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El Hombre Pequeñito
El Hombre Pequeñito
ALFAGUARA
El hombre pequeñito
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Erich Kastner
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in2010
http://www.archive.org/details/elhombrepequeiOOks
Kas
Kastner, Erich
EL HOMBRE PEQUENITO
DATE DUE
r^
3 0161 00003 9366
JUVENIL
ALFAGUARA
DIRECTORA: MICHI STRAUSFELD
El hombre pequeñito
Erich Kástner
EDICIONES
ALFAGU
TITULO ORIGINAL:
DER KLEINE MANN
DE ESTA EDICIÓN:
EDICIONES
ALFAGU.
1978,EDICIONES ALFAGUARA. S. A.
1986.ALTEA. TAURUS. ALFAGUARA, S.
PRINCIPE DE VERGARA, 81
28006 MADRID
TELEFONO 261 97 00
I.S.B.N.: 84-204-3205-9
DEPOSITO LEGAL: M. 39.764-1986
i
LA MAQUETA DE LA COLECCIÓN
Y EL DISEÑO DE LA CUBIERTA
ESTUVIERON A CARGO DE
ENRIC SATUE ®
El hombre pequeñito
Capítulo 1
ñera,
De
una cosa
cualquier ma-
es segura:
^^
^^^---^^^^^C/^'if :-i^*
los padres, los abuelos, ^^^^^^^^P^^^n
los bisabuelos e incluso
Ips tatarabuelos de Max-
chen procedían todos ellos
12
't:t'*"
se puede
hacer!
— ¿Y por qué no?
— No tengo ni idea.
— Pero yo motivo — dijo Máxchen
sí sé el or-
gulloso.
— ¿Y cuál es?
— ¡Porque nunca ha intentado nadie!
lo
— ¿Y tú quieres intentarlo?
— ¡Desde luego! ¡Incluso ya tengo un nombre
para el número! En pondrá: «¡Máxchen
los carteles
33
34
i
Cuando el profesor Jokus von Pokus camina-
ba por el pasillo del hotel hundido en sus pensamien-
tos, oyó unos agudos grititos de auxilio que venían
de la habitación 228. Abrió la pueaa de un empujón,
miró ansiosamente a su alrededor y soltó una car-
cajada.
Los cuatro gatos estaban sentados en el suelo,
delante del lavabo, y miraban ansiosamente hacia
arriba. Tenían tiesos los bigotes. Golpeaban el suelo
con sus colitas. Y arriba, en el borde del lavabo,
Máxchen estaba acurrucado dentro del vaso del cepillo
de dientes, y estaba llorando.
—
¡Ayúdame, querido Jokus! — — ¡Quie-
gritó .
ren devorarme!
— ¡Tonterías! — dijo elprofesor — ¡Tú no eres
.
— Completamente seguro.
— A mejor que ocurre que
lo lo es son más
tontos que leones y que
los los tigres.
— ¡Ni sueñes! — dijo profesor
lo el muy se-
— ¿Y qué es?
— No he tenido éxito con los cuatro gatos.
—No.
— Pero a pesar de todo hay una cosa segura.
¡Voy a ser artista!
Capítulo 5
^^
delante de la droguería — dijo el ni-
ño— . ¡Tenemos que seguir andando!
^^k,^ —¿Tenemos? —preguntó Jo-
1"^^^*^ kus —
'^
;! ¿Por qué tenemos? Que yo sepa,
.
vaya a bien.
estar
— Eso no me hace — gruñó profesor. falta el
— Quizás sea necesario que hagamos algunos
arreglos — dijo dependiente con amabilidad — Le
el .
diré del
al sastre que baje. taller
— Que quede arriba tranquilamente.
se
— Se hará rápidamente, señor.
— no viene, será todavía más rápido.
Si
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se cayó al suelo.
— Se ha desmayado otra vez — dijo Máxchen
con toda tranquilidad.
Cuando el jefe de ventas oyó la nueva voz y
vio al pequeñín en la enorme chaqueta, casi se le
salieron los ojos de las órbitas y se agarró desesperado
al respaldo de la silla.
— ¿También señor
este se va a desmayar?
— preguntó ansiosamente.
— ¡Esperemos que no — dijo el profesor — .
¡Al
fin y al cabo una tienda de confección de caballero
no es un hospital!
46
(iBfe;«3e££ásÉ??^2r^i^Siííá^^ r.^i»*V;-7
47
habitación, cuando
entró el director pre-
cipitadamente, miró
lleno de reproches a
través de sus gafas
de concha y preguntó
qué significaba eso.
—¿Qué significa el qué? —preguntó el profe-
sor amablemente, como si no supiera a qué venía
tanta excitación.
50
— maniquí!
