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ESTUDIOS

EL CÓNCLAVE DE JUAN XXIII

C uando el 28 de octubre de 1958 los cardenales de la


santa Iglesia romana me designaron para la suprema res-
ponsabilidad del gobierno de la grey universal de Cristo
Jesús, a los setenta y siete años de edad, se difundió la
convicción de que sería un papa de provisoria transición.
Por el contrario, heme aquí, a la vigilia del cuarto año de
pontificado y en la visión de un robusto programa a
desarrollar ante el mundo entero, que mira y espera
(Juan XXIII, Diario del alma, 10 de agosto de 1961).
Luis Marín de San Martín, OSA •

Se han cumplido cuarenta y cinco años de la elección de Juan XXIII y


los cuarenta de su muerte. Ambas efemérides nos invitan a recordar la
figura del papa Roncalli y su capital importancia para la Iglesia de
nuestra época. Su memoria está unida para siempre a la convocatoria
del Vaticano II 1, sin duda alguna el acontecimiento eclesial más
importante del siglo XX, cuya luz se proyecta nítida y clara en estos
inicios del tercer milenio, a pesar de los tristes intentos por silenciar
su mensaje o, lo que es peor, por tergiversarlo. Angelo Giuseppe Ron-
calli fue elegido papa el martes 28 de octubre de 1958 y murió el
lunes 3 de junio de 1963. Entre ambas fechas se extiende un pontifi-
cado que parecía transitorio, pero que logró dar a este adjetivo un sig-
nificado totalmente nuevo: el paso de una edad a otra en la historia de
la Iglesia.
El actual estado de la documentación sobre el cónclave de 1958 nos
permite profundizar en esta elección pontificia, llamada a tener una

• Luis Marín de San Martín es agustino, doctor en Teología Dogmática y licenciado en


Teología Espiritual.
1 Por eso el papa Juan Pablo II ha establecido la memoria litúrgica del beato Juan
XXIII el día 11 de octubre, fecha de la inauguración del Concilio Vaticano II, y no el día
de la muerte del beato, como suele ser habitual.
RELIGIÓN Y CULTURA, XLIX (2003), 543-568
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importancia que ni los mismos cardenales que eligieron al anciano


patriarca de Venecia eran capaces de prever. Sirvan estas líneas como
evocación de la imperecedera memoria del beato papa Juan y como
homenaje a todos aquellos que intentar mantener viva la llama del
Concilio Vaticano II.

1. EL AMBIENTE

Pío XII muere el 9 de octubre de 1958, tras diecinueve años y medio de


pontificado. Ya en 1954 su salud había sufrido un serio quebranto del que
no volvió a recuperarse. Según el relato de su médico, el propio papa era
consciente de la situación: «Nos encontramos afligidos por demasiados
males, que hacen de Nos una especie de cariátide. Ya no somos un sostén
para la Iglesia, sino que somos un peso» 2. Los últimos años del pontifica-
do pacelliano estuvieron marcados por una creciente paralización en la
administración central de la Iglesia. Hombre de evidentes valores y enor-
mes capacidades, Pío XII gobernó de un modo personal, verticalista, sin-
tetizado en la frase: «No quiero colaboradores, sino ejecutores» 3. Conce-
bía el papado como segregación: el hecho de ser vicario de Cristo le ale-
jaba del resto de la humanidad, colocándole en una situación única, soli-
taria y necesariamente separada. Su finísima conciencia le impulsaba a
una enorme exigencia consigo mismo para estar a la altura de la misión
encomendada por Dios, de ahí la amplitud de su magisterio, el extremo
cuidado en la propia preparación y el minucioso control de los asuntos.
Siempre reacio a delegar poder, a su muerte permanecen vacantes cargos
tan importantes como el de secretario de Estado y el de camarlengo de la
Iglesia 4. También están suprimidas las llamadas audiencias di tabella, es
decir, los encuentros semanales con los jefes de los dicasterios de la Curia
romana. Con el declive físico del papa se había agudizado la sensación de

2 GALEAZZI LISI, R., A la luz y bajo la sombra de Pío XII, Barcelona 1967, p.223.
3 TARDINI, D.; PÍO XII; FLICHE, A.; MARTIN, V., Historia de la Iglesia, vol. XXVII/1,
Valencia 1983, p. 573.
4 Cuando en 1944 murió el secretario de Estado, cardenal Luigi Maglione, Pío XII
no cubrió la vacante, sino que dirigió personalmente la Secretaría de Estado, apoyándo-
se en dos prosecretarios: monseñor Montini para Asuntos Ordinarios y monseñor Tardini
para Asuntos Extraordinarios. El puesto de camarlengo de la Iglesia estaba vacante des-
de 1941 con la muerte del cardenal Lorenzo Lauri. Siendo este último cargo de impor-
tancia fundamental durante el período de Sede vacante, el Sacro Colegio cardenalicio
eligió al cardenal Benedetto Aloisi Masella para ocuparlo.
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estancamiento y falta de coordinación, con episodios incluso de pugna


entre sectores, al tiempo que crecía el deseo de un fortalecimiento de la
Curia 5, debilitada frente al sobredimensionado poder de personas perte-
necientes al entorno inmediato del papa 6. Por ello se asume la necesidad
de revitalizar las estructuras eclesiales, repartiendo tareas y evitando que
diversos cardenales acumulen varios cargos, lo que comenzaba a ser una
práctica habitual en esos años.
En cuanto a la composición del Sacro Colegio cardenalicio, encontra-
mos importantes novedades respecto a épocas anteriores. Durante su lar-
go pontificado, Pío XII sólo celebró dos consistorios: en 1946 (32 carde-
nales) y en 1953 (24 cardenales). A su muerte, el Sacro Colegio cuenta
con 55 miembros, cuando el plenum estaba fijado desde tiempos del
papa Sixto V en 70. Sin embargo, cuando se abra el cónclave, el número
de electores se verá reducido aún más, ya que los cardenales Alojzije
Stepinac, arzobispo de Zagreb (Yugoslavia), y Jozsef Mindzenty, arzobis-
po de Esztergom (Hungría), no podrán acudir por motivos políticos; ade-
más, los cardenales Celso Costantini, canciller de la santa Iglesia roma-
na, y Edward Mooney, arzobispo de Detroit, fallecerán antes del inicio
del cónclave, por lo que el número de cardenales que tomará parte en la
elección del sucesor de Pío XII será de 51, con una edad media rondan-
do los 73 años. Sólo 6 cardenales tienen menos de 60 años; 13 tienen
entre 60-69; 20 entre 70-79, y 12 tienen 80 años o más. En cuanto a la
procedencia, aunque hay 17 italianos y suponen el 33,3 % del total,
encontramos una drástica disminución respecto a cónclaves anteriores 7,
si bien todavía constituyen un tercio de los votantes. Por continentes,
Europa representa el 64,7 %, América del Sur el 17,6 %, América del
Norte y Asia el 7,8 % cada una y Oceanía el 1,9 %. No hay ningún car-
denal nacido en África. Los cardenales de diócesis son el 74,5 %, frente
al 25,4 % de los procedentes de la Curia romana. Destaca, por tanto, el

5 Las ideas de la Curia se articulaban en torno a varios cardenales, como los cinco
que constituían el popularmente denominado «pentágono de púrpuras»: Giuseppe Piz-
zardo, Alfredo Ottaviani, Adeodato Piazza, Nicola Canali y Clemente Micara. El cardenal
Piazza murió en 1957, por tanto en el año anterior al fallecimiento de Pío XII.
6 Por ejemplo, causaba especial desagrado la creciente influencia de la madre Pas-
calina Lehnert, gobernanta de los apartamentos papales, o del arquíatra pontificio, doc-
tor Riccardo Galeazzi Lisi, así como la de los príncipes Marcantonio y Carlo Pacelli,
sobrinos del papa.
7 51 % en los cónclaves de 1914 y 1922 y 53 % en el de 1939.

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claro esfuerzo internacionalizador de Pío XII, que, aunque todavía insu-


ficiente, supone un verdadero paso adelante en la apertura eclesial 8.
En cuanto al panorama mundial, podemos señalar que, en octubre
de 1958, el gobierno de Italia está presidido por el democristiano
Amintore Fanfani y que en el ambiente late la llamada apertura a sinis-
tra, es decir, la posibilidad de admitir en la mayoría gubernamental a
partidos situados más a la izquierda en el espectro político, incluso a
los socialistas. Esta corriente está capitaneada por Aldo Moro, y a ella
se oponen decididamente importantes sectores políticos y eclesiales.
En la Unión Soviética gobierna Nikita Jruschov y en Estados Unidos el
presidente Dwight Eisenhower, que casi ha llegado a la mitad de su
segundo mandato. Es la época de la guerra fría y de la división en blo-
ques, cuyo antagonismo se irá profundizando en los años siguientes.

