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Historia del parlache

Entre mentiras y exageraciones

De como un hablar de familia se volvió popular


Cuando los académicos lo quieren explicar todo, lo vuelven
nada

Por el tahamí Reinaldo Albeiro Rodas Torres


Jaibaná de las Letras, Jaguar de Amalfi - Antioquia y Man del Picacho

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“Aún entre los demonios hay unos peores que otros,
y entre muchos malos hombres suele haber alguno bueno”
Don Quijote de la Mancha

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Contenido

Contenido 3

La Mera Presentación 4

Dialecto antioqueño 8

Otros dialectos 16

Orígenes 20

Otras características 24

A la final 26

Bibliografía 27

3
La Mera Presentación

Después de leer, escuchar y ver en Yú-Tube muchas cosas que muchos


hombres y mujeres de buenas letras han escrito, dicho y conferenciado acerca
del parlache, pues me toca a mí, no porque quiera aportar nada a la discusión,
que el parlache no se discute, mas se parla.
Este texto que pongo aquí estará seguro lleno de parlache, pero haré
siempre el esfuerzo para que sea entendido a fuerza de lidias por el lector
castellano y, con miras a que se traduzca en lenguajes gringos y de otras
latitudes si es que de algo importara. Dado que soy un man ya de 50 años, un
mero cucho, aunque no acabado, el parlache que me viene a la testa no es ya el
contemporáneo, porque como todo sistema lingüístico vivo y enraizado en el
pueblo raso, este cambia y ya digo con eso una verdad de perogrullo para
quienes se creen que el parlache de cuando yo era chino es el mismo de hoy,
hablo de los años 70 a 80 del siglo pasado especialmente.
Otra cosa que hay que tener en cuenta sobre el autor de este ladrillo es
que llevo ya 20 años por fuera de la Madre Patria y por fuera de la tierra paisa,
con todo lo que ello implica. Por lo tanto, parcero que leés esto con harto juicio,
del parlache contemporáneo no podré dar mucho texto, pero sí del que hablé y
oí en mi lejana infancia en la olla del Barrio Doce de Octubre y a los pies del
sacro monte El Picacho, así como su estrecha relación con el habla campecha
de los pueblos antioqueños, particularmente mi cuna tahamíe, el municipio de
Amalfi-Antioquia y también mis lazos con el Cañón del Río Porce en donde
creció mi cucha y sus taitas.
Yo creo que esto le interese a algún letrado, porque según lo que he
detectado en mis muchas lecturas acerca del parlache, es que este nace por los
años 60, es decir, muy reciente a mi propio nacimiento, entonces querrán
saber qué fue lo que pasó, visto por uno de las comunas, especialmente que
creció entre vecindarios calientes, con balaceras que sonaban tanto como las

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vitrolas y con pesquisas de tombos tanto como de mafiosos en busca de mulas
y sicarios para sus luchas cotidianas contra la institucionalidad.
Que un cucho de 50 escriba un ladrillo sobre el parlache puede parecer
muy fuera de tiesto, pero les digo algo, en mi testa está también ese mismo
chino que vivió, vió, oyó y entendió en parlache y en las cosas que lo hicieron
desarrollar.
Para mí el parlache es más viejo que lo que dicen los letrados y yo lo
pondría hacia la década de los 30 con el advenimiento de la industrialización
de Medellín y la construcción de barrios obreros como Caribe, Castilla,
Manrique, Aranjuez y otros. Esos barrios fueron construidos con people venida
de los campos no sólo antioqueños sino colombianos en general. Con eso digo
que en la raíz del parlache, si bien el dialecto antioqueño es el principal
elemento de cocción, también hay mucho de otras regiones de Colombia, de
América del Sur, del Caribe y de grupos étnicos que por lo general se excluyen
del prototipo aceptado como paisa (el blanco), y estos son los afro-antioqueños e
indígenas antioqueños.
Ese origen del parlache, pues, es mucho más complejo del que los
letrados se imaginan y hunde sus raíces en el trasegar de la gente más humilde
de Colombia y América Latina hacia las grandes ciudades controladas por las
elites ricas. Por eso, echando cacumen yo, entiendo que el éxito del parlache,
así como de otras maneras de habla popular del castellano en el mundo, tienen
éxito y permanecen como maneras de expresión por pertenecer al mundo de la
identidad popular, de la mera people del campo y no solo porque este haya sido
expuesto por los medios de comunicación y la literatura, sin por ello restar la
importancia que esos espacios tienen para el mero desarrollo de caspas como
el parlache.
Claro que sí, el parlache pertenece a un ambiente urbano, pero tal
ambiente urbano es en sí marginal y como tales, está directamente ligado con
el trasfondo rural. Los campechos que llegan a la city, en la mera olla, llevados
del pútas, muchos de ellos perseguidos por gonorreas armadas que los sacaron
de sus parcelitas en donde se ganaban la yuca pa los hijos y llegan a una city
armada ya de cemento y orden social, en donde ellos tienen que parar palos en
las afueras a como dé lugar.
Para mí el parlache es el habla rural antioqueña traducida a la city
popular y en muchos casos de otros dialectos del castellano chibcha, adaptada

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al ambiente urbano de cities como Medallo y después de las otras cities de
Colombia como Cali y Bogotá especialmente. Esa adaptación del habla popular
campesina se basa en la nueva realidad que la familia campesina desplazada o
inmigrante encuentra en la city. En donde ellos encuentran cosas nuevas a las
que no saben llamar por los nombres ya craneados por las elites urbanas,
simplemente porque dichas élites no salieron a darles la bienvenida, como
debería, sino que salieron fue a darles garrote y chumbimba, a hacerlos
siervos, sirvientes, obreros de palustre, textileros, guisas, bolilleros, putas,
voltiados y otras cosas por decir.
El idioma no es sólo palabras, sino que es un mundo cultural. Y el
idioma no se habla lo mismo en todas partes y con los mismos sentidos.
Nosotros los que parlamos el castellano, sabemos muy bien esto, cuando nos
pillamos con hispano-parlantes de otros países y vemos que muchas veces no
capimos lo que ellos quieren garnar. Más aún, muchas veces no capimos
siquiera lo que dicen manes y chinas de otras latitudes del mismo país.
Recuerdo yo cuando fui de joven a una aldea afro-colombiana en el Pacífico
colombiano y dirigiendo dinámicas de integración con los chinos de esa región,
había un mansito que después les traducía lo que yo parlaba y eso era en la
mismísima Chibchombia que tanto se precia del “buen español”.
El idioma es un animal vivo y extendido. Más bien es un espíritu que
expresa el alma de un grupo humano. Por eso, a las diferentes formas de
hablar un idioma, lo llamo yo dialecto, aunque eso no cace con la idea que
tienen muchos cuchos y señoritas letradas. Dialecto, por ejemplo en Colombia,
es el costeño, paisa, rolo, caleño, pastuso y muchos otros más y no son los
lenguajes indígenas como nos decían antes. Un lenguaje indígena es un
lenguaje o parla y en cuanto se hace más difundido y adquiere una escritura
organizada, es un idioma todo legal. Pero el dialecto es una manera en la que la
gente parla dicho idioma o lenguaje.
El parlache ciertamente no es un dialecto, porque aquí viene la otra
clasificación: Una jerga popular es parte de un idioma o de un dialecto. Como
dije antes que el parlache proviene del dialecto antioqueño rural, entonces el
parlache, a mi modo de observar, es una jerga urbana derivada del dialecto
antioqueño rural con contribuciones de otros grupos lingüísticos.
El parlache seguirá vivo en tanto sigan vivos los elementos sociales,
culturales, religiosos y demás que le dieron vida. Si alguna vez Colombia llega a
un desarrollo integral de todas sus gentes, probablemente el parlache se