¡El
— Lo necesito para mi trabajo —
explicó
Jokus — Los pianistas
. de concieao y los cantantes
se traen al hotel incluso el piano de cola cuando
están haciendo una gira, y tocan durante horas enteras
y hacen toda clase de ruidos. Son artistas, y tienen
que practicar. Yo soy mago. ¡También tengo que
practicar! Y no armo, ni por asomo, tanto escándalo
como mis colegas músicos —
cogió al director de la
chaqueta y le dio unos amables golpecitos en el
hombro — ¿qué es lo que le preocupa tanto, que-
,
rido amigo?
— Esto ya demasiado para nosotros — gimió
es
el director — Su Máxchen,
. dos palomas,
las conejo
el
blanco, y ahora un muñeco de madera con un traje
azul...
unos golpecitos
El profesor dio paternalmente
en el pecho pobre hombre, que estaba muy atur-
al
dido, y le pasó la mano cariñosamente por la cabeza:
—
¡No se lo tome tan trágicamente! Mi mani-
quí no necesita una cama. Tampoco utiliza pañue-
51
52
propiedad?
—¡Naturalmente! —
dijo precipitadamente el
señor Hinkeldey, cogiendo los dos objetos rápido
como un rayo — No podía explicarme cómo no lie-
.
y
53
señor Hinkeldey.
Solamente cuando el Hombrecillo soltó la
carcajada, y empezó a reírse cada vez más alto y con
más ganas, Hinkeldey sospechó algo, y llevándose la
mano a la nariz la dejó caer estupefacto.
— ¿Pero dónde han metido de repente?
se
— ¿Dónde pone uno gafas normalmente las
cuando quita
se lasdarse cuenta? — preguntó
sin el
profesor compasivo — Yo desgraciadamente no
. lo sé.
No he usado gafas en toda mi vida. ¿Las tiene en el
estuche?
El Hombrecillo se desternillaba de risa.
— ¡Bastaya, querido Jokus —
chilló retorcién-
dose — . ¡Ya no puedo más! ¡De la risa me voy a caer
del bolsillo!
El director le miró sombríamente.
— ¿Qué que tiene tanta gracia? ^gruñó.
es lo
De repente lo comprendió todo: ¡Sus gafas
estaban sobre la nariz del profesor! De un salto se
puso en medio de la habitación, agarró las gafas, vol-
vió a la puerta de otro salto y exclamó:
—¡Es usted un demonio!
—
No, señor Hinkeldey, un mago.
Sin embargo el director del hotel no estaba
para nada más. Ni siquiera para una conversación.
Abrió la puerta precipitadamente y se fue al polvo
del pasillo. (Aunque en los hoteles tan cuidadosos
como éste no hay ningún polvo.)
..
53
39
—
¿Puedo dormir en una caja de cerillas?
¿Puedo volar por la habitación montado encima de la
paloma Minna?
—
¡No, en eso tienes razón! Eso no lo puedes
hacer.
— ¿O puedo — preguntó el profesor — asomar-
me por el borde del bolsillo del pañuelo de mi
chaqueta? ¿Puedo trepar por la barra de la cortina?
¿Puedo colarme por el agujero de la cerradura?
—
No, eso tampoco lo puedes hacer. ¡Vaya!
¡Hay un montón de cosas que no puedes hacer,
querido Jokus! ¡Eso es fenomenal!
—
Sea fenomenal o no —
dijo el profesor es — ,
61
62
f
t^^^=W^^^^^ ^=W^^
chen tenía que trepar diariamente. Por el momento
debéis daros por satisfechos con el hecho de que él
mismo lo sabía. Sin embargo no lo comentaba con
nadie. Y el guapo Waldemar lo sabía también, por
supuesto. Pero los muñecos, y también los mani-
quíes, pueden callar como una tumba.
De cualquier modo, el profesor estaba muy-
satisfecho con los progresos de Máxchen. A veces le
llamaba incluso «mi Máxchen trepador». Esto era una
gran alabanza, y al Hombrecillo le brillaban los ojos
de orgullo.
A pesar de tales progresos el aprendizaje hu-
biera durado por menos tres meses más, quizás
lo
incluso cuatro meses, si una noche los fracs no hubie-
ran sido confundidos. ¿Qué dos fracs? ¡El frac del
profesor y el frac del jinete Galoppinski! ¡Fue un
episodio sensacional!
El señor director Brausewetter cree todavía hoy
en día que todo fue una coincidencia. Pero aparte de
él nadie lo creía en el circo Stilke. Ningún traga-
de puntillas.
Y cuando el maestro Galoppinski saltó a la
Juzgado de Honor!
72
(^,4
—
¡Calma, señores míos! —
suplicó el director
Brausewetter ¡El —
programa
. tiene que continuar!
¿Qué va a pasar ahora?