2. LAS EXPECTATIVAS

2.1. La toma de posiciones


Debido al prolongado declive de Pío XII, el tema de la sucesión del
papa se ha planteado desde hace tiempo en ambientes tanto intra como
extraeclesiales. En 1954, cuando la grave crisis en la salud de Pacelli,
se encienden las luces de alarma; el embajador italiano ante la Santa
Sede, Francesco Giorgio Mameli, envía un informe a su ministro de
Asuntos Exteriores, Attilio Piccioni, en el que aborda el tema de las
posibles opciones en el que se considera ya cercano cónclave 9. Se hace
tres preguntas básicas: el próximo papa, ¿será italiano o no?; ¿se trata-
rá de un papa «político» o «religioso»?; ¿estará o no en la media de
edad? Él cree probable la elección de un italiano no joven, ya que «un
papa más viejo podría lograr más aceptación, especialmente si prevale-
ciera la idea de un pontificado de transición». Mameli indica los nom-
bres de los cardenales Ottaviani, Lercaro y Ruffini. También indica la
posible aparición de otras candidaturas, como la del cardenal Mimmi 10.

8 Cf. MELLONI, A., El cónclave, Barcelona 2002.


9 Cf. MELLONI, A., L’altra Roma, Bologna 2000, pp. 33-35; ZIZOLA, G., Il conclave,
Roma 1993, pp. 216-217.
10 Alfredo Ottaviani (1890-1979), prosecretario de la Suprema Congregación del San-
to Oficio; Giacomo Lercaro (1891-1976), arzobispo de Bolonia; Ernesto Ruffini, (1888-
1967), arzobispo de Palermo. En esta terna sólo Lercaro representaba una línea más
abierta. Marcello Mimmi (1882-1961) era secretario de la Congregación Consistorial.
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Pero añade que, «si prevaleciera la idea de un papa “diplomático”,


están los nuncios creados [cardenales] en el reciente consistorio, cuya
edad oscila entre los 70 y los 73 años. En algunos ambientes se indica
el nombre del cardenal Roncalli, patriarca de Venecia, que uniría las
cualidades de “diplomático” y de “religioso”». Frente a él podría surgir
la candidatura de un extranjero sui generis como el cardenal Agagia-
nian 11.
Ya en 1958, cuando la celebración del cónclave es una realidad inmi-
nente, encontramos diversos posicionamientos en la diplomacia mun-
dial 12. El general De Gaulle advierte sobre el probable y próximo enfren-
tamiento entre Oriente y Occidente, por lo que, a través de su embajador
en el Vaticano, plantea la sugerencia de que las potencias europeas
adopten una línea común e influyan en la elección papal. Rechazada
esta pretensión, como propia de tiempos ya superados en los que las
potencias católicas condicionaban el cónclave, De Gaulle mantiene la
indicación de evitar, en la medida de lo posible, que sea elegido un papa
hostil a Francia, como pudieran ser los cardenales Ruffini o Pizzardo 13,
si bien la capacidad real de influencia por parte del gobierno francés
resulta escasa. En cuanto a los Estados Unidos, en un informe dirigido
por J. D. Zallerbach al secretario de Estado norteamericano John Foster
Dulles, se hace referencia a la posibilidad de actuar para impedir la
elección de cardenales excesivamente conservadores, como Siri, Ruffini
u Ottaviani, ya que las consecuencias de su elección serían una desgra-
cia para los intereses occidentales. Sin embargo, la administración nor-
teamericana decide no intervenir, al considerar la elección papal un
tema de insuficiente entidad política. Como se ha señalado con acierto,
en conjunto «no hay a nivel político maniobras especiales que realizar o

11 Gregorio Pedro XV Agagianian (1895-1971), patriarca de Cilicia de los armenios y


proprefecto de la Congregación de Propaganda Fide. Nacido en Akhaltzikhe (Armenia),
llevaba muchos años en Roma y era, podríamos decir, el más italiano de los extranjeros.
12 El profesor Melloni ha documentado muy bien todo el movimiento diplomático
occidental ante el cónclave: MELLONI, A., L’altra Roma..., pp. 32-36. Este libro resulta
de imprescindible consulta para este punto.
13 Es de notar, por ejemplo, la escandalizada actitud del ministro de Asuntos Exte-
riores de España, Alberto Martín Artajo, que veía intereses antiespañoles detrás de la
propuesta francesa, dado que perseguía evitar la elección de cardenales reaccionarios
como Ruffini, que, según parece, era uno de los preferidos por el gobierno español. Giu-
seppe Pizzardo (1877-1970) era prefecto de la Congregación de Seminarios y Universi-
dades y secretario de la Suprema Congregación del Santo Oficio.
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temer. Los países occidentales evalúan con escepticismo la posibilidad


tantas veces soñada de lograr intervenir en el cónclave: de hecho, quien
cree poder hacerlo (De Gaulle) no puede, y quien podría hacerlo (los
estadounidenses) no quieren, y quien se teme que desee hacerlo (los
soviéticos) se contenta con la propia propaganda. En resumidas cuentas,
ninguna diplomacia debe hacer nada» 14.
En diversos informes diplomáticos aparece de forma recurrente el
nombre del cardenal Roncalli como posible solución. Así el embajador
portugués, Vasco da Cunha, afirma que, en las previsiones francesas,
«estarían los cardenales Lercaro, Masella (a quien se considera dema-
siado anciano), Agagianian (que sólo tiene 63 años) y posiblemente
Roncalli, a quien el gobierno italiano vería con buenos ojos» 15.
B. Migone, en un apunte del 23 de octubre, poco antes de iniciarse el
cónclave, indica que tiene la impresión de que «en el ambiente que
rodea a Roncalli existe la atmósfera de espera que precede a los gran-
des acontecimientos». El nombre del patriarca de Venecia aparece
igualmente en las conversaciones entre los embajadores del Reino
Unido, Bélgica y Cuba.
En todos los ámbitos se hace también referencia a monseñor Gio-
vanni Battista Montini, que había sido prosecretario de Estado encar-
gado de los Asuntos Ordinarios, y a quien una conjunción de diferentes
intereses había logrado apartar del gobierno central de la Iglesia en
1954 para enviarlo a Milán como arzobispo. Sin embargo, el hecho de
no ser todavía cardenal le priva de posibilidades reales de ser elegido,
a pesar de que algunos insisten en el nombre, si bien generalmente
como deseo o como orientación 16.

2.2. El patriarca de Venecia


Angelo Giuseppe Roncalli, nacido en 1881, es patriarca de Venecia y
cardenal desde 1953, lo que él mismo considera una gratificante últi-
14 MELLONI, A., El cónclave..., p. 117.
15 Benedetto Aloisi Masella (1879-1970) era prefecto de la Congregación de Sacra-
mentos y había sido elegido camarlengo de la Iglesia por el Sacro Colegio cardenalicio .
16 Giovanni Battista Montini (1897-1978), sustituto de la Secretaría de Estado
(1937-1952), prosecretario de Estado para Asuntos Ordinarios (1952-1954) y arzobispo
de Milán (1954-1963). Fue elegido papa con el nombre de Pablo VI en 1963. Cf. HEB-
BLETHWAITE, P., Pablo VI, el primer papa moderno, Buenos Aires 1995, pp. 204-217.

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ma etapa después de una vida dedicada al servicio de la Iglesia en


puestos diplomáticos 17. Junto al conocido Diario del alma, conjunto de
notas tomadas generalmente con motivo de ejercicios espirituales y
retiros, Roncalli llevó un diario propiamente dicho, a modo de anota-
ciones en agendas de escritorio, algunos fragmentos de las cuales han
sido publicados por el arzobispo Loris Capovilla en diversas obras 18 y
que se han recogido completas en la documentación del proceso canó-
nico de beatificación 19. En las anotaciones correspondientes al mes de
octubre de 1958, Roncalli va registrando la desfavorable evolución en
la salud de Pío XII 20 y deja cumplida constancia de sus sentimientos y
emociones ante el fallecimiento del papa, el jueves 9 de octubre:
«Jornada triste y de verdadera aflicción. A las 3,50 de esta mañana el Santo
Padre ha muerto santamente. La tristeza general supera todo recuerdo. Supera las
impresiones por la muerte de todos los papas precedentes: León XIII, que es
decirlo todo, Pío X, Benedicto XV y Pío XI: signo de que los tiempos han mejo-
rado, y precisamente gracias a los tiempos cambiados por la acción bien coordi-
nada del Santo Padre. Me acerqué a la Salute para la jornada del clero. Asistí a la
s. misa celebr[ada] por mons. Olivotti. Siguió mi conversación conmovida con el
clero. Me sentí turbado, como en ocasiones me ocurre hablando a mis queridos
sacerdotes. A veces no puedo mirarlos. De hecho después, por la tarde, mons.
Olivotti me contó que el clero había quedado muy impresionado. Estamos, por
tanto, siempre en aquello. Saberse humillar un poco, incluso delante de los infe-
riores, tiene más ventajas que afirmarse con desenvoltura.»

