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Marcela Lonchuk
Este trabajo se propone reflexionar, desde una perspectiva semiótica, sobre uno de los
aspectos específicamente constitutivos de la comunicación visual, el signo icónico, y
también sobre el complejo problema de su interpretación. Los parámetros para el análisis
se moverán en un continuum desde la concepción de semiosis de Peirce a las
especulaciones teóricas de Eco sobre código icónico. Pensamos en un continuum entre
ambos autores, porque las reflexiones de Eco tienen un declarado y fuerte arraigo en la
concepción peirciana.
Peirce se propuso construir una semiótica y lo hizo a través de distintas etapas en las que
fue reelaborando y modificando su concepción de signo, pero esas modificaciones nunca
renunciaron a pensarlo como un proceso triádico y recursivo. En la base de lo que será su
teoría se halla el intento de definir al signo como algo que podía conocerse a partir de la
experiencia, a la que describió por medio de los conceptos de primeridad, segundidad y
terceridad.
“Primeridad es el modo de ser de lo que es así, como es, positivamente y sin referencia a
alguna otra cosa”. “Segundidad es el modo de ser de lo que es así, como es, en referencia a
un segundo, pero sin consideración a un tercero”. “Terceridad es el modo de ser de lo que
es así, como es, en tanto que un segundo y un tercero están en referencia uno con otro.”
(Carta a Lady Welby, Correo de Milford, Pennsylvania, 12 de Octubre de 1904).
1
La denominación “base de la teoría” y algunas de las ideas tratadas en este apartado fueron tomadas de
Elisabeth Walther, (1979).
A la primeridad pertenece la percepción de la cualidad sensible, que existe según el
modo de la posibilidad, independientemente de dónde y cuándo aparece. Por ejemplo, un
marino experimenta “la calma” durante una navegación nocturna, no piensa nada con
respecto a esa sensación, se limita tan sólo a percibirla.
A la segundidad pertenece la experiencia del esfuerzo y el esfuerzo sólo es tal ante un
objeto que se le opone, por ejemplo, el navegante experimenta “la calma” ( “la calma” es
la percepción de una cualidad, es decir, una primeridad ), irrumpe entonces otra cualidad
“el estruendo”. Esa experiencia impondrá el esfuerzo de conectar el sonido con algo, pero
todavía el navegante no logra pensar en lo que está sucediendo, sólo percibe la cualidad y
se sobresalta, es la segundidad. La segundidad es la acción en bruto, recién en la
terceridad aparecerá un aspecto mental.
A la terceridad pertenece todo lo que es determinado desde el pensamiento, el
conocimiento o la legalidad. Su modo es entonces el de la necesidad. Se proyecta hacia el
futuro. El pensamiento aparece siempre como un sistema de reglas o convenciones que
permite relacionar la cualidad con el objeto, que permite predecir lo que sucederá para
poder tomar la mejor decisión, por ejemplo, el navegante asocia necesariamente lo
percibido y concluye que se trata de un impacto contra las rocas.
Semiosis y signo
Peirce define a la semiosis como: “Una acción o influencia, que es o implica una
cooperación entre tres entidades, como por ejemplo, un signo, su objeto y su interpretante”
(CP: 5.484). Y esta definición tiene su complementaria en la que sigue: “Un signo o
representamen es algo que para alguien está en lugar de algo en algún aspecto o capacidad.
Se dirige a alguien, es decir, crea en la mente de esa persona un signo equivalente, o quizás
un signo más desarrollado. Ese signo que crea es, para mí, el interpretante del primer signo.
El signo está por algo, su objeto. Está por ese objeto no en todos los aspectos, sino por
referencia a un tipo de idea a la que he llamado algunas veces el ground del representamen”
(CP: 2.228).
Estas pocas líneas, pero no por pocas poco inquietantes para el lector, describen el
funcionamiento de un complejo mecanismo sígnico y requieren de algunas explicaciones.
La semiosis es un proceso, que ocurre en la mente de una persona, que afecta el plano
cognitivo de un intérprete, en el que intervienen tres entidades: el representamen, el objeto
y el interpretante.