— Yo no voy a actuar en ningún caso, ni aun-
que pongan de
se delante de mí — dijo
rodillas el
blico?
—
Dígales que hoy actúo por primera vez con
mi aprendiz de mago. ¡Y el número se llama: «El
Hombrecillo y el gran ladrón»!
Capítulo 9
Brausewetter — Como .
quitarle la silla.
78
79
interior derecho.
— ¡Ese es! ^exclamó Hornbostel — . ¡Ese es!
¡Dén-:lo!
:
81
dos bolsillos:
los zapatos?
La gente empezó otra vez a reírse.
— —
Tonterías dijo Hornbostel en un tono es-
tridente— ¡No soy un estúpido!
.
86
—
¡Vaya, vaya! —
exclamó divertido ¡Los — .
pente!
Dos mil personas miraron al señor abogado
doctor Hornbostel, que se llevó la mano nerviosamente
alcuello de la camisa. ¡En efecto, la bonita corbata
de seda natural había desaparecido! Y como todo el
aún me va a robar!
la
Se fue torpemente hacia su sitio, andando con
cuidado para no perder los zapatos. A mitad de ca-
mino se quedó parado de repente y dijo:
— ¿Pero por qué se me resbalan los pantalones?
Se echó la chaqueta hacia atrás y exclamó
asombrado:
— ¡Mis ¿Dónde están mis tirantes?
tirantes!
— ¡Caramba! — dijo Jokus — ¿Quizás por .
error...?
Se palpó los bolsillos y se quedó atónito.
— Aquí
parece que... Un momento, querido
señor Magro, desde luego no puedo explicarme, que
87
,m^
92
¡Y pobre caballo!
el
— ¡Y nuestro pobre conejo! — dijo Máxchen —
Yo que
creí iba a morir del susto.
se
— ¿Has sudado mucho? — preguntó profe- el
sor sonriendo.
—Los fueron
tirantes peor de todo. La pinza
lo
de metal de la parte delantera izquierda no se abría
ni a la de tres. Me he roto dos uñas. Con el guapo
Waldemar es todo mucho más fácil.
—
Lo de los cordones resultó mucho mejor
— dijo el profesor —
Fue un trabajo estupendo. Tam-
.
— Oh — susurró Máxchen.
Eso fue todo.No dijo nada más.
— Ahora eres mi de mago. No
oficialhable se
mas.
— ¿De verdad que gente no ha aplaudido
la
solamente porque soy tan pequeño?
— No, hijito. Desde luego, esas cosas tienen
mucho que ver. Cuando el elefante Jumbo se sienta
sobre una tarima y levanta las patas delanteras, la
gente aplaude. ¿Por qué? Porque sabe hacer algo y
por lo grande que es. Si solamente fuera grande y no
hubiera aprendido nada, preferirían quedarse en casa
tumbados en el sofá. ¿Está claro?
—
Más o menos.
—
Hay dos clases de aplausos explicó el pro- —
fesor — Pongamos otro ejemplo: Cuando las tres her-
.
94
— No — dijo finalmente.
lo sé
— ¡Pero yo — exclamó Hombrecillo
sí! el triun-
fante — En primer lugar eres un mago estupendo...
.
— ¿Y en segundo lugar?
— ¡Levántame, diré oído!
y te lo al
Y Máxchen susurró:
— Mi queridísimo Jokus.
cina.
—
¿Y por qué me la regala? preguntó Máx- —
chen asombrado.
El jefe de camareros hizo una profunda reve-
rencia.
— Como recuerdo del día en que te has hecho
..
93
centelleantes!
— ¡Lo has adivinado! — dijo la señorita Rosa —
Se derritió como un helado de chocolate encima de la
calefacción. La mujer de la limpieza tuvo que venir a
recoger lo que quedaba de él.
Entonces le dio un
besito a Máxchen, porque
era tan pequeño, y a Jokus otro aún más pequeño,
por lo grande que era.
— Y ahora me apetece... — dijo muy decidida.
— ¿Que demos un beso? — preguntó pro-
te el
fesor.
— No, comer solomillo de corzo — contestó
ella —Un estofado de solomillo de corzo con patatas
.
bfcSiMiÍM^Uí^
Después de comida dijo ella:
la
— Así es la vida, amigos míos. Yo he comido
estupendamente, vosotros sois famosos, y el maestro
Galoppinski necesita un látigo nuevo.
— ¿Y por qué? —
preguntó Máxchen ansioso.
— Porque el viejo se ha hecho pedazos — in-
formó la señorita —Tuvo unas palabras con el payaso
.
asombro.
— Fernando está celoso. Porque cree que Jokus
está enamorado de mí.
— ¡Y es la verdad! —
exclamó Máxchen.
