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Santo Domingo de Guzmán

San Pio V

Consolar ? Si …pero sin mentiras

En mi opinión, en un afán de infundir ánimos a los otros –o a uno mismo-, cuando


se está desesperanzado, o se está pasando mal, utilizamos la mentira como un
bálsamo –y la llamamos “mentira piadosa” -, pero, cuidado, porque tiene
contraindicaciones y unos efectos secundarios que pueden ser devastadores.
Como se suele decir: “A veces puede ser peor el remedio que la enfermedad”.

A un niño se le pueden contar “mentiras piadosas”, aunque tampoco son


aconsejables siempre, pero a un adulto no se le debiera mentir nunca. Ni siquiera
en los momentos duros.

En un acto de conmiseración -que debería estar muy justificado-, se puede obviar


una parte de la realidad que no sea grave, pero lo que no se debe hacer es
aportar una información que sea opuesta a la realidad, o trastocarla de modo que
más adelante sea dañina.

Me refiero a esas frases o actos bienintencionados pero erróneos, como, por


ejemplo, cuando alguien está llorando y se le dice: “no llores”.

¿Por qué no debe llorar?, ¿por qué?

Es una expresión natural, y puede que esté ya en un proceso de duelo y esté en


plena catarsis resolviendo algo que le es muy conveniente resolver. (Y los duelos
se han de hacer por cualquier tipo de pérdida, no sólo ante un fallecimiento)

Pasa lo mismo cuando le decimos a alguien que sufre eso de: “no te preocupes,
que todo se va a arreglar” Es una bonita frase que puede aportar un consuelo
momentáneo, pero si aquel a quien se lo decimos se la cree al pie de la letra, se
despreocupa de resolver el asunto, y se queda quieto esperando que se cumpla lo
que le han dicho pero no le han garantizado que vaya a ser cierto. “Todo se va a
arreglar”, y ya se sabe que es muy poco probable que todo se resuelva por sí
mismo y le estamos condenando con nuestra frase a un estancamiento que le va a
producir mucho más sufrimiento o mucho mayor dolor.

Cuando otra persona –o nosotros mismos- estamos involucrados en un asunto


que no ha salido como se esperaba, y eso crea una desagradable sensación, o un
perjuicio serio, hemos de racionalizarlo y entender –sin que ello conlleve algún tipo
de frustración- que no todas las cosas suceden como se desean –y más si eso
depende de la intervención o no de otras personas-, y que las posibilidades de
“fracaso” tienen un porcentaje más elevado que las de “éxito”, y que si, además,
no se ha hecho todo lo adecuado para que salga bien, si no ha habido una
planificación o esfuerzo previo y se ha dejado el desenlace en manos de la
casualidad, lo estadísticamente lógico es que salga mal o que no salga bien.

Y si alguien, por ejemplo, no se ha esforzado lo suficiente en prepararse para un


examen y no aprueba, no es lo adecuado consolarle –que es mentirle- diciendo: “a
ver si la próxima vez tienes más suerte”. ¿Cómo que más suerte?, ¿desde cuándo
un asunto importante en el que uno puede y debe actuar se deja en manos de la
suerte? “La suerte”, en la mayoría de los casos, es el resultado de un esfuerzo y
una planificación. 

Si alguien no aprueba en un examen que no ha preparado bien, lo que se debe


hacer es exigirle responsabilidades y un compromiso serio –que ha de cumplir
inexcusablemente- de cara a la próxima ocasión de examen. No es adecuado
decirle “qué pena… no te preocupes… otra vez saldrá mejor…”, sino “¿qué vas a
hacer desde ahora mismo para que esto no te vuelva a suceder?”

Que no se apruebe es una de las posibilidades, pero con una preparación correcta
el índice de probabilidades disminuye drásticamente.

Hay que familiarizarse con la posibilidad de que las cosas no salgan como se
desea, porque existe y va a seguir existiendo, pero eso no quiere decir “aceptarlo
sin más”, y menos aún “rendirse y conformarse”.

