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EL POSTPRODUCTIVISMO EN LOS ESPACIOS RURALES

Conference Paper · January 1999

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Pascual Rubio Terrado


University of Zaragoza
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Informes Técnicos del Departamento de Agricultura y Pesca del País Vasco, nº 82: "Postproductivismo y Medio Ambiente" Ed. Servicio
Central de Publicaciones del Gobierno Vasco. Vitoria-Gasteiz. pp.17-77.

"EL POSTPRODUCTIVISMO EN LOS ESPACIOS RURALES"


Pascual RUBIO TERRADO
Titular de Análisis Geográfico Regional
Facultad de Humanidades y CC.SS. de Teruel

“El modernismo siempre hablaba del futuro como la llave que ordenaría las cosas,
que purificaría lo malo y dejaría lo bueno. Se trataba de romper con el pasado y
su historia, de conquistar el futuro. Ahora hemos visto que el futuro no resuelve
nada y se vuelve la mirada hacia el pasado; hay que aprovechar todo lo que hemos
dejado atrás, recuperar elementos, ideas, …
El pensamiento postmoderno se presenta así como un intento de vislumbrar el
futuro desde un mundo en el que ya ha ocurrido todo y ninguna utopía o razón
queda por venir. La fuerza y plenitud de las cosas está en el presente, que se
convierte en fugaz experiencia para el individuo y eterna representación para la
humanidad en la que lo siempre nuevo se convierte indefinidamente en siempre lo
mismo”
(PICO, 1992: Modernidad y postmodernidad)

Sea cual sea la instancia político-administrativa o sectorial desde la que llegue el


comentario, a nadie se le escapa, tampoco a los principales interesados por el tema, sus
pobladores, que los espacios rurales del mundo occidental están experimentando
durante las últimas décadas un conjunto de transformaciones estructurales,
mutaciones según algunos y transición para otros, sin precedentes históricos previos,
hasta el extremo de que esos espacios parecen estar inmersos en un proceso de constante
reestructuración (productiva, funcional, …) cuyo fin no se percibe en el horizonte.

A principios de los sesenta dichas mutaciones se empezaron a manifestar con el paso


desde un modelo agrario tradicional hacia otro moderno o "de mercado", a lo que se sumó
un proceso de intenso vaciado demográfico. Durante una parte de los setenta y casi todos
los ochenta, aunque continuó aumentando el deterioro demográfico, las mutaciones hay que
ubicarlas en las coordenadas marcadas por la creciente importancia adquirida por la
"agricultura a tiempo parcial", a lo que se añadió una cada vez mayor especialización
productiva de las explotaciones. Por último, desde finales de la década pasada, y sobre
todo durante los noventa, parecen ser las corrientes de reestructuración en clave de
diversificación productiva, tanto estructural como a escala puramente agraria, las más
significativas, corrientes a nuestro juicio incluibles en el más amplio ámbito de las
"tendencias postproductivistas" que caracterizan la evolución socioeconómica y cultural de
las sociedades desarrolladas occidentales desde principios de los ochenta.

Se llega a afirmar que el mundo rural actual, en cuanto que estructura con fisonomía
y funcionamiento propios, poco tiene que ver con el de hace pocos años, y hacia el futuro
cada vez lo tendrá menos, sencillamente por todo el conjunto de cambios que vienen
afectándole: territoriales, ambientales, sociales, demográficos, económicos, culturales, …
Dichos cambios están perturbando algunos de sus cimientos tradicionales, con especial
referencia a las actividades agrarias, auténtica esencia de lo rural, cuya evolución, a
medio y largo plazo, pasa por desaparecer como actividad productiva en amplias porciones
de territorio de nuestro país. De ocurrir eso es posible que lo que hoy conocemos como
territorio rural debe empezar a ser denominado de otra manera.