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difumine en otro tipo de jerga que exprese otro tipo de identidades y
expectativas.
Por último y para terminar esta mera presentación, dicen los letrados
que el parlache se origina en un ambiente de narcos, mafiosos, delincuencia
cosas de ese porte:
(...) Luz Stella Castañeda Naranjo, docente de la Universidad de
Antioquia y coordinadora del Grupo de Estudios Lingüísticos Regionales de la
misma institución académica, opina que cada época trae consigo sus propias
variaciones lingüísticas que corresponden a la lectura cultural y económica. En
el caso del parlache, es un argot que fue creado por los jóvenes de los sectores
marginales y populares de Medellín y de su área metropolitana, cuando fueron
permeados por la cultura del narcotráfico (Tangarife Cardona Rubén Darío,
2013, parr. 16).
En realidad, el parlache es más viejo que eso y, como pretendo
demostrar, el parlache no se restringe a ambientes del hampa o del mundo
subterráneo. La proliferación de las mafias, principalmente en Medellín y Cali,
tomaron como instrumento de comunicación al parlache que ya estaba definido
y lo utilizaron como modo de comunicación hermética. Las mafias se
apropiaron del parlache, porque estas se apropiaron de la juventud de los
barrios populares de Colombia. Esos jóvenes eran o son hijos de familias
rurales desplazadas hacia las cities. Esos jóvenes, atrapados de una u otra
manera por sistemas mafiosos, fueron los que llevaron el parlache a esos
ámbitos al punto de hacer concluir a muchos letrados que el parlache es el
lenguaje del hampa.
Ese señalamiento es peligroso porque descalifica las maneras de
comunicación de las poblaciones humildes, de los pobres, de los campesinos y
de los que habitan los barrios populares, haciéndolos ver como hampones y,
por lo tanto, justificando su represión por parte de núcleas de poder de Estado
y del mismo crimen organizado.
Entre mi niñez y mi primera juventud crecí en el Barrio Doce de Octubre
de Medallo, mera olla, y tuve la fortuna con muchos de mis amigos de
entonces, de sobrevivir oleadas de violencia, especialmente dirigidas hacia los
jóvenes. Participé de grupos juveniles, scouts, grupos de teatro, estudié en un
colegio popular y no fui un hampón, soplador, sicario, mula ni nada de eso.
Cuando recuerdo todos esos años, mi parla pertenece absolutamente al

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parlache de esa época y dicha manera de hablar y expresarme no tenía qué ver
con las mafias. Era la manera en la cual mi familia y nuestros vecinos, todos
procedentes de zonas campesinas antioqueñas y algunos de otras latitudes
colombianas, se expresan y describían el mundo social, cultural y político que
nos tocaba, con economías de rebusque, con grandes tragedias humanas a
nuestro alrededor.
Si los jóvenes de las comunas populares de Medallo, le entregaron el
parlache al mundo de la mafia - y es claro que muchos términos y formas
después se desarrollan dentro de ese mundo violento de las mafias -, habría
que ver a qué otros sectores otros jóvenes también populares que no se
involucraron con las mafias (como yo), llevaron su parlache y cómo dichos
parlaches no mafiosos e ignorados por los letrados, hicieron su contribución.
Me pongo como experimento de observación para ello. ¿A dónde llevé mi
parlache y cómo vive ese tipo de parlache a mis 50 años de edad y en donde
estoy?
Es posible trazarlo en la literatura, el arte, pero también en otros
ambientes sociales, culturales, rurales, indígenas y, en últimas, en aquellos
lugares en donde es necesario una reivindicación cultural. El parlache que sea
es en últimas la expresión de una lucha de clases, de un anhelo por mejores
oportunidades para los más oprimidos. Por lo tanto, allí en donde se expresa,
hay un grito oculto que hay que saber interpretar.
¿Sí o qué?

Dialecto antioqueño

El dialecto antioqueño se conoce más modernamente como dialecto


paisa. Esta expresión paisa es más bien un neologismo de por lo menos un
siglo de antigüedad y viene de los tiempos en los cuales el Estado colombiano
se organizó como una nación federal (1856-1886). Antioquia se llamaba Estado
Soberano de Antioquia y era en sí como un país. De ahí la expresión de algunos
antioqueños de la época como País A que dio la expresión Paisa. Paisa
también aparece como la contracción de paisano, el cual se refiere a la manera
como se refieren personas de una misma región. Posiblemente la estampa

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campesina del antioqueño en una región más urbana como Bogotá a finales del
siglo XIX hizo que los bogotanos comenzaron a referir como paisas a estos
llamativos campesinos arrieros de la montaña brava de Antioquia, los cuales se
distinguían de los bogotanos llamándose paisanos y paisas para ahorrar
saliva.
Sea la hipótesis que sea, difícil de demostrar porque no hay evidencias
escritas del origen de tal remoquete, el término se hizo popular especialmente
después de la segunda mitad del siglo XX y casi borró al original término
antioqueño, que es el término legal y estampado. La palabra paisa es, a mi
modo de ver, parte del léxico legítimo del parlache.
Antioqueño perdió vigencia en la parla popular porque cae en la
referencia a un grupo étnicamente diferenciado que excluye a otros que no sólo
habitan la región antioqueña, sino que también contribuyen a lo que se llama
de manera exagerada la raza antioqueña - que no hay tal raza. Por lo tanto, el
antioqueño como un remoquete cultural es más bien racista y clasista. En el
mito social del antioqueño está la raza blanca, rubia de origen escandinava,
descendiente más bien de vascos y catalanes, muchos judíos, gente de la
montaña brava, arrieros todos, católicos a ultranza, para nada o poco
mezclados con indígenas o negros. De este perfil viene la distinción de “pueblos
de blancos”, todos en tierra fría, de montaña, agricultores y arrieros, de
costumbres muy católicas y un habla muy bonita y descente y “buenas
familias” y “pueblos de negros” que reunen a todos los que no sean tan
blancos, de tierra calentana, en cañones y llanuras bajas, mineros, muy
disolutos y demás derrogativos o banderiadas. De ahí si hay una familia
Jaramillo y en esta hay blancos y negros, entonces se distinguían los
“Jaramillos blancos” y los “Jaramillos negros”. Todo era blanco o negro. Los
indígenas, según ladrillos oficiales de múltiples letrados desde la segunda
mitad del siglo XIX, que es cuando los antioqueños blancos comienzan a
cranerse una identidad que les permita construir una sociedad industrial sobre
la tela del Estado Soberano de Antioquia (blanco y europeo, claro), se extinguen
en la pluma, es decir, se reportan como desaparecidos en la mayoría de
registros. Banderiados de plumazo, desaparecidos en un soplo.
Los tahamíes, mis ancestros, por ejemplo, aparecen como extintos, sin
detenerse a pensar que no fue así. Que aquí estamos. Que nos hicieron olvidar
nuestra lengua, muchas costumbres (no todas), la religión y nuestra identidad
cultural, para volvernos campesinos mestizos negros de tierras calentanas. Nos
banderiaron por secula seculorum.

