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República Bolivariana de Venezuela

Ministerio del Poder Popular para la Educación


U.E.P. “Miguel Palao Rico”
San Carlos Edo. Cojedes

ENSAYO SOBRE:
EL MONSTRUO DEL ESTADO

Profesor: Participante:
Asignatura: Henismar N. Sosa A.
4to. Año Sección: “A”

San Carlos, 27 de enero de 2022


Lo que está planteado en Venezuela no es meramente un cambio de gobierno y
de rumbo, que se necesita, sino un examen a fondo del concepto mismo del
contenido, los objetivos, los medios y el rumbo necesarios para lograr la
realización más completa de la Venezuela posible.

Esa Venezuela no puede ser otra que la suma de todas las posibilidades reales
que sus recursos humanos y naturales y sus circunstancias geográficas e
históricas le permitirían alcanzar a este país en un plazo razonable, si fuera capaz
de hacer la revisión y la enmienda a fondo de los errores viejos y nuevos que han
llevado al país a su presente estado.”

La historiografía venezolana ha sufrido, desde los días mismos de la


independencia, de una serie de procesos sucesivos de deformación, interpretación
interesada y falta de objetividad que nos han llevado a no poder comprender con
aceptable veracidad lo que realmente ha ocurrido en nuestro país, qué sentido ha
tenido su proceso histórico, qué lo ha caracterizado y qué ha habido finalmente de
acierto y desacierto en él, desde un punto de vista menos restringido y matizado
de opiniones individuales en el que hemos tenido hasta ahora.

Literalmente ha sido una historia de negaciones y deformaciones. Sin excluir la


etapa de la lucha por la independencia, no existe prácticamente ningún tiempo ni
ninguna personalidad importante que haya podido ser apreciada y medida en su
verdadera significación. Todas las etapas y los personajes han sufrido este
proceso de erosión continua, que procede de la actitud retardativa con que las
facciones triunfantes han considerado las figuras de los periodos inmediatamente
anteriores.

Casi siempre han sido los «enemigos», en actitud vengativa, quienes han juzgado
las etapas históricas que los han precedido y esta característica no se ha detenido
nunca hasta nuestros días, con los más graves daños para el valor formativo que
debe tener la historia en la conciencia nacional.

Las sociedades, como los seres vivos, no nacen sino una sola vez y luego
empiezan a vivir por su cuenta y no requieren normalmente de ningún segundo
alumbramiento. La violencia es, por su propia naturaleza, destructiva y sus
resultados son siempre impredecibles y generalmente contrarios a los propósitos
que los promotores de ella se han propuesto. La violencia es momentánea y la
historia, por el contrario, es continuada, observable y hasta previsible. Una
democracia que requiere para su funcionamiento periódicas rupturas violentas no
sería una democracia, que es, por su propia naturaleza, el gobierno del consenso
sobre los grandes fines sociales y del acuerdo sobre los modos de alcanzarlos.

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