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La pandemia del COVID-19 nos es tan solo otra crisis sanitaria u económica. Es
fundamentalmente una crisis de la reproducción social y el trabajo de cuidados. Los hospitales y
centros de cuidados están siendo empujados a sus límites por aquellxs afectadxs por el virus. El
trabajo reproductivo en los hogares y comunidades está siendo intensificado, siendo las mujeres
las que otra vez cargan con ese peso. En territorios dependientes y en las periferias de las grandes
ciudades alrededor del mundo, las redes comunitarias para la provisión de agua, comida, cuidado
de niñes y otras necesidades básicas son puestas a prueba, y usualmente desbordadas por
millones en riesgo. Lo que está en cuestión es cómo nos cuidamos entre nosotrxs y cómo
asumimos el hecho de que somos seres frágiles. La vida en el planeta tal cual lo conocemos está
al borde de una transformación radical. La pregunta de Rosa Luxemburgo nuevamente aplica:
podremos transformar este tiempo en un momento para la revolución, o seremos incapaces de
evitar caer en un nuevo barbarismo.
Esta es la primera pandemia global provocada por el desarrollo descontrolado de las relaciones de
producción capitalistas, patriarcales y racistas. No podemos comprender su significado a menos
que la entendemos la entendamos como una crisis surgida de las contradicciones dentro del actual
sistema de producción y reproducción social. El virus es el resultado del desplazamiento de los
animales de sus hábitats naturales, la destrucción de las plantas y la acumulación de animales para
la producción de alimentos en ambientes no saludables. Ha sido también resultado de una forma
de vida que amontona a las personas en megaciudades, apretadas en subterraneos, trenes y
colectivos, confinadas en fábricas, oficinas, escuelas y prisiones. Todo esto es causado por la
destrucción del metabolismo de la naturaleza a causa de la reproducción ampliada del capital
como relación social dominante. La reproducción social se encuentra crecientemente mediada por
la mercantilización y el trabajo abstracto. En un mundo mistificado en torno al espectro del
dinero y el valor, el trabajo de cuidados está siendo llevamos a sus límites más básicos.
La economía política de la enfermedad
El capitalismo tal cual lo conocemos está atravesando lo que provablemente sea un cambio
trascendental. La actual pandemia del COVID-19 es el más reciente desarrollo de su crisis
civilizatoria, con efectos en cascada alrededor del mundo. Expresa la ruptura total de un mundo
que ha olvidado que la reproducción de la vida está siempre en su centro -aunque el capital no lo
reconozca-. La crisis de 2008 fue una premonición de la crisis del Capitaloceno: la era geológica
de la dominación del capital está ahora enfrentando cara a cara a la Tierra.
En esta situación, las mujeres son las trabajadoras de último recurso. La devaluación de la fuerza
de trabajo fuera de los hogares se traduce en una creciente superexplotación de la fuerza de
trabajo de reproducción y cuidados que es (mal/im) paga y no reconocida. Mientras se consolida
la cuarentena, las mujeres tienden a recibir el mayor aumento en la carga de trabajo en la
educación remota, el cuidado de niñeces y la organización comunitaria. Asimismo ellas también
enfrentan el aumento de la violencia patriarcal en tanto muchas se ven forzadas a compatir la
cuarentena con parejas violentas. Son las mujeres las que deben pagar el aumento del precio de
los alimentos básicos a la vez que resuelven la supervivencia en condiciones crecientemente
hostiles. Ahora nos damos cuenta del costo de la destrucción de las redes comunitarias producto
de la mercantilización y el papel clave que tiene la imaginación política en las redes de apoyo
lideradas por las mujeres.
La palabra austeridad ha sido eliminada de los discursos en todo el espectro del sistema político.
Los Estados nación otorgan recursos fiscales y expanden sus déficits más rápido de lo que
pueden registrar los gastos, en un intento de frenar lo inevitable: un desplome económico de
magnitud imposible de predecir.
Redes de seguridad social masivas -algunas tomando la forma de Ingreso Básico Universal (IBU)
de emergencia- consolidan nuevas formas de precariedad que se han expandido bajo el velo del
trabajo a domicilio (home-office) y remoto (online). Trabajar 24/7 se convierte en la nueva
normalidad para muchxs empleadxs, mientras recortes salariales, despidos y suspensiones
proliferan en la medida en que la crisis se profundiza. En esta crisis hay un impacto brutal sobre
las mujeres y/o migrantes que trabajan, precariamente en general, precisamente en aquellas
actividades que están siendo aplastadas (trabajo de cuidado, en ventas, y turismo).
En muchos países, los Estados están ahora pagando parcial o totalmente los salarios o gastos tales
como alquileres de trabajadorxs del sector privado. Así, el Estado capitalista está directamente
subsidiando las ganancias empresarias, mientras las caídas en salarios y empleo son sólo
parcialmente compensadas por estas transferencias. Al mismo tiempo, la multiplicación de las
aplicaciones y tecnologías en línea, implementadas sin regulación ni debate político, se expanden
en nuestras vidas como nuevas formas de superexplotación y supervisión. Los Estados y
sociedades dependientes hacen una entrada acelerada par force en el capitalismo de plataformas.
Esto no es la concreción del sueño del IBU y la automatización general de la producción, sino un
nuevo camino cuesta abajo para las mayorías.
¿Tenemos que elegir entre salvar la economía o nuestra salud? ¿Debemos favorecer la vida frente
a la producción?¿Son estas las preguntas relevantes en esta coyuntura?
Esta es, más que nada, una crisis de cuidados y reproducción o, en otras palabras, una crisis de
vida o muerte. No hay economía (capital) sin el cuidado de su mercancía más preciada: nuestro
fuego vital.
La pandemia y la crisis que la acompaña han puesto a la vista la necesidad de una revolución en
la organización de la provisión de las actividades fundamentales de cuidado y reproducción. No
para mantener al capitalismo funcionando sino para llevarlo a su colapso. Necesitamos
transformar esta crisis de cuidados en una crisis que nos lleve más allá del capital.
La cuestión no es simplemente destruir todas las mediaciones. Necesitamos luchar para crear
nuevas formas de trabajo social donde nosotrxs controlemos esas mediaciones. Con el trabajo de
reproducción y cuidados en el centro de la política, las personas pueden y deben crear nuevas
instituciones. No podemos detenernos nada más en un Green New Deal que ponga al Estado
capitalista otra vez en medio de (o peor, sobre) la organización popular. Por el contrario,
necesitamos forjar un proceso de recomposición política de las clases trabajadoras para construir
nuevos comunes anti-capitalistas, feministas, y anti-racistas. Este proceso de comunizar nos
proveerá nuevas formas de vivir y trabajar juntxs, en equilibrio con la naturaleza. Los
movimientos sociales, gente organizada en la base y en sus territorios vitales, hace tiempo vienen
desarrollando alternativas a la organización capitalista de la reproducción y el cuidado; veamos los
ejemplos de las Zapatistas en Chiapas, las mujeres Kurdas, o las Piqueteras en Argentina.
Necesitamos poner estas prácticas en la primera línea del debate para una transformación radical.
La organización colectiva es parte de la solución mientras que el Capital y su Estado claramente
son parte del problema.
* Esta es la traducción (más o menos fiel y con leves cambios) de un texto recientemente
publicado en inglés en Futures of Work con el título de Life after de virus: Social reproduction in
a post pandemic world.