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El dialecto antioqueño no nace entre las elites blancas, preocupadas
ellas por conservar el castellano puro que los ligaba a España - todavía hoy
vemos el afan por esculcar los árboles genealógicos todos en la vieja España,
para garantizar un linaje andaluz, vasco, catalán, castellano, portugués y,
ojalá, alemán, inglés, polaco, danés… Miren esto por ejemplo:
La “ese” arrassstrada, el trato de vos, la exageración en la punta de la
lengua, la habilidad para confeccionar dichos y contar historias nos viene a los
paisas del encierro en las montañas, de los colonizadores vascos, catalanes y
aragoneses, y de los largos trayectos que recorrieron los arrieros, loma arriba y
loma abajo (Tangarife Cardona Rubén Darío, 2013, parr. 1).
Nadie busca raíces entre los ancestros indígenas o africanos, aunque
todos los tienen, incluso los más carapalida. Uh, qué bandera eso… que digan
que uno es nigeriano o nutabe, mucho menos que digan que uno es judío o
chino. Lo que no vemos es que entre todos los archivos parroquiales desde el
siglo XVII hasta el presente, nadie - muy pocos casos - hay indígenas,
africanos, judíos o chinos registrados y, aunque lo fueran, eran blanqueados,
españolizados, hechos gente de bien.
El dialecto antioqueño o, en parlache, el dialecto paisa, nació fue en las
minas de oro, entre los arrieros, entre los tambos del antioqueño negro, en los
resguardos indígenas de la vieja Antioquia. Son las gentes más humildes de
Antioquia las que hablan así: Duro, golpeado, con gracia, exagerados, con una
inventiva del idioma que mezcla palabras de los lenguajes indígenas, africanos
y claro que sí, español vasco, catalán, aragonés y por qué negarlo, moro y
sefardita.
Si un niño, hijo de un colono blanco del siglo XVIII en Rionegro o La
Ceja, comenzara a hablar en dialecto paisa, seguro los taitas de él le voltiaran
el mascadero, le darían un tren de zurra y hasta lo descedarían, porque “la
gente de bien, el buen católico, no habla como negros, nosotros somos de gente
muy educada, descendientes de españoles de pura sangre”. Pero todos los
mitos y leyendas, todos los tonos dialectales, exageraciones, modismos,
cuentos, los oyeron de indígenas y negros antioqueños, los verdaderos autores
del dialecto antioqueño, como bien vemos en Simón el Mago (1890) de Tomás
Carrasquilla con la negra Frutos:

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“A medida que yo crecía, crecían también los cuentos y relatos de Frutos,
sin faltar los ejemplos y milagros de santos y ánimas benditas, materia en que
tenía grande erudición; e íbame aficionando tanto a aquello, que no apetecía
sino oír y oír. Las horas muertas se me pasaban suspenso de la palabra de
Frutos. ¡Qué verbo el de aquella criatura! Mi fe y mi admiración se colmaron;
llegué a persuadirme de que en la persona de Frutos se había juntado todo lo
más sabio, todo lo más grande del universo mundo; su parecer fue para mí el
Evangelio; palabras sacramentales las suyas” (Carrasquilla Tomás, 1890, p. 5).
Los blancos antioqueños de siglos pasados ciertamente hablaron dialecto
antioqueño, pero en ámbitos populares muy concretos. Uno de ellos fue el
arriero. Como eran ganaderos, oficio este de terrateniente blanco que aún
subsiste en Antioquia y en otras zonas del país, el arriero ya entre vacas y
toros desahoga su represión social de buenas costumbres y se lanza a la parla
nativa como cualquier negro arrebolero o cualquier indio de canei.
Son los arrieros paisas blancos los que llevaron el prototipo del
antioqueño al resto del país, pero los originales, es decir, el paisa humilde, no
tan blanco, confinado a las minas, a la servidumbre o a los resguardos, los
auténticos creadores del dialecto paisa, quedaron muy en el anonimato. Los
bogotanos de la segunda mitad del siglo XIX, muy encerrados en su mundo
pseudo-urbano que ensueña más las cortes francesas que el vasto y selvático
territorio de su patria, conocieron de Antioquia a los blancos antioqueños de la
montaña alta y fría, con ínfulas de españoles exiliados, de costumbres muy
católicas, que les decían que los indígenas habían muerto todos y que los
negros eran unos inútiles y buenos para nada.
Así resuelve el “problema indígena antioqueño” el médico, botánico,
zoólogo, e ictiólogo don Andres Posada Arango ( 1839 - 1922) cuando escribe:
Los naturales, vencidos por la superioridad de las armas,
buscaron refugio en las selvas al ver que, derrotados en mil combates,
sus viviendas eran asaltadas y su libertad corría peligro. Algunos
retrocedieron de la barbarie en la que se encontraban a un estado
verdaderamente salvaje; los otros fueron exterminados o absorbidos por
las razas europea y africana que llegaron a ocupar el país; de modo que
la civilización indígena desapareció pronto, dejando apenas algunos
rastros (Posada Arango Andrés, 1971).
Esta idea del indígena extinto, que no sólo de Posada Arango sino de
todos los letrados blancos que a fines del siglo XIX trataron de construir una

