— de que formar a los
dirigentes en escuelas de gestión especializadas haya sido benéfico para los negocios o la
economía?
2. ¿Esta nueva elite, aproximadamente un cuarto de la población universitaria,8 ha podido
comunicar a la sociedad algún programa convincente para finalizar la crisis?

Previsiblemente, una educación que enseña la gestión de estructuras es impermeable al fracaso.


Los que están dentro de la estructura siguen definiendo las necesidades de la economía en sus
propios términos) buscan más generaciones de graduados en estas instituciones.

En 1993, la Harvard Business School reaccionó ante las crecientes críticas a sus métodos
anunciando un nuevo programa de estudios. En el futuro los alumnos se concentrarían “menos
en las disciplinas específicas y más en combinar aptitudes para resolver problemas”.9 Pero el
corazón de este problema es precisamente la obsesión con la solución de problemas. Organizar
la educación de dirigentes desde el punto de vista del ejecutivo es como entrenar atletas desde el
punto de vista del manager oficinesco del equipo.

El observador externo podría llegar a la desapasionada conclusión de que estas escuelas


deberían clausurarse, o bien revolucionar su metodología. El graduado alegará, como el oficial
de estado mayor de la Primera Guerra Mundial, que el fracaso se podría transformar en éxito si
hubiera más de los suyos en posiciones de poder. Bastará una nueva oleada de cuerpos
embistiendo desde las trincheras para ganar la guerra. Ver gestor.

Estados Unidos

1. Centro del mayor imperio de la historia del mundo.

2. Primer gran imperio desde Roma que no se considera la reencarnación de Roma, lo cual quizá
signifique que, a diferencia de los demás, es Roma.

3. Receptor constante de atenciones cortesanas al estilo degenerado de la Atenas tardía por


parte de Gran Bretaña, el imperio precedente, lo cual quizá confirme 2. Las elites romanas
acudían a Atenas en busca de un trasfondo cultural tranquilizador. Al crecer el tamaño y la
índole imperio del imperio, los honestos soldados-granjeros romanos se sintieron inseguros y
acudieron cada vez más a los elegantes y refinados atenienses. La arquitectura romana imitó
cada vez más a la de Grecia. Y Roma estaba llena de caballeros atenienses que nacían huido de
su terruño cada vez más provinciano para asesorar a los nuevos ricos en materia de decoración,
gramática y las sutilezas del debate público. De la misma manera, Nueva York, Washington y
Los Ángeles están llenos de actores, periodistas, editores y anticuarios ingleses. Las elites son
adictas a los muebles y los meticulosos estampados ingleses, a la casa campestre inglesa y (como
los romanos que iban a buscar un poco de cultura en Atenas) viajan regularmente a Londres.

4. Un país dado a injustificados extremos de entusiasmo o berrinches pueriles.

Estos extremos de histrionismo con frecuencia son privilegio de los auténticamente poderosos.
Lo que distingue las versiones americanas es el tapiz que les sirve de fondo, una admirable
mitología de libertad individual que la vida real convierte en una perspectiva de corto plazo
sobre la mejor oportunidad de ganancia personal.

5. Una civilización degenerada. Un país en decadencia. Estos son temas amplios y difíciles de
cuantificar cuando la historia del imperio todavía está en marcha. En todo caso, ¿qué significan
“degenerado” y “decadente”? Roma era degenerada en el 100 de nuestra era y sufría una grave
decadencia. Las fronteras estaba saturadas de bárbaros. El imperio caía en la revuelta. Luego
Adriano ascendió al trono. Entre el 117 y el 138 motivó a todos los que eran sensibles a la
motivación. El imperio se recobró. En consecuencia, la caída del Imperio Romano duró tres
siglos y medio.

6. Un sofisticado país del Tercer Mundo. El triple contraste entre las elites complejas,
civilizadas, ricas y educadas, la débil clase media y la vasta mayoría de la población que está
excluida de los beneficios del imperio y así participa principalmente mediante la gran mitología
americana es lo primero que asombra a quienes vienen de sociedades más clase media. El país
cuya mitología está consagrada a la igualdad es cada vez más una sociedad de divisiones
clasistas al estilo del Tercer Mundo.

7. Un estado de finales del siglo diecinueve. Hay ciertas verdades acerca de cada país que se
relacionan con la geografía y la historia y no se pueden modificar, ni siquiera con una fuerza de
voluntad hercúlea. Cuando se hacen intentos revolucionarios por cambiar las “circunstancias”
de un país, el resultado suele ser la confusión o el desorden. Estados Unidos es en gran medida
un producto del capitalismo sin trabas. El país llegó a ser un gran imperio gracias a un sistema
de capitalismo desregulado que primero implicaba esclavos, luego semiesclavos e inmigrantes
desvalidos. Hubo intentos recurrentes de frenar el sistema decimonónico, pero nunca han
durado más de cuatro u ocho, años. En consecuencia, el estado natural del imperio ha sido y
sigue siendo de capitalismo desregulado.

8. Un país profundamente dividido, destinado a una guerra civil permanente. Es el resultado


ineludible de construir una nación sobre la esclavización de una parte por la otra. Los que
consideran la sociedad un organismo viviente no pueden dejar de ver la esclavitud organizada
como una herida autoinfligida que nunca puede sanar. Cuanto más grande y fuerte es el cuerpo,
más padece y sangra. Los humanos aprenden a convivir con el dolor y la violencia. Somos una
especie tan adaptable como las ratas. Pero la violencia de Estados Unidos debe ser en cierto
modo la herencia de su creación económica.

9. Un país cuyo segundo rubro de exportación comercial consiste en productos culturales y que,
como consecuencia directa, trata el libre acceso de estos productos a cualquier parte como
característica primordial de un país libre. La dominación americana sobre culturas locales más
pequeñas se ve como resultado inevitable de la irresistible atracción de la cultura americana. Si
el resultado es que estas sociedades más pequeñas pierden su cultura, esto se ve como la
inteligente expresión de su libertad. La cultura americana, como la japonesa, está estructurada
para eliminar o asimilar toda penetración extranjera salvo las más simbólicas.

10. Varios países distintos unificados sólo por dos mecanismos: un mercado interno gigantesco,
rico y tan variado como para quitar importancia a los mercados extranjeros, y una mitología tan
brillante y pura que no puede interferir con la vida real.

11. Cuna de Thomas Jefferson, la figura pública más notable que ha producido el Occidente
moderno.

12. Centro del mayor imperio de la historia del mundo.


ética Una cuestión de preocupación práctica y cotidiana que es descrita pomposamente en
términos universales por quienes se proponen ignorarlos.

Aun el acto más común contiene una pregunta ética, que se debe respetar o negar. Esto es
diferente del fenómeno del poder, que aun en su aspecto más banal se suele aplicar como parte
de un designio más amplio y abarcador. Los que poseen y ejercitan dicho poder quizá no se
consideren parte de un movimiento intelectual formalizado, pero los signos de su existencia
incluyen una definición arbitraria de la inteligencia y un sistema de recompensas divorciado
de los logros. En la sociedad contemporánea esto suele cobrar la forma de corporativismo
aplicado.

Así el poder se convierte en una abstracción aplicada. Por eso los poderosos restan importancia
a la ética, elevándola al nivel de un ideal.

Empujar a una anciana al pavimento requiere menos esfuerzo que esquivarla. Es improbable
que alguien repare en esto, así que hay poco riesgo de castigo. De hecho, es más eficiente
matarla que salirse de su camino.

Algunas personas actúan así. Otras no lo hacen por temor a ser atrapadas. Ambas ven la ley
como un medio de controlar la, naturaleza levantisca o antiética de la humanidad.

Un tercer grupo incluye a los poderosos que consideran que la ley y su aplicación constituyen la
principal barrera entre el orden y el caos. Temen que sin ley todos empiecen a empujar ancianas
al pavimento. Quizá su desconfianza ante la población delate el temor tácito de que, sin
restricciones efectivas, ellos y todos los demás hagan lo mismo. Dada la oportunidad, quizá
Hobbes habría empujado a una anciana al pavimento.

Un cuarto grupo, que quizás comprenda el 90 por ciento de la población, quizás el 95 por ciento,
incluye a los que, aun sin testigos, no empujan a las ancianas. Ni siquiera piensan en ello.
Simplemente las esquivan.

Los dos primeros grupos creen que la ética es cuestión de medida. El tercero no cree en la ética y
la reemplaza por un antídoto racionalmente organizado contra el miedo. El cuarto
simplemente entiende que la ética es cuestión de responsabilidad práctica, personal y cotidiana.
Parece saberlo al margen de su educación, religión, y al margen de que conozca el motivo o se
cruce con ancianas.

En el corazón del poder moderno existe un estructuralismo racionalista que reduce las
relaciones humanas esenciales a contratos.

Como lo sabe cualquiera que trabaje en una organización sofisticada, tratar la ética como una
realidad práctica es invitar al castigo. Ser ético es optar por no salir adelante. Una sociedad
corporativa se interesa en las estructuras, la lealtad corporativa y los sistemas eficientes. Todo
ello está ligado por relaciones contractuales, como lo testimonian los escritos de John Rawls.10

Nuestra adoración del secreto como atributo del poder contribuye a recompensar la amoralidad.
¿Cómo podemos tratar la ética como una cualidad esencial del ciudadano si, por ejemplo, la
participación en un debate público por parte de los ciudadanos que poseen un conocimiento
experto del tema está prohibida por contratos laborales? (Ver dialéctica). Nuestro problema,
pues, no consiste en la enseñanza o la aplicación de la ética. Tampoco sirve de nada el idealismo
santurrón.

Como la ética constituye una cuestión práctica, es preciso incluirla en nuestros sistemas para
que los ciudadanos la traten como se debe, es decir, como un aspecto común de la vida
cotidiana. Ver humanismo.

existencial, existencialismo Cuando eliminamos los detalles, existencialismo sólo significa


que nos juzgan por nuestros actos. Somos lo que hacemos, no lo que nos proponemos. Esta es
una filosofía humanista. Una filosofía de la ética. Se asume, y por tanto se exige, responsabilidad
individual. Es todo lo contrario de las grandes ideologías racionalistas donde la estructura
asume responsabilidad y el individuo es recompensado por su pasividad.

Lo que comenzó como un argumento relativamente directo, al ser introducido en su forma


moderna por Kierkegaard a mediados del siglo diecinueve, se tomó confuso después de la
Segunda Guerra Mundial, en su momento de mayor popularidad, y luego se hundió en el
descrédito.

Hubo varios problemas. Dos de los más graves fueron creados por Jean-Paul Sartre, el vocero
más conocido de esta teoría. Primero intentó mezclar la idea de responsabilidad ética personal
con el determinismo marxista, que incluía la violencia política obligatoria. Luego, en una
divertida pero lunática extensión de esta contradicción, presentó al escritor y criminal convicto
Jean Genet como ejemplo de existencialismo extremo. Esto creó la impresión de que para el
existencialismo la intensidad de un acto era un valor en si mismo: el homicidio, por ejemplo.
Intencionalmente o no, Sartre había confundido la responsabilidad ética con el nihilismo. Peor
aún, había caído en una visión del existencialismo como acción pura. Este enfoque
inevitablemente atraería a adolescentes suicidas y otros falsos amigos.

Lo que se perdió en medio de esta alharaca melodramática fue que el existencialismo, en


definitiva, era una continuación del argumento cristiano a favor de la salvación por las buenas
obras, contrapuesto al de la salvación por la gracia divina. En el budismo y el islam esto se
expresa con mayor claridad aún. En una sociedad budista, todos salvo los monjes son juzgados
por el universo (no por otros) a partir del mérito que han obtenido al hacer buenas obras.

El existencialismo, pues, no es invento de Kierkegaard. Y esa es la razón de sus dificultades en la


sociedad occidental. A fin de cuentas, nos hemos organizado de tal modo que los individuos no
son juzgados por sus actos sino por su acceso a la información y su control de las estructuras.
Nuestro lugar en el sistema determina lo que somos. Si realizamos actos que se nos pueden
atribuir directamente, es probable que nuestro poder se deteriore. Esto no tiene nada que ver
con el hecho de tener razón o tener éxito. En un mundo de tecnócratas y cortesanos, los actos
que tienen éxito visible en sus propios términos tienen un aura de egotismo por el cual el
individuo a la postre deberá pagar.

También se perdió el auténtico argumento de Sartre, cuyos comentarios tangenciales hacían


flaco favor a su genio. Pero era un genio, y para quienes quisieran verlo estaba demostrando que
el existencialismo es discusión, que el lenguaje es discusión y que la discusión es acción. Por eso
la libertad de expresión es esencial para la democracia. El lenguaje es una acción más concreta
que una política gubernamental. Todas las garantías básicas necesarias para el gobierno
democrático —libertad de pensamiento, de expresión, de reunión, de seguridad personal en lo
concerniente a la dignidad, seguridad y bienestar— son valores existenciales.
extranjero Individuo al que se considera cómico o siniestro. Cuando es víctima de un desastre
—preferiblemente natural, pero a veces político—, el extranjero también puede ser compadecido
desde lejos por un breve período de tiempo. Ver superioridad.
F

fábricas Los niños aman las fábricas.

No tienen que ir a la escuela. A veces ganan dos o tres dólares diarios y con frecuencia les
permiten trabajar siete días por semana. Maravilloso dinero de bolsillo para comprar juguetes o
cajas de cartón, que son techos ideales para la vivienda familiar. En la mayoría de las fábricas
también se juegan juegos arriesgados: no caerse en la maquinaria, no triturarse los dedos. Con
las puertas bien cerradas, y esas paredes macizas y sin ventanas, son tibias y acogedoras, sobre
todo en verano.

Muchos adultos paternalistas y adinerados, sobre todo los extranjeros, quisieran que los niños
dejaran de trabajar en los fábricas. Esos adultos perezosos no saben competir. Tienen miedo de
la economía global. Mantienen a sus hijos encerrados en escuelas. Es mucho más divertido
dejarlos jugar en fábricas. Ver Lagos.

Falso Héroe Lo único peor que un Héroe. Los Falsos Héroes ahora son endémicos en la vida
pública. Las relaciones públicas nos han dado esta nueva versión del Héroe ante el cual, según
Carlyle, debíamos prosternarnos en adoración orgásmica. La relación entre el heroísmo y el
Héroe es reemplazada por las nupcias de la política con el entretenimiento popular. Aun las
figuras públicas serias se sienten obligadas a disfrazarse.

El Falso Héroe más logrado hasta ahora ha sido Ronald Reagan. El no ganó la partida, sólo
representó ese papel. No luchó por la libertad como piloto de bombarderos en la Segunda
Guerra Mundial, hizo películas de entrenamiento para pilotos. No cabalgó en las praderas para
luchar contra los elementos en aras del individualismo. Se puso maquillaje y esperó en el
jamelgo del estudio a que girasen las cámaras. No combatió junto a otros soldados. Su vida no
incluyó actos de valentía destinados a beneficiar a otros. Quizás haya habido actos de valentía
personal. No podemos saberlo.

Muchos dirigentes decentes y no heroicos se ven en la obligación de ordenar a otros que


arriesguen la vida. Si son francos consigo mismos, utilizan este poder con prudencia y usan un
lenguaje moderado. El presidente Reagan hablaba con frases de guiones cinematográficos. A
veces se habían usado realmente en películas, a veces venían del cine de su imaginación.
Hablaba de la guerra y el coraje como si hubiera hecho aquello que pedía a sus soldados que
hicieran. Parecía que, de ser necesario, él los conduciría personalmente a la batalla.

El Falso Héroe depende de una pared impenetrable que separa la ilusión de la realidad. Esa
separación es tecnológica, y también es una mezcla de propaganda con relaciones públicas. Así
Ronald Reagan pudo basar su presidencia en la responsabilidad fiscal, mientras que él era uno
de los mandatarios más derrochadores que ha tenido Estados Unidos. Predicaba el imperio de la
ley mientras sus políticas producían crecientes niveles de violencia civil. Gobernaba en nombre
del individualismo cuando sus leyes favorecían a pequeños sectores de la comunidad.

Muchas personas lo consideraban muy simpático, pero debemos preguntarnos de qué nos sirve
que un dirigente sea cortés, guapo o feliz en su matrimonio. La sabiduría popular dice que la
simpatía nos llevará muy lejos. ¿Hasta dónde y a qué precio?
familia feliz Se supone que su existencia y mantenimiento capacita a un político para la
función pública. Según esta teoría, al público le interesa menos su buena representación que la
necesidad de asegurarse de que el pene y la vagina de los funcionarios públicos sólo se utilicen
en circunstancias legalmente aprobadas.

La producción de hijos es una función animal básica que no implica aptitudes intelectuales ni
éticas. La crianza de hijos y el mantenimiento prolongado de un matrimonio feliz son misterios
tan impenetrables que han ocupado a generaciones de poetas, dramaturgos, novelistas y
científicos sociales.

La relación entre el matrimonio y los hijos con la función pública es un misterio aún mayor.
Nada en la historia indica que los dirigentes felices en su matrimonio hayan sido más sabios,
humanitarios, valientes, eficaces o inteligentes, así como la moderación y la respetabilidad
personales no han conducido de por sí al buen gobierno. La lista de mentirosos, ladrones,
cobardes y monstruos que ejercieron la función pública y fueron felices en su matrimonio es tan
larga como la de los borrachos admirables y los mujeriegos humanitarios. La vida privada de la
mayoría de los dirigentes de primer orden parece haber sido catastrófica.

Nuestra insistencia moderna en un equilibrio entre la respetabilidad privada y la política pública


no tiene nada que ver con el liderazgo. No sólo es irrelevante para el proceso democrático, sino
que puede ser agresivamente antidemocrático. O bien el dirigente sabe representar los intereses
del ciudadano o bien es modelo de un estilo de vida. En el segundo caso, hemos vuelto a los
tradicionales arquetipos religiosos y dictatoriales de Héroes nobles y sacrificados, vírgenes
vestales, esposas de César, reyes santos y reinas vírgenes. En una sociedad democrática, estas
son pautas falsas que sólo ayudan a designar a gente inepta para la función pública.

fanático Alguien que tiene la respuesta a un problema. Es probable que el fanático religioso y
violento de ayer sea hoy un experto corporativista. Son, como los definió Samuel Johnson,
“apasionadamente fervientes en cualquier causa”.1 Son los portadores de la verdad.

fe Lo contrario del dogmatismo. La responsabilidad individual y la indagación perseverante se


han basado en la fe desde Sócrates.

Si yo digo que sería desobediencia a Dios “ocuparme de mis propios asuntos”, nadie creerá que
hablo en serio. En cambio, si digo que no dejo pasar un día sin comentar el bien y todos los
temas sobre los que se me oye hablar, y que examinarse a sí mismo y a los demás es lo mejor que
puede hacer un hombre, y que la vida sin este examen no vale la pena, me creerán aún menos.
No obstante, así son las cosas.2

Sócrates se defiende ante los jurados que juzgan su vida demostrando que la conservación de la
fe en cualquier sistema requiere un enorme y constante esfuerzo individual. No puede sino ser
consciente y existencial, y se debe someter a una angustiosa duda. La indagación científica
moderna también se basa en estas nupcias de la incertidumbre con la fe en el valor del
conocimiento.

El dogmatismo reemplaza la fe por el poder de la estructura. Se nos ahorra el esfuerzo de la


conciencia y la tensión de convivir con la duda. Podemos relajarnos en la certidumbre de una
estructura eclesiástica, un interés corporativo o un paquete ideológico, cada cual con su dogma
fijo.
Los defensores del dogmatismo, en un enfoque que no ha variado a través de los siglos —desde
los jesuitas hasta los tecnócratas—, se han valido mucho del escepticismo y del cinismo.
Intentan asimilar esto con Sócrates y su conocimiento de sí mismo, pero su propósito es el
contrario. Mientras Sócrates procuraba inducir a cada individuo a creer que valía la pena
cuestionarlo todo, los escépticos procuran silenciar al individuo denigrando su fe en la
indagación.

felicidad Una idea trillada y retorcida que se ha convertido en creciente embarazo en una
sociedad desorientada.

La felicidad alcanzó gran prominencia social y política en el siglo dieciocho, cuando la mayoría
de los filósofos europeos la consideraban una cualidad esencial de una sociedad reformada.
Jefferson la elevó a su máxima jerarquía legal cuando, en la Declaración de la Independencia de
Estados Unidos, la convirtió en uno de los tres derechos inalienables del ciudadano: “la vida, la
libertad y la busca de la felicidad”.

Gracias a esta posición filosófica y legal, la felicidad ha permanecido en el primer plano de los
lineamientos sociales y políticos durante los siglos diecinueve y veinte. Sin embargo, el sentido
de la palabra ha cambiado gradualmente.

Su sentido aristotélico era armonía espiritual. Pero Aristóteles era el genio justificador de la
escolástica y la armonía espiritual era uno de los conceptos que les ayudó a mantener un
estado de estancamiento intelectual y social. No fue accidental que el ataque del Iluminismo
contra la escolástica incluyera la reorientación de esta palabra para dar a la armonía humana un
sentido más activo y práctico. En el siglo dieciocho la felicidad pasó a incluir el confort material
básico en una sociedad próspera y bien organizada. A medida que las clases medias occidentales
lograban esto para sí mismas, el sentido de la palabra se degradó a la busca del placer personal o
un oscuro sentido de satisfacción interior. Tanto lo espiritual como las necesidades materiales
cayeron en el olvido. Pocos escritores y figuras públicas se han atrevido a sugerirlo, ni a destacar
que, desde que la palabra cambió de sentido, ya no es preciso tratarla como una cuestión de
importancia primaria.

Cuando sus ministros lo presionaron para que adoptara políticas que podrían ser populares en
lo inmediato pero eran fundamentalmente lesivas, el presidente De Gaulle replicó que “la
felicidad es para idiotas”. No estaba proponiendo la infelicidad ni la pérdida de confort material.
Dedicó gran parte de su gestión a crear servicios sociales y prosperidad. Sólo protestaba contra
la confusión de la felicidad con un estado de obtusa satisfacción. Contra la felicidad y a favor de
la conciencia, alegaba que, siendo el mundo como es, la satisfacción importa menos que la
responsabilidad.

En el último cuarto de siglo nada ha contribuido a aclarar esta contusión. Al deteriorarse las
condiciones económicas y sociales, la felicidad —instalada en el centro ético y legal de nuestra
sociedad con su sentido distorsionado— es una sombra desconcertante. En un mundo más
práctico, existiría un proceso formal para retirar esta palabra del uso activo hasta que se
reencuentre a sí misma.

fertilizantes, herbicidas e insecticidas de segunda generación Más retórica que


realidad.

Durante medio siglo la industria química ha afirmado que sus ayudantes agropecuarios no
tenían efectos laterales, que eran inofensivos y sólo traían prosperidad. Gradualmente, como
resultado de ciertas campañas subsidiadas por grupos de ciudadanos voluntarias, los gobiernos
comenzaron a prohibir cierros agentes químicos. El público comenzó a comprender que le
habían mentido. La industria química no modificó en ningún momento su defensa, similar a la
de la industria tabacalera. Pero la creciente preocupación pública indicaba que ya no le creían.

A principios de la década de 1990, empezó a circular una frase tranquilizadora: “La primera
generación de productos era defectuosa pero, gracias a nuevas investigaciones e iniciativas de la
industria, se ha perfeccionado una segunda generación de productos que no tiene efectos
laterales y es inofensiva”. No se ha identificado a los creadores de esta frase. Sin embargo, los
que no están empleados por la industria notan que hubo gran cantidad de nuevos nombres y
nuevos envases para los productos químicos agropecuarios. En los envases abundan las palabras
ambientalistas. El contenido real es totalmente diferente. Ver sofista.

filosofía Tiene que ver con el lenguaje o el pensamiento. O ambos. Pero el lenguaje tiene que
ver con la comunicación pública, y hace tiempo que los filósofos no se comunican con una
cantidad de personas cuyo número justifique llamarla público. O bien el lenguaje es público, o
bien es el dialecto de un experto, que es algo mucho menor. La filosofía no puede ser una cosa
menor, porque encabeza la marcha en el examen y el estímulo del pensamiento. ¿Qué valor
tendría el pensamiento si se limitara a un puñado de profesionales? Sería como el manual de
instrucciones de un grabador de video.

Sin duda el lenguaje y el pensamiento tienen que ver con la realidad. Y también los humanos.
¿Cómo puede la filosofía tratar sobre el lenguaje y el pensamiento si su carácter abstruso la aísla
de la realidad y así de las personas a quienes debe servir?

La filosofía no ha estado tan encerrada en la celda acolchada de la autorreferencia desde la


época del chaleco de fuerza medieval de la escolástica. Pero sigue siendo central para
comprender las fuerzas inherentes a la civilización occidental. Amplificada por la historia y la
literatura, la filosofía debe ser una herramienta del realismo que nos permita redescubrirnos y
liberarnos del oscurantismo lingüístico de la estructura dominante de poder. Al hacerlo,
alteramos dicha estructura o nos deshacemos de ella.

La fuga de la filosofía frente a la realidad ha coincidido con el ascenso de la especialización y el


profesionalismo. Y esto coincidió con el momento en que las ideas de los filósofos iluministas
dieciochescos —que habían pasado gran parte de su vida alimentando el debate público,
buscando claridad y comunicación— se convertían en parte central del experimento político. En
Alemania, a su sombra, estaba surgiendo un enfoque filosófico más privado y abstruso.
Immanuel Kant fue algo más que un genio. Fue el primer gran representante de la
escolástica moderna. Los filósofos liberadores de los siglos diecisiete y dieciocho habían
luchado con las ideas fuera de la universidad. Con Kant la filosofía volvió a los claustros, donde
la tradición escolástica pudo refirmarse.

Dos siglos después, cabe preguntarse si la filosofía es algo más que una profesión entre miles. En
su peor expresión se parece a la contabilidad: los profesores de historia de la filosofía se
confunden con los filósofos y procuran limitar su profesión al ordenamiento de ideas en
columnas de debe y haber.

El lenguaje se basa en el uso de términos acordados, no porque representen la verdad, sino


porque brindan un medio de comunicación. Empero, si los términos y frases han sido tan
elaborados por los especialistas que sólo existe un acuerdo entre expertos, ya no constituyen un
medio de comunicación sino un dialecto de exclusión.

En algunos campos —las ciencias, por ejemplo— el mantenimiento de un lenguaje realmente


común es más dificultoso que en otros. En filosofía existe una fuerte tentación de invocar la
cláusula de la complejidad ineludible. Pero el argumento contrario es que la filosofía debe ser lo
que siempre ha sido, es decir, central para la realidad de nuestra civilización. Ello significa que
debe ceñirse a los términos de la comunicación real.

Por ejemplo, el vigoroso regreso, durante los 80, del desacreditado enfoque decimonónico del
laissez-faire en la sociedad sucedió como si sus discípulos presentaran una nueva verdad. Los
filósofos estaban obligados a ayudarnos a comprender que se trataba de volver a un pasado
específico que incluía una historia filosófica bien documentada. La instalación de una estructura
corporativista en los estados democráticos a finales del siglo veinte ha acontecido sin debate
público, en parte porque se ha disfrazado con un vocabulario nuevo. ¿Por qué los filósofos no
pudieron explicarlo? El recuerdo del corporativismo como herramienta del fascismo, a fin de
cuentas, sólo tiene cincuenta años. ¿Y por qué han estado ausentes del debate que ha
transformado gran parte de la democracia popular en un sistema ávido de liderazgo Heroico y
antidemocrático, disfrazado de falso populismo?

Estos tres ejemplos no son accidentes políticos menores. No son menos importantes que el
terremoto de Lisboa,*10 ni una profusión de cortesanos corruptos, ni las leyes que restringían las
creencias religiosas, factores que llevaron a los filósofos del siglo diecisiete y dieciocho a la plaza
pública. Son acontecimientos que modelan nuestra época, pero la filosofía permanece casi
ausente del escenario.

Florida Antiguo estado de los Estados Unidos. Ahora los latinoamericanos están trabados en
una larga lucha con los canadienses para controlarlo. Los latinoamericanos son impulsados por
su necesidad de estabilidad política y económica, los canadienses por su necesidad de calor y un
lugar para morir. Las armas supremas de los latinoamericanos son grupos paramilitares con
intenciones políticas y el crimen organizado financiado con dinero de la droga. Los canadienses
han instalado un equipo de hockey profesional.

foca bebé Forma superior de vida animal que ejerce un poder animista sobre la imaginación
europea.

Muchas civilizaciones se han envuelto en pieles para asumir las cualidades de determinado
animal. Muchos jefes, guerreros y reyes europeos han usado la piel de bestias valerosas o
vigorosas tales como el león, el lobo o el búfalo. Los conejos y las hienas no los atraen.

Las principales características de la foca bebé son la pureza de su blancura, un rostro que evoca
turbadoramente el de un bebé humano y su falta de pretensiones intelectuales. Como los
europeos parecen admirar su propia inteligencia y nunca han desarrollado un fetichismo
religioso por las focas pardas, grises o negras, cabe deducir que se identifican con la blancura
infantil de este animal.

La adoración de la foca bebé es un recordatorio de que el color es más que el artificio. Otras
especies, habitualmente en peligro de extinción, han movilizado a una pequeña elite en su
defensa. Sólo la foca bebé — siempre en provisión abundante— ha movilizado a millones de
personas de toda edad y formación. Estas personas creen en el valor absoluto de la vida de cada
miembro de esa especie.
A la pregunta ¿Acaso todos los animales no son iguales, como todos los humanos?”, corresponde
la respuesta de Napoleón el cerdo: “Todos los animales son iguales, pero algunos son más
iguales que otros”.3

El mismo hombre, mujer o niño inglés cuyos ojos se llenan de lágrimas ante la fotografía de una
foca bebé es indiferente a la manipulación genética de las gallinas sagradas cuyas entrañas
decidían las medidas públicas de nuestros ancestros. La ciencia, con el único propósito de
producir pechugas más grandes, ha creado aves con problemas físicos que se podrían ganar la
vida en un bar topless si no las hubieran dejado tan gruesas y con tan poco cerebro que no
pueden caminar, y mucho menos bailar. Ni que hablar de los franceses, que lloran por la foca
bebé mientras cenan hígados de ganso hinchados artificialmente. Al ganso divino de nuestra
herencia griega le insertan un tubo de madera en la garganta y lo matan con comida para
producir foie gras. En defensa de los italianos, se debe decir que al encerrar becerros en corrales
tan pequeños que los convierten en inválidos sangrantes, han dado la espalda a la tentación del
Becerro de Oro del Viejo Testamento. Han rechazado la idolatría para quedarse con el fegato
alla veneziana.

Pero una duda nos carcome: la idolatría es idolatría, adórese un becerro o una foca. Lo
importante es que el adorado establezca la diferencia entre ser una deidad o ser comida o
vestimenta. La foca bebé lo ha logrado, así que quizá sea mucho más lista de lo que parece.

fresa Intercambiable con el melón, este objeto, que sabe vagamente a plástico o cartón ácido, se
ofrece en todos los hoteles, restaurantes y supermercados del mundo todos los días del año, bajo
el encabezamiento “fruta fresca”.

Sus cualidades incluyen:

1. Modernidad: es un producto de la irrigación, los fertilizantes químicos y los pesticidas.

2. Modestia: se contenta con crecer bajo plástico.

3. Adaptabilidad: si la recogemos verde y la mandamos en avión al otro extremo del mundo,


permanece tan impasible como si fuera una copia en yeso.

4. Paciente: permanece eternamente en un estante sin pudrirse.

5. Mitológica: evoca canciones felices, meriendas, torta con crema, vino blanco y un tórrido sol
estival.

Algunos sostienen que en alguna parte aún existe una fresa real, llena de olor y sabor,
aguardando a que la recojan. ¿Pero qué valor tiene el vago romanticismo de la fruta real cuando
se la compara con la fresa trascendente, la fresa platónica, que el genio de la organización
racional puede llevar a pedido a cualquier plato? Ver pan blanco.

Freud, Sigmund Un hombre tan insatisfecho con sus padres que consagró la vida a convencer
a quien quisiera escuchar —o, mejor dicho, a quien quisiera hablar— de que sus padres eran
igualmente malos.

Su campaña convenció a millones de personas de que si lograban comprender por qué sus
padres y su infancia los habían hecho tan infelices podrían vivir más felices. Esta teoría se ha
aplicado a gente infeliz durante tres cuartos de siglo. No parece funcionar. Es una lástima,
porque la conciencia es un atributo humano demasiado raro. Lamentablemente Freud ha
descubierto una especie aún más rara, y frívola. Su principal utilidad ha consistido en ayudar a
los novelistas a desarrollar la voz del yo interior en sus narraciones.

Jacques Lacan refinó la teoría freudiana demostrando que, para los franceses, los padres del
fundador constituían un sistema. Carl Jung se aburrió de los padres de Freud y regresó al
animismo, una fuente de verdad mucho más rica para el examen de la psique humana. Ver
felicidad y autobiografía.
G

gala inaugural Ceremonia religiosa donde cada presidente electo de Estados Unidos es
consagrado como la persona más famosa del mundo. Esta coronación del líder de las
celebridades es hoy más importante que la ceremonia del día siguiente, donde presta su
juramento y pronuncia aburridos discursos y hay un incesante desfile de nulidades.

La ceremonia en que ascendieron el presidente Clinton y su consorte, el 19 de enero de 1993, fue


un impecable ejemplo. Diez mil personas pagaron mil dólares por cabeza para estar allí en toga y
esmoquin. El festejo se transmitió en vivo no sólo en Estados Unidos sino en toda América del
Norte y, por las nuevas redes americanas internacionales, en todo el mundo.

Las estrellas que practicaron la imposición de manos incluían a las actrices Goldie Hawn y Sally
Field, en minifalda con tajo al costado, marchando del brazo para declararle al presidente electo
que estaban allí para hablar en nombre de las madres del país. Michael Jackson habló en
nombre de los niños mientras una muchedumbre de chiquillos bailaba a sus espaldas. Por
último, Barbra Streisand, suma sacerdotisa del estréllate, combinando la Declaración de la
Independencia con la Estatua de la Libertad, habló y cantó en nombre de todo Estados Unidos,
su mitología, su individualismo, su libertad, Los Angeles y Nueva York: “Ruego por vuestra
energía. Ruego por vuestra salud”.

Los cortesanos obsequiosos notaron que el presidente electo lloro siete veces en el curso de la
velada. Ellos lo imitaron.

El 19 de junio de 1981 Nancy Reagan lloró una vez sola cuando Frank Sinatra cantó canciones en
su honor durante la ceremonia. Pero ninguno de estos emotivos momentos se compara con el
final de la ceremonia de toma del poder de John Kennedy (también coreografiada por Frank
Sinatra), cuando el presidente electo subió a escena para declarar: “Estoy orgulloso de ser
demócrata, porque desde tiempos de Thomas Jefferson el partido demócrata se ha identificado
con la busca de excelencia y esta noche vimos excelencia”.

La noción de que Jefferson pudiera entender la excelencia como un cortejo de cantantes y


actores que glorifican a un nuevo presidente, al estilo de una fiesta real en la Versalles de Luis
XIV, puede resultar sorprendente para quien se empecine en identificar al tercer presidente de
Estados Unidos con una conducta pública austera y republicana. Aun así, Kennedy reelaboró la
línea de Jefferson poco después, cuando recibió a los ganadores del premio Nobel en la Casa
Blanca. Ver liderazgo.

GATT Ver irradiación.

gestor La palabra manager deriva del francés ménager, alguien que hace o administra
quehaceres domésticos; esta función se ha elevado gradualmente al más excelso de los niveles.

Las virtudes del manager o gestor administrativo son la continuidad, la estabilidad, y la


generación de servicios y productos a partir de las estructuras existentes. Lamentablemente los
gestores también desalientan la creatividad, la imaginación, el pensamiento no lineal, el
individualismo y la protesta, un acto de insubordinación que permite identificar los problemas.
El gestor desconfía del debate público, aborrece la duda y sofoca la conducta imprevisible.
La capacidad de gestión es una habilidad terciaria, un método, no un valor. No obstante, la
aplicamos a todos los campos como si fuera el ideal de nuestra civilización. Nuestra confusión se
advierte en los actuales intentos de revitalizar la enseñanza adaptándola a las “necesidades” de
la comunidad empresarial. En una época de crisis económica prolongada, hemos decidido
concentrarnos en la utilidad. Pero estas actitudes empresariales forman parte, precisamente, de
la obsesión con la gestión. Reducen aun la ciencia y la matemática a una estrecha herramienta
de negocios orientada hacia ciertas metas.

Si para salir de la crisis necesitamos crecimiento y progreso, no los encontraremos en la gestión


administrativa sino en la liberación del talento. Para ello debemos enseñar a los alumnos a
pensar. Si buscamos la mera utilidad, su lugar no es la escuela sino un sistema de aprendices
revisado y modernizado.

En la educación de las elites, nuestras premisas han alcanzado proporciones desastrosas. Por
ejemplo, entre 1975 y 1993 Canadá creó 3,1 millones de empleos nuevos de los cuales 2,1
millones eran gerentes o profesionales. Un millón de ellos estaban mal pagados y carecían de
talento. Los gerentes y profesionales representan un costo importante para la economía, pero no
producen nada. ¿De dónde sale la riqueza para pagar por los gerentes? En vez de hacerse estas
preguntas, buscan continuamente razones para aumentar el porcentaje de su propia especie
dentro de cualquier organización.

Cuanto más eduquemos a estas personas como si la gestión administrativa fuera un talento
primario, más perjudicamos su capacidad para convertirse en ciudadanos capaces de
orientarnos. Nos quedamos cortos al decir que las elites occidentales han fracasado cada vez
más en sus obligaciones durante el último cuarto de siglo. Se pasan el tiempo limpiando casas
que se desmoronan. Ver SAT.

guardia pretoriana ver Casa Blanca, personal de la guerra Los niños aman la guerra,
sobre todo la guerra civil.

En tiempos de paz los padres quieren imponer su voluntad a los niños. Las guerras civiles son
maravillosas porque de pronto los niños pueden ser adultos. Es una oportunidad para liberarse
de los padres, a veces para siempre. En vez de ser sobornados con armas de juguete y juegos,
pueden disparar contra personas reales. Pueden dispararse unos a otros.

guerra civil yugoslava Forma común de la realidad de finales del siglo veinte.

Este típico conflicto de posguerra implica un combate irregular y móvil que mezcla tropas con
civiles, profesionales con aficionados, equipo de bajo costo con terror público. A partir de 1960,
el número total de estas guerras se ha elevado gradualmente a más de cincuenta. Los ejércitos
occidentales se han concentrado en el desarrollo de la idea posmoderna y abstracta de la guerra
profesional de alta tecnología, que implica formalizados choques de titanes en gran escala, y,
sobre todo, con equipo titánico. El resultado es que los ejércitos más grandes y sofisticados de la
historia del mundo son —por formación, equipo y actitud— incapaces de librar guerras
modernas reales.

Como los refinados caballeros franceses antes de Agincourt, esperan a un enemigo digno de su
superioridad. Periódicamente, como en las Malvinas o Irak, tienen la oportunidad de
pavonearse. Luego vuelven a esperar el Armagedón.
Entretanto la cincuentena de guerras reales continúa. Mueren mil soldados por día. Cinco mil
civiles. Caen ciudades. Los niños se mueren de hambre. Se destruyen naciones. Es como si la
guerra real y los ejércitos de Occidente existieran en el mismo planeta pero en planos separados,
invisibles unos para otros.

En ocasiones nuestros titanes irrumpen en esta escena de ciencia ficción con tanques y
helicópteros y desfilan como gallardos caballeros con armadura completa en corceles blancos.
Antes y después de su avance, la matanza continua.

La mentalidad inflexible y administrativa de los colegios de estado mayor y los generales de las
dos décadas anteriores a 1914 sigue en su sitio. Desde las trincheras y la Línea Maginot hasta
Corea, Vietnam y Somalia, la determinación de imponer una forma abstracta en la realidad
permanece incólume.

guerra contra las drogas Una guerra que los dirigentes occidentales vuelven a declarar cada
pocos meses, sin que medien victorias ni derrotas.

Se gastan cientos de millones de dólares en investigación policial, sofisticada tecnología


antidroga, helicópteros especiales, equipo de detección, controles fronterizos, rociadura aérea de
zonas selváticas e infiltración de agentes a nivel local e internacional. El resultado consiste en
periódicas requisas de drogas que se publicitan como grandes, enormes, estremecedoras o
emocionantes. Estas son acompañadas por sesiones fotográficas celebratorias para la prensa,
donde se presentan sacos de drogas y pilas de armas capturadas.

Sin embargo, las autoridades nunca han logrado capturar más del diez por ciento de las drogas
que se venden por año.

Estos polvos son casi indetectables. Sortean como agua los escollos gubernativos, buscando las
inevitables hendijas, así como el agua busca el terreno más bajo.

Hay miles de redes de contrabando en cualquier momento dado. La policía puede tardar años en
descubrir a un grupo pequeño. Al cabo de unas semanas una nueva red reemplaza la que fue
“desbaratada”, como anunciaron los titulares. La realidad es que sólo se puede lidiar con las
drogas en la etapa de la producción o del consumo. Todo lo que está en el medio —que es donde
ponemos todos nuestros esfuerzos— representa una pérdida de tiempo.

Las causas de la producción y el consumo son las mismas. Implican una combinación de
pobreza, desesperación, inestabilidad social, falta de educación y carencia de alternativas
económicas. Si los gobiernos tomaran las drogas en serio, no gastarían el dinero en una
tecnología combativa y reactiva sino en la eliminación de las causas.

Esto significaría integrar el problema de la heroína y la cocaína en el primer plano de la política


exterior, cosa que nunca se hace. Aunque las drogas representan la influencia más nefasta en las
finanzas internacionales, no se considera que estén a la altura de las preocupaciones estratégicas
o la competencia comercial.