Entonces el mago se puso colorado como una
amapola, y hubiera desaparecido allí mismo por arte
de magia si hubiera sabido hacerlo. O se hubiera
convertido en un cepillo de dientes. Pero eso sola-
mente lo saben hacer los magos de verdad.
La señorita Mazapán le miró con ojos llamean-
tes.
— ¿Es cierto? — preguntó levantándose lenta-
mente — ¿Es cierto? — preguntó amenazadoramente.
.
mantel.
—
Arriba, en la habitación. Le tuve que subir
en el ascensor. Me ha dicho que les dijera que está
sentado en una maceta en la terraza y que se lo' está
pasando muy bien.
—
¡Qué horror! —
murmuró el profesor cuando
se marchó el jefe de camareros —
No nos hemos en-
.
a alguien.
— Espero que no sea nadie que de saltos en el
Ella sonrió.
— No tengo intención de pasarme la vida dan-
do vueltas de campana en el aire. Solicito el puesto,
señor profesor.
— Queda contratada — respondió él.
Capítulo 11
:^j — — ^
Consejero Medico
=^/
Doctor en nedlkiña Ceara^s feícw^Ibile
Especíalisla en Descontentos
^ - - ^^r
En ese momento la señora estornudó otra vez.
—
Vamos a tener buen tiempo dijo ¡los — — ,
carneros estornudan! —
y de nuevo, dando un suspiro
contuvo la respiración e hizo:
— ¡Achís!
Entonces dijo Hombrecillo:
el
102
—Muchas gracias —
contestó ella alegremente.
Entonces se quedó muy extrañada, y volviéndose hacia
todos los lados preguntó:
—¿Pero quién acaba de desearme salud?
—¡Yo! —
exclamó Máxchen de buen humor —
Pero usted no puede verme, porque sólo mido cinco
centímetros y estoy sentado en el cuello de su abrigo.
—¡Ten cuidado, no te vayas a caer! dijo —
preocupada, y se acercó a la luna del escaparate —
Creo que ahora ya te veo. ¡Pero niño, que pequeñito
eres! ¡Una cosa así no se ve todos los días! ¿Quieres
venir conmigo a mi casa? ¿Tienes hambre? ¿Estás
cansado? ¿Te duele la barriga? ¿Te preparo una bo-
tella de agua caliente cuando estemos en mi casa?
— —
No dijo Máxchen —
Es usted muy amable .
103
clamó — ¡Debería
. médico! ¡Al doctor Crezca-
ir al
— —
¿Por qué estás descontento? preguntó el
106
más detenimiento!
— Lo sabía desde principio — dijo Máxchenel
compungido — Pero me asaltó . curiosidad, y ahora la
me daría de bofetadas a derecha izquierda. e
— ¿Qué tamaño quieres tener? — preguntó el
¡Sí! ¡Sí!
rí
....yr-^;^:^.
*^-«M^' ^
A,
.hora tenía por fin el tamaño de un chico
normal. Para otros niños eso es muy natural. Pero
para él era completamente nuevo. Le hacía sentirse
tan orgulloso que le hubiera gustado parar a todos los
transeúntes en la calle y preguntarles:
—
¿Qué les parece? ¿No es estupendo?
Desde luego no lo hizo. Las pobres personas
se hubieran quedado también muy asombradas, y si
acaso hubieran contestado:
—
¿Qué tiene eso de estupendo? Hay tantos
niños de tu estatura como granos de arena en la playa.
Quizás, incluso se hubieran enfadado.
Algunos se quedaban
asombrados sin necesidad de
que él les hablara. Pues estaba
radiante de felicidad, como si
le hubieran tocado las quinie-
golpeo a alguien —
entonces se marchó.
FOSTOROS SflflUS ^A
En Otro cartel sostenía con las dos manos una
reluciente maquinilla de afeitar eléctrica, que era
plateada y tenía un tamaño enorme, y las letras afir-
maban con el mayor descaro:
^enéfcir
SE AFEITA
SOLAMENTE
CON
7
113
Máxchen pensó:
—
¡Qué cara más dura! ¡Cuando por lo menos
tendré que esperar aún cuatro años para que me crez-
can los primeros pelos de la barba! ¡Vaya, Jokus se
va a quedar asombrado cuando lea esta estupidez!
Sin embargo los otros carteles no eran mucho
mejores. En un tercero, en el que estaba fumándose
un puro, ponía con todas las letras:
El
HOM3R£CfU0
PREFiene. TUNAR
V.OS SUAVES
MANILA
.
