Está en la página 1de 3

Magnolia

Nos sembraron a mediados de febrero a mi hermano y a mí, era un día de sol, con aire fresco;
el día perfecto. Ya éramos un poco grandes, recién salíamos del vivero, nos eligieron para
adornar una hermosa vereda.

En abril comenzábamos a sacar nuestros primeros capullos, la gente se nos acercaba para
contemplar las “magnolias ataviadas”. El parque en el que estábamos era un lugar muy
colorido, muy alegre. Siempre veíamos familias sonreír, parejas enamoradas y amigos
felices. Como si no hubiese lugar para la tristeza, ni la angustia. Era un punto de total
armonía.

Para mayo nuestros tallos comenzaban a agarrar más grosor, nuestras hojas comenzaban a
crecer aún más, seguíamos siendo jóvenes, pero aun así la gente nos cuidaba mucho. Nos
regaban, nos daban alimento, y hasta una mezcla con lombrices que estaba muy rica y nos
hacía temblar de la emoción.

Pasaban los meses, y crecíamos cada vez más.

Llegó el otoño, y nuestras hojas comenzaron a caer. Mi hermano estaba triste, pues decía que
se veía feo sin sus hojas, pero una niña que llego y lo acaricio con ternura, le hizo sentir
mejor. El otoño terminó muy rápido, y el frio invierno nos hizo dormir profundamente.

Nuevamente marzo, despertamos y nos miramos más grandes y fuertes, nos salieron capullos
prematuros, y las abejas ansiosas querían abrirlos. Con mucho esfuerzo abrí uno, pero estaba
hueco. Las pequeñas abejas decepcionadas se fueron a buscar flores maduras.

Creo que me apresuré demasiado a querer darles mis flores, tal vez el próximo mes será.

Abril. Fue un mes muy gozoso, nuevamente percibíamos gente feliz por todos lados, mi
hermano, quien estaba más grande que yo, llamaba mucho la atención de todos, pues también,
había logrado abrir su primera flor. Una hermosa y frondosa flor rosa.

En su esplendor, mi hermano murió.

En junio, una plaga azotó su tronco, y le fue carcomiendo por dentro. Sufría mucho, le decía
que todo iba a estar bien; él no tenía miedo de morir, tenía miedo de pegarme aquellos bichos.
Poco a poco se fue debilitando, sus hojas se comenzaban a secar, hasta que comenzaron a
romperse con el viento, el ya estaba muerto. Fue un señor a sacarlo de la tierra, y a quitarme
los pocos bichos que tenía. La ultima vez que vi a mi hermano, estaba hecho pedazos, pero
yo lo recordaré como aquel árbol cuya flor prematura, levantó más alegría.

El primer mes sin él fue difícil, el segundo también, en septiembre ya no estaba triste, pero
lo seguía extrañando. Mis días consistían en contemplar a la gente y al tiempo. Otoño de
nuevo, hojas por todo el suelo. Invierno, dormir y esperar soñar con mi hermano.

Despertar; nuevamente marzo, nuevamente primavera. Mis hojas verdes y brillantes, gente
paseando delante de mí. Una pareja adulta en un hermoso picnic, sonreían como chiquillos
enamorados; me contagiaron su alegría.

Quisiera que tomaran una de mis flores, para que adornara la mesa de alguien, para que al
verla digan “Pobre flor, la han despojado de su rama”, y así alguien me haga compañía,
aunque sea en su mente. Hermano, ¿Tiraste alguna semilla en tu corta vida?

Llegaron las suaves aguas de junio, ya me hallaba un poco más grande. La gente recurría a
mis hojas para cubrirse de la lluvia.

Agosto. Niños alegres pasando por el parque con sus mochilas cargadas de saber, con pisadas
de alegría y cantos de amor, ¿En que clase de utopía me encuentro ahora?, mi hermano
hubiese sido muy feliz de ver esto, se habría alegrado de ver como los niños comienzan a
crecer.

Temporada de huracanes, septiembre. Un huracán azotó el pueblo, la gente perdió sus casas,
sus cultivos, perdieron todo. Muchos tuvieron que mudarse a otros lugares para conseguir
empleo, para poder seguir viviendo. Estoy solo.

¿Qué es ese ruido?, ¿gente? Era febrero, acababa de despertar de mi sueño de invierno, al
abrir los ojos vi un paisaje nada agradable, no había pasto, casi no había otras plantas, ¿en
tan poco tiempo paso esto?, pero si ya nos estábamos recuperando del huracán, ¿Qué pasó?,
pues paso que un magnate compró lo que una vez fue el pueblo de San Agustín. Paso que
ahora este suelo que alguna vez fue pisado con alegría, ahora era pisado por obreros
desalmados que trabajaban en el ahora Parque Industrial. Mis hojas estaban marchitas, el
cambio de aire no era favorable para ellas, ni para mí, mi tronco se comenzó a manchar de
negro, comencé a perder fuerzas, ¿Por qué sigo aquí?

Julio 15, llegó una maquina gigante, eliminando todo rastro verde, se acercó a mí, lo último
que sentí fue tristeza, una tristeza vacía. ¿Qué me quedaba? No, no, ¡No quiero morir!
¡Quiero esperar a que mi gente regrese! ¡Quiero ver a los niños sonreír de nuevo! Con el resto
de mis fuerzas abrí un capullo, y de él salió la flor más hermosa que había visto, la maquina
paró, un hombre bajo de ella, se acerco a mí, tomo mi flor entre sus manos, y lloro mientras
miraba alrededor, comenzó a hablarle a sus compañeros, el brillo volvió a sus ojos al ver mi
flor.

Todos se unieron, exigieron no seguir robando el suelo, ante esa huelga tan masiva no se
pudo negar el magnate. Tuvo que ceder a preservarme.

Era septiembre, no fue un septiembre triste como el pasado. Los obreros comenzaron a
plantar más árboles, incluso sembraron otro como yo, decían “ponle uno chiquito, que le haga
compañía”. De nuevo me sentí feliz.

El magnate había entrado en bancarrota, tuvo que cerrar la fábrica, pero de inmediato alguien
más la compró, la demolió y construyo casitas. Nuevamente gente habitando mi suelo.

He de vivir muchos años, no corten mi vida de nuevo, no me ahoguen en desconsuelo cono


una vez lo hicieron, humanos a ustedes les confío mis sueños y futuro, y en mi esta su futuro
también. Los amo, pero no sean ingratos, cuiden de mí y mis similares, ayúdennos a crecer
sanos, a darles una sombra. Yo les doy alegría con mis flores, pero otros les dan incluso
alimento, sean agradecidos, no nos vuelvan atraicionar con sus fabricas y humillaciones.

No somos objetos ni decoración, somos vida y como vida hemos de vivir.

También podría gustarte