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SIEMPRE ES HOY. ESCUCHADORXS DE UN TIEMPO LEJANO.

‘En la emoción mística yace el germen de todo arte’


ALBERT EINTEIN

Hace apenas unos meses, en enero del 2021, una noticia recorrió el mundo: arqueólogos indonesios encontraron la
pintura rupestre más antigua del mundo. Su datación: 45.500 años. Solo la comunidad nativa de los Bugis -de presencia
ancestral en la isla de Sulawei- sabía de su existencia. Recién en el año 2017 la zona de los acantilados de piedra caliza
en el sur de la isla, comenzó a ser recorrida por estudiosos foráneos. Fue en la cueva de Leang Tedongnge donde el
equipo de arqueólogos pudo contemplar la maravilla de una obra que tiene al centro de la escena un jabalí verrugoso de
cresta roja, animal autóctono de la zona, que parece observar una pelea entre otros dos cerdos de su misma especie.
Sobre la parte trasera del lomo, y como dando un empujón, dos manos estampadas en el mismo rojo ocre de toda la
pintura parecieran querer certificar la autoría humana de la obra.

El arte viene con el peregrinar de la humanidad intentando traducir su propio universo interior en cada tiempo y en
cada lugar. Las primeras manifestaciones de este tipo podemos encontrarlas a partir del momento en que el homo
sapiens llega al culmen de su capacidad craneal. Se estima que eso comienza a suceder hace aproximadamente 50 mil
años. El arte parietal, conocido también como pinturas rupestres (en-cuevas-de-piedra) tiene su propia evolución, pero
nunca en forma lineal. Una pintura del año 12000 no necesariamente es más compleja que una del 30 mil. No obstante,
la tendencia es que, con el pasar de los milenios, se logran mejorar los estilos complejizando a la vez esa capacidad tan
extraordinaria de traducir en símbolos el mundo y la vivencia que el mismo ser humano tiene del él.

De todas las cuevas con pinturas que se han encontrado a lo largo de la historia hay tres que se destacan por su tamaño
y complejidad técnica. La cueva de Lascaux con su imponente sala de Toros (18 mil años – Francia)) hallada de
casualidad en medio de la segunda guerra mundial y considerada actualmente como el mayor museo del arte
prehistórico, la cueva de Chauvet con más de 1000 impresiones (36 mil años – Francia) descubierta a comienzo de los
años 90’ e identificada como la primer gran obra maestra de la historia de la humanidad, y finalmente la cueva de
Altamira con su particular Sala de los Polícromos (15 mil años – España) la cual ha sido bautizada como la Capilla de
Sixtina del Paleolítico. Así como se escucha: mucho antes de las imponentes catedrales del Renacimiento, cuando ni
siquiera existía la arquitectura, ya estaban pintando bóvedas los ancestros sapiens de Leonardo, Rafael, Miguel Angel y
Donatello. Maravilloso.

Es interesante detenernos un momento en la historia de esta


última cueva que fue la primera en encontrarse y hacerse
pública en medio de un contexto científico. De hecho,
Altamira significó para el campo de las ciencias sociales una
ruptura total de los esquemas evolucionistas típicos del
siglo XIX. Desde su descubrimiento en 1878 hasta su
aceptación debieron pasar al menos 25 años. Marcelino Sanz
de Sautuola, quien siempre supo que esas pinturas
pertenecían a una humanidad remota murió sin ser
escuchado. Lo acusaron de haber pagado a pintores
franceses para que hicieran esas obras. El descredito a su
persona llegó hasta la Sociedad Española de Historia Natural,
la cual ratificó de manera oficial la acusación de ‘obra fraudulenta’. Si las expresiones artísticas pertenecían al ‘hombre
civilizado’, entonces era imposible aceptar que semejantes obras llegaran de la mano de ‘salvajes’. Hubo que esperar a
otros descubrimientos posteriores para que las acusaciones cayeran por su propio peso. Hacia 1920, medio centenar de
cuevas daban testimonio de lo que allí adentro había sucedido: que en la oscuridad de su vientre, habían trabajado
seres preñados de luz. En plena prehistoria.

De Altamira a esta parte la pregunta por el sentido de la obras nunca dejó resonar. ¿Qué pudo movilizar a estos
parientes lejanos a expresarse por primera vez de esa manera? ¿Por qué hicieron lo que hicieron? A comienzos de siglo
XX comenzó a pensarse en un arte de origen espontáneo por simple imitación de la naturaleza. Las pinturas de las
cavernas habrían sido el resultado de un ocio refinado del hombre y la mujer paleolítica, con fuertes deseos de plasmar
en pared aquellos animales que de tanta observación habían introyectado. Esta primera teoría no tardó en
desmoronarse, ya que aunque esa familiaridad con los animales o necesidad de representación era probablemente
cierta, un tanto errado fue pensar que en medio de una vida tan precaria, fuese posible entregarse a actividades de
orden cultural o al disfrute del arte por el arte mismo. Imposible, no había lugar para tiempo libre en medio de una
corta vida promedio que a los 25 años se esfumaba. Desde un ejercicio de empatía con las características del sujeto y su
contexto comenzó entonces a pensarse que la ‘actividad artística’ debía guardar un estrecho vínculo con la ‘lucha por
la vida’. La lógica de los lugares elegidos para estampar de imágenes en las cavernas habla por sí misma y de entrada,
permite descartar hipótesis.