El representamen es un signo que está en lugar de algo, el objeto. Dicho de otra manera,
el representamen representa al objeto, pero lo hace sólo desde determinados puntos de
vista, es decir, en algunos de sus aspectos.
Con respecto al objeto, Peirce refiere: “ Pero es necesario distinguir el Objeto Inmediato,
o el Objeto tal como el Signo lo representa, del Objeto Dinámico, o el Objeto realmente
eficiente pero no inmediatamente presente. Es el mismo requisito que se necesita para
distinguir al Interpretante Inmediato, es decir, al Interpretante representado o significado
por el Signo, del Interpretante Dinámico, o el efecto actualmente producido en la mente por
el Signo; y ambos del Interpretante Normal, o el efecto producido en la mente por el Signo
después de un desarrollo suficiente del pensamiento” ( CP: 8.343).
Esto significa que el objeto es pensado por Peirce de dos maneras: por un lado, como
objeto dinámico y por otro, como objeto inmediato. El objeto inmediato es el objeto tal
como es representado por el signo. Es una configuración de partes o de segmentos o de
puntos de vista sobre el objeto dinámico. “El objeto inmediato es la manera en que el objeto
dinámico es dado por el signo” (Eco, 1998: 130). Esto implica dos cosas, la primera, que el
objeto inmediato es un objeto interno al proceso de semiosis, y la segunda, que es a partir
del objeto inmediato como puede llegar a conocerse el objeto dinámico, que, por lo tanto,
sólo puede ser pensado o conocido parcialmente y nunca como totalidad.
Pero Peirce enfatiza que: “El signo está por algo, su objeto. Está por ese objeto no en
todos los aspectos, sino por referencia a un tipo de idea a la que he llamado algunas veces
el ground del representamen” (CP: 2.228). Esto significa que el objeto inmediato va a
configurarse a partir del ground o fundamento, que es la base a partir de la cual se establece
la relación entre el representamen y el objeto dinámico. Esa base puede ser icónica y
entonces la relación es de semejanza, indéxica y entonces la relación es de coexistencia, o
simbólica, en la que la relación es convencional. La noción de ground merece todavía
alguna especificación: Peirce no concibe al ground como una cualidad existente en el
objeto en forma independiente de la mente, sino como un objeto de la conciencia inmediata,
que determina la constitución del signo.
El objeto dinámico, es un “objeto realmente eficiente pero no inmediatamente presente”
(CP: 8.343) en el signo, es decir, es un objeto que produce en una mente un efecto, es
decir, un signo, semejante al que estamos describiendo, que implica una acción tri-relativa
entre un representamen, un objeto dinámico y un interpretante.
La función del interpretante es la de explicar el significado, o lo que es lo mismo, la de
establecer el objeto inmediato del representamen: “... para establecer el significado de un
signo, es decir, para representarse de alguna manera su Objeto Inmediato, es preciso
traducirlo mediante un Interpretante,...” (Eco, 1998: 130). El interpretante es un signo
equivalente o más amplio que el representamen, ya que puede ser una paráfrasis, una
inferencia, un signo equivalente perteneciente a un sistema de signos diferente o todo un
discurso.
Peirce distingue tres tipos de interpretante: inmediato, dinámico y final, al que llama
también normal. El interpretante inmediato es la capacidad que tiene todo signo de ser
interpretado, es decir, la interpretabilidad del signo. El interpretante dinámico es el efecto
que efectivamente provoca el signo en la mente que interpreta. Y el interpretante final o
normal es un producto desarrollado por el pensamiento a partir de la incidencia del signo. A
este último volveremos a referirnos al tratar el tema de semiosis ilimitada. Si analizamos el
siguiente ejemplo, la señal de tránsito que indica bajar la velocidad ante la proximidad de
una curva peligrosa en una autopista, en tanto pueda ser interpretada como tal, sería un
interpretante inmediato. En la medida en que provoque algún efecto en una mente
interpretante, sería un interpretante dinámico. Y si esa mente interpretante decide realizar
la acción de disminuir la velocidad, estamos ante un interpretante final.
Del análisis de ese ejemplo surge también la siguiente observación: si bien el
interpretante de un signo puede ser una paráfrasis explicativa, también puede ser un
esquema de acción como la referida decisión de disminuir la velocidad.