¿cu/t
,
J^ffl^
,,
U!ftd
f CLASE
1£^¿Ía iu^'^rft^ MAWtCA ^^CLAS£
^
—
¡Qué gente tan extraña! ¡Vaya cosas que se
inventaban para vender sus productos! ¡Con ésto in-
tentaban hacer creer al que pasaba por allí que el
Hombrecillo se comportaba como un adulto. ¡Cuando
se sabía que era todavía un niño! Arriba, a la izquier-
da, habían pegado también un cartel con su foto-
114
r/ ^em&^m
bebe como todos los hombres
distinguidos, en las fiestas
acompañado de amigos y
mujeres el champagne
bellas
internacional de primera clase
SECO
^J EXTfíA
— ¡Qué tontería! —
pensó Máxchen Jokus — .
ÍNILQRCO
pueden ver aparte de un programa
de primera clase todas las noches
STILKE
y, res tardes
^^ -^&7^i,r^d/(6r
/ é4. ^tXLti Lad^oa
.
115
— ¡Qué
horror! pensó Máxchen —
¡A lo — .
colegio!
— Pero soy un
si artista — dijo Máxchen tí-
midamente.
— ¡Encima — dijoeso! el director — . ¡Ya no
nos queda nada por ver! ¿Qué sabes hacer? ^^Eh?
¡Di algo!
— Quitar los cordones de los zapatos — susurró
Máxchen.
Entonces los dos hombre se pusieron a dar
gritos. En parte de risa y en parte de ira. Ponían unas
caras como si les fuera a dar un ataque.
— ¡Esto es demasiado! — rugió el director.
i ^^^^áP^^t^w^R^
.
117
échele a la calle!
— Con muchísimo gusto — contestó el jinete,
118
— ¿No reconocen?
te
— ¡No querido Jokus!
— ¿Y quién tú? — preguntó
eres profesor el
cautelosamente — La verdad. que yo tampoco es te
reconozco.
El niño sintió que se abría la tierra bajo sus
pies. Se empezó a marear. Todo le daba vueltas.
121
—
Pero no es mucho —
dijo Máxchen.
— —
No dijo Jokus —
No es mucho. Es verdad.
.
ces... mucho?
—
Evitar una guerra —
replicó Jokus Acabar — .
— Tú no
cillo . gordo, ni siquiera cuando
estás llevas
de mago.
el frac
— ¡A dormir! — refunfuñó profesor, y bos- el
tezó de tal modo, que incluso las campanillas de mayo
del balcón le oyeron.
— ¿Y qué pasa contigo y la chica Mazapán?
— preguntó Máxchen en voz baja.
—A dor...
—Ya me duermo — dijo el Hombrecillo rápi-
damente, y cerró la boca y los ojos.
Si de verdad se durmió inmediatamente, no
lo sé. Pues en primer lugar la habitación estaba os-
cura como boca de lobo. Y en segundo lugar yo no
estaba en la habitación.
Capítulo 14
separarnos.
Miró tristemente al suelo.
— ¿Cómo? —
preguntó el Hombrecillo — . Eso
no lo entiendo.
Brausewetter daba vueltas con el guante alre-
dedor del sombrero.
— El señor profesor seguro que me entiende.
— Desde luego — gruñó Jokus asintiendo.
— Esta noche no he pegado ojo — dijo Brause-
wetter poniendo el sombrero de copa debajo de la
silla — . He echado cuentas una y otra vez. No puede
ser. Francamente, el circo Stilke no es ningún circo
126
wetter, y cansadamente.
se rió
— ¿Has entendido todo, Máxchen? — preguntó
Jokus — ¡Pero deja
. cucharilla de mermelada
la la
antes de contestar!
Máxchen dejó la cucharilla a un lado. Enton-
ces dijo:
—
He entendido todo. En cualquier otro lugar
podríamos ganar cinco veces más que con el director
Brausepulver, no, Brausewetter. Y para ello tiene
que dejar de fumar.
— Un niño muy — observó listo el director.
— Pero — continuó Hombrecillo — ¿qué el ,
128
misma opinión.
Se dirigió al director del circo.
—Nuestra decisión unánime. Nos quedamos
es
con usted.
— Oh — murmuró Brausewetter— A eso . le
—
¿Sino? —
preguntó Máxchen con curiosidad.
— ...Sino el complemento más importante
— continuó socio el de más edad.
El director inclinó ligeramente.
se
— ¡Desde luego, señor profesor! ¡Desde luego!
¿Entonces ahora puedo comunicar a la prensa y a la
radio que se quedan conmigo?
Jokus asintió.
— Hágalo, mi superior.
Y Brausewetter se levantó inmediatamente de
un salto.
— ¡Entonces tengo que darme prisa!
Cogió el sombrero de copa de debajo de la
silla y se lo puso torcido de la emoción.
Pero el sombrero se balanceaba alocadamente
de aquí para allá.