Con todo, esos mismos cambios le aportan también nuevas dimensiones de


valoración (paisajística, cultural, ecológica, productiva, etc.), en cierta medida conectadas

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con la emergencia de nuevas demandas urbanas sobre lo rural y con la corriente del
"desarrollo sostenible" que, aunque conceptualmente atractiva y cada vez más de moda,
en la práctica resulta difícil de implementar por la dificultad para diseñar estrategias
concretas que puedan hacerlo una realidad sin por ello incidir negativamente en los
capítulos de renta y calidad de vida actual de los rurales, y sin incrementar los ya hoy en día
elevados volúmenes de ayudas y subvenciones públicas recibidas por el sector agrario. Y
también relacionadas con la superación del estadio de sociedad industrial propio de las
postrimerías de este siglo a expensas del auge experimentado por el empleo en el sector
terciario, así como con el auge de las filosofías verdes y el interés por el medio ambiente,
los avances de las telecomunicaciones, la universalización de los medios de transporte
individual, el gusto por el hábitat residencial con escasa carga urbanística por unidad de
superficie, la nueva división internacional del trabajo, la globalización de muchos
elementos claves de la economía rural, lo que genera un incremento de la competencia y la
reestructuración añadida de empresas, etc.

Una nueva ruralidad se está dibujando, por evolución forzada de la existente y no


siempre deseada por todos los rurales, antes bien propiciada por la intervención de fuerzas
que están más allá de su control directo, como son las explicitadas en el párrafo precedente.
Las definiciones de espacio rural utilizadas hasta hoy cada vez son menos útiles, lo que
introduce un problema añadido a la hora de estudiarlo, sencillamente, porque el marco
conceptual tradicionalmente empleado ya no responde a la realidad que se está
configurando. Desde esa afirmación, es obvio que es necesaria la utilización de un nuevo
marco conceptual que nos ayude a interpretar las modificaciones, en definitiva, cambios
de valor y uso, que vienen afectándole durante los últimos años.

La revisión de esa ruralidad a través de los cambios "post" más significativos en el


medio rural, de los factores que los han condicionado y de las tendencias de readaptación
que se vienen observando o se están propiciando desde las diferentes instancias políticas y
administrativas, constituyen el conjunto de objetivos básicos que animan el desarrollo de
esta ponencia e hilan sus líneas argumentales. Todo ello desde un planteamiento más de
revisión conceptual y teórica para entender algunas de las características definitorias del
"nuevo mundo rural" que se está apuntando, que de análisis de realidades regionales
concretas, aspecto reservado para otros trabajos de investigación a los que desde aquí se
anima. Aún más, también se exhorta a seguir profundizando en la revisión conceptual de lo
"post", sencillamente por ser consciente de que aunque algunos componentes de la realidad
postproductivista quedan más o menos acotados y aquilatados en este trabajo, los más tan
solo enunciados y sugeridos, lo que genera un fecundo nicho de investigación y discusión
geográfica futura.

1. FACTORES BÁSICOS EN LA LLEGADA DE LAS TENDENCIAS POST


AL MEDIO RURAL: CAMBIOS RURALES Y POLíTICAS AGRARIAS.

Dando por supuesta la existencia de un cierto funcionamiento postproductivo en


numerosos ámbitos rurales, y decimos cierto porque en modo alguno cabe afirmar que lo
"post" conforme un modelo de comportamiento generalizado entre los pobladores rurales,
de la misma manera que de ello tampoco cabe inferir valoración alguna del punto concreto
del camino de transición hacia lo "post" en el que se encuentra el hecho rural español, son

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básicamente dos las fuerzas que vienen facilitando la penetración del "postproductivismo"
en los espacios rurales: las políticas agrarias y de desarrollo rural imperantes durante los
dos últimos decenios y los cambios rurales acaecidos durante el mismo periodo como
consecuencia directa de la "crisis" que afecta a "lo rural". Ambos factores se encuentran
intensamente interrelacionados, y aunque su análisis por separado no siempre es posible
nosotros vamos a plantearlo así buscando con ello el máximo de clarificación conceptual.

