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Lo raro es vivir: la antítesis de viaje del héroe o la lucha por el feminismo

Víctor Alejandro Pérez Reyes


Matrícula: 2193060358

Lo raro es vivir, publicada en 1992, fue una de las novelas más notables de la literatura

española del siglo XX, no sólo por el tema que Martín Gaite desarrolla y la época en la que

vivía al escribirla, sino porque, además, sirve como punto de partida y reflexión sobre el

papel de la mujer y su reivindicación en un siglo que, pronto a cerrar, deja entrever el

interés que esta autora concebía sobre el rol de la mujer en el hogar, la cultura, la vida de un

hombre, pero mucho más importante: la idea del papel que tiene de sí misma. En otras

palabras: ¿hacia donde apunta su vida? Resulta aun más interesante los recursos que utiliza

para plasmar en el lector una imagen vívida de lo que sugiere como tesis. De este modo, el

presente trabajo propone analizar el papel de la mujer como heroína en una novela donde el

machismo impera en todos los ámbitos. ¿Es Águeda la antítesis del héroe tal y como lo

conocemos, y su lucha por atravesar la cultura, el hogar y las diferencias entre las mujeres

de su familia y con las que se rodea, la amistad con sus congéneres, el rechazo a la

maternidad una prueba notable de la lucha por el feminismo en un personaje cuya gran

hazaña es su propio viaje y desarrollo?

La novela está escrita en primera persona, de modo que el punto de vista es

subjetivo. Esta subjetividad es, desde luego, un gran recurso para el desarrollo del relato,

pues aunado al uso de un narrador homodiegético, el lector se vuelve cómplice e intima en

la vida de una mujer joven cuya vida, según lo cuenta, ha estado plagada de desaciertos y

peripecias, pero también de grandes hazañas y momentos que, como se mencionará más
adelante, hace que la vida se torne incomprensible, irónica, bella por donde se le vea, triste,

ruda, acérrima, y no por eso menos bella. Entonces sí, después de todo, lo raro es vivir.

El título de la novela proviene, precisamente, de un núcleo temático visible que se

presenta en la novela. Hasta muy avanzada ésta se menciona cuál es el nombre de la

protagonista y, a su vez, se infiere por qué no se ha mencionado con anterioridad. Águeda

vive en Madrid y tiene un archivo histórico, aunque intentó incursionar en el mundo de la

música, fracasó; no obstante, este viaje, plagado de historias y recuerdos que evoca y

cuenta constantemente, es lo que le da el título al libro. Lo raro es vivir se repite

constantemente en la novela intencionadamente, y mientras esto sucede, el significado

parece cambiar de un momento a otro.

Águeda inicia, pues, una búsqueda entre su vida y el sinsentido, entre las cosas que

ocurren y dejan de ocurrir, entre lo que va y lo que viene, si puede llamársele así, entre lo

que existe aparentemente y lo que no, entre lo tangible y lo intangible, pero siempre

cuestionándose la rareza que esconde la simplicidad y que esto, por más raro e

incomprensible que sea, ata a todo humano y ser vivo. La heroína entra en un dilema

existencialista:

Es que todo es muy raro, en cuanto te fijas un poco. Lo raro es vivir. Que estemos
aquí sentados, que hablemos y se nos oiga, poner una frase detrás de otra sin mirar
ningún libro, que no nos duela nada, que lo que bebemos entre por el camino que es
y sepa cuando tiene que torcer, que nos alimente el aire y a otros ya no, que según el
antojo de las vísceras nos den ganas de hacer una cosa o la contraria y que de esas
ganas dependa a lo mejor el destino, es mucho a la vez, tú, no se abarca, y lo más
raro es que lo encontramos normal (Gaite 75).

Águeda vive cosas que para ella son raras. Le suceden cosas raras, ve la vida con

extrañeza, reflexiona sobre cosas nimias y soporíferas, utiliza su memoria para recordar

momentos raros de su vida y todo esto se circunscribe en el marco de la normalidad de los

otros, mas no en la de ella. Sabe que al no poder quedarse en el mundo de la música debe
dedicarse a trabajar en un archivero, que, al no poder quedarse con Roque, pese a que no

puede llegar a amarlo, resulta raro que lo siga pensando y evocando asiduamente, tampoco

entiende por qué su relación con su madre se tornó asimétrica y cómo de un momento a

otro la indiferencia afloró en su vida. Reconoce que su madre tuvo el camino más fácil,

pero no lo cuestiona. Sabe que su madre se pudo dedicar al arte sin tanto esfuerzo, mientras

que a ella le costó el doble y unas cuantas rentas, mudarse de un lado a otro y tener que

dejar atrás, abandonar, olvidarse de personas para iniciar en otro sitio.

