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MANUAL DE ILUSTRACIONES

Nathaniel Hawthorne llegó un día a casa con el corazón roto. Le acababan de despedir de su
trabajo. Su esposa, en vez de mostrarse preocupada, le recibió con una alegría sorprendente.
«¡Pues ahora puedes escribir tu libro!»

La actitud de él no fue tan positiva. «¿Y de qué vamos a vivir mientras lo escribo?»

Para su sorpresa, ella abrió una gaveta y le enseñó un fajo de billetes, dinero que había ahorrado
de su presupuesto doméstico. «Siempre he sabido que tienes talento», le dijo.

«Siempre supe que escribirías una obra maestra».

Ella creyó en su marido. Y gracias a eso todas las bibliotecas de los Estados Unidos cuentan con un
ejemplar de The Scarlet Letter, por Nathaniel Hawthorne.

Tú puedes cambiarle la vida a alguien simplemente con tus palabras. «La muerte y la vida están en
el poder de la lengua» (Pr 18.21). Por eso Pablo nos advierte a ti y a mí que tengamos cuidado.
«Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria
edificación, a fin de dar gracia a los oyentes» (Ef 4.29).

Un amor que puedes compartir – Max Lucado, Cap. 13

LA VERDADERA FELICIDAD

Billy Graham cuenta: “En una ocasión visitamos una isla del Caribe. Uno de los hombres más ricos
del mundo nos invitó a su lujosa casa para almorzar. Tenía setenta y cinco años, y a través de la
comida pareció estar a punto de llorar.

«Soy el hombre más miserable del mundo—dijo—. Afuera está mi yate.

Puedo ir donde quiera. Tengo un avión privado, varios helicópteros. Lo tengo todo. Tengo lo que
se necesita para ser feliz. Y sin embargo, me siento muy mal».

Hablé y oré con él, y traté de dirigirlo hacia Cristo, el único que le da un significado duradero a la
vida.

Entonces bajamos la colina hacia la pequeña cabaña en la que estábamos.

Esa tarde el pastor de la iglesia local nos fue a visitar. Era inglés, y tenía la misma edad que el
hombre con quien habíamos almorzado: setenta y cinco años. Era viudo, y pasaba casi todo el
tiempo libre cuidando de sus dos hermanas inválidas. Me recordaba a un grillo: siempre saltando,
muy activo y lleno de entusiasmo y amor por Dios y los demás.

«No tengo ni dos pesos a mi nombre —me dijo con una sonrisa— , pero soy el hombre más feliz de
esta isla».

«¿Cuál de los dos hombres crees que es más rico?», le pregunté a Ruth cuando nos fuimos. Ambos
sabíamos la respuesta.

EL AMOR DE DIOS

Max Lucado. en uno de sus inimitables relatos. nos ayuda a apreciar ese amor tan grande del cual
somos inmerecedores. El narra esta historia verídica ocurrida en Brasil.

Cristina y María ,su madre, vivían solas en una pequeña casita en las afueras de Río de Janeiro. La
joven acababa de cumplir los quince años. y sabía Que su madre se había sacrificado demasiado
por ella. Ya era hora de asumir sus propias responsabilidades.

María trabajaba fuera de casa. Ganaba poco. pero lo suficiente para vivir con sencillez. Enviudó
poco después de nacer Cristina. Por cierto. tuvo varias propuestas de matrimonio. pero prefirió

una vida sin compromisos conyugales. ya Que el placer de su vida

era criar a su hija. Sin embargo. una vez QUe esta cumplió los

Quince. notó Que Cristina comenzó a Quejarse de sus limitaciones

y a comportarse inQuieta. María se desvelaba muchas noches. escuchando a su hija intranQUila en


su cama. y pensando en lo Que

sería de su vida si Cristina le faltara.

Varias veces trató de hablar con ella. de advertirle los peligros del

mundo. y de asegurarle Que no tenía por QUé irse. Intentó convencerla de QUe lo Que ganaba
bastaba para las dos. de Que al terminar

sus estudios conseguiría empleo. y de QUe podrían arreglar la casita y vivir mejor QUe todos los
vecinos.