En cuanto al consumo, los países occidentales no disponen de efectivo suficiente para impedir
que las infraestructuras sociales de los pobres se estanquen. Aun un gobierno americano
reformista tiene dificultades en recaudar fondos para la educación y la salud pública. Tan sólo
en Estados Unidos, se podrían rescatar los dos mil millones de dólares anuales que se pagan en
subsidios gubernativos para la guerra contra las drogas, que está perdida de antemano.

gusto No hay buen o mal gusto. Como señaló Coco Chanel, sólo hay gusto. Esto sugiere que los
juicios morales relacionados con el bien y el mal no importan en la moda. Quizá la moda sólo sea
moda. Para ser disfrutada, ignorada o deplorada.

En la Roma imperial tardía, las grandes familias aristocráticas paganas se horrorizaban ante el
ascenso al poder de los cristianos de clase media baja, cuyas iglesias eran tan feas que parecían
chabolas. Estos rústicos creyentes no sabían nada sobre principios arquitectónicos y, cabe
sospechar, tenían fuerte acento y usaban ropa ordinaria. Sin duda las personas dotadas de gusto
los consideraban vulgares. Poco a poco, sin embargo, los aristócratas siguieron el aroma del
poder cambiante y comenzaron a convertirse. Con el tiempo la ley no les dejó opción. Quizá
tardaron unas generaciones en considerarse realmente cristianos, pero en el ínterin aportaron
gusto a la iglesia: arquitectura, decoración, mosaicos, pintura, liturgia, música. Los obispos
comenzaron a usar casullas tan esplendorosas como su puesto. El lenguaje de la oración y la
canción adquirió elegancia y vigor. La belleza que derivó de la participación de rancias familias
imperiales pasó a formar parte de nuestra complacencia con nosotros mismos como gente
civilizada. El gusto pagano cristianizado pronto se confundió con el mensaje cristiano original de
claridad moral. Pero esos vínculos eran y son puramente imaginarios.

Como respondió la reina Isabel II, cuando le preguntaron qué pensaba del gusto, “Bien, no creo
que ayude”.2 Verdadero y falso. No ayuda en sentido ético. Incluso puede confundir y debilitar
las pautas éticas. Por otra parte, nos ayuda a pasar el día. “Para placer de vuestros ojos”,
salmodia el mercader árabe para atraernos a su puesto. Y por qué no. Tenemos ojos. Pero no,
como señaló Ovidio, para debatir el gusto: De gustibus non disputendum est. Lo cual sugiere
que Coco Chanel sabía algo de poesía latina.
H

“Happy birthday” Símbolo internacional de la cultura anglófona.

Con la declinación de las religiones occidentales y las creencias liberales que fueron esenciales
para la creación de la sociedad moderna, sólo quedan las ruinas de la civilización. Este es un
asunto complejo pero no tiene forma particular.

Las celebraciones públicas son la floración de tradiciones no cuestionadas, y en una civilización


de vestigios algunas conservan vigencia. Muchas ceremonias y festividades medievales,
renacentistas y modernas continuaron hasta bien entrado el siglo veinte, cuando las
comunicaciones electrónicas al fin las liquidaron. Entonces hubo un intento de llenar este vacío
con celebraciones manufacturadas para espectadores por esa misma industria electrónica de
comunicaciones, ayudada por expertos en publicidad. Pero el público aún desea expresión
grupal y entiende que esto significa eventos donde los individuos participan. Los espectadores
no son celebrantes.

Hasta hace poco los restaurantes eran un refugio para gente excluida del ámbito público o que
buscaba escapar de él: estudiantes pobres, solteros maduros que no tenían dinero suficiente
para hacerse alimentar en casa, hombres más ricos en busca de sexo (no de esposa) y los
proverbiales artistas irresponsables. En el último medio siglo, los restaurantes han crecido en
importancia para llenar el vacío que dejó la declinación de las viejas celebraciones publicas.
Añora brindan los principales toros de participación pública.

Una de las principales funciones del restaurante es celebrar cumpleaños. En el momento


oportuno, miles de camareros de todo el mundo se plantan ante clientes ligeramente
avergonzados y cantan “Happy Birthday” en inglés. Estos coros contratados invariablemente
reemplazan el nombre del festejado por la universal dedicatoria to you.

Son como esos deudos profesionales que hasta hace poco se contrataban para llorar en los
funerales. ¿Pero por qué excluyen el nombre del cliente? Con frecuencia está escrito con azúcar
en la torta que llevan los camareros y, si el canto fuera sólo un gesto comercial destinado a
satisfacer al cliente, cantar el nombre sería un modo fácil de obtener mayor satisfacción y por
consiguiente más dinero.

Pero esta celebración no es importante. Dada nuestra incapacidad para encarar la muerte, estos
camareros cantarines son los nuevos llorones profesionales. El cliente es arrastrado al gran
proceso público de continuidad al que pertenecemos todos. La canción “Happy Birthday” ha
pasado a ser un encantamiento que se canturrea sin cesar en todo Occidente y más allá, tal como
la misa cristiana antes resonaba constantemente en latín sobre los nacientes, los vivientes, los
agonizantes y los difuntos veinticuatro horas diarias.

Cuando el senador Benigno Aquino fue asesinado en circunstancias sospechosas, al regresar


desde su exilio a Manila en 1983, el gobierno filipino intentó enfrentar las protestas nacionales e
internacionales con una investigación. Imelda Marcos fue citada para declarar porque se
sospechaba que su marido estaba directa o indirectamente implicado. Su aparición coincidió con
el día en que cumplía cincuenta y cinco años. En el tribunal, todos los presentes se pusieron de
pie para cantar “Happy Birthday”.
Happy Hour Un comentario deprimente sobre el resto del día y una victoria para la limitada
visión dionisíaca de la naturaleza humana.

Harvard, Escuela de Economía Ver Chicago, Escuela de Economía y taylorismo.

hechos Herramientas de autoridad.

Se supone que los hechos hacen la verdad a partir de una proposición, Ellos son la prueba. El
problema es que no hay hechos suficientes para probar la mayoría de las cosas. Se han
convertido en recurso y utilería del saber convencional; en la música de la tecnocracia
racionalista; en la justificación de cualquier clase de medida, sobre todo si la proponen grupos
de intereses, gremios de expertos y otras corporaciones modernas. Confusas huestes de hechos
contradictorios luchan en la creciente oscuridad. Respaldan fantasías ideológicas. Rellenan
libros de instrucciones burocráticas.

Fue Giambattista Vico quien primero identificó este problema. Argumentaba que toda
obsesión con la demostración es contraproducente a menos que se examine en un contexto más
amplio que tenga en cuenta la experiencia y las circunstancias. Diderot fue igualmente cauto
cuando escribió el artículo sobre hechos para la Encyclopédie.

Los hechos se pueden dividir en tres clases: los actos divinos, los fenómenos naturales y los
actos de los hombres. Los primeros incumben a la teología; los segundos a la filosofía y los
terceros a la historia. Todos son igualmente cuestionables.

En una sociedad corporativa hay poco margen para esta cautela. Los hechos son la divisa del
poder de cada grupo especializado. ¿Pero cómo se puede esperar tanto de estos inocentes
fragmentos de conocimiento? Ellos no pueden pensar y no se pueden usar para reemplazar el
pensamiento. No tienen memoria. Ni imaginación. Ni juicio. Son apenas hitos interesantes que
pueden guiarnos cuando intentamos pensar. Si se respetan como es debido, nunca constituyen
una prueba, sólo un ejemplo. Ver jurado.

herencia socrática Nuestros sistemas avanzados de educación sostienen que los tecnócratas,
sean del sector público o privado, son producto del método socrático, del cual se creen dueños.
Pero, para el ateniense, cada pregunta abría un interrogante. En nuestra sociedad, cada
pregunta produce una respuesta. Ver educación de las elites.

Héroe Ilusión de liderazgo.

El Héroe moderno es descendiente de Napoleón Bonaparte. El desarrollo de la tecnología de


comunicaciones ha permitido vender actitudes Heroicas como si fueran más importantes que el
heroísmo real.

El Héroe es el sustituto racional del liderazgo democrático. Para sortear las auténticas
complejidades del lugar público, la pericia tecnocrática se ha aliado con el ameno estímulo del
liderazgo a caballo. A finales del siglo veinte esta imagen napoleónica se refino en productos
tales como las anécdotas de guerra de Reagan inspiradas en películas, el discurso rudo, la venta
del “carácter” del dirigente por medio de las relaciones públicas y la confusión de la idea del
Héroe con la idea de la celebridad.
Como una de las funciones del Héroe y del Falso Héroe es distraer a los ciudadanos, las
apariencias son de suma importancia. De 1800 a 1945 estos falsos populistas se vistieron con
uniforme militar. Era el modelo napoleónico, aunque pocos fueron soldados. Después de Hitler
y Mussolini, el uniforme ya no era posible.

Siguió un período de confusión mientras se buscaba un nuevo modelo. Comenzó a surgir en los
80, mediante la fusión del actor de películas clase B con el empresario independiente. Era
preciso lograr un personaje monocromo. El general rudo y resuelto se transfiguró así en el
empresario rudo y resuelto. El uniforme militar, en el traje grueso, costoso, oscuro y cruzado.

Reagan y el canadiense Mulroney fueron los primeros intentos en el logro de esta imagen. En
Italia la perfeccionó el nuevo primer ministro, Silvio Berlusconi, ex cantante de club nocturno,
entusiasta de los tacos de cinco centímetros, dueño de un transplante de cabello. Siempre se
presentaba maquillado en público, aun para saludar a niños hambrientos rescatados de Ruanda.
Era un Héroe empresarial y usaba el traje correspondiente.

historia Una red inextricable que eslabona el pasado, el presente y el futuro.

La sociedad occidental contemporánea intenta limitar la historia al pasado, como si fuera un


desecho de la civilización. Los poderosos intentan ver la historia como una mitología que se
puede manipular para distraer a la ciudadanía, pero no útil en sí misma.

Entre las diversas áreas humanistas de la educación, empero, la historia es la que mejor ha
sobrevivido al reduccionismo seudocientífico del aprendizaje no científico de pautas
teóricamente objetivas. Los otros puntales del humanismo —la literatura y la filosofía— han sido
víctimas del afán de cuantificar y objetivar todo lo que esté a la vista. La contabilidad intelectual
no es sinónimo de pensamiento. Impulsadas por esta vana busca de objetividad, la literatura y la
filosofía han llegado a parecerse a la abstrusa y controladora escolástica medieval.

Si el enfoque histórico ha podido resistir estas tendencias, quizá sea porque las estructuras de
poder requieren una mitología reconfortante, y la mitología requiere una pátina de civilización.
Así, la historia es acogida como una generalización superficial que se vislumbra en una lejanía
brumosa.

Nuestros tecnócratas tienen miedo de la idea de que las ideas y los hechos puedan formar parte
de un vasto flujo, con lo cual resultan menos controlables de lo que sugieren los expertos. Para
ellos, la historia es una fuerza conservadora que obstruye el camino del cambio y de las nuevas
respuestas. En realidad, la historia sólo se vuelve una fuerza activa cuando los individuos la
deforman para emplearla como arma de manipulación pública. Entonces deja de ser historia.

Una catastrófica explosión de ideologías, entre las cuales el comunismo y el fascismo han sido
las más espectaculares, ha dominado el siglo veinte. La tendencia neoconservadora es un
ejemplo menor reciente. El éxito fugaz de estas ideologías ha derivado en parte de la negación de
la historia, mejor dicho, de la cristalización de la historia en estrechas bandas lógicas cuyo único
propósito era justificar una ideología específica.

Ello no significa que la historia sea un faro de verdad cuando se separa de la ideología. La
historia no se centra en la verdad sino en la continuidad, y no se centra en una dialéctica
limitada sino en un movimiento ilimitado. En la medida en que la ética permanezca en primer
plano, la historia no se puede deformar groseramente. La ética que la civilización occidental ha
intentado impulsar durante dos milenios y medio no es un secreto. En todo caso, ha
permanecido penosamente obvia mientras una estructura de poder tras otra procuraba
marginarla o manipularla. En este contexto, la ideología trata de fijar nuestra atención en un
patrón único y concluyente que se puede presentar como inevitable y que por tanto conlleva una
deformación de la ética.

Estas experiencias destructivas ilustran el valor de la historia como garantía de estabilidad y


cambio. No es una fuerza conservadora ni revolucionaria. La historia, en cambio, es una
memoria constante y su valor radica en nuestra capacidad para transformarla en parte
consciente de nuestra vida. En una época que presenta el análisis abstracto —un método que
niega la continuidad y la memoria— como único método respetable para ejercer el poder, la
historia quizá sea el único medio lineal de pensamiento que aún está intacto. Ver humanismo.

Hobbes, Thomas Tenía razón en una cosa: hay una relación sólida entre el autoritarismo y la
dificultad de los humanos para lidiar con su miedo a la muerte.

Lo que Hobbes expresó en su Leviatán en el siglo diecisiete —que la democracia era desorden y
que las sociedades sólo podían funcionar con líderes fuertes que explotaran el miedo a la
mortalidad que sentían sus súbditos— se ha transformado en tema recurrente. Cada vez que
oímos una descripción pesimista de la humanidad, un reclamo de liderazgo fuerte o una turbia
referencia a nuestra inminente conversión en polvo, oímos ecos de los argumentos
antidemocráticos de Hobbes.

Nosotros, los ciudadanos que somos la garantía de nuestra propia democracia, nos hemos
habituado a usar un lenguaje que sugiere que existen muchas razones para ser pesimistas acerca
de nuestra aptitud para elegir sabiamente políticas y dirigentes, controlar nuestros impulsos y
participar inteligentemente en nuestra civilización. Este pesimismo nos lleva reiteradamente a
una presunta necesidad de líderes, con lo cual nos referimos a líderes fuertes, gente que dirigirá
las cosas en nuestro nombre. Curiosamente, estos impulsos autodestructivos también parecen
formar parte de una sociedad que, más que ninguna otra en la historia, está cuidadosamente
construida para que cada uno de nosotros eluda la realidad de nuestra muerte inevitable.

Todos estamos familiarizados con el concepto del enemigo interior. Nuestra tendencia es seguir
imaginando que un buen ciudadano permanece vigilante, siempre al acecho del enemigo
autoritario. Pero nosotros mismos nos hemos convertido en ese enemigo al olvidar las
implicaciones de nuestros propios argumentos.

hormigas Las hormigas se pasan el 71,5 por ciento del tiempo sin hacer nada. Están tratando
de pensar qué harán a continuación. Esto sucede a pesar de su reputación —compartida con los
castores y las abejas— de modelos de industriosidad para la raza humana.

La mayoría de los humanos que ocupa puestos de responsabilidad trabaja más del 28,5 por
ciento del tiempo. Se podría argumentar que, siendo más brillantes que las hormigas,
necesitamos menos tiempo para pensar. Este es un argumento tranquilizador y técnicamente
correcto. Pero una comparación entre la incidencia de error entre las hormigas y entre los seres
humanos no nos resultaría favorable. Podríamos replicar que, al arriesgarse al error, la sociedad
humana —o al menos el conocimiento humano— ha progresado, mientras que el de las hormigas
permanece estable. Pero si somos tan brillantes, ¿por qué nos empeñamos en dedicar el mayor
tiempo posible a las tareas no intelectuales que representa el trabajo duro, mientras
economizamos desesperadamente el tiempo dedicado a pensar? Un observador externo —una
hormiga, por ejemplo— se preguntaría si no tenemos miedo de nuestra capacidad para pensar y
del proceso de duda que esto implica.

humanismo Una exaltación de la libertad, aunque limitada por nuestra necesidad de ejercerla
como parte integral de la naturaleza y la sociedad.

Somos capaces de libertad porque somos capaces de buscar el equilibrio que nos integre al
mundo. Y este equilibrio en la sociedad depende de nuestra aceptación de la duda como fuerza
positiva. La dignidad del hombre es así una expresión de modestia, no de jactancia y vanidad.

Estas simples nociones son centrales para la idea occidental de civilización. Se oponen
claramente a las estrechas y mecanicistas certidumbres de la ideología; esas afirmaciones de
certidumbre procuran ocultar el miedo a la duda.

El humanismo moderno apareció en Italia en el siglo catorce, con Dante, Boccaccio y Petrarca.
Cobró forma filosófica en la segunda mitad del siglo quince. Entre los que volvieron a imaginar
su forma estaban Pico della Mirándola, quien en su oración por la dignidad del hombre hace que
Dios le diga a Adán: “Te he puesto en el centro del mundo para que desde allí veas qué hay en
él”.

La mayoría de los especialistas dedicados a la historia de la filosofía ahora describen el


humanismo en términos técnicos, como un movimiento que revivió los textos clásicos
grecorromanos y se consagró a detallados estudios de lengua, definición y traducción. Así
reducen una revolución a su propio nivel de escolástica moderna. Pero los humanistas originales
atacaban la escolástica original. No buscaban los textos clásicos con el afán escolástico de
estudiar el pasado, sino con la determinación de usar las ideas clásicas contra la opresiva
retórica medieval.

La senda humanista estuvo jalonada de escritores que buscaban nuevos modos de comunicarse
con públicos más numerosos en un lenguaje claro. Y el elemento de la duda siempre estaba
presente. A principios del siglo dieciséis, Erasmo parecía ser la única voz moderada que
procuraba aplacar la sed de sangre de los extremistas religiosos, tanto católicos come
protestantes. La misma creencia en el equilibrio que inspiraba a Erasmo se encuentra en el
Iluminismo. Sí, estos pensadores del siglo dieciocho pasaban mucho tiempo definiendo
conceptos. Pero lo que les interesaba no era demostrar que tenían razón, sino estar en sintonía
con la realidad.

Cuando llegamos al siglo diecinueve, fue evidente que una nueva oleada de ideologías rechazaría
la duda como debilidad, como ignorancia, como irresponsabilidad, incluso como subversión.
Quizás esto explique por qué la ideología de la razón y sus diversas manifestaciones menores,
como el marxismo y el capitalismo, han desplazado el humanismo del centro del escenario.
Todas tienen miedo de las ideas descontroladas y usan su absolutismo para manipular la
certidumbre y la fuerza con facilidad. La aparente debilidad del humanismo frente a la ideología
no debe sorprendemos. La certidumbre estrecha siempre parece tener una ventaja inmediata
sobre el equilibrio y la duda.

Lo curioso de las ideologías es que su promesa, siendo eterna y general, es por consiguiente
imposible, y por consiguiente provoca constantes emergencias en lo inmediato. Para salvar las
circunstancias, el ciudadano debe reaccionar con aceptación pasiva. Se necesita pasividad
porque se cree que el individuo, si actúa libremente en una crisis, obrará erróneamente.
Para el humanista, los problemas inmediatos no son una crisis. Simplemente representan la
realidad con todas sus complicaciones y contradicciones. Y no espera que la reacción del
ciudadano sea pasiva, por la simple razón de que la naturaleza humana no es un problema ni
algo temible. Como dice René-Daniel Dubois: “No queremos un mundo donde el sentimiento de
ser humano sea una debilidad”.2 La naturaleza humana es una fuerza positiva en la medida en
que esté en equilibrio.

¿Equilibrio en qué sentido? ¿Cuál es el equilibrio que buscan los humanistas?

Una lista razonable de cualidades humanas podría incluir: ética, sentido común, imaginación o
creatividad, memoria o historia o experiencia, intuición y razón. El humanista intenta usar todos
estos elementos. ¿Pero qué significa estar en equilibrio?

Los atenienses no conocían la estructura del átomo, donde varios polos se mantienen en
equilibrio, pero no mediante lo que llamaríamos una estructura física o lógica sino mediante la
tensión. La tensión de opuestos complementarios. Nuestras cualidades, vistas como totalidad,
semejan un átomo. En cuanto una cualidad se aparta de las demás y prevalece sobre ellas, el
desequilibrio revela los aspectos negativos de la ganadora.

Así, la ética —en el poder— se convierte rápidamente en dictadura religiosa. El sentido común
degenera en confusión pesimista, como revolcándose en el lodo. La creatividad en anarquía. La
memoria en la peor clase de dictadura monárquica. La intuición en el dominio de la vil
superstición. Y la razón, como hemos visto con frecuencia en el último medio siglo, en una
amoral y desorientada dictadura de la estructura.

Pero si el desequilibrio, que nosotros denominamos ideología, puede vencer tan fácilmente el
equilibrio, ¿el humanismo ha sido alguna vez algo más que un refugio marginal para el
idealismo? Desde luego, ésta no es una pregunta. Es una respuesta estructurada como una
pregunta y refleja el enfoque ideológico convencional del humanismo.

Sin duda es más fácil creer en absolutos, seguir a ciegas el saber heredado. Pero eso es una
traición a nosotros mismos. No debemos preguntarnos si es posible conseguir un equilibrio
humanista, sino si estamos tratando de conseguirlo. Mejor eso que buscar el desequilibrio
carcelario de la ideología.

Siempre hemos sabido que era más fácil gobernar Esparta que Atenas. Esparta tenía todas las
ventajas de una enorme población de esclavos, una sociedad basada en la obediencia militar y la
ausencia del debate.

Era más difícil ser ateniense y al final Atenas fracasó aun a la luz de sus propios valores. Pero
triunfó durante largo tiempo y esos valores aún nos guían en nuestra senda. Los hemos
ampliado, refinado y mejorado. No es que hayamos progresado. Pero hemos progresado en
nuestro conocimiento de cómo debemos actuar. Muchas veces no actuamos a la altura de
nuestras exigencias. Fracasamos ante nosotros mismos. Pero si sabemos eso, también podemos
encontrar modos de salvarnos. Esa es la esencia del humanismo.

humillación En una sociedad de cortesanos o corporativistas, la pregunta no es si humillar o


humillarse, sino si se puede lograr un equilibrio favorable entre ambas cosas.

A la gente sencilla le cuesta dominar la destreza que se requiere, pero los sofisticados entienden
congénitamente que el placer de humillar a otros se puede realzar mediante su propia
humillación.

Entre los más dotados, existe la ilusión de que pueden obtener el placer supremo mediante un
tipo de ambición o impulso que llaman competencia. Esto les permite elevarse y así obtener
cada vez mayor poder. ¿Pero cuál es el valor de este status en una sociedad sumamente
estructurada y desprovista de todo propósito salvo el efímero derecho de dar más órdenes de las
que se reciben? Los cortesanos solían corretear por los pasillos palaciegos con la misma ilusión
de importancia.

Cuando llega el momento de retirarse del poder, muchos sufren una crisis psíquica. Se sienten
como si los hubieran lanzado al vacío. Eso es porque la sociedad no los ha recompensado por su
competencia y su conocimiento, sino por ocupar posiciones de poder. Su éxito mismo ha
requerido una humillación abstracta del individuo. Y cuando dejan el poder, el grato sentido de
propósito que les brindaba simplemente se marchita.

Desde luego, alguien debe esgrimir el poder, pues de lo contrario no hay civilización. Pero en
una sociedad tan dedicada al poder y tan dividida en jerarquías especializadas, las elites son
inconscientemente adictas a una forma abstracta de sadomasoquismo. Ello explica por qué el
éxito con frecuencia se traduce en triunfalismo y en quejas constantes sobre la incompetencia de
los demás. La premisa de la mayoría de las civilizaciones, incluida la nuestra, significa todo lo
contrario. Se supone que el éxito estimula la modestia y la preocupación por los demás. Ver
corporativismo.
I

ideal olímpico Los juegos griegos comenzaron en el 776 antes de Cristo como una
competencia entre atletas aficionados de las diversa ciudades-estado. El propósito era congregar
a los ciudadanos de las ciudades rivales en una reunión apolítica que redujera las riñas y
desarrollara un mayor sentido comunitario.

La clase mercantil en ascenso de esas ciudades luego invirtió este propósito al introducir en los
juegos la idea de rivalidad entre ciudades. Las ciudades-estado comenzaron a subsidiar indirecta
y a menudo invisiblemente a sus atletas. Los atletas aficionados pronto vivían una parodia de su
carácter de aficionados. Su carrera y sus futuros ingresos dependían de la competencia. Los
ganadores eran héroes, es decir, héroes políticos. Eran alimentados a costa del estado durante el
resto de su vida.

La sutil corrupción pronto degeneró en flagrante deshonestidad. Al fin se sobornaba a los atletas
para que perdieran. En el 334 de nuestra era los juegos se abolieron porque se habían
convertido en parodia de la idea olímpica, en centro de corrupción y en fuente de rivalidad
política.

Los Juegos Olímpicos se restablecieron en 1896 como competencia entre atletas aficionados.
Uno de los propósitos era congregar países rivales en una reunión apolítica. Hemos logrado
hacer en menos de un siglo aquello que a los griegos les llevó 1.170 años. Ver xenofobia.

ideología Argumentación tendenciosa que presenta una visión del mundo como verdad
absoluta con el objeto de ganar y retener el poder político.

He aquí varios ejemplos: un dios que interviene en los asuntos humanos por medio de voceros
que en general se hacen llamar sacerdotes; un rey que ejecuta instrucciones recibidas de Dios;
una guerra de clases predestinada que requiere que los representantes de determinada clase
tomen el poder; una estructura corporativa de expertos que promueven la verdad por medio de
conclusiones basadas en hechos; una unidad racial cuyos lazos de sangre le brindan un
destino/revelado por dirigentes nacionalistas; un mercado mundial que, gústenos o no,
determinará la forma de cada vida humana, según la interpretan los ejecutivos empresariales.

Los partidarios quedan apresados en las ingenuas obsesiones de estos movimientos. Esta
combinación garantiza el fracaso y es proclive a la violencia. Por eso las decentes intenciones del
Manifiesto comunista terminan en el gulag y el asesinato. O la promesa de prosperidad del
mercado en la explotación de mano de obra barata, a menudo infantil.

Hay ideologías grandes y pequeñas. Vienen en formato internacional, nacional y regional.


Algunas requieren un rascacielos, otras la circuncisión. Como la narrativa de ficción, depende de
la suspensión voluntaria de la incredulidad, porque Dios sólo se manifiesta en privado y ante sus
voceros oficiales, los dirigentes de una clase son quienes deciden el contenido y el orden de las
clases, los expertos son quienes escogen juiciosamente los hechos, los lazos de sangre no son
puros, y la aceptación pasiva de un mercado determinista significa negar 2.500 años de
civilización occidental, desde Atenas y Roma hasta el Renacimiento y la creación de democracias
de clase media.

¿Qué es ideología y qué no lo es? Las reconocemos cuando afirman la verdad en forma absoluta,
desprecian la reflexión pausada y tienen miedo del debate.
imagen En una sociedad consagrada a la ilusión, la imagen cobra tres formas más o menos
peligrosas.

Está la imagen cuyo creador conoce como falsa, aunque desee convencer al público de que es
verdadera. Esta es una mentira directa y se puede enfrentar porque es precisa. Un alfiler clavado
en el momento adecuado basta para que se desinfle o reviente.

Está la imagen cuyo creador conoce como falsa, aunque no espera engañar al público, sólo
distraerlo o desorientarlo. Esto puede ser peligroso porque sugiere que el sentido no importa. Es
cada vez más común, se alimenta de la tecnología y se burla de la noción de civilización y
lenguaje.

Por último está la imagen cuyo creador llega a creer en ella. Engañe o no al público, esta clase es
la más peligrosa porque implica la negación de la realidad por parte de quienes influyen
directamente sobre la realidad.

En los tres casos la imagen tiene la ventaja de aparecer y por tanto de aparentar que es
verdadera. Por ejemplo, en una encuesta sobre niveles de mentira-percepción, el 75 por ciento
de los encuestados escoge una mentira común cuando la oye, el 65 por ciento cuando la lee, y el
50 por ciento cuando la ve.

El motivo de que el cambio revolucionario con frecuencia esté vinculado al lenguaje oral es
que éste sigue siendo el medio más preciso de comunicación real. Tenemos gran dificultad en
descreer de lo que vemos. Este es uno de los grandes riesgos de una sociedad que depende cada
vez más de imágenes electrónicas manipulables. Ver propaganda.

impuestos El único propósito de esta actividad desagradable consiste en pagar los servicios
que requiere la ciudadanía, lo cual significa gravar un porcentaje suficiente de la riqueza total
que se encuentra en el estado.

Los impuestos modernos se suelen describir como un camino revolucionario que permitió la
financiación de amplios programas públicos al limitar los derechos de la propiedad privada. No
es así. El impuesto moderno es sólo la forma administrativa más reciente de un procedimiento
milenario. Y limita los derechos de la propiedad privada mucho menos que los sistemas
anteriores.

Durante la mayor parte de la historia la recaudación de impuestos implicaba la fuerza bruta. Los
monarcas gastaban los ingresos en sí mismos, en su aristocracia y en sus ejércitos. Con
frecuencia delegaban el privilegio de recaudar impuestos en individuos que así amasaban
fortunas espectaculares. En los siglos diecisiete y dieciocho, los que ahora describiríamos como
especuladores irresponsables eran con frecuencia recaudadores de impuestos del sector privado.

El contribuyente siempre se ha quejado de los gobiernos derrochadores, a menudo con razón. Lo


que ha cambiado es la definición del ciudadano en quien se gasta el dinero. Por primera vez, la
mayor parte de la población tiene título de ciudadano.

Se puede alegar razonablemente que los gobiernos, como todas las grandes corporaciones,
derrochan parte del dinero. Sin embargo, esto sólo explica una pequeña parte de la carencia de
fondos públicos en el último cuarto del siglo veinte. En general se puede atribuir a la
incapacidad del estado para gravar la riqueza existente en su territorio.

A finales de los años 50 y principios de los 60, las grandes compañías por acciones soportaban
del 30 al 40 por ciento de la carga impositiva en la mayoría de los países occidentales. Era un
modo efectivo de recaudar fondos y financiar el estado porque gravaba la riqueza nacional en un
punto donde se podía medir como factor de producción y se reunía en grandes sumas. Este
período de gravámenes teóricamente altos no enturbió lo que fue una época de gran prosperidad
empresarial.

No obstante, los gerentes de esas corporaciones se valieron de sus influencias para lograr una
reducción de las tasas impositivas. Al poco tiempo las corporaciones sólo soportaban del 10 al 15
por ciento de la carga impositiva.

Esta nueva libertad financiera no trajo nuevas inversiones, crecimiento ni prosperidad. El


dinero tampoco fue a los accionistas. Estos fondos provocaron una explosión en la cantidad de
gerentes. Proliferaron las fusiones y adquisiciones descabelladas, las oficinas suntuosas y otras
actividades inflacionarias. Las compañías por acciones derrocharon los miles de millones que la
reforma impositiva les había permitido ganar y así contribuyeron a provocar y prolongar los
problemas económicos de 1973.

Al reducirse las aportaciones empresariales, la financiación del estado recayó sobre los ricos y
los casi ricos, lo cual incluía a algunos altos gerentes. Pero en esos bolsillos nunca podría haber
dinero suficiente para compensar la aportación empresarial perdida.

Los ricos protestaron a voz en cuello, amenazando con llevarse el dinero a otra parte. Así la
carga siguió desplazándose. Recayó cada vez más sobre las clases medias, que, aunque desearan
pagar el 100 por ciento de sus ingresos en impuestos, no podrían aportar lo suficiente para
equilibrar el presupuesto público.

En su desesperación, los gobiernos recurrieron a diversas fuentes indirectas de ingresos.


Iniciaron loterías y pasaron seriamente al negocio del juego. También crearon y aumentaron
impuestos sobre las ventas.

Los gerentes y economistas decían que los impuestos sobre las ventas eran buena idea porque el
consumo era un punto eficiente donde gravar la riqueza nacional. Esto es falso por tres motivos:
sólo una pequeña parte de la riqueza nacional pasa por patrones de consumo; financiar
operaciones públicas de miles de millones de dólares gravando unos céntimos por vez es
ineficiente al extremo de la tontería; para los individuos y las pequeñas empresas, la
administración de estos impuestos consume mucho tiempo. Representa tiempo derrochado en
una actividad no productiva; la administración de impuestos a las ventas es inflacionaria.

Pero la carga no se puede desplazar a otra parte porque los gerentes han protegido aún más sus
organizaciones frente a los impuestos, al abrazar la globalización. Ante cualquier intento
tributario serio, invocan las exigencias de la competencia internacional. Si los gravan, se irán a
un país de impuestos más bajos y mano de obra barata.

Lo que ahora se llama crisis de la deuda es en gran parte una crisis tributaria. Los gerentes y los
consultores académicos repiten sin cesar, a veces con razón, que el estado debe reducir sus
gastos para lidiar con la deuda. Pero la reducción nunca es suficiente. Además, la mayoría de las
reducciones no se hacen en el estado sino en los servicios destinados a los ciudadanos.

El hecho de que el estado-nación haya perdido la capacidad para gravar justa y efectivamente
toda la riqueza nacional no es tan grave como parece al principio. A fin de cuentas, el problema
es fundamentalmente del ciudadano individual que, en Occidente, sigue creyendo en un
contrato social básico.

El saber heredado sostiene que no se puede hacer nada porque predominan la globalización y la
tecnología. De hecho, si el Grupo de los Siete decidiera que quiere sus impuestos y se propone
cobrarlos, eso bastaría para imponer un cambio de rumbo. Los miles de millones de ciudadanos
del Grupo de los Siete representan la mayor parte del mercado de consumo de los productos de
las grandes corporaciones.

Garantizar que sobrelleven una carga impositiva justa es un mero problema de cooperación
entre quienes tienen derecho a un porcentaje de la riqueza nacional.

inconsciente La introducción del inconsciente y el inconsciente colectivo por parte de Freud y


Jung permitió la restauración de los dioses y el destino en la sociedad moderna.

La razón se había usado para explicar cada acto humano consciente y así eliminaba
formalmente de nuestra vida el dominio de la superstición y la ignorancia. El descubrimiento
del inconsciente abrió de par en par una puerta trasera y creó un nuevo poder irracional llamado
mitología.

individualismo Ejercicio de nuestras obligaciones para con el cuerpo de la ciudadanía


mediante la participación pública.

indolencia Un importante magnate del periodismo se ha dedicado a denunciar esta palabra.


Explica que la causa de la pobreza en el mundo es la indolencia. El diez por ciento de los
habitantes de Estados Unidos no recogerían vales para alimentos si usaran su iniciativa y se
dedicaran más al trabajo duro.

Hace poco repetía esto en la conferencia de Davos, Suiza. Al parecer muchas personas son
felices de llevar una cómoda existencia con vales de comida y fraudes a las reparticiones de
bienestar social. Si hubieran seguido el consejo del padre de este magnate, habrían “fregado a
esos canallas” y se habrían enriquecido. Esta imagen de cientos de millones de millonarios
fregándose entre sí, pues ya no quedaría ningún otro ciudadano a quien fregar, es tan general
que no es preciso que otros se preocupen por esta palabra. Ver Myrmecophaga Jubata,
magnates.

ineficiencia Divorcio entre la función y el propósito de una operación.

A veces la retórica convencional que compara la ineficiencia con la burocracia gubernamental es


totalmente acertada. Sin embargo, costaría imaginar operaciones más eficientes que la mayoría
de los servicios públicos pertenecientes al estado. Distribuyen agua y energía, recogen aguas
servidas y residuos, mantienen infraestructuras de transporte y posibilitan la vida de decenas de
millones de personas de manera discreta e invisible.

¿Cuál es más ineficiente, retrógrado, conservador en sus políticas de inversión, pero derrochen
en su retribución a los ejecutivos, el sistema ferroviario estatal alemán o la industria textil
francesa? ¿El servicio de correos de Estados Unidos o las empresas aeronáuticas Lockheed y
McDonnell Douglas? ¿EDF (la empresa de energía eléctrica estatal francesa) o gran parte del
sector bancario, privado y de depósitos de Occidente, que ha sufrido reiteradas bancarrotas en
las últimas tres décadas por sus préstamos extravagantes y poco profesionales? ¿El sistema de
seguro médico nacional canadiense o el sistema privado de Estados Unidos que, ante los
intentos de reforma, dejó a cuarenta millones de personas sin protección y costó una fortuna a
empresas e individuos?

No se puede argumentar de manera no ideológica que la ineficiencia es una cuestión de


propiedad pública o privada. La competencia puede contribuir a desalentar los gastos
burocráticos innecesarios, pero el mercado también crea derroche con su escasa memoria, su
falta de previsión y su debilidad crónica por la moda, que puede cambiar tan abruptamente
como la forma de los tacos del calzado.

La causa subyacente del derroche en ambos sectores es la pérdida de rumbo. Esto a su vez se
puede asociar con una desconexión entre el modo en que funciona una operación y su propósito.
A mayor desconexión, mayor ineficiencia.

El propósito de un ejército es desalentar las guerras o ganarlas. Pero los oficiales se distraen con
imperativos de gestión, estructuras internas de poder, divisiones de clase y el prestigio asociado
con el almacenaje de armamentos. En consecuencia, miran con malos ojos a los oficiales que son
estrategas competentes (y favorecen el uso de la incertidumbre) y ascienden a los cortesanos que
se deleitan en la gestión, las estructuras de poder, la clase y el almacenaje de armamentos, pero
no pueden ganar guerras.

El derroche y la confusión de la industria automovilística también se relaciona con una obsesión


con la gestión. Gran parte de la inestabilidad y el grosero derroche del sector financiero en las
últimas dos décadas se relaciona con la amnesia respecto de su papel en la economía: la
financiación de infraestructuras y producción.

Estos errores a menudo se justifican con una ideología burda y bárbara que proclama que el
propósito de la sociedad es aumentar las ganancias. Eso equivale a deformar un mecanismo
estrecho pero útil, transformándolo en un dios absoluto pero abstracto. La busca obsesiva del
lucro es un ejemplo claro de la función divorciada del propósito, y por tanto una invitación a la
ineficiencia y el derroche. Ver nacionalización.

infierno La abolición del infierno ha creado graves problemas para el mantenimiento de pautas
éticas generales. Los filósofos del siglo dieciocho condenaban la amenaza del infierno como un
recurso cínico usado contra los menos poderosos. Pero lamentaban la pérdida del auténtico
propósito del infierno, que era lidiar con delitos graves, sobre todo de los poderosos y los ricos.

Voltaire señalaba en su Diccionario que “Desde que los hombres vivieron en sociedad, deben
haber notado que algunos culpables escapaban a la severidad de las leyes. Era posible castigar
los delitos públicos, pero ¿cómo se podían frenar los delitos secretos? Sólo la religión podía
constituir ese freno.2

Los filósofos creían que la ley y la administración desinteresada se harían cargo del problema.
Sin embargo, cuanto más complejas y refinadas eran las leyes, más protegían a los poderosos. Y
una vez que la administración se elevó al nivel de valor moral, los poderosos comenzaron a
convertir la conducta antiética en regulaciones administrativas.

Por ejemplo, es común que los gerentes aumenten sus ingresos en una cuarta o tercera parte por
medio de lo que llaman “beneficios”. Esto es fraude legalizado. Es común ocultar graves errores
en el servicio público mediante regulaciones de seguridad. Esto también es fraude legalizado
(ver negación). Es común justificar la pobreza y la explotación haciendo referencia a las reglas
de la competencia (ver Santísima Trinidad — Finales del siglo veinte). Los
Enciclopedistas también se preocupaban por esto en el siglo dieciocho: “El medio para
enriquecerse puede ser moralmente criminal aunque esté permitido por la ley; es contrario a la
ley natural y a la humanidad que a millones de individuos se les niegue lo necesario con tal de
alimentar los lujos escandalosos de una minoría de ciudadanos acomodados”. 3 Los filósofos
suponían que la reforma racional podía resolver este problema. De hecho, hubo mejoras. Pero
recientemente el péndulo ha vuelto a oscilar. Y esta vez la explotación no se justifica con el
derecho divino o el privilegio de clase, sino con la pericia y la ley.

No hemos logrado reemplazar el infierno por un código ético viable. Por eso hemos caído en un
enfoque racionalista de la sociedad cuando nos proponíamos seguir el camino del humanismo.

informes Protocolos del poder en la segunda mitad del siglo veinte.

Quien estructura o escribe el argumento, que cada libro disfraza como objetividad táctica y
análisis desinteresado, controla el proceso de toma de decisiones. Los libros de instrucciones
rara vez son leídos por quienes los reciben, pero son citados como si contuvieran la Sagrada
Escritura. Aunque antes bastaba con una sola colección de Testamentos, miles de estos
evangelios contemporáneos se presentan todos los días en cada sector de cada país. Afirman
breves momentos de verdad absoluta construida artificialmente. Ver hechos.

Inglaterra El único país puramente ideológico que queda.

Los ingleses se enorgullecen de su pacífico sentido común y se complacen en acusar a los


europeos de intelectualismo y de vana adicción a lo abstracto. Por otra parte, los ingleses
también se enorgullecen de ser la única raza auténticamente irónica, lo cual puede explicar por
qué este pueblo intelectualmente dividido y militarista insiste tanto en su sentido práctico.
También puede explicar su devoción a la jardinería y las mascotas.

Es extraño hallar estas características en un país que antaño hizo aportaciones tan esenciales, a
través de la política y la literatura, al concepto mismo de individuo moderno, al desarrollo de la
democracia y el humanismo.

Las decisiones públicas, en esta semiisla, se toman mediante la reducción forzada de problemas
complejos a una falsa claridad, para que todos puedan escoger un bando. Hasta los detalles de la
vida cotidiana —ropa, acento, opiniones inocuas— se dividen en posiciones ideológicas. A veces
se las llama diferencias de clase, pero cuando la clase ya no refleja la utilidad, ha mutado en
ideología. El resultado es una forma muy estructurada de conformismo racional frente al cual se
busca alivio mediante la celebración de las irrelevantes pero amenas extravagancias de una
pequeña minoría.

Como la ideología atenta contra el liderazgo, los que se encargan de triunfar en la lucha, la
charla y la acción son los irlandeses y los escoceses. Los mejores sastres, sin embargo, son
ingleses. Ver educación pública, nanismo.

inteligencia Modo en que la elite dominante describe sus propias fuerzas. Se sigue que ésta es
la principal medida de superioridad entre los humanos.

A finales del siglo veinte, la inteligencia superior parece semejarse a múltiplos ascendentes de la
mentalidad de crucigrama. Sus virtudes son mecanicistas, racionales y lineales. En su estrechez,
teme que las ideas, las personas y los hechos escapen a su control; también teme la intuición y la
creatividad, y por tanto el humanismo. Prefiere lo exclusivo a lo inclusivo. La mediocridad
controlada es más inteligente que el pensamiento original o sensato porque responde a las
estructuras existentes.