Asimismo, es notable el interés y la fortaleza que posee Águeda, además de hacer

más dramático el texto, sirven como punto de partida para el análisis del relato. Si bien es

cierto que la vida de Águeda no es para nada fácil, también lo es que sus constantes

esfuerzos y carácter la llevan a un lugar del que no quiere salir. El personaje de Águeda

muestra un carácter sólido y rudo a la par, un carácter que rechaza las ideas con las que ella

creció. Un ejemplo de ello es la maternidad, pues su madre, al no asumir el papel que como

madre que ella esperaba que tuviera, rotundamente niega que la maternidad tenga un papel

significativo en su vida. “¿Embarazada yo? —protesté—. De ninguna manera, ¡Dios me

libre! No quiero tener hijos nunca, nunca. ¡Jamás en mi vida!”. (20)

Por otra parte, Águeda no solo protesta ante esta idea de la maternidad como un

objetivo social y ley biológica, sino que también reafirma su desinterés a ser la compañera

de un hombre o a cumplir el rol de la hija abandonada que resuelve el trabajo de la mujer

que se marchó. Esto lo hace a través de la focalización que emplea la autora. Barrera García

menciona lo siguiente:

La perspectiva desde la que se aprecia la acción es una focalización interna y fija,


pues todo está expresado por la heroína. Desde dentro se desarrolla un fluir de
conciencia de su pensamiento a partir del cual desarrolla su punto de visa, con
introspección a su interior, a la vez examina sus circunstancias y describe los hechos
relatados. La novela se basa en una omnisciencia selectiva, donde el narrador
desaparece tras la protagonista. Los hechos se presentan tal y como ella los vive,
desde el interior de su propio ser. Águeda describe la monotonía de su vida, tanto en
su trabajo como en los sucesos más importantes que desencadenaron sus propias
circunstancias y le hicieron romper con su vida rutinaria. Paralelamente, muestra
una gran preocupación por las injusticias sociales de su entorno, discrepa de su
propia infancia y no soporta el desdoblamiento de su propia personalidad: como hija
de su abuelo, suplantando a su madre y la realidad de ser su nieta (8).

Águeda rechaza rotundamente este rol de papeles que se intercalan según la figura

femenina ausente, pero sabe que esto es un engaño del que debe escapar. “Contraponer la

verdad al engaño es el juego por excelencia, aunque difícil: o nos engañamos o nos

engañan”. (101). Lo mismo sucede cuando evoca a Roque, su antigua pareja, y recuerda la

hostil presencia que representaba para ella y el abominable pasado que sucumbe su

presente:

Y cuando por fin Roque (la primera persona que me arrancó la cáscara del pasado y
extrajo de mí la pulpa de un presente sin contrición) empezó a mirarme y a dejarse
mirar po mí, saboreé la certeza de que era él, el del sueño, y al cabo de los años lo
que brilla y permanece de mi relación con Roque es sobretodo la primera etapa de
silenciosa complicidad, los preparativos del viaje. Porque luego, cuando pasó lo que
tenía que pasar sin remedio, aquella cueva ideal donde depositar verbalmente mis
incertidumbres y sueños, fue convirtiéndose exclusivamente —si he de ser sincera
— en el temblor insoportable y ciego de mi cuerpo esclavo de los caprichos suyos
(143).

Mientras que todos los varones de la novela poseen libertades y facilidades para

conseguir lo que desean, son las mujeres quienes se deben abrir paso con rabia y osadía,

pero también con una impertinente convicción. Conforme avanza el relato, la protagonista

encuentra una vida paralela a la suya en Rosario de Tena, una mujer joven que aspira a ser

pintora y cuyas referencias estéticas no provienen sino de la madre de Águeda. Este

personaje entra en forma de espejo para que la protagonista comprenda que sus fracasos, al

igual que el de su amiga, tienen un común denominador: ser mujer. Rosario servirá, a su

vez, para que Águeda comprenda que no puede vivir en constante guerra o indiferencia con
su madre, y es donde inicia otros de sus dilemas existenciales con la maternidad,

especialmente cuando se habla de la muerte de una madre.

Ya sé que no hay ningún caso igual que otro, pero que se te muera la madre es
siempre tremendo, ellas te han llevado nueve meses dentro de su cuerpo lo mires
por donde lo mires, y eso no se puede borrar de un plumazo. Se van y te dejan
mutilada, a partir de ahí es cuando empiezas a envejecer (153).