Un día. ocurrió lo esperado. Al regresar a su casa después de la

jornada de trabajo. María no halló a Cristina allí. Lo único Que

había dejado era una nota QUe simplemente decía: «Mamá. lo siento. pero tengo Que vivir mi
propia vida. No te preocupes. de alguna forma me las arreglaré. Gracias por todo lo Que has hecho
por

mí. Te Quiero mucho. Cristina».

Esa noche María no pudo dormir. A la mañana siguiente. pidió sus


vacaciones y se fue en busca de su hija. Sabía Que Cristina tenía muy
poco dinero y Que una vez agotado. desesperada. haría cualQ!.lier

cosa para comer. Rumbo a Río. María partió sin saber a dónde ir. ni

dónde comenzar la bÚsQ!.leda. Llegando al centro. bajó del autobús.

sin ninguna clase de orientación. En eso vio al frente de ella un

peQueño estudio de fotografía y se le ocurrió una iclea.

Se tomó una foto.Y con el poco dinero Que tenía. reprodujo cuantas copias pudo. Comenzó a
deambular por las calles. entrando en

bares. hoteles. cantinas. centros de prostitución. y a todo lugar

donde se imaginaba Que Cristina pudiera estar. Er1 cualQuier sitio

visible -el espejo de un baño. al pie de una ventar1a. en los cristales de los pasillos. encima de
cuadros o pinturas-- María pegaba

una copia de la foto. con una nota escrita al darse)·

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M<..cía tamó. eJ lÍmnibus de regreso asu solitaria casa. trabajando de díay pasando las

noches bañada en lágrimas. De sus labios temblorosos constantemente brotaba una palabra:
«¡Cristina! ¡Cristina! ¡Cnstina!» Su corazón parecía explotar de dolor: «Dios mío -imploraba-. ¡Que

Cristina encuentre una de las fotos!»

Pasaron varias semanas. Un día. Cristina bajaba por la escalera de

un hotel. Su caraya no parecía la de una inocente Q.uinceañera. Sus

ojos ya no chispeaban con la pureza juvenil. Lucían tristes. cansados y llenos de temor. De sus
labios solo

escapab~n

sollozos. Ese

sueño dorado Q!.Ie engañosamente la había convencido de una vida


de lujoy placer. ahora se había convertido en una espantosa pesadilla.

Llegando al fondo de la escalera. sus ojos atorme(ltados captaron

la vista de una cara conocida. Se acercó al peQ!Jeño espejo del

pasillo para ver mejor. ¡Allí. pegada. estaba la fato de su madre!

Sus ojos se llenaron de lágrimas. Sintió su

gargant~

seca. Extendió

una mano temblorosa para agarrar la foto. Le dio vuelta y leyó:

«No importa lo Que hayas hecho. no importa lo Q!le has llegado a

ser. Nada más importa. Solo regresa a tu casa. por favor».

y Cristina regresó.
¡Qué cuadro tan maravilloso! Nos recuerda el amor de Dios. ¡El

glorioso atributo divinol Dice el apóstol Pablo: Dios demuestra su

amor para con nosotros, en Que siendo aun pecadores, Cristo murió

por nosotros(Romanos 5.8)

SUFRIMIENTO

"No creo que el sufrimiento, puro y simple enseñe. Si el sufrimiento por sí sólo enseñara, el mundo
entero sería sabio, una vez que todos sufren. Al sufrimiento se deben añadir la profunda congoja,
la comprensión, la paciencia, el amor, la receptividad y la disposición para permanecer vulnerable
al propio sufrimiento." Anne Morrow Lindberg

EL AMOR DE DIOS MANIFESTADO POR EL CUERPO DE CRISTO

Sólo existe una buena manera de comprender como el cuerpo de Cristo puede prestar asistencia
la una persona que sufre: lo ves en acción. Yo ya he testificado y experimentado eso en mi propia
vida. Y ya he visto su actuación en la vida de los otros también. Déjeme contarle la historia de
Martha, una persona que convivió con un gran dolor y grandes dudas. Martha era una atractiva
mujer de 26 años, cuando la conocí. Pero su vida cambió para siempre el día en que ella tomó
conocimiento de que había contraído ALS, o "mal de Lou Gehrig".