Esto se ve en las pautas, exámenes y competencias que controlan el ingreso en los diversos
niveles de poder: por ejemplo, en los exámenes SAT que sirven como barrera de ingreso en las
universidades de Estados Unidos o en el concours que controla la admisión en el ENA, la escuela
que domina las elites políticas, administrativas y empresariales de Francia.

Los que apoyan este enfoque podrían argumentar que son las inevitables deformaciones del
ideal por parte de la realidad. A fin de cuentas, la palabra inteligencia tiene su origen en el latín
intelligere, “entender” o, literalmente, “escoger entre”. En otras palabras: entender con miras a
escoger entre diversas opciones.

Pero nuestra interpretación contemporánea de la inteligencia parece obsesionada por escoger


pero aterrada de entender. Nos concentramos en la metodología, la información y el control
mientras huimos de la duda, que es esencial para el entendimiento.

¿Es esto una deformación de la idea de inteligencia? El lenguaje es una realidad, no una
abstracción. Si la civilización occidental decide tratar una estrecha gama de habilidades como si
fueran inteligencia, es posible que en la práctica lo sean, hasta que alguien proporcione una
lectura más precisa.

¿Puede la mediocridad, o algo que equivale a estupidez funcional, convertirse en inteligencia?


¿Por qué no? Las sociedades hacen consigo mismas lo que quieren. Con el tiempo, sus
definiciones aplicadas de inteligencia constituyen un deseo de vivir o una forma de suicidio.
Parecemos cada vez más interesados en la segunda opción.

IRA Esta sigla evoca una imagen de mujeres y niños destrozados por una bomba mientras
hacían compras navideñas en Londres. Esta escena patética puede llevar a dos conclusiones
erradas. Primero, que los ingleses están interesados en el tema. (En Inglaterra, este artículo
sería el último que leerían). Segundo, que destrozar mujeres y niños ha perjudicado al IRA. Nada
en la historia prueba que presentarse como el bueno de la película ayude a los terroristas o los
nacionalistas militantes a alcanzar su objetivo. Una buena imagen no ayudó a los biafranos ni a
los kurdos; su carencia no perjudicará al IRA.

Esta es otra razón para que Irlanda interese a los ingleses. Pero las complejas cuestiones
irlandesas —una escisión entre protestantes y católicos dentro del Norte y entre el Norte y el
Sur; divisiones de clase paralelas en el norte, la presencia del ejército inglés, por nombrar unas
pocas— son temas que rara vez se tocan en Inglaterra durante la cena, en los almuerzos de
negocios o en los fines de semana campestres. Una novela escrita sobre este fértil terreno
fracasará casi de seguro. La única película reciente que despertó interés (The Crying Game de
Neil Jordan) lo consiguió usando un soldado inglés negro y un hermoso travesti y ambientando
casi toda la acción en Londres.

A pesar de este silencio general, hubo 3. 000 asesinatos en veintitrés años, 1. 800 causados por
el IRA. En 1992 la cifra total ascendía a ochenta y cuatro.

La interpretación profesional —política o administrativa— de la situación se centra en temas


concretos como embarques de armas desde Libia, ambiciosos políticos irlandeses, financiación
de Estados Unidos, vínculos con el crimen organizado y pequeños grupos de fanáticos. Estos
grupos creen que el deseo de negociación que encontramos en las elites, que ante todo desean
proteger su posición, se puede destruir mediante actos existenciales de violencia que vacían el
centro del debate público. Entonces no queda ningún terreno viable, salvo en los extremos. En
esos casos, los profesionales se consideran aptos para resolver problemas.

El análisis profesional suele requerir una comprensión refinada de las estructuras terroristas.
Como resultado, es posible interrumpir el suministro de armas, denunciar el crimen organizado,
bloquear fuentes financieras y eliminar líderes terroristas mesiánicos. Pero estas claras e
impresionantes victorias no reducen el poder de los extremos. Al cabo de pocos meses las
estructuras terroristas mutan y empieza una nueva campaña de atentados. Las autoridades se
desalientan provisoriamente, pero pronto asimilan los nuevos hechos y vuelven a analizar al
enemigo.

Sin embargo, el proveedor de armas, sea Libia u otro, nunca fue el problema. Eliminar a Gadafi
y sus armas de la ecuación fue sin duda satisfactorio, pero también irrelevante. Siempre es
posible conseguir más armas. El mundo está lleno de ellas. Y lo que necesitan los terroristas no
es costoso.

Más importante que las estructuras terroristas es el peso de la historia. Los profesionales lo
desechan porque ni el debate político ni el proceso administrativo, con su hambre de soluciones,
sabe qué hacer con el pasado, salvo como vaciadero mitológico de donde a veces se pueden
extraer fragmentos para adornar la propaganda. Los profesionales encaran la sociedad como
una construcción racional constituida por tres partes: ladrillos y argamasa, sistemas o
estructuras e individuos.

Este enfoque impide tratar la sociedad como un cuerpo viviente que ha evolucionado a partir del
pasado. Hay muchas opciones para el cambio, pero la capacidad para responder a ese futuro es
limitada, y a menudo está regida por lo que sucedió antes. Los soldados gaseados en la Primera
Guerra Mundial no participaron en eventos deportivos después del armisticio. Muy pocas
personas a quienes se les negó educación en sus primeros veinte años pasan a ser líderes
intelectuales. Los que sufrieron tragedias personales en su juventud son muy diferentes en su
vida posterior de quienes no las sufrieron.

Las sociedades no son muy diferentes de los individuos. No pueden ignorar su pasado ni escapar
de él. Y si ese pasado contiene grandes males, quizá se necesiten generaciones y mucho cuidado
para escapar de los efectos.

Aun nuestras elites, con su obsesión por la resolución de problemas, saben esto. ¿Por qué otro
motivo citan sin cesar el genio de Federico el Grande y Garibaldi, la gloria de Francia y la misión
de Estados Unidos? Si no creen en la relevancia del pasado, estos recuerdos positivos son
patrioterismo sin sentido. Si creen, también deben aceptar que el IRA es el inevitable producto
de las matanzas de Cromwell y la prohibición virtual de la religión de toda una población en el
siglo dieciocho.

Cuanto más ciegos e insidiosos son los actos de un grupo extremista durante un período
prolongado, más probable es que sean la reverberación inconsciente de un pasado irresuelto.
Esto no significa que los ingleses deban sentir pena por el Irish Republican Army o demostrar
blandura. Significa que no resolverán el problema irlandés mediante la derrota del IRA. Ante
todo, significa que la actitud inglesa de tedio, desprecio y desinterés por el problema irlandés
revela mucho más sobre los ingleses que sobre el IRA. Ver solución.

ironía Hace poco tiempo un presidente de Estados Unidos, hablando ante el Congreso, igualó a
Saddam Hussein y la guerra contra Irak con Adolf Hitler y la Segunda Guerra Mundial. Pero
nadie aplaudió este diestro uso de la ironía. Ni siquiera hubo risas.

Como ciertas formas del subjuntivo, la ironía ha padecido una lenta agonía. En una civilización
consagrada a la especialización, los placeres emocionales de la contradicción son invendibles. La
gente quiere los hechos y la verdad.

La gente seria cree que debe tomar todo en serio, como sienta a los profesionales. Las únicas
formas de humor que hoy funcionan son la comedia burda o las bromas internas, como sienta a
una civilización de especialistas encerrados en su propio círculo.

Quizá la única opción que quede para los escritores serios sea eludir la ironía o las grandes
preguntas y concentrarse en examinar con modestia y serenidad las palabras simples que
usamos todos los días; por ejemplo, escribiendo un diccionario.

irradiación Algo que se hace con los pollos para prolongarles la vida. Muy popular en Estados
Unidos. En otros países, las hortalizas suelen gozar de este beneficio. Mediante la irradiación,
los animales y las plantas reciben algo que el cristianismo hasta ahora no ha podido dar a los
humanos: vida eterna en el purgatorio de un supermercado.

La irradiación ha puesto a los científicos, los técnicos y la industria alimenticia contra la mayoría
de los granjeros y los grupos de salud. A pesar de la buena predisposición del público hacia los
pollos y las hortalizas, suelen reaccionar con sorpresa ante preguntas tan simples como “¿Para
qué molestarse?”, “¿Cuál es la prisa?”

Parece que la respuesta es que la irradiación mata las bacterias. El producto, como la Bella
Durmiente, queda congelado en el tiempo. En el proceso, lamentablemente, el pollo se convierte
en fantasma eterno del ave alimentada con granos. Sucede que las bacterias no son tan malas.
Eliminarlas equivale a eliminar los aspectos temporales e interesantes de la vida. Es lo que los
sepultureros hacen con los humanos. Los pollos irradiados son el equivalente de cuerpos
momificados en un féretro abierto.

Pero para los hambrientos el gusto es una cuestión secundaria. Sólo cuentan los niveles de
producción. Sin embargo, la producción agropecuaria occidental padece una prolongada crisis
causada por el exceso de producción. Esto ha reducido tanto los precios que cobran los
productores que la producción agropecuaria resulta inviable. La pregunta, pues, es si realmente
necesitamos más alimentos que duren más tiempo.

Abstractamente, se puede argumentar que la irradiación es un producto del progreso y por lo


tanto es buena. Si el resultado es que sólo las grandes granjas industrializadas pueden obtener
ganancias, así sea. Es la verdad del mercado y se debe aceptar como tal. También es la premisa
ideológica de las charlas comerciales internacionales conocidas como GATT.

Sin embargo, cuanto más hacemos la conversión a la producción agropecuaria industrial, el


exceso de producción sigue bajando los precios a niveles poco competitivos. ¿Cómo pueden ser
poco competitivos los precios bajos? Si son tan bajos que el productor no puede ganarse el
sustento, la industria es inviable y no puede competir en un mercado real. Más aún, la
producción agropecuaria industrializada tiene efectos laterales sobre el ambiente que crean un
costo real para el conjunto de la sociedad. Si se lo incluye, ese costo hace que ese mercado
abstracto sea aún menos realista.

El mercado real quiere menos, no más. Los procedimientos científicos que se usan antes,
durante y después de la producción son costosos. Los insecticidas, los herbicidas, los
fertilizantes industriales, las hormonas, los antibióticos y los tratamientos posteriores como la
irradiación elevan el costo de la producción al tiempo que permiten una producción excesiva que
baja los precios mayoristas. Tan sólo los pesticidas representan para los productores un costo de
20 mil millones de dólares por año.4

No se trata de deshacerse de estos adelantos. Eso significaría un regreso a la subproducción y a


temporadas de producción muy inciertas. Pero entre los dos extremos existe una ancha franja
intermedia de sensatez.

Reduciendo cuidadosa y selectivamente el uso de estos productos, los gastos de producción


descenderían, y también el excedente de producción. Los costos totales quizá permanezcan
iguales, pero en vez de ser inflados por gastos de mantenimiento industriales y subsidios,
reflejarían gastos reales de producción. El resultado sería una cantidad razonable de gente que
seguiría cultivando, una cantidad apropiada de productos, un mercado más estable y una menor
necesidad de subsidios públicos.

En cuanto a los consumidores, la gama de productos disponibles es mayor que nunca en la


historia. No necesitamos ni queremos más. Queremos mejores productos, alimentos que en vez
de parecer hinchadas esculturas de cera tengan sabor e incluso sean saludables. El milagro
posmoderno de la ciencia, la manzana, está perdiendo su atracción.

Los consumidores se preocupan por los efectos duraderos de la agricultura industrial en su


salud. No quieren pensar en las 20. 000 muertes anuales “no intencionales” que producen los
insecticidas ni en los 3 millones de casos de intoxicación “aguda y grave” creados por los
pesticidas.5 Saben que la “filtración agrícola es una de las principales causas de contaminación
del agua. Incluso se contaminan los niveles freáticos, planteando dudas sobre el agua potable.
Sostener que debemos aceptar la producción agropecuaria industrial porque representa un
progreso es una contradicción.

En cuanto a la irradiación, cuanto más vivan esos pollos muertos, menos sabor a pollo tendrán.
Ver progreso.

izquierda (y derecha) Resultado de una infortunada disposición de los asientos.

En octubre de 1789 la turbamulta de París, encabezada por mujeres, caminó hasta Versalles,
tomó el palacio por asalto y arrastró al rey a la ciudad. La Asamblea no tuvo más opción que
seguirla. Luis fue encerrado en su jaula dorada, el palacio de las Tullerías. El otro edificio capaz
de albergar a cientos de representantes electos en la misma sala era el establo del palacio, en lo
que hoy es el Jardín de las Tullerías. La necesidad de alojar y ejercitar a muchos caballos había
impuesto una estructura particular. Esa forma, a su vez, impuso la idea de un semicírculo de
asientos a los carpinteros contratados para hacer la conversión de emergencia.

Era natural que quienes más se odiaban se sentaran más lejos, a la extrema derecha o izquierda
del podio. Así las necesidades de los caballos contribuyeron a crear nuestra idea de opuestos
políticos inconciliables. Si la arquitectura hubiera permitido que este semicírculo se cerrara, los
reaccionarios y los revolucionarios se habrían sentado juntos. Ver neoconservador.
J

juego (administrado por el estado) Cuando los gobiernos recaudan dinero actuando como
croupiers, los sistemas que ellos manejan son degenerados y están más cerca de su final que de
su principio.

Los birmanos, por ejemplo, siempre podían prever cuándo estaba por caer una dinastía:
organizaba una lotería.

A principios de los 70, los gobiernos occidentales buscaron en las licencias de juego los fondos
que ya no recaudaban con los impuestos. Se ha atribuido esta iniciativa a muchos factores: la
crisis financiera, una reforma tributaria que redujo drásticamente la aportación de las grandes
empresas, el costo de los programas sociales. El resultado combinado fue una falta de dinero que
se transformó en una deuda que a su vez es una restricción crónica.

Cuando un gobierno alienta a la ciudadanía a financiar al estado mediante el juego —es decir,
mediante sueños ociosos— y no mediante la creatividad, el trabajo y la productividad, ese estado
sufre una crisis no admitida.

El único país que ha prosperado con el juego es Mónaco, que no es un país. Es una corporación
que se especializa en evasión de impuestos, presidida por un príncipe croupier.

juez Forma moderna de la palabra “príncipe” tal como la concebía Maquiavelo.

Al elegir la sede final de la autoridad, nuestras tecnocracias públicas y privadas prefieren un


personaje desinteresado designado por largos períodos de tiempo, divorciado de la realidad
cotidiana y limitado a una intervención pasiva, motivada por un desacuerdo entre expertos o
alguna laguna legal.

El deseo natural y continuo de la tecnocracia corporativa es restar poderes a las asambleas


electas, los gobiernos, los jurados y otras entidades públicas con el objeto de transferir dichos
poderes a textos legales que dependen primero de la administración y luego de los jueces, que
arbitrarán cuando se requiera. Ver liderazgo.

jurado Un cuerpo que demuestra la naturaleza inherentemente inconclusa del hecho y el


derecho.

El derecho guía. El hecho ejemplifica. Luego el jurado reflexiona en busca de la mejor verdad
posible. Su tarea es un ejemplo de equilibrio humanista, lo cual explica por qué la comunidad
de los abogados y los jueces constantemente reduce el tipo de causas y las condiciones en que se
pueden usar jurados. Ver verdad.
K

Kant, Immanuel Un pantanal que ha enturbiado nuestra mente separando el intelecto de la


realidad.

Genio. Bien intencionado. Dedicado al supremo principio de la moralidad. Pero este hombre
encantador se convirtió en el Tomás de Aquino de la Razón.

Kant fue el primer filósofo moderno importante que pasó la vida encerrado en una universidad.
Con él comienza la confusión entre pensar y enseñar. Aislado de las realidades de su tiempo,
conocía las ideas, pero no el mundo donde nacían y se aplicaban. Aunque era un profesor
talentoso, no creía que el filósofo tuviera la obligación de comunicarse con la humanidad y
escribió en el más abstruso lenguaje universitario. Menos de un siglo antes, otros habían logrado
arrebatar la filosofía al control de la escolástica medieval; él volvió a arrastrarla al dialecto
hermético.

Kant sistematizó la razón. La dividió en diferentes tipos. Procuró defender la independencia de


la ciencia y la moralidad. Pero esta sistematización alentó a sus sucesores a desarrollar
impenetrables separaciones entre realidad e intelecto que dejarían inerme a la razón en cuanto
instrumento público.

Los especialistas que hacen carrera enseñando o examinando los misterios kantianos invitan a
otros a unírseles en el berenjenal donde aguardan sus ideas esenciales, y miran con un afectado
gesto de desdén y superioridad a quienes rechazan el ofrecimiento. Es una táctica militar
estándar destinada a arrastrar al enemigo a un terreno desfavorable. Ver filosofía.
L
Lagos Una joya en la corona de la nueva economía internacional. Hace sólo veinte años esta
pujante metrópoli nigeriana de 9 millones de habitantes era un soñoliento poblado de 80.000
almas. Las gentes de las aldeas rurales de todo el país manifestaron su creencia en el futuro
abandonando limitadas vidas agrarias para mudarse a la capital. En cuanto se instalaron en
Lagos, vieron que las habían mantenido en la campiña por una suerte de hipnosis que las
encadenaba a sentimientos viles disfrazados de estabilidad, continuidad, vida familiar,
seguridad personal y el gregario deseo de comer todos los días. Gracias a las fuerzas vigorizantes
y liberadoras de la competencia, ahora son libres de sumarse a la fuerza laboral moderna.

Rechazando astutamente la posesión de propiedades o el uso de sistemas cloacales o agua


limpia, han desarrollado magros requerimientos de ingresos y así pueden presentarse como
empleados internacionalmente competitivos. En un enfoque imaginativo pero riguroso de la
superpoblación, han logrado alcanzar tasas récord de mortalidad infantil. Por último, a pesar de
las exhortaciones de los empresarios, han desechado muletas no competitivas como la
estabilidad del empleo, las pensiones y las condiciones laborales seguras. Los valerosos hijos de
Lagos, ansiosos de mejorar su destino, se han puesto al frente de esta orgullosa nueva fuerza
laboral.

Antes del florecimiento del sistema de mercado, los nigerianos se limitaban con frecuencia al
trueque medieval. Los expertos económicos del mundo no podían palpar un pulso industrial
moderno, y mucho menos medirlo. Ahora los planificadores pueden incluir este país en el
gráfico del PIB con otras naciones modernas, a 315 dólares anuales per cápita. Pronto, sin duda,
sus esfuerzo los llevarán aún más lejos. Como dicen en Lagos, el cielo es el límite. La prueba está
en que las sucursales nigerianas de las corporaciones internacionales prosperan y ansían seguir
pagando a sus eficientes empleados.

Algunos izquierdistas occidentales denigran a este pueblo orgulloso, dicen que su próspera
capital es una “barriada de ilegales” y su gobierno una dictadura militar. Son los envidiosas
monsergas de los ociosos. La ambición de los trabajadores de Lagos es un ejemplo para todos en
el mundo desarrollado. Si deseamos conservar el empleo, debemos ser competitivos. En cuanto
a las afirmaciones de ingenuos estudiantes marxistas y obesos jefes sindicales de que los
trabajadores nigerianos sufren malos tratos, sólo demuestra que en Occidente nos hemos
habituado tanto a nuestro inmerecido confort que ya no sabemos qué significa la competencia.
Nuestros abuelos lo sabían: trabajo duro y dedicación. Nos hemos vuelto indolentes y
complacientes, y dependemos de estructuras de apoyo que en el rudo y nuevo entorno de hoy no
son realistas.

lenguaje oral Desde Dracón y Solón en la antigua Atenas, nuestro talento para el lenguaje oral
ha sido gradualmente desplazado y luego reducido por nuestro talento para escribir. No es
preciso enfatizar que esta transición desde lo oral fue realmente una mejora. Las culturas que
dependen puramente de la palabra hablada terminan por ser sus prisioneras. La historia de
nuestro progreso con los materiales de escritura ha coincidido con una explosión de la
imaginación humana.

Pero aunque lo oral ya no tenía una utilidad cuantificable más allá del intercambio cotidiano,
nunca perdió su energía. Esto era porque, como demostró Harold Innis, los que tienen poder
siempre procuran controlar el lenguaje y el conocimiento. Siempre han podido controlar el
lenguaje escrito durante períodos prolongados. Luego hay una explosión que invariablemente es
desencadenada por la incontrolable fuerza del lenguaje oral.

Entre esos momentos de penetrante inmediatez tenemos, por cierto, a Sócrates, con su negativa
a escribir. Y la prédica de Cristo. Y la seductoramente inocente rebelión verbal de San Francisco.
Dante, aunque escribía, procuraba conscientemente “estar al servicio de la lengua de la gente
común”.58 La prosa simple y elegante de Erasmo se proponía lo mismo. Escrita, pero escrita de
tal modo que el proceso oral era liberado de la prisión de la teología —es decir, la ideología— y la
escolástica. Hoy las obras del Renacimiento nos parecen típicas de la expresión escrita, pero
entonces eran una respuesta a la censura y en general permanecían inéditas, con un aire de
improvisación. Los panfletos y la novela, como lo demuestran Swift y Voltaire, no estaban
destinadas al estudio, sino a ser leídos como si fueran hablados y, más aún, a ser leídos en voz
alta para que pudieran participar los que no leían o no sabían leer. Los periódicos se inventaron
como reacción contra la sofocante escolástica. Llegaban con su información de último momento
y sus opiniones urgentes, con la espontaneidad de lo hablado. Y el fenómeno de los parlamentos,
asambleas, mítines y debates públicos representó un gran embate oral que nos trajo la
democracia y los derechos de la ciudadanía.

El siglo veinte ha producido un cambio cualitativo en esta tensión entre lo oral y lo escrito.
Ahora hay más conocimiento, información y opinión flotante de la que podemos manejar.
Estamos saturados de una información que, siendo limitada, amorfa y rara vez aplicable, se ha
convertido en una forma de control.

Por primera vez el conocimiento no es poder. En cambio, el lenguaje público se ha convertido en


una caótica distracción. El centro de poder se ha desplazado a un segundo idioma que está
constituido por mil dialectos especializados. No es poderoso por ser un lenguaje funcional —no
es tal cosa— sino porque cada dialecto está asociado con un mecanismo de poder práctico.

Este lenguaje escolástico es descaradamente oscuro, torpe, rebuscado y aburrido. No tiene las
pretensiones del lenguaje real. Es simplemente el manual de uso del sistema corporativo. La
irrelevancia como lenguaje de comunicación general es lo que le infunde poder.

Entretanto el primer nivel del lenguaje desborda por satélites que irradian quinientos canales de
televisión y autopistas de la información que suministran cantidades inagotables de datos. El
efecto es afianzar la división entre lenguaje y poder. La cantidad de información recibida reduce
al ciudadano al papel de receptor pasivo y así impide que el lenguaje se utilice como arma
efectiva contra el poder.

Esta es una de las explicaciones del regreso de la inevitabilidad en los asuntos públicos, en una
escala jamás vista desde que Solón y Sócrates comenzaron a disgregar la pasividad impuesta por
los dioses y el destino en el mito homérico.

Parece que el progreso en los materiales de escritura ha sorteado la utilidad lingüística, al menos
por el momento. Por primera vez, un lenguaje escrito no controlado, sino descontrolado, se ha
vuelto una fuerza de la pasividad humana.

Muchos sentimos cierto placer inocente cuando somos absorbidos por este laberinto. Cada año
más millones se zambullen en sus pantallas electrónicas y nadan como ávidas mojarritas por el
amorfo mar de información, como si la capacidad para nadar fuera en sí misma una victoria o
un poder.

La idea de que el poder florezca a partir de una pasividad descontrolada es realmente novedosa.
La idea tradicional de que es posible lograr cierta clase de libertad y control sobre los poderosos
regresando a un lenguaje simple y oral no funciona cuando los sistemas de comunicaciones
modernos nos ahogan en un lenguaje oral que no guarda ninguna relación práctica con el poder.

Pero el auténtico lenguaje oral no sólo es hablado. También está vinculado con cierto uso. Ante
todo, es agresivo e inquisitivo. Este modelo socrático quizás haya envejecido definitivamente.

Lo importante no es zambullirse en cantidades de datos ni dejarse absorber por majestuosas


autopistas de información. Si la información y las actividades que implica se facilitan, tanto
mejor. Pero esto es una ilusión del lenguaje. Es mero acopio, como un empleado municipal
recogiendo basura con una varilla puntiaguda.

El lenguaje oral es más propiamente un individuo que expresa preocupación. Se puede aplicar
prácticamente emulando a ese viejo fastidioso que todas las mañanas llegaba temprano al
mercado para contrariar a la gente; acribillándola a preguntas. Ver Sócrates.

libertad de expresión Algo que no es grato ni sencillo, pero quizás el elemento más
importante de cualquier democracia. La libertad de expresión es objeto de dos opiniones tan
difundidas como contradictorias. La primer; es que la tenemos; la segunda es que es un lujo.

¿Cómo se puede tener algo que es un acto existencial? Las constituciones pueden declarar que es
inviolable y protegerla con leyes. Podemos invocarla hasta ponernos morados. Pero la libertad
de expresión sólo se conserva mediante el uso constante.

El esfuerzo agotador que esto requiere implica la voluntad de escuchar suma la al deseo de
hacerse oír. Escuchar significa prestar atención, no sólo oí aquello que dice la gente. Y ser oído a
veces significa estar expuesto a la crítica, incluso al ridículo. Por eso los integrantes de nuestras
elites, que no ansían hacerse oír en cuanto individuos, lo consideran un lujo.

El reflejo natural de los poderosos consiste en tratar de limitar la libertad de expresión. Lo hacen
de manera constante y casi inconsciente, al margen de su opinión política particular. Cuanto
más estructurada es la sociedad más ocurre esto mediante convenciones sociales, por vía del
eufemismo y la cortesía, e indirectamente mediante leyes y convenios contractuales que no
hacen alusión a la cosa que están limitando.

Por ejemplo, los contratos laborales casi automáticamente hacen que la pericia y las opiniones
del empleado sean propiedad de la empresa. También hay leyes contra el libelo, que aplican una
interpretación estricta de “los hechos” a las áreas de debate público donde la gente que tiene
más probabilidades de entablar un juicio es precisamente la que oculta los hechos. El proceso
judicial no le impone la obligación de explicar, sino que ataca a los que buscan información y
tratan de usar la libertad de expresión. Hay vastas y complejas leyes relacionadas con el secreto
que sustraen al dominio público zonas enteras de interés público. Y desde luego está la razón de
estado, que elimina el derecho de los ciudadanos a discutir aquello que les concierne.

Un nuevo método de limitación consiste en argumentar que la libertad de expresión, una vez
conquistada, se puede tratar como un lujo. El argumento sostiene que la gente necesita, ante
todo, prosperidad. Con el bienestar físico y la estabilidad que conlleva, la gente tiene tiempo y
energía para ejercer la libertad de expresión. Se sigue, sotto voce, que cuanto menos éxito
tengan los poderosos en dirigir la economía de un país, menos debe la ciudadanía usar su
libertad de expresión.

El argumento de “la propiedad ante todo” se basa en una interpretación común de la historia
occidental donde el crecimiento del comercio y la industria creó una clase media que comenzó a
exigir derechos. Es un punto de vista conveniente en una sociedad corporativa. Reduce la
aportación de la ciudadanía y del humanismo a un papel pasivo y secundario. En realidad, el
edificio fue creado por la tecnología y el mercado. Luego la ciudadanía tuvo permiso para
decorar las habitaciones.

Esta es una inversión total de la historia occidental. Solón nació de una ética del servicio
público. Y fue el fracaso económico —no el éxito—lo que hizo que él y la ciudadanía asumieran
mayor poder. Sócrates y el sistema de debate democrático de Atenas fueron producto de una
sociedad estable y agraria. Fue erosionada y destruida por las pretensiones comerciales del
imperio. Nuestro concepto actual de igualdad, que implícitamente incluye el derecho de
manifestar nuestra opinión, viene del cristianismo primitivo y las asambleas locales de las tribus
nórdicas europeas. La Carta Magna inglesa no fue un producto industrial. Tampoco lo fueron los
divulgadores lingüísticos, de Shakespeare a Dante. Tampoco lo fue Erasmo, quien hizo tanto
para demostrar que se podía usar un lenguaje claro como forma de poder público. La mayoría de
nuestras ideas sobre la democracia se afianzaron en el ámbito público un siglo antes que la
revolución industrial se pusiera seriamente en marcha. Aunque la revolución americana incluía
elementos tributarios y comerciales, las clases mercantiles urbanas tendieron a permanecer
neutrales durante la guerra mientras que los que habitaban la tierra, ricos y pobres,
sobrellevaron la carga militar y política.

Si la economía desempeñó un papel central en el ascenso de la libertad de expresión, la Peste


Negra fue más benéfica que la revolución industrial. La peste diezmó la población europea de tal
modo que fomentó mayores concentraciones de riqueza agraria y los sistemas administrativos
establecidos se desmoronaron.

No es que la industrialización no haya cumplido ningún papel en la creación del sistema


democrático, pero ese papel fue secundario. Un efecto, no una causa. No pasamos del cambio
económico a la prosperidad y a la democracia para terminar con una libertad de expresión que
es una suerte de pan de oro para cubrir la parte externa de una estructura ya concluida.

El arduo y tenaz despertar de la libertad de expresión en los siglos diecisiete y dieciocho nos
permitió formular nuestras ideas de la democracia. En el ínterin, los que manifestaban su
opinión a veces eran ejecutados, encarcelados o desterrados. Pero una reverberación verbal
consciente desencadenó gradualmente el proceso democrático, a veces mediante la reforma, a
veces mediante explosiones. Esta afirmación dela ciudadanía permitió imaginar otra clase de
economía y ponerla en movimiento.

En Occidente oímos casi todos los días la misma clase de inversión histórica. Nuestra sociedad
corporativista se complace en insistir en la”acción responsable”. Esto es, en sí mismo, una
inversión de nuestro concepto del ciudadano responsable. En una democracia, las estructuras
dela sociedad son responsables ante el ciudadano, que es la fuente suprema de poder. “Acción
responsable” sugiere lo contrario: el ciudadano debe limitar su uso del poder para no dañar las
estructuras. Esto equivale a la institucionalización de una banal razón de estado.

Una persona irresponsable es pues alguien que atenta contra las convenciones al manifestar su
opinión. Por definición, es alguien que está fuera de las especializaciones, las profesiones y los
grupos corporativos. Un picapleitos. En una versión exagerada del decoro de clase media,
nuestras educadas elites se sienten limitadas en sus palabras y actos públicos por su obligación
de administrar responsablemente la sociedad.

Así las estructuras y los sistemas educativos de las democracias han producido enormes elites
que son inconsciente pero profundamente antidemocráticas. Pueden representar el 30 por
ciento de la población y ocupar la mayoría de las posiciones de poder. Para ellas, la libertad de
expresión es un acto de complacencia reclamado por los marginales y un lujo que la gente
responsable tolera con renuencia y resentimiento.

libertad Un espacio ocupado que se debe volver a ocupar todos los días.

libre El término del que más se abusa en la política moderna. Todos lo citan para significar
todo. Samuel Johnson dijo una vez que el patriotismo era el último refugio de un canalla. Las
alusiones a la libertad ahora han ocupado el lugar del patriotismo.

Esto ha causado una proliferación de oximorones que de algún modo se han vuelto respetables,
como libre comercio y amor libre; se asocia hombres libres con mercados libres, cuando la
historia demuestra claramente que los mercados libres funcionan mejor bajo dictaduras
sofisticadas y vacilan ante las limitaciones impuestas por la democracia (ver capitalismo).

El problema es que esta palabra tiene dos sentidos contradictorios. Uno se refiere a la libertad
política y tiene un valor ético. El otro se refiere a un estado imaginario del ser donde no hay
esfuerzo ni precio. La libertad se confunde así con la noción de que se puede obtener algo a
cambio de nada, propia del jugador. Por eso los canallas de Johnson se sienten atraídos por ella.
Ver dictadura del vocabulario.

libre comercio Teoría dieciochesca de la economía internacional, limitada por las primitivas
nociones que había entonces acerca del potencial del comercio y del capitalismo.

Occidente ha padecido y superado una primera revolución industrial y un pico de capitalismo


violento e inestable. En el ínterin, los métodos anticuados como el libre comercio y su alter ego,
el proteccionismo, se han vuelto cada vez menos prácticos por su efecto desestabilizador en las
sociedades desarrolladas de clase media.

La tendencia de quienes no han evolucionado intelectual mente, siguiendo la evolución práctica


de sus sociedades, ha sido convertir el libre comercio y el proteccionismo en ideologías
abstractas y absolutas. Las cuestiones prácticas se pueden arrojar por la ventana. Sólo queda un
debate político de principios y los intereses que se ocultan detrás.

Este libre comercio ideológico imagina un mundo donde todos se benefician especializándose en
su oficio y exportando los resultados. Esta idea surgió como una bocanada de aire fresco a
finales de los 70, junto con la economía global. Desde luego, Adam Smith había expuesto el
mismo argumento en La riqueza de las naciones (1775) antes que David Ricardo lo
internacionalizara a principios del siglo veinte. Su momento de gloria fue la década de 1840,
cuando se debatió la revocación de las leyes inglesas que protegían a los granjeros ingleses al
gravar el grano importado. Siguió un breve período de éxito aparente, según dónde uno viviera y
qué produjera. A la vez esto fue seguido por una catastrófica inestabilidad de los mercados,
depresiones recurrentes y una difundida violencia política.

La crujiente precariedad del milagro del libre comercio se nota en su obsesión con la
especialización. Quizá cada persona de un lugar dado no desee dedicarse a la minería. Quizá
desee cultivar trigo o investigar nuevos medicamentos, aunque en otros lugares otros hagan lo
mismo más barato. ¿El mercado debe estar organizado de tal modo que no puedan cultivar ni
vender trigo ni hallar la cura de una enfermedad? La teoría del libre comercio dice que sí. Sólo
deben hacer lo que hacen más barato.

Pero las sociedades que se limitan a una o dos especialidades dejan de ser sociedades. Son
unidades abstractas de producción y sufren los males de esos animales excesivamente
manipulados por los criadores, que tienen patas maravillosas pero pulmones débiles o una cola
magnífica pero nada de cerebro. Las teorías de especialización generalizada e impulsada por el
mercado inducen a todos los integrantes de todas las clases a depender peligrosamente de una o
dos mercancías. Y el mercado es veleidoso. No podemos culparlo por eso. Con cada cambio que
provocara el mercado en las normas de producción y consumo, sociedades enteras caerían en la
desesperación.

Todos conocemos la inestabilidad inherente a los países del Tercer Mundo que dependen de un
par de productos. El libre comercio, tal como se presenta en el último cuarto del siglo veinte,
procura convertirnos a todos en el equivalente de productores de productos a granel.

El proteccionismo ofrece todo lo contrario, la promesa de una estabilidad absoluta lograda


mediante el cierre de fronteras. Teóricamente el resultado será un acogedor equilibrio interno.
Pero pocos países se bastan a sí mismos. Sólo Estados Unidos podría cerrar sus fronteras y
sobrevivir, pero sólo si tuviera más agua y energía. Además, pocos ciudadanos quieren una
sociedad manejada de tal modo que se nieguen libertades esenciales.

La gente intuye que el libre comercio y el proteccionismo son ideologías políticas disfrazadas de
desinteresada inevitabilidad económica. En la actualidad, los líderes del libre comercio tienden a
ser los corporativistas, encabezados por los ejecutivos de las corporaciones transnacionales.
Les gusta una teoría que permita a sus corporaciones producir lo que es más barato y vender
donde los precios sean más altos. No les importa si esta idea es contraproducente, si los que
cobran menos por producir cuentan con menos riqueza para consumir, y si los que pagan más
por consumir no podrán hacerlo si están desempleados.

Los proteccionistas de hoy son liderados por los corporativistas locales, los sindicatos y las
pequeñas empresas. Les gusta una teoría que promete que todo cambio es controlable. No les
molesta que esto sea imposible, salvo en una sociedad aislada con una economía nómada o
preagraria.

Mientras estos grupos de intereses discuten, la mayoría se pregunta por qué siempre le
presentan opciones religiosas. ¿Por qué siempre deben identificar la única verdad pura para
eludir un apocalipsis? ¿Existe una diferencia entre Vladimir Lenin el comunista, Mijail Bakunin
el anarquista y Milton Friedman el defensor de los mercados? No. Los tres son ideólogos.

Como otras ideologías, la del libre comercio contiene un desprecio tácito por el ciudadano. Es
una respuesta desesperada a las complejidades del mundo real, y las políticas de la
desesperación siempre reemplazan las opciones por la inevitabilidad. La desesperación es el
tono natural de los economistas cuando venden sus teorías de la salvación.

Desde principios de los 80, la explosión del tamaño de los mercados de dinero se ha
presentado como un nuevo factor para justificar la inevitabilidad. Pero estos mercados de dinero
representan inflación de la moneda y son parte del problema, no una solución. Los cambios
revolucionarios en tecnología de las comunicaciones se presentan como una fuerza
incontrolable. Las comunicaciones siempre han alentado el comercio, pero no son comercio en
sí mismas, salvo en la medida en que se compren y se vendan materiales de comunicación. Las
comunicaciones son máquinas que se usan o se encienden, operadas y apagadas por seres
humanos que residen y trabajan en lugares específicos. La nueva versión del argumento del libre
comercio parece ser que hemos involucionado: pasamos de ser esclavos del mercado a ser
esclavos de máquinas que son esclavos del mercado.

En 225 años de debate, hubo varios intentos de libre comercio extremo y varios intentos de
proteccionismo extremo. Ninguno ha tenido éxito. Ninguno se aplicó en forma absoluta. El más
famoso —la revocación de las leyes proteccionistas de Gran Bretaña en 1846— procuraba
proveer alimentos baratos a labriegos mal pagados que habían dejado de producir grano para
convertirse en obreros. Para las exportaciones e importaciones industriales de Gran Bretaña, se
siguieron aplicando toda suerte de restricciones.

Los partidarios del libre comercio suelen ser los poderosos, como la Gran Bretaña de mediados
del siglo diecinueve y las corporaciones transnacionales de hoy. Se lo abandona en cuanto los
poderosos dejan de serlo, como sucedió con Gran Bretaña. No hay prueba de que el período de
comercio más libre les haya permitido aferrarse al poder por más tiempo. El proteccionismo
extremo, por su parte, brinda placeres inmediatos, pero termina en el aislamiento, la
inmovilidad y la pobreza.

Las civilizaciones funcionan mejor cuando se consagran a una libertad cuidadosa y un equilibrio
cuidadoso. En ciertas circunstancias y en ciertas zonas, el libre comercio puede ser muy benéfico
para mucha gente. En otras, creará un desastre y provocará caos y sufrimiento. Usado con
cuidado y precisión, el proteccionismo puede promover el crecimiento, sobre todo entre algunos
de los participantes más débiles de la competencia internacional. Usado como principio general,
es una receta para la explotación local. El libre comercio y el proteccionismo, una vez despojados
de sus disfraces seudorreligiosos e ideológicos, son herramientas útiles que se pueden equilibrar
para el beneficio general y la estabilidad. Ver ideología.

liderazgo “¿Por qué hay tanta escasez de buenos líderes? Porque sufrimos una crisis de
liderazgo. “ Este es el latiguillo de la lamentación moderna. El proverbial extranjero sabio —el
gigantesco rey de Brobdingnag, en Swift, o el persa de Montesquieu que escribe a su casa desde
París— quizá señalaría que ésta es una obsesión curiosa en una democracia. Se supone que los
demócratas deben estar obsesionados con su participación y la participación de la ciudadanía en
general. El liderazgo, a fin de cuentas, es una preocupación de pueblos abyectos y poco
evolucionados, intimidados por la idea de la responsabilidad individual. Gente que sólo desea
tener un dios o un jefe divinamente inspirado que la abrace contra su seno para protegerla y
tranquilizarla. Ver propaganda.

Los Ángeles Ciudad bíblica construida sobre arena, como dice la parábola, y sometida a
terremotos, inundaciones, aludes, incendios forestales, sequías, disturbios raciales y guerras de
pandillas, así como récords de corrupción policial, violencia y polución. Es cuna de la industria
del cine y la televisión, que está dedicada a vender el modo de vida americano.

Loyola, San Ignacio de Inventor del sistema de educación racional moderno con que
nuestras elites se forman en colegios militares, escuelas de negocios y facultades de
administración pública. También detuvo la Reforma al sustituir el contenido por lo que ahora se
llama teoría de juegos. En la teoría educativa de Loyola hay un aspecto castrador o asexual que
aparentemente se le ocurrió con mucha naturalidad. Ver Pandilla de los Cinco.
ludditas Individuos muy entrenados cuya carrera fue destruida por el progreso tecnológico.
Este progreso se consideraba inevitable e incontrolable. Los ludditas ocuparon así la única
posición intelectual restante, que consistía en rechazar el progreso tecnológico.

Esta reducción de las actitudes a dos posiciones extremas se consumó entre 1811 y 1830 cuando
la introducción de las máquinas de vapor de Wattt y las máquinas textiles impulsadas por agua
volvieron prescindibles a cientos de artesanos. La industrialización se propagaba de un sector al
otro y pronto eliminó la mayoría de las artesanías, junto con decenas de miles de empleos.

