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Lectura base: Hans Joachim-König. (2009) “Ciudadano”. En: Javier Fernández Sebastián
(dir.) Diccionario político-social del mundo iberoamericano: la era de las revoluciones,
1750-1850. Madrid: Fundación Carolina, pp. 234-246.
La importancia de poder rastrear el sentido cambiante de los conceptos es que, sólo de esta
manera es posible valorar el proceso de la historia sin hacer analogía en retrospectiva
descontextualizadas y negacionistas.
En este caso, siendo un ejemplo muy diciente del fenómeno, tenemos la historicidad del
concepto “ciudadano”. La palabra “ciudadano” es usada en los espacios públicos y privados
de manera desaforada, envuelve para los hablantes una variedad de significados y de
simbologías que son en todos los casos valoradas como positivas. Al estar en el medio que las
reproduce, la única forma de comprender la fuente de tales sentidos y la razón de su
mantenimiento es precisamente, teniendo fuentes primarias de información respecto de sus
variaciones en el tiempo.
Es así como encontramos que, no hace mucho tiempo, la categoría de ciudadano era
exactamente lo contrario a lo que hoy parece es tan natural, su carácter de universalidad. El
ser ciudadano sirvió por mucho tiempo como un título de exclusión y de clasificación social,
de selección entre aquell@s consideradas personas y aquellos sobre los que se puede decidir
y negar espacios de libertad. En esos términos es que se deben leer las memorias, los
documentos y las luchas dadas en el siglo XIX que reivindicaban su existencia.
Así pues, detrás de lo que parece sólo una palabra se esconde una lucha de poderes y
símbolos que se tornan de suprema importancia en el continente europeo tras la declaración
de los derechos del hombre y del ciudadano; y que a su vez tienen potentes repercusiones en
América y todos los procesos políticos que llevarían al pueblo a luchar por tener ese lugar de
ciudadanos, que termina por ser un lugar más que semántico o político, simbólico de suma
importancia para la historia política del siglo XIX. Por lo tanto y a partir de esto podemos
comprender la trascendencia de clarificar el desarrollo y cambio de un concepto y su uso a lo
largo del tiempo, pues el lenguaje funciona aquí como una llave para la comprensión más
profunda de la época y los sucesos históricos relevantes en torno a la misma.
Por todo lo anterior es válido decir que la importancia de comprender las relaciones
simbólicas colectivas del pasado frente a este concepto y su evolución es lo que precisamente
nos permite entender cómo este llegó a ser lo que es, porqué está planteado de este modo y la
función social que cumple a partir del contexto en que este se desarrolla. Casi como una
regresión o genealogía que parte de las ramas y busca llegar hasta las raíces del mismo.
Según el texto Diccionario político y social del mundo Iberoamérica, apartado Ciudadano -
Colombia quienes para finales del siglo XVIII eran determinados como ciudadanos eran los
criollos neogranadinos que gozaban de riqueza y tierras.
El término de ciudadano que adquirieron esas personas fue realmente un reemplazo del
concepto “vasallo” que antes daba cuenta de la misma población. Luego, llamándose
ciudadanos era quedaba más claro su posición y reconocimiento como miembro del Estado
considerado por ellos mismos como políticamente participativo.
Estos ciudadanos eran asociados a un nuevo estatus político que los hacía merecedores de la
titularidad y el ejercicio de derechos naturales fundamentados en la igualdad y libertad. Con
el concepto claro y apropiado por todos y cada uno de los neogranadinos de ese entonces, se
comienza a ver el surgimiento de una clase política, un grupo reducido de hombres que
promulgan las mismas ideas y que fundamentan la lucha por la nueva patria en sus propios
intereses, se empezó a “integrar la población autóctona a la sociedad neogranadina’’ (König.
2009, p.237).
Para el resto de la población, la ciudadanía no era posible para los indígenas, negros y sólo de
forma condicionada era alcanzable para algunos mestizos. Cabe resaltar que la gran mayoría
de las comunidades indígenas pre-independentista fueron pioneras en exigir reconocimientos
y reivindicaciones de su cultura, hecho que les sirvió a los granadinos para señalarlas de
incivilizadas por voluntad propia, salvajes e improductivas.
Para este periodo la categoría de ciudadano no fue utilizada con fines de universalización ni
denotaba ningún tipo de igualdad entre todos los hombres y mujeres, por eso fue necesario
mantener lenguajes claramente excluyentes como el de habitante y estante, el habitante era el
que participaba y pertenecía a la nación, el estante era solo una persona que hacía presencia
en un sitio como consideraban los ciudadanos era la esencia de los esclavos e indígenas,
mujeres y niños menores.
3. ¿Qué aspectos de la ciudadanía, como es descrita para la primera mitad del siglo XIX, se
mantienen hoy y cuáles han cambiado?
Han cambiado: En las primeras décadas del siglo XIX la ciudadanía era llamada de manera
formal como una condición de todos los hombres. El concepto de ciudadano se asociaba con
status político, les concedía a los individuos la posición de miembros libres e iguales, que
dejaban de ser súbditos bajo la tutela del rey, y pasaban a ser partes importantes del cuerpo
estatal, lo que era un status casi inalcanzable para la mayoría de los habitantes de la colonia.
Además, en la práctica, era claro para todos que, acceder a los derechos civiles y políticos no
dependía de la consagración del derecho en un documento legal, sino de la condición
económica y étnica de cada uno. A diferencia de ello, hoy la ciudadanía no representa ese
lugar social de añoranza y prestigio, de cohesión social y anhelo que sí llegó a representar en
aquella época.
Por otro lado, hoy a pesar de que la materialidad de derechos se sigue negando a la mayoría
de las personas, en el debate ético y político ya no es posible cuestionar que el deber ser de
las cosas es la aplicación de estos derechos para todas las personas en el territorio nacional, lo
cual sí era perfectamente cuestionable en aquella época. Es decir que, se ha convertido en una
necesidad de toda la sociedad que la formalidad se convierta en una realidad, porque es lo
comprendemos como la correcta relación entre un pueblo y sus dirigentes, en este caso un
estado y sus ciudadanos, en otras palabras, el deber ser del Estado (lo cual no se concebía
como un deber en tiempos pasados). Puede que sigamos en el camino hacia la realización,
pero la meta colectiva es conseguir que efectivamente haya garantías de ciudadanía sin
importar lo que se tiene o de dónde viene.
La ciudadanía defendida para todos cuando convino y otorgada a unos pocos cuando se logró.
La libertad siempre se ha ligado a la generación de sentimientos de apropiación, pasiones,
identidades basadas en imaginarios con el grado suficiente de generalización como para no
tener contradictores y, al contrario, masificar la convocatoria de adeptos.