El ALS destruye el control del sistema nervioso. Primero, la enfermedad ataca los movimientos
voluntarios, como el control sobre los brazos y las piernas, después las manos y los pies,
progresando hasta finalmente afectar la respiración, sucumbe rápidamente ; otras veces, no.
Martha parecía perfectamente normal cuando me habló por primera vez sobre su enfermedad. Sin
embargo, un mes después, ella estaba en una silla de ruedas. Fue dimitida de su empleo en la
biblioteca de una universidad. Pasado más un mes, su brazo derecho perdió los movimientos.
Luego, su otro brazo siguió el mismo camino, y ella apenas conseguía manejar los controles de la
nueva silla de ruedas eléctrica. Comencé a visitar Martha en el hospital de rehabilitación. Yo la
llevaba para pequeños paseos en su silla de ruedas y en mi coche. Tomé conocimiento de la
gravedad y de la impiedad de su sufrimiento. Ella necesitaba de ayuda para cada movimiento: para
vestirse, para acomodar la cabeza en la almohada, para hacer su higiene. Cuando ella lloraba,
alguien tenía que enjuagar sus lágrimas y coger un lienzo de papel en su nariz. Su cuerpo estaba
completamente rebelado contra su voluntad y no obedecía a cualquiera de sus mandatos.

Conversamos brevemente sobre la muerte y la fe cristiana. Confieso sinceramente que, para


Martha, las grandes esperanzas cristianas de la vida eterna, de la cura fundamental y de la
resurrección parecían vacías, frágiles y inconsistentes como el humo cuando usadas como bandera
para alguien en dificultad. Ella no quería alas de ángel, pero un brazo que me cayera
coordinadamente para el lado, una boca que no babeara y pulmones que no le faltaran. Confieso
que la eternidad, aún pensando en la eternidad donde no habrá dolor, parecía tener una extraña
irrelevancia para el sufrimiento por qué Martha estaba pasando. Ella pensaba en Dios, es claro;
pero apenas conseguía verlo con amor. Ella resistía a cualquier forma de conversión en su lecho de
muerte, insistiendo que sólo recurriría Dios por amor, y no por miedo. ¿Y de qué manera ella
podría amar un Dios que le permitía sufrir tanto? El mes de octubre, más o menos, se quedó claro
que el ALS completaría rápidamente su terrible ciclo de vida de Martha. Ella ya tenía gran
dificultad para respirar. A causa de la dificultad en la llegada del oxígeno al cerebro, generalmente
adormecía en medio de una conversación. A las veces, durante la noche, ella me despertaba en
pánico, con la sensación de sofocamiento, y no conseguía pedir socorro. El último pedido de
Martha fue para salir del hospital y pasar, por lo menos, dos semanas en su apartamento, en
Chicago, para que tuviera la oportunidad de llamar los amigos, uno la uno, a fin de despedirse y
encarar su muerte. Pero esas dos semanas en su apartamento presentaban un problema: como
podría ella recibir, durante 24 horas del día, la asistencia de que necesitaba para permanecer viva,
solamente si ella estuviera en un cuarto de hospital, y no en casa.

Así siendo, un grupo de voluntarias cristianas se ofreció para prestar la asistencia personal gratuita
y generosa de que Martha necesitaba. Ellas adoptaron Martha como un blanco de vida y
procuraron todo lo que era necesario para satisfacer sus últimos antojos. Dieciséis mujeres
reestructuraron sus vidas en función de Martha, y, después de que se dividan en equipos de
trabajo y que procuren servicios de bebé para sus propios hijos, ellas se cambiaron para el
apartamento de Martha. Hacían compañía Martha, oían sus delirios y quejas, le daban baño, la
ayudaban a sentarse, la cambiaban de posición, pasaban la noche entera despertadas con ella,

oraban por ella y le demostraban su amor. Ellas se colocaron a la su disposición, ofreciéndole un


lugar y dando sentido a su sufrimiento.