17 Sin ser diplomático de carrera, Roncalli había servido a la Santa Sede en diversas
misiones: visitador apostólico en Bulgaria (1925-1931), delegado apostólico en Bulgaria
(1931-1934), delegado apostólico en Turquía y Grecia (1934-1944), nuncio en Francia
(1945-1953). Él siempre mostró una decidida disposición hacia el trabajo directamente
pastoral y un ferviente deseo de poder dedicarse totalmente a él.
18 Las anotaciones correspondientes a los meses de octubre y noviembre de 1958,
con algunas supresiones: CAPOVILLA, L. F., Vent’anni della elezione di Giovanni XXIII,
Roma 1978, pp. 38-47; ID., Mi chiamerò Giovanni, Bergamo 1998, pp. 269-274.
19 Beatificationis et Canonizationis Servi Dei Ioannis Papae XXIII Summi Pontificis
(1881-1963). Biografia documentata, pars I-IV, Roma 1995. Las agendas se añaden en
apéndice.
20 El lunes 6 de octubre escribe: «Por desgracia, las condiciones del Santo Padre
siguen en continuo empeoramiento. Del hipo se ha pasado a los trastornos circulatorios.
El augusto enfermo recibió la S. Comunión y la Extremaunción. Todo hace temer por su
salud. Es mi deber rezar y hacer rezar por él. Es lo que hago y sigo haciendo con gusto.
Por lo demás, debo decir que, como en otros casos, tuve fenómenos de telepatía que me
hacen presentir el futuro». El miércoles 8 la situación es crítica: «Las noticias sobre la
salud del Santo Padre siempre graves, incluso gravísimas».
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En el discurso fúnebre, tenido en la catedral veneciana de San


Marcos, tras la misa de réquiem por Pío XII, Roncalli insiste en la
amplitud y profundidad de su magisterio, en su incansable tarea
evangelizadora y en la sensación de orfandad tras su muerte. El
afecto que muestra hacia el difunto papa es sincero y emocionado:
por eso resalta con admiración los rasgos más excelsos de la perso-
nalidad y la obra de Pacelli y se alegra por la imponente manifesta-
ción cristiana en el traslado de los restos mortales de Pío XII desde
Castelgandolfo a Roma 21. Sin embargo, Roncalli sabe que la Iglesia
no debe cerrarse en un intento de prolongar el pontificado apenas
concluido, lanzarse a la búsqueda de un Pacelli redivivo, detener la
historia. Pío XII ha sido una figura singular, grande, extraordinaria,
y también necesariamente irrepetible, porque pertenece a una épo-
ca que termina con él. Por eso es preciso mirar lejos, sin anclarse
en la nostalgia. Existen varios textos enormemente esclarecedores
del pensamiento de Roncalli al respecto. El primero es un apunte
correspondiente al 10 de octubre: «Una cierta frase mía acostum-
brada: “estamos en la tierra no para custodiar un museo, sino para
cultivar un jardín floreciente de vida”, expresa la realidad más con-
soladora. Muerto el papa, viva el papa» 22. El segundo es un frag-
mento de la carta que el patriarca dirige el día 17 desde Roma a
monseñor Valentino Vecchi, rector del Seminario diocesano de
Venecia:
«En cuanto al papa difunto y elevado a la gloria, no queda sino continuar la
aclamación: ¡viva el papa! Y rezar para que su sucesor, sea el que fuere, no
represente una solución de continuidad, sino progreso en continuar la juventud
perenne de la santa Iglesia, cuya misión es siempre la de conducir las almas

21 Cf. «Vent’anni di pontificato. Discorso a San Marco dopo la messa di réquiem per
Pio XII»: RONCALLI, A. G., Scritti e Discorsi, vol. III, Roma 1959, pp. 702-709. En la ano-
tación de la agenda, correspondiente al viernes 10 de octubre, señala: «Luto por la muer-
te del papa. Unánime y conmovido en toda la ciudad: una reconfortante sorpresa. La pre-
sencia del papa, tan viva y tan vivaz durante dieciocho años, en las dolorosas circuns-
tancias del final de la guerra y de la postguerra, a pesar de las miserias de los ataques de
la prensa más fogosa e indigna, ejerció una profunda penetración en el alma contempo-
ránea: y este sencillo comportamiento suyo en la distribución infatigable de la buena
doctrina, fue un apostolado que ha hecho merecedor al papa Pío XII de un reconoci-
miento sin fin. El futuro juzgará y bendecirá su nombre grande y bendito».
22 GIOVANNI XXIII, Lettere 1958-1963, Roma 1978, p. 482.

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hacia las divinas alturas de la realización evangélica y de la santificación de la


vida humana, con vistas a la vida eterna.» 23

Por último, poco antes de comenzar el cónclave, Roncalli escribe al


obispo de Bérgamo, Giuseppe Piazzi:
«El alma se conforta en la confianza del nuevo Pentecostés que podrá dar a la
santa Iglesia, en la renovación de la cabeza y en la reconstitución del organismo
eclesiástico, nuevo vigor hacia la victoria de la verdad, del bien y de la paz. Poco
importa que el nuevo papa sea bergamasco o no. Las oraciones comunes deben
obtener que sea un hombre de gobierno sabio y sencillo, que sea un santo y un
santificador. Excelencia, usted me comprende.» 24

Además de las alusiones a su propia realidad, destaca la clara y


vigorosa concepción eclesiológica de Roncalli. La Iglesia está unida a
Cristo y no puede entenderse sin esta referencia fundamental. Por eso
es una realidad viva y dinámica, y abierta necesariamente a la evange-
lización. También encontramos un penetrante sentido histórico: la Igle-
sia está en el mundo, en una época y un tiempo determinado; por tan-
to, no sólo debe conocer el mundo, sino adaptar los medios, renovar las
expresiones y formas para que resplandezca el depósito inmutable de
la fe y la Buena Noticia llegue a todos los corazones. Como conclusión,
Roncalli no es partidario de buscar un calco del pontífice difunto, ya
que los tiempos son distintos: no se trata de anclarse en el pasado, por
glorioso que sea, sino de mirar siempre adelante.

3. LAS ORIENTACIONES

3.1. Candidatos y tendencias


Las orientaciones ante el cónclave tienen dos puntos de referencia:
por una parte, el pontificado que acaba de finalizar, y por otra, las
perspectivas de futuro. Existen tres elementos de gran importancia
que van perfilando las opciones: la personalidad de Pío XII, su largo
pontificado y su estilo de gobierno. Son muchos los que opinan que el
pontificado apenas concluido es de muy difícil continuidad, bien
porque no existe ningún cardenal con la preparación y las capacida-

23 RONCALLI, A. G., Scritti..., p. 713.


24 Carta a Giuseppe Piazzi, 23 de octubre de 1858: GIOVANNI XXIII, Questa Chiesa
que tanto amo. Lettere ai vescovi di Bergamo, Cinisello Balsamo 2002, p. 456.
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des de Pío XII, ni que pueda estar a su altura intelectual y espiritual,


o bien porque el pontificado pacelliano, a pesar de todo, ha marcado
un estilo excesivamente personalista y lejano, y ha terminado dejan-
do sin resolver importantes retos. En cualquier caso, se va perfilando
la orientación por un cambio. La cuestión siguiente es qué tipo de
cambio. Ante todo de estilo, es decir, acercar distancias más que pro-
fundizar en ellas y también compartir y repartir las responsabilidades
de gobierno, en lo que podríamos llamar aceptación del principio de
subsidiariedad. Algunos opinan que se debe ir más allá y avanzar en
una respuesta actual a los movimientos de renovación en la Iglesia
(bíblico, litúrgico, ecuménico y teológico) y a las relaciones con el
mundo (guerra fría, cuestiones políticas y sociales...). Evidentemente
la discrepancia está entre los que entienden esta respuesta desde el
diálogo y los que la conciben desde la defensa. La tercer cuestión es
el cuándo de este cambio. Son muchos los que creen mejor no preci-
pitarse, debido a la situación en que se encuentran las estructuras
eclesiales y a la tensión en el ambiente, por lo que sería oportuno un
pontificado breve, que ponga a punto la maquinaria vaticana y sere-
ne los ánimos. Otros, por el contrario, no consideran conveniente
posponer la solución a los problemas planteados, sino que entienden
que ya ahora se dan las condiciones necesarias en el Sacro Colegio
para encontrar a quien inicie este proceso de renovación con un pon-
tificado bien definido y prolongado en el tiempo. Pero, ¿quiénes son
los posibles candidatos?
Tenemos dos importantes personalidades que, por diferentes motivos,
quedan excluidas. El cardenal Siri, arzobispo de Génova, considerado en
algunos ambientes el sucesor natural de Pío XII, es demasiado joven (52
años) como para representar una opción razonable para un Colegio car-
denalicio cuya edad media es de 73 años. Lo será, y muy importante, en
los cónclaves siguientes 25. Monseñor Montini, arzobispo de Milán, sería
indiscutible como candidato si fuera cardenal, pero no parece adecuado
romper la norma no escrita, según la cual el nuevo papa se elige siempre
entre los cardenales. Además, los grupos que consiguieron su alejamien-
to a Milán todavía están activos y son muchos los que se oponen a su