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identidad cultural y étnica antioqueña, se repetirá hasta el sol de hoy y servirá
mucho a los terratenientes o nuevos colonos a través del siglo XX para
apropiarse de los territorios indígenas y negros. Si no existen, no tienen
derechos. Si no hablan un lenguaje indígena, no son indígenas. Si están
mezclados con otras razas, no son indígenas...
Carrasquilla, sin ser ajeno a esas tensiones, las resuelve al destacar a
Frutos como la poseedora del don de la palabra y de los secretos de una
tradición que aportó mucho a la cultura antioqueña. Esto contrasta y pone al
descubierto el racismo clandestino del que habla Uriel Ospina: que hace que las
familias adineradas del campo o de la ciudad miren de soslayo al negro o al
indio (Ospina, 1964:123). En contravía, don Tomás constata la presencia e
importancia de estos grupos subalternos (Henao Restrepo Darío, 2008, p. 42).
No es gratuito esa propuesta histórica que habla de la raza antioqueña,
la cual es una construcción esencialmente blanca y excluyente de los demás
grupos antioqueños como el negro, el indígena y otras minorías como los
judíos, chinos, árabes y gitanos. Cuando alguno habla de la “raza antioqueña”,
se refiere exclusivamente a los blancos:
“Los antioqueños blancos, apegados a pergaminos de familia (a pesar de
que vienen todos de las indias locales, pues los españoles no trajeron
mujeres), contestaron con el mito de la raza antioqueña. Entre 1880 y
1930 se afirma la idea de que los antioqueños son una “raza superior”,
distinta a la del resto del país. A pesar de que la población era mezclada,
con blancos, negros, mulatos y mestizos, muchos escritores exaltaron
esta ‘raza’, predestinada para dominar a Colombia. Apoyados en el nuevo
auge económico regional de 1890 a 1940 (café, oro e industria),
respondieron a la desconfianza ajena diciendo que eran mejores. Ya
hacia 1920 un escritor decía que Medellín tenía la catedral más grande y
el teatro más hermoso de América Latina, el ascensor más rápido, el
mejor café del mundo. Hoy, en Wikipedia, vemos que nuestro orgullo
crece, y que la Universidad de Antioquia tiene más páginas que la de
Oxford, Medellín que Nueva York o Álvaro Uribe que Charles de Gaulle”
(Melo Jorge Orlando, 2020).
Todavía encontramos manes que creen eso, que los antioqueños son
blancos, descendientes más que todo de españoles. En Wikipedia escribieron lo
siguiente sobre la composición étnica de los antioqueños:
“Un estudio publicado en Proceedings of the National Academy of
Sciences, desarrollado por el laboratorio de Genética Molecular y los

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departamentos de Historia y Psiquiatría de la Universidad de Antioquia
(Bedoya, Gabriel et al, 2006),​ determinó que a nivel de autosomas la
población antioqueña es aproximadamente 64%~71% de origen europeo,
17%~24% indígena americana y 11.7% africana, esto debido a la
continua inmigración de españoles durante los siglos XVI y XVII que
fueron integrándose a las primeras poblaciones mestizas de las
montañas del valle de Aburrá y el oriente antioqueño. La población
afrocolombiana que habita en Antioquia la constituyen 598 006 personas
según el censo del 2005, lo que representa el 10,9% de la población total.
En el departamento tienen asiento las comunidades indígenas Emberá
(Katío, Chamí), Zenú y el pueblo Tule o Kuna, todas ellas con historias y
condiciones culturales específicas que amplían la diversidad étnica de la
región. La mayoría de las comunidades afrocolombianas e indígenas se
encuentran ubicadas en el Urabá, Bajo Cauca y el Magdalena Medio,
algunos son pueblos que tienen sus orígenes en la Región Caribe y la
Pacífico, además de los nativos de Antioquia (Gobernación de Antioquia,
2013)” (Wikipedia, 2021).
Estos porcentajes escritos como “origen europeo”, “afrocolombiana” e
“indígena”, generados desde las academias medellinenses, parecen un poco
sospechosas de falta de rigurosidad científica o, al menos, de una integración
más estricta de todos los grupos poblacionales de lo que comprende hoy por
hoy el territorio del departamento de Antioquia con una población que no es
tan numerosa de 6 millones 690 mil 977 paisas según censo DANE 2018. El
estudio en inglés de Gabriel Bedoya y otros (Admixture dynamics in Hispanics:
A shift in the nuclear genetic ancestry of a South American population isolate)
quiere demostrar que la población antioqueña es mayoritariamente blanca y
que es, además, un aislamiento genético. Pero el estudio se centra en sus
experimentos genéticos en el Oriente Antioqueño, el cual es una región
evidentemente de población blanca y no toma en cuenta otras regiones de
Antioquia. El afán de demostrar de que el antioqueño es blanco y, aún más,
aislado genético, sigue la lógica del mito de la raza antioqueña (blanca) con la
ambición de hegemonía social, política y econòmica en Colombia, al presentarlo
como una “raza mejor”, es decir, es una intención estrictamente racista. Hacer
un estudio como ese no es desacertado, pero podría ser más honesto al revelar
que el estudio se hace en el Oriente Antioqueño, el cual no representa ni a toda
Antioquia ni a toda la región paisa colombiana.
Ciertamente y como he sugerido antes, las poblaciones blancas desde los
tiempos de la colonia prefirieron asentarse en tierras altas de montaña, que les
recordaban sus territorios originales europeos más fríos. Estos grupos blancos

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de montaña alta son además los que conformaron las principales elites de
dominio y las clases media y alta de la región en la actualidad.
Esto dejó los territorios calentanos libres para los afro-paisas e
indígenas, además que en tierras calentanas se ubican en su mayoría las
minas de oro. Quienes trabajan en las minas, terminan siendo por lo general
los más desposeídos, como una gran ironía, como vemos hoy con el
departamento del Chocó, una de las minas de oro más productivas del mundo,
pero su población nativa en la pobreza. Los antiguos pueblos mineros de
Antioquia (Zaragoza, Segovia, El Bagre…) son hoy por hoy regiones marginales
del desarrollo económico nacional.
En la actualidad, Medellín como una ciudad industrial, es el principal
destino migratorio de su región, lo que permite observar a todos los grupos
étnicos de todos los rincones del departamento. Si los estudios genéticos se
dirigen a grupos de clase media y alta y provenientes de tierras altas como las
zonas tradicionales de Medellín, el Oriente Antioqueño, el Norte de Antioquia
(Santa Rosa de Osos, Yarumal…), es certero que los genes europeos serán
prevalentes.
El antioqueño en su conjunto es estrictamente mestizo, con unos grupos
poblacionales más blancos, otros más negros, otros más indígenas, pero todos
con genes de todos. Eso me parece más preciso y creo que se debería seguir
con estudios cientìficos precisos que desvelen la realidad y acallen el racismo
socarrón de muchos.
Yo mismo me sometí a una prueba de ADN para poder determinar mi
composición racial. Uno de los motivantes era saber si tenía sangre semita,
una de las ideas con las cuales se señala al antioqueño en general. No sólo
tengo sangre semita (lo que me llena de orgullo), sino que tengo las tres razas
en proporciones iguales, lo que me hace aún más orgulloso.
Al hablar de la “raza antioqueña”, el mismo Carrasquilla la describe así,
con un dedicado cuidado por demostrar que es una “raza pura”, española, sin
“contaminaciones de moros o judíos”, mucho menos de nutabes y africanos:
“Colonos sencillotes, pacíficos y labradores (...) campesinos [que] no
venían con la espada destructora, ni con la cruz salvadora, ni en busca de
Potosíes y Pactolos: venían con su azadón y su arado, a ganarse la comida con
el sudor de su frente como Dios manda. (...) Eran casi todos, de ese norte de