Los luddites o “ludditas” (cuyo nombre procede de un dirigente imaginario, Ned Ludd) se
sublevaron y quemaron fábricas. Su revuelta terminó en un juicio grupal en 1813. Cinco fueron
colgados, y la acritud de la sociedad hacia el progreso tecnológico irrestricto quedó totalmente
clara. El juez declaró que los actos de los ludditas constituían “una de las mayores atrocidades
que jamás se ha cometido en un país civilizado”.59

Era un caso clásico de provocación y orden frente a la desesperación y el desorden. Wilfrid


Laufier describió la naturaleza de este tipo de conflicto cuando habló en 1886 de la Rebelión de
Riel:*11 “Lo odioso [...] no es la rebelión, sino el despotismo que induce esa rebelión; no los
rebeldes sino los hombres que, estando en ejercicio del poder, no cumplen los deberes del poder;
los hombres que, cuando les piden una hogaza, dan una piedra”.60

A principios del siglo diecinueve, al enfrentar la revolución industrial, la sociedad interpretó mal
la naturaleza del cambio. El debate no debía centrarse en el sí o no del progreso tecnológico. Se
trataba más bien de preguntar: ¿qué progreso, cuándo, en qué circunstancias? Los extremistas
del mercado argumentarían que lo que sucedió era inevitable y a la postre produjo prosperidad
general. Esta perspectiva ignora el desorden, el sufrimiento y los tumultos sociales que ha traído
este enfoque del cambio. El comunismo fue su resultado directo. Durante el siglo diecinueve y
principios del veinte, Inglaterra, Francia, Alemania y Suecia sufrieron recurrentes estallidos de
violencia interna que a veces degeneraron en guerra civil. La mayoría de estos países estuvieron
a un paso de la revolución.

No debemos preguntarnos, pues, si el progreso tecnológico era necesario, sino si era necesario
enfrentarlo de manera tan bárbara. Se puede argumentar que los ludditas estaban errados en
1811. Pero la sociedad pasó un siglo y medio civilizando el progreso, demostrando así que esos
airados artesanos estaban en lo cierto, al menos en espíritu. ¿Estas décadas de pérdida de
tiempo, esfuerzo, vidas y dinero representan un uso inteligente del talento humano? Esta es
precisamente la pregunta que plantea el notable cambio tecnológico de finales del siglo veinte.
Como en el siglo diecinueve, se ha provocado un gran desorden social. Los altos niveles de
desempleo se han vuelto tan endémicos que se disfrazan de jubilación, prejubilación o mano de
obra de tiempo parcial sin seguridad laboral.

Los 50 millones de desempleados de Occidente son los ludditas de hoy. Su repulsa es visible en
el ascenso de movimientos desestabilizadores, muchos falsamente populistas, en todo
Occidente. No preguntemos, pues, si la automatización de las fábricas, por ejemplo, es mala o
buena, sino si una tecnología descontrolada que lleve a la sociedad de la nariz no creará más
problemas de los que resuelve en el corto, mediano y largo plazo.

¿Por qué estamos tan ansiosos de revivir las crisis de la revolución industrial? Tenemos un claro
recuerdo de lo que ésta implicó. Apenas comenzamos a salir de las profundas divisiones sociales
y políticas que creó. El observador externo e ingenuo se sorprendería de nuestro
empecinamiento en no adoptar una perspectiva moderada y equilibrada. Ver progreso.
Ludendorff, Erich Brillante oficial del estado mayor alemán durante la Primera Guerra
Mundial, cuyos análisis abstractos de los problemas militares siempre producían ganancias
técnicas inmediatas seguidas por descomunales desastres de largo plazo.

En 1914 su Plan Schiieffen revisado permitió al ejército alemán llegar casi hasta París, pero lo
dejó a cierta distancia de su destino y trabado en una guerra de trincheras. El bando con mayor
población (los aliados) tenía más probabilidades de vencer en el lento enfrentamiento que
siguió, simplemente porque tenía más capacidad para sobrevivir a una sangría continua.

En 1917 aprobó una guerra submarina irrestricta contra los ingleses para romper el bloqueo de
Alemania. Esto garantizó el ingreso de Estados Unidos en la guerra y aseguró la derrota de
Alemania.

En 1917 facilitó el regreso de emigrados bolcheviques (entre ellos Lenin) para desestabilizar la
nueva república rusa e imponer la paz. El resultado fue el régimen soviético, que duró setenta
años y en 1945 diezmó a Alemania.

El colapso de su notable ofensiva de 1918 lo indujo a creer que la ciudadanía había dado la
espalda su talento. Es común que los tecnócratas talentosos no encuentren explicación para el
fracaso de sus sistemas perfectos y echen la culpa a las imperfecciones de la raza humana.

Ludendorff era el modelo cabal del tecnócrata. Creyó hasta el fin que podía alterar la realidad
imponiéndole sistemas perfectos y abstractos. En el período de posguerra, su apetencia de
soluciones absolutas garantizadas lo indujo a simpatizar con el nazismo. Ver Tecnócrata.
M

magnates (inescrupulosos, de la prensa, etc.) Individuos que operan a pesar de —o


gracias a— un enorme complejo de inferioridad transformado en megalomanía.

Como demostraron Andrew Carnegie y John D. Rockefeller, los inescrupulosos pueden


encontrar cierta paz interior por medio de la terapia semifísica de inducir a la gente a hacer y
producir cosas. Una selecta minoría se ha llegado a parecer a los nobles medievales que
obligaron al rey Juan a firmar la Cana Magna. El sector de la prensa ofrece menos margen para
el mejoramiento. Desprovisto de herramientas terapéuticas prácticas, deja que los mentalmente
inestables pontifiquen públicamente mientras usan su poder para imponer silencio a otros.
Mientras la existencia de muchos propietarios de periódicos les impida limitar la libertad de
expresión del público, estos desdichados individuos brindan a los demás el delicioso espectáculo
de su pintoresca comicidad.

malas noticias Los que tienen poder siempre se quejan de que los periodistas sólo se interesan
en las malas noticias. “Pero si los periódicos de un país están llenos de buenas noticias, las
cárceles están llenas de buenas personas. “

En otras partes, las malas noticias representan un leve alivio frente ala insufrible corrección de
los expertos y poderosos. Siempre sostienen que están aplicando la solución correcta, y en
consecuencia inevitable, a cada problema. Y cuando esta fracasa, eluden la duda o el examen
público del error, pasando rápidamente a la próxima respuesta. Las malas noticias son el
único sustituto del debate público que hoy posee el ciudadano.

malas personas En la vida pública, las malas personas, como el mal dinero, ahuyentan a las
buenas. Sólo un esfuerzo constante de la ciudadanía para poner el servicio por encima de la
ambición y, en las decisiones políticas, la complejidad equilibrada por encima de la simplicidad
manipuladora, puede impulsar a los buenos.

Obtener y conservar el poder es mucho más fácil para quienes sólo buscan poder. El interés
personal no está limitado por la distracción de tratar de servir al bien público. A menos que la
sociedad sienta tanto respeto por el servicio público que éste sea una obligación tácita, muchos
candidatos serán los irracionalmente ambiciosos y los que sufren carencias emocionales y
procuran resolver en público su complejo de inferioridad y otros problemas.

Esta dificultad siempre nos ha acompañado. En su definición de “Patria”, Voltaire lamentaba


que “el que arde con la ambición de ser edil, tribuno, pretor, cónsul, dictador, clama que ama a
su país cuando se ama sólo a sí mismo”.61 Yeats volvió sobre el tema en su poema “The Second
Coming”: “Los mejores carecen de toda convicción, mientras que los peores están llenos de
apasionada intensidad”. ¿Qué es esta falta de convicción?

Las personas relativamente equilibradas y desinteresadas hacen un importante sacrificio


privado al ceder tiempo al bien general. Y no creen que su aporte sea importante. Esto no es
falsa modestia. La energía de la ambición política es como un tornado que elimina a quienes no
la poseen. El problema de nuestra sociedad cortesana es que sus pautas son las del poder puro y
el dinero.
En 1993 el director saliente del servicio secreto francés, Claude Silberzahn, describió a sus
agentes sus tres principales campos de trabajo. Los dos primeros eran el ascenso de la
“intolerancia étnica” y la “extraordinaria y frenética búsqueda de dinero en todas sus formas [...]
por parte de las elites políticas y económicas, como si el dinero no tuviera olor [...] cuando a
menudo es sucio, dudoso e ilícito”.62 Esta atmósfera repugna a la mayoría de la gente.

Los ciudadanos más equilibrados pueden tener fuertes convicciones sobre el bienestar y el
servicio público. Pero están menos obsesionados por el ejercicio del poder. Los “papeles
federalistas”,*12 al defenderla nueva constitución americana, solicitaba pesos y contrapesos que
neutralizaran el poder de las facciones y así llevaran a los mejores ciudadanos al proceso
público. Pero los pesos y contrapesos definitivos no están en la constitución, sino en la
aprobación y reprobación del ciudadano. Mientras recompensemos la ambición desenfrenada y
la manipulación habilidosa del poder, seguiremos atrayendo a aquellos cuyo único interés es el
interés personal. Ver banalidad, Carlyle.

malos críticos Sumamente raros. Cuando, en ocasiones, pasan a las filas de los críticos, es por
ciertas características específicas e incontrolables. Por ejemplo, en el campo de la literatura:

1. Han escrito un libro sobre el mismo tema y el suyo es mejor.

2. No han escrito un libro sobre e. tema pero si lo hubieran escrito, siendo expertos en este
campo —cor frecuencia profesores con titularidad permanente—, el suyo sería mejor. Aún
no lo han escrito porque ansían hacerlo mejor y no, como creen los cínicos, por la vida cómoda y
banal que es propia de la continuidad académica.

3. Son académicos que, al margen. de sus ambiciones literarias, son dueños del tema en
cuestión. La especialización no significa, como suponían los pensadores del siglo dieciocho,
comunicación de conocimientos, sino control del conocimiento. Si el autor de un libro logra
comunicarse, no es de fiar y en consecuencia no es serio.

4. Están por publicar un libro sobre cualquier tema. El propósito de reseñar un libro ajeno es
vender el propio. Lo más sencillo es atacar el libro reseñado para demostrar que son más
inteligentes.

5. Son borrachos, o no beben pero deberían, o no tuvieron tiempo de leer el libro o, peor aún,
reseñan por dinero. Las reseñas se pagan menos que el trabajo fabril en el Tercer Mundo, y si
alguien recurre a ellas en busca de ingresos puede sufrir un trastorno mental.

manzana Objeto esférico creado por treinta y dos productos químicos, luego sumergido en
cera, luego gasificado. Un proverbio inglés dice que una manzana por día mantiene alejado al
médico,*13 pero también es probable que lo atraiga con frecuencia.

Maquiavelo, Nicolás Autor del primer libro de autoayuda acerca de cómo triunfar en el poder
y mantenerlo, que pudo haber sido best-seller en la Navidad de 1513. Ver Pandilla de los
Cinco.

marxista Los únicos marxistas serios que quedan en Occidente son los cuadros gerenciales de
las grandes corporaciones, habitualmente transnacionales. Los únicos pensadores marxistas
serios son neoconservadores.
El marxismo es ante todo un análisis del funcionamiento de la sociedad, mejor dicho, de cómo
debería funcionar la sociedad. Esta dialéctica se basa en la lucha de clases y la batalla del
mercado no regulado donde vencen los más fuertes. Es un mercado que no se puede domesticar,
según Marx. Funciona sin trabas, y por tanto es un campo de batalla entre quienes poseen poder
y quienes no lo poseen. El mercado procura aumentar las ganancias aunque esto sea
desventajoso para la mayoría. Las ganancias y el poder son la verdad de la lucha económica y el
determinismo económico decide la estructura social.

La mayoría de los marxistas funcionales habían dejado de creer en esto a finales de la Segunda
Guerra Mundial. Habían aceptado la ideología de la gestión burocrática estable. En eso se
parecían a los tecnócratas de las burocracias gubernativas y empresariales de Occidente.

Pero estos gestores occidentales y sus acólitos académicos cayeron en un estado de confusión
con el colapso de 1929. Parecía que el análisis capitalista puro, del cual eran herederos oficiales,
había fracasado. El mercado irrestricto no había producido crecimiento y prosperidad
continuos, sino colapso económico total. La ideología de un equilibrio natural y general
producido por la competencia había tenido su oportunidad y se había autodestruido, para
perjuicio de todos sus partidarios.

Se necesitaron más de treinta y cinco años para que los dirigentes empresariales pudieran
borrar este fracaso de su memoria y la memoria del público. Luego redescubrieron, con virginal
entusiasmo ideológico, las virtudes del mercado no regulado.

Esta vez los respaldaba una explicación intelectualmente sofisticada de la dialéctica,


suministrada por un grupo de economistas centrados en la escuela de Chicago. Así lograron
prescindir de la idea de que las instituciones públicas podían brindar estabilidad social, proteger
a los débiles o alentar una mayor distribución de la riqueza. Su nuevo argumento habría
enorgullecido a Marx. No era que no desearan ayudar a los débiles ni promover la justicia. Las
reglas naturales del mercado —la dialéctica— hacían inevitable la lucha de clases.

El único desacuerdo entre los neoconservadores y Marx es sobre quién gana la batalla final. Este
es un pequeño detalle. Mucho más importante es su coincidencia en que la sociedad debe
funcionar como una lucha abierta.

Algunas personas se sorprenden de que el marxismo haya resurgido en la derecha. Sin embargo,
las ideas, una vez lanzadas, son propiedad pública. Y con frecuencia reaparecen con diversos
ropajes antes de revelar su auténtica forma.

McDonald, Ronald Filósofo posmoderno. Así como Voltaire fue el rostro intelectual público
de la Ilustración, Ronald McDonald es el rostro y la voz de la cultura del consumo.

El sustento moral de este movimiento es la adicción. El dilema filosófico propuesto por la frase
“comida rápida” se resume así: ¿con qué rapidez puede el vendedor lograr que el comprador
compre más? Así el vendedor es hijo espiritual de los líderes religiosos que suscitan el deseo
para encauzarlo en una dirección útil. Los líderes religiosos pueden reforzar el deseo con el
temor, una ventaja que los líderes de la comida rápida no comparten.

Los segundos, en cambio, buscan refuerzo en la publicidad y la ciencia. Desde Galileo se ha


sostenido cada vez más que el progreso científico ha alterado cada vez más nuestras
posibilidades filosóficas. Por ejemplo, aun antes de las relaciones públicas modernas, el deseo se
podía amplificar mediante la ilusión. El deseo de comida rápida no es diferente. No se basa en el
hambre sino en la ilusión de hambre. La ciencia, sin embargo, ha aportado una mejor
comprensión de tres elementos cruciales para acentuar esa ilusión: la sal, la grasa y el azúcar.

La sal, como el glutamato de monosodio, ataca los receptores gustativos de la lengua y los excita.
Si se combina grasa con sal, se provoca una reacción química que acentúa esta excitación, que a
la vez se traduce en una significativa simulación del hambre. La adición de azúcar provoca un
abrupto ascenso del azúcar en la sangre. Como en una montaña rusa, esto sólo puede ser
seguido por una caída abrupta que cobra la forma de una sensación aún más extrema de
debilidad y hambre. En este punto la comida rápida, a través del ingenioso uso de la ciencia
básica, se aproxima a la reconstitución de las antiguas nupcias religiosas (en realidad, una
tensión filosófica) entre el deseo y el temor. Ronald McDonald, que abre una nueva sucursal
cada dieciocho minutos en todo el mundo, quizá sea el científico/filósofo de mayor éxito desde
Albert Einstein. Un adecuado heredero de Mickey Mouse. Un rey filósofo. Ver Big Mac y pan
blanco,

melón Ver fresa.

memoria Cualidad práctica que nos permite comparar lo que se ha hecho con lo que se podría
hacer. La memoria es pues una clave de la acción responsable.

El método racionalista ha reducido gradualmente la memoria al romanticismo. “Esta capacidad


de retención —como decía Samuel Johnson— es muy útil para identificar viejos actos que sólo se
han vestido con nuevos ropajes para que los repita una nueva generación”.63 En la definición
contemporánea de Oxford, las sólidas y operativas palabras que usaba Johnson han
desaparecido. En cambio tenemos “recordación, remembranza, evocación”.64

El romanticismo es una versión fantasiosa del pasado. Los hechos desagradables y los fracasos
personales o nacionales se borran, mientras se exageran las comodidades y los éxitos. O bien se
exageran los males y se borran las comodidades y los éxitos. De un modo u otro, el
romanticismo se propone estimular falsas esperanzas. En su forma más exagerada, niega la
importancia de la memoria y construye ideologías abstractas y autónomas.

La memoria —es decir, la capacidad de retener— es crucial para el equilibrio humanista. Es


despreciada por las sofisticadas estructuras de burócratas, que se deleitan en el romanticismo
como un juguete útil.

mercado El mercado es divertido y encantador como un Peter Pan risqué, creyendo sin cesar
en el amor verdadero pero buscando el placer del amor libre, recreando sin cesar su propia
virginidad, carente de memoria o sentido común, lo cual es su debilidad y su fuerza.

Librado a sus propios recursos, el mercado es capaz de los inventos más milagrosos y los
autoengaños más necios. Es un romántico extremo. También tiene un propósito real, el mismo
que tuvo siempre. Es decir, organizar la oferta y demanda de bienes o financiar la producción de
bienes, facilitando y financiando la economía. Pero el mercado no puede lograr su propósito de
forma regular y duradera porque es sólo un mecanismo inconsciente y abstracto. El factor que se
debe sumar para crear la restricción, el equilibrio y la conciencia necesarias para la prosperidad
duradera es el liderazgo humano. Ese liderazgo cobra la forma de una regulación efectiva.

El mercado es, por cierto, algo muy bueno. Sin él debemos resignarnos a ser explotados por un
absolutismo personal o burocrático.
¿Pero es cimiento suficiente para construir una sociedad? ¿Brinda o permite una relación viable
entre los ciudadanos? ¿El mercado es tan listo que sería mejor acatar su voluntad? ¿Debemos
idolatrar su arcana inevitabilidad?

Debemos recordar que en todas las civilizaciones anteriores el comercio se encaraba como una
actividad estrecha y no como el sector preponderante de la sociedad.

En nuestra fe actual, basada en la competencia, la eficiencia y el mercado, el papel de los


tecnócratas como mediadores religiosos ha cobrado una importancia extrema. Sin embargo, el
mensaje que transmiten estos sacerdotes a veces es difícil de entender, y su significado está
sepultado dentro del impenetrable dialecto de la economía posmoderna. Pero si lo despojamos
de todo eso, queda un mensaje sencillo: nuestros reiterados intentos de regular la economía
desde el siglo dieciocho aparentemente han fracasado. Por extensión, estos sacerdotes
proclaman que, desde la Grecia Clásica en adelante, todos nuestros intentos de controlar los
elementos económicos salvajes para crear una estabilidad razonable han sido infructuosos.

Parece que siempre tendríamos que haber sido pasivos. Si nos hubiéramos relajado para dejar
que el mercado decidiera, esta fuerza económica abstracta habría encontrado su equilibrio
natural. En otras palabras, lo que al principio parece ser un enfoque práctico y concreto de los
negocios resulta ser un liso y llano rechazo de la idea de civilización. Parte de la explicación es
que nuestros sacerdotes contemporáneos son mejores en econometría que en análisis social.
La mayoría no parece saber mucho sobre el modo en que funcionan las civilizaciones ni como
los humanos han lidiado con problemas similares en el casado.

A fin de cuentas, las civilizaciones del pasado lograron regular su vida económica por largos
períodos de tiempo, y lo hicieron para provecho general de la sociedad. El colapso, cuando llega,
se relaciona más con el cambio social que con las fuerzas del mercado. Las sociedades crecen,
envejecen y mueren; todos lo sabemos. En el ínterin, siglos de saludable regulación económica
lograron que las estructura, sociales funcionaran en sitios tan diversos como Atenas, Roma, la
Europa medieval y gran parte del Occidente moderno.

Nuestros sacerdotes han reducido la historia del pasado a sus fracasos breves y abruptos, en vez
de concentrarse en los largos períodos de éxito. Los economistas del mercado son poco más que
nihilistas ingenuos. Si aplicáramos su enfoque a otros campos, por ejemplo, a la pintura,
reduciríamos la historia del arte a las figuras de las cajas de chocolate y llegaríamos a la
conclusión de que la raza humana debería dejar de pintar y sólo recibir imágenes del paisaje
circundante. Ver Santísima Trinidad — Siglo veinte.

mercados de dinero internacionales Mercados imaginarios donde se especula con divisas


que son una ilusión múltiple, sin referencia a los convenios normales sobre el valor.

Las sumas de dinero que se transan no guardan ninguna relación con el crecimiento ni la
producción. Son manifestaciones de pura inflación. Los mercados internacionales de dinero
representan la regularización—mediante una tecnocracia especializada y una revolución en las
comunicaciones tecnológicas— de la economía especulativa. La burbuja del Mar del Sur, John
Law y todas las grandes manipulaciones financieras de los últimos tres siglos se han terminado
por adoptar como práctica normal de negocios.

La gente más simple puede confundirse. Quizás interprete que la inestabilidad económica que
ha persistido durante dos décadas no se mitigará hasta que se impongan cierto y orden y control
sobre esta especulación inflacionaria. Los más sofisticados, en cambio, sabemos que los tiempos
han cambiado y que los mercados ya no necesitan estar emparentados con la realidad. Estos
mercados internacionales de dinero representan una nueva verdad. De qué y para qué es
irrelevante. Sólo los ingenuos se preocupan por esas preguntas. Hay un mercado. Hay
competencia. Todo lo demás es charla ociosa.

meteorología urbana

Lluvia en junio.
Terrible para las novias de junio.

Lluvia en julio, agosto.


Terrible para las vacaciones estivales.

Lluvia en setiembre, octubre.


Terrible para la vendimia.

Lluvia en noviembre.
En noviembre llueve por doquier excepto en Sudáfrica, donde el clima era perfecto antes de que
comenzaran los problemas políticos.

Lluvia de diciembre a abril.


Terrible para el esquí.

Lluvia en mayo.
Hace que los mosquitos sean inaguantables en verano.

Lluvia y falta de lluvia en la agricultura.


Los granjeros se quejan de todo. Además están subsidiados.

Nieve.
Terrible excepto en los centros de esquí.

Sol.
Causa cáncer de piel en las playas.

Viento.
Causa jaquecas y a veces suicidio, a menos que uno tenga un velero.

meteorólogos Expertos que nunca se disculpan por equivocarse. El concepto de pericia parece
negar el de responsabilidad. Así, aunque no hay nada notable en equivocarse, es asombroso que
al día siguiente se dirija al mismo público sin una disculpa ni una explicación. Como en
principio debemos asumir que ni el hablante ni el oyente recibieron un porrazo en la cabeza
durante las horas intermedias, cabe pensar que el experto y el adorador de los expertos no
soportan la existencia del error, y por ende de un pasado defectuoso, y por ende de la memoria.
Como el sol y la lluvia, la pericia está siempre en el futuro.

miedo A la luz de nuestra inminente desaparición del mundo, es una condición humana
endémica. La exacerbación y manipulación del miedo es usada por gente deshonesta para
obtener poder o conservarlo. Hobbes hizo respetable al deshonesto alegando que era
inevitable. Ver pánico.

mitología Después de matar a Dios y reemplazarlo por nosotros mismos, estamos insatisfechos
con los resultados. ¿De qué otro modo se explica el ascenso de la mitología?

El hombre dios por el que optamos era un ser muy estrecho cuyos poderes dependían de la
razón. Ya lo hemos probado con varios atuendos, sobre todo los de superhombre y hombre
sistémico. El resultado ha sido la reinstalación de una horda proliferante de dioses mitológicos
que están hechos a medida para dejarnos oficialmente en el trono.

Nietzsche fue sólo el más célebre entre los que profesaron esta actitud. Wagner devolvió a los
dioses al tablado del mundo con música celestial. Jung les dio la autoridad de la ciencia médica
al presentarlos como arquetipos de los que nadie puede escapar. “Llamémoslos o no —hizo tallar
encima de su puerta—, los dioses vendrán”. Hitler y Mussolini combinaron en un solo personaje
a los dioses grecorromanos, los dioses del bosque y el hombre racional. Esto tuvo tanto éxito que
las relaciones públicas y la política moderna todavía se alimentan de este modelo básico. Los
comics y el cine han dado dioses humanos que en cierto modo eran resultado de la intervención
de una deidad, basada en el modelo de Zeus durmiendo con una mortal o Dios con María.
Superman se transformó en Mad Max y Terminator. Alienígenas misteriosos y poderosos
comenzaron a llenar nuestra vida, al principio a través de la ciencia ficción, luego de películas y
series de televisión como Star Trek y Star Wars.

Era inevitable que los falsos divulgadores unieran los mitos junguianos con los todopoderosos
dioses del bosque y así alentaran la idea de que el hombre, si no podía ser el único dios, debía
ser una víctima pasiva del destino.

Pero no es preciso que seamos víctimas pasivas. Esto es producto de las opciones que nos hemos
presentado. Al rechazar una visión humanista más amplia, hemos dejado una insatisfactoria
opción entre la árida razón y la complaciente confortación de la mitología. Ver inconsciente.

moda

1. Paradoja autodestructiva. Para estar a la moda hay que evitar todo lo que está de moda.

2. Uso relativamente inofensivo del instinto gregario.

3. Siempre acertada. En los 90 las modelos femeninas siguieron tragando bolas de algodón
empapadas en aceite de oliva cara reducir el hambre, aunque a finales de los 90 el regreso de los
senos a la moda les complicó la vida. Muchas tuvieron que hacerse implantaciones quirúrgicas.
El resultado ha sido el notable contraste presentado por melones protuberantes que sobresalen
artificiosamente de torsos de galgo,

Siempre sensibles al sentido más amplio de las tendencias sociales conflictivas, los diseñadores
han sido los inventores, en la práctica, de la anorexia materna. Las imágenes de la cámara son
más amables con la geometría que con las líneas naturales, así que esta moda ha tenido gran
éxito. Ver gusto.

4. Como lo demuestra el niño que gritó en la calle cuando pasaba el emperador, la libertad de
expresión es anatema para cualquier tipo de moda.
modales La gente siempre es magnífica cuando está muerta. Ver cortesía.

Moro, Aldo Dirigente demócrata cristiano y ex primer ministro italiano. Moro fue secuestrado
el 16 de marzo de 1978 por terroristas aún no identificados. Después de dos dramáticos meses de
infructuosa investigación policial, hallaron su cadáver en la maletera de un coche en el centro de
Roma, cerca del número 9 de la vía Michelangelo Caetani.

Esto se encuentra a poca distancia de las sedes del partido demócrata-cristiano y del partido
comunista, y también de la Gesú, la sede jesuita que, curiosamente, está frente a la placita del
Gesú, frente a la sede italiana de la orden masónica. Sólo la mafia está ausente en este íntimo
vecindario, pero rara vez publicita sus sedes oficiales y prefiere trabajar indirectamente
mediante los buenos oficios de organizaciones políticas, sociales y religiosas.

El lugar que escogieron los asesinos para dejar el cadáver indica cierto sentido del humor. O
bien que no tuvieron que viajar demasiado lejos.

En la pared del número 9 hay ahora un bonito medallón del dirigente asesinado en tamaño
natural, junto a una inmensa y elegante placa de bronce. La placa contiene extensos párrafos
explicativos escritos en letra elegante, también en bronce. Lamentablemente el tamaño de la
inscripción es tan pequeño que nadie puede leer el mensaje.

muerte Algo que le ha sucedido —aunque no esté verificado estadísticamente— a todos los que
vivieron, con algunas excepciones controvertidas. Como ni Cristo, ni su madre ni el Buda
ascendieron corporalmente en presencia de médicos diplomados, se podría argumentar que,
aunque no todos estén muertos, todos los que vivieron al fin murieron. En un mundo lleno de
riesgo y especulación, la muerte sigue siendo una de las pocas cosas confiables. Es aún más
inevitable que el nacimiento, pues no podemos afirmar que han nacido todos los que pudieron
haber nacido.

En su lucha por conservar el cuerpo humano, la medicina moderna ha logrado lo que ahora
llamamos milagros. Aun así, no ha salvado a nadie de la muerte, sólo postergó la cita. Estas
admirables demoras se suelen tratar como el mayor logro de la civilización moderna. Decimos
que salvan vidas, cuando queremos decir que las prolongan. Este pequeño lapsus delata el gran
cliché: que no queremos morir.

Nuestra creciente sofisticación técnica parece haber surtido un efecto negativo en el modo
razonable de enfrentar la muerte. Antes se la trataba con cierta rudeza, como parte de la vida
familiar, pero ahora hemos caído en una negación pueril. No morimos, sino que fallecemos o
pasamos a mejor vida; la gente lamenta enterarse. ¿Enterarse de qué? Nunca hubo una época en
que la muerte fuera un tema de conversación tan inaceptable. Los humanos nunca han planeado
tanto su prolongada vida ni han pensado tan poco en su conclusión.

Una de las posibles explicaciones de este cambio es la decadencia de la religión organizada. Sin
embargo, más convincente resulta la obsesión de la sociedad moderna con la función. La
abrumadora importancia que se atribuye a lo que hace la gente es el producto natural de una
sociedad que se define por sus sistemas y estructuras. Estos sistemas no tienen sentido en sí
mismos, sino que funcionan como si fueran eternos.
Como la medicina con las vidas, prolongan las limitaciones consciente; hasta perderlas de vista.

Millones de personas, viejas o con una enfermedad terminal, esperan en los hospitales con tubos
insertados en sus orificios. Al parecer no esperan la muerte. Si fuera así, quizá querrían liberar
sus cuerpos de esa maquinaria y ser transportadas aun lugar donde podrían prepararse para
despedirse de sus familiares y amigos, reflexionar sobre la vida que vivieron y sobre ese puente o
precipicio que se aproxima.

El pensamiento consciente no es muy admirado en una civilización consagrada a los sistemas.


La conciencia activa se ve como una forma de rebelión. ¿Pero qué daño podría causar la duda
cuando el dubitativo ya no tiene fuerzas para caminar, y menos para predicar?

Ni la educación actual ni la vida que le sigue están diseñadas para preparar al individuo para esa
conversación interior. El espectáculo de millones de moribundos dubitativos —al margen de su
lucidez mental— sembraría dudas entre quienes avanzan por sus etapas de especialización y
promoción. Además, el cuidado del cuerpo humano es una profesión especializada que se
maneja como parte de un proceso continuo. Eliminar individuos de ese sistema antes que haya
terminado con sus cuerpos equivaldría a sugerir que ese proceso es menos importante de lo que
afirma esta civilización, o que la comunidad médica no está haciendo su trabajo como
corresponde. Ver Hobbes, Sócrates.

muerte natural Concepto extraño que nos induce a preguntar qué significa antinatural. Puede
llegar de cuatro maneras, tres de las cuales son agradables:

1. Evacuando las tripas inmediatamente después de despertar (descrita en la conversación cortés


como “hallado muerto en el baño”).

2. Durante el orgasmo (“murió apaciblemente en su lecho”).

3. Jugando al tenis o haciendo aerobismo.

4. En la vejez. Ver muerte.

músculos pectorales Cada hombre joven debe tener dos, y grandes. La cuestión es qué hacer
con ellos treinta años más tarde, cuando se transfiguran en pechos.

museos Almacenes seguros para objetos robados. Para algunos el robo es escandaloso, pero la
dispersión de las creaciones del pasado por todo el mundo ha permitido protegerlas de la guerra
y el desastre. Los museos se preocupan particularmente por el factor seguridad porque
conservan la mayoría de sus objetos en bóvedas subterráneas. Allí los curadores pueden
mantenerlos catalogados e invisibles mientras salen a completar sus colecciones mediante
nuevas compras o tratos con coleccionistas.

Mussolini, Benito Mucho más que Hitler, fue el naciente dirigente Heroico moderno.
Mussolini combinaba los intereses del corporativismo con las relaciones públicas y el deporte,
mientras reemplazaba el debate público y la participación de la ciudadanía por el falso
populismo y la ilusión de la democracia directa.
Sus uniformes y sus modales arrogantes lo identifican de inmediato con su época. Pero esto era
sólo una particularidad del momento. Su enfoque puede haber dejado una impresión de
improvisación chapucera, pero estaba inventando un género. Y no era tan chapucero. Se
declaraba a favor y en contra de ciertas medidas al margen de sus verdaderas intenciones, tal
como los bienes de consumo hoy se prueban en el mercado en busca de deseos públicos que
luego puedan explotarse. Se convirtió en una figura tan imaginaria como el hombre de
Marlboro, inventando su propio pasado y encargando la redacción de biografías que eran ficción
pura. Ya en 1927 proclamaba que “la inventiva es más útil que la verdad”.65

Mussolini regresó al poder en Italia en 1994 mediante una combinación de tres dirigentes. El
jefe del partido fascista actual, Gianfranco Fini, había llevado su partido a su verdadero hogar al
adoptar una anónima imagen tecnocrática. La Liga del Norte de Umberto Bossi cobró todas las
características de un populismo falso y caótico para ocultar sus intereses personales.

Pero el refinamiento más general de los principios de Mussolini se encuentra en Silvio


Berlusconi. Su control y uso de la televisión privada para la propaganda es impecable. Ha
adoptado la política fascista de avanzar detrás de un importante equipo de fútbol. Este método
“populista”divisorio fue concebido detalladamente en 1939 por el conde Ciano, cuñado de
Mussolini. 66 Berlusconi afirmó, después de comprar el U. C. Milano, que en el futuro su imperio
sería como un témpano cuya punta visible sería el equipo de fútbol. El nombre de su partido
político es un estribillo futbolístico, Forza, Italia! En cuanto a su retórica sobre el mercado libre,
contradice su uso de los monopolios, los oligopolios y la tecnocracia. Su ascenso a la riqueza
mediante una estrecha asociación con los políticos más corruptos hace una burla de su promesa
de limpiar las cosas.

Nada de esto es secreto. Todo se sabe y se discute públicamente. Pero parece que saberlo no
sirve de nada.

El ascenso de los neomussolinianos demuestra el fracaso de nuestra esperanza de que el


conocimiento derrotara el mal. El conocimiento que no esté asociado con un equilibrio sensato
de cualidades humanas —como la ética, la memoria, el sentido común y la razón— es impotente.
El conocimiento que esté divorciado del humanismo sólo alienta la aceptación pasiva de algo
que sabemos que está mal.

Berlusconi es la cara moderna del corporativismo. Pero representa un fenómeno general, no un


fenómeno italiano. Están surgiendo movimientos e individuos populistas igualmente falsos en
todo Occidente. En Estados Unidos, el Canadá anglófono y francófono, Francia y Alemania,
están capitalizando la rabia y la confusión de los ciudadanos. Los intereses que ellos representan
son en gran medida responsables de los problemas que ellos denuncian, pero las apariencias
niegan esta relación.

La hondura de este problema de ilusión y realidad se ve en la reacción del semanario The


Economist, Biblia del tecnócrata, ante los acontecimientos de Italia. Pocos días después de las
elecciones, dedicó su principal editorial a un análisis respetuoso y éticamente neutro del éxito de
Berlusconi, el neofascismo y la Liga del Norte. Lo que importaba, concluía con un tono que
evocaba el enfrentamiento de intereses similares en los años 20 y 30, era que el nuevo gobierno
“salvaguardara el legado económico” de sus predecesores.67 En el número siguiente, la misma
página fue dedicada a despotricar contra la hipocresía de quienes protestaban contra el aumento
de la mano de obra infantil en la economía global. Ver corporativismo y democracia
directa.
Muzak (música funcional) Ruido público que no es pedido ni escuchado por los individuos.
Desciende de una escuela de relaciones públicas inventada por los nazis.

La premisa del Muzak es que los individuos se pueden reducir a categorías. Si averiguamos a
qué categoría pertenece cada individuo, podemos lograr que haga lo que deseamos brindando el
entorno y los estímulos emocionales apropiados. La idea es identificar las características
generales que ligan a todos los individuos o los satisfacen en circunstancias específicas. El mitin
de Nüremberg fue un intento inicial de crear este tipo de atmósfera motivadora total.

Nacido en los ascensores y los supermercados, el Muzak se ha propagado a los restaurantes,


hoteles, aviones, servicios de espera telefónica y salas de espera.

Los expertos en relaciones públicas creen que los seres humanos temen el silencio, es decir, la
ausencia de imposiciones constantes. También creen que, si pueden aplacar nuestros temores,
tendremos suficiente tranquilidad para comprar, comer, votar, volar o simplemente seguir
viviendo.

Este enfoque, con su desdén por el individuo, es producto de un falso sentido de superioridad en
el mundo de las relaciones públicas. Es falso porque dicha superioridad cobra la forma del
cinismo, que es señal de inseguridad.

No es sorprendente, pues, que el Muzak no siempre produzca los resultados propuestos. Mucha
gente se fastidia cuando invaden su audición, sobre todo si el sonido es persistente. Otros
guardan silencio y se sienten inhibidos, porque forman parte de una tradición que cree que se
debe escuchar la música.

Diseñada para facilitar la charla menuda en los restaurantes, la música de fondo con frecuencia
reduce a la gente al silencio o al susurro. Destinada a relajar a los pasajeros mientras los aviones
carretean por la pista, suele fastidiar a la mayoría, que habría escogido otra música si hubiera
querido escuchar música en ese momento. Los lugares de entretenimiento o escape han
terminado por parecerse a distopías de Huxley donde se calcula que el individuo desaparecerá
dentro de una categoría. Por ejemplo, los restaurantes que no son tan buenos como creen suelen
tocar música barroca. Los hoteles caros, que procuran expresar calidad pero no confían en el
gusto de los ricos, mezclan Mozart con Sinatra, como si fueran lo mismo.

Cuando solicitamos a los empleados que bajen o apaguen la música funcional, responden:

1. Que el sistema escapa a su competencia.

2. Que otras personas se quejarían.

Cuando se les pregunta si alguien se ha quejado de su ausencia cuando alguna vez se apagó
inadvertidamente, o si alguien ha solicitado este sonido o pedido la repetición de determinado
tramo, el empleado se aleja del preguntón.

Myrmecophaga Jubata Oso hormiguero. La existencia de este depredador demuestra que


pensar el 71 por ciento del tiempo, como hacen las hormigas, no impide que nos coman. Pensar
menos que eso, como hacen los humanos, casi lo garantiza. Ver hormigas.
N

nacionalismo Ver corporaciones transnacionales.

nacionalización

1. Ideología.

2. Un modo de financiar los partidos políticos.

La nacionalización enriquece a los amigos abogados, contadores, corredores bursátiles,


banqueros e inversionistas. Luego ellos hacen contribuciones al partido de su benefactor, dan
empleo a los candidatos derrotados o retirados, enriquecen la vida privada de los políticos con
viajes y entretenimientos y, en ciertos casos, llenan sus cuentas bancarias nacionales o
extranjeras.

3. A veces una medida sensata.

Las empresas de servicios públicos suelen ser creadas por el estado. A veces son creadas por la
inversión privada y luego se evidencia que los intereses del lucro privado no coinciden con el
interés público general.

4. A veces necesaria, por un cambio en el factor económico. La industria privada puede haber
tenido interés en la etapa de desarrollo de una industria esencial porque ofrecía grandes
ganancias. Pero alargo plazo se trata de prestar servicios, no de incrementar ganancias. El
mercado busca pues mayores ganancias mediante el aumento del costo para el público, lo cual
atenta contra las estructuras sociales y económicas básicas. O bien canibaliza el sector para
obtener ganancias de corto plazo mediante la venta de bienes de capital y propiedades. La
función del gobierno es mantener los servicios que la ciudadanía necesita.

5. Requerimiento básico de la defensa nacional.

La producción de armamentos era antes de propiedad pública. Hoy es de propiedad privada.


Pero es una industria artificial que depende totalmente del dinero del gobierno. Y su único
propósito es atender a la protección del ciudadano a través del estado. Al permitir que sea una
empresa privada, hemos reducido su función primaria de seguridad a un elemento terciario. Su
meta primaria hoy consiste en enriquecer a una pequeña cantidad de personas, ofrecer
sofisticados proyectos de creación de empleo y ser manipuladas como herramienta principal de
gestión económica del gobierno.

6. Zona de autogratificación gratuita cuando se aplica como teoría social abstracta.

La propiedad gubernativa puede cambiar o no la eficacia de estos sectores. Una argumentación


clara en un sentido o en otro sólo puede ser una elaboración retórica. Tanto las versiones
privadas como públicas de estos sectores son dirigidas por tecnócratas. Si la propiedad es una
empresa por acciones o una estructura gubernativa, hay poca diferencia en el modo de hacer su
trabajo. Los gobiernos, como toda organización, tienen la energía para hacer un buen trabajo
sólo en una cantidad limitada de áreas. Un enfoque sensato es determinar ese nivel y luego
desplazar sectores dentro o fuera de la propiedad pública, según los requerimientos.
7. Un modo de atentar contra el crecimiento económico. La nacionalización innecesaria reduce
la riqueza nacional al pagar grandes sumas de dinero a una pequeña cantidad de propietarios.
Esto podría alentar el crecimiento al eliminar grandes áreas de no crecimiento del mercado,
mientras compensa a los empresarios de riesgo con dinero que pueden invertir en nuevas áreas
de crecimiento. No obstante, la comunidad empresarial reacciona ante la nacionalización con
temor y furia, así que toma el dinero y lo invierte en el extranjero. Ver privatización.

NAFTA Tratado de libre comercio, pero sólo de nombre.

Firmado por Canadá, México y Estados Unidos en 1994, el NAFTA (North American Free Trade
Agreement) reemplazó el FTA (Free Trade Agreement) firmado en 1988 por Canadá y Estados
Unidos. Tampoco era un tratado de libre comercio. Mucho antes que se firmaran ambos
tratados, los tres países se aproximaban al virtual libre comercio.

¿Entonces por qué tanta insistencia en el término? Es un clásico ejemplo de dictadura del
vocabulario. “Libre” tiene una connotación positiva. ¿Quién puede estar contra la libertad?
“Libre comercio” promete prosperidad. Sólo los soñadores románticos estarían en contra.

El NAFTA, como el FTA, es un acuerdo de integración económica. Respeta el modelo


corporativista donde un mercado no regulado tiene primacía sobre todos los demás aspectos de
la sociedad por el simple acto de excluir esos otros aspectos del tratado. Contrapone la mano de
obra barata y desprotegida de México y del sur de Estados Unidos a la mano de obra de clase
media del Canadá y gran parte del norte de Estados Unidos. El efecto sobre la mano de obra
barata se puede ver en la zona mexicana de Maquiladora. El efecto sobre la mano de obra más
cara se puede ver en las tasas de desempleo endémicas.

El NAFTA crea el mecanismo para un hecho social consumado, sin que se discutan los problemas
sociales. Libera a la corporación transnacional y sus gerentes de las realidades y obligaciones
geográficas.