25 Giuseppe Siri (1906-1989), arzobispo de Génova, tendrá un papel preponderan-


te, sobre todo, en los cónclaves de 1978. Cf. LAI, B., Il Papa non eletto. Giuseppe Siri,
cardinale di Santa Romana Chiesa, Bari 1993.
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regreso, ni siquiera como posible secretario de Estado del nuevo papa 26.
Así pues, las miradas se dirigen en otra dirección.
Se habla de los cardenales Ruffini y Ottaviani, de línea conservado-
ra y que tendrían el posible apoyo de diversos sectores, pero parece
difícil que alguno de ellos pueda conseguir el quorum necesario. Se
abre paso la conveniencia de un pontificado de transición, de perfil
bajo, que ponga a punto la maquinaria del gobierno central de la Igle-
sia (Curia romana, Colegio cardenalicio...), que haga posible una cier-
ta distensión en el ambiente eclesiástico y que suponga una garantía
doctrinal, teológica y pastoral. Aquí las opciones no son muchas, dada
la edad de varios cardenales. El grupo dirigido por monseñor Tardini,
que aunque él mismo no es cardenal ejerce una indudable influencia,
orienta sus preferencias hacia el cardenal Aloisi Masella, de 79 años,
camarlengo, que ha desarrollado su vida entre la diplomacia y la Curia
romana. Pero el consenso es indudablemente mayor en torno a Ronca-
lli: tiene la edad adecuada para lo que se pretende, une las cualidades
de diplomático y pastor, y posee una personalidad sencilla y de trato
agradable, como han podido comprobar los muchos cardenales que han
sido sus huéspedes en Venecia.
Otro sector del Colegio cardenalicio parte de unas premisas diferen-
tes. Estos cardenales, entre los que se incluyen los de tendencia más
abierta y los vinculados a ambientes misioneros, no desean un pontifi-
cado de transición, que supondría perder un tiempo precioso, sino un
pontificado distinto, orientado hacia un fortalecimiento de la Iglesia y
que signifique un cambio, aunque existen diferentes modos de enten-
der la amplitud y el significado de este cambio. Un posible candidato
sería el cardenal Lercaro, arzobispo de Bolonia, pero la mayoría se
inclina por un papa no tan imprevisible, sino por una persona que
aporte cierta novedad sin sobresaltos. Incluso se consideran llegados
los tiempos de un papa no italiano. El candidato de este grupo es el
cardenal Agagianian.

26 La posible vuelta de Montini como secretario de Estado fue un tema que estuvo
presente en las discusiones y comentarios de esos días. Juan XXIII, gran amigo de Mon-
tini, preferirá mantenerlo como arzobispo de Milán. Nombrará secretario de Estado a
monseñor Tardini, su antiguo superior, que no siempre había estado de acuerdo con él en
el pasado. Probablemente estas decisiones maduraron en los encuentros mantenidos
antes de empezar el cónclave.
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3.2. Un papa de transición

Al llegar a Roma, Roncalli se aloja en la Domus Mariae, en la vía Aure-


lia. Pronto percibe el enrarecido ambiente, del que deja constancia en
sus escritos de esos días.
En la Domus Mariae. Bien acogido. Primera mañana en el Vaticano
para la Congregación general. Bien. Por la tarde ceremonia para la
sepultura del S. Padre. Conmovedor el lado litúrgico. Me recordó la
sepultura provisional de León XIII. Sin embargo, lamento general por
la obligada asistencia a la deposición del cadáver en las tres cajas de
prescripción, e igualmente desagradable el miserable castillo plantado
en el hemiciclo de la confesión, que parecía un palco para la guilloti-
na. No es necesario que el gran público asista a estas dos operaciones.
Una vez puesto el velo blanco de seda sobre el rostro del cadáver, el
resto debe reservarse a poquísimos testigos. Esta es la impresión de los
cardenales. «En la Domus Mariae tuve en cena conmigo a mons. Urba-
ni de Verona y Piazzi de Bérgamo. Estuve muy contento. Sin embargo,
el recuerdo más vivo de la jornada fue la última mirada al rostro cada-
vérico del S. Padre. ¡Oh, la gran lección de la muerte!» 27.
Durante su estancia en Roma, Roncalli participa en las diarias Con-
gregaciones cardenalicias y, al igual que otros colegas, desarrolla una
intensa actividad en cuanto a visitas y encuentros 28. Pronto percibe

27 Anotación en la agenda correspondiente al lunes 13 de octubre de 1958.


28 Durante su estancia romana en los días anteriores al cónclave, el cardenal Ron-
calli se encontró con las siguientes personalidades: día 13, lunes: mons. Urbani, obispo
de Verona, y mons. Piazzi, obispo de Bérgamo; día 14, martes: mons. Dell’Aqua, sustitu-
to de la Secretaría de Estado; cardenal Dalla Costa, arzobispo de Florencia; mons. Gian-
franceschi, obispo de Cesena, y conde Della Torre, director del Osservatore Romano; día
15, miércoles: mons. Tardini, prosecretario de Estado, y cardenal Costantini, de la Curia,
enfermo; día 16, jueves: Vittorio Cini, mons. Alcini, cardenal Dalla Costa, arzobispo de
Florencia y cardenal Pizzardo, de la Curia; día 17, viernes: cardenal Dalla Costa, arzo-
bispo de Florencia, y cardenal Pizzardo, de la Curia; día 18, sábado: dr. Missiroli, direc-
tor del Corriere della Sera, se confiesa con mons. Cavagna, asistente nacional de la
juventud femenina de Acción Católica; día 19, domingo: cardenal Fossati, arzobispo de
Turín; cardenal Ciriaci, de la Curia, y cardenal Cicognani, de la Curia; día 20, lunes:
cardenal Ottaviani, de la Curia; cardenal Aloisi Masella, camarlengo; mons. Tardini,
prosecretario de Estado; mons. Signora, prelado de Pompeya; mons. Ferretto, de la Curia,
y mons. Sigismondi, de la Curia; día 21, martes: mons. van Lierde, sacrista pontificio;
mons. Mocchi; mons. Ballo Guercio; profesor Guitton, abbé Curtois; mons. Ronca, car-
denal Feltin, arzobispo de París, abogado Veronese, mons. Roberti, de la Curia; día 22,
554
LUIS MARÍN DE SAN MARTÍN, OSA

que su nombre se cita entre los favoritos 29. Su secretario particular,


monseñor Loris Capovilla, así lo confirma: «Estaba turbado porque se
hablaba de él sin indirectas, con espontaneidad. Su nombre había
entrado en la margarita de los candidatos. Le señalaron a él algunos
cardenales y otros conocidos suyos [...]. También otros secretarios de
cardenales daban por segura su candidatura» 30.
Capovilla relata diversos episodios ocurridos los días previos al ini-
cio del cónclave: «Al término de una reunión con el cardenal Dalla
Costa, venerado y lúcido arzobispo de Florencia, oí estas agudezas:
“Vuestra eminencia olvida que tengo setenta y siete años”. Respuesta:
“Diez menos que yo. Diez años de papado bastan”. En los ambientes
romanos, la voz sobre la posible elección de Roncalli se debía haber
difundido bastante si el arzobispo Leone Nigris, de setenta y cuatro
años, secretario general del Consejo Superior de la Obra Pontificia de
la Propagación de la Fe, llegó a pedirle por escrito –yo vi la carta, que
pasé luego al archivo de la Secretaría de Estado– ser su sucesor en
Venecia. También monseñor Gaspare Cantagalli, ecónomo y adminis-
trador de la Secretaría de Estado, daba por cierta la elección de Ron-
calli. Por su despacho pasaban todos, empezando por los cardenales y
los diplomáticos» 31.
Roncalli también percibe el aumento de consensos en torno a la
figura de Agagianian y comprueba que uno de los más activos es su
viejo amigo el canciller de la Iglesia, cardenal Celso Costantini, hom-
bre muy vinculado al trabajo misionero y al Oriente cristiano. Sin
embargo, aun apreciando personalmente a Agagianian, Roncalli consi-
dera equivocada esta opción porque no cree que elegir como papa al
cardenal armenio suponga un acercamiento a Oriente y un respaldo a
las Iglesias cristianas. Así se lo comenta al político italiano Giulio
Andreotti poco antes de entrar en el cónclave: «El otro día, poco antes
de que muriese, fui a encontrarme con el cardenal Costantini, que me

miércoles: cardenal Tedeschini, de la Curia, y cardenal Canali, de la Curia; día 23, jue-
ves: cardenal Grente, arzobispo de Le Mans; cardenal Roques, arzobispo de Rennes, y
cardenal Fumasoni Biondi, de la Curia; día 24, viernes: mons. Olivotti, obispo auxiliar
de Venecia; día 25, sábado: Giulio Andreotti, ministro italiano de Finanzas.
29 El día 14 de octubre escribe: «Gran movimiento de mariposas en torno a mi pobre
persona. Algún encuentro fugaz que sin embargo no turba mi tranquilidad».
30 RONCALLI, M., Juan XXIII. En el recuerdo de su secretario Loris F. Capovilla,
Madrid 2000, p. 53.
31 Ibíd., p. 54.