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España, en donde predicó el apóstol Santiago, adonde no llegaron los moros
beréberes, con su profeta, sus molicies y sus amores, ni los judíos con sus
usuras y sinagogas. En aquellas comarcas existían, y existen aún,
concentración de catolicismo y monarquía y la pura cepa y la sustancia de la
raza goda. Son nuestros antepasados. Aquí fundaron sus labranzas y cortijos,
bajo el mando del Gobernador de la Provincia, cuya cabeza era Santa Fe de
Antioquia; aquí vivieron en el santo amor y temor de Dios y de su Majestad el
Rey Nuestro señor” (Carrasquilla, 1958: 802).
El antioqueño es asociado con la montaña brava, la cual comprende el
territorio más septentrional de la Cordillera Central, una de las zonas más
escarpadas del mundo, pero también rica en minerales, agricultura y ganado.
Es fácil entender que las migraciones europeas hacia Antioquia desde el siglo
XVI prefirieran las altas mesetas de la Cordillera Central (la Montaña
Antioqueña), no sólo por las riquezas naturales sino por ser más frías y
similares a los climas europeos. Hoy por hoy se puede ver la proliferación de
flora europea como el pino, traído por antiguos colonos para hacer ver la
montaña ancestral como más europea. Como en el resto de las dos Américas,
trajeron desde Europa toda la fauna doméstica (aves, cerdos, ganado) para
sentirse más cerca de su Madre Patria, es decir, España. En el siglo XVII un
grupo migratorio del norte de Europa, escandinavos de países como Finlandia,
Suecia, Dinamarca, que habían llegado a España en su huida de la hambruna
que los azotó, llegaron a las montañas antioqueñas a colonizar y ellos son los
que trajeron los cabellos rubios a muchos campesinos de pueblos como Santa
Rosa de Osos, Yarumal, Rionegro y otros más de las mesetas pobladas por
blancos.
Pero Antioquia, ciertamente no es solo de blancos y de altas montañas.
Se trata de un territorio quebrado que tienen todas las altitudes posibles,
desde el nivel del mar en Urabá y la cuenca del Atrato hasta el Valle del
Magdalena, el Bajo Cauca y cañones como el Porce. Todos esos territorios son
llamados tierras calentanas y son vistos con desdén por quienes viven en
tierras altas y frías. Los calentanos son vistos como perezosos, disolutos, feos,
ignorantes, mal hablados, salvajes, negros, indígenas... Un ejemplo ya a nivel
nacional es la manera en la cual el colombiano de las zonas andinas se refiere
al colombiano de las costas Atlántica y Pacífica. Vos encontrás en Bogotá o
Medellín personas que expresan la imposibilidad de vivir en tierra caliente.
Cuando bajan a tierras calentanas, expresan permanentemente el “terrible
calor” que sienten, que “se van a asfixiar”, que “no pueden con el calor”, que
“van a terminar hablando como costeños”, que “no ven la hora de volver al

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friito de ellos” y cosas así. Todos esos elementos son un racismo hipócrita que
quiere decir que “vivir en tierra fría es ser Europeo” y vivir en tierra caliente es
“ser negro”. Los “negros están hechos para el calor”, piensan. Eso mismo lo
vemos expresado en muchos europeos que ven el mundo desde sus urnas de
cristal, que piensan que África “es un país”, que allí “hace mucho calor” y que
“todo es selva”.
La palabra paisa, que como digo es para mí una palabra del parlache,
rompe bien ese esquema tradicional racista. Un paisa no es solo un blanco de
tierra fría, sino que es un man o una mujer que se inscribe dentro de un
ámbito cultural propio.
Hay paisas blancos, rubios o monos como decimos en parlache. Hay
paisas negros, venidos del mero Chocó, que es una región legítimamente paisa,
porque de allí han venido muchas de las riquezas de las que goza Medellín. Hay
paisas que nacieron en resguardos indígenas. Hay paisas niños, jóvenes y
viejos, manes y damas, ricos y pobres, buenos y malos, vivos y bobos.
Paisa no es una raza, sino un corazón que une a la montaña con el
cañón, al río con el mar, al negro con el blanco, al tahamí con el judío.
¿Sí o qué?

Otros dialectos

Hay que cranear mucho en la influencia de otros dialectos o jergas


populares en el génesis del parlache.
Primero es importante anotar que los otros dialectos colombianos tienen
participación, porque Medellín a partir de los años 30 del siglo XX comenzó su
propia revolución industrial, lo que le hizo atraer no sólo a campechos paisas,
sino también de otras regiones de Colombia y de países cercanos como
Ecuador y Venezuela.

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Uno de los dialectos que veo yo que tiene una fuerte relación con el
dialecto paisa es el costeño del Caribe, que, por cierto comprende un territorio
muy vasto de 3.208 kilómetros de costa desde Urabá hasta La Guajira.
Hay que ver que el departamento de Antioquia es uno de los últimos
departamentos andinos (aunque tiene territorio en las planicies caribes) antes
de dar paso a esta importante región colombiana. Incluso hay paisas costeños,
lo que quiere decir que ellos hablan uno de los dialectos costeños. Quienes
piensan que los antioqueños de Urabá no son paisas porque tienen un acento
más costeño, desconocen la historia ancestral antioqueña de arrieros y
colonos, que han recorrido regiones como estas, el Bajo Cauca, el Valle del
Magdalena y se han asentado y unido a los nativos. El acento no es el único
elemento de identidad de un pueblo o de una cultura.
Es lógico saber que muchas familias campesinas de la Costa Atlántica,
especialmente de Urabá y los departamentos de Córdoba y Sucre, emigraron
también a Medellín a partir de los años 30 del siglo XX.
Una prueba de esa influencia costeña en Antioquia es el gusto innato de
muchos paisas por la música vallenata, así por muchas costumbres y maneras
de ser que se identifican con el costeño, como el amor intenso que todo paisa
sienta por el mar, aunque después se quieran morir de calor. No es gratis que
cuando se crearon los departamentos de Caldas, Risaralda y Quindío,
escindiendo así una parte ancestral de la tierra antioqueña, al menos en mapas
políticos que no culturales, los antioqueños se aferraron a su pedazo de mar y
uno muy especial y rico: El Golfo de Urabá. Che, nadie armó un bochinche por
eso, porque todavía estaban muy bitches y hay que ponerle cañaña a la cosa.
Al mismo tiempo, los dialectos parlados en el Pacífico Colombiano,
especialmente del departamento del Chocó, tienen una gran influencia en el
dialecto antioqueño, porque dicho departamento tiene una relación estrecha
con Antioquia. Aparte del inmenso daño destructivo de colonos paisas en
búsqueda de oro y madera en las exuberantes selvas del Chocó, los chocoanos
emigran hacia Antioquia como primer destino en búsqueda de un mejor futuro.
Los chocoanos no son tan agayudos y cuando están juntos les da una arrechera
y no me buje.
Hoy en día podemos ver como la colonia chocoana de Medellín se tomó el
Parque de San Antonio y eso es completamente legítimo y justo. El Chocó, un
departamento abandonado por el Estado de manera histórica, uno de los