Para Martha, aquellas mujeres pasaron a ser el cuerpo de Cristo y le mostraron claramente lo que
es la esperanza cristiana. Por fin, viendo el amor de Dios encarnado en su cuerpo, en su Iglesia, y
asistiendo a la demostración de amor por parte de las personas a la su vuelta - aunque, para ella,
Dios pareciera impiedoso e incluso cruel -, Martha vino a la presencia de ese Dios en Cristo y se
entregó, verdaderamente, a aquel que murió para salvarla. Ella no fue a la presencia de Dios con
miedo; Martha había finalmente, encontrado el amor divino. En los rostros de aquellas mujeres
cristianas, ella acabó consiguiendo leer el amor de Dios. Durante una ceremonia muy
emocionante, realizada en Evanston, Martha, aún tan debilitada, dio su testimonio de conversión y
fue bautizada.
En la víspera del Día de Acción de Gracias, Martha murió. Su cuerpo, arrugado, deformado y
atrofiado, era una sombra patética de su antigua belleza. Cuando aquel cuerpo finalmente cesó su
actividad, Martha se fue. Hoy, Martha vive en un otro cuerpo, de forma victoriosa. Ella vive,
gracias a la victoria de Cristo sobre el dolor, sobre el pecado, sobre el sufrimiento y sobre la
muerte. Y Martha descubrió esa victoria porque el cuerpo de Cristo - su Iglesia - hizo con que ella
pudiera conocerla de manera clara y definida. Por medio de su sufrimiento, ella pudo conocer
verdaderamente el Señor. En el amor y en la compasión de los cristianos a la su vuelta, ella vio y
recibió el amor de Dios. Y, así, sus dudas en relación a Él fueron gradualmente dirimiéndose.
EL PECADO

En el capítulo 2 hablé acerca del pecado. Sé que el término nos irrita, y es natural retorcerse

cuando un ministro habla acerca de él, pero no podemos comprender el gozo que Jesús traerá sin

comprender el pecado. Necesitamos entender que estamos teñidos, que necesitamos ser
purificados, que tenemos culpa y vergüenza y que necesitamos ser rescatados en vez de caer en la
trampa

de que el pecado no existe. Permíteme ser directo y personal. Tú realmente sabes en lo más
profundo de tu ser que algo está bastante mal. ¿Por qué trabajas tanto? ¿Por qué siempre
necesitas tener la razón? ¿Por qué te preocupas tanto por cómo te ves? Es porque sabes que hay
algo que está

mal y estás intentando purificarte y cubrir tus faltas.

¿Recuerdas la primera película de Rocky? Justo antes de la importante pelea de Rocky contra el

campeón de peso pesado, Apollo Creed, Rocky está recostado junto a su novia, Adriana, y le dice

que no necesita realmente ganar la pelea, solo permanecer de pie hasta el final, solo terminar la

pelea. Dice:

Solo quiero mostrar algo: no soy ningún vagabundo. No importa si pierdo. No importa si me

rompe la cabeza… lo único que quiero hacer es terminar la pelea, eso es todo. Nadie nunca

ha durado quince asaltos con Creed. Si yo termino esos quince asaltos, y esa campana suena

y estoy aún de pie, entonces sabré que no soy simplemente otro vagabundo del barrio.

Te propongo esto: Una de las razones por las que tienes todos esos sueños de grandeza para verte
bien y tener éxito es porque estás intentando mostrarte a ti mismo y a todos los demás —incluso

a personas que ya no están— que no eres un vagabundo.

ENCUENTROS CON JESUS, TIM KELLER, PAG 65


EL PECADO- TRATAMOS DE DEMOSTRAR QUE NO SOMOS VAGABUNDOS

¿Recuerdas a Harold Abrahams de la película Carros de Fuego? ¿Qué era lo que lo llevaba a

ser el mejor en la carrera de cien metros? Justo antes de la carrera final, Abrahams dice:
“Levantaré la mirada y me enfocaré en ese carril… con diez segundos para justificar toda mi
existencia”.

Abrahams simplemente está siendo sincero sobre algo que muchos de nosotros no queremos
admitir. No queremos que solo nos vaya bien. No queremos hacer solo una contribución a la
sociedad.

No queremos simplemente dejar nuestra huella. En el fondo sentimos —de hecho, incluso
sabemos

— que, de alguna forma, todos somos vagabundos.