555
EL CÓNCLAVE DE JUAN XXIII

dijo: esta vez finalmente tendremos un papa oriental. Me he maravilla-


do de que un hombre experto como él dijese esto. El Oriente no existe
sino en las clasificaciones generalizadoras de los occidentales. Pida a
un chino si siente algo en común con un turco o con un indio. Es
mucho más fácil para un italiano u otro europeo, que no para un llama-
do oriental, poner paz entre libaneses y egipcios...» 32. Y no sólo eso: la
elección del cardenal armenio podría traer consecuencias negativas,
según una confidencia a monseñor Augusto Gianfranceschi, obispo de
Cesena 33.
Son momentos de búsqueda, de estrategias, de reuniones, de refle-
xión. Roncalli participa activamente en estos encuentros y visitas entre
cardenales, consciente de la importancia del momento y de la respon-
sabilidad del Sacro Colegio, pero mantiene su serenidad habitual:
«El agua hierve alrededor de las personalidades que deberían emerger del cón-
clave. Deberían emerger cada día la sinceridad de las personas y de los diversos
grupos que forman. Nada me impresiona, pues la gracia del Señor me prepara
para todo.» 34

No todo es limpio. En estos días se pone en evidencia una maniobra


contra la candidatura de Roncalli, al difundirse rumores acerca de la
salud del patriarca de Venecia, afirmando que padece una forma grave
de diabetes. El infundio llega a los oídos del interesado, que anota en
su agenda:
«Contactos fugaces con los card. Pizzardo y Ottaviani para disipar dolorosos
malentendidos, independientes de mi persona. Para mí son ocasión de sustraerme
a las responsabilidades pontificales y me alegro. Pero ¡qué ofensa a la justicia, qué
engaños ligados a intereses personales y de orden material! Deus nos adiuvet.» 35

32 ANDREOTTI, G., A ogni morte di papa. I papi che ho conosciutto, Milano 1980,
pp. 72-73.
33 «Si se hubiese elegido al cardenal Agagianian el mundo árabe se habría subleva-
do, por el antagonismo con los armenios, y asimismo las diversas Iglesias orientales
habrían visto mal la preferencia por el armenio»: Beatificationis et Canonizationis Servi
Dei Ioannis Papae XXIII Summi Pontificis (1881-1963). Positio super vita, virtutibus et
fama sanctitatis, vol. IIa, Roma 1997, p. 341.
34 Anotación en la agenda correspondiente al domingo 19 de octubre de 1958.
35 Anotación en la agenda correspondiente al viernes 24 de octubre de 1958.

556
LUIS MARÍN DE SAN MARTÍN, OSA

En una carta al obispo de Faenza, mons. Giuseppe Battaglia, Ronca-


lli da instrucciones precisas y terminantes para que su sobrino don
Battista, sacerdote de esa diócesis, no se acerque a Roma. Todavía
están en el ambiente las críticas mordaces a la influencia de los sobri-
nos de Pío XII en la última parte del pontificado. «Cuando oiga decir
que he debido ceder al vuelo del Espíritu Santo, expresado por las
voluntades reunidas, permita dejar venir a don Battista a Roma, y
acompáñelo con su bendición... En cuanto a mí, quiera el cielo ¡ut
transeat calix iste! Por eso, hágame la caridad de rezar por mí y junto a
mí. Yo estoy en un punto en que si se tuviera que decir de mí: Appensus
est statera et inventus est minus habens (Dn 5,27), me alegraría íntima-
mente por ello y bendeciría al Señor» 36.
El patriarca tiene una idea clara de lo que puede acontecer. Y cierta-
mente, cuando se abre el cónclave, dos candidaturas son las que desta-
can por encima de las demás: las de los cardenales Agagianian y Ronca-
lli. En un encuentro con los seminaristas del Colegio armenio, el 1 de
febrero de 1959, Juan XXIII, tras reafirmar su estima por el cardenal
Agagianian («la flor más perfumada y olorosa de aquella nación»), reve-
lará: «¿Sabéis que vuestro cardenal y yo estábamos como emparejados
en el cónclave del pasado octubre? Nuestros nombres se alternaban arri-
ba y abajo, como los garbanzos en el agua hirviendo» 37.

4. LA ELECCIÓN

4.1. Tiempo de cónclave


En la mañana del sábado 25 de octubre tiene lugar la misa de Espíritu
Santo y el discurso Pro eligendo Pontifice, que, según costumbre, pro-
nuncia el secretario de las cartas latinas, monseñor Antonio Bacci. El
discurso 38 es una exhortación a los cardenales para que cumplan el

36 Carta a monseñor Giuseppe Battaglia, Roma 24 de octubre de 1958: CAPOVILLA,


L.F., Vent’anni..., p. 49. También encontramos diversas referencias en las cartas del 16 y
del 20 de octubre a su sobrina Enrica Roncalli: GIOVANNI XXIII, Lettere ai familiari,
vol. II, Roma 1968, pp. 436-437.
37 CAPOVILLA, L. F., Vent’anni..., 25. El cardenal Silvio Oddi recuerda, a este respec-
to, otra confidencia del papa Juan: «Si supiera qué emoción –me confió posteriormente–.
En el momento de los últimos escrutinios nuestros nombres se alternaban: Roncalli...
Agagianian... Roncalli... Agagianian... Roncalli»: ODDI, S., Il tenero mastino di Dio.
Memorie del cardinale Silvio Oddi, Roma 1995, p. 14.
38 Acta Apostolicae Sedis, 50 (1958) 855-861; Ecclesia, 28-II (1958) 529-530.

557
EL CÓNCLAVE DE JUAN XXIII

cometido para el que han sido convocados, pero, además de trazar un


nítido apunte sobre las carencias del pontificado pacelliano, sus pala-
bras suponen una clara toma de postura a favor de un cambio. En efec-
to, monseñor Bacci afirma que, si el futuro papa «conoce experimen-
talmente las necesidades reales de los pueblos, los peligros que hay
que evitar, las lides que apaciguar; si no solamente es hombre de
libros, sino también conocedor de la realidad; si, sobre todo, brilla por
su caridad tan inflamada que desee vivamente dar su vida por las ove-
jas que le fueron confiadas, entonces sin duda alguna podrá llevar en sí
la imagen tan perfecta de pontífice máximo». Y expresa su deseo de
que «sea además el pastor verdaderamente operante. Que resplandez-
ca por su doctrina; conozca a la perfección la ciencia de las relaciones
públicas entre las diversas naciones y que sea eminente por su pru-
dencia. Pero esto no le basta. Es necesario ante todo que lleve en sí la
imagen divina de quien dijo: Yo soy el buen Pastor; el buen Pastor da
su vida por sus ovejas... Yo soy el buen Pastor y conozco a las mías, y
las mías me conocen a mí». Y concluye: «Si el futuro pontífice sobre-
saliera por la santidad, sin duda podría conseguir de Dios todo lo que
sea necesario para el régimen de la Iglesia universal». Rocalli anota
puntualmente en su agenda:
«A las 9,30 asistencia en San Pedro a la misa pontifical de invocación al Espíritu
Santo para la apertura del cónclave. Bellísima ceremonia con un discurso bien
logrado de mons. Bacci de eligendo Pontifice. En él afirmó algunas cosillas mere-
cedoras de atención y de reforma sobre el método y sobre los contactos del nuevo
papa con el clero, cardenales de Curia y obispos, etc.; menos libros y discursos y
más familiaridad con los hombres de la Curia y con los asuntos.» 39

De regreso a la Domus Mariae, Roncalli recibe allí al democristiano


Giulio Andreotti, por entonces ministro de Finanzas de Italia, para dejar
solucionado un asunto administrativo referente al Seminario menor de
Venecia. Andreotti sale del encuentro plenamente convencido de que el
patriarca será el nuevo papa y de que el propio Roncalli está seguro de
su elección 40. A las 14 horas el cardenal Roncalli abandona la Domus
Mariae y, acompañado por su secretario, don Loris Capovilla, y por su
chofer y ayuda de cámara, Guido Gusso, se dirige en coche al Vaticano,
entrando por el Arco de las Campanas, hasta el cortile de San Dámaso.

39 Anotación en la agenda correspondiente al sábado 25 de octubre de 1958.


40 ANDREOTTI, G., A ogni morte..., pp. 66-73.
558
LUIS MARÍN DE SAN MARTÍN, OSA

Sube a la segunda logia, a la celda número 15, que le había tocado en el


sorteo del día 21 y que ya había visitado el día anterior 41. A las 16 horas
se inicia el cónclave, como el patriarca indica en su agenda, con la
«procesión desde la [capilla] Paulina a la Sixtina al canto del Veni Cre-
ator. Después capilla cerrada a los cardenales: inicio, constituciones,
juramentos. Que el Espíritu Santo exultet in cordibus nostris». El carde-
nal Roncalli ocupa en la capilla Sixtina el puesto antepenúltimo de la
fila de la izquierda, mirando desde el altar, muy cerca de la puerta,
entre los cardenales Valerio Valeri y Gaetano Cicognani. Una vez allí, el
decano del Sacro Colegio, cardenal Tisserant, recita la oración al Espí-
ritu Santo y se procede a la clausura oficial del recinto del cónclave,
según un minucioso y un tanto arcaico protocolo. El prefecto de cere-
monias pontificias, monseñor Enrico Dante, pronuncia el extra omnes y
cierra la puerta interior situada al final de la escalera que baja al cortile
de San Dámaso; después el mariscal del cónclave cierra la puerta exte-
rior. Por lo demás, el resto de la tarde se dedica a la lectura de la cons-
titución apostólica Sede Vacante, emanada por Pío XII en 1945 42, y a
los juramentos prescritos en ella. El prefecto de ceremonias lee la fór-
mula y cada cardenal jura con ambas manos sobre los Evangelios: «Ego
N., cardinalis N., spondeo, voveo, ac iuro. Sic me Deus adiuvet et haec
Sancta Dei Evangelia». Sigue una pequeña exhortación del cardenal
decano y el juramento de otros oficiales del cónclave. Desde ese
momento la bandera del príncipe Sigismondo Chigi Albani della Rove-
re, mariscal perpetuo de la santa Iglesia romana y custodio del cóncla-
ve, ondea en el palacio Vaticano.
Para resultar elegido se necesitan los dos tercios más uno de los
sufragios, es decir, 35 votos. Aunque existen dos candidaturas princi-
pales, no son indiscutidas, ni tan siquiera lo suficientemente fuertes
como para garantizar el éxito, por lo que el quorum parece difícil de
alcanzar. El domingo 26 de octubre, a las 9 de la mañana, la campana
convoca a los cardenales a la capilla Sixtina 43. Tras la misa celebrada