Representamen
Objeto Inmediato Interpretante
R
O I
I
OI I
R
OI
Gráfico parcial del proceso de semiosis: el signo representado en color es precedido por el signo ubicado más arriba, que es
anterior a él en el continuo del proceso del pensamiento. A su vez su interpretante se convierte en el representamen de un nuevo
signo (ubicado en la parte inferior del gráfico) y genera un nuevo interpretante.
Ícono semejanza
Relación
entre signo y
Segunda Índice coexistencia
objeto
Símbolo convención
Este análisis de las concepciones de Peirce sobre semiosis y su tipología de los signos
resultan indispensable para comprender las formulaciones de Eco en torno al signo icónico
y su reformulación en términos de código icónico.
A partir de la definición de ícono de Peirce, quien considera al ícono como “...un signo
que se refiere al objeto que denota sólo en virtud de los caracteres que le son propios,...”
(CP: 2.247), Eco cuestiona la relación de semejanza, que esa definición establece entre
algunos de los aspectos del signo y algunos de los aspectos del objeto representado por ese
signo. Para Eco (1975: 222), los signos icónicos (así los denomina él) reproducen algunas
condiciones de percepción del objeto, es decir, reproducen una estructura perceptiva del
objeto, pero de ninguna manera poseen las propiedades del objeto representado (un signo
icónico de un león no es tridimensional ni posee el pelaje ni el olor del león). ¿Qué es la
estructura perceptiva de un objeto? Sucede que cuando percibimos un objeto,
seleccionamos algunos rasgos del mismo y a partir de esos rasgos es que podemos
distinguirlo de otros objetos, por ejemplo, reconocemos a un león macho adulto por su
melena, reconocemos a una cebra por sus rayas, es decir, seleccionamos algún rasgo del
león o de la cebra que resultan definitivos para distinguirlos de otros animales que
comparten con ellos otros rasgos similares. La silueta de una cebra puede ser bastante
similar a la de un caballo o a la de una mula, pero las rayas son su rasgo distintivo.
Entonces, la estructura perceptiva del objeto es una selección de rasgos distintivos del
objeto, pero aún hay que considerar que esta estructura es común a muchas personas, y esto
se debe a que la estructura perceptiva de los objetos reproduce condiciones de percepción
común y deviene finalmente en una estructura fundada en códigos. Si pensamos en las
representaciones acerca de la forma de la tierra en la época de Colón, muchos de esos
signos icónicos coincidían en representar a la tierra con una configuración plana y algunas,
más ingeniosas, la presentaban sostenida por elefantes, y de hecho esas representaciones
ejercían su influencia en las acciones de los marinos de la época, que no se aventuraban a
navegar lejos de las costas por temor a llegar al borde, donde terminaba el océano, y caer en
precipicios plagados de llamas o monstruos. Obviamente, los mapas de la época eran signos
icónicos codificados, porque si algo es seguro, es que ninguno llegó a ese borde inexistente,
vio el precipicio y luego logró regresar. Si vamos a otro ejemplo, este es referido por Eco
(1977: 344), trata acerca de cómo el arquitecto y dibujante del siglo XIII, Villard de
Honnecourt, afirma copiar un león de la realidad, cuando en verdad lo que está haciendo es
reproducirlo según las convenciones de la heráldica de su época. Y es casi seguro que
Villard de Honnecourt estaba tan habituado a esos códigos, que creyó estar transcribiendo
sus percepciones de la forma más acertada y realista.
Nos hemos referido a signos icónicos, a estructuras perceptivas de los objetos, a
convenciones y a códigos. Ahora tendremos que aludir a la forma en que estos conceptos se
articulan en las teorizaciones sobre comunicación visual de Eco para configurar los códigos
icónicos y, al mismo tiempo, vamos a analizar de qué modo la clasificación de los signos de
Peirce está implicada en los códigos icónicos.