Pensemos algo: si el arte parietal hubiese tenido fines únicamente estéticos entonces, debería haberse representado
en espacios de fácil contemplación. De hecho, esto es lo que sucede con las pinturas típicas del neolítico tanto en la
Edad del Bronce como en la Edad del Hierro: están hechas para ser vistas con facilidad, expuestas a plena luz. Sin
embargo, en las cavernas prehistóricas sucede todo lo contrario. Están realizadas en las profundidades oscuras y a
veces en lugares de acceso imposible. Démonos una idea observando algunos ejemplos:

Las figuras de la cueva de Niaux, en Francia, están a un kilometro y medio de profundidad. Para acceder a los techos
pintados en la Cueva de Doña Clotilde (España), además de adentrarse varios cientos de metros, hay que arrastrase
luego por debajo de un muro infranqueble de estalactitas. Peor todavía: en el caso de la cueva española de La Pasiega
primero hay que ingresar por un agujero que conduce a una sala central para recién luego atravesar un enredado
circuito de laberintos que desemboca en una serie de pozos profundos en los que se encuentran las pinturas a 15
metros de profundidad. Con todo, hay casos de mayor complejidad: para ingresar a la cueva del Tuc d’Audoubert, en los
pirineos franceses primero es necesario cruzar los 70 metros de ancho del río Volp para ingresar luego a un circuito de
cuevas subterráneas. Una vez adentro y a 160 metros de la entrada se inicia un estrecho acantilado que rodea unos
amplios salones poblados de estalactitas. En el último de ellos, un agujero estrecho de 12 metros de longitud, primero
recto y después helicoidal conduce hasta un pequeño vestíbulo donde se encuentran las primeras pinturas. Allí mismo y
detrás de una estalactitas a las que hay que romper para pasar, la sala se angosta de nuevo para convertirse en un
corredor el cual debe atravesarse por encima de una cornisa de arcilla resbaladiza, con garras de osos y algunos trazos
humanos estampados , cuyo sentido es completamente desconocido. Recién al final del recorrido, se desemboca en lo
que podríamos llamar el ‘sancta sanctorum’, un lugar colmado de ‘Presencia’. Allí, bellas figuras de bisontes modeladas
en barro y huellas de talones humanos como en una danza parecen festejar lo casi imposible de la llegada. Increíble
pero real.

Podríamos seguir con ejemplos, sin embargo, ya es suficiente para entender la complejidad del tema. Basta ir
imaginando esta ultima cueva y su recorrido para volver a preguntarnos fascinados que es lo que pasa por dentro de
estos viejos hermanos de linaje que los lleva a meterse en las profundidades de la tierra para realizar semejantes actos
creativos. ¿Qué buscan? ¿Con quién están dialogando?

Por la simbología común de las cuevas, donde prevalecen escenas de animales en distintos estados, miembros del
cuerpo, figuras humanas o personajes de tipo chamánicos (mitad animal-mitad humano) es posible percibir que en el
fondo, hay una búsqueda interactuar con el misterio y de hacer alianza con él. En esta etapa de la conciencia humana,
lo sobrenatural solo se explica en la naturaleza, ya que el ser humano no domina, no se percibe superior, tiene miedo
por los peligros de su entorno y por notar su propio límite, todo el tiempo, se siente un ser vivo más entre todos los
demás. Desde ese sentimiento de humildad en la fragilidad es que se animan a vivir la vida desde una mística de
alianza-con-el-todo-desconocido y desde una voluntad inquebrantable de religarse cada día más con sus misterios. Por
eso, hombres y mujeres del paleolítico pintan con temor y temblor, porque en el fondo su único objetivo es luchar para
vivir: para que se le den las condiciones, para que no falte la comida, para que el miedo se les vaya, para que encuentren
la paz. El arte parietal responde a la necesidad de crear un mundo simbólico e imaginario, que facilite sobre todo la
obtención del alimento y que estimule la fertilidad. Aquí es tan importante pintar como salir a cazar, ambas actividades
constituyen un todo orgánico que se reclama y afecta en forma mutua. El arte parietal es tan indivisible como la vida
de sus propios sujetos quienes no distinguen diferencias entre sexualidad, alimentación y trabajo. Todo es parte de un
todo indivisible. Por eso arte y vida son inseparables.
Arte y magia. Ritualidad y lucha por vida. Toda una mística encarnada de saber estar en el mundo. Y junto al mundo.

Mil generaciones después del final del paleolítico estamos como al inicio, con la misma sensación de temor frente al
tiempo que se nos avecina y con la misma esperanza de que algo tenemos que hacer. La pregunta sobre cómo luchar
por la vida y con quien hacer alianza frente a la muerte a veces se torna angustiante. Nos sentimos pocos y demasiado
pequeños como para enfrentar a la bestia.

Los magos del paleolítico se nos ríen. - ¡Siempre es hoy! nos dicen.

Y nos animan a regresar a las cuevas con el abajamiento y la humildad necesaria, como para ingresar a Tuc d’Audoubert

- Vayan hasta el fondo, recuperen la magia y el arte , toquen las piedras, plasmen de una vez aquello que estremece sus
huesos y que corre en sus venas. Fúndanse con el misterio y hagan Alianza con él.

-Para luego salir de las cuevas y volver a la vida.

Pero habiendo dejado TESTIMONIO.

El nuevo tiempo que soñamos deberá recuperar estar mística.

Porque sino, no será.

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