La protagonista debe enfrentarse a sí misma contantemente y a las circunstancias —

adversas— que la rodean. Resolver el conflicto que concibe ahora con una madre que ha

muerto y con un hombre, su abuelo, que no hace sino humillarla, solo reafirmará el sentido

de la historia y la dirección que toma. Por otra parte, las relaciones sociales de la época

confirman a la par las dificultades que tuvo la mujer para abrirse paso en el siglo XX. Para

que esto cobrara sentido, paralelamente la protagonista inicia una historia con La divina

comedia, que no solamente representa las dificultades a las que debe enfrentarse cuando se

desea encontrar el amor y el sentido de la existencia propia, sino algo aún más interesante:

las peripecias del viaje del héroe. Es Martín Gaite, jugando con la intertextualidad, quien

muestra el camino de su heroína.

Para esto, evoca una conversación que tuvo en una de sus clases de arte en la que

analizaban con entusiasmo la pintura del trecento italiano, que catalogan como un himno al

absurdo. Si se analiza con detenimiento es el absurdo lo que impera en la novela de Martín

Gaite. Esto se reafirma con la intervención de Rosario “Yo veo en este cuadro sobre todo

un himno a lo absurdo. […] Desde que el mundo es mundo, vivir y morir vienen siendo la

cada y la cruz de una misma moneda echad al aire, pero si sale cara, es todavía más

absurdo. Para mí, si quieren que les diga la verdad, lo raro es vivir”. (189) Este absurdo es

lo que le confiere el título a la novela y la eterna búsqueda metafórica de la vida que


concibe la protagonista. “Yo anoté en el cuaderno, como remate de mis apuntes: ‘Lo raro es

vivir’. […] Aquella misma tarde empecé a leer La divina comedia”. (189)

Águeda comienza un profundo viaje en la concepción que tiene de la obra dantesca

y de filósofos como Sartre y Kierkegaard en torno a las rarezas de la vida. De cierto modo,

puede inferirse que el viaje al inconsciente inicia a través de esta revelación: Águeda halla

en Dante una vida paralela a la suya basado en “lo raro” que es vivir y los propósitos o

despropósitos de la vida. Mejía Hernández reflexiona sobre el significado intertextual del

título de la novela y el sentido de la estructura capitular de ésta:

Hay en estas palabras un asomo de desesperación, es decir, el hombre se siente


extraviado, la vida carece de sentido; “lo raro es vivir” dice Águeda, y emprenderá a
través de la novela el recorrido dantesco que inicia en el infierno, ése que viene a
ella con la muerte de su madre. La angustia está presente en Águeda, que también se
encuentra en una selva obscura, el túnel del metro al que ella llama la “Bajada al
bosque”. Es éste un momento trascendente, ya que se nos muestra que bajar allí es
como entrar en su inconsciente para llegar a reconocerse como en la anagnórisis
griega (1).

Si bien en La divina comedia el viaje inicia con la angustia de Dante al no encontrar

a Beatriz, con Águeda sucede lo mismo: esta odisea comienza cuando viaja dentro de sí

misma para hallar a su madre y el sentido que tiene su vida. Es dentro de su inconsciente, a

lo largo de la novela, donde manifiesta inintencionadamente el daño que ha provocado su

ausencia. De este modo, la busca en todo lo que hace y lo que no hace, en lo que recuerda y

lo que prefiere olvidar. La antagonista de su vida no es su madre, sino ella misma y su

incapacidad para comprender la vida, la rareza que esconde el abandono gradual que la

lleva a encontrar en la literatura y su existencia el sentido de lo que ha vivido, de la

extrañeza con la que ha aprendido a apreciar la vida.

Dado el viaje de Águeda, busca a su madre a través de los recuerdos y halla una

carta que le escribió con anterioridad y que no pudo entregarle.


Cuando te dije ayer que me marcho de casa, no me diste explicaciones. Eso es lo
que más me duele de ti, que nunca me pidas explicaciones, que me fuerces a darte
las que no son para justificar una conducta mía, que tu silencio censura […] Dirás
que colaborar conmigo es casi imposible, que em fui un mes a Ginebra, que le doy
largas a todo y que incluso alguna vez he llegado a pedirte que me dejes en paz, que
me da igual, que tomes siempre tú las decisiones y te he dado las gracias […] Papá
ya hace ocho años que nos dejó solas y enfrentadas en nuestras diferencias […]
Quisiera saber también en qué te he defraudado, ya sé que no soy de fácil acceso y
que pongo barreras, que puedo parecer poco flexible, pero tú te doblegas tan poco
como yo. (192)
Una carta que no pudo o no quiso terminar y que pronto entendió, en el fondo, el

sentido de aquella renuncia “he entendido que mi rechazo surgió, casi como repugnancia

física, al darme cuenta,ante tanta luminosidad y limpieza, de que yo mis huellas familiares

las había perdido y allí no tenía que dejar” (293). Águeda insiste asiduamente en la

necesidad implícita que tuvo para reconciliarse con su madre. Al igual que Dante, el viaje

que ella emprende dentro de sí misma, la situa en un infierno —el que vive al no poder

cumplir sus sueños—, un purgatorio —encargarse de las penas y responsabilidades de su

madre—, pero también un paraíso que se asoma en la distancia.