Eco en La Estructura Ausente dice: “ ... los signos icónicos reproducen algunas
condiciones de la percepción del objeto una vez seleccionadas por medio de códigos de
reconocimiento y anotadas por medio de convenciones gráficas ...” ( pág. 225). Esto
significa que reconocemos un objeto porque, cuando lo percibimos, seleccionamos algunos
elementos o aspectos que nos permiten su inmediato reconocimiento, tal como sucede con
las rayas de la cebra. Cuando representamos un objeto, nos ocupamos de que se reconozcan
esos elementos distintivos, es que nos interesa comunicar por medio de esas
representaciones. Surge así el código icónico que establece la equivalencia entre cada
unidad pertinente del código de reconocimiento y su correspondiente signo gráfico
convencionalizado para garantizar la efectividad de las comunicaciones visuales.
Los códigos icónicos, considerados desde el punto de vista de la relación entre signo y
objeto, pueden ser observados en parangón con los signos de la segunda tricotomía. Los
códigos icónicos recuperan las características del ícono en la medida en que reproducen
algunas de las características que hacen a la estructura perceptiva del objeto. Pueden ser
considerados como índices desde el momento en que coexisten con el objeto sobre el cual
dirigen compulsivamente la atención, por ejemplo, un afiche con fondo oscuro en el que se
distinguen la oscura silueta de un animal y un par de puntos luminosos, será interpretado
como una representación de un felino en la oscuridad, porque ese enunciado icónico y los
signos gráficos que lo conforman respetan la equivalencia con la estructura perceptual del
objeto representado, pues es cierto que los ojos de los gatos brillan en la oscuridad. Pero
avancemos aún más. Si el afiche corresponde al anuncio de la proyección de la película
titulada “La mujer pantera”, entonces vamos a saber que se trata de una pantera y no de un
gato doméstico y vamos a ser aún más precisos en nuestra interpretación, puesto que
conocemos la historia de la mujer que se transforma en pantera asesina y la silueta ya no
nos parece la de un animal, sino que hasta podría ser la de un ser humano o la de un ser
proteico. Cuando llegamos a este punto, tenemos que admitir que hemos recurrido a saberes
provenientes de nuestra cultura para poder atribuir un interpretante tan complejo como el de
una mujer que deviene en pantera y además asesina. Los códigos icónicos se han cruzado
así con el símbolo, pasan a connotar interpretantes más complejos y culturalizados (de
hecho el interpretante mujer pantera es más complejo que el interpretante pantera o el
interpretante felino) y generan entonces lo que Eco denomina códigos iconográficos.
Ahora vamos a analizar las relaciones de los códigos icónicos con los signos de la tercera
de las tricotomías planteadas por Peirce, que es la que focaliza la relación entre el signo y el
interpretante. Los tipos de signos que la constituyen son el rhema, el decisigno y el
argumento. El argumento es un tipo de signo que para actualizar su interpretante debe
articular dos parámetros: contexto y sistema. Esto significa que si consideramos los signos
“rosa roja” o “gato negro” como argumentos, para hallar sus interpretantes es necesario
atender a sus contextos y a los sistemas a los que pertenecen. Si el contexto de “rosa roja”
es político, el sistema dentro del cual debe buscarse su interpretante también deberá ser
político y entonces es un signo de comunismo; pero si su contexto es lo erótico, el sistema
que contendrá su interpretante también deberá serlo y “rosa roja” será signo de pasión. En
el caso de “gato negro”, si su contexto y su sistema se vinculan con creencias y
supersticiones, “gato negro” será signo de mala suerte; en cambio, si su contexto y su
sistema se relacionan con creencias que asociándolos a la oscuridad y a la noche los
transforman en animales cercanos a la muerte, el signo “gato negro” no podrá ser
interpretado de otra manera que como signo de la muerte. La lectura detenida de estos
ejemplos permite advertir cierto vínculo entre los conceptos de símbolo y de argumento,
creemos que el punto de encuentro es fácilmente reconocible: es la convención la que
actúa, en el caso del símbolo, para permitir hallar un interpretante que permita la relación
entre el signo y su objeto y, en el caso del argumento, para poder relacionar el signo con un
interpretante adecuado según el contexto. Lo que es interesante es el abordaje de la
diferencia entre símbolo y argumento. Es que mientras el símbolo opera a partir de un único
sistema, puesto que se trata de asociar al signo con su objeto sin plantearse el problema del
contexto, el argumento introduce el elemento contextual y por ello opera la selección del
interpretante manipulando muchos sistemas posibles, en los que buscar ese interpretante,
para hallar el adecuado al contexto. Como veremos, Eco volverá una y otra vez sobre el
hecho de que el contexto intervenga en el proceso de interpretación para fijarle algún tipo
de límite. ¿Y qué sucede con el decisigno y con el rhema? El decisigno es un signo que
permite fijar algún tipo de interpretante vinculándose a un objeto, permite asociar “rojo” a
“rosa” o “negro” a “gato”, esto significa que es el signo de la tercera tricotomía responsable
de atribuir contexto. Ya va quedando claro que es factible establecer una gradación entre
los signos de la tercera tricotomía en lo que respecta al intento de fijar un interpretante para
el código icónico y para el código iconográfico. Mientras que el rhema es un signo con un
posible interpretante, que no puede fijarse, porque en la idea de rhema no hay ni contexto ni
sistema, el decisigno hace aparecer el contexto y trae a la existencia un interpretante simple
(código icónico), “el gato es negro”, y es el argumento el que en el cruce entre el contexto y
el sistema permite la atribución de un interpretante más complejo (código iconográfico)
como, por ejemplo, “la rosa roja es signo de comunismo”.