Este enfoque está en las antípodas del que se usa en la Comunidad Europea, que intenta
equilibrar las realidades políticas y sociales con las fuerzas del mercado. Ver libre comercio y
campo de juego llano.

nanismo Las nanas son extranjeras, salvo en Inglaterra. La nana inglesa media es fuerte en
saber heredado y débil en pensamiento, más tozuda que brillante, más flemática que cualquier
persona que comprenda el mundo real. Lo que entienden las nanas es la naturaleza de su poder
sobre los niños, que deben acostumbrarse a usar la bacinilla, habituarse a los prejuicios básicos
y prepararse para la vida como miembros de un grupo, no como individuos.

El votante, parlamentario o ministro inglés que simpatiza con el partido conservador ha tenido a
una nana o pertenece a una clase (la clase media o media baja) que suscribe a los valores del
nanismo. Ningún sistema ideológico sería más apto para someter, usar o humillar al varón
medio. Con estos individuos en mano, Margaret Thatcher controló el mecanismo necesario para
controlar el conjunto del país.

El hecho de que algunos ministros hablaran cálidamente del sex-appeal de la primer ministro
dice mucho sobre su infancia. Las nanas dominan a los niños controlando sus entrañas y
creando una tensión de excitación/castigo en relación con los genitales.
El hecho de que Margaret Thatcher eliminara a casi todas las mujeres que hubiera a la vista no
se debe atribuir a celos tradicionales. Las nanas dominan a solas. Su principal enemigo no es el
sueño erótico o el manoseo, sino la única otra figura femenina viable —la Madre—, una
aficionada que es propensa al romanticismo y trata al niño con la autoridad natural y no con la
que deriva del mérito.

Las nanas inculcan a los niños modelos de vida ricos y poderosos (los duques, por ejemplo, o los
Estados Unidos) porque son esnobs inseguras y deben apelar a ideales que las trasciendan a
ellas y a quienes los emplean.

Las nanas nunca cambian de opinión. Eso implicaría pensamiento y duda. Caminan rígida y
enérgicamente, y hablan enfáticamente para negar la existencia de la duda.

Las nanas enseñan a los niños que los forasteros y extranjeros son sucios, traicioneros y
perezosos.

Una nana no necesita saber cómo hablar con forasteros y extranjeros. Sabe que el mundo
contiene tres categorías: el modelo de vida ideal de los ricos y poderosos, los padres y el niño.
Los extranjeros no pertenecen a ninguna de las dos primeras. En consecuencia deben ser niños
inferiores, y ellas los tratan como tales. Para el extranjero anglófono esta conducta es grosera
pero cómica. Para los que hablan otra lengua natal, ese enfoque prepotente a veces parece
indecoroso, pero ante todo inexplicable.

Nota Bene: Margaret Thatcher insultaba a los conservadores más inteligente por ser débiles y
“fantasiosos”. Los niños buenos hacen lo que les dicen. Controlan sus genitales. No está claro
por qué se considera viriles a quienes obedecen a su nana, mientras que los otros, los niños
malos que tienen sueños eróticos (a fin de cuentas, indicio de potencia), son tratados como si su
virilidad estuviera en duda. Ver relaciones especiales.

negación Reflejo típico del tecnócrata. Como los actos son el resultado al que han llegado los
expertos, no puede haber error. El error es reemplazado poruña sucesión lineal de respuestas
correctas. Ello requiere la negación sistemática del error cuando cada respuesta previa no logra
cumplir su función a pesar de ser correcta.

Los escándalos de sangre contaminada de finales de los 80 y principios de los 90 implicaron una
serie de errores de diversas autoridades médicas de varios países occidentales, que no
analizaron adecuadamente las donaciones de sangre en busca de infecciones VIH. Los métodos
universales de la profesión médica (corporación) produjeron el mismo enfoque inicial en cada
país. Esto provocó errores que en cada caso se negaron sistemáticamente, lo cual provocó más
daño a pacientes mal informados, lo cual provocó investigaciones públicas que tendrían que
haber sido muy lesivas para la corporación médica y llamar a la reflexión sobre este enfoque
general de la comunicación y el error. En cambio, la negación pasó a un estado de emergencia,
enturbiando las aguas hasta limitar el daño a un vago escándalo.

Las negaciones o mentiras fueron exactamente las mismas en Canadá, Inglaterra, Francia,
Alemania y Estados Unidos. La desesperación por tener la respuesta correcta en todos los casos
era más importante que la vida de los pacientes. Esta manía de la negación determina políticas
que abarcan desde la economía hasta la defensa. Constituye un aserto de que la pericia y la
estructura corporativa son más importantes que la realidad. Ver dialéctica.
neoconservador Todo lo opuesto de un conservador. Los neoconservadores son los
bolcheviques de la derecha. Como los bolcheviques, aparecen en grupos restringidos impulsados
por una ideología simplista. Buscan maneras prácticas de obtener poder real para realizar
cambios revolucionarios. Estas “maneras prácticas” habitualmente implican la creación de un
malentendido sobre los “cambios revolucionarios” que seguirán.

El primer paso en la promoción de un movimiento bolchevique consiste en establecer cierta


respetabilidad intelectual. Esto se logró contratando hordas de consultores académicos para
presentar una idea marginal —que Occidente debía regresar al rudo capitalismo del siglo
diecinueve— como si fuera no sólo una necesidad histórica sino algo históricamente inevitable.
Su determinismo imitaba literalmente a los marxistas. Los periodistas de derecha presentaban
como saber heredado lo que años antes había sido un disparate marginal.

La segunda etapa implicó una serie de golpes de estado dentro de partidos conservadores
establecidos, comenzando por los de Gran Bretaña, Estados Unidos y Canadá. Luego el
movimiento pudo entrar en las elecciones bajo el disfraz de la renovación conservadora.
Obtuvieron poder con el respaldo de un electorado que sería el primero en sufrir por sus
medidas, la clase media y la clase media baja.

El tercer paso también imitaba a los bolcheviques. Esta era la clave para desestabilizar a la
oposición —incluidos los ahora cautivos y desconcertados conservadores— con el objeto de
ganar la reelección. Redefinieron el espectro político de tal modo que sus ideas marginales
ocupaban todo el territorio que iba desde la extrema derecha hasta el centro. Muchos
conservadores (los republicanos moderados y los tories radicales) fueron redefinidos como
peligrosos liberales. De pronto los liberales parecían socialistas y los socialistas parecían
comunistas. En otras palabras, la corriente que había dominado el ascenso de Occidente fue
desplazada a los lindes del debate público.

Como las características esenciales del neoconservadurismo son revolucionarias, les era natural
disfrazar sus actos con frases tranquilizadoras. Creen que el cambio general de estructuras es el
único modo de cambiar la sociedad. La continuidad, el progreso cauteloso y la memoria son sus
enemigos. Sin embargo, admitir esto en las primeras etapas del poderes arriesgarse a perderlo.
Con el tiempo se sienten libres de atacar a quienes rechazaron su idea del cambio y tildarlos de
cobardes.

Con el beneficio de la retrospección, podemos ver que el movimiento era y es una mezcla
paradójica de necia ideología abstracta y grosero interés personal. La receta neoconservadora de
acción pública parece imitar la receta de Mussolini, que giraba sobre la alabanza de la libre
empresa, la insistencia en la necesidad de reducir la burocracia, la sugerencia de que la
reducción del desempleo formaba parte del problema económico, las insinuaciones sotto voce
de que las desigualdades sociales se debían aumentar, no eliminar, y una política exterior
agresiva.68

A principios de los años 90 habían logrado reconstruir el mapa intelectual a tal extremo que,
cuando los liberales regresaban al poder, se pasaban el tiempo repitiendo fórmulas
neoconservadoras. Al mismo tiempo, apareció un creciente número de partidos políticos que
eran abiertamente corporativistas o mussolinianos. Gracias a la respetabilidad que los
conservadores habían dado a su ideología, podían presentarse como reformadores
conservadores moderados. Comenzaron a penetrar políticamente en Canadá, Estados Unidos,
Alemania y, por cierto, Italia. Allí, tres partidos que seguían el molde de Mussolini triunfaron en
las elecciones generales de 1994. En otras partes de Occidente ningún movimiento
neoconservador manifestó desesperación o preocupación.
Todo esto explica por qué los neoconservadores tratan el cinismo como signo de sabiduría. No
es irracional situarlos entre los últimos marxistas auténticos, pues creen que la guerra de
clases es inevitable, y están seguros de ganarla provocándola mientras tienen el poder.

Nietzsche, Friedrich Escritor favorito de Mussolini. Lo llenaba de “erotismo espiritual”.69 Ver


Mussolini.

nihilismo La única actitud socialmente aceptable para quienes rechazan la evolución de la


sociedad occidental hacia una civilización de estructuras que tiene un lugar preestablecido para
cada individuo.

En palabras de Ciorán, el más elocuente y agrio de los nihilistas contemporáneos: “Si tratas de
ser libre, te mueres de hambre. No te toleran a menos que seas sucesivamente servil y
despótico”.70 El nihilismo es aceptable porque su rechazo brinda espacio de respiración para el
descontento sin crear la amenaza de una alternativa. Rock y rap nihilistas, héroes
cinematográficos nihilistas, novelas nihilistas de la generación perdida.

Estas actitudes de desesperación ofrecen una válvula de escape para las presiones sociales. Se
prefiere el nihilismo a los rechazos ideológicos, aun los que dependen de cambios generales y
por lo tanto, en la práctica, también ofrecen un margen de respiración inocuo.

La única actitud social realmente inaceptable consiste en rechazar el rechazo mientras se limita
el acatamiento a la cooperación consciente. Esto significa juzgar sin pausa una sociedad que
insiste en darse por aceptada.

niños Ver fábricas y guerra.

nivel internacional Frase usada por las ciudades provincianas y los eventos deportivos y de
entretenimiento de segunda, así como una amplia variedad de individuos inseguros, para
afirmar que no son provincianos ni de segunda, y así confirmando que lo son.

normas de producción Equivalente social y económico del derecho penal. Un modo de


contrapesar las tendencias bárbaras del ciego interés y las abstractas fuerzas del mercado.

Ante todo, las normas de producción constituyen la expresión práctica de la ética, es decir, del
derecho inherente de una civilización a regularlas actividades subsidiarias.

El propósito de estas normas es establecer relaciones socialmente aceptables entre los


ciudadanos. La esclavitud, por ejemplo, era antaño aceptable en la mayoría de las sociedades.
Hoy está prohibida en la mayoría. La seguridad laboral, las garantías de empleo, la jubilación y
demás son refinamientos modernos del rechazo de la esclavitud.

Los que rechazan las normas gozan de una ventaja injusta. Una civilización que ha establecido
normas de producción de clase media no puede competir contra una que civilización no respeta
esas normas, así como un ejército que prohíbe el uso de gases venenosos no puede luchar contra
uno que los permite. Una sociedad que permite el asesinato a discreción ha caído en la anarquía.
Como han demostrado Afganistán, Sicilia y Yugoslavia, la ausencia de normas pone en
desventaja a los que no son asesinos. La única diferencia entre los asesinos y los que proponen
un mercado sin normas es que unos creen en la violencia corporal y los otros en la violencia
económica. Estas son formas estrechamente emparentadas de barbarie. Suponen una
eliminación de la ética práctica.

Nuevo Orden Mundial Vasta visión de un mundo modificado donde la vida será mejor y
diferente. Este concepto proyecta la aplomada resonancia de la ideología, aunque despojada de
contenido ideológico, así como de vastedad y de cualquier otro contenido. En el pasado la
palabra “nuevo” se insertaba en los programas políticos cuando la intención era borrar todo
recuerdo de la experiencia anterior. El uso de la palabra”mundial” delata cierta megalomanía. Y
“orden” tiene un largo historial de proyectos paramilitares.

La reacción de muchas personas sensatas ante el Nuevo Orden Mundial es que podríamos
buscar un mejor modo de tratarnos bien.

Al cabo de medio siglo de soportar dos órdenes mundiales rivales —en un tiempo nuevos—, sería
agradable incurrir en la voluptuosa pereza de no tratar de construir un nuevo Nuevo Orden
Mundial de inmediato, Sería apropiado algo más modesto.

Estas preocupaciones no estaban plenamente expresadas cuando cambió la moda y este nuevo
sueño fue abandonado y olvidado.
O

optimismo En su aplicación personal, grata y útil distracción frente a un día opresivo y la


certidumbre de la muerte.

En su aplicación social, fuerza pueril que elimina el poder consciente del individuo para la
critica, el rechazo y la duda. El optimismo, como el patriotismo, es la herramienta pública de
los canallas y los ideólogos. Ver pesimismo.

orgasmo La experiencia emotiva más común, a veces compartida, a veces no.

Aunque el orgasmo es técnicamente un espasmo muscular relacionado con el proceso


reproductivo, la imaginación humana se basa en su status de acto emocional consciente. Según
la Organización Mundial de la Salud, hay más de 100 millones de orgasmos por día, con lo cual
es miles de veces más común que el nacimiento y la muerte.71 Para aquellos que no creen haber
reemplazado a dios. es el sustituto obrero de una experiencia religiosa. Samuel Johnson lo
definió como “vehemencia súbita”,72 y quizá por eso el orgasmo se ha transformado en el último
refugio del individualismo en el siglo veinte. Ver pene.
P

pan blanco Los individuos urbanos posmodernos, que pasan el día en oficinas, proclaman que
son ante todo seres físicos equipados con músculos de caballo de tiro y ropas de vaquero. El
rechazo del pan blanco y la preferencia por hogazas compactadas con granos toscos y apenas
molidos, antes consumidas únicamente por los pobres, es una consecuencia natural.

El pan blanco es el producto sofisticado de una civilización llevada a su conclusión lógica: ciertos
bienes esenciales, originalmente limitados por su uso en la vida cotidiana, han sido refinados
continuamente hasta perder toda utilidad. La utilidad es vulgar. En este caso, la nutrición y la
fibra eran los principales enemigos del progreso. Con la desaparición de la utilidad, queda la
forma, cualidad superior de las civilizaciones superiores.

Y donde preside la forma, sustituye el mero contenido común por la lógica y el artificio. La
hogaza norteamericana es insípida pero permanece eternamente fresca gracias al eficiente uso
de agentes químicos. La baguette francesa se convierte en aserrín solidificado a las dos horas de
ser horneada, lo cual crea la emoción social de tener que comerla en cuanto sale del horno. Los
italianos han introducido una enigmática mezcla de gustos: toallas por dentro y cartón en la
costra. Los españoles logran dar la impresión de haber reemplazado la fibra natural por arena
horneada.

Hay muchas otras variaciones. La griega. La holandesa. Aun el mundo de los hoteles
internacionales ha desarrollado su propio pan blanco.

En cada caso, retinar la harina hasta superar la utilidad es volverse refinado. Este fenómeno no
se limita al pan, ni siquiera a la comida. Nuestra sociedad está llena de alentadores ejemplos de
la alta cultura, desde las corbatas de los hombres hasta los zapatos de las mujeres.

Pandilla de los Cinco Maquiavelo, Bacon, Loyola, Richelieu y Descartes. Entre 1515 y 1650,
estos cinco racionalistas inventaron el estado occidental moderno.

Esta afirmación absoluta merece cuatro advertencias:

1. Las teorías históricas nunca son del todo ciertas, pero la verdad tampoco lo es, y algunas son
tan ciertas como para resultar de utilidad.

2. ¿Qué hay de Lutero? ¿Qué hay de Calvino? Siempre hay más nombres; no se excluye a nadie
que desee aceptar la responsabilidad.

3. No está claro que se pueda responsabilizar a un individuo por la invención de enormes


cambios sociales cuando hay millones dispuestos a convivir con esos cambios. Sólo una visión de
la historia donde reina el Héroe, deformación racional del auténtico individualismo, afirmaría
semejante logro personal.

4. En toda pandilla hay una víctima, con frecuencia la más imaginativa o la menos poderosa.
Aquí la víctima es Rene Descartes. La versión oficial del argumento racional se asoció
rápidamente con su nombre y uno de sus libros, el Discurso del método (1637), de modo que
cada vez que se desea fustigar la razón como castradora, los críticos se ensañan con Descartes.
En realidad, la doctrina llamada cartesianismo refleja una parte muy pequeña de sus intereses.
Era un hombre que se complacía en la duda y trataba de abrazar la actitud humanista. No
obstante existe esa curiosa observación de Voltaire, quien señala que Descartes no buscó a
Galileo mientras visitaba Italia y nunca lo citó, mientras que no perdía ocasión de citar al
enemigo de Galileo, el jesuita Scheiner, que atacó continuamente el trabajo del científico.71 Al
menos, es un comentario interesante sobre la idea de la certidumbre racional.

En todo caso, sistemas educativos enteros han identificado a Descartes como fuente de la
metodología racional. Millones lo alaban o lo denuestan. Y fue parte de la pandilla original,
aunque fuera su víctima.

Los otros cuatro surtieron un efecto más revolucionario en nuestra civilización porque
combinaban sus ideas racionales con responsabilidades políticas y administrativas. Nicolás
Maquiavelo era un cortesano que perdió su puesto cuando los Mediéis ascendieron al poder en
Florencia. Sus escritos (El príncipe, 1513; Discursos, 1519) pintaban el retrato de un gobierno
donde la gente como él hacía funcionar la sociedad de modo efectivo y amoral mediante el uso
del método racional. La moralidad se reducía a eficacia y la virtud pasaba a ser la fuerza de
voluntad o el poder. En la descripción de Maquiavelo, los cortesanos o tecnócratas se
encargarían de las cosas detrás del velo del príncipe (Maquiavelo escribía para recuperar su
empleo). El príncipe sería convocado en ocasiones para aplicar su sabio juicio y, de ser preciso,
para asegurar ejecuciones y castigos implacables que “aterrarían y satisfarían” al pueblo.

Loyola era un valiente y ameno cortesano español que se volcó hacia Dios cuando su ingle tuvo
un topetazo con una bala de cañón. Inventó la máxima organización racional de funcionarios
públicos o cortesanos y tecnócratas, la Compañía de Jesús (1539). Siendo su dirigente, pasó a ser
el principal cortesano del Papa y dirigió la estrategia de la Contrarreforma, que en gran medida
fue su invento. Su sistema educativo sigue siendo la base de la educación de nuestra elite
moderna. Desde las escuelas de negocios hasta las escuelas de gobierno, la metodología es
jesuítica.

Francis Bacon fue un cumplido cortesano que llegó a la cima (ministro de Isabel I y Jacobo I, e
incluso lord canciller en 161821) porque, entre otras cosas, traicionó a sus patrocinadores. Aún
tiene buena prensa en Inglaterra como el opositor práctico y no sentencioso de Descartes. En
realidad, creía en un imperio absoluto de la ley, una dictadura de expertos especializados, como
lo expuso en su novela utópica La Nueva Atlántida. La insistencia de los ingleses en que son un
pueblo practico, a diferencia de los cartesianos de la otra margen del Canal de la Mancha, se
basa en gran medida en esta antojadiza oposición entre Bacon y Descartes. Como consecuencia
de este autoengaño, siguen siendo el último pueblo auténticamente ideológico de Europa,
mientras alaban sin cesar su sentido común (ver Inglaterra).

El cardenal Richelieu fue un cortesano de gran éxito que dirigió Francia (1624-42) detrás del
velo de Luis XIII, tal como había recetado Maquiavelo. La forma del estado-nación moderno y
gerencial es obra de Richelieu. Mientras Maquiavelo, Loyola y Bacon eran adictos a la
manipulación entre bastidores, Richelieu llevó a su plenitud el uso moderno del secreto como
herramienta central de civilización avanzada. En 1627 (diez años antes que Descartes) presentó
una propuesta de trece puntos para “una reorganización racional del gobierno”.

El estado-nación moderno, que depende de la tecnocracia racionalista, es creación de estos


cuatro desagradables e implacables cortesanos y un filósofo tímido y bien intencionado que
siempre se cuidó de no ofender a las autoridades. Cuatro siglos y medio después, las clases
medias están constituidas por empleados que deben sobrevivir en una cultura cortesana. Negar
que existe una relación esencial entre ambos sería, simplemente, olvidadizo. Ver memoria.
pánico Aptitud muy subestimada que capacita a los individuos para indicar claramente que
creen que algo anda mal.

El enfoque administrativo, preponderante en nuestra sociedad, no admite la posibilidad de


error. Se basa en soluciones expertas secuenciales. Si hay un problema, el experto pertinente
sugiere un ajuste. Para él, pánico sólo puede significar que la situación está fuera de control; es
decir, los individuos a quienes administra están individualmente fuera de control.

Dada la oportunidad, la mayoría de los humanos sufren el pánico con gran dignidad e
imaginación. Esto se puede llamar expresión democrática o sentido común práctico. El control
de los gestores administrativos, en cambio, se puede calificar de ideología estructural; es decir,
una ideología de la forma, no del contenido. Ver control.

participación La democracia se construye y se mantiene mediante la participación individual,


pero la sociedad está estructurada para desalentarla.

Y la nuestra es la civilización más estructurada. Cuarenta horas de trabajo. Recreos laborales


calculados al minuto. Fines de semana destinados a la recuperación. Permisos específicos para
enfermedad y maternidad. Vacaciones fijas. Días oficiales de celebración o luto. Cuando
sumamos todo e incluimos el tiempo para comer, copular, dormir y ver a la familia, hemos
ocupado las veinticuatro horas.

El único período destinado a la participación individual es un tiempo fijo para votar, que quizá
promedia una hora por año. Las únicas ocasiones en que la sociedad organiza formalmente una
mayor participación se relacionan con cuestiones de violencia. (El servicio militar, o cuando un
juez ordena al reo que preste un servicio comunitario).

¿Por qué la función que hace viable la democracia es tratada como si fuera prescindible? Mejor
dicho, ¿por qué se la excluye, reduciéndola a una actividad menor que requiere sacrificar tiempo
formalmente asignado a otras cosas?

Nada nos impide revisar el horario para incluir cuatro o cinco horas semanales de participación
pública. Nuestra incapacidad para ello dice algo acerca del estado de la ética democrática, o bien
acerca de la real índole del poder en nuestra sociedad. Ver corporativismo.

películas biográficas Como la atención al detalle histórico estropea el dramatismo


cinematográfico, la propiedad esencial del cine biográfico consiste en mejorar su calidad
mediante el recurso de no decir la verdad.

Estas películas, ya describan la vida de presidentes de Estados Unidos o de delincuentes, de


generales franceses o de reyes rusos, sacan partido de la idea de la “gran mentira”. En
consecuencia contribuyen a crear una mitología moderna que borra la idea occidental de
indagación intelectual y regresa a la tradición preintelectual de los dioses y héroes mitológicos.
En este contexto es más fácil comprender los retratos de John Kennedy, James Hoffa, Al Capone
y Napoleón.

Pelotón (Platoon) Película que confirmó a su director, Oliver Stone, como legítimo heredero
de Leni Riefenstahl. Como en Triunfo de la voluntad, se crea falsa mitología mediante una
interpretación descabellada de la realidad, sin que aparentemente haya manipulación ni
propaganda.

Pelotón se presentaba como el primer intento de conciliar a los estadounidenses con lo que
había sucedido en Vietnam, contando la verdad cotidiana de cómo los soldados experimentaban
la guerra. Estaba construida, en efecto, para sanar la herida purulenta infligida a la nación más
grande del mundo por un pequeño y pobre país del Tercer Mundo que la derrotó en combate
abierto.

El método de Stone se basaba en un conflicto dramático engañosamente simple. Su pelotón


estaba conformado por un oficial joven, ingenuo y bien intencionado que comandaba a soldados
jóvenes y bienintencionados, entre ellos el ingenuo héroe, Chris. La fuente de poder del grupo
era un sargento rubio, pálido y guapo, bondadoso pero fuerte. Estas personas creían en el sueño
americano y se consideraban víctimas de la injusticia. La fuente de poder de la compañía era un
sargento de estado mayor. Pero él era moreno, cínico, curtido y ladino. El primero representaba
el ideal americano, el segundo era el demonio. Para ser más exactos, el segundo representaba
una constante en la historia de Estados Unidos: el traidor, Benedict Arnold*14 en atuendo
moderno, el hombre que cree que los hombres de principios son débiles, la fuerza del mal que
anida encada persona y por tanto en la nación. Su cinismo y su tosca interpretación de la
realidad le permiten engatusar a otros para que traicionen momentáneamente el sueño
americano.

La película asciende a través de dos apocalipsis sucesivos. El primero finaliza cuando el sargento
Cristo es abandonado en medio de un destacamento del Vietcong mientras la compañía se eleva
en helicópteros, al mando del sargento demoníaco. Es una falsa resurrección. Una traición.
Vemos por última vez al hombre bueno que murió por ellos de rodillas, los brazos extendidos
como en una cruz.

En una culminación final de violencia apocalíptica —una confusa noche de humo, explosiones,
luces y sonidos— el pelotón es derrotado sin que el Vietcong esté visible. Sólo son sombras
borrosas en la arboleda. No pueden aparecer. En la mitología de Stone, Estados Unidos no
combate contra Vietnam ni es derrotado por los vietnamitas. Estados Unidos lucha para
derrotar a su enemigo interior. El gran y buen pueblo intenta exorcizar su demonio. La
madrugada revela gran cantidad de muertos y moribundos. Uno es el sargento demoníaco, otro
el héroe ingenuo. Chris ejecuta al demonio, y así libera a Estados Unidos.

La película termina cuando él se eleva sobre el desastre, de nuevo en un helicóptero. En un voice


over, Chris reflexiona mientras lo evacúan:

Pensándolo bien, no luchábamos contra el enemigo, sino contra nosotros mismos, y el enemigo
estaba dentro de nosotros [...] La guerra ha terminado para mí, pero siempre estará presente
hasta el final de mis días [...] Sea como fuere, los que logramos sobrevivir tenemos la obligación
de reconstruir, de enseñar a otros lo que sabemos y de tratar, en el tiempo que nos queda, de
encontrar bondad y sentido para esta vida.

Esta es la verdadera resurrección.

Stone disipa la derrota al convertirla en la caricatura de un morality play sobre una guerra civil.
La herida de la derrota queda convertida en una experiencia catártica donde el sueño americano
persiste.

El arte realza la memoria. Como demostró Riefenstahl, la propaganda puede borrar no sólo la
memoria sino todo sentido de realidad ética. La manipulación visual de Stone exorcizó
literalmente el recuerdo de fracaso y responsabilidad del público. Después de Pelotón, se
hicieron otras películas, como The Hill, reflejando esta nueva percepción, y poco a poco el
enfoque general de la guerra se ablandó y se volvió positivo.

pene Todas las sociedades organizadas se dedican a controlar el uso de este notable
instrumento. Pero las culturas de estas mismas sociedades, a través de la narrativa, el cine, la
publicidad, la mitología social y las bromas, se consagran a alabar el pene como intrínsecamente
incontrolable.

Esta contradicción se advierte claramente entre los funcionarios electos, sobre todo los
presidentes y primeros ministros, que son mucho más potentes que el ciudadano medio. El
cálculo minucioso del tiempo dedicado por los presidentes Kennedy y Mitterrand a la actividad
corporal confirmará que, una vez deducidos las comidas y el sueño, quedaba poco más de una
hora y media por semana para que gobernasen sus respectivos países. A pesar de las
revoluciones republicanas y democráticas de los siglos dieciocho y diecinueve, el dirigente
moderno ha heredado el todopoderoso pene de los monarcas que gobernaban por derecho
divino, a la vez heredado de dioses tan entrometidos como Apolo y Zeus.

Los dirigentes electos son tan potentes, de hecho, que nos sentimos obligados a insistir en que
sean semicastos, que se limiten a la sexualidad monógama, preferiblemente con la novia de su
juventud, sobre todo si se parece a su madre. Es prueba de nuestro progreso que los griegos
nunca obtuvieron tanto control sobre sus dioses. Esta es una adaptación moderna de la vieja
regla egipcia de que el único modo seguro de producir un heredero era casar al faraón con su
hermana.

El punto filosófico práctico parece ser que el semen derramado en una vagina que no tenga
aprobación legal causa la muerte por hemorragia de la política pública. Ver sexualidad.

pesimismo Una protección valiosa contra la charlatanería.

Más útil para el individuo que el escepticismo, que degenera fácilmente en cinismo y así se torna
una fuerza negativa y derrotista. El pesimismo es un filtro consciente que desarma a los
ideólogos y nos libera para actuar de manera práctica.

El único pesimista peligroso es el que tiene poder, el que es optimista acerca de sí mismo y
pesimista acerca de los que él gobierna. En nuestra sociedad encarcelada por la retórica, estos
pesimistas públicos son cada vez más difíciles de identificar. Se los reconoce por su insistencia
en resolver problemas, hallar soluciones, crear prosperidad, ganar guerras y terminar con el
crimen; pero cuanto más optimista es su retórica, más pesimistas son sus actos reales.

El pesimista saludable modera sus actos públicos con la duda y escucha atentamente la
reverberaciones sociales que se pueden traducir en oportunidades sensatas. Las elites que son
optimistas acerca de sí mismas y pesimistas acerca de los gobernados están prontas para el
reemplazo.

petróleo

1. Ilustra que en un sistema de mercado libre el precio rara vez se relaciona con el costo.
En este caso el costo rara vez supera algunos céntimos, y el precio rara vez es inferior a una cifra
de dos dígitos en dólares. La diferencia se vislumbra en la facilidad con que los estados
petroleros (e indirectamente las compañías petroleras) financiaron la Guerra del Golfo, 626 mil
millones de dólares sólo en 1990-91.

2. Ilustra que no se puede poner precio a los productos “estratégicos” mediante la competencia
entre comprador y vendedor.

El petróleo adquirió este status en cuanto se propagó su uso. Dicho status fue proclamado por el
primer lord del Almirantazgo, Winston Churchill, antes de la Primera Guerra Mundial, cuando
se tomó la decisión de reconstruir la armada británica, entonces la mayor del mundo. La
naturaleza no competitiva de los productos estratégicos suele ser olvidada por quienes desean
valerse del mercado para reducir el costo de los armamentos.

3. Ilustra que si un producto estratégico es estratégico, la gente va a la guerra por él.

Una vez que se expulsó a Saddam Hussein de Kuwait, ningún aliado se preocupó mucho por su
permanencia en el poder o por lo que hiciera con sus minorías. Ninguno demostró interés en
que el régimen que represaba a Kuwait gobernara de manera menos medieval. El sistema de
distribución de petróleo estaba restaurado, y ésa era la causa de la guerra.

4. Ilustra que el concepto de Santísima Trinidad todavía es viable. A fin de cuentas, el petróleo
es un producto que consumimos mientras nos dirigimos a comprar más, conduciendo sobre una
superficie con base de petróleo.

píldora anticonceptiva Responsable de cierta desorientación y frustración entre las personas


que llegaron a la mayoría de edad en los años 60, la píldora permitió tomarse vacaciones de la
realidad durante veinticinco años. Por primera vez en la historia, el sexo no tenía consecuencias.
Era lo que se sentía, nada más.

Luego apareció una creciente oleada de nuevas enfermedades venéreas, culminando en el SIDA.
Y parte del movimiento feminista comenzó a argumentar que la píldora reflejaba un deseo
masculino de comodidad, mientras que otra parte replicaba que daba control a las mujeres. Ya
no tenían que reprender a los hombres para que tomaran precauciones. Y de pronto, como un
fantasma del pasado, regresó el profiláctico. Durante el resto de su vida la generación de los 60
vivirá en una atmósfera de lamentación. Algunos llorarán por los buenos tiempos que se han ido
para siempre, pero la mayoría por no haber aprovechado una oportunidad que surge sólo una
vez en una eternidad. Ver orgasmo.

Platón Novelista brillante. Consumado humorista. A pesar de ello, no reinventó a Sócrates


tanto como habría deseado.

Sócrates y Aristóteles siguen siendo el mártir y el genio de la tradición intelectual occidental. No


obstante, fue Platón quien —como San Agustín y Santo Tomás de Aquino para el cristianismo—
actuó como el gerente general encargado de modelar nuestra comprensión del pasado y en
consecuencia nuestras expectativas sobre lo que podríamos hacer en el futuro.

La ciudadanía democrática del modelo platónico sólo podía ser una masa pueril, incapaz de
pensamiento evolucionado, es decir, desinteresado. Por tanto era incapaz de cuidar del bien
público, porque estaba dominada por la superstición, el prejuicio y el miedo. La aristocracia
ilustrada de expertos que Platón proponía como solución para los defectos de la ciudadanía es la
elite que nuestra sociedad corporativa racionalista ha insistido en producir.

Como Platón fue tan convincente en su argumentación, no es sorprendente que hoy, como en
Atenas, la democracia forme elites que no creen en la democracia.74 Por otra parte, los
platónicos se toman tan enserio que pasan por alto el talento de Platón para la narrativa y la
ironía. Han interpretado que es más severo con las debilidades del pueblo de lo que realmente
era.

En cuanto a la posición intelectual de Platón, no surgió totalmente de frías reflexiones


filosóficas. En parte era producto de su reacción contra el modo en que Atenas trató a Sócrates.
Después de la tragedia de su maestro, Platón tuvo en cuenta que el mayor pensador de Atenas
había sido injustamente acusado bajo un sistema democrático y había respondido con un
discurso de defensa que a entender de Platón demostraba desprecio por los 501 jurados que
representaban a la ciudadanía. Ellos, por su parte, lo condenaron. Este era el desgarrador drama
emocional que determinó la inclinación de las teorías de Platón.

Amargura. Desprecio. Afán de venganza. Son componentes tramposos en la construcción de una


filosofía, sobre todo si el escritor es un genio que realiza una aportación importante. Cuanto
mayor es el genio, más probable es que quiera redefinir estos factores desestabilizadores como si
fueran teoría desinteresada.

Platón asimiló tan bien las ideas de su maestro que muchos platónicos creen tener una
perspectiva socrática de la vida. La clave de esto puede ser que el primero es presentado como
un estado de ser y el segundo como una actitud o un método. En la medida en que Platón
inventó a Sócrates, esta confusión no es sorprendente.

Pero los mensajes son muy diferentes, incluso opuestos. Cabe imaginar que Platón trabajó,
duramente para lograr que la mente de su maestro pareciera similar a la suya. Lo deben haber
restringido varios factores: el penetrante genio de Sócrates, que podía controlar a un escriba
póstumo; el genio del propio Platón, el cual, por agrio que fuera, le imponía una reconstrucción
razonablemente fiel; y, quizá más importante, la presencia de un público ateniense que también
recordaba lo que Sócrates había dicho y hecho.

A pesar de las obviar y profundas diferencias, nuestra civilización es reacia a ver a estos dos
hombres como entidades distintas. Pero la tradición platónica es la que ha alimentado la
ideología corporativista, tecnocrática y antidemocrática. El movimiento humanista, ciudadano y
democrático ha sido alimentado por Sócrates.

poder público El único propósito del poder es servir al bienestar público. Esto no es nuevo.
Los Enciclopedistas lo dijeron claramente en el siglo dieciocho:

El objetivo de todo gobierno es el bienestar de la sociedad gobernada. Para impedir la anarquía,


para aplicar las leyes, para proteger a los ciudadanos, para respaldar a los débiles contra el abuso
de los fuertes, era necesario que cada sociedad estableciera autoridades con poder suficiente para
cumplir estos fines.75

¿Los que obtienen poder, administrativo o político, comprenden esto; ¿El sistema en que
trabajan está diseñado para que esto sea posible? ¿La “sofisticación” requerida para triunfar en
los sistemas tecnocráticos contemporáneos transforma el poder en un objetivo en sí mismo, que
recompensa al cortesano más que al servidor del bien público?

Estas son preguntas sencillas que se han hecho muchas veces a lo largo de los siglos. La
respuesta es de vital importancia para la vida de aquellos cuya sociedad está en juego.

postre Hace años le pidieron a la maravillosa Yvonne del restaurante Tante Yvonne, rue Notre
Dame des Victoires, París, que nombrara el mejor postre. Ella replicó al instante: “¡Chichis! El
segundo puesto a la izquierda al salir de Marsella”.

Los chichis están hechos de harina de garbanzos y agua, con el añadido de un extracto de flor de
naranjo para darle sabor. La masa se arroja de un costal a una cuba de aceite hirviendo, y es
semejante a una salchicha larga. Luego se escurre, se cubre de azúcar y se corta en cuatro trozos.
Si uno compra cuatro, se incluye el fragmento final (bada). Los cuatro chichis se envuelven
individualmente en cucuruchos de papel marrón. El bada no. Los chichis se cocinan a pedido,
así que los domingos por la tarde hay una larga fila, sobre todo en el segundo puesto de la
izquierda, el cual, después de la reciente llegada de un nuevo puesto, es ahora el tercero. Ver
realeza.

primera clase Si un avión se estrella, los que están sentados adelante tienen garantizada una
muerte limpia. Su tránsito al otro mundo está facilitado por una decente última cena, alcohol en
dosis ilimitadas y suficiente espacio para estirar las piernas y enfrentar el fin con dignidad.

Las clases medias que viajan en clase económica, con las rodillas contra la garganta, saben que
tendrán que esperar más para morir. Incluso pueden ser condenadas a sobrevivir con
espantosas mutilaciones. En cuanto al lumpen-proletariado de los asientos baratos del fondo,
tiene bastantes probabilidades de retirarse de las ruinas con buena salud, con lo cual se le
impide liberarse de este valle de lágrimas.

El aspecto más irritante de este sistema es que la gente cuyo mérito es la riqueza, al morir
primera en primera clase, se encuentra al principio de la fila para ingresar en el cielo o el
infierno. Y justo en un momento en que, dado el tamaño de los aviones actuales, sin duda habrá
una multitud. Ver muerte.

privatización

1. Ideología.

2. Un modo de financiar los partidos políticos.

La privatización enriquece a los amigos abogados, contadores, corredores bursátiles, banqueros


e inversionistas. Luego ellos hacen contribuciones al partido de su benefactor, dan empleo a los
candidatos derrotados o retirados, enriquecen la vida privada de los políticos con viajes y
entretenimientos y, en ciertos casos, llenan sus cuentas bancarias nacionales o extranjeras.

3. A veces una medida sensata.

Hay nuevas áreas de desarrollo donde la participación pública sirve al interés del público.
Cuando esa área está afianzada, puede ser buena idea transferirla al sector privado para que el
público pueda concentrarse en nuevas áreas de desarrollo. Ello sugiere que el capitalismo no es
muy bueno en riesgos sustanciales que implican inversiones de largo plazo. También sugiere que
el sector privado tiene una deuda de gratitud con la ciudadanía que ha tenido la voluntad de
arriesgar su riqueza compartida, penosamente acumulada, para alentar la innovación.

4. Un retroceso si se trata de servicios públicos esenciales. La privatización significa un retorno a


los monopolios privados que, como nos han enseñado dos siglos de experiencia, son política y
socialmente peligrosos. Las necesidades básicas de la población no se pueden confiar a las
necesidades lineales y cortoplacistas de los inversionistas privados.

5. Un modo de atentar contra el crecimiento.

La privatización alienta a los inversionistas privados a inmovilizar su capital en servicios


públicos o sectores afianzados que dependen de la estabilidad y rara vez son centro de
innovación. Este dinero ya no está disponible para ser invertido en aquellas áreas de riesgo que
alientan nuevas ideas y generan crecimiento. Ver ineficiencia y nacionalización.

privilegio electoral Sistema donde los representantes son elegidos por los intereses
financieros, lo cual sugiere la corrupción sistemática de la democracia electoral.

Hay un antecedente de este fenómeno en el rotten borough inglés,*15 donde un caudillo local
poseía todos los votos. Como la votación se realizaba en público, podía verificar a quién votaba
cada uno. La reforma de 1832 eliminó este sistema. Durante la segunda mitad del siglo veinte
resurgió de un modo más sofisticado y pronto se difundió por Occidente.

En Estados Unidos las elecciones de 1992 produjeron un Congreso forjado por subsidios
privados de más de mil millones de dólares.76 Sugerir que las corporaciones realizaron esas
inversiones para servir al orden público sería suponer que son dirigidas por incompetentes.

El modo descarado en que el dinero modela las legislaturas de Gran Bretaña, Francia, Canadá,
Italia y otros países de Occidente resulta doblemente asombroso por nuestro empeño en actuar
como si esto no ocurriera. El solo ejemplo de la industria farmacéutica, sus inversiones políticas
y la legislación resultante sobre patentes y precios de las drogas, es un caso flagrante de vieja
política de privilegio. El distrito electoral privilegiado es reemplazado por la legislatura. En las
elecciones italianas de 1994 Silvio Berlusconi demostró —usando dinero de las empresas,
relaciones públicas en vez de medidas políticas, y sus emisoras de televisión y periódicos— hasta
qué extremo pueden llegar las tendencias suicidas de la democracia. Pero seguimos actuando
como la gente del siglo dieciocho, como si la corrupción del bienestar público fuera simplemente
el modo en que siempre funcionan las cosas en el mundo real.

Con frecuencia este sistema logra elegir buenos representantes, lo cual nos tranquiliza,
induciéndonos a creer que el problema es secundario. Pero en el siglo dieciocho también se
escogían buenas personas por medio de los rotten boroughs. Algunos de los mayores
parlamentarios de la historia de la democracia moderna representaban zonas controladas por
un solo caudillo.

El problema de este sistema no es que elimine las personalidades ni el liderazgo. A fin de


cuentas, cualquier sistema puede promover a personas competentes o notables. Las dictaduras
pueden hacerlo con mayor facilidad que las democracias. Cualquier Führer o monarca absoluto
puede escoger a las personas más listas y designarlas para un puesto. El problema es que las
legislaturas forjadas por la corrupción no pueden cumplirla función que se espera de ellas, es
decir, estar al servicio del público. Detrás de muchos artificios y algunas medidas útiles, su
principal actividad es servir a sus amos económicos.

Muchos de nuestros titubeos en el control de los intereses especiales proceden de la sensación


de que, aunque estén abusando de los mecanismos democráticos, controlarlos sería poner
limitaciones a todos los ciudadanos honestos. Pero la democracia nunca estuvo destinada a
garantizar derechos individuales ilimitados.