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principales productores de oro para el mundo (qué terrible paradoja), es
también una potencia cultural con la música, la naturaleza y la educación. Se
pueden encontrar profesores chocoanos en todo el país y presentes en regiones
como el Amazonas. El chocuano, una palabra indígena que hace referencia a
los chocoes, es sinónimo de afro-colombiano. Recuerdo en mi escuela que a los
compañeros más negritos les decíamos chocuanos y también recuerdo a varios
profesores míos, chocuanos, que nos dejaron un gran impacto en nuestra
mente infantil, como profesores de una gran dedicación. El profe Fermín Mena
nos dio química: Era alto, de una barba bíblica y canosa, unas gafas inmensas
y siempre llevaba un delantal de laboratorio. Su acento chocoano no impedía
ese hablar claro y preciso, lúdico y cadencioso que nos hacía aprendernos la
tabla periódica de los elementos. Ya no volví a ver a mi entrañable profesor
Mena, pero nunca lo olvidaré.
Así mismo tuvimos una profesora que venía de Turbo y nos dio clases de
biología. Una vez nos enseñó sobre las enfermedades de transmisión sexual.
Una a una las describía y era tan ilustrativa la seño, que cada cosa era la mera
risa. Pero la enfermedad de transmisión sexual que más nos quedó sonando
era la gonorrea. Nos dijo cómo la gonorrea se pegaba a los genitales y que podía
incluso salir de allí y llegar a la boca y que causaba una gran comezón y que
era tan terrible que a uno le provocaba tirase por el balcón. ¡Ah, qué gonorrea!
No digo que la expresión gonorrea saliera de mi clase con la profe de Turbo.
Seguro ya esas clases habían hecho impacto en otros y a nosotros, los niños de
esos años 1976 a 1986 nos creó una impacto lingüístico. Esa expresion de
mucha gonorrea no nació en ninguna bandola de narcos como insinúan los
letrados que dicen que el parlache nació de la mafia, sino que esa expresión
nació en nuestras clases de biología y nuestra mente paisa, campeche que se
apropia de espacios urbanos, la definió como una manera de expresar lo
gonorrea que puede ser una persona, una situación o un problema. Después,
los virus que producen la enfermedad, como el gonococo, entraron también a
hacer parte de la realidad lingüística: Usted puede ser todo un gonococo,
porque usted es quien causa la situación gonorreística.
La interacción entre Medellín y las otras dos principales ciudades de
Colombia, Cali y Bogotá, también es importante en esta génesis del parlache,
porque el proceso de industrialización del país y a la vez la dinámica de la
violencia rural, que no es otra cosa que el despojo de la tierra por parte de
movimientos neocolonialistas, causó que los campesinos se desplazaran a los
principales centros urbanos de Colombia en mayor o menor medida. No existe
ninguna diferencia esencial entre los sectores populares de todas las ciudades

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colombianas, desde la Costa Caribe y el Pacífico hasta las selvas amazónicas,
porque los barrios populares colombianos y latinoamericanos están
conformados por el mismo factor humano: Campesinos convertidos en obreros
y sirvientes de las elites, clases oprimidas y desposeídas de la tierra ancestral.
Que el parlache antioqueño llegara a las comunas populares de Bogotá,
Cúcuta, Cali y muchos otros centros urbanos del país, prueba que las familias
pobres de Colombia encontraron una manera de expresar sus identidades y
que dicho lenguaje no es necesariamente relacionado o creado por el hampa,
como sugieren ciertos letrados, sino que es un lenguaje creado por el pueblo
raso.
Trazar la influencia de otros dialectos es teso, porque no es fácil, pero a
la vez fascina que podemos encontrar lazos de unión con realidades sociales y
culturales de otras latitudes de Colombia y Latinoamérica. De nuevo nos hace
pensar en el idioma como un espíritu que extiende sus brazos más allá de
fronteras, se enriquece y enriquece y logra despertar la esencia del ser
humano. Un ejemplo es el término parce y parcero el cual procede del
portugués de Brasil y que traduce en castellano compañero. La explicación que
los señoritos letrados pueden dar, de cómo una palabra portuguesa hizo
camino en las comunas populares de Medellín, es a través del narcotráfico. No
pueden ver otro camino de relación entre dos países vecinos que ese. Es como
si ignoraran varios otros posibles escenarios y uno es que Colombia comparte
con Brasil 1.645 kilómetros. Claro que todos esos kilómetros esa través de las
selvas amazónicas, que para muchos manes de ciudad, especialmente de la
zona andina, significan una muralla de separación permanente entre ambos
países suramericanos. Para muchos chibchas, Brasil es en realidad un país
muy lejano.
Pero eso no es así. En esos 1.645 kilómetros de extensión hay
colombianos y brasileños que viven palmo a palmo. Que comparten territorios,
espacios, selvas, ecosistemas, culturas, parrandas, parcería… Y muchos de
esos habitantes también emigraron hacia las grandes ciudades chibchas desde
hace muchas décadas, lo que incluye colombianos indígenas y brasileños a los
cuales las ciudades chibchas de Bogotá, Medellín, Cali y otras les quedaba más
cercanas que Río de Janeiro o Brasília. Basta con ver muchas familias paisas
actuales con apellidos portugueses y no saben de dónde vienen: Aguilar,
Andrade, Castro, Gomes (con S y sin tilde), Melo, Pereira y muchos más.
El lunfardo, una jerga similar procedente de Buenos Aires, Argentina, es
otro ejemplo. Vemos como Medellín es llamada la “Buenos Aires de Colombia” a

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causa de su amor hacia el tango, al menos desde la década de los 20 hasta casi
finales del siglo XX. Incluso fue en Medellín en donde murió el ídolo del tango,
Carlos Gardel. El Barrio Buenos Aires no se llama así porque desde esa loma
se respiran buenos aires, sino que es un homenaje perenne a la capital
argentina. La Tango Vía en el Barrio Manrique no es una coincidencia. El
desaparecido Barrio Guayaquil, que era el auténtico corazón de Medellín,
tronaba día y noche con milongas y la voz de oro del gaucho.
Todo esto lo podemos ver en la novela de Manuel Mejía Vallejo, Aire de
Tango, libro escrito en puro parlache de los 70 con un gran tono lunfardo:
“Nació el día en que allí en aeropuerto se tostó Carlos Gardel,
como si quisiera asomarse a ver el choque. Tal vez porque decían:
- Murió Carlitos, naciste vos, le cogió rabia y queredera a esto de tangos y
milongas. Desde patojo se las aprendió, era dicha de las tías verlo en
arranques de guapo a destiempo. Hasta que un día un tío marica y
trasnochero le dejó un cuchillo” (Mejía Vallejo Manuel , 1979, p. 7).
No puedo saber por qué todos estos que sabedores letrados que estudian
el parlache, no hacen referencia a autores como Manuel Mejía Vallejo y, más
cucho aún, Tomás Carrasquilla y otros, que dan buenas pistas sobre sus
orígenes. Para mí, Aire de Tango está escrito en parlache y utiliza palabras de
esa época de entre los años 30 y 70 del siglo XX. Otros que habría que revisar
son Fernando Vallejo, Helí Ramírez y miles de otros, no solamente las bandolas
que suelen consultar.
¿Sí o qué? Ah, qué elegancia...

