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“Los arquetipos surgen de un vasto, incluso ilimitado, proceso inconsciente que es compartido
por toda la humanidad, el cual emerge de la experiencia que se ha ido acumulando a lo largo
de miles de años de historia común“ (Ervin Laszlo, 1997, p. 274).
Según esto, el aspecto del árbol le otorga una fuerza simbólica que permite su generalización
en cuanto a arquetipo: Desde las raíces, debajo de la tierra, crece un tronco que se ramifica y
extiende hacia lo alto. Es evidente la relación que se puede establecer, gracias a este símbolo,
entre las diversas regiones cósmicas. Las raíces se entrelazan en el inframundo, para permitir
la estabilidad del tronco, el cual se sustenta en la tierra, a la vez que las ramas ascienden hacia
el cielo.
Al respecto, Elíade (1991) afirma que “nunca ha sido adorado un árbol nada más que por sí
mismo, sino siempre por lo que a través de él se ‘revelaba’, por lo que implicaba y significaba“.
Si bien el árbol no tiene un significado unívoco, puede representar diversas cosas que no dejan
de estar relacionadas entre sí. La multivalencia del simbolismo de árbol radica en su capacidad
de expresar diversas cosas como ser imagen del cosmos; símbolo de teofanía cósmica; símbolo
de la vida, la fecundidad e inmortalidad; centro del mundo y sostén del universo; representar
lazos místicos entre árboles y hombres; o, ser el símbolo de la resurrección de la vegetación y,
por tanto, de la regeneración.
“El árbol representa la evolución de las fases del proceso de transformación y sus frutos y
flores significan la coronación de la obra” (Carl Jung).
Es por esta razón que el simbolismo del árbol está también íntimamente ligado a la
espiritualidad.
Painting: El libro rojo de Carl Jung. Ver menos