R I
R I
R I
Semiosis ilimitada.
R I
R I
R I Final
Interpretante Final. Opera dentro de un contexto determinado.
Afiche sobre la
ópera Pelléas te
Mélisandre, para
el Nuevo Teatro
Alemán de Praga.
(1908)
Obviamente, es lícito que los cabellos, la noche y los ojos se identifiquen con esos
interpretantes. Ahora bien, ¿ cómo puede explicarse la paradoja de que el texto “flota en el
vacío de un espacio potencialmente infinito de interpretaciones posibles” y sólo alguna de
esas interpretaciones parece válida? Es que de las varias hipótesis que se podrían aventurar
para interpretar un texto, existen algunas que son más adecuadas que otras, porque
responden a criterios contextuales y a cierto entorno cultural. Los interpretantes atribuidos a
los cabellos, la noche y los ojos sólo cobran sentido en función del desarrollo
argumentativo de la ópera, que narra una historia de amor, de adulterio, de pasión, de
enceguecedores celos y de muerte. “Esto significa que el texto interpretado impone
restricciones a sus intérpretes.” (Eco, 1992: introducción). ¿Cuáles son las restricciones? El
contexto, el entorno cultural, la enciclopedia. Y ¿cómo se interpreta un texto? El lector
debe proceder como un “detective” y tampoco se le perdona que no sea un “sabio”.
Contexto o Enciclopedia o
ámbito del ámbito del Sabio
Detective
Hay instrucciones que
orientan la interpretación
Condiciones para que el
indicio devenga pista:
Interpretación ya que el sabio tiene las
limitaciones de la
imposibilidad de conocer
la totalidad de la
No debe haber una
enciclopedia.
posibilidad de interpretación
más económica.
Debe configurarse un
sistema de indicios.
Como “detective” opera sobre el contexto y lo devela por medio del mecanismo de la
sospecha. Ante algunos indicios que se le presentan como inocentes e irrelevantes,
sospecha que puedan ser la pista pertinente para resolver el caso. Pero el indicio sólo
deviene pista bajo tres condiciones: la primera, que no se lo pueda explicar de una manera
más económica, la segunda, que apunte hacia una sola causa y no a una pluralidad
indeterminada de causas, y la tercera, que pueda formar sistema con los otros indicios (Eco,
1992: 99). En el caso del afiche de Pelléas et Mélisandre, si los cabellos, la noche y los
múltiples ojos no pueden ser entendidos sólo literal o denotativamente, entonces son otra
cosa y se cumple el criterio de economía; si concluimos que representan la sensualidad, la
muerte, la ceguera y el engaño, entonces comienza a configurarse el sistema de un texto
sobre un amor trágico. Y si concluimos que este mensaje refiere y muestra las desdichas y
los peligros de quedar a merced de las pasiones y de los más enceguecidos celos, entonces
hay una sola causa, una sola razón determinante para la construcción de este mensaje.