41 Su celda estaba entre la del cardenal Ruffini y la del cardenal Fossati. Escribe el
día 24 en la agenda: «Visita a la celda: la mía, la n. 15 en el segundo piso: la habitación
del Comandante de los Guardias Nobles». Curiosamente, a la entrada permanecía una
placa con la inscripción «Comandante».
42 Cf. Acta Apostolicae Sedis, 38 (1946) 65-99.
43 En cuanto a la orientación del voto del patriarca de Venecia en este cónclave,
cabe señalar que lo dio al cardenal Valerio Valeri (1883-1963), su predecesor en la nun-
ciatura de París y que, acusado de haber mantenido la representación diplomática ante el
559
EL CÓNCLAVE DE JUAN XXIII

por el cardenal decano, el obispo agustino Petrus Canisius van Lierde,


sacrista pontificio, recita el Veni Creator. Los no cardenales abandonan
la capilla y se cierran las puertas: comienza la elección del papa. Hay
dos votaciones consecutivas por la mañana y otras dos por la tarde 44,
sin resultado positivo: las fumatas negras aparecen en la chimenea de
la Capilla Sixtina a las 11,53 y a las 18,02. Roncalli recibe un número
grande de votos pero, según parece, la mayoría relativa en las primeras
votaciones es para el cardenal Agagianian 45. El patriarca de Venecia
escribe en su agenda:
«Emociones diversas al descubrir por primera vez las intenciones de los cardena-
les: más graves por la tarde, habiendo yo mismo debido leer mi pobre nombre.
Todavía hay tiempo para una sorpresa que me podría aguardar. La espero desde
ahora para mi humillación y para mi mayor bien. Por la noche me dispensé de
bajar a la sala de los Borgia para cenar. Y comí poco en la habitación, yendo des-
pués a rezar, a rezar con viva intensidad de resignación, humillación y paz, en la
capilla de la condesa Matilde que vi por vez primera. Adiuvet me Deus et salvet
me. Mater mea, fiducia mea, in te confido: semper filius ut sum.»

Así pues, en la tarde del domingo los votos aumentan, hasta el pun-
to de hacer previsible la elección de Roncalli el día siguiente, lunes 27
de octubre. Dos datos aportados por el propio Roncalli parecen confir-
marlo así. En su agenda se refiere al lunes 27 como «el día que parecía
casi conclusivo y no lo fue». Otro dato importante lo encontramos en el
texto que el nuevo papa leyó al aceptar el pontificado en la tarde del
martes 28. En la versión oficial, el texto finaliza con las palabras «In
solemnitate Christi Regis cantavimus...», mientras que en el autógrafo
roncalliano está escrito: «Heri cantavimus...» (ayer hemos cantado). La
solemnidad de Cristo Rey se celebró el domingo 26 y, por tanto, Ron-
calli preparó el texto durante el lunes 27 para leerlo ese mismo día, en
el que consideraba muy probable su elección 46. No fue así y las fuma-

gobierno de Vichy, se había visto obligado a abandonar el cargo por presiones del gene-
ral De Gaulle. Desde 1953 era prefecto de la Congregación de Religiosos. Cf. CAPOVILLA,
L. F., Vent’anni..., p. 25. En los últimos escrutinios, Roncalli votó al decano, cardenal
Eugène Tisserant (1884-1972), según confidencia de Juan XXIII al profesor Eugenio
Bacchion. Cf. Positio..., p. 316.
44 Por la tarde a Roncalli le tocó ser uno de los escrutadores.
45 Así lo declarará monseñor Bruno Heim en el proceso canónico, basándose en una
confidencia del propio Juan XXIII. Cf. Positio..., p. 813
46 Cf. GAETA, S., Giovanni XXIII. Una vita di santità, Milano 2000, p. 204.

560
LUIS MARÍN DE SAN MARTÍN, OSA

tas negras aparecieron a las 11,15 y 17,35. Ignoramos si, en las evolu-
ciones del cónclave, fue éste el momento en el que crecieron o apare-
cieron otras candidaturas, pero resulta probable. Según parece, por la
tarde la candidatura de Roncalli vuelve a recuperarse o a oscilar: «En
las sesiones de la tarde, peor que peor» 47. Hay también una oscura
referencia cuyo alcance concreto se nos escapa:
«Para algunas personas ha llegado la hora del ignosco et dimitto, que está en el
cuarto puesto del Quinque puncta utilissima recitanda ante vel post Missam. Sí, yo
paso por alto y perdono de buen corazón y encuentro gusto en perdonar. Así el
Señor me mantenga la delicia interior de hacerlo y de hacerlo siempre usque
vivam. Éste es el modo más perfecto de vivir y morir.»

Al mediodía Roncalli no baja a comer junto a sus colegas, sino que


permanece en su habitación. Por la noche vuelve a su puesto habitual
en el comedor, «con el card. Fossati a la derecha y con el card. Agagia-
nian a la izquierda». Concluye en su agenda observando que «el silen-
cio del cónclave sufre alguna pequeña vía de agua. Unusquisque sibi-
met ipsi provideat. Yo quiero ser siempre más hermético y fiel: ut pro
sua clementia rerum Creator sit mihi presul et custodia».
La tarde y noche del 27 son de gran movimiento. Como venía sien-
do habitual, continúan los encuentros y conversaciones entre los car-
denales en busca de una mayoría suficiente, que parece orientarse
hacia el patriarca de Venecia como solución menos complicada. Ron-
calli recibe varias visitas en su celda, entre otras la de los cardenales
Ruffini y Ottaviani, que le manifiestan su apoyo y le expresan varias
sugerencias, alguna tan importante como la posible convocatoria de un
Concilio, según declaraciones posteriores de ambos cardenales 48. Sea
47 El cardenal Ottaviani declaró en el proceso canónico que «la tarde precedente a
su nombramiento como papa, el número de votos daba por segura su elección». Cf. Posi-
tio..., p. 238.
48 Diez años después el cardenal Ottaviani afirmará: «El los últimos días del cón-
clave fui a visitar al patriarca en su celda y le dije: “Eminencia, debemos pensar en un
Concilio”. El cardenal Ruffini, también presente, es del mismo parecer. El cardenal
Roncalli hace suya esta idea y, más tarde, le he oído decir: He pensado en un Concilio
desde el instante en que me convertí en papa», Epoca, 8 de diciembre de 1968. En 1975
Ottaviani fija esa entrevista en la noche del 27 de octubre, e insiste en que, entre los
temas tratados, se comentó lo bueno que sería (che bella cosa) convocar un Concilio con
el objetivo de corregir errores en la Iglesia y el mundo. Cf. BONNOT, B. R., Pope John
XXIII. An astute, pastoral leader, New York 1979, p. 13. El cardenal Ruffini, por su par-
te, escribe a Pablo VI el 20 de agosto de 1964: «He caldeado la apertura del Concilio
561
EL CÓNCLAVE DE JUAN XXIII

como fuere, el Vaticano II resultará un Concilio muy distinto al pensa-


do por Ruffini y Ottaviani.