El Auto-Engaño Otra Forma de Mentira

Se está convirtiendo en norma eso de auto-engañarse y convertirse en un experto


en excusas y en aceptar las propias mentiras sin rebatirlas, en eso de resignarse
sin más y no querer profundizar, en eso de tratar de enviar inmediatamente al
olvido todo aquello que no nos ha gustado y de lo que no nos queremos
responsabilizar.

Y así, unas veces es que “el profesor me tiene manía” y por eso nos suspende;
otras, que “el jefe es un chulo y por eso me ha despedido”; que el que tiene un
puesto mejor que el nuestro es porque “es un enchufado o un lameculos”; y si una
mujer ocupa un buen cargo en un trabajo será “porque se ha acostado con alguien
para conseguirlo”, etc. etc. Una mentira tras otra.

Tenemos una habilidad especial para buscar razones –falsas todas ellas- que
justifiquen que nosotros somos normales y lo hacemos todo bien y es el mundo
entero quien conspira contra nosotros.

Y es que ser sincero es como hacerse el harakiri uno mismo.

Hay que ser muy, muy, muy, pero que muy valiente, muy ético, muy sincero, muy
honorable y muy honrado, para aceptar la realidad con honestidad, para hacerse
un examen de conciencia y acatar la parte de culpa que incumbe, para tomar
conciencia con humildad de la parte que a uno le corresponde, y no huir de ello
dándose a la bebida –para olvidar lo que, precisamente, no hay que olvidar- o
enrabietarse contra alguien que no tiene la culpa expresando una ira
desmesurada, o eludiéndolo de cualquier otro modo.

No es lo adecuado consolarse con mentiras porque eso impide hacer lo que es


verdaderamente adecuado, que es el reconocimiento de lo que hay, sea lo que
sea, y la puesta en marcha de las soluciones que evitarán que vuelva a suceder lo
mismo en otra ocasión.

No “todo va bien” siempre, así que no es sensato engañarse con esa mentira. No
son el destino, ni la suerte, ni el porvenir, quienes tienen que confabularse para
que nos vayan las cosas bien, sino que es uno mismo quien ha de tomar las
riendas. Y tampoco se les puede utilizar para culpabilizarles de nuestras
desatenciones.

No “todo sale bien” y esto hay que aceptarlo con toda la cruda realidad que
conlleva, sin drama, sin negación, sin histerismo. Aceptación inmediata, revisión
de qué es lo que no estuvo bien para saber lo que no hay que repetir… y siempre
con la verdad por delante.

Siempre, por supuesto, involucrándose uno mismo y haciendo lo que haya que
hacer. Personalmente, no estoy muy a favor de repetir frases con la idea de que
por sí mismas van a hacer milagros. “Voy a tener mucho dinero…”, por ejemplo,
ya que eso reduce el tiempo y la intensidad necesarias para conseguirlo ya que
uno se relaja pensando que con haberlo dicho se resuelve solo. El efecto es el
mismo para “va a aparecer el hombre de mi vida”, o similares. Más bien, “A Dios
rogando y con el mazo dando”.

Consolar al afligido me parece estupendo, esperanzar al decaído me parece muy


bien, pero engañar o engañarse con frases hechas sin fundamento, con mentiras
disfrazadas de verdades, con buenos deseos haciéndolos pasar por realidades…
con eso no estoy de acuerdo.

Son un bálsamo que puede acabar convirtiéndose en un veneno.

La verdad es dura a veces, pero es la verdad.

A veces, decir la verdad nos hace pasar por un trago duro, que dura unos minutos,
pero la sensación posterior, la liberación, y el sentimiento de haber obrado del
modo correcto, compensan el esfuerzo.

La mentira siempre es un acto consciente, del que uno ha de responsabilizarse


inexcusablemente, así que la próxima vez que te veas en una de estas
encrucijadas … ten claro cómo vas a proceder.

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