Como “sabio” tiene que dominar cada vez las partes de la enciclopedia que respondan al
contexto del mensaje que está leyendo. Y ¿qué es la enciclopedia?
El concepto de enciclopedia es formulado por Eco: “La enciclopedia es un postulado
semiótico... es el conjunto registrado de todas las interpretaciones, concebible
objetivamente como la biblioteca, donde una biblioteca es también el archivo de toda la
información no verbal registrada, desde las pinturas rupestres hasta las cinematecas”
(1998: 133). Es decir, se trata de todos los interpretantes registrables en discursos verbales
o escritos, icónicos y musicales. El uso de metáforas como “biblioteca”, “archivo” o
“enciclopedia” quiere acentuar el sentido de acopio de información, de saberes, pero
“enciclopedia” es además un término con pretensiones de totalidad, ya que se supone que
todo se encuentra en una Enciclopedia. Pero las pretensiones sólo son eso, pretensiones,
porque esta enciclopedia, según Eco, no puede ser descrita en su totalidad. “ Las razones de
que no sea describible son las siguientes: la serie de las interpretaciones es indefinida y
materialmente inclasificable; la enciclopedia como totalidad de las interpretaciones incluye
también interpretaciones contradictorias; la actividad textual que se elabora sobre la base de
la enciclopedia, actuando sobre sus contradicciones ... transforma, con el tiempo, la
enciclopedia, de manera que una interpretación global e ideal de la misma, si acaso fuera
posible, resultaría infiel en el momento mismo de terminarla ...” (1998: 133). Está claro que
si la semiosis es un proceso ilimitado, la producción de interpretantes es incesante, no se
detiene. Es un proceso tan creativo como ilimitado, piénsese en la cantidad de
interpretantes que se podrían generar para “gatos” o para unos cabellos hiperbólicamente
largos, para el cielo nocturno y para una multiplicidad de ojos. Finalmente Eco nos alerta
sobre un aspecto importante: “... la enciclopedia, como sistema objetivo de sus
interpretaciones, es ‘poseída’ de diferentes maneras por sus distintos usuarios” (1998:
133). Los usuarios poseen la enciclopedia en distintos grados. Esta diferencia de
competencias culturales, de saberes, es la que muchas veces dificulta la interpretación, la
convierte en errónea o la impide. No hay usuario que posea la enciclopedia en altos grados
de actualización y en su casi totalidad, pero afortunadamente, todo texto nos da un conjunto
de instrucciones, que nos orientan en su interpretación, puesto que nos dicen qué tipo de
competencia enciclopédica necesitamos para abordarlo. Por esta razón, cuando leemos un
artículo que se refiere a virus, gusanos y troyanos que afectan nuestras computadoras,
estamos leyendo al mismo tiempo una instrucción que orienta nuestra interpretación hacia
entidades informáticas y no biológicas o mitológicas. En definitiva, “... la enciclopedia es
una hipótesis regulativa sobre cuya base –en la interpretación de un texto (ya se trate de
una conversación en una esquina o de la Biblia)- el destinatario decide construir un
fragmento de enciclopedia concreta que le permita asignar al texto o al emisor una serie de
competencias semánticas” (1998: 134).
Bibliografía
Apel, Karl- Otto (1997). El camino del pensamiento de Charles S. Peirce. Madrid: Visor.
Original en alemán: Der Denkweg von Charles S. Peirce. Eine Einführung in den
amerikanischen Pragmatismus. Frankfurt am Main: Suhrkamp Verlag, 1975.
Eco, Umberto (1998). Semiótica y Filosofía del Lenguaje. Barcelona: Lumen. Original en
italiano: Semiotica e filosofia del linguaggio. Turín: Giulio Einaudi editore, 1984.
Harrowitz, Nancy (1989). El modelo policíaco: Charles S. Peirce y Edgar Allan Poe. En:
U. Eco y T. A. Sebeok (eds.), El signo de los tres. Dupin, Holmes, Peirce. Barcelona,
Lumen . Original en inglés: The police model: Charles S. Peirce y Edgar Allan Poe. En: U.
Eco y T. A. Sebeok (eds.), The Sign of the Three. Indiana: Indiana University Press, 1983.