Fidelidad de artista
& pesar del éxito mundial
BRAUSÉWETTER
PONE FUERA DE COMBATE A LA COMPETENCIA
130
133
'
'
>^'rf-v"«r^vf-'
136
138
139
lis if^í
\' .^ ^ /[ r ^^
R
142
OMff
143
mismo.
Además no os hubiera hablado tan detallada-
mente delnuevo juguete, si una de estas condena-
das cajas de cerillas de Nüremberg no jugara un
importante papel en el capítulo siguiente. Pero tened
un poco de paciencia. Pues...
Pues antes me gustaría hablaros de una canción
que apareció en esta época y rápidamente se hizo
popular. También se podía comprar el disco. La po-
nían en la radio y se bailaba en las discotecas. La
música la había compuesto Romano Korngiebel, el
director de orquesta del circo. Lo que no sé es quién
escribió el texto. Se titulaba
La CcincLon (M HffminecMr
Incluso me acuerdo de un par de estrofas.
Hmpezaba así:
148
149
hubiera oído.
A
\^
— Le han dormido ) /
/ '
—
Nada —
dijo el comisario Steinbeiss He — .
la atención general.
.
155
156
158
cerillas!
— ¡Bravo! — exclamó alguien en mesa de la al
diatamente!
161
Acertijo
en torno al Hombrecillo
¿Dónde ¿Dónde le tienen escondido? ¿En
está?
qué ¿En qué casa? ¿En qué habitación?
calle?
Toda una ciudad contiene la respiración. Toda
una ciudad está desconcertada. El comisario Stein-
beiss de la brigada criminal se encoge de hom-
bros. El y sus ayudantes están agotados. ¿Qué
han descubierto hasta ahora? Una chaqueta blan-
ca de camarero en un cubo de basura. Y la
tienda donde fue comprada la chaqueta blanca.
¿Aparte de eso? Nada. ¿Qué aspecto tenía el
comprador? ¿Era el «falso camarero»? ¿O era un
cómpHce? ¿Se subió el malhechor que raptó al
Hombrecillo a un coche que le esperaba? ¿O se
perdió andando entre la multitud?
La policía comprueba sin cesar cientos de lla-
madas telefónicas y advertencias por escrito pro-
cedentes de la población. El trabajo es enorme.
El resultado es desconsolador. Completamente
nulo. A
pesar de todo, nuestra vigilancia no
puede disminuir.
Aunque un millar de pistas lleven al fracaso,
los esfuerzos estarían recompensados si la pista
mil uno ayudara a tener entre nosotros de nuevo
sano y salvo al Hombrecillo, tan querido por la
población.
163
163
167
—
De todas maneras, si me organizas un es-
cándalo no tendré en cuenta el dinero. Enanos más
grandes que tú han mueno de repente.
A Máxchen se le puso la carne de gallina.
—
Así que sé buen chico —continuó Bemhard —
y piensa en tu preciosa salud — entonces abrió de
nuevo el periódico y se puso a leer las noticias depor-
tivas.
Máxchen tenía cada vez más miedo, y cada vez
estaba más preocupado. La policía y Jokus no podían
encontrarle. La generosa recompensa no había servido
de nada. Y él mismo tampoco sabía lo que iba a
pasar.
Desde luego, por la noche, mientras el calvo
Otto dormía tumbado en el sofá, había inspecciona-
do la habitación. Había subido hasta la ventana ba-
jando por el mantel y trepando por la cortina.
¿Qué había visto? Una fila de casas al otro lado de
la calle. A lo lejos la torre de una iglesia. Y la venta-
na tenía rejas.
Anduvo a gatas por el suelo examinando a
fondo las paredes y sobre todo los tablones de madera
de la puena. Pero en ningún sitio había la menor
rendija para poder colarse. Y al fin y al cabo, ;qué
hubiera ocurrido al llegar al pasillo? ¡Allí habría
más puertas! La puerta del piso. La puerta del portal.
Esas dos como mínimo.
Sin embargo, pensar en rendijas que no había
no conducía a ninguna parte. Estaba atrapado en la
endiablada habitación como un clavo en la pared. Y
el tiempo pasaba sin que fiíera posible detenerlo.
Dentro de poco los dos granujas, de los que solamen-
te sabía su nombre de pila, estarían sentados en
cualquier avión. Con una insignificante caja de ceri-
llas en el bolsillo de la chaqueta de Bernhard.
Capítulo 19
y se quejaba de tal
manera que Otto
tuvo que taparse los <¿:^
170
y Alberto Durero.
—Es igual — dijo Otto echándose otro trago al
171
172
nicamente — No
le vino bien a su salud. A López
.
no le gustan
bromas.
las
—
¿Y entonces, qué quiere de mí? pregun- —
tó Máxchen con voz temblorosa.
—
No tengo ni idea. Quiere tenerte, así que
te consigue, ¡y ya está! Quizás porque eres una cosa
rara. Como un ternero con dos o tres cabezas.