ENCUENTROS CON JESUS, TIM KELLER, PAG 65-66

EL PECADO - SOMOS CAPACES DE COMETER LOS PEORES PECADOS

Estoy convencido de que todos sabemos que necesitamos ser limpiados, incluso aquellos de
nosotros a los que nos incomoda la idea del pecado. Tal vez es raro para ti que alguien lo describa

así de claro, pero hay suficientes cosas en ti que te gustaría negar, teológica y filosóficamente. “Ah

—dirás— soy humanista, y no creo que los seres humanos seamos malos por naturaleza”. Pero si

vives lo suficiente y eres honesto contigo mismo, te darás cuenta de que existen cosas en tu
corazón que te asombran e incluso te espantan. Cosas por las que dices: “No sabía que era capaz
de eso”.

En realidad, el problema es que todos somos capaces de eso. Adolf Eichmann era uno de los
arquitectos Nazis del Holocausto. Después de la Segunda Guerra Mundial, Eichmann escapó a
Sudamérica, donde fue apresado en 1960 y llevado de vuelta a Israel para ir a juicio. Fue juzgado,
fue

declarado culpable y fue ejecutado. Pero hubo un incidente muy interesante durante su juicio. La

corte debía encontrar testigos que lo hubieran visto cometer los terribles crímenes en contra de la

humanidad por los que se le culpaba. Necesitaban encontrar personas que lo hubieran visto
participar en atrocidades en los campos de exterminio. Uno de los testigos era un hombre llamado

Yehiel De-Nur, y cuando vino a testificar, vio a Eichamn en la cabina de cristal e inmediatamente

perdió el control, desplomándose al piso y sollozando. Hubo un caos total. El juez golpeó su mazo
para poner orden. Fue una escena bastante dramática.

Tiempo después, De-Nur fue entrevistado por Mike Wallace en 60 Minutos. Wallace le mostró a

De-Nur el video de su desplome y le preguntó qué le había sucedido. ¿Se sentía abrumado por los

recuerdos dolorosos? ¿Sentía odio? ¿Es por eso que se colapsó? De-Nur dijo que no —y después

dijo algo que probablemente sorprendió a Wallace y que debió impactar a casi todas las personas

seculares de occidente. De-Nur dijo que fue agobiado por el hecho de que Eichmann no era un
demonio sino un ser humano ordinario. “Tuve miedo de mí mismo… me di cuenta de que soy
capaz

de hacer eso… de actuar exactamente como él actuó”.

Así que sería realmente más honesto decir: “De alguna manera soy igual que aquellos que han

hecho cosas terribles. Estoy hecho de la misma materia humana. Debe haber algo en lo profundo

de mi ser que sea capaz de cometer gran crueldad y de sentir un profundo egoísmo… simplemente

no lo quiero ver”.

LA SUSTITUCION DE JESUS POR NOSOTROS

Jesucristo vino a morir en nuestro lugar y a tomar nuestro castigo.

Muchas personas responden a esto diciendo: “¡Terrible! ¡Conque nos estás regresando a los
antiguos dioses sedientos de sangre!”. Observa la Ilíada, por ejemplo; Agamenón intenta capturar

Troya, pero no puede penetrarla. Así que sacrifica a su hija a los dioses. Acto seguido, los dioses

le dicen: “¡Oh, muy bien! Eso apacigua nuestra ira contra ti, Agamenón. Ahora te daremos vientos

favorables”. ¿La Biblia nos está hablando de algo así?

Cuando nosotros, las personas contemporáneas, escuchamos sobre la vida y la muerte de Cristo

y sobre Sus seguidores invocando la ira de Dios, parece que a nivel superficial estamos hablando

de otra religión primitiva, con matanzas y sacrificios. Pero eso no es el evangelio. Si Jesucristo es

quien dice ser —el encarnado Creador del universo— entonces lo que realmente tenemos en la

cruz es a Dios mismo viniendo a la Tierra y pagando el precio más alto con Su propia vida. Dios

no hace que nosotros paguemos. Él paga la deuda. Algunos han llamado a esto “la autosustitución

de Dios”.

