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EL CINE EN URUGUAY: LOS

LOCOS AÑOS ’20


POR ÁLVARO LEMA MOSCA 05/02/2019

Promoción de películas en la vía pública (Foto: CdF)

El cine en Uruguay nació con la inmigración. Los pioneros eran en su mayoría,


extranjeros. Félix Oliver, el primero en filmar con su cámara acontecimientos del país, era
catalán. Maurice Corbicier, enviado por la Casa Lepage de Buenos Aires a documentar la
Guerra Civil de 1904, era belga. Henry Maurice, uno de los más fructíferos realizadores de la
época, era francés. Isidoro Damonte y Emilio Peruzzi, dos nombres claves, italianos. Juan
Pedro Chabalgoity, padre de una saga de realizadores, vasco. Lo mismo ocurre con los
empresarios: José Crodara y Roberto Natalini, primeros exportadores y distribuidores de films
extranjeros, venían de Italia; Leopoldo Broquetas y Julián Ajuria, importadores de cine
europeo, de España; Bernardo Glücksmann, representante en Uruguay de la empresa que se
ocupó de dar forma a la desordenada industria local, de Austria.

No es de extrañar que en un país con un importante índice de población extranjera, la naciente


producción cinematográfica local proviniera de la capacidad creativa de los inmigrantes. Lo
mismo había sucedido con los demás países de América. Sin embargo, mientras en Argentina,
Brasil, México o Estados Unidos la producción de cine local despegó rápidamente en las
primeras dos décadas, en Uruguay pareció aletargarse un poco. Hacia 1920, las producciones
existentes constituían un escaso número de documentales, noticieros y proyectos frustrados
de ficción.
Para mediados de esa década, Uruguay se encaminaba hacia los festejos por el Centenario de
vida independiente que suscitó acalorados debates en el Parlamento y la opinión pública.
Algunos afirmaban que la fecha era 1925 (centenario de la Declaración de Independencia),
mientras otros se decantaban por 1930 (centenario de la Jura de la Constitución), así que hubo
varias celebraciones repetidas en cada punto de la nación. El país gozaba en ese momento de
un auge económico y de un desarrollo social que se manifestó a través de la modernización
urbanística, el interés cultural y el refuerzo de la identidad colectiva.

El cine se acopló a la tendencia por reflejar el sentimiento común. De esa manera, se


realizaron varias películas a propósito de la conmemoración de acontecimientos históricos y
héroes nacionales que resultan particularmente interesantes. En 1923, por ejemplo, se
filmaron Inauguración del Monumento a Artigas (de autor desconocido) e Inauguración del
Monumento a la Batalla de Sarandí (Henry Maurice). Al año siguiente, se produjo Viaje
Presidencial, sobre la gira de José Serrato por el interior del país. En 1925, Juan Chabalgoity
registró para su noticiero de actualidades La Declaratoria de la Independencia, La Batalla de
Rincón y La Batalla de Las Piedras. En 1930, Isidoro Damonte dirigió Festejos del Centenario
de la Jura de la Constitución. Todos estos casos testimonian una clara tendencia hacia el
documento de actividades conmemorativas que vinculaban presente y pasado, pero al mismo
tiempo patria y nación, colectivo y sociedad, cimentando la imagen de país hiperintegrador,
moderno y cosmopolita, más semejante a un estado europeo (el mito de la Suiza de América)
que a los vecinos latinoamericanos.

En ese contexto de festejos interminables y reflorecido patriotismo, aparecieron también las


primeras películas de ficción. El 11 de junio de 1920, se estrenó en el Teatro
Solís, Pervanche (León Ibañez Saavedra); cuatro años después, el 24 de septiembre de
1924, Almas de la costa (Juan Antonio Borges); apenas unos meses más tarde, el 14 de
noviembre, Una niña parisiense en Montevideo (Georges de Neuville); Del pingo al
volante (Robert Kouri), fue estrenada el 12 de agosto de 1929; y El pequeño héroe del Arroyo
del Oro (Carlos Alonso), el 24 de abril de 1932. Estas cinco películas representan no solo el
corpus esencial del cine silente uruguayo sino también el origen de un estilo y una línea
estética, que cimentó las bases de la producción local.
Fotograma de El Pequeño Héroe del Arroyo de Oro (1932) de Carlos Alonso

Hay una doble tendencia en el primer cine uruguayo que, sin objetivos claros, buscaba trazar
los rasgos de una identidad definida sin encontrar la manera. En ese momento, la visión
foránea de los realizadores inmigrantes entró en colisión con la mirada autóctona del cineasta
uruguayo. Dos modos de representación que suponen una tensión existente en el Uruguay de
la época similar a la que había en otros países de la región. Por un lado, una intención de
perpetuar el cosmopolitismo de tipo eurocentrista mediante el dibujo de situaciones,
personajes y espacios típicamente urbanos, tecnológicos y modernizados, en el que
entrarían Pervanche, Una niña parisién en Montevideo y Del pingo al volante. Por el otro, una
inclinación hacia el realismo social con un enfoque prioritario en la vida de los sectores rurales
o suburbiales, cuyos mejores ejemplos son Almas de la costa y El pequeño héroe del Arroyo de
Oro.