Máschen miró fijamente las orejas de soplillo
de Otto.
—
Como una cara con asas pensó. Y después —
pensó sobre todo —
¡Tengo que marcharme de aquí!
:
jYa es hora!
Ya he mencionado que entonces apareció
Bernhard de repente.
—
El viernes cogemos el avión dijo enseñan- —
do los billetes. No se quedó mucho tiempo, porque
quería ir a comer a «Los dados torcidos», y relevar
a Otto una hora más tarde, a pesar de que el calvo
no tenía mucho apetito. Había dicho que hoy ten-
dría bastante con dos raciones de pata de cerdo codi-
da y col en vinagre.
—
Dentro de una hora volverá Bernhard
— pensó Máxchen —
Entonces hay que actuar. Ya
.
— ¡Atrévete! —
gritó Otto —
¡Sólo nos faltaba .
deprisa! ¡Auauau!
— ¡Pero ahora no puedo de habitación! salir la
— ¡üh! — Máxchen.
gritó
Pero el niño de la ventana no se inmutó, sino
que continuó con su tiro al blanco. No era nada fácil
dar a la pelotita con un hueso de cereza. Quizás los
marineros lo hubieran conseguido. (Estos tíos tienen
fama, como todos los niños saben, de ser verdaderos
maestros del escupido. Los timoneles y los capitanes
no son tan buenos. Probablemente tenga algo que
ver con la edad.)
—
¡Eh! —gritó Máxchen más alto aún.
Hl niño miró a la acera de enfrente, pero como
no vio a nadie continuó
escupiendo con esmero.
Máxchen empe-
zó a inquietarse. El
tiempo pasaba. ¿Qué
podía hacer? ¿Cómo
podría conseguir que el
no vayas a aplastarme!
Jacobo se puso colorado como un tomate y
levantó la mano lo más que pudo. Máxchen saltó
abajo desde el pilar. En medio de la mano extendida.
Jacobo atravesó la calle corriendo, puso al
Hombrecillo sobre alféizar de la ventana, y tre-
el
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— preguntó Máxchen.
— ¡Mi querido amigo! — suspiró otro el ni-
ño — Las perspectivas no son nada halagüeñas.
. Mi
padre se ha ido. Mi madre también. El hijo se ali-
menta de fruta. ¿Te parece poco?
— ¿Y cuándo dejaron solo? te
— Hoy por mañana. la
— ¿Para siempre?
— No del todo. Vuelven mañana por noche. la.
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recoger al Hombrecillo.
Jacobo dijo:
—Eso es lo que quieren muchos. ¿Puedo exa-
minar sus carnets?
En un primer momento al señor Steinbeiss le
entraron unas ganas horrorosas de ponerle las manos
encima. Sin embargo sacó su carnet y se lo enseñó
al pedante granuja.
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miró atónito al
El calvo Otto bolsillo del pa-
ñuelo del comisario. Entonces rugió:
— ¡Miserable cagarruta! ¿Cómo es que...
— pero antes de que pudiera acabar de rugir la frase
estaba ya sentado, bien vigilado, en el coche nú-
mero 1,y el coche arrancó.
Un policía del coche número 2 anunció:
— ¡Señor comisario! Nos ha sido comunicado
por radio hace dos minutos, que la casa número 12
de la calle Kickelhahn pertenece a una empresa co-
mercial sudamericana.
—
No me extraña nada observó Máxchen — —
Todo tiene que ver con el señor López
El inspector Müller preguntó perplejo:
—
¿Qué sabes tú de López?
— —
No mucho dijo el pequeño pero ahora — ,
estribo!
Jacobo miró por la ventanilla.
—
¿Pero he sido invitado a comer tortitas de
pina o no?
Máxchen dio un suspiro, como si fuera la últi-
ma vez que suspiraba, o por lo menos la penúltima.
— Es indignante — balbuceó — ¡Apenas acabo
.
— ¡Ya es
hora de que no
vuelva a venir a
mi restaurante!
— dijo ella, y
cogió el postre
de delante de
sus narices para
llevárselo. (A
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lado:
— ¡Mamá, ese señor parece un cerdo! — enton-
ces la gente no paraba de reírse.
Sin embargo, de repente se quedaron todos
callados. ¿Qué había ocurrido?
Bernhard miró bizqueando a través de las pe-
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y demás.
— Está bien — dijo Jacobo — ¡Al fin y cabo . al
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hotel.
— De ningún modo — dijo Jacobo — ¡Para mí!
y llamó a la puerta.
— ¡Somos nosotros!
La puerta se abrió. El profesor extendió los
brazos y dijo:
— ¡Pasad! Su voz sonaba como si estuviera
resfriado.