¿Piensas que esto es ilógico? Reflexiona en términos de tu propia experiencia con el perdón. Si

una persona tumba tu lámpara y la rompe, y dice: “Lo siento. Permíteme pagarte otra. Permíteme
reponerla”

, ahora tienes la oportunidad de decidir cómo responder. Puedes decir: “Sí, gracias”

haciendo que la pague. O puedes decir: “No, no te preocupes”

, y perdonarla. Pero aun si la perdonas, la transacción no se ha completado. Tienes que decidir si tú


reemplazarás la lámpara o si te

quedarás sin lámpara. En otras palabras, o esa persona paga o tú tienes que pagar. La deuda no
desaparece. Alguien siempre tiene que pagar. Si tienes mucho dinero, puede ser fácil decir: “No te

preocupes; no es nada”. Pero si no tienes mucho dinero y esa lámpara era una reliquia, pasada de

generación en generación en tu familia, puede ser más difícil responder así.

A veces lidiamos con situaciones más difíciles que las de la lámpara. Si alguien daña tu reputación,
¿qué haces? Puedes responder yendo donde la persona que te ha difamado y arruinarle su
reputación también. Ojo por ojo, diente por diente. En otras palabras, puedes hacer que esa
persona

pague. O puedes perdonarlo. Y si escoges la segunda opción, tú absorbes esa deuda. Tal vez seas

humillado ante ciertas personas. Tal vez tengas que abandonar el derecho de arruinar su
reputación. En resumen, tú sufres. No puedes verdaderamente perdonar una deuda sin tomarla
sobre tus

hombros. En todo esto reflejamos un poco de la naturaleza de Dios. Como Dios es un Dios santo y
justo,

Él no puede solo mirar hacia abajo y decirnos: “Miren cómo se arruinan mutuamente, destruyendo

Mi creación, destruyéndose entre ustedes. Lo pasaré por alto”. Dios no puede solo desear que
desaparezca la deuda, y no es porque no nos ame lo suficiente. En realidad, es todo lo contrario.

Dios es tan santo que Él mismo tuvo que venir en la forma de Jesucristo para morir y para pagar la

deuda, pero también es tan amoroso que le complació venir y morir por ti.

ENCUENTROS CON JESUS, TIM KELLER, PAG 70-71

EL GOZO DE QUE ALGUIEN MUERA POR TI

Ahora, permíteme preguntarte: ¿hay algo ofensivo sobre la idea de un sacrificio sustitutivo?,

¿hay algo malo con eso en su esencia? No lo creo. No hay historias más conmovedoras que las que

ocurren cuando alguien voluntariamente da algo que es de vital importancia para el bienestar de
otra persona. No hay gozo más grande para tu corazón que saber que alguien se ha sacrificado por

ti. En Historia de Dos Ciudades, de Charles Dickens, Sydney Carton y Charles Darnay están
enamorados de la misma mujer, pero esta mujer se casa con Charles. Al final del libro, Charles es

arrestado y puesto en un calabozo. Es condenado a ser ejecutado al siguiente día. Tiene una
esposa

y un hijo, y está a punto de morir en las próximas veinticuatro horas. Sydney, quien tiene un físico

similar al de Charles, se infiltra en la prisión y noquea a su antiguo rival, les pide a sus amigos que

se lo lleven a un lugar seguro, se pone las ropas de Charles, y se queda allí a morir en su lugar.

Después, Dickens nos introduce a una costurera pálida y sombría, también una prisionera que

está por ir a la guillotina. La mujer se acerca al hombre que cree ser Charles y le pide que la
consuele, hasta que se da cuenta de que no es Charles. Sus ojos se agrandan y susurra: “¿Morirás
por

él?” Y callándola, él le dice: “Y por su esposa y su hijo”. Luego, habiéndole antes pedido que la

confortara, ella le ruega: “¿Me permitirías tomar tu valiente mano, extraño?”. Su corazón se
calentó en medio del frío y se armó de valor para enfrentar la muerte ante la sola idea del
sacrificio sustituto que hacía Sydney y que ni siquiera era para ella. ¿Cómo serías transformado si
llegaras a

creer que Jesucristo hizo lo mismo por ti en lo personal? Eso es lo que Jesús vino a traer para todos.
Y así es como vino a traerlo: a través de un sacrificio sustituto, no solo para librarte de culpa,

sino para que en última instancia cayeras en Sus brazos al final de los tiempos, para ser Su
cónyuge, para que Él pueda amarte y perfeccionarte.

ENCUENTROS CON JESUS, TIM KELLER, PAG 71

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