Al igual que Virgilio acompaña a Dante, es Rosario de Tena quien acompaña a

Águeda a rencontrarse con su madre. Mientras que Rosario muestra sumo interés en la obra

de la madre de la protagonista, esta última entiende de dónde proviene la admiración de su

guía. En el fondo, hay algo que aún reprocha: sabe que su animadversión hacia la

maternidad y el desdén al arte provienen, precisamente, de aquello que la separó de la

mujer que lleva su nombre y que es su madre, y que para distanciarse emocionalmente de

ella, al contar su historia, no es sino hasta el final cuando revela cómo se llama.

Su nombre, como una maldición que cargará el resto de sus días, parece encontrar

un solo sentido redentor: acompañar en nombre de su madre la despedida de su abuelo. Este

hombre ha comenzado a olvidar las cosas y su enfermedad degenerativa ha avanzado lo

suficiente para anunciar el fin de su vida. No obstante, si hay algo que valga la pena para
este hombre es reencontrarse con su hija. Mientras que su memoria fragmentaria lo separa

cada vez más de la realidad, es la protagonista de esta historia quien decide tomar —ahora

con determinación— el papel de su madre, suplantarla nuevamente, pero ahora con la

convicción de hacerlo.

Águeda llega al hospital donde está su abuelo luego de hablar con Rosario, y es aquí

donde ella desaparece, al igual que Virgilio con Dante. Es Águeda sola contra las

circunstancias que atraviesan a tres generaciones.

Me arrodillé a su lado. Necesitaba conseguir que me mirara. Una de aquellas manos


que no sabía dónde poner se alzó de la butaca y se posó allí como un pájaro sin
designio, que poco a poco, va encontrando calor en nido ajeno. No le des vueltas a
las cosas, padrito […] El secreto de la felicidad está en no insistir. (227)

Águeda le revela a su abuelo que está enamorada de Tomás. Resulta liberador para

ella confesarle que está enamorada después de llevar una vida entera huyendo de su pasado

y la incomprensión de su familia. La demencia de su abuelo la conduce a un estado de

absolución. “El abuelo guardaba silencio. Seguía acariciándome la cabeza, ahora más de

verdad, con más sabiduría” (228).

Águeda encuentra, después de un largo recorrido, el sentido de su vida y las

peripecias que ha vivido. Se convierte en el reverso del viaje del héroe que ha contado la

historia durante siglos. Es esta, una mujer común y corriente, sin grandes aspiraciones y

pocas convicciones quien, tan solo con un viaje a su inconsciente, consigue desentramar el

mundo que la rodea y el sentido, incluso, del sinsentido: lo raro que es vivir.

Por último, Águeda vuelve a casa y se da cuenta de que Tomás está en ella. “Tu

abuelo está muerto. Acaba de llamar el médico que lo atiende. Vienes de allí, ¿no?”. (232)

Sorprendida por lo que acaba de ocurrirle a su vida, Águeda experimenta la última pérdida

de su familia. Sabe, ahora, que solo queda ella y que de su familia solo se mantienen
recuerdos. Dado que el abuelo ha muerto, lo único que le queda es tomás. La heroína

pronto a romper con el sufrimento que había cargado durante toda su vida, revela su

vulnerabilidad ante Tomás:

“Menos mal que has venido, qué ganas tenía de verte, qué ganas, estoy harta de
muerte, harta de heedar historias ajenas, harta de mentiras, solo quiero verte a ti, ser
yo para tus ojos, para tu vida… me estorb todo el mundo, no aguanto sombras entre
tú y yo” (233).

En suma, Lo raro es vivir es una novela a favor del feminismo y el desarrollo de

esta heroína, la búsqueda insanciable del sentido de ser mujer, la maternidad y el rol como

madre-hija. Una novela que termina con el personaje en el lugar donde siempre quiso estar,

como lo hicieron Dante y Odiseo: un retorno al lugar donde hallaron el sentido de sus

batallas.

Bibliografía.

Martinell, E. Las imágenes de Lo raro es vivir. Barcelona: Universitat de Barcelona, 1998.

Martín G., C. Lo raro es vivir. Madrid: Anagrama, 2019.

Mejía, H. B.A. “Lo raro es vivir (Carmen Martín Gaite) la importancia de la

intertextualidad y el símbolo”. México: Universidad Autónoma del Estado de

México, 2008.

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