Siempre hubo una división entre los derechos que contribuyen al bienestar público, o al menos
no lo dañan, y aquellos que son negativos, viciosos o destructivos. La frontera entre estas dos
categorías quizá no sea del todo clara, pero en general es visible.

Las libertades destructivas son fáciles de identificar. No podemos matar, robar, esclavizar a
otros ni matarnos a golpes. Es decir, no se nos permite atentar contra los derechos individuales
ajenos. La corrupción de la legislatura entra en esta categoría, porque el corruptor confunde la
eliminación de la libertad ajena con una expresión de la propia.

Más aún, nuestro sistema legal conforta al corruptor. Une el privilegio del corruptor al derecho
del ciudadano a la libertad de expresión, aunque el efecto real consiste en limitar la libertad de
expresión de la mayoría de los ciudadanos. Así nuestros derechos democráticos básicos se
pueden deformar hasta convertirse en una fuerza negativa. Por eso las sociedades democráticas
tienen tantas dificultades para lidiar con quienes no respetan la auténtica libertad de expresión.
Los camisas pardas, los camisas negras y los bolcheviques pudieron usar su libertad de
expresión para eliminar la de otros, al principio con sólo acallarlos a gritos.

El uso del dinero —como en el caso de Berlusconi— para financiar diluvios de comerciales
televisivos y anuncios publicitarios es un modo nuevo y más sofisticado de acallar a la gente a
gritos. No es libertad de expresión ni comunicación. Deforma el debate público, reduciéndolo a
rivalidad corporativa. Algunos grupos corporativos pueden tener mensajes éticos, como los
grupos de derechos humanos o ecologistas. Pero siempre serán superados en número por
intereses egoístas. En cualquiera de ambos casos, empañan el proceso democrático, que no está
destinado a ser una competencia entre grupos corporativos para el control de los representantes
electos.

El control de la corrupción no consiste pues en poner límites a la libertad de expresión, sino en


organizar la sociedad para que todos tengan acceso real a su libertad de expresión. Por ejemplo,
limitar la magnitud de las aportaciones empresariales durante las elecciones, sin limitar el costo
real de una postulación, es poner una grave limitación sobre la libertad de expresión.

Pero si el proceso electoral se divorciara del mercado, esta limitación simple y generalizada
garantizaría máxima libertad para todos los ciudadanos y opiniones. Las comunicaciones
modernas no son necesariamente enemigas del debate imparcial. También permiten que las
legislaturas financien todos los gastos electorales para todos los grupos. La eliminación de toda
financiación privada podría lograr más que la mera eliminación de los grupos corporativos que
procuran dominar a la ciudadanía. También reduciría el gasto general de la política y
concentraría el debate público en problemas reales y no en meras distracciones.

Sin duda los intereses creados responderían presentando sus propios candidatos, pero esto
tendría varias ventajas. Se los identificaría como intereses especiales, lo cual no ocurre hoy. Se
postularían sin ventajas económicas, cosa que tampoco ocurre hoy. Los intereses especiales
estarían en libertad de probar suerte en el ruedo del juicio público, en vez de tratar de comprar
candidatos. Por último, el sentido común de la ciudadanía podría juzgar en una situación
relativamente clara donde los partidos, las políticas y los candidatos procurarían servir al bien
público, lo cual no sucede hoy.

progreso Con frecuencia presentado como principio moral central, sucesor del cristianismo, el
progreso es una compleja y ambigua mezcla de técnica e ideología.

Nuestra sociedad borra esta ambigüedad al reducir el asunto a una sola pregunta: ¿Está usted a
favor o en contra del progreso? Así se niega toda posición intermedia. La imposición de una
pregunta falsa para crear un dilema moral igualmente falso es una estrategia que muchas
ideologías utilizan para garantizar la respuesta deseada. Estar a favor es buscarla salvación de la
humanidad (y más recientemente de las mujeres). Estar en contra es sumarse a los ludditas y
otros sentimentalistas pesimistas en sus oscuros rincones de rechazo, destrucción y desorden.

Como la mayoría de los términos ideológicos, progreso tiene un sentido vago. Antaño no
significaba mejoramiento sino mero desplazamiento, avanzar. Por cierto, tenemos derecho a
cambiar el significado de las palabras. Los movimientos políticos y las academias fijan las
definiciones que convienen a sus intereses, pero el lenguaje termina por significar aquello que
una civilización quiere que signifique.

¿Pero a qué progreso nos referimos cuando lo invocamos como una necesidad moral? ¿El
progreso de la especie? ¿En qué ámbitos? ¿Físico? ¿Mental? ¿Ético?

¿Nuestra población obsesionada con la salud corre a mayor velocidad media y recorre mayor
distancia media que un ciudadano medio de Atenas o Esparta? ¿El individuo occidental es tan
capaz de trabajos físicos duros como el labriego europeo del siglo dieciocho o el colono del
Nuevo Mundo? ¿Somos más altos que ellos, y esto es progreso o una mera cuestión de
proteínas? Vivimos más tiempo, pero eso no es un cambio para la especie.

Nuestra civilización sabe más de lo que nunca supo la humanidad. Pero sería difícil alegar que el
cerebro ha progresado. Todavía funcionamos según una serie de principios básicos enunciados
entre el 500 antes de Cristo y el 300 de nuestra era. Hubo algunas enmiendas serias, por
ejemplo entre los siglos dieciséis y dieciocho, pero nada radical desde entonces.

En cuanto al progreso ético, se necesitaría una gran imaginación para demostrarlo, viviendo
como vivimos al final del siglo más violento de la historia, con gobiernos occidentales de clase
media que eliminan sistemas de soporte esencial para los pobres y niños que constituyen la
mitad de la clientela de los bancos de alimentos.

Hemos progresado, sí, en aquello que podemos hacer o construir. Progreso del conocimiento.
Progreso técnico. Progreso social.

¿Pero puede un ejemplo específico de progreso contarse como un mejoramiento si no forma


parte de un cambio integrado? En otras palabras, ¿no tiene cada progreso específico el poder
para desestabilizar otros elementos cuando no hay integración? Un mejoramiento sin
integración puede provocar una regresión similar. O un mejoramiento puede prosperar junto a
una regresión igual que lo negará.

La vida humana es un buen ejemplo de ello. Los notables descubrimientos científicos del último
siglo nos han permitido vivir cada vez más. Pero, en forma paralela y a menudo emparentada,
los descubrimientos científicos nos permiten matar con creciente eficiencia a una cantidad cada
vez mayor de personas. La ciencia médica ha progresado, se ha convertido en drogas y equipo y
se ha aplicado a grandes estructuras nacionales e internacionales gracias a los mismos métodos
que han permitido la invención, producción, venta y uso de armamentos con que hemos
mantenido niveles récord de muerte violenta en el siglo veinte. Quizá lo más interesante ha sido
la regresión paralela en pautas éticas entre las elites especializadas que administran esta
creatividad, venta y violencia. Son resultado del mismo sistema educativo que produce médicos,
investigadores y fabricantes de drogas y equipo hospitalario.

Las explicaciones convencionales de estas actividades contradictorias son el profesionalismo, el


imperativo tecnológico y la realidad práctica. Se olvida que la ética aplicada es central para una
visión integrada de la experiencia humana. Al margen de las modas y obsesiones políticas del
momento, la historia termina por juzgar el progreso según esa pauta. El progreso, tal como
hemos optado por definirlo hoy, admira y recompensa la desintegración.

Además de la necesidad de una integración efectiva, está la idea más básica de que el progreso,
sin una memoria aplicada, es meramente convulsivo, una suerte de espasmo muscular
descontrolado que puede causar tanto mal como bien. La idea de la memoria aplicada no es muy
popular en los círculos científicos, empresariales y burocráticos. Se interesan más en la emoción
momentánea del descubrimiento, del combate competitivo aislado y del puro poder.

Una de las perogrulladas irrebatibles de la historia es que una civilización que permite la
declinación de la calidad del agua y el sistema de distribución de agua está en vías de extinción.
En los últimos dos mil años, nuestras ciudades han tenido agua corriente limpia en tres
oportunidades.

Los romanos instalaron complejos sistemas de ingeniería para recoger agua de fuentes distantes
y distribuirla mediante acueductos en sus ciudades. Una vez allí, se desplazaba por una
intrincada red subterránea, a menudo de casa en casa. Los restos de estos sistemas se pueden
ver incluso en las provincias extranjeras del Imperio Romano.

Estos sistemas desaparecieron durante medio milenio. Luego los árabes los reintrodujeron con
mayor sofisticación que los romanos. Después de conquistar Egipto en 803, construyeron Al
Fustat, El Cairo original, con el equivalente de una cámara séptica bajo cada casa.77 En Fez,
Marruecos, parte de ese sistema del siglo doce aún funciona, distribuyendo agua en las casas por
tubos de cerámica. El río donde se recogía el agua hoy está muy contaminado, pero los tubos
aún funcionan, cada cual con un tamaño graduado según un sistema de gravámenes. Casas más
grande, tubos más grandes, impuestos más grandes. Gracias a estos difundidos y variados
sistemas, el mundo islámico pudo desarrollar ciudades de 400.000 a un millón de habitantes
(Bagdad, Córdoba, Al Fustat) y muchas de 100.000. En esa época —la gloriosa era de
Carlomagno— la Europa cristiana no podía tener poblaciones de más de 10.000 habitantes.

En el oeste comenzamos a instalar redes urbanas complejas hace un siglo y medio. Al principio
sólo distribuíamos agua sucia. Luego descubrimos las ventajas del agua limpia, que los romanos
y los musulmanes parecían haber entendido sin ninguna comprensión científica de los
gérmenes. Por lo que sabemos acerca del pasado, el agua que se distribuye hoy es mucho más
sucia que el de esas dos civilizaciones en su auge. Gracias al mismo progreso técnico que ha
contaminado el agua, también podemos tratarla, eliminando los riesgos tradicionales e
inmediatos de enfermedad. Este líquido suele tener el olor y el sabor de los agentes limpiadores
que teóricamente lo vuelven potable.

Por las pautas de los imperios romano e islámico, ahora estamos bien avanzados en nuestra
decadencia, pues hemos emponzoñado la mayoría de nuestras fuentes de superficie y estamos
haciendo lo mismo con nuestros niveles freáticos. Cabe preguntarse si nuestra capacidad para
tratar el agua que contaminamos se puede definir como progreso.
El estar bien avanzados en nuestro tercer período de uso sofisticado de distribución del agua
sugiere que aún en las áreas más básicas e importantes olvidamos fácilmente nuestro progreso,
y durante siglos consecutivos. En las primeras etapas de esta amnesia, “olvidar” significa
contaminar nuestras fuentes de agua como si desconociéramos nuestra necesidad de agua
limpia. Nuestras complejas explicaciones, justificaciones y remiendos, llenas de alusiones al
mercado y la industrialización de la agricultura, son irrelevantes. La historia es indiferente al
sofisma. El espectáculo de millones de occidentales bebiendo agua embotellada nos recuerda
que estamos desconectados de la realidad.

Si somos incapaces de actuar de manera coherente e integrada en un campo tan obvio y esencial,
no es sorprendente que nuestras notables mejoras en miles de otros campos nos desorienten en
cuanto al verdadero sentido de la palabra progreso. Ahora la mayoría de nosotros estamos
dispuestos a admitir, al menos ante nosotros mismos, que estamos confundidos.

Pero no sabemos qué significa esta confusión. Es evidente que nuestro progreso técnico de los
dos últimos siglos ha sido milagroso. También es evidente que ignoramos si este progreso
continuo producirá mejoras, regresiones o ambas cosas. Y en tal caso, en qué dosis.

Sin embargo, tres cosas quedan claras: quizás el progreso sea inevitable como parte de la
evolución de la sociedad, pero según nuestros supuestos contemporáneos no es una premisa
moral de la civilización; el progreso puede revertirse y resultar negativo a menos que forme
parte de una visión más amplia e integrada de la sociedad: el progreso tal como lo hemos
definido recompensa la competencia básica y la administración basada en la búsqueda del poder
por el poder mismo. Según esta definición, el progreso denigra y castiga todo intento serio de
concentrarse en una visión integrada de las acciones humanas.

propaganda Medio por el cual los miles de organizaciones de una sociedad corporativista se
comunican entre si y con el público en general.

Desde sus orígenes en la Congregati de Propaganda Fide (“congregación para la propagación de


la fe”) del Vaticano, una entidad dedicada a difundir la doctrina cristiana en tierras extranjeras,
la idea de sustituir la explicación por la difusión fue adoptada por los dirigentes nacionales
Heroicos de finales del siglo dieciocho, del siglo diecinueve y de principios del veinte. La
propaganda unió el romanticismo con los hechos, lo cual pareció reemplazar toda necesidad de
comprensión. Con la invención de las herramientas de mercadeo, tales como el comunicado de
prensa, los anuncios, las empresas de relaciones públicas y los funcionarios de prensa, este
modo exclusivo de influir sobre la gente pronto estuvo al alcance de cualquiera que dispusiera
del presupuesto.

Si antes un ministro del gobierno tenía un funcionario de prensa, ahora cada sección del
ministerio lo tiene. Las empresas privadas tienen departamentos de comunicaciones enteros. El
ejército de Estados Unidos tiene un cuerpo de 5.000 funcionarios de prensa.

El propósito de estos cientos de miles de expertos en comunicaciones es impedir la


comunicación o cualquier aprehensión generalizada de la realidad. Su función es propagar la fe.
Ver Triunfo de la voluntad.

propiedad Una de las dos definiciones del matrimonio.


publicidad Una palabra otrora importante que hoy se usa en circunstancias cada vez más
estrechas porque está en contradicción directa con su sentido tradicional.

Samuel Johnson decía que publicitar era “informar a otro; brindar información”. La publicidad
se asociaba así con el valor moral que se atribuía al conocimiento. Como ya no es así, los
profesionales se han habituado a usar “relaciones públicas” en vez de publicidad. Esta frase
sugiere una negociación interesada más que una comunicación. Ver malas personas y
consumo.

puntualidad una característica de las ejecuciones, los sacrificios religiosos y las corridas de
toros.

Los humanos enfrentan mejor la finalización premeditada de la vida si parece inevitable. Esta
suerte de obstinada inevitabilidad debe empezar a tiempo, pues así se restaura la dignidad de la
víctima, quien muere sabiendo que no ha sufrido un fortuito atraco callejero.

La devoción a la puntualidad en cualquier otro campo indica una personalidad obsesiva,


desorientada o insegura. Ver modales.
R

racionalizar Verbo transitivo que significa cerrar, clausurar, volver redundante, quebrar,
despedir.

Los dialectos administrativos parecen haberse inspirado en la barroca cortesía del tea party de
la clase media victoriana. La realidad se describe mediante alusiones y elusiones. Los
tecnócratas hablan como si sólo pudieran dignificar su vida a través del decoro verbal.

La racionalización es a la economía lo que la sangría era a la medicina del siglo dieciocho. La


idea subyacente es que quienes racionalizan sus actividades se mejoran a sí mismos mediante la
autoimposición del sufrimiento. Es interesante que la elite más inspirada por la razón haya
escogido un derivado de esa palabra para indicar el fracaso. Un junguiano podría alegar que es
un grito inconsciente de desesperación o, con mayor optimismo, de auxilio. Hasta hace poco
racionalizar significaba mentirnos a nosotros mismos sobre lo que hacemos.

Las metáforas de racionalizar incluyen reestructurar, reducir de tamaño.

razón Sin importar cómo la definamos, alguien alegará que significa otra cosa. Pero todos
coincidirán en que la razón es central y esencial para nuestra civilización, lo cual es llamativo
porque no saben lo que es.

Una característica esencial de los términos clave es que, cuanto más los aplicamos al mundo
real, más sostenemos que no experimentamos la cosa real. Una dictadura del proletariado, una
vez instalada, nunca es la prometida dictadura del proletariado. Un auténtico mercado
autorregulador nunca es suficientemente auténtico ni autorregulador. Estos argumentos evocan
la retórica de la escolástica medieval. Quienes los usan parecen empecinados en rescatar su
teoría abstracta favorita de su última y catastrófica derrota a manos de la realidad.

Tras medio milenio de concienzuda aplicación, se suele sostener que la razón está más lejos que
nunca de revelar su auténtico significado. Pero un ciudadano fastidiosamente sensato podría
mantenerse en sus trece y repetir, cuando enfrenta esta incesante verborrea, que la razón es lo
que la razón hace.

Como demostraron los debates religiosos que precedieron a los debates racionales, si
consideramos que toda critica a aquello que se declara como principio central de la sociedad es
un rechazo, no dejamos margen para una revaloración razonable. Cuando se sugiere que quienes
cuestionan el modo en que usamos la razón están reclamando un regreso a la superstición y el
poder arbitrario, se argumenta tácitamente que no existen otras cualidades humanas
importantes o que estas supuestas cualidades no son tal cosa. De este modo se nos niega acceso
a aquello que sabemos es nuestra realidad.

El dubitativo, es decir, el ciudadano que practica la duda, podría sugerir que la razón tendría
más sentido si la despojaran de su aura monoteísta y la reintegraran al más amplio concepto
humanista del cual escapó en busca de mayor gloria en el siglo dieciséis. En esta visión más
amplia, sería equilibrada, contenida y orientada por otras características humanas útiles y quizá
también esenciales, tales como el sentido común, la intuición, la memoria, la creatividad y la
ética. En un contexto tan generoso resultaría evidente que la razón en sí es un mecanismo
desprovisto de sentido, propósito y dirección.
El defensor retórico de la fe racionalista cuestiona de inmediato que esas otras características
sean cualidades independientes o que sean meros conceptos secundarios que pueden resultar
peligrosos si se aíslan. ¿Pero por qué debemos reducir nuestras opciones a una elección entre un
Dios verdadero y el becerro de oro?

Entre nuestros periodos de locura purista, seguimos regresando a la idea de que somos criaturas
equilibradas. Es decir, podemos serlo si lo intentamos. Puede ser imposible que cada individuo
alcance el equilibrio. Pero cuando se combinan las diversas fortalezas y flaquezas de la
ciudadanía, la idea de una sociedad equilibrada se torna razonable.

Una razón divorciada del equilibrio propio del humanismo es irracional. La promesa de una
sociedad sensata radica en la realidad potencial de un equilibrio más amplio. Y en ese equilibrio
la razón halla su lugar esencial. Ver razón instrumental.

razón instrumental Astuta justificación de un problema real.

Los filósofos, de Max Weber en adelante, han reflexionado sobre los efectos, benéficos y
catastróficos, de la razón aplicada, y se han llenado de confusión y desesperación. Si las
catástrofes superan los beneficios y la razón es un fracaso, la única opción sería un retorno a las
superstición y el poder arbitrario.

Al pensar de este modo, los filósofos son victimas de su propia lógica. A fin de cuentas, eran ellos
quienes argumentaban que la opción entre la edad oscura y la razón era tajante y no había más
opciones.

La incomodidad provocada por esta lógica implacable y artificiosa los indujo a dividir la razón
en dos. Si la razón aplicada no funcionaba, el problema —según este argumento— no estaba en
la razón sino en una forma menor y concreta llamada razón instrumental.

Esto equivalía a una decapitación intelectual. Weber encabezó la marcha con dos términos,
wertrationaly zweckrational.78 Primero estaba la razón pura e impoluta, un festín para el
intelecto positivo. En segundo lugar estaba la razón instrumental, una razón plebeya, escrita con
minúscula, que se había deformado con los intentos de aplicación práctica. Curiosamente,
Weber ponía la razón común por encima de la ideal. Siendo un hambre práctico, sabía cuál era
más importante. En todo caso, el resultado ha sido que los filósofos que así lo desean pueden
responder cómodamente a cualquier crítica a la metodología racional alegando que se refiere
sólo a la razón instrumental.

No es un mal argumento, pero no funciona. A fin de cuentas, la conversión de las marginales


industrias de armamentos en el producto industrial más importante de Occidente es resultado
de la razón instrumental. También lo son los incesantes problemas burocráticos que acosan a las
empresas y el gobierno. También lo es la invención de un gigantesco mercado de dinero, casi
totalmente dedicado a la actividad inflacionaria. También lo es la metodología del estado mayor
militar que en este siglo ha matado más gente de la que otros han llevado al campo de batalla.

Si estos hechos sistémicos, que dominan nuestra vida y los asuntos de nuestra civilización al
extremo de que pueden destruirla, son mero resultado de la razón instrumental, ¿qué lugar le
queda a la razón misma? ¿Es la razón una mera abstracción ideal e inofensiva que se debe
debatir y diseccionar en la universidad?
El origen de este enfoque es revelador. Fue Aristóteles quien distinguió entre la razón teórica y
práctica. Esto formaba parte del método aristotélico sobre el cual se construyó la escolástica
medieval. El entusiasmo con el que la filosofía contemporánea ha abrazado la razón
instrumental ilustra hasta qué punto nos hemos hundido en malos hábitos medievales.

Esta división permite que la filosofía salga del atolladero. Ya no tiene que lidiar con la relación
entre las ideas y la realidad si cada idea tiene una subcategoría independiente que delata la idea
de donde surgió. El resultado es una ilusión grata para los filósofos. Pueden seguir hablando sin
la molesta interferencia de la realidad.

Hay una alternativa ante este argumento autodestructivo. Implicaría abordar la diferenciación
entre razón y razón instrumental como un problema semántico interesante. También alegaría
que tenemos más de dos opciones, que una crítica de la razón no significa un retorno a la
superstición y al poder arbitrario. Por último, sugeriría que nuestros problemas no radican en la
razón misma sino en nuestro obsesivo tratamiento de la razón como un valor absoluto. Es una
de nuestras mejores cualidades pero funciona positivamente sólo cuando está equilibrada y
limitada por las demás. Ver humanismo y razón

realeza Esencial para el desarrollo y difusión de postres sabrosos. Catalina de Medicis llevó a
Francia los macarrones. María de Medicis buscaba energía en las inyecciones de azúcar de su
repostero napolitano, quien llevó a París especialidades locales como la millefeulle. La absorción
de Normandía por parte de los reyes franceses ayudó a popularizar el hábito norteño de
combinar gran cantidad de mantequilla y crema con algo dulce. El rey Estanislao Leszinski de
Polonia vertió ron en su baba por primera vez en 1735. Los Habsburgo patrocinaron incesantes
variaciones sobre la trinidad del chocolate amargo, la crema y la torta en su vasto imperio. El
favorito del emperador Francisco José era el Ischler Törtchen de Zauner. Tiene la engañosa
apariencia de una gran galleta doble, pero la esponjosa torta se rellena con crema de chocolate y
vainilla, lleva una capa de mermelada de albaricoque y una de chocolate amargo y se espolvorea
con pistachos molidos.

En la Viena de finales del siglo diecinueve, donde se habían hecho tantas buenas obras, se notó
que la utilidad de las familias reales tocaba a su fin cuando la esposa de Francisco José, la
emperatriz Isabel, hizo instalar un gimnasio personal en sus aposentos reales y comenzó a
cuidarse la silueta como si fuera una actriz. Faltaba sólo un paso para que una plebeya se
convirtiera en una princesa de Gales que sufría de bulimia. Ver pan blanco.

realidad Como señaló la anfitriona Alice Roosevelt Longworth,*16 de la ciudad de Washington,


no debemos fiarnos de un hombre de calvicie incipiente que se peina moviendo el brazo desde la
axila hasta la coronilla. Mejor dicho, es la considerada opinión de la mayoría de los miembros de
nuestras elites racionales que, dada cualquier diferencia de opinión con la realidad, la realidad
está equivocada. Ver imagen.

recesión “La recesión ha terminado”.

Diversos líderes de Occidente han usado esta frase dos veces por año desde 1973. Su sentido no
está claro. Ver depresión.

redactores de discursos La gente sostiene que nuestros dirigentes ya no leen, lo cual es un


insulto para quienes redactan sus discursos.

También es fatuo sostener que no sabemos qué defienden nuestros dirigentes. Sus discursos son
totalmente claros. La única incógnita es qué defienden realmente.

No tenemos derecho a quejarnos de esto. Hemos reclamado liderazgo y así hemos regresado a la
monarquía por derecho divino donde, al margen de todo lo demás, el dirigente aparece en
público como un símbolo. Otros eligen su ropa, y también sus palabras. El lenguaje se encara
como representación teatral, no como comunicación. No tiene importancia que el dirigente no
haya leído los libros que cita en sus discursos ni haya concebido las ideas que desarrolla en sus
discursos. O bien buscamos discusión y duda, o bien retórica y tranquilidad.

Hemos optado por lo segundo; un dirigente que leyera, pensara y hablara emitiendo algo más
que sonidos nos perturbaría porque parecería indeciso. Nos obligaría a escuchar y responder a
los ruidos auténticos de un cerebro humano funcionando en una posición de responsabilidad.

Para no exponerse a esto a través de un contacto íntimo con su dirigente, muchos redactores de
discursos pasan a ser columnistas, autores o incluso candidatos políticos. Luego les pagan por
pensar en público. Ciertos ámbitos, como las páginas de opinión de los periódicos, se han vuelto
un sustituto para la mente del dirigente. Los columnistas nos explican qué deben estar pensando
los dirigentes. Esto es algo más que un retomo a las artes adivinatorias. Es un nuevo desarrollo
de la sociedad cortesana. El dirigente no tiene que preocuparse por pensar. Hay profesionales a
quienes les pagan para contar a la ciudadanía lo que a él le pasa por la cabeza.

referéndum o plebiscito Usado comúnmente para deformar o destruir la democracia, el


referéndum suele ofrecer una falsa opción: aceptar un cambio propuesto por los poderosos o
rechazarlo. En otras palabras, es una opción simplista, no una elección.

Con frecuencia se presenta como una herramienta populista de democracia directa que se
traduce en una erosión de la democracia representativa.

A veces puede ser una herramienta democrática; por ejemplo, si los ciudadanos de un territorio
desean escoger su pertenencia a uno de dos países.

Los referéndums fueron introducidos como herramienta política durante la Revolución


Francesa, pero cobraron su identidad bajo Napoleón, quien los usó para crear algo nuevo: una
dictadura populista. Los referéndums parecían una apelación democrática al pueblo, sin
requerir las prolongadas complejidades de los representantes electos, la política cotidiana y los
sufragios regulares. En cambio, Napoleón combinaba su popularidad personal con la insistencia
en un solo tema. Luego podía proclamar que contaba con el respaldo general de la población en
cualquier asunto durante cualquier periodo de tiempo. En 1804 Napoleón usó el referéndum
para llegar a emperador, destruyendo así la democracia. Hitler hizo prácticamente lo mismo en
1933, y también en 1934. En dos referéndums obtuvo más poder que un monarca absoluto.

Los que proponen un referéndum siempre alegan que un voto por el sí solucionará problemas;
un voto por el no traerá el apocalipsis. Esto es tan cierto de Napoleón como del referéndum
constitucional del gobierno canadiense de 1992.

Los poderosos concentran sus esfuerzos en lograr que la población entienda que “necesita” votar
por el sí. “La necesidad —declaró William Pitt— es el pretexto para atentar contra la libertad
humana. Es el argumento de los tiranos; es el credo de los esclavos”. Y, como señaló André
Malraux, “el esclavo siempre dice que sí”.

Aun en su mejor expresión, la democracia es un proceso torpe y fatigoso. No es de extrañar que


la gradual conversión de la propaganda política en una profesión importante —las relaciones
públicas—, que conjuga cuestiones sociales, económicas y políticas, favorezca el referéndum
Heroico en vez del lento, complejo y multifacético proceso de la democracia electoral. El
resultado es que estamos cada vez más expuestos a una visión Heroica del gobierno. Aun las
elecciones legislativas abandonan su mezcla normal de temas y personalidades para favorecer la
ilusión de que la posición de un solo candidato en un solo tema, o un defecto de personalidad,
tiene importancia absoluta. Los que enfatizan los temas únicos tienen tanto interés como las
empresas de relaciones públicas en convertir las elecciones en referéndums.

Y la prensa se presta fácilmente al juego del plebiscito, porque le resulta más fácil devanear
sobre el mismo tema, dramatizándolo y poniéndolo de moda, que abordar una mezcla de temas
complejos.

Un nuevo rostro. La reducción de la deuda. La inmigración. La nacionalización. La privatización.


El libre comercio. Uno de estos es la respuesta a nuestros problemas. Nos permitirá evitar el
apocalipsis. La elección de cientos de representantes en el contexto de cientos de temas, grandes
y pequeños, se reduce así a un plebiscito. Los referéndums son antidemocráticos porque se
prestan fácilmente a la política de la ideología.

regulación La regulación económica protege al mercado de sí mismo al introducir el sentido


común. De paso, protege a la sociedad.

Así fue como evitamos los crueles y desestabilizadores efectos de la depresión de 1973.
Lamentablemente, esas regulaciones también se convierten en excusa para abordar la crisis
como si tuviera menos importancia de la que tenía. En una asombrosa pirueta intelectual,
nuestras elites se tranquilizaron y se dedicaron a echar la culpa de la crisis al costo de las reglas
estabilizadoras que las habían salvado.

Esto requería un extremo autoengaño. En cualquier depresión anterior, el huracán de desorden


social y económico las habría expulsado del poder. En cuanto a los dirigentes empresariales y la
clase media en general, la mayor parte de su dinero y sus propiedades habría desaparecido en la
tormenta. Esto no significa negar que el exceso de regulación es un problema. Lo es. Pero las
regulaciones no crearon ni mantuvieron esta crisis. Y no son el problema. Entre los
subproductos lamentables de una situación irónica está el aliento a las peores características de
nuestras elites. Cada vez están más convencidas de que por tener el poder tienen la razón.

El reto de los últimos veinte años —a cuya altura nadie ha estado—ha consistido en hallar un
nuevo modo de pensar en las crisis económicas. Tendríamos derecho a felicitarnos por nuestro
éxito en regular el desastre actual, siempre que admitiéramos que el desastre era real. En otras
palabras, la regulación es a lo sumo un modo provisorio de controlar una fuerza que puede
durar más y frustrar cualquier civilización. La regulación compra tiempo. La pregunta es cómo
usar ese tiempo. Hemos desperdiciado los últimos veinte años negando la realidad y
trabándonos en altercados ideológicos. Ahora no se gana mucho con echar culpas. Aun así, los
académicos neoconservadores bien podrían figuraren el tope de una lista vergonzosa.

Parte de nuestro problema es que la inventiva del mercado pronto vuelve obsoletas o
contraproducentes las regulaciones. Los hombres de negocios, sus apologistas académicos y sus
agentes políticos reaccionan exigiendo desregulación. Pero luego el mercado tiende
naturalmente a expresar su insatisfacción de una manera cruda y negativa. No es un mecanismo
de relaciones humanas finamente equilibradas. No se puede esperar que comprenda o proponga
convenios humanos civilizados.

En los últimos años, la desregulación ha sido desastrosa para sectores tan diversos como los
bancos, el transporte y gran parte de la industria pesada. Un enfoque más sensato habría
consistido en revisar los mecanismos de regulación para actualizarlos.

La duplicación, las complicaciones innecesarias, la demora administrativa, las barreras


burocráticas, todo esto constituía un laberinto destructivo construido a través de los años, pero
no una fuerza maligna. Para restablecer el auténtico propósito de la sociedad sólo necesitábamos
digerir este cúmulo de detalles y elaborar regulaciones nuevas, concisas y directas.

Mientras se prolonga el debate ideológico entre regulación y desregulación, los cambios


revolucionarios del mercado erosionan nuestros sistemas económicos. Hubo incesantes inventos
en el área de la especulación financiera internacional. Y las corporaciones transnacionales se
han vuelto cada vez más sofisticadas. La mayoría de las regulaciones económicas de posguerra,
aunque complejas y severas, han perdido importancia. Con el final de los imperios coloniales
europeos, dotados de una administración central, a finales de los 60, y el final del acuerdo
económico de Bretton Woods en 1973, nuestros sistemas de regulación económica perdieron
relevancia.

Las corporaciones transnacionales y los mercados de dinero han declarado el fin de las
regulaciones humanizadas. Ahora debe reinar el mercado. Como a pocas personas de la
comunidad empresarial se les paga para pensaren la “civilización occidental”, no comprenden
que están proponiendo la negación arbitraria de dos mil quinientos años de experiencia
humana.

El único modo de estabilizar los mercados para protegerlos de sí mismos, y de paso protegemos
a nosotros, es volver a pensar en el modo de regularlos. Ello no significa nacionalismo
inexpugnable ni internacionalismo anárquico. Puede existir un cauto equilibrio entre ambos.
Los pactos bilaterales o trilaterales de integración económica como el FTA y el NAFTA no son la
solución. Son victorias regionales de la desregulación parcial del mercado a expensas del
equilibrio social. Los convenios internacionales de comercio quizá no sean mucho más útiles.
Estos convenios forman parte de las regulaciones de viejo cuño. No pueden lidiar con las
corporaciones transnacionales ni los mercados de dinero. La Comunidad Europea es un intento
serio de volver a pensar y regular una vasta zona de la sociedad humana. Pero sigue siendo un
convenio regional, y no podrá resistir el ataque de las empresas transnacionales y los mercados
de dinero.

Si deseamos estabilidad y prosperidad, no tenemos más remedio que concentrar nuestra


imaginación y nuestros esfuerzos en una versión nueva y más amplia de Bretton Woods. Dados
los desarrollos tecnológicos y el caos del comercio internacional, es el único modo sensato de
liberar el mercado de su programación autodestructiva. Ver también: depresión, Santísima
Trinidad — Finales del siglo veinte, setenta y tres.

relaciones especiales Las grandes potencias rara vez consideran que tienen relaciones
especiales.

Sólo tienen aliados o estados clientes. Los aliados son países que se consideran en pie de
igualdad las grandes potencias. En consecuencia hay que tratarlos como iguales, por pequeños o
débiles que sean. Los estados clientes se tienen en menos y así hablan mucho de su relación
especial, tal como los cortesanos se jactaban de tener acceso al rey.

El calvario de los reyes es que deben complacer esta ficción halagüeña, al menos mediante el
silencio. Periódicamente tienen que apuntalar el ego del cortesano dando señales de
preocupación personal por él.

En el caso de los estados clientes, esto puede cobrar la forma de una fastuosa visita oficial.
Durante la presidencia del general De Gaulle, estos acontecimientos se denominaban les visites
des rois négres. Mejor aún, el gran rey puede pedir al jefe de un gobierno cliente que lo aconseje
sobre un tema de particular importancia. Idealmente esta consulta no se realiza en la oficina
sino en la casa del rey, para personalizar la relación. Hay otros modos más banales y por tanto
menos valorados de conceder una relación especial. El más común es plantarse frente alas
cámaras con el jefe del gobierno cliente para demostrar hasta qué punto se lo aprecia.

Durante una década Washington se sintió obligada a mantener la ficción de una relación
especial entre la primer ministro Thatcher y el presidente. En un estilo más grácil, Brian
Mulroney basó toda su estrategia nacional sobre la ficción de su especial influencia sobre los
vecinos del Canadá. La palabra ficción es importante en estos casos porque la gran potencia,
durante una cena agradable, no olvida sus intereses ni modifica sus políticas.

El término relación especial también es común entre los políticos de nivel medio que, temiendo
una derrota electoral, invocan el nombre de su presidente o primer ministro. También entre las
muchachas jóvenes, cuando hablan de las relaciones ideales que tendrán cuando crezcan. Ver
banalidad y nanismo.

relaciones públicas Una forma negativa de la imaginación. En la frase de Mussolini, “la


inventiva es más útil que la verdad”.79 Ver Triunfo de la voluntad.

responsabilidad En una sociedad corporativa nadie es responsable, porque los verdaderos


ciudadanos son corporaciones. Los individuos sólo trabajan para ellas y cumplen órdenes. Se
sigue que los individuo se ven como víctimas potenciales.

respuesta Mecanismo para evitar preguntas.

Esto se podría llamar elusión obsesiva o síndrome maniático. Se basa en la creencia de que la
posesión de una educación —sobre todo si otorga prestigio de profesional o de especialista y si
implica cierta responsabilidad o poder— conlleva la obligación de responder a todas las
preguntas propias de la especialidad. Esto se ha convertido en el opio delas elites racionales.
Quizá sea la adicción más grave de Occidente.

El tiempo es esencial en este proceso. La incapacidad para dar una respuesta inmediata es un
defecto profesional. La disponibilidad de datos ilimitados puede producir una cantidad
igualmente ilimitada de respuestas absolutas en la mayoría de los campos. La memoria no se
valora demasiado. La respuesta correcta que resulta errónea es simplemente sustituidas por una
nueva fórmula. El resultado de estas verdades secuenciales es una sociedad afirmativa o
declarativa que no admira la reflexión ni la duda y no entiende que la mayoría de las preguntas
tienen muchas respuestas, ninguna de ellas absoluta y pocas de ellas satisfactorias salvo de
modo limitado.
La respuesta es la faz abstracta de la solución.

Richelieu, cardenal Padre del estado-nación moderno, el poder centralizado moderno, el


secreto servicio moderno y un auge de la construcción de edificios civiles provocado por un
superávit en el mercado de la piedra pulida, cuando el cardenal ordenó el desmantelamiento de
las murallas defensivas de las ciudades. Ver Pandilla de los Cinco.

ricos de ciudad Personas para quienes sociedad significa vestirse con elegancia para asistir a
bailes en celebración de enfermedades fatales.

riqueza negativa Cualidad propia de los ejecutivos cuya deuda está fuera de control. La gente
menos importante y los gobiernos no tienen riqueza negativa. Tienen deuda.

Round Table Grupo que congrega a gerentes de importantes compañías de Estados Unidos.
Round Table diseña medidas favorables a las empresas donde trabajan sus miembros y las
vende a los diversos estamentos gubernativos.

Este no es un grupo de cabildeo sino una organización corporativista, una de las más
importantes del mundo desarrollado. A primera vista el nombre parece inadecuado. ¿Qué
vínculo puede haber entre Arturo, Lanzarote, la búsqueda del Santo Grial y un grupo de
tecnócratas anónimos que protegen sus intereses y sus sistemas? La respuesta es que ellos se
consideran los caballeros de la tecnocracia y así reclaman la legitimidad de su poder corporativo.
Ver corporativismo.

rudo, a Una característica que según muchos presidentes y primeros ministros es la cualidad
más importante de un dirigente. Su más pesada responsabilidad.

Esto sugiere una ingenuidad real o falsa en cuanto al puesto que ocupan. Cualquiera puede ser
rudo una vez que tiene las palancas del poder en las manos. Es la actitud más fácil, pues no
requiere coraje ni reflexión, y mucho menos inteligencia.

La compasión es mucho más difícil. La compasión efectiva y justa —no la compasión


paternalista u oportunista— lo es aún más. Es difícil resistir contra el millar de corrupciones de
la función pública. Crear las mejores políticas y convertirlas en acción efectiva requiere trabajo
duro e intuición. Equilibrar el largo plazo con el corto plazo requiere notable sentido común e
inteligencia. La rudeza representa el liderazgo tal como lo definiría un sargento.

El dirigente que se jacta de su rudeza está diciendo que siente desprecio por el ciudadano y —
dado que nos habla directamente— que nosotros sentimos desprecio por nosotros mismos. Ver
liderazgo.
S

sabiduría El propósito de la duda.

La sabiduría, pues, es vida con incertidumbre, lo contrario del poder y la ideología. La sencilla
historia de dos edificios ilustra la diferencia.

En el centro de la Roma imperial, detrás del Panteón, se encontraba en un tiempo el templo de


Minerva, diosa de la sabiduría. En la Edad Media era una ruina abandonada. Las diversas
órdenes cristianas, que habitualmente construían sus iglesias sobre los sólidos cimientos de
viejos templos paganos, habían sido curiosamente discretas con Minerva, instalándose a un
costado u otro.

Pero en 1280 los dominicanos decidieron construir su sede romana encima del viejo templo.
Dirigían la Inquisición desde que se había creado cuarenta años antes, y habían inventado y
desarrollado sus métodos. Su función era eliminar la herejía “inquiriendo” activamente hasta
descubrirla. Inquirían para establecer una verdad apriorística. En 1262 comenzaron a usar la
tortura.

Los dominicanos bautizaron su nueva basílica gótica Santa Maria Sopra Mineral, Santa María
Sobre Minerva. Poder sobre sabiduría. Poder sobre la duda. Pero el suyo era un poder altamente
intelectual. La Inquisición fue la primera organización realmente moderna y desarrolló un
método de interrogación formal y racional para establecer una verdad legal documentada.

También era un negocio rentable. En el siglo quince la basílica fue ampliada por el cardenal
Torquemada, tío del primer gran inquisidor de España, que había interrogado y quemado a dos
mil individuos. Se invirtió mucho dinero en decorar las capillas. En 1514 se encargó una gran
estatua del Redentor a Miguel Ángel, y todavía está en su sitio.

El 22 de junio de 1633 llevaron a Galileo Galileo a Santa Maria Sopra Minerva, para su tercer día
de juicio frente al inquisidor. La controversia que rodeaba sus ideas había durado veintidós
años. Al principio, dirigentes eclesiásticos sensatos habían aceptado su explicación de la teoría
copernicana, que demostraba que la Tierra giraba alrededor del sol y no ala inversa. Esa nueva
interpretación los había fascinado e intrigado. Pero los principales académicos de la época —los
expertos aristotélicos o escolásticos— habían construido su carrera sobre otras verdades que
ellos también podían demostrar, y con gran inteligencia. Así que lo denunciaron ante la
Inquisición.

El 22 de junio, por la mañana, en el gran salón del convento de Santa Maria Sopra Minerva,
Galileo fue hallado culpable de sostener una doctrina falsa. Se puso de rodillas, abjuró de sus
errores y los condenó. Juró que nunca volvería a sostener dichas doctrinas. Así se confirmó
definitivamente que el sol giraba alrededor de la Tierra.

La lección de esta victoria de una corporación de escolásticos aristotélicos no pasó inadvertida


para sucesivas generaciones de expertos asalariados. Se había demostrado, como dijo Voltaire
en su Diccionario, que se podía convencer a la gente de creer en lo que no creía. 80 En las
últimas décadas, nuestros escolásticos han podido demostrar un sinfín de cosas increíbles y así
han descarriado la sociedad hacia donde ellos deseaban (Ver armamentos y depresión).