Rosa movió la cabeza sonriendo.
— No puedo ver llorar a los hombres. Dentro
de una hora volveré a buscaros.
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196
—
¡Eso es imposible, su señoría! ¡El viernes
me voy en avión a casa del señor López, en Sudamérica
con el calvo Otto y el flan Bernhard!
— Son unos nombres horribles — dijo Rosa—
Se le pone a uno la carne de gallina.
Máxchen se frotó las manos.
— ¡Enséñanosla! ¡Siempre he querido ver un
mazapán con carne de gallina!
Rosa guiñó el ojo a Jokus.
—
Desgraciadamente parece que la vida entre
malhechores ha influido en el señor Pichelsteiniano.
Se ha vuelto muy atrevido.
Jokus sacó a Máxchen del bolsillo.
—
Le voy a meter en la bañera del rey Bileam.
El jabón limpia el cuerpo y el alma.
de Baldrián.
— ¿Y qué quería yo? — preguntó Jacobo Hur-
tig— Lo único que yo quería era dar una lección a
.
un fanfarrón.
— ¡Aplastarle con tus propias manos! — excla-
mó Máxchen divertido. Estaba sentado encima de la
mesa y Rosa le daba tartade pina.
— ¿Un trocito más? —
preguntó.
El movió la cabeza.
— No, gracias. ¡Ahora solamente un poco de
mazapán con carne de gallina!
Ella le amenazó con el tenedor de postre.
— Eso no para es los niños.
— Ya — dijo
lo sé él con una indirecta — . Has
reservado toda la enorme ración para Jokus.
Entonces Rosa se puso colorada. Pero aparte
de Máxchen nadie lo vio. Pues el comisario acababa
de empujar el plato hacia atrás y dijo enérgicamente:
—
El Hombrecillo tiene que agradecerse a sí
mismo el que no se lo hayan llevado. El mismo fue el
.
198
ül viernes, el director
Brausewetter se sentía a sus
anchas. ¡Era otra vez, por fin,
una noche a su gusto! ¡Le hu-
biera encantado ponerse uno
encima de otro tres pares de V"
202
COL 13 15 7773ACPICH T
Telegrama Desde |
=
—
ESTuuirnos r.uy excitados stop rriwero
POR LA preocupación AHORA DE
alegría stop ENVIAMOS URGENTE CADENA DE-
SEGURIDAD PARA LA HABITACIÓN DEL HOTEL-
STOP VEN A DESCANSAR ALGUNA VEZ A
BERGANZONA STOP PALACIO BONITO Y GENTE
SIMPÁTICA STOP SALUDOS TARiBIEN AL PROFESOR
30KUS STOP=
TUYO EL REY BILEAM ACOfrtPAÑADO DE FAIYIILIA-
Y PUEBLO
' T
ULUbUIM^ L 1
lili
' ' '
rni
^^^ 1
-L^ ^^
1 "^
^
El tercer telegrama que aún recuerdo venía
de Hollywood. La compañía cinematográfica, de la
que ya habían tenido noticias anteriormente, tele-
grafiaba:
203
Desde
1A95 HOLLYUJÜOD F 34 / 36 87 =
^
Telegrama* -— HOríiBRECILLO
i
¡-_|
I
FIN
ESTE LIBRO
SE TERMINO DE IMPRIMIR
EN LOS TALLERES GRÁFICOS
POlÍg. COBO-CALLEJA, FUENLABRADA (MADRID)
EN EL MES DE DICIEMBRE DE 1986
OTROS títulos PUBLICADOS
219. S. K. Hinton
I, A Lf-:^ DE LA CALLE
Traducción de Javier Lacalle
22(1. Ocampo
Silvia
LA NARANJA MARA\'ILLC)SA
Ilustraciones de .Ircadio Lohato
246. S. E. Hinton
ESTO YA ES OTRA HISTORIA
Traducción de Javier Lacruz
QARHllLO SCHOOL LrBRARl
440 S. MAIN
TUCSON, ARiZONA 857C*
P/1AGNET SCHOOL'S
5^SSISTANCE GRANT: CARRILlli
ALF
ERICH KÁSTNER (1899-1974)
•
ha publicado libros
como «Emilio y los detectives»
que figuran entre los favoritos
de los niños
de casi todos los países.
En 1960 recibió el premio
Hans Christian Andersen
por conjunto de su obra.
el
El ha dicho:
«La mayor parte de los hombres
dejan su infancia
como si fuera un viejo sombrero.
La olvidan
como un número de teléfono
que ya no vafe. -
Solamente el que se. hace mayor
sin dejar de.ser niño
es un hombre auténtico.»
Y aquí se cuenta la historia
•
de un hombre muy pequen )
que fue uno de los mayores artistas
del mundo...