4.2. Vocabor Ioannes

Llegamos al martes 28 de octubre. A las 6 de la mañana Roncalli


celebra misa en la capilla Matilde, asistido por su secretario. Está pre-
sente también el cardenal polaco Stefan Wyszynski, arzobispo de
Gniezno y Varsovia, que celebra a continuación. Por último, celebra
Capovilla y el cardenal Roncalli le asiste como monaguillo, acercándo-
le las vinajeras y tocando la campanilla durante la consagración 49.
Después de la misa Roncalli solicita a su secretario que le consiga el
Annuario Pontificio, probablemente para despejar la duda sobre el
número de papas legítimos que han llevado el nombre de Juan 50. A las
9 la campana vuelve a convocar a los cardenales a la capilla Sixtina,
donde el sacrista, monseñor van Lierde, celebra la Eucaristía y recita
el Veni Creator. Tras las dos votaciones de la mañana, la quinta fumata
vuelve a ser negra a las 11,10, pero en la pausa para comer se difunde
entre los conclavistas la noticia de que el papa está prácticamente ele-
gido. Capovilla narra estos últimos momentos. «Desde la Sixtina el
patriarca subió en seguida a su celda. Sentándose en el diván, pidió
quedarse solo [...]. A las 13, mientras me disponía a acompañarlo a la
sala Borgia me dijo: “No bajo; tomaré aquí un bocado, si me haces
traer algo. Comemos juntos”. Guido Gusso, el ayuda de cámara, que se
había hecho amigo de los cocineros, bajó rápidamente y volvió a las
13,20 con la comida. Recitada la oración, sentados el uno frente al otro
comimos, por así decir, sobre una tambaleante mesita: tomó un caldo,
una loncha de carne, un vaso de vino, una manzana; a mí la comida no
me pasaba. ¿Cómo habría podido, si un nudo me cerraba la garganta?

ecuménico durante una treintena de años, hablando de él a Pío XII y más tarde a Juan
XXIII el mismo día de su elección», STABILE, F. M., «Il cardinal Ruffini e il Vaticano II.
Le lettere di un “intransigente”», Cristianesimo nella Storia, 11 (1990) 134. La primera
referencia verbal de Juan XXIII sobre la necesidad de convocar un Concilio de la cual
tenemos noticia es del 30 de noviembre de 1958, dos días después de su elección, CAPO-
VILLA, L. F., Giovanni XXIII. Quindici letture, Roma 1970, p. 746.
49 Cf. CAPOVILLA, L. F., Mi chiamerò Giovanni, Bergamo 1998, p. 26.
50 Cf. RONCALLI, M., JUAN XXIII. En el recuerdo de su secretario Loris F. Capovilla,
Madrid 2000, pp. 57-58.
562
LUIS MARÍN DE SAN MARTÍN, OSA

Intercambiamos, sí y no, diez palabras. Terminada en un cuarto de hora


la comida, se acomodó en una butaca para reposar. Junto a él, yo ho-
jeaba algún libro y fantaseaba. Abrió los ojos veinte minutos después.
Sentado a la mesa escribió algunas notas en tres folios, que se metió en
el bolsillo. A las 16 el repique de la campana martilleó los corazones
estremeciéndolos: “Eminencia, es hora” [...]. Me despedí del patriarca
a la entrada de la Sixtina besándole la mano con más efusión que habi-
tualmente, pareciéndome hacerlo por última vez, de aquel modo y en
aquella circunstancia. Me invadió el irrefrenable presentimiento del
futuro, tan natural cuando se tienen ojos para ver y fantasía para ima-
ginar» 51.
Tras el recuento de votos el cardenal Roncalli supera los 35 necesa-
rios para la elección, aunque, según parece, por muy poco más: habría
conseguido en este último escrutinio 36 votos, tan sólo uno por encima
del quorum necesario 52. La fumata blanca anuncia el resultado a las
17,08 y el cardenal protodiácono, Nicola Canali, lo proclama al mundo
desde el balcón central de la basílica a las 18,05 53. En su agenda,
Roncalli anota las vicisitudes de esta jornada crucial en su vida:
«Cónclave al III día. Fiesta de los ss. apóstoles Simón y Judas. S. misa en la capi-
lla Matilde, con mucha devoción por mi parte. Invocados con especial ternura
mis santos protectores: s. José, s. Marcos, s. Lorenzo Justiniano, s. Pío X, para
que me infundan calma y ánimo. En el IX y X escrutinio mi pobre nombre vuelve
a lo alto. No me pareció bien bajar a comer con los cardenales. Comí en la habi-
tación. Siguió un breve reposo y un gran abandono. En el XI escrutinio, heme aquí
nombrado papa. Oh Jesús, diré también yo como Pío XII cuando fue elegido
papa, Miserere mei Deus, secundum magnam misericordiam tuam. Se diría que es
un sueño: y es, antes de morir, la realidad más solemne de toda mi pobre vida.
Heme aquí preparado, oh Señor, ad convivendum et ad commoriendum. Cerca de
300 mil personas me aplaudían en el balcón de S. Pedro. Los focos me impidie-
ron ver nada más que una masa amorfa que se agitaba.»

Tras el éxito de la votación, según lo establecido, el decano del


Sacro Colegio, cardenal Eugène Tisserant, se acerca al sitial de Ron-

51 CAPOVILLA, L. F., Vent’anni della elezione di Giovanni XXIII, Roma (1978), p. 7-8.
52 Así aparece en un escrito del cardenal Eugène Tisserant, decano del Sacro Cole-
gio cardenalicio, publicado en facsímil tras su muerte. Cf. Panorama, 6 de julio de 1972.
53 Annuntio vobis gaudium magnum: Habemus papam. Eminentissimum ac reveren-
dissimum dominum Angelum Iosephum Sanctae Romanae Ecclesiae cardinalem Roncalli,
qui sibi nomen imposuit Ioannis vigesimi tertii.
563
EL CÓNCLAVE DE JUAN XXIII

calli y le hace las preguntas de rigor. A la primera, Aceptasne electio-


nem de te canonice factam in Romanum Pontificem?, Roncalli res-
ponde leyendo el texto latino que había preparado el día 27 54. A la
segunda, Quo nomine vis vocari?, responde leyendo los tres folios
preparados después de la comida 55 y que comienzan con las palabras
Vocabor Ioannes. «Me llamaré Juan». En este discurso, pronunciado
en italiano y que tiene el sabor de una catequesis, el nuevo papa
explica las razones por las que elige ese nombre, no utilizado por un
papa legítimo desde el siglo XIV 56. Ante todo aporta razones persona-
les de cautivadora sencillez: su padre se llamaba así y es también el
del titular de la iglesia donde le bautizaron; después da razones his-
tórico-eclesiales: es el utilizado por mayor número de papas. «Casi
todos tuvieron un pontificado breve», añade. Y también es el primer
nombre de san Marcos, patrono de Venecia. Por último, lo vincula en
extensa referencia al Bautista y al Evangelista: el precursor y el tes-
tigo del amor.
Tras retirarse a la sacristía para revestirse con las vestiduras pontifi-
cias 57, el ya papa Juan XXIII vuelve a la Sixtina para, sentado en un trono
colocado ante el altar, recibir el homenaje de los cardenales por orden de
precedencia. Cada uno, puesto de rodillas, le besa primero el pie, luego el
anillo y por último intercambian un abrazo. Al terminar el acto de homena-
je, el papa anuncia resueltamente: «Mañana no quiero besos en los pies».
Su secretario, don Loris Capovilla, le propone prudentemente dejar por el

54 «Escuchando tu voz, tremens factus sum ego, et timeo. Lo que sé de mi pobreza y


pequeñez basta para confundirme. Pero viendo en los votos de mis hermanos los eminen-
tísimos cardenales de nuestra santa Iglesia romana el signo de la voluntad de Dios, acep-
to la elección que han hecho, e inclino la cabeza y la espalda al cáliz de la amargura y al
yugo de la cruz. En la solemnidad de Cristo Rey todos hemos cantado: el Señor es nues-
tro juez; el Señor es nuestro legislador; el Señor es nuestro Rey; él nos salvará», Acta
Apostolicae Sedis, L (1958) 878.
55 Ibíd., p.878-879.
56 Juan XXII gobernó la Iglesia de 1316 a 1334. Durante el Cisma de Occidente
hubo un antipapa con el nombre de Juan XXIII (1410-1415), Baldassarre Cossa,
depuesto por el Concilio de Costanza.
57 Como anécdota cabe señalar que, de las tres sotanas blancas preparadas, cada
una de distintas medidas, monseñor Dante le entregó la de talla uno, retirando las otras.
Era una talla equivocada que le estaba muy estrecha, hasta el punto de que a la mañana
siguiente Juan XXIII volvió a ponerse su antigua sotana violácea de cardenal. A las 8 lle-
gó el sastre Gammarelli, buscó las sotanas retiradas el día anterior y le hizo vestir la
correcta: la de talla número dos. Cf. CAPOVILLA, L. F., Mi chiamerò Giovanni..., p. 37.
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LUIS MARÍN DE SAN MARTÍN, OSA

momento el protocolo como está y cambiarlo más adelante. Pero el papa es


claro y tajante: «Ese rito no lo quiero» 58. Juan XXIII sale al balcón de la
basílica a las 18,20 para impartir la bendición Urbi et Orbi, marchando
después al Aula de los Paramentos, donde se detiene durante media hora
en un animado y un tanto caótico encuentro con numerosas personas de la
Secretaría de Estado y de la Casa Pontificia, que habían penetrado en el
recinto del cónclave haciendo saltar los sellos y provocando el enojo del
cardenal decano. No considerando oportuno volver a su antigua celda, los
ceremonieros le acompañan al casi vacío apartamento del secretario de
Estado, dejándole únicamente en compañía de su fiel secretario
Capovilla 59. A las 19,30 recibe a monseñor Angelo Dell’Acqua, sustituto
de la Secretaría de Estado, y al latinista monseñor Giuseppe Del Ton: le
traen un esquema para el radiomensaje del día siguiente y, durante una
hora, preparan con el papa las líneas esenciales del mismo. A las 21 horas
Juan XXIII cena solo 60 y a continuación reza el rosario paseando arriba y
abajo por el corredor. Pide ver a monseñor Tardini, que llega a las 22, y con
él permanece reunido durante cuarenta minutos. El papa le confirma como
prosecretario de Estado. Son cerca de las 23 cuando su secretario Capovi-
lla se arrodilla y le pide la bendición, que el papa le da posándole la mano
sobre la cabeza. Así concluye el día en el que Angelo Giuseppe Roncalli,
un anciano de casi setenta y siete años, fue elegido papa 61.