¿Es esto sabiduría? Es algo mejor. Es algo seguro.


salón de baile Hay cuatro períodos arquitectónicos:

Antes de 1850: Situado encima de la planta baja (el piano nobile) de un palacio, castillo o
mansión. El cielo raso abovedado fue sustituido por el cielo raso chato y pintado. Utilizado para
bailar. Puntal de las novelas de Jane Austen y León Tolstoi.

18501945: Situado en la planta baja de hoteles, comúnmente decorado con columnas clásicas y
pan de oro. Los pisos estaban preparados para el baile, pero ahora los clubes de empresarios los
usan para escuchar a oradores o para funciones de beneficencia. Un rasgo esencial en la
narrativa de Edith Wharton.

19461970: Situado en el piso cuarenta (el penthouse). Las habitaciones están decoradas con
material al óleo en colores primarios. Suelen estar vacías. A veces se usan en las películas para
describir la vida moderna.

Después de 1970: Situados en subsuelos de hotel, junto al garaje. Estas habitaciones de cemento
albergan a 2.500 personas sentadas cuando se pliegan todos los tabiques. Se usan para
conferencias de negocios y ceremonias de entrega de premios. Gracias a la división de la
sociedad en miles de grupos especializados, siempre están llenos. El salón de baile del subsuelo
ha reemplazado a la ópera, que a la vez reemplazó los palacios reales como lugar donde las elites
se legitiman a sí mismas. Existen en un vacío postalfabeto. Ver corporativismo.

sangre (1) Líquido mitológico y casi siempre invisible. Aparte de su trivial utilidad como
combustible de la vida, su auténtico valor consiste en lo que se llama línea de sangre. La pureza
de esta línea justifica todos los actos que dependen de la paternidad, el tribalismo y el
nacionalismo. La línea de sangre logra que ciertos grupos sean mejores amantes, más
individualistas, más honestos, más simpáticos. Alimenta su genio creativo. Los transforma en
guerreros valientes e inspirados.

Estas son las cargas que cada individuo debe sobrellevar mientras la cópula se entrelaza con la
historia. No pueden asumir la responsabilidad individual. Los individuos ni siquiera son
responsables de los alardes de superioridad que los llevan al asesinato, la violación, la
explotación o la dominación de otros. Esos actos sólo se pueden atribuir a la paternidad o el
tribalismo.

Lamentablemente, la medicina moderna aún no logra ponerse a la altura de estas verdades


manifiestas. Aún no puede demostrar la paternidad, y mucho menos la pureza racial. Los
laboratorios sólo pueden reducirla sangre a algunos tipos amplios, comunes a la mayoría de las
razas. Afortunadamente, el hecho demostrable de que ciertas tribus son mejores amantes o más
individualistas, y la clara comprensión de que algunos grupos merecen ser vejados y asesinados,
elimina la necesidad de una prueba científica de la línea de sangre.

sangre (2) La más probable explicación del sentido práctico de las mujeres, en contraposición
con el romanticismo endémico de los hombres, es que las mujeres, de los doce a los cincuenta
años, deben manejarla sangre que brota de sus cuerpos una semana de cada cuatro.

Los signos de mortalidad de los hombres son mucho más abstractos. Sólo la guerra les garantiza
una confrontación regular con la sangre, lo cual puede explicar el romanticismo de la violencia
organizada.
Los hombres siempre se han presentado como lúcidos y prácticos, en contraposición con las
mujeres, que están envueltas en una bruma romántica. Este es un temprano y persistente
ejemplo de la dictadura del vocabulario. Ver también rudo.

Santísima Trinidad — Cristiana Concepto alquímico anterior ala alquimia, desarrollado por
administradores del cristianismo primitivo para ablandar la dura simplicidad del monoteísmo a
secas.

El misterio del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, tres en uno y uno entres, hizo oficial el
triteísmo. La subsiguiente cuasi deificación de la Virgen María lo convirtió en tetrateísmo. La
semi deificación de los Doce Discípulos lo convirtió en dieciseisteísmo. Por último, el
otorgamiento de un cuarto de deificación a gran cantidad de santos elevó al cristianismo al
sencillo y anticuado politeísmo. En la época de las Cruzadas, era la religión más politeísta que
había existido, con excepción del hinduismo. Para resolver esta insostenible contradicción entre
la proclama monoteísta y la realidad politeísta, se acuso a otras religiones de adolecer del
defecto cristiano. La iglesia —la católica y luego la protestante— atacó con saña a las dos
religiones más claramente monoteístas que tenía a la vista, el judaísmo y el islam, y las persiguió
como paganas.

La historia externa del cristianismo consiste principalmente en la acusación de que otras


religiones adoran más de un dios, que en consecuencia no es el Dios verdadero. Es preciso
convertir, conquistar o matar a esos paganos por su propio bien, para que gocen de la
singularidad de la Santísima Trinidad, más sus apéndices.

Santísima Trinidad — Poscristiana Hasta ahora Nietzsche se equivocaba respecto de Dios.


No hemos logrado convertirnos en Él para reemplazarlo. En cambio, hemos reemplazado a Dios
por una divinidad aún más abstracta basada en el poder puro y racional.

La razón surgió de la generosa promesa humanista de los siglos diecisiete y dieciocho, pasando
por encima de los cadáveres de otros elementos constitutivos del humanismo: el sentido
común, la intuición, la creatividad, la memoria y la ética. Estos elementos, que al limitar la razón
la vuelven positiva, no sólo fueron liquidados, sino convertidos en enemigos de la nueva
divinidad.

En su lugar se instaló una Santísima Trinidad poscristiana. La organización o la estructura


reemplazaron al Padre, la tecnología desplazó al Hijo y el Espíritu Santo fue sustituido por la
información. El nuevo clero estaba integrado por tecnócratas. Como indica la etimología de la
palabra “tecnócrata”, desde el comienzo se especializaban en el poder. Amos de la estructura.
Cortesanos modernos. Controlarían el uso de la tecnología como si fuera una extensión natural
de ellos mismos, cosa que no es. Y cuidarían la información, con cada categoría especializada
dispensando su conocimiento especializado como creyera conveniente.

Esta es la verdad subyacente de nuestra sociedad. Hay otros factores. Complicaciones. Motivos
para el optimismo. Pero esta es nuestra religión básica.

Santísima Trinidad — Siglo veinte El principio saliente de la fe en el último cuarto del siglo
veinte ha sido la promesa de un paraíso racional al que se llegaba mediante la devoción a la
competencia, la eficiencia y el mercado. En esta intolerante Santísima Trinidad a la moda, la
competencia cumple el papel del Padre, la eficiencia cumple el papel del Hijo y el mercado
cumple el papel del Espíritu Santo.

Si estos tres mecanismos se presentan con sus virtudes y efectos, son herramientas valiosas en
una sociedad estable. Si se las trata como absolutos, rápidamente arrastran a la sociedad a un
estado confuso y peligroso donde el saber convencional se basa en nuestra negación de lo que
sabemos es erróneo.

Así como en nuestra anterior adoración de los santos y los hechos, hay cierra necedad en
hombres y mujeres adultos que procuran reducir su visión de sí mismos y la civilización a contar
habichuelas. El mensaje de la Trinidad competencia/eficiencia/mercado parece ser que
debemos abandonar la idea de nosotros mismos gestada en dos milenios y medio. Ya no somos
seres que se distinguen por su capacidad para pensar y actuar conscientemente para modificar
nuestras circunstancias. En cambio, debemos someternos pasivamente, y someter toda nuestra
civilización —nuestras estructuras públicas, formas sociales y creatividad cultural— a las fuerzas
abstractas del comercio no regulado. Es posible que la mayoría de los ciudadanos tengan
problema con este argumento y prefieran seguir honrando la idea de una inteligencia humana
dignificada. Si deben abandonar algo, quizá prefieran abandonara los economistas.

SAT (Scholastic Aptitude Tests) Sistema de exámenes de ingreso de Estados Unidos, diseñado
para promover y recompensar el analfabetismo funcional.

Utilizado originalmente sólo en América del Norte, los “tests de aptitud escolar” y sus
equivalentes se están difundiendo por el mundo en respuesta al deseo corporativista de pautas
globales fijas en educación especializada. Consisten principalmente en tests de multiple choice y
en preguntas donde se deben llenar los blancos, y constituyen el producto arquetípico de una
sociedad que idolatra la posesión de datos y el gobierno del experto. A pesar de las “revisiones
sustanciales” de 1994,81 la premisa de estos tests es que para cada pregunta hay una sola
respuesta correcta.

Las aptitudes que procuran medir son la memoria efímera y la capacidad para reducir el
conocimiento a estructuras que si parecen a las de la contabilidad básica. Desalientan el
pensamiento, la reflexión, la duda, la imaginación y la creatividad. En suma, recompensan
aptitudes mecanicistas y castigan la inteligencia. Los exámenes, de este tipo son la primera gran
barrera que los alumnos deben franquear para ingresar en la elite. Las señales que envían —a
quiénes eliminar, a quiénes recompensar, cuáles aptitudes retribuye la sociedad, cuáles no—
tienen importantes repercusiones en la forma de nuestras elites y el papel que se atribuyen.

El SAT y sus equivalentes no sólo ilustran una crisis de nuestra civilización. Son un agente
activo, gracias a su deformación de sucesivas generaciones de las elites. En todo el atribulado
Occidente se clama que necesitamos pautas. Quizá. Pero no necesitamos pautas destructivas.
Ver sabiduría.

Schopenhauer, Arthur Autor favorito de Hitler.

“Mi maestro”, dijo el Führer.82 Curiosa elección, dado que Schopenhauer eludió el servicio
militar en un momento de crisis para Alemania, en su lucha contra Napoleón. Ni siquiera era un
nacionalista alemán. Se consideraba un seguidor de Platón y Kant, lo cual indica cierto gusto por
el autoritarismo y el oscurantismo, aunque criticaba a otros por su falta de claridad. Había en él
cierto idealismo pesimista que con frecuencia es el fundamento romántico de la acción tiránica.
Se cuenta que Hitler respondió, cuando le preguntaron por qué Nietzsche no era su autor
favorito, “No sabría qué hacer con él”. Tal vez quería decir que, siendo tan desequilibrado como
Nietzsche, hacían mala pareja para la mitología pública.

Los Héroes dependen mucho de los filósofos que expresan pesimismo romántico. La atracción
de Schopenhauer para Hitler puede haber residido en su abrumadora percepción de que el mal
sofocaba el mundo y que la “raíz de todo mal [...] es la esclavitud de la voluntad”. La única
solución era alejarse “de la vida para sumirse en la contemplación estética y el ascetismo”.83
Hombres como Hitler y Napoleón no habrían tenido empacho en afirmar que se habrían
recluido en solitaria contemplación si el destino no los hubiera obligado a ser tiranos.

Schopenhauer también detestaba a las mujeres, un sentimiento que, en la tradición de San


Jerónimo —“Las mujeres son sacos de estiércol”—está estrechamente emparentado con la
aplastante sensación de que el mal nos inunda. Es un poco simplista, pero no del todo errado,
decir que los hombres que odian a las mujeres desquitan sus problemas sexuales con el mundo
si tienen la oportunidad. Los pesimistas románticos como Schopenhauer prestan así el servicio
de brindar respetabilidad a los actos criminales. Ver Kant, Nietzsche, Platón.

seriedad Propia de la ideología, el conformismo, la especialización, la corrección política de


toda clase. Forma de control social. Ver comedia.

setenta y tres A pesar de las piruetas verbales de nuestros dirigentes, las economías
occidentales están en crisis desde 1973.

Como un malabarista con muchas pelotas, hemos intentamos manipular una combinación
aparentemente contradictoria de crecimiento lento, desempleo, inflación y deuda. Cuando
logramos dejar un par de ellas en el aire, las otras se caen al suelo. Nos agachamos, pero cuando
logramos elevar otra de ellas, otra yace a nuestros pies. Al cabo de varios años, la conclusión
sensata sería que estábamos haciendo algo fundamentalmente errado. En cambio, seguimos
tratando de recoger las pelotas caídas.

Los explosivos incidentes de 1973 ahora parecen anécdotas distantes. Los estados petroleros se
organizaron en un efectivo cártel. El preció del barril de petróleo subió mientras caía la oferta. A
principios de la década del 90, al cabo de dos décadas de inflación, el precio del petróleo estaba
más o menos como al principio. En consecuencia, la crisis del 73 tendría que haber terminado.
Pero habitualmente las depresiones son desencadenadas por hechos específicos que son
relevantes para la crisis pero no constituyen su causa. Son catalizadores que aglomeran todos los
desequilibrios económicos que la sociedad padece sin saber. Esa fórmula negativa, una vez
lograda, se convierte en un profundo colapso económico.

El saber económico convencional considera que hemos salido de los 70 en una curva de
recuperación económica que llega a los 80.

Los problemas de finales de los 80 y principios de los 90 se disocian así de los problemas de los
70. Pero la prosperidad de los 80 no fue general ni estuvo integrada a la estructura social. Se
basaba principalmente en el crecimiento de áreas artificiales o inflacionarias tales como la
especulación con títulos y propiedades. Lo más parecido al crecimiento industrial estaba en la
manufacturación de armamentos. A principios de los 90, era común pensar en los 80 como una
anomalía insalubre. Pero no se sacaba la conclusión lógica. Si en los 80 no hubo recuperación,
todavía estamos en la crisis de los 70. Ver depresión.

sexualidad A pesar de ser una actividad común, la demanda siempre supera la oferta. Así se ha
convertido en la faz mercantil de las relaciones personales, y está poco después de la propiedad
en el esquema económico.

La demanda, tanto en la sexualidad como en el comercio, es un misterio irracional.

El enfoque contractual de largo plazo requiere convenios de propiedad como el matrimonio. En


un mercado especulativo donde se paga poco a poco, a menudo se asocia con comidas y
entretenimiento. En todo caso, el sexo se ha convertido en el mercado alcista de mayor éxito de
lastres últimas décadas. La demanda teórica se adelanta tanto a la oferta real que el sexo se ha
convertido en el opio de los pueblos.84

En 1992 un tribunal francés estableció el valor de cada sesión sexual entre marido y mujer. Al
hombre se le había prohibido tener relaciones por dos meses y medio cuando un médico
erróneamente le humedeció el pene con ácido durante un tratamiento. Los daños se evaluaron
sobre la base de 300 francos por cópula perdida. El tribunal no sugería que éste fuera el valor de
las relaciones sexuales, ni siquiera el valor de las relaciones sexuales en esa pareja específica.
Más bien dictaminaba que, como el dinero es el único sistema de recompensas regulado de
nuestra sociedad, las relaciones sexuales deben tener un valor monetario equivalente, y en ese
mercado específico —un pueblo de provincias— valía 300 francos por sesión. La pareja pudo
haber recibido diez o veinte veces más si hubiera vivido en el distrito costoso de una gran
ciudad. Ver mercado.

sí Una afirmación que deriva en un consumo sexual, comercial o político. La confusión


deliberada de los tres es esencial para la publicidad y las relaciones públicas.

El argumento implícito que acompaña esta palabra es que no debemos tener miedo de decir que
sí: “Digamos que sí a la vida”. La insinuación es que se necesita coraje para afrontar un riesgo.
En realidad, el sí es la respuesta tradicional de la parte pasiva al amante, el vendedor o el
poderoso. Si el coraje se encara como un factor serio, debe cobrar la forma del no, o bien de una
negociación por términos mejores. La política moderna en su forma más cínica vende el coraje
para decir que si. Ver referéndum.

Sócrates Deliberadamente mal interpretado.

Deliberadamente mal interpretado, pero aun así logra atravesar las barreras del malentendido
para afirmar su duda, y en consecuencia su humanismo.

Los platónicos lo siguen usando como justificación de la contradicción central de nuestra


sociedad. Alegan que la vida filosófica o elevada debe incluir un desprecio por la democracia
porque los ciudadanos son más tiránicos que un tirano. Esta convicción está en el corazón de la
educación de nuestras elites. Ha sido el fundamento de una gran variedad de dictadores a lo
largo de los siglos, desde bien intencionados reformadores de izquierda hasta ambiciosos
coroneles de derecha. Aun así, el enfoque socrático tiene tanta fuerza que resiste estas
deformaciones del significado y logra inspirar reiteradamente la idea de ciudadanía y
democracia.
En este siglo hemos visto cómo el poder oscilaba reiteradamente entre la democracia y los
tiranos, mientras las elites servían a la una o a los otros, pero siempre con una sensación de
superioridad, e incluso de desprecio, frente al sistema democrático. Este es el drama interno del
cual Occidente parece incapaz de liberarse.

Los discípulos resentidos rara vez son las personas adecuadas para describir las ideas de su amo.
No obstante. Platón nos da suficiente información para que saquemos conclusiones opuestas a
las suyas. Quizá la explicación de su franqueza sea que él distaba de ser el único testigo viviente
del juicio. Si quería que se tomara en serio su exposición, tenía que describir lo que había dicho
y hecho Sócrates de un modo que sonara verosímil en Atenas. En consecuencia, el texto de
Platón permite argumentar razonablemente que sus emociones lo indujeron a restar
importancia, describir mal o ignorar cuatro aspectos esenciales.

Primero, al margen de los defectos de una democracia, a Sócrates no se le habría permitido


enseñar en una dictadura. Si Sócrates hubiera sido espartano, lo habrían ejecutado al comienzo
de su carrera.

Segundo, Sócrates no fue grosero sólo con el jurado y la ciudadanía. Era grosero con todos. Era
su método. Ello no significa que se considerase tan superior como para justificar el desprecio
por los intelectos menores. Sólo tenía muy mal genio. No se retiró al aislamiento intelectual de
una torre de marfil. Se pasó la vida recorriendo Atenas, fastidiando a los demás. Debe haber
pensado que valía la pena fastidiarlos. Pero la conclusión socrática de Platón, elevada por los
platónicos al rango de ideal, se centra en la necesidad de elites superiores y aisladas. La idea
racionalista de las elites tecnocráticas es producto de esa interpretación deformada.

Tercero, aunque su condena era casi una certeza, Sócrates aguardó el juicio con miras a
interpelar al jurado. Sus amigos y las autoridades lo exhortaron a exilarse por un tiempo. El se
negó. La única conclusión sensata que podemos sacar es que creía tanto en el sistema
democrático como para arriesgar la vida por él. Platón se las apañó para llegar a la conclusión de
que era preciso condenar la democracia.

Cuarto, Sócrates aguardó su ejecución. Una vez más, pudo haber escapado fácilmente al exilio
después de su condena. Una vez más, esto es lo que la gente esperaba que hiciera. El sistema
legal ateniense, a diferencia de muchas dictaduras, no era sanguinario. Era un mecanismo de
control defectuoso que actuaba como señal de advertencia. Cuando la gente traspasaba el límite
de lo que se consideraba decoro público tolerable, el sistema la obligaba a marcharse de la
ciudad por un tiempo. Sin embargo, Sócrates optó por respetar el sistema, al extremo de dejarse
ejecutar.

Insinuar que Sócrates había participado durante setenta años en un sistema por el cual sentía
desprecio y rechazo, y que en un gesto final de masoquismo invitó al sistema a matarlo, equivale
a sugerir que no era un maestro intelectual digno de seguir. Insinuar —como hacen los
platónicos— que Sócrates, siendo viejo, sentía ganas de morir y se las apañó para que el sistema
legal ateniense lo asesinara no sólo insulta su honestidad sino su integridad intelectual y su
inteligencia.

Eso es al margen de su empecinamiento en fastidiar a la gente para que el sistema se portara


mejor. La amargura de Platón es comprensible. Pero debió circunscribirse a la pesadumbre
personal, no convertirse en fundamento de una filosofía que traiciona a Sócrates al favorecer la
dictadura. Ver libertad de expresión, lenguaje oral.
sofista Modelo original del tecnócrata del siglo veinte; con mayor precisión, del graduado de
la escuela de negocios y el consultor académico.

Estos maestros del siglo quinto antes de Cristo recorrían Grecia vendiendo su talento a quien
deseara contratarlos. Su aptitud principal erala retórica. No les interesaba la ética ni la búsqueda
de la verdad. Las consecuencias de largo plazo, más aún, la realidad en la mayoría de sus formas,
no les interesaban. Les interesaba su capacidad para crear realidades ilusorias que permitieran a
la gente obtener lo que deseaba.

solución Abstracción absolutista que puede tener más sentido en química o matemática que en
la vida cotidiana.

La afirmación de que los problemas se terminan cuando se resuelven sugiere que los problemas
realmente se resuelven, lo cual sólo puede significar que son obstáculos autónomos para un
mundo mejor. Así, en medicina, la ilusión de una cura oscurece la realidad de que sólo
recibimos u tratamiento. Una visión más modesta nos diría que los problemas se reducen, se
limitan, se hacen más soportables si se ven y se tratan como parte de un fenómeno más amplio
que ha sufrido un desequilibrio.

Así la inflación nunca se elimina. Se reduce y se controla al encararla como parte integral de un
fenómeno más grande que incluye cosas tales como la producción, la innovación, el empleo, la
estabilidad y el crecimiento. Los que creen que las soluciones eliminan los problemas hablan de
estrangular la inflación y consagran sus esfuerzos a mecanismos lineales tales como la oferta
monetaria y las tasas de interés. Cada vez que reducen la inflación hay una repercusión negativa
para la producción, el empleo o el crecimiento.

Ni la paz ni la guerra se eliminan entre sí. Un equilibrio saludable reduce las guerras al prestar
atención a factores emparentados, tales como la prosperidad y la estabilidad.

Como la mayoría de las abstracciones absolutas, la convicción de que los problemas se pueden
solucionar tiene una connotación religiosa. Escomo si se hubiera confundido solución con
salvación.

subjuntivo El modo verbal que admite más claramente la existencia de la duda.

La importancia de la gramática como reflejo del auténtico estado de la civilización se puede ver
en la desaparición gradual del subjuntivo en las lenguas occidentales.

¿Qué implica una sociedad que elimina el umbral de lo posible en el camino de lo probable?
¿Confianza en sí misma? Esta debe ser una sociedad que no evoluciona a través de la
interrogación. Simplemente encuentra las respuestas correctas y las usa para actuar. Pero creer
sólo en el presente y en el futuro, sin engorrosos procesos intermedios, es de una ingenuidad tan
extrema que raya en la estupidez. Ese deseo de certidumbre también sugiere la voluntad de ser
manipulado.

Cada tiempo y modo verbal tienen sus enemigos. Los enemigos del subjuntivo son las relaciones
públicas, la propaganda, las encuestas de opinión y la religión de los expertos. Una civilización
que recompensa tan generosamente la capacidad de vender ilusiones como si fueran realidades
no recompensará una gramática que examina el terreno incierto que media entre ambas. Ver
duda.
Super Bowl*17 En Estados Unidos hay más mujeres golpeadas el día del campeonato de fútbol
americano que cualquier otro día del año. Esto no se debe tomar como una característica del
fútbol americano que ha contribuido gratamente a afianzar la energía gonadal de los jóvenes
durante más de un siglo.

El Super Bowl es una muestra relativamente típica de la competencia usada como valor social.
Todos, salvo los pocos que son mejores en el juego, quedan reducidos al papel incorpóreo de
espectadores.

Los espectadores participan mediante algunos de sus sentidos. Pueden usar los ojos, el oído, los
labios y las emociones para adorar a sus sustitutos. Pero en este proceso los espectadores son
privados de su existencia en cuanto individuos activos. Sólo participan pasivamente en la
mitología del Heroísmo gladiatorio.

El objetivo del fútbol americano es lograr que la pelota atraviese la línea de gol. Esta loable
habilidad, lamentablemente, es sólo el condimento exótico del juego. La característica central,
que implica a la mayoría de los jugadores, es frenar el movimiento de la pelota mediante un
ataque físico contra su portador. Los espectadores se pueden emocionar con estas reiteradas
demostraciones de masculinidad básica. Cuanto más se emocionan con su participación pasiva,
más dudosa es su virilidad activa. En definitiva, un tío tiene que pegarle a alguien para
demostrar lo que vale. O quizá las mujeres americanas sean muy lentas para llevar la cerveza.

superioridad La mayoría de las personas superiores sufren un complejo de inferioridad.


En las naciones —abstracciones grupales que semejan personas— esta paradoja puede volverse
patológica. Al cabo de varias generaciones de asertos desafiantes, todos olvidan que su
sentimiento de superioridad se basa en su temor a la inferioridad.

La confusión que se produce cuando la realidad no logra ponerse a la altura de la mitología con
frecuencia provoca racismo y violencia. Estas son herramientas clásicas para los desesperados
que desean erradicar la duda. Un bajo nivel de racismo y violencia puede significar que un
individuo o nación ya no siente la necesidad de sentirse superior. Es posible que entonces sea
realmente superior. Ver civilización occidental.
T

talento Sylvester Stallone ha declarado: “Podría interpretar a Hamlet si quisiera. Pero no


quiero”.85 Quizá Stallone sea modesto. Quizá pueda interpretar a Lear.

Cada vez más la sociedad alienta a los individuos a hacer declaraciones pomposas en un acto de
autoafirmación. Pero esto es aplicar a la organización social el ethos del arenero donde juegan
los niños. También sugiere que el individuo es alentado a canjear el respeto por sí mismo por el
mundo onírico de las relaciones públicas.

Una persona sensata acepta las cosas positivas que otros dicen sobre ella, sin importar quienes
sean. Sin embargo, la historia tomará su decisión sobre nosotros, cuando hayamos muerto. Ver
Héroes.

Taylor, Frederick Fundador de la Harvard Business School, la consultoría gerencial y el


concepto moderno y tecnocrático del capitalismo dirigido por gestores administrativos.
Economista favorito de Lenin, después de Marx.

taylorismo Sistema administrativo donde los obreros son piezas de la maquinaria.

Inventado por Frederick Taylor en 1895, el taylorismo o gestión científica era un precursor de la
producción automatizada. Irónicamente, también mejoró el tratamiento de los obreros. Ya no se
los podía explotar en el sentido tradicional porque era preciso cuidar la maquinaria para que no
se descompusiera. El taylorismo también trajo un incremento general de prosperidad que
benefició a los trabajadores.

No obstante, los sometió a una profunda modificación. El sistema ya no los veía como
individuos humanos, sino como elementos de un sistema manejado por expertos.

El taylorismo fue fundamental en el ascenso de Estados Unidos al poder mundial. Cuando se


citan la democracia y el capitalismo como explicación del éxito de Estados Unidos, se hace
alusión, en rigor, a la democracia y la gestión científica.

El taylorismo también tuvo gran impacto en la Alemania nazi. Albert Speer, ministro de
Hacienda de Hitler, era discípulo del movimiento y esto explica en parte la capacidad de
Alemania para resistir contra fuerzas aliadas superiores durante la guerra.

El taylorismo es la suprema estructura abstracta. No sólo puede imponerse a la realidad durante


períodos limitados, sino que es más efectivo en una crisis que en tiempos normales. El enfoque
de Speer era típico de la Harvard Business School (tanto la escuela como el case-study son un
invento taylorista).

Más llamativa que la admiración de Speer es la de Lenin. El taylorismo lo sedujo durante su


exilio, y llevó el mensaje a Rusia. Lenin hablaba repetidamente de la necesidad de “comunizar”
el taylorismo. El primer plan quinquenal fue preparado en gran medida por tayloristas
americanos que directa o indirectamente construyeron dos tercios de la industria soviética. El
colapso de la Unión Soviética fue en muchos sentidos el colapso de la gestión científica.
Pero el gobierno ruso contrató de inmediato a un profesor de economía de Harvard, el doctor
Jeffrey Sachs, para que le ayudara a salir de la crisis. Sus métodos —llenos de sistemas
abstractos— evocaban extrañamente el de Taylor. Entre sus propuestas estaba la necesidad de
una ruptura absoluta con el pasado. Estas brillantes reformas financieras y estructurales
carecían de un solo elemento: el reconocimiento de que en Rusia viven varios cientos de
millones de personas que deben comer todos los días. O al menos día por medio. Y que en caso
contrario, rechazarían el nuevo régimen y volverían a las viejas pautas del comunismo
burocrático.

Los diversos intentos de golpe y los reveses electorales sufridos por las fuerzas reformistas son
en parte responsabilidad de este economista de Harvard. Cuando en 1994 un electorado
frustrado rechazó al fin sus políticas, optando por un retorno a la vieja modalidad de los viejos
tecnócrata, Sachs renunció con una protesta, sosteniendo que la crisis había derivado de una
aplicación insuficiente de sus políticas.

Nota Bene: En su defensa debe decirse que también había reclamado una cesación del pago de
la deuda rusa. Los funcionarios financieros de los países del G7, cuyos dirigentes se complacen
en pronunciar discursos sobre la victoria del capitalismo democrático, insistieron en recibir
pagos regulares. Esto contribuyó a sabotear el movimiento reformista ruso. Ver deuda.

tecnócrata Una palabra que significa lo que dice, pero quizá no como la entendemos
normalmente.

La raíz parece describir a alguien que tiene poder (crat) gracias a su conocimiento o pericia
especializada (techne). Basta observar al tecnócrata en funcionamiento para comprender que las
raíces están invertidas: es alguien cuya habilidad es el ejercicio del poder. Se sigue naturalmente
que no hay el menor indicio de propósito, dirección, responsabilidad o ética, sólo poder. John
Ruskin describió esta función como”bestialidad intrincada”.86 Ver tecnología.

tecnología Material inanimado y pasivo que no es ciencia. En cualquier civilización, la


tecnología es modelada, dirigida y controlada por el esfuerzo consciente de la sociedad. Los
individuos que tratan la tecnología como una fuerza animada capaz de decidir la dirección de la
sociedad están consagrados a la destrucción de la civilización.

La ciencia no es tecnología. La ciencia, como Samuel Johnson señala en su diccionario, es


conocimiento.87 Y el conocimiento es entendimiento. Es fácil alegar que la ciencia es animada e
inevitable. Pero una vez aplicada, ya no es ciencia.

La aplicación de la ciencia —es decir, la tecnología— es una cuestión de opciones, de lograr la


coincidencia entre medios escogidos y los fines escogidos. Muchas sociedades han decidido no
usar los hallazgos tecnológicos que la ciencia hacía posibles. Después de varios experimentos
con la guerra de gases, la mayoría de las sociedades decidieron abandonarla. Después de arrojar
dos bombas atómicas, la sociedad no arrojó más. Aunque pueden alterar la disposición de los
criminales reincidentes mediante la intervención quirúrgica y técnica (lobotomía, tratamiento
de choque, castración), pocas sociedades lo hacen. Aunque el DDT era un insecticida efectivo, la
mayoría de las sociedades decidieron dejar de usarlo.

Con esa explosión de actividades conocida como revolución industrial, un creciente número de
personas comenzó a creer que la tecnología era inevitable. Esto creó un conflicto que se
manifestó en la rebelión de los ludditas en 1811. La nueva tecnocracia racionalista —
desprovista de dirección social— tendía a aceptar la idea de que el desarrollo tecnológica no sólo
brindaría dirección económica sino social y política. Esto impulsó a los disidentes hacia el
romanticismo y el idealismo, es decir, el rechazo de la realidad. Confundieron la destrucción de
la sociedad rural y de la naturaleza por obra de la revolución con una oposición fatal entre
progreso y preservación.

Era una oposición falsa. La civilización implica integración. Tanto el progreso como la
preservación implican exclusión si se ven como verdades autónomas. La civilización desea el
progreso por medio de la ciencia tan activamente como desea una sociedad saludable y un
ambiente natural. La integración o equilibrio posibilita ambas cosas, siempre que ninguna de
ambas se desboque.

Con frecuencia se olvida que los aliados consideraban la Segunda Guerra Mundial como una
batalla contra la dictadura de la tecnología en un mundo corporativista indiferente al individuo.
Charles de Gaulle, hablando en Oxford en 1941, examinaba la amenaza de la tecnología para el
individuo. Lo que es particularmente interesante en la actitud de De Gaulle es que había
consagrado su carrera, antes y después de la guerra, ala promoción de la tecnología y el
profesionalismo. La única salida, sostenía, era que la “sociedad preservara la libertad, seguridad
y dignidad del hombre. No hay otro modo de asegurar la victoria del espíritu sobre la materia”.88
El mensaje que recibimos continuamente de la tecnocracia de posguerra es que el Eje tenía
razón a pesar de todo.

Una de las pocas cosas que la ciudadanía espera de nuestra tecnocracia es que utilice su talento
administrativo para gestionar la integración de la tecnología con los intereses del conjunto de la
sociedad. Siendo incapaz de realizar esta sencilla tarea, la tecnocracia ha optado por gestionar al
ciudadano.

tenis Versión clase media de la lucha profesional. Estos deportes gladiatorios brindan
estereotipos fácilmente identificables de Héroes mitológicos. Los deportes de equipo confunden
al espectador. Si son dos contra dos o, mejor aún, uno contra uno, no hay margen para dudar
quién es el príncipe o la princesa, quien es el bello pero malcriado Aquiles, quién el fuerte pero
obtuso Héctor, quién el Menelao que siempre se queja de su destino.

El secreto del éxito del tenis quizá sea que la raqueta es un arma ambigua y roma, apropiada
para la clase empresarial, pero que tiene el aire de descender del aristocrático sable del duelista.
A fin de cuentas, el juego nació en la nobleza francesa, un dato que siempre lo ha vuelto grato
para el nuevo rico. Y la palabra misma proviene de Tenez!, el grito de la persona que le acertaba
a la pelota. A primera vista esto significa “¡Cuidado! ¡Allá va!” Pero la agresividad del golpe
sugiere que en realidad significa” ¡Chúpate ésta!”

Tercer Mundo Modelo social, más que económico. Se puede contraponer al modelo
equilibrado e integrado de moderadas soluciones de clase media que se suele buscaren
Occidente. El Tercer Mundo se caracteriza por elites civilizadas, ricas, cultas y políglotas que
gobiernan una clase media débil y, más abajo, la vasta mayoría de la población. Lo que
llamamos Tercer Mundo es, en realidad, una reconstitución del modelo occidental de los siglos
dieciocho y diecinueve.

Las elites tecnocráticas de Europa y América del Norte, que en general son monolingües,
provincianas y relativamente analfabetas, salvo en su campo de especialización, suelen quedar
desconcertadas ante el notable refinamiento de elites como la mexicana, que son
manifiestamente superiores a las del modelo de clase media. Nuestras elites llegan a la
conclusión de que no pueden ser producto de un país del Tercer Mundo, sino de un sistema más
natural y abierto, y más capaz de responder a las necesidades de la economía global.

think tank Organización que inventa justificaciones intelectuales desinteresadas para las
políticas de los grupos corporativos que la financian. El resultado es una lamentable confusión
entre conocimiento y poder. Esta industria en crecimiento ahora abarca 226 importantes think
tanks en Estados Unidos, 67 en Gran Bretaña, 46 en Alemania, 42 en Francia y 42 en Japón.89
Pensar por dinero es una venerable tradición sofista que ha vuelto a encontrar su sitio a finales
del siglo veinte. Ver consultores académicos.

titularidad permanente Sistema de seguridad laboral académica que surte el efecto de


valorar el liderazgo intelectual a partir de la antigüedad. Ello explica por qué las universidades
rara vez son centros de pensamiento original o creatividad.

La justificación inicial de la titularidad permanente era la necesidad de proteger la libertad de


expresión, debido al comprensible temor de que los profesores controvertidos sufrieran a manos
de intereses económicos o gubernativos contrarios. El continuo desarrollo de la ley ahora
significa que esta libertad esencial se podría proteger de maneras mucho más simples.

Otra justificación de la titularidad permanente giraba sobre la idea deque la estabilidad y la paz
son necesarias para el pensamiento y la creatividad. Lamentablemente, no hay motivos para
creer que los académicos estén o hayan estado en el centro del pensamiento original o la
creatividad en la civilización occidental. Hay felices excepciones, sobre todo en las ciencias. Pero
seria más fácil alegar que el soporífero aislamiento y la estabilidad de una carrera universitaria
han desalentado la originalidad. Esta es ciertamente una de las explicaciones del retorno de la
escolástica, con su sofisticado enfoque apriorístico del aprendizaje. El escolástico usa la tiranía
de la retórica especializada para restar vitalidad al lenguaje libre, y la tiranía de su posición de
autoridad para imponer este enfoque retórico a sus alumnos.

trabajo duro La ética laboral sigue siendo una explicación popular del éxito de Occidente. Este
dudoso argumento se basa en la comparación de los humanos con insectos como las hormigas.
Ante todo, la ética laboral crea la sensación de una moralidad de bajo nivel destinada a los
pobres de la sociedad.

En el mundo hay muchos pobres que trabajan continuamente, a menudo con gran habilidad, y
siguen siendo pobres. Por otra parte, los grandes bancos de depósito, que no son productivos, se
cuentan entre las instituciones más rentables del último medio siglo. Sus ejecutivos siguen
trabajando en horarios relativamente breves. Los ejecutivos de las grandes empresas de acciones
trabajan más tiempo que los pobres. Y compiten entre sí —no con otras empresas— para
trabajar aún más, pasando cada día más tiempo ante el escritorio, procesando papel y
entablando relaciones. Esto beneficia su reputación y su carrera. No hay pruebas de que tenga
efecto sobre la productividad ni las ganancias de la empresa.

Los empresarios independientes son otro cantar. En general tienen que trabajar duramente para
crear su empresa, para no tener que trabajar duramente en un período posterior de su vida. En
otras palabras, crean para no trabajar.

Si el Occidente ha tenido éxito, quizá no se deba al trabajo sino a la innovación, no sólo


tecnológica sino social, intelectual, política, verbal, visual, acústica, incluso emocional. Para
innovar, algunos han dedicado mucho tiempo a pensar y experimentar, quizá más que en
cualquier otra civilización de la historia.

La innovación tecnológica, en particular, continúa como si estuviéramos en una caída sin freno.
Pero nuestras estructuras no suelen recompensar el pensamiento ni la innovación. Y no
recompensan el trabajo físico. En cambio, prefieren una labor de alcances limitados que se
podría describir como remoloneo oficinesco. Ver indolencia.

Triunfo de la voluntad Película que ha sido inspiración técnica de la publicidad moderna, las
relaciones públicas, la creación de imagen, la mitología cinematográfica y la mayoría de las
documentales de televisión.

Fue Hitler en persona quien en 1934 pidió que Leni Riefenstahl realizara un largometraje con
aire de documental acerca del mitin anual del partido nazi en Nüremberg. El genio de Hitler
para este nuevo arte de la propaganda lo indujo a escoger a una joven y enérgica cineasta que
también era bailarina y actriz profesional. Lo que él buscaba, como ha señalado Robert
Dassanowsky Harris, era mucho más que propaganda.90

Riefensthal comprendió de inmediato que esta película no podía tener trama. Tendría que
reemplazarla por un intenso uso de los efectos que normalmente se empleaban para ilustrar la
historia. Este uso deslumbrante de la forma reemplazaría el contenido. El resultado fue una
tensión dramática que no tenía nada que ver con los triviales acontecimientos del mitin. Más
aún, no era preciso que en ese mitin pasara nada. Gracias al uso del equipo moderno, el
dramatismo podía reemplazar el drama. En verdad, la característica más notable de Triunfo de
la voluntad es que carece de contenido.

Muchos métodos de Riefensthal se habían usado antes, con fines ideológicos o comerciales. En
cuanto a la comprensión formal de que el “contenido” era un obstáculo para el ejercicio del
poder, Mussolini había resuelto este problema en la década del 20. Riefenstahl, como Hitler,
pudo aprovechar los experimentos de Mussolini y Stalin en relaciones públicas. Lo nuevo era su
comprensión del cine hablado, que sólo tenía cinco años, como herramienta del discurso
público.

Reunió todas las técnicas conocidas de relaciones públicas cinematográficas y las usó para
envasar la fuerza política en bruto más importante de la época. El resultado demostró que las
técnicas del cine no sólo permitían separar los sentidos verbales, históricos y contemporáneos
de la imagen que teóricamente los representaba, sino manipular el lenguaje y los hechos reales
mediante el uso dramático de imágenes.

Su técnica primordial era mover la cámara sin pausa, y así el espectador quedaba atrapado en el
drama del movimiento como en una montaña rusa. Casi todo el tiempo sus cámaras seguían
objetos banales. El dorso de la mano de Hitler. Piernas desfilando. Palas. Banderas. El sol
elevándose en medio de una música ascendente y banderas nazis ondeando como cortinas de
encaje en las bellas ventanas góticas de las casas de Nüremberg. Piernas que practican un
enérgico paso de ganso al son de música suave, bebés que juegan al son de una tonante música
marcial.

La mayoría de las tomas no duran más de veinte segundos. Los primeros planos alternan
constantemente con movimientos de masas. Los Camisas Pardas —cuya elite Hitler había
masacrado poco tiempo antes— se divierten románticamente, como niños en un campamento de
exploradores, mientras se pronuncian discursos sobre la fraternidad y la lealtad. Un discurso de
Hitler ante una brigada obrera nacional proclama que Alemania no debe tener clases y que todos
los alemanes deben dedicarse a las tareas manuales. Minutos después le sucede otro discurso
donde Hitler habla con varios miembros del partido. diciéndoles que son la elite, la clase
gobernante que cosechará los beneficios del poder y dirigirá todo. Las palabras están tan
subsumidas en el drama visual que la contradicción pasa inadvertida.

De hecho, la película no tiene el menor sentido como descripción de un acontecimiento real.


Pero el espectador pierde el aliento constantemente. Este divorcio entre imagen y realidad,
precisamente para sugerir significados para los que no se ofrece ningún sustento, ha sido el
tema central de la propaganda.

Calvin Klein vende ropa interior con jóvenes musculosos que no usan ninguna. Como Hitler, son
presentados como tótems. Diet Coke muestra su botella contra la foto de una hilera de enérgicos
nadadores que están por zambullirse. Las únicas palabras son “saboréalo”. Como los Camisas
Pardas que se divierten como niños, el producto, las imágenes y las palabras no guardan
ninguna relación. La sugerencia no lineal, que evita todo peso de prueba y argumentación, es
que usar ropa interior Calvin Klein nos hará bellos y musculosos. Beber Diet Coke tendrá el
mismo efecto, aunque tendremos que usar anteojos y traje de baño. Señalar que Calvin Klein
produce un producto barato y banal o que las gaseosas engordan y pudren los dientes sería una
referencia cínica a una realidad irrelevante.