Esa exploración incesante es −seguramente− la que provocó el autoproclamado nacimiento del


cine nacional tantas veces a lo largo de su historia, como si cada nuevo enfoque fuera
suficiente para determinar el origen de una industria cultural tan compleja. En ese sentido, el
cine de los años 20 fue decisivo a la hora de establecer los primeros bosquejos estéticos y
temáticos que a falta de compromiso político, de escasez comercial y de ausencia reflexiva, no
cuajaron como primera instancia de una escalonada trayectoria. Por el contrario, el cine
uruguayo volvió una y otra vez sobre sus mismos pasos sin atender a lo que el pasado le exigía
y olvidando toda continuidad que hiciera posible un desarrollo sostenible.
Still de la película Del Pingo al Volante (1929).

Esa doble postura esgrime, de un modo o del otro, la situación de un país que intentaba dejar
atrás un pasado rural y tradicionalista para dar paso a un futuro moderno y vanguardista, en
una tensión que enfrentaba lo ajeno con lo propio, lo nuevo con lo viejo, lo imaginado con lo
real. De esa manera, se pueden contraponer escenas totalmente opuestas en ejes dicotómicos
que explicarían gráficamente dicha situación. Por ejemplo, los enormes chalets de Pervanche a
las chozas de Almas de la costa o la ausencia de tecnología en El pequeño héroe… a los
modernos autos de Del pingo al volante o la educación europea de unos a la violencia
campestre de otros.

Incluso las propias películas presentan ese enfrentamiento que es reflejo de la transición que
atravesaba la sociedad. Almas de la costa opone la precaria miseria de los pescadores
marginales a la sofisticada riqueza de las clases altas montevideanas. Del pingo al
volante presenta (como lo adelanta su título) las diferencias entre el medio rural y el
cosmopolitismo de la capital. Una niña parisién… rompe con el prejuicio eurocéntrico que
concibe a las sociedades latinoamericanas como subdesarrolladas. Campo y ciudad son las dos
partes de una relación dialéctica propuesta siempre como atractivo. En pleno auge del
Nativismo y los movimientos vanguardistas que marcaron la literatura rioplatense de los años
20 y 30, el cine buscó hacerse de esa tensión y expresarlo mediante las marcaciones
cartográficas que resaltaban la modernidad de Montevideo o la libertad del campo.

El descuido y el desinterés hicieron que durante años esas películas fueran olvidadas o
desaparecieran. Incluso hoy, muchas de ellas continúan perdidas. El laborioso trabajo de
archivistas, historiadores y técnicos preocupados por rescatar esos materiales de incalculable
valor han permitido su restitución. En 2015, se reestrenó la versión restaurada de Almas de la
costa, elaborada por la Cinemateca de México bajo la dirección de Nelson Carro. A finales del
año pasado, se presentó una versión digitalizada de Del pingo al volante, producto del trabajo
del Laboratorio de Preservación Audiovisual del Archivo General de la Universidad de la
República. El pequeño héroe…, la más exitosa del quinteto, se conservó gracias al tenaz
empeño de su director que durante años se ocupó de su conservación e incluso, de
actualizarla. Una vez llegado el sonido, se apresuró a sumarle una voz en off que narraba la
historia y que ahora puede verse en internet.
El cine de los años 20, como toda expresión cultural, es el reflejo de una época olvidada y
lejana que los uruguayos hemos borrado de la memoria colectiva. Pero ahí están las películas
para recordarnos cuán modernos fuimos, cuán salvajes, cuán cosmopolitas, cuán violentos y
creativos.

Almas de la Costa, una de las películas restauradas por Cinemateca mediante convenios
internacionales.

Bibliografía

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Duarte, Jacinto (1952) Dos siglos de publicidad en la historia del Uruguay, Montevideo, Talleres
Gráficos Sur.
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Saratsola, Osvaldo (2005) Función completa, por favor: un siglo de cine en Montevideo,
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Torello, Georgina (2013) “Cintas cartográficas. Itinerarios del cine uruguayo (1920-1929)” en
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Torello, Georgina (Ed.) (2018) Uruguay se filma. Prácticas documentales (1920-1990),
Montevideo, Irrupciones Grupo Editor.
Zapiola, Guillermo (1992) “El cine mudo en Uruguay”, en Héctor García Mesa (coord.), Cine
Latinoamericano 1896-1930, Caracas, Fundación del nuevo Cine Latinoamericano.

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