5. LA HUELLA DEL ESPÍRITU

El cónclave de 1958 no fue fácil. El hecho de que se necesitaran tres


días y once votaciones así lo prueba. La mayoría que eligió a Juan XXIII

58 Cf. RONCALLI, M., JUAN XXIII..., p. 62. También serán abolidas la incensación de
rodillas al sumo pontífice y la triple genuflexión ante el papa.
59 «Algo cortado, casi subyugado por la solemnidad del momento y la majestad del
lugar, pregunté tímidamente: “¿Deseáis ver a alguien? ¿Hay algo que os urja?”. “No,
respondió, ante todo déjame decir en paz las vísperas y las completas”», Cf. CAPOVILLA,
L. F., Mi chiamerò Giovanni..., p. 36.
60 Al final de la cena «apareció el anciano comendador Pio Manzia, de paso insegu-
ro, con una botella de champán en la mano, “Padre santo, es tradición que el maestro de
casa obtenga el permiso para descorchar una botella, ofrecer a su santidad y recibir el
resto como regalo”. El papa sonrió, aceptó un sorbo y condescendió de buen grado al
deseo del buen Manzia, que se retiró todo altivo con su preciosa joya», ibíd.
61 Durante un retiro espiritual en 1962, Juan XXIII escribe: «Primera gracia. Acep-
tar con sencillez el honor y el peso del pontificado, con el gozo de poder decir que no hice
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EL CÓNCLAVE DE JUAN XXIII

era variada: el grupo curial dirigido por Ottaviani, algunos arzobispos


de grandes diócesis italianas, el núcleo francés... Si ya al comienzo del
cónclave una de las candidaturas más fuertes era la de Roncalli, esta
posibilidad fue ganando terreno en el transcurso de los días, hasta pre-
sentarse como la más razonable y la menos complicada. Son cinco los
principales factores que perfilaron la candidatura del patriarca de
Venecia como sucesor de Pío XII. El primero es la nacionalidad. Una
vez más se prefería un papa italiano, a pesar de la internacionalización
del Sacro Colegio durante el pontificado anterior. Ante todo porque, a
no ser el amable y docto Agagianian, ningún otro cardenal no italiano
obtenía apoyos significativos. Pero una de las dificultades que encon-
trará este cardenal vendrá por el hecho de ser armenio de nacimiento
(no olvidemos que Armenia entonces formaba parte de la Unión Sovié-
tica). Además, los católicos orientales consideraban a Agagianian muy
romanizado, con lo que su elección no era vista por estas Iglesias con
excesivo entusiasmo. No era ni plenamente oriental ni plenamente ita-
liano. El segundo factor es la edad. Debido a diversos factores (retos
planteados a nivel mundial, situación del Sacro Colegio, paralización
de la Curia, personalidad del papa difunto...) las preferencias se iban
decantando cada vez más hacia un pontificado breve y, por tanto, hacia
los cardenales ancianos frente a los «jóvenes», como Siri (52 años) o
incluso el ya citado Agagianian (63 años). Hubiera resultado insensato
elegir a alguien excesivamente viejo, ya que entonces el pontificado no
sería breve, sino fugaz. Por eso quedaban descartados hombres que
pudieran haberse tomado en consideración en otra época, como Fossa-
ti (82 años) o, sobre todo, Dalla Costa (86 años). El tercer factor es la
pastoralidad. Salvo en el caso de Pacelli en 1939, casi siempre se ha
preferido al obispo residencial frente al funcionario de la Curia. Inclu-
so en los casos de Benedicto XV y Pío XI, que habían trabajado
muchos años en la Curia, cuando fueron elegidos eran arzobispos de
Bolonia y Milán, respectivamente. Resultaba más fácil el consenso en
torno a un pastor que en torno a curiales como Ottaviani, Aloisi Mase-
lla o Mimmi. El cuarto factor es la seguridad doctrinal. Es decir, se
quería un hombre alejado de aventuras y sorpresas, por eso se miraba

nada por provocarlo, absolutamente nada; es más, con un interés cuidadoso y consciente de
no provocar por mi parte ninguna atención sobre mi persona; muy contento, entre las varia-
ciones del cónclave, cuando veía alguna posibilidad disiparse en mi horizonte y dirigirse
sobre otras personas, verdaderamente también a mi juicio dignísimas y venerables»: GIO-
VANNI XXIII, Il Giornale dell’anima e altri scritti di pietà, Cinisello Balsamo 1989, p. 615.

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LUIS MARÍN DE SAN MARTÍN, OSA

con cierto recelo al imprevisible cardenal Lercaro y sus novedades


pastorales, y se priorizaba decididamente a cardenales de talante más
conservador, más clásico. El quinto factor es el carácter. Entre los car-
denales que se adaptaban al perfil, siempre tendría preferencia aquel
cuyas cualidades personales lo hicieran más atractivo, por eso se temía
el carácter autoritario de cardenales como Siri o Ruffini. El cardenal
Angelo Giuseppe Roncalli era italiano, a punto de cumplir 77 años, lo
que hacía prever un pontificado breve; había servido como diplomático
durante muchos años, pero siempre se había distinguido por su voca-
ción pastoral, que desde 1953 había visto cumplida como patriarca de
Venecia; era un prelado chapado a la antigua, muy piadoso, de doctri-
na segura y poco amigo de aventuras teológicas; por último, tenía un
carácter afable, simpático, cercano, con mucha facilidad para la charla
y para las relaciones públicas. Por eso Roncalli entró en el cónclave
siendo uno de los más claros favoritos. Sólo dos peligros amenazaban el
éxito final: el más importante era que, en definitiva, se acabase recha-
zando la idea de un papado de transición; el segundo estaba en que,
aun aceptando la idea, otro candidato consiguiera mayor consenso.
Creo que, después del primer día, el cónclave se orientó de forma
manifiesta hacia un pontificado de transición; después del segundo
quedó claro que era Roncalli, y no otro, quien podía conseguir más
apoyos. El tercer día alcanzó los votos necesarios.
Sólo cabe añadir que, como es notorio, el pontificado de Juan XXIII
no respondió a lo que esperaban quienes le eligieron. El cónclave se
equivocó en sus previsiones. «Quizá consideraban que debían elegir a
un anciano, un papa “de transición”, que preparase el terreno al papa
de los desafíos o los retos que la época contemporánea ponía a la Igle-
sia» 62. En efecto, el pontificado fue breve, pero suficiente para poner
en marcha un proceso de renovación eclesial de incalculables conse-
cuencias. En el aspecto humano, Juan XXIII alcanzó una popularidad
pocas veces igualada y, lo que es más importante, consiguió un enorme
cariño entre la gente de toda condición, incluidos los no católicos y los
no creyentes. ¿Por qué fallaron las previsiones del cónclave? ¿Por qué
un pontificado que se pensaba sin importancia ha dejado una huella
imborrable? ¿Por qué un papa destinado a un rápido olvido permanece
aún vivo en los corazones de tantos y su figura prolonga su atractivo a

62 Es la siempre autorizada opinión del arzobispo Capovilla: RONCALLI, M., Juan


XXIII..., p. 56.
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EL CÓNCLAVE DE JUAN XXIII

través del tiempo? ¿Por qué un hombre tradicional fue capaz de iniciar
el aggiornamento de la Iglesia? Tal vez porque, aun legítimos, los plan-
teamientos en los que se basó su elección eran excesivamente huma-
nos, y a quien habían elegido los cardenales en aquella tarde del otoño
romano era, ni más ni menos, un hombre auténticamente de Dios. Obo-
edientia et pax rezaba su lema episcopal y fue, en verdad, un programa
de vida 63. Unas palabras suyas pronunciadas en los primeros días del
pontificado nos dan, en su sencillez, la clave del ministerio y de la
entera existencia del papa Juan: «El secreto de todo está en dejarse
llevar por el Padre y en llevar el Padre a los hermanos» 64. Este actitud
es la que hizo posible un nuevo Pentecostés en la Iglesia.

63 En 1961, durante un retiro espiritual, escribe: «La experiencia de estos tres años
de mi servicio pontifical que tremens et timens, acepté en pura obediencia a la voluntad
del Señor expresada en la voz del Sacro Colegio de los cardenales en cónclave, es testi-
monio y motivo conmovedor y perenne de la fidelidad de mi espíritu a esta máxima:
absoluto abandono en Dios, por lo que respecta al presente; y perfecta tranquilidad en
cuanto al futuro»: Giovanni XXIII, Il Giornale..., p. 579.
64 CAPOVILLA, L. F., Giovanni XXIII papa di transizione, Roma 1979, p. 63.

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