Facilitadora: Nataly Palacios Alumna:Aisley Camejo Bárcenas Nuestro desafío actual, es conocer las características de un profeta verdadero: 1) A LA LEY Y AL TESTIMONIO (ISAÍAS 8:20).- Los profetas deben hablar de acuerdo a los mensajes de los anteriores profetas;
2) SUS PREDICCIONES DEBEN CUMPLIRSE (Deut 18:22).- No es suficiente un
40% o 70%, sus profecías deben cumplirse el 100%;
3) DEBE EXALTAR A CRISTO (1 Juan 4:2).- Cristo debe presentado como el
todo, como el dador, sustentador y salvador de nuestras vidas;
4) DAR BUENOS FRUTOS (Mat 7:16, 20).– Por sus frutos se los conoce. La vida del profeta debe coincidir con lo que enseña y cree.
imprescindible para hacerlo:
Haber sido llamado por Dios. Recibir un mensaje de parte de Dios para transmitirlo a su pueblo. No profesionalizarse o institucionalizarse como algunos profetas del AT. Que ese mensaje sea relevante para quienes van a recibirlo, adaptado a su tiempo y circunstancias concretas. Que ese mensaje sea afín y no contradictorio con la Revelación ya conocida de Dios. Que ese mensaje se vea encarnado en la vida del profeta.
Cómo distinguir al falso del verdadero profeta.
La presencia en Israel desde tiempos inmemoriales de personas que decían hablar en nombre de Dios creó la necesidad de distinguir entre aquellos que verdaderamente lo hacían y aquellos cuya pretensión era falsa. Ni siquiera en tiempos tan antiguos se aceptaba supersticiosamente a todo aquel que afirmara hablar de parte de Dios. En Deut. 18:18-22 se advierte al pueblo de Dios de las consecuencias de no obedecer al verdadero profeta (v. 19). Pero a continuación advierte al que se atreva falsamente a hablar como si Dios le hubiera encargado un mensaje (v. 20). ¿Cómo distinguirá el pueblo entre la verdad y la mentira? (v. 21). El v. 22 señala al cumplimiento futuro del mensaje proclamado como señal de veracidad de su contenido (Jer. 14:15-16). Aquí se presupone un componente de adivinación, si bien creo que no exclusivamente. El mensaje profético no es un mensaje en el vacío. Se basa en el fundamento de la Ley, el Pacto de Dios con su pueblo, establecido previamente a toda actividad profética. El profeta no añade nada al Pacto. En todo caso recuerda sus bases, sus condiciones, advierte de su incumplimiento y de las consecuencias que ello tendrá para el pueblo de Dios. Esto es actualizar el Pacto en las circunstancias de distintas épocas y generaciones, hacerlo relevante. El verdadero profeta traslada el mensaje de Dios de sus orígenes a la actualidad. Otra forma de actualizar el Pacto mediante el mensaje profético supone materializarlo en la vida del propio profeta. Que se vea el poder del mensaje en la vida del mensajero. Los profetas bíblicos frecuentemente materializaban el contenido de su mensaje a través de imágenes, y en muchas otras se veían abocados a materializar en su propia vida el contenido del mensaje del que eran portadores. Oseas fue inducido a casarse con una prostituta y tener hijos con ella para materializar ante sus contemporáneos su infidelidad espiritual respecto al Señor (Oseas 1:2). El siguiente criterio que podemos aplicar para distinguir al verdadero del falso profeta es no hallar contradicción entre la profecía y lo que Dios ya había revelado acerca de sí mismo. Así como antes hablábamos de no encontrar contradicciones entre lo que se dice y cómo se vive, ahora lo hacemos acerca de lo ya conocido y lo actualizado. El profeta verdadero no puede contradecir lo que Dios ha dicho previamente. Sólo actualizarlo, hacerlo relevante para el presente del pueblo de Dios. Profecía hoy. 1ª Cor. 14. No negaré la existencia de la videncia por acción del E.S. en nuestros días. Tampoco le negaré a esta actividad la cualidad de profecía. Pero en 1ª Corintios 14 Pablo habla de la profecía en términos muy distintos. Dice en primer lugar que la profecía en los términos que va a definir en los siguientes versículos es el don principal que el E.S. ha otorgado a la Iglesia (14:1). Luego define qué entiende él por ministerio profético: hablar a los demás para “edificarlos, animarlos y consolarlos” (v. 3), así como para reprensión, juicio y conversión (vv. 24-25). Este es el ministerio que ejercemos cuando predicamos públicamente la Palabra o cuando la compartimos con algún hermano en privado. Eso, según Pablo, es profetizar.