Orígenes

A este punto ya he dado algunas ideas sobre los orígenes del parlache,
que es una mezcla entre mi propia curiosidad de estudioso del tema y mi
propia experiencia como parlante nativo de parlache en el Barrio Doce de
Octubre de Medallo.
Ya insinué que el parlache es una jerga urbana, hija legítima del dialecto
paisa, el cual es un dialecto antiguo creado por los indígenas, afro-paisas,

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mineros, arrieros y en general por un mundo rural de esta región paisa con
otras contribuciones.
El parlache es una manera en la cual las gentes oprimidas del campo
comenzaron a asumir el espacio lingüístico de una city como Medellín,
especialmente cuando se vieron lanzados a ella en calidad de desplazados de la
violencia, de migrantes en búsqueda de mejores oportunidades económicas y
primero les crearon barrios obreros (Barrio Caribe, Castilla, Manrique,
Niquía…) y después, el exceso de población que comenzó a llegar por los años
30 del siglo XX hasta nuestros días (siguen llegando mientras continúe la
violencia), se arrumaron en los llamados barrios de invasión, colgados de las
laderas de las montañas del Valle de Aburrá.
El parlache nace en ese contexto, como la sopa en la cual se juntaron las
expresiones lingüísticas de los diferentes grupos humanos rurales procedentes
de todo el territorio paisa, de muchas partes de Colombia e incluso de países
vecinos como Venezuela, Brasil, Ecuador...
Nací en Amalfi-Antioquia el 10 de octubre de 1970, hijo de un agente de
la policía y de mi cucha, una mujer crecida en el Cañón del Porce, todos del
Nordeste Antioqueño, la tierra de nuestros ancestros Tahamíes.
Ese mismo año mi cucho fue trasladado a Medellín en su camello de
tombo y, como todos los de su clase social baja, llegamos a vivir de renta
primero en el Barrio Castilla y después, gracias a un crédito de Estado,
adquirió un rancho en el Barrio Doce de Octubre. Cuando llegamos al Doce de
Octubre, era como por allá el año 1976 y aún todo estaba en construcción.
Hicieron miles de casas a los pies del Cerro El Picacho, un monte con la
imagen de El Salvador en la cúspide. Antes de la construcción de casas, era
una ladera natural muy hermosa por la cual descendían cristalinas aguas
hacia el río Medellín. Todas esas hermosas quebradas que eran el destino de
paseos de olla de antiguas familias blancas de El Poblado, se convertirían
pronto en cloacas contaminadas y en botaderos de muertos por las batallas
entre bandolas.
En la cuadra en donde vivíamos - cuadra es calle en parlache, un
término que creo proveniente de caballos, todas las familias que allí se
asentaron venían de pueblos antioqueños de todas las latitudes y algunas
familias costeñas. Cada una de esas familias tenía su propio argot lingüístico,

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que comenzamos a compartir, a resignificar el nuevo mundo urbano o
pseudo-urbano en el cual estábamos.
Recuerdo muy bien que el acento que teníamos nosotros, mis cuchos, mi
hermano y yo, reflejaba el dialecto paisa del Nordeste Antioqueño y que en
nuestros juegos de niños, a pesar de estar creciendo supuestamente en la
ciudad, para nosotros era claro los pueblos originales de nuestros cuchos o de
dónde habíamos nacido. Yo era el amalfitano, aquel era de Rionegro, aquel otro
de Maceo, aquel era el costeño y el chocoano y el valluno... Lo mismo pasaba
en la escuela. En sentido estricto, nuestra identidad era la de migrantes y
pocos nos sentíamos ligados a Medellín en sí, que era un territorio lejano, más
al sur, a donde nuestros cuchos iban a camellar desde temprano en el día y
regresaban tarde de la noche en medios de transporte urbanos que eran un
martirio diario.
Cuando llegaban las vacaciones, muchas familias iban a sus territorios
ancestrales y no ir era para los niños una desgracia. La casa de los papitos
(que es como llamamos en Antioquia a los abuelos) era un territorio añorado,
visitar el campo, ver animales, sentirse paisa de racamandaca, todo eso llenaba
nuestros sueños, aunque muchos de nuestros cuchos hubiesen tenido que
abandonar esos pueblos por razones que nuestras mentes infantiles aún no
entendían.
Hoy en día, los jóvenes de Medellín, incluidos los de las comunas
populares, se sienten muy orgullosos de la ciudad y hablan de Medellín como
si esta fuera la mejor ciudad del mundo. En mi tiempo, esto no era así, porque
nuestro orgullo estaba en los pueblos que dejaron nuestros padres. Medellín
era para nosotros un territorio muy difícil, en donde éramos pobres y
marginados, en donde no había propiamente diversión y estábamos sometidos
a la violencia urbana. La diversión nacía en las canchas de fútbol o fútbol en
las calles, en los parches santos o no tan santos en las esquinas, en los bailes
en las casas de algunos en donde conocíamos las lides del amor, pero también
los inicios del vicio o de las revelaciones.
En el pueblo, en las vacaciones, éramos libres. Podíamos explorar el
campo, salir de noche hasta la hora que quisiéramos sin los temores de la
mamá, conocer las faenas del campo, ser auténticamente nosotros, los hijos de
los paisas, los que hablan su dialecto ancestral, bebidos en términos
indígenas, con cuentos y leyendas ancestrales.

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Cuando regresábamos a Medallo, que no Medellín, nos parchabamos con
los de la cuadra para recontar nuestras experiencias en nuestros territorios
perdidos (el paraíso perdido a causa de la violencia o la falta de oportunidades).
En esas anécdotas recorríamos con nuestra imaginación los territorios de
nuestros parceros. Íbamos de Amalfi a Venecia-Antioquia, de Cañasgordas a
Urrao, de Puerto Berrío a Turbo, de Caucasia a Riosucio, de Anserma a Honda.
Actualizábamos nuestro parlache con términos de nuestros pueblos y
creábamos términos para definir la realidad.
Muchos parlan del parlache como si fuera una colección de palabras,
pero olvidan que también este tiene que ver con el tono, el doble sentido, los
gestos y muchas otras cosas. Los que hablábamos con tono paisa, fuerte y
rítmico, atraíamos la atención de todos. Recuerdo en mi escuela que muchos
me decían el paisita por mi manera de parlar y era apenas un chino de 6 a 10
años. Los profesores eran la conexión que los chinos teníamos con el mundo
occidental, es decir, con el Medellín lejano y civilizado, incluso si la mayoría de
los profes eran cuchos también migrantes. En el colegio tuve profesores
chocoanos, de Urabá y de los pueblos antioqueños. Pero los profes eran los que
nos trataban de enseñar a vivir en la ciudad. Recuerdo a una profesora de
Urabá que se esforzaba porque habláramos “correctamente”, con una
pronunciación según ella clara y seria. Muchos términos que solíamos utilizar,
ella nos los corrigió y fue en la escuela en la que tuvimos como chinos los
primeros encuentros con esa cultura occidental de imposiciones, la misma que
no acepta lo diferente y lo trata de uniformar, pero al mismo tiempo no le
ofrece las mismas oportunidades que tiene la elite.
En mi participación en obras de teatro costumbrista en la escuela, me
sentía en mi salsa, porque ahí podía ser yo mismo, hablar montañero, paisa,
en parlache, sin los controles de la academia.
El parlache surge entonces como un instrumento de defensa de nuestra
identidad cultural paisa, apabullada por los avances de la industrialización.
Cuando los grupos mafiosos comienzan a actuar en las comunas populares, ya
había un parlache y, por lo tanto, no fue este creado por mafiosos o sicarios,
sino que el parlache es asumido por todo ese sistema narcotraficante al
incorporar a los jóvenes de los barrios populares. Obviamente, dentro del
mundo del narcotráfico, este tendrá su propio desarrollo y asumirá términos de
connotación violenta, como es hoy por hoy más conocido.