En todo caso, no se trata de vender ropa interior. En un examen de la publicidad televisiva de


1992, durante las elecciones presidenciales de Estados Unidos, la característica más obvia de
cada elección y en relación con cada candidato era que estos anuncios “no transmitían
información sino que suscitaban emoción”.91

Cada vez que un dirigente partidario habla en Triunfo de la voluntad, el espectador puede hacer
un esfuerzo concertado para eliminar la imagen móvil, la luz hipnótica, la música emotiva, y
aislar fríamente al individuo. En general son hombres maduros y obesos de voz chillona. Lucen
cómicos en sus uniformes. Contradicen su imagen heroica. Pero las técnicas cinematográficas
los engalanan de tal modo que parecen dioses bañados en luz celestial sobre podios deíficos.
Esas técnicas hoy se usan habitualmente en los mítines políticos de todo nivel.

Goebbels explicaría luego qué se estaba inventando bajo la guía de Hitler. “Este es el arte
realmente grande: educar sin revelar el propósito de la educación”. Los nazis veían esto como
educación “apolítica” o, como dice Anton Kaes, politizar a través del entretenimiento.92 Parte del
secreto del éxito de esta técnica es la transformación del documental en arte dramático o, como
ha demostrado Oliver Stone, del arte dramático en documental.

Lo importante no es que la imagen sea esencialmente deshonesta, sino que sus técnicas
permiten separar la imagen de la realidad y crear una realidad alternativa que puede ser una
mentira absoluta. Ver Pelotón.
U

universidad Ámbito donde el conocimiento de la civilización se divide en territorios


exclusivos. La principal ocupación de la comunidad académica consiste en inventar dialectos
cuyo hermetismo impida que el conocimiento se desplace de un territorio al otro. Manteniendo
un flujo constante de material escrito entre los especialistas de cada grupo, logran afianzar la
técnica aceptable de una comunicación destinada a impedir las comunicaciones. Esto les
permite tildar de aficionados, deformadores o vulgarizadores a quienes procuran comunicarse
mediante un lenguaje accesible. Ver consultores académicos y escolástica.

uso dual Retórica de los años 90 inventada por la tecnocracia de los armamentos para
reemplazar la economía de goteo.

Ambas frases están diseñadas para persuadir a los legos de que la producción de armamentos es
inherente a la economía civil, lo cual no es cierto. Aunque el propósito de ambas es idéntico,
cada cual se basa en un modelo geométrico diferente.

La economía del goteo o trickle-down se debería ver como un triángulo equilátero donde el
gasto militar concentrado y deliberado se extiende como una cascada, brindando financiación e
innovación a la base amplia de la economía civil. La economía de uso dual, en cambio, hace girar
el triángulo equilátero, primero hacia un lado, luego hacia el otro. El resultado es que el gasto de
la economía civil desemboca como un río torrentoso en lo militar y el gasto militar desemboca
como un río en lo civil.

En conversaciones con matices más sexuales, el término uso dual se puede reemplazar por un
nuevo y esencial giro retórico, “fecundación cruzada”.

“El uso dual —como ha señalado John Polanyi, el químico ganador del Nobel— no sirve para
nada”.93 Es mala economía y mala estrategia. Si la dirección de la producción civil es limitada
por necesidades militares, sufre un estrangulamiento. Si la naturaleza de los armamentos es
limitada por “requerimientos del mercado”, el propósito básico de las armas y los ejércitos —
proteger y vencer— se debilita.

Sin embargo, el propósito del uso dual es, como dice un asesor del secretario de Defensa de
Estados Unidos, “moverse decisivamente hacia una base industrial plenamente integrada para
satisfacer futuros requerimientos de la economía, la nación y la seguridad de Estados
Unidos”.94Esto incluye la integración total de los procesos de investigación y desarrollo civiles y
militares con la intención de producir “tecnologías genéricas de uso dual que tengan el potencial
para satisfacer requerimientos comerciales y militares”. Los controles y pautas militares se
eliminan de la producción de armamentos y son reemplazados por la tensión del mercado. Si las
ideas económicas que se plantean aquí no guardan la menor relación con la realidad, los
conceptos estratégicos son aún más rebuscados. La intención es “promover una cultura de la
adquisición de armamentos que sea compatible con las demandas del mercado comercial”. ¿No
sería más útil si fuera compatible con las demandas del campo de batalla?

A finales de 1993 y principios de 1994 el término “uso dual” apareció abruptamente en los labios
de todos los expertos en armamentos de Alemania, Francia, Inglaterra, Rusia y Estados
Unidos.95 Todos declaraban que ésta era la solución para la crisis económica y para lograr
presupuestos militares más ceñidos. El solo hecho de que la usen estas personas hace que esta
frasecilla anónima sea uno de los conceptos económicos más importantes de la década. ino
parece importar que esta sea la misma política que ha provocado inflación, deuda gubernativa,
estancamiento económico y exceso de armamento en las últimas tres décadas, bajo el nombre de
economía de goteo.
V

Venecia Modelo original de la dictadura moderna, donde el poder comercial halla su expresión
cultural en la pintura, la arquitectura y la música. En todo menos el lenguaje.

Los príncipes mercaderes de la República Veneciana temían que el debate, en su forma cultural
o política, atentara contra el imperativo comercial del estado. Usaban su poder y su dinero para
construir palacios e iglesias. Para decorarlos con pinturas y estatuas. Para llenarlos con la
música más gloriosa. Las listas de grandes artistas y compositores venecianos son
interminables. Mientras la república fue una agresiva potencia económica, la lista de escritores
era una página en blanco. El poder del lenguaje se limitaba al periódico comercial o al chisme,
para que no interfiriese con la dictadura corporativa.

Las palabras sólo recobraron un papel relevante en Venecia cuando las obras de Carlo Goldoni
comenzaron a examinar y parodiar las estructuras de la sociedad en el siglo dieciocho. Para
entonces la República había perdido poder y el anguloso perfil de esta ciudad de nuevos ricos
era sólo una inofensiva cáscara romántica. Ver capitalismo.

venéreo, a De Venus, diosa del amor; esta palabra se refiere a la realidad del deseo. Con el
ascenso del protestantismo y la ciencia se asoció con la palabra “enfermedad” en una reveladora
combinación de clasificación y moralismo.

“¿Qué enfermedad?” “La enfermedad del amor”.

verdad Noción tranquilizadora que en la práctica es difícil de precisar. La determinación de


llegar a la verdad a menudo supone que se debe infligir violencia a otras personas.

“La verdad es vida”, declaró Frank Lloyd Wright,96 lo cual inevitablemente incluye la muerte y
sugiere que, aunque una respuesta razonada es útil, no será cierta, a menos que se niegue la vida
(o la realidad). Para los que temen la realidad —es decir, la vida— es importante hallar una
invención ingenua que se pueda identificar como verdad.

Los melodramas con abogados son populares porque giran sin cesar sobre el problema de la
verdad. Los especialistas batallan por los detalles en un complejo procedimiento que implica a
policías, abogados, testigos expertos y jueces, mientras el jurado observa, escucha y espera. Los
profesionales luchan con la estructura mientras el ciudadano procura retener un claro sentido
del espíritu de la ley.

Todos saben que un juicio no trata primordialmente sobre la culpa ola inocencia, sino sobre la
verdad realizable. ¿Qué podemos saber? ¿Podemos saberlo realmente? ¿Cómo lo interpretamos?

Por eso la reducción de la ley a juicios técnicos produce ira pública. El campo de la justicia penal
es sólo el pararrayos de la frustración general. La frustración con el proceso burocrático no se
limita a sentimientos de izquierda o derecha. Existe porque la búsqueda de la verdad se ha
reducido a regulaciones que sólo se interesan periféricamente en la realidad. Reducir la ley a la
letra, en oposición al espíritu, es percibido por la ciudadanía, cuya ley es, como una traición
máxima. Ver sabiduría.
Vico, Giambattista Filósofo napolitano de principios del siglo dieciocho. Quizás el primer
pensador humanista moderno que fue sepultado vivo bajo la propaganda de los racionalistas
absolutistas.

Vico criticaba la arrogancia del juicio sin contexto, es decir, las abstracciones racionales
aplicadas sin miramientos por la realidad o la historia. El suyo era un enfoque inclusivo,
contrario a lo que veía como exclusión o exclusividad racional. Ante todo, reintrodujo el papel
del tiempo y el espacio, al cual los humanistas vuelven regularmente, para alegar que no es
posible limitarse a aislar y resolver los problemas. Éstos pertenecen a la civilización en todos sus
sentidos. “Resueltos” o librados a su suerte, reverberan mucho más allá de su pequeño espacio.
La argumentación de Vico era de balance o equilibrio.

vida privada La vida privada de las personas públicas se puede considerar privada sólo
mientras no se valgan de ella para promover su carrera pública.

Si un individuo se presenta para elecciones públicas como un padre de tres hijos felizmente
casado, su fin de semana con la secretaria o su visita a prostitutas de cualquier sexo es cuestión
de interés público. Si se empeña en beber leche en público, el público querrá saber cuándo se
embriaga. Si compra sus trajes en Wal-Mart ante las cámaras, y luego pasa las vacaciones en
yates de gente rica, será fotografiado con teleobjetivo. Pero si presenta su candidatura como
alguien que cree en medidas específicas, corresponde juzgarlo por ellas, y sus genitales se deben
considerar de escasa importancia para el bien público aunque él los encuentre interesantes.
Incluso puede embriagarse en público ocasionalmente sin que nadie se preocupe demasiado,
mientras cuide los intereses de la ciudadanía. Ver ad hóminem.

viento Causado por

1. Cordilleras atravesadas por pasos por donde corre el aire, como el chinook (tórrido) en las
Rocallosas y el mistral (frío) en el Rin. Efectos comunes: depresión, jaquecas, suicidio.

2. Habichuelas secas remojadas y cocidas en la misma agua. Ver cortesía. Efectos comunes:
embarazo, olores desagradables.

3. Rascacielos, que simulan el efecto de una cordillera. Efectos comunes: calles desagradables,
deprimentes.

virginidad Nuestra tendencia a contundir la castidad con la bondad ha sido reemplazada por
otras confusiones. Pero la ecuación entre pureza física personal y virtud ética pública
permanece.

Este non sequitur es tradicional en la civilización occidental, y anterior al cristianismo. Es un


campo donde podríamos aprender mucho de la claridad de la tradición budista. Allí la
virginidad y la virtud física general cumplen una función. Indican que el individuo abandona
todo contacto con las actividades cotidianas y mundanas para concentrarse en su salvación. Los
monjes no fornican, pero tampoco hacen jardinería.

El resto de la población, que no está dispuesta a realizar este gran esfuerzo, vive como puede
sabiendo que corre riesgos de largo plazo para la reencarnación. Le queda un amplio margen
para hacer el bien, mediante acciones prácticas o alimentando a los desamparados monjes. La
virginidad y el puritanismo físico están disponibles si lo desean, pero es improbable que esto
afecte el hecho de que nazcan como babosa o como rey.

visión Estado de perspicacia que a menudo es mal representado como propósito divino.

Al final de Las bacantes de Eurípides, Agave sostiene la cabeza lacerada y ensangrentada de su


hijo, a quien ella ha matado y descuartizado mientras era presa de una visión. El padre de
Agave, Cadmo, le pregunta de quién es la cabeza que sostiene en los brazos.

AGAVE: De un león, así decían las mujeres que lo cazaban.

CADMO: Entonces mírala directamente. Vamos, mirar no es tan gran tarea.

Agave mira y grita.

AGAVE: ¿Qué estoy mirando? ¿Qué es esto?

CADMO: Mírala fijamente, acércate a la verdad.

AGAVE: Veo... ¡Oh Dioses, qué horror! ¡Ay, qué desdicha!97

Las visiones de redención, riqueza infinita o destino superior para un grupo racial se cuentan
entre las muchas visiones falsas cuyo rostro tememos mirar, y así creemos que estamos cazando
leones.

Pero Shiva Naipaul ha señalado atinadamente que “un pueblo sin visión debe perecer
inevitablemente”.98 La gente que siente pánico por la fugacidad de su vida sostiene que la visión
implica acatamiento a la estructura. Se tranquiliza creyendo que los humanos no pueden tener
propósito a menos que sea tan grandioso como para que el individuo sea sirviente de un sistema
racional o universal. En tal caso, una metodología defectuosa como el mercado, la gestión
centralizada o el libre comercio, que pueden ser útiles si se tratan como métodos prácticos y se
equilibran con otros, es confundida alegremente con la visión.

Pero una visión honesta consiste en ver; en el mejor de los casos, en vernos a nosotros mismos.
De lo contrario, llevamos una vida farsesca donde nuestra existencia depende de quienes ven
por nosotros. Estos visionarios religiosos, políticos o económicos nos alientan a regodearnos en
confortaciones que sólo conoceremos por reflejo y promesa.

Ver es conciliarnos con nosotros mismos. Para una comunidad o un país, una visión honesta es
un acuerdo común acerca de la naturaleza de la relación entre los individuos. Aunque es una
relación práctica y no abstracta, no es principalmente personal ni contractual. Atañe al interés
común.

Voltaire

Ese hombre desagradable que hizo tanto bien


—PAUL VALÉRY

¿Voltaire habrá hecho tanto bien porque no temía ser desagradable?


Es muy probable. No existen pruebas convincentes de que los escritores puedan cumplir su
función siendo simpáticos.

¿Y por qué tendrían que ser simpáticos? ¿Para que los inviten a cenar?¿Para formar parte de
una corporación de escritores que, como todos los grupos corporativos, recompense la
discreción? ¿Para ser recompensados con dinero, premios y títulos?

Los escritores simpáticos normalmente trabajan para alguien, o son seniles, o se han equivocado
de oficio. Los que han hecho el mayor bien, como señalaba Voltaire, en general han “sido
perseguidos”.99 Los desagradables siguen siendo perseguidos en la mayoría de los países. En
Occidente tienen que lidiar con ataques más refinados, como pleitos que los llevan a la quiebra y
la pérdida del empleo. Peor aún —en esta sociedad de costosos sistemas de comunicaciones—
son amenazados con la irrelevancia.

¿Qué hay de sus caóticas vidas personales, su codicia, sus celos, su hipocresía? ¿A quién le
importa? Voltaire tenía su gran cuota de defectos y contradicciones. Aun así creó el lenguaje que
puso fin a un régimen.

No se supone que los escritores sean modelos vitales ni profetas religiosos, limpios de mente,
limpios de cuerpo. Ni se supone que haya que amarlos.

Su única función es lograr que el lenguaje funcione para el lector. Esta es la base de la libertad
de expresión. Los intereses creados de una época siempre propician un lenguaje oscuro de
dialectos especializados y saber heredado. Así que el escritor se vuelve desagradable. Es un
servicio público.
X

xenofobia (activa) Xenofobia pasiva invertida de tal modo que las cualidades admirables
citadas en el siguiente artículo se convierten en los defectos inaceptables de otros pueblos. Si se
expresa con lógica elocuente, brinda pretextos para controlar, explotar, castigar y si es preciso
matar a quienes pertenecen a otro linaje. Ver sangre.

xenofobia (pasiva) Los ingleses son imparciales, el pan francés es el mejor, los americanos
son individualistas, las mujeres italianas son bellas, los alemanes son verdaderos hombres
porque no están circuncidados, los canadienses son simpáticos, los rusos son valientes, los
galeses son poéticos, Grecia es la cuna de la democracia, los argentinos son la esencia de la
virilidad, los suecos son rubios, los ingleses son valerosos, los suizos son trabajadores, los
franceses son los mejores amantes, la cultura americana es expresión de libertad, los
australianos son recios, los chinos son listos, los polacos tendrían que haber sido superiores a
todos, los italianos tienen estilo, los irlandeses están enamorados del lenguaje, los ingleses
respetan su lugar en la fila, los canadienses son valerosos, Dios habla directamente a los iraníes,
Que la France est belle, los alemanes son eficientes, los escoceses son listos, los españoles son
recios, los brasileños no son racistas, los noruegos son apuestos, los checos son eficientes, los
ingleses muestran su mejor cara en una crisis. los alemanes son valerosos, los franceses son
individualistas, los canadienses son resistentes, los suizos son eficientes, los ingleses son
maestros del eufemismo, los israelíes son los mejores soldados, los italianos son románticos, los
americanos son valerosos, los escoceses son diligentes... y otros fetiches tranquilizadores,
repetitivos y tediosos.
Y
Yate Propiedad desde donde un magnate de la prensa puede caerse al mar cuando la relación
entre su complejo de inferioridad y su banquero ya no es viable.
Z

zapping El acto de cambiar los canales de televisión apretando continuamente el pulgar sobre
un control remoto inalámbrico que se apunta como un arma. Esto puede indicar el nivel de
frustración agresiva en una población desafecta. O quizás indique el final de la narrativa lineal,
la muerte del relato como lo hemos conocido durante miles de años. Quizás ésta sea la verdad
inevitable de una sociedad posmoderna que se ha desposado con las comunicaciones
electrónicas con la esperanza de estar unificada sólo para encontrar sus fracturas. O quizá no
haya nada que merezca mirarse más de diez segundos.

Zenón Padre de la paradoja. Filósofo del siglo quinto antes de Cristo. Una fuente de la técnica
socrática y del humor como arma contra el poder y la pedantería. El otro Zenón, también
filósofo y padre del movimiento estoico, se suicidó.

zinnia La flor más fea de cualquier jardín.

La paradójica idea de que las palabras tienen un sentido real pero relativo deja margen para la
tergiversación por parte de quienes desean capturar el lenguaje para su propio uso. Desde los
ideólogos hasta los deconstruccionistas, toman la parte de la paradoja que les conviene y la
deforman, ignorando el resto.

Los que desean resistir contra esta falsificación de la comunicación sólo necesitan plantar una
zinnia y esperar a que florezca. Con el sentido de la palabra “fea” claramente establecido, el resto
encajará fácilmente. Sino funciona, probar con caléndulas.
NOTAS

El Santo Grial del equilibrio

1. Tom McArthur, Worlds of Reference (Cambridge: Cambridge University Press, 1986), 94.

2. Citado en Michel de Montaigne, Essais, Volume II, 1588, capítulo 17, “De la praesumption”: “Plus haut
monte le singe, plus il montre son cul”.

3. Samuel Johnson, A Dictionary of the English Language (1755; facsímil, Londres: Times Books Ltd.,
1983). Introducción. La edición original de Johnson no tenía números de página.

4. Denis Diderot, L’Encyclopédie, un dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers, comp.
Alain Pons (París: Flammarion, 1986).

5. McArthur, Worlds of Reference, 105.

6. La edición de ocho volúmenes que se cita en este libro es: Voltaire, Dictionnaire Philosophique (París:
Librairie de Fortic, 1826).

7. Noah Webster, An American Dictionary of the English Language (Nueva York: Johnson Reprint
Corporation, 1970). Esta es una reedición del diccionario original, publicado en 1828.

8. Publicado póstumamente en 1911.

9. Originalmente publicado como The Cynic’s World Book en 1906.

1. abejas — Voltaire, Dictionnaire Philosophique, “Abeilles”, vol. I, 41.

2. aire acondicionado — The New York Times, 21 de octubre de 1993. AIO. Re: el episodio de la
tuberculosis, 7 de junio de 1993, IHT, 1. Cita de Joseph Hopkins, vocero de United Airlines.

3. amistad — William Blake, “The Marriage of Heaven and Hell”, en The Writings of William Blake,
comp. Geoffrey Keynes (Londres: The Nonesuch Press, n. d.), láminas 17-20, 157.

4. armamentos — Charles Mackay, Extraordinary Popular Delusions and the Madness of Crowds
(Nueva York: Harmony Books, 1980). Primera edición 1841.

1. banqueros — Samuel Johnson, Pocket Dictionary of the English Language (Chiswick: C. & C.
Whittingham, 1826).

2. Big Mac — John F. Love, McDonald’s — Behind the Arches (Nueva York: Bantam Press, 1986), 15.

3. Burke — Conor Cruise O’Brien, The Great Melody — A Thematic Biography and Commented
Anthology of Edmund Burke (Chicago: University of Chicago Press, 1992), 115.

4. Burke— Ibíd, 390.


C

1. Carlyle — Thomas Carlyle, On Heroes, Hero-worship and the Heroic in History (Filadelfia: Henry
Altemus), 5. Primera edición 1841.

2. Carlyle — Ibíd, 114.

3. Carlyle — Ibíd., 322.

4. Carlyle — Ibíd., 269.

5. Carlyle — Ibíd., 265.

6. civilización occidental — La estatua de doce toneladas que representa a George Washington,


esculpida por Horario Greenough en 1840. Situada en el Capitolio de Washington, DC. Inspirada en el
Zeus de Fidias.

7 comedia — Salman Rushdie, hablando durante una aparición no anunciada en el Third Annual Benefit
del Canadian Centre of International PEN, Toronto, 7 de diciembre de 1992.

8. complejo de inferioridad — Alfred Adler rompió con Sigmund Freud en 1911 y es conocido como el
padre del complejo de inferioridad. Sus principales escritos sobre el tema son Aggression Drive (1908),
Study of Organ Inferiority and Its Physical Compensation (1909), Inferiority Feeling and Masculine
Protest (1910,), The Neurotic Constitution (1912), Social Interest (1918).

9. consultores — Jenofonte, Memorias socráticas. Ver Xenophon, Memorabilia, I, vi, 11-13, Loeb
Classical Library (Cambridge: Harvard University Press, 1992), 73.

10. consumo — Eric Hoffer, citado en James Hillman y Michael Ventura, We’ve Had a Hundred Years
of Psychotherapy and the World’s Getting Worse (San Francisco: Harper, 1992), 159.

11. corporativismo — Frederick Copleston, History of Philosophy (Nueva York: Image Book,
Doubleday, 1985), Book 3, vol. VII, 214.

12. corporativismo — La información y las citas de este párrafo están tomadas de James Hillman y
Michael Ventura, We’ve Had a Hundred Years of Psychotherapy and the World’s Getting Worse, 137.

13. cura — The Globe and Mail, 13 de agosto de 1993, l.

1. deconstruccionismo — Esta observación pertenece al autor Eugene Benson.

2. desregulación — Le Monde, 8 de enero de 1994,23.

3. dialectos — Vaclav Havel, “On Evasive Thinking”, discurso ante la Unión de Escritores Checoslovacos,
9 de junio de 1965, trad. ing. Paul Wilson.

4. diccionario — Las fuentes de las tres definiciones de verdad son: “consistent with”, The American
Heritage Dictionary (Boston: Houghton Mifflin Company, 1976); “conformity to”, Noah Webster, An
American Dictionary of the English Language; “in accordance with”, The Shorter Oxford English
Dictionary (Londres: Book Club Associates, 1983).

E
1. educación pública — Newsweek, 20 de septiembre de 1993, 44. El estudio fue realizado por el
Departamento de Educación de Estados Unidos.

2. electores de Bristol — O’Brien, The Great Melody, 75.

3. empleos — The Guardian Weekly, 28 de febrero de 1993,4.

4. empleo — The Globe and Mail. 23 de febrero de 1994, B7.

5. escolástica — Diderot, L’Encyclopédie, vol. 2,15, “École (philosophie de l’): “[...] scholastique, qui a
substitué les mots aux choses, et les questions frivoles ou ridicules, aux grands objets de la véritable
philosophie; qui explique par des termes barbares des choses inintelligibles [...] Cette philosophie est née
de l’esprit et de l’ignorance [...] on raisonna sur les abstractions, au lieu de raisonner sur les êtres réels: on
créa pour ce nouveau genre d’étude une langue nouvelle, et on se crut savant, parce qu’on avait apris cette
langue. On ne peut trop regretter que la plupart des auteurs scholastiques aient faits un usage si miserable
de la sagacité et de la subtilité extrême qu’on remarque dans leurs écrits”.

6. escolástica — Frederick Copleston, History of Philosaphy, Vol. II: Medieval Philosophy (Nueva York:
Image Book, Doubleday, 1993), 312.

7. escolástica — Harold A. Innis , The Bias of Communication, 80.

8. escuelas de negocios — Alain Chanlat, Lettre à Richard Dérly: L’Occident, malade de ses
dirigeants, junio 1993, ensayo inédito.

9. escuelas de negocios — The New York Times, 14 de noviembre de 1993.

10. ética — John Rawls, Theory of Justice (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1971).

1. fanático — Ver “Zealot”, en Johnson, Dictionary.

2. fe — Platón. Apología de Sócrates. Ver Plato, “The Apology”, en The Last Days of Socrates (London:
Penguin, 1954), 71.

3. foca bebé — George Orwell, Animal Farm (Londres: Penguin Books, 1987), 90. Primera edición 1945.

1. gala inaugural — Kitty Kelley, His Way — The Unauthorized Biography of Frank Sinatra (Nueva
York: Bantam Books, 1986), 285.

2. gusto — The Spectator, 20 de febrero de 1993, 39.

1. hechos — Denis Diderot, L’Encyclopédie, vol. 2,97. “Fait”: “On peut ditribuer les faits en trois classes,
les actes de la divinité, les phénomènes de la nature, et les actions des hommes. Les premiers
appartiennent à la théologie, les seconds à la Philosophie, et les autres à l’histoire proprement dite. Tous
sont également sujets à la critique”.

2. humanismo — René-Daniel Dubois, 9 de octubre de 1991, Presentación du Mémoire conjoint de


l’AQAD et du C.A.D.: “Nous ne voulons pas d’un monde dans lequel le sentiment d’être un humain est une
maladie”.

1. imagen — The Toronto Star, 26 de marzo de 1994, A15.

2. infierno — Voltaire, Dictionnaire, vol. 4,308. “Enfer”: “Dès que les hommes vécurent en société, ils
durent s’apercevoir que plusieurs coupables échappaient à la sévérité des lois; ils punissaient les crimes
publics; il fallut établir un frein pour les primes secrets; la religion seule pouvait être ce frein”.

3. infierno — Diderot, L’Encyclopédie, vol. 2,125, en “Fortune (Morale)”.

4. irradiación — Comp. Barbara Dinham, The Pesticide Hazard: A Global Health and Environmental
Audit (Londres; Book for The Pesticide Trust, 2a ed., 1993).

5. irradiación — Ibíd.

1. lenguaje oral — Harold A. Innis, The Bias of Communication (Toronto: University of Toronto Press,
1951).

2. lenguaje oral — Dante, citado en Innis, ibíd., 22.

3. ludditas — Citado por David Suzuki, The Toronto Star, 17 de julio de 1993, D8.

4. ludditas — Oscar Douglas Skelton, Life and Letters of Sir Wilfrid Laurier, vol. I (Toronto: Oxford
University Press, 1921), 321.

1. malas personas — Voltaire, Dictionnaire Philosophiaue, “Patrie”, vol. 7,252: “Celui qui brûle de
l’ambition d’être édile, tribun, préteur, consul, dictateur, crie qu’il aime sa patrie, et il n’aime que lui-
méme”.

2. malas personas — Le Monde, 9 de junio de 1993, 26. La tercera tarea consistía en lidiar con la
incapacidad de los gobiernos para aplicar la ley en un mundo dominado por la economía transnacional,
“des intolérances ethniques y la quête extraordinaire et effrénée de l’argent sous toutes ses formes [...] Les
classes dominantes de la politique et de l’économie [...] l’argent n’a pas d’odeur [...] sale, douteux et
illicite”.

3. memoria — Johnson, Dictionary, 116. “Memory: the power of retaining or recollecting things past;
that faculty by which we call to mind any past transaction”.

4. memoria — The Shorter Oxford English Dictionary, vol. II (Londres: Book Club Associates, 1983),
1306. “Memory: 1. The faculty by which things are remembered [...] 3. Recollection, remembrance [...] An
act or instance of remembrance; a recollection [...]

5. Mussolini — Denis Mack Smith, Mussolini (Londres: Paladin, 1983), 144.

6. Mussolini — Le Quotidien de Paris, 7 de junio de 1993,15. El historiador Paul Dietschy realizó un


estudio de la estrategia futbolística.

7. Mussolini — The Economist, 2 de abril de 1994, 5 y The Economist, 9 de abril de 1994, 13.
N

1. neoconservador — Smith, Mussolini, 134.

2. Nietzsche — Ibíd, 15.

3. nihilismo — E. M. Cioran, citado en una entrevista de Branka Bogavac Le Comte en Les Lettres
Français, no 33, junio de 1993, 18: “Si vous essayez d’être libre, vous mourez de faim, et on ne vous tolère
que si vous êtes successivement servie et despotique!”

1. orgasmo — The New Yorker, 29 de noviembre de 1993, 8.

2. orgasmo — Johnson, Dictionary.

1. Pandilla de los Cinco — Voltaire, Dictionnaire, en “Cartésianisme”, vol. 3, 82.

2. Platón — Para una notable descripción de la atmósfera ateniense, ver Donald Kagan, Pericles of
Athens and the Birth of Democracy (Londres: Secker and Warburg, 1990).

3. poder público — Diderot, L’Encyclopédie, vol.2, 275. “Pouvoir” (Droît nat. et politiq.): “Le but de tout
gouvernement est le bien de la société gouvernée. Pour prévenir l’anarchie, pour taire exécuter les lois,
pour protéger les peuples pour souvenir les faibles contre les entreprises des plus forts, il a fallu que
chaque société établit des souverain; qui fussent revêtus d’un pouvoir suffisant pour remplir tous les
objets”.

4. privilegio electoral — The New York Times. 25 de enero de 1993, A13.

5. progreso — Prof. Andrew Watson (Toronto), 26 de junio de 1993. Ver también The Islamic City,
comps. A. M. Hourani y S. M. Stern (Oxford: Bruno Cassirer, 1970), capítulo “Housing and Sanitation”,
174-194.

1. razón instrumental — Max Weber, The Theory of Social and Economic Organization, trad. ing. A.
M. Henderson and Talcott Parsons (Illinois: The Free Press), 115.

2. relaciones públicas — Smith, Mussolini, 144.

1. sabiduría — Voltaire, Dictionnaire, vol. 8, 128, “Sens Commun”.

2. SAT — The New York Times, 28 de febrero de 1994, A12, “New SAT sets students cramming”.

3. Schopenhauer — Leni Riefenstahl, The Sieve of Time: The Memoir of Leni Riefenstahl (Londres:
Quartet Books, 1992), 178.
4. Schopenhauer — Copleston, History of Philosophy. Book 3, vol. VII, 263, 277.

5. sexualidad — John Ralston Saul, Voltaire’s Bastards: The Dictatorship of Reason (Nueva York: The
Free Press, 1992), 488.

1. talento —Milano Città, primavera 1993.

2. tecnócrata — John Ruskin, The Stones of Venice, 1851, Everyman’s Library, ed. Ernest Rhys
(Londres: J. M. Den; & Co., n.d.).

3. tecnología — Johnson, Dictionary.

4. tecnología — Charles de Gaulle, citado en Olivier Germain-Thomas y Philippe Barthelet, Charles de


Gaulle. Jour après jour (París: Nathan Press, 1990) 53: “les sociétés préservent la liberté, la sécurité et la
dignité de l’homme. On ne voit pas d’autre moyen d’assurer en definitive le triomphe de l’esprit sur la
matière”.

5. think tank — Comp. Alan J. Day, Think Tanks: an International Directory (Harlow, Essex: Longman,
1993).

6. Triunfo de la voluntad — Robert Dassanowsky-Harris, “Wherever you may run, you cannot escape
him: Leni Riefenstahl’s Inner Migration, Self-Reflection and Romantic Transcendence”, de “Nazism” en
Tiefland, 1994, monografía inédita.

7. Triunfo de la voluntad — Elizabeth Kolbert, “The Living Room Candidate: A History of Presidential
Campaigns on Television”, 1952-1992, The New York Times, 17 de julio de 1992, 81; una exhibición en el
American Museum of the Moving Image, Nueva York.

8. Triunfo de la voluntad — Anton Kaes, From Hitler to Heimat (Cambridge, Mass.: Harvard
University Press, 1989), 5.

1. uso dual — Conversación con el autor, 15 de enero de 1994, Toronto.

2. uso dual — Tres citas de Jacques S. Gansler, “Transforming the U.S. Defense Industrial Base”, en
Survival, The IISI Quarterly, vol. 35, no. 4, invierno, 1993-94,138,141.

3. uso dual — Además del articulo de Gansler, ver, en el mismo número de Survival, el artículo de Julian
Cooper “Transforming Russia’s Defense Industrial Base”, 147; Le Figaro Économique, 26 de enero de
1994, xi, “Vers une ‘liberalisation’ des ventes d’armes”; Le Monde, 28-29 de noviembre de 1993, 9, “La
délégation générale pour l’armement veut être authorisée à exporter les matériels les plus modernes”.

1. verdad — Tallado sobre el hogar del living de la casa que Frank Lloyd Wright construyó para sí mismo
en Oak Park, Illinois.

2. visión — Ver Eurípides, The Bacchae and Other Plays, translated by Philip Vellacott (Londres:
Penguin Classics, 1954).

3. visión — Shiva Naipaul, North of South (Londres: Penguin Books, 1980), 119.
4. Voltaire — Voltaire, Dictionnaire, vol. 6,350, “Lettres, Gens de Lettres, ou Lettrés”: “Les gens de
Lettres qui ont rendu le plus de services [...] ont presque tous été persécutes”.
Notas del traductor

*1 El Aspen Institute for Humanistic Studies de la ciudad de Aspen, fundado en 1945 por Walter E.
Paepcke, un industrial de Chicago.

*2 Ver Hanna Arendt, Eichmann in Jerusalem: A Report on the Banality of Evil (1964).

*3 Político conservador canadiense, primer ministro en 1984-1993. Impulsó la creación de convenios


comerciales con Estados Unidos y México, lo que luego sería el NAFTA (Ver).

*4 Después de prolongadas guerras entre franceses e ingleses, lo que se llamaba Nueva Francia quedó
bajo dominio británico. Por la Quebec Act de 1774, la corona garantizó el respeto al idioma, la ley y la fe de
sus nuevos súbditos franceses para obtener su colaboración con el nuevo régimen.

*5 Gobernador de la India en 1773-1785.

*6 Emisora radial de la USIA (United States Information Agency), una entidad que administra programas
educativos y de intercambio cultural.

*7 Célebre especulador financiero, “mesías” de los bonos chatarra en los años 80.

*8 La compañía South Sea (Mar del Sur) y el escocés John Law, fundador de la Mississippi Company,
están asociados con dos grandes escándalos financieros del siglo dieciocho.

*9 En castellano, el Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española presenta, entre


otras, estas acepciones: conformidad de las cosas con el concepto que de ellas se forma la mente”,
“conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa”, “juicio o proposición que no se puede
negar racionalmente”.

* 10 El célebre terremoto de 1755, de inmensa repercusión en la evolución de la sociedad europea. John


Ralston lo describe así en su libro Los bastardos de Voltaire: “En 1755 el terremoto de Lisboa descalabró
la legitimidad moral del poder establecido. [...] Esta catástrofe, que mató indiscriminadamente a millares
de niños, mujeres y hombres, pobres y ricos, parecía requerir una explicación inmediata. Las gentes de
Europa se preguntaban por qué. La Iglesia y las autoridades constituidas no pudieron abstenerse de
replicar que Dios castigaba a los pecadores. Instintivamente la ciudadanía encontró ridícula esta
respuesta”.

* 11 Louis Riel fue un insurgente canadiense que se rebeló contra las autoridades para defender los
derechos de los colonos. En su segunda sublevación (1884-1885), fue capturado y ejecutado.

* 12 The Federalist Papers (178788); una serie de artículos publicados en el New York Independent
Journal, donde James Madison y otros explicaban al público la Constitución de Estados Unidos, que se
aprobaría en 1789.

*13 An apple a day keeps the doctor away.

*14 General de la Revolución Americana que traicionó su causa por dinero, en un frustrado plan para
entregar West Point a las fuerzas británicas.

*15 Antes de 1832, un rotten borough era un municipio que tenia pocos votantes pero aun así retenía el
privilegio de enviar un representante al Parlamento.

*16 La hija del presidente Theodore Roosvelt.

*17 Partido anual por el campeonato de la NFL (Liga Nacional de Fútbol) en Estados Unidos.
AGRADECIMIENTOS

Aunque no vuelva a mencionarlas aquí, muchas de las personas que hicieron posible Los
bastardos de Voltaire han ofrecido consejos e información, han respondido llamadas telefónicas
desesperadas a horas exóticas y han tenido la bondad de disentir en largas discusiones.

Adam Bellow y Cynthia Good han vuelto a brindarme gran ayuda con su experiencia editorial y
han aplicado su imaginación y su perseverancia. El entusiasmo de todos en Penguin Books y The
Free Press ha sido muy importante para mí.

Laura Roebuck y Donya Peroff han sido un apoyo constante. He recibido asesoramiento,
información, críticas y muchas otras formas de asistencia por parte de Alain Chanlat, Anoukh
Foerg, Pier Daniele Napolitani, Hans Wuttke y Jagoda Buic, Scott Sellers, de Montigny
Marchand, Noel y Dominique Goutard, Christine Kiose, Elisabetta Sgarbi, Rolf Puls, Gilbert
Reíd, Margaret Atwood, Niels de Groot, Jean-François Garneau, Mary Adachi, Charles
Rubinsztein, Matthieu Debost, Francesca Vallenti y mi buen amigo el padre Joe Maier.
LISTA DE TÉRMINOS

A cinismo dinero, volatilización del


cirugía cosmética Dios
Aarón ciudadano, na discurso de aceptación
abejas civilización dividendo de la paz
Abelardo, Pedro civilización aplicada divorcio
absoluto civilización occidental duda
aburrido, da clase
Académie Française Clausewitz, Carl von
Acapulco CNN E
ad hóminem coleccionistas
aerobismo comedia econometría
agricultura comida rápida, filosofía de la economía de goteo (trickle-
aire acondicionado competencia down)
aliados complejo de inferioridad economía global
ámbito público Comte, Auguste economía
amistad conferencias de negocios Economist, The
amor confesionarios educación de las élites
amoralidad confianza pública educación pública
anglosajones Conrad, Joseph eficiencia
animismo construcción ejecutivo
anorexia consultores el, la
antiintelectualismo consultores académicos electores de Bristol
armamentos consumo elite
Aspen Institute control empleo
autobiografía conveniencia En busca del tiempo perdido
axilas corporación entrega de premios
corporaciones transnacionales equilibrio
corporativismo error
B corporativismo aplicado escolástica
cortesanos escuelas de negocios
Babel, torre de cortesía Estados Unidos
Bacon, Francis crecimiento ética
banalidad crítica política existencial, existencialismo
beso críticos extranjero
bien y mal croissant
Big Mac cura
biografía F
blue jeans
BrettonWoods D fábricas
budismo (tibetano) Falso Héroe
Burke, Edmund Davos familia feliz
deconstruccionismo fanático
decoro fe
C democracia directa felicidad
democracia fertilizantes, herbicidas e
calma depresión insecticidas
campaña moral derecha filosofía
campo de juego llano Descartes, Rene Florida
Canadá desempleo foca bebé
canibalismo desregulación fresa
capitalismo destino Freud, Sigmund
Carlyle, Thomas deuda insostenible
Casa Blanca, personal de la dialecto
caspa diccionario G
Chicago, Escuela de Economía dictadura del vocabulario
gala inaugural libertad de expresión O
GATT libertad
gestor libre optimismo
guerra civil yugoslava libre comercio orgasmo
guerra contra las drogas liderazgo
gusto Los Ángeles
Loyola, San Ignacio de P
H ludditas
Ludendorff, Erich pan blanco
Happy Birthday Pandilla de los Cinco
Happy Hour pánico
Harvard, Escuela de Economía M participación
hechos películas biográficas
herencia socrática magnates Pelotón
Héroe malas noticias pene
historia malas personas pesimismo
Hobbes, Thomas malos críticos petróleo
hormigas manzana píldora anticonceptiva
humanismo Maquiavelo, Nicolás Platón
humillación marxista poder público
McDonald, Ronald postre
melón primera clase
I memoria privatización
mercado privilegio electoral
ideal olímpico mercados de dinero progreso
ideología internacionales propaganda
imagen meteorología urbana propiedad
impuestos meteorólogos publicidad
inconsciente miedo puntualidad
individualismo mitología
indolencia moda
ineficiencia modales R
infierno Moro, Aldo
informes muerte racionalizar
Inglaterra muerte natural razón
inteligencia músculos pectorales razón instrumental
IRA museos Realeza
ironía Mussolini, Benito Realidad
irradiación Muzak (música funcional) Recesión
izquierda (y derecha) Myrmecophaga Jubata redactores de discursos
referéndum o plebiscito
regulación
J N relaciones especiales
relaciones públicas
juego (administrado por el nacionalismo responsabilidad
estado) nacionalización respuesta
juez NAFTA Richelieu, Cardenal
jurado nanismo ricos de ciudad
negación riqueza negativa
K neoconservador Round Table
Nietzsche, Friedrich rudo, a
Kant, Immanuel nihilismo
niños
L nivel internacional S
normas de producción
Lagos Nuevo Orden Mundial sabiduría
lenguaje oral salón de baile
sangre (1) xenofobia (activa)
sangre (2) xenofobia (pasiva)
Santísima Trinidad — Cristiana
Santísima Trinidad —
Poscristiana Y
Santísima Trinidad — Siglo
veinte yate
SAT (Scholastic Aptitude Tests)
Schopenhauer, Arthur
Seriedad Z
setenta y tres
sexualidad zapping
sí Zenón
Sócrates zinnia
sofista
solución
subjuntivo
Super Bowl
superioridad

talento
Taylor, Frederick
taylorismo
tecnócrata
tecnología
tenis
Tercer Mundo
think thank
titularidad permanente
trabajo duro
Triunfo de la voluntad

universidad
uso dual

Venecia
venéreo, a
verdad
Vico, Giambattista
vida privada
viento
virginidad
visión
Voltaire

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