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Pero defiendo que el parlache también entró en otros ámbitos y que no se
circunscribe al mundo de la mafia. Por eso escribo este ladrillo para que quede
una constancia que no todo lo que se dice del parlache es certero, llave.

Otras características

Cuando alguien habla del dialecto paisa, tiende a señalar que está lleno
de vulgaridades y doble sentido. Basta con oír muchos temas de música de
carrillera. Pero el habla vulgar y de doble sentido no es solo propio del dialecto
paisa, sino que es fácil detectar vulgarcitos en todos los dialectos colombianos
y latinoamericanos. Una cosa que me dejó grogris cuando aprendí gringo, fue el
saber que los gringos hablan mucha grosería y de palabras mayores. Las
películas que vemos dobladas al castellano, en realidad no hacen ningún
esfuerzo en traducirlas, sino en tapar los boquisucios que gritan sin
ruborizarse parolas como fuck a cada rato.
Por lo tanto, acusar al parlache o al dialecto paisa de grosero no dice
nada y suena hipócrita. Es cierto que entre más popular se parle, más vulgar
se puede ser y más se pierde la compostura. Mire usted, Tomás Carrasquilla
pudo escribir cuentos en dialecto paisa con mucha gracia y no le hizo falta
escribir una palabra de alto grosor. Lo mismo el Miguel de Cervantes
Saavedra… en ninguna parte hay la mención de una palabra que pueda ser
censurada o dada de baja por la más estricta censura del buen parlar.
En mi rancho, allá en el Doce de Octubre, mera olla en donde nacen
muchos y se crían pocos, mi cucha siempre nos enseñó a mi hermano y a mí a
no decir vulgaridades al menos dentro de su techo. Por lo tanto, es posible
hablar parlache sin decir vulgaridades.
La religiosidad es otro elemento esencial que quiero resaltar. Los paisas
siempre hemos sido tenido en cuenta por ser muy rezanderos y de mucha
camándula. Triste pues que en una tierra que tanto reza y en donde muchos se
dicen católicos, haya tanta maldad y bandolas. Aún en medio de tanta
violencia, los sicarios parecen tener mucha fe a la hora de quemar y dar plomo.
De eso ya parló Fernando Vallejo en su clásico ladrillo La Virgen de los
Sicarios, que también fue quemada en cine.

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Habría que estudiarse más el por qué una población que se precia de ser
tan religiosa, llegue a tales extremos. Algo pasó. Claro que ahora hay una crisis
de fe y muchos ya no creen ni en la cucha de ellos.
La religiosidad paisas viene de muchas vertientes, que no sólo del
catolicismo colonial. También tiene que ver con los espíritus que viajaron con
nuestros ancestros africanos en los galeones esclavistas. Y, muy fuertemente,
con nuestros ancestros indígenas, los mismos que nos dejaron lo que llaman
unos los mitos y leyendas antioqueñas.
En el parlache se expresa un respeto por Dios y lo divino de una u otra
forma. Jesús es llamado Chuchito bendito y la Virgen María es una cucha,
querida como toda cucha por todos.
Insinúan unos que el parlache fue para hablar en clave, para que los
hampones se puedan decir cosas que solo ellos saben. No creo mucho esto,
porque si uno oye a un man dando mucho visage y parlando de más, no creo
que eso sea muy seguro para él si es que trata de dar claves de esa forma. Si
un man comienza a parlar en parlache, atrae más la atención. Así que esa idea
no es muy práctica.
Cuando yo terminé el bachillerato y entré a estudiar en la UPB, tuve que
hacer un gran esfuerzo para evitar parlar en parlache en ese espacio de clase
media, blanca, de Medellín. Fue la primera vez en mi vida que entré en
contacto directo con una clase media blanca. Fue una experiencia bacana
porque mis nuevos parceros me recibieron muy bien en amistades que
subsisten hasta el sol de hoy. A veces creo que ellos me miraban como a un
espécimen en una época muy difícil, la década de los 90, en donde el Cartel de
Medellín estaba en guerra frontal contra el gobierno, todos los muchachos de
las comunas populares éramos vistos como potenciales sicarios y había mucha
descriminación.
En esa época si uno iba a buscar camello para sostenerse los estudios y
si ponía uno la dirección del rancho, como el mío que queda en la Olla del Doce
de Octubre, le negaban a uno el camello de una y sin compasión.
Caminar por la calle era tensionante en el barrio, porque los tombos
vivían haciendo redadas y era peligroso porque se dieron muchas masacres,
muchas de ellas no registradas.

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Entonces hablar en parlache era como una sentencia de ser despreciado
en el resto de la sociedad medellinense. Uno tenía que cuidarse de no ser
detectado por los demás como habitante de esos barrios que eran visto como
campos de guerra. Por eso, decir que el parlache era utilizado para dar claves
secretas es algo exagerado. Habría que ver el contexto de quien expresó tal
idea.

A la final

A la final, podemos parlar sin tapujos del parlache. Estudiar este ladrillo
no es para observaciones desde el exterior. Hay que meterse en la jugada. El
parlache no es simplemente un vocabulario. Es la expresión de una historia, la
clave de unas luchas de people que le tocó salir de sus ranchos y vivir en la city
sin nada.
El parlache nos revela uno de los elementos de identidad del paisa
humilde, que no es estrictamente blanco como se trató de construir con los
letrados blancos de la segunda mitad del siglo XIX que intentaron crear una
identidad antioqueña de origen española. El parlache nos conecta con el origen
del pueblo antioqueño que es blanco y es negro y es indígena, que viene de las
tierras frías de alta montaña como el Oriente Antioqueño, pero también de
tierras calentanas como el Cañón del Porce, el Bajo Cauca Antioqueño, el
Magdalena Media, Urabá, las comunas populares de Medallo…
El parlache no fue creado por los mafiosos, aunque es cierto que la crisis
causada por las mafias, especialmente entre la década de 1980 y 1990, le dio
una visibilidad al parlache, porque las mafias usaron y abusaron de los niños y
jóvenes de las comunas populares para sus guerras en contra del Estado y
para el crecimiento de su negocio criminal.
Esto nos lleva a darle un valor cultural y social a expresiones como el
parlache, a rescatarlo del ambiente violento al cual fue arrastrado y a trabajar
con los niños y jóvenes de la Colombia de hoy, para que reciban todo el apoyo
del Estado, no su desprecio y marginación, y sean semilla de un futuro de paz
y justicia.

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