Puede haber también otros factores cuando la referencia pasa de lo rural a lo agrario.
Así, desde un planteamiento agrario, según WARD, hay tres aspectos a tener en cuenta para
entender la llegada del régimen postproductivista a la agricultura:

- El primero se relaciona con el aumento de la regulación ambiental del sector y se habla


de la implementación de posibles ecotasas en un futuro próximo y también de recompensar
a aquellos agricultores respetuosos con el medio ambiente.

- El segundo opera desde un conjunto de presiones económicas que son un legado de la


etapa fordista (modelo que también operó en los momentos de más intensa orientación
productivista) englobadas bajo la idea del fin de las producciones masivas, o por lo menos
su crisis, y su reemplazo por una especialización flexible capaz de adaptarse sin grandes
problemas a las variaciones experimentadas por la demanda de productos rurales.

- Y el tercero se relaciona con la emergencia de conflictos entre los intereses de los


agricultores y los de los visitantes urbanos en relación a lo que cabe englobar bajo la
expresión de “usos más apropiados para la naturaleza y el espacio rural”, no siempre
coincidentes para ambos grupos.

1.1. Las políticas agrarias y de desarrollo rural.

Resulta paradójico que ahora, cuando menor es la presión humana sobre el labrantío
(la población activa agraria comunitaria representa menos de un 6 % sobre la total y la
española menos del 10), cuando mayor es la cifra de explotaciones agrarias que han entrado
en la caracterización de marginalidad, y otro tanto ocurre con amplias porciones del espacio
rural europeo, cuando mayor es el grado de despoblamiento en muchas regiones rurales,
cuando mayor es la desestructuración de su sistema productivo, cuando más intenso es el
grado de "desruralización" de numerosos pobladores rurales, esté tan en el candelero el
problema de la presión que el hombre, a través de las actividades agrarias, está ejerciendo
sobre el medio que le sirve de soporte. Y es que, si bien es cierto que las densidades
demográficas rurales están adquiriendo en numerosas zonas matices casi de desertificación,
hasta el extremo de que el mantenimiento de un tejido social mínimo se ha convertido en
uno de los pilares básicos de las políticas agrarias y de desarrollo rural, paralelamente, el
grado de intensidad alcanzado en otras por las actividades agrarias hace necesaria la
revisión de numerosos sistemas de producción agrícola, tanto de aquellos más intensivos
o dañinos para el medio ambiente como de aquellos otros con mayores costes para la
sociedad, sociales, económicos y territoriales.

Es por lo anterior, a lo que se añaden otros factores como los excedentes que afectan
a algunas producciones agrarias (cereales, leche, carne de vacuno, azúcar, …), con difícil
salida hacia los mercados internacionales, y por las presiones internacionales en aras a una

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creciente liberalización del comercio mundial de productos agrarios, que pensamos que la
agricultura europea, y en consecuencia las unidades técnicas de producción, las
explotaciones, y por extensión el sistema rural en general, se encuentran inmersos en
un proceso de redefinición.

Dicho proceso en parte viene siendo impulsado desde la Dirección General para la
Agricultura de la Comisión Europea (DG VI) en el marco de la reforma que la Política
Agrícola Común va a experimentar para el año 2000, aunque ya estaba parcialmente
presente como filosofía de fondo en la reforma de 1992, y a él tampoco son ajenas las
últimas reformas de los Fondos Estructurales, en especial la de 1988, con el diseño de
los objetivos 1 y 5, lo que además de introducir una nueva componente de intervención
pública sobre el territorio rural, que de ser competencia exclusiva del FEOGA pasa a serlo
también del FEDER y FSE, supone también una excelente muestra del creciente interés de
las autoridades por lo rural. A este respecto deben tenerse en cuenta tres consideraciones
básicas:

# En primer lugar, hay que seguir produciendo alimentos y materias primas para
consumidores e industrias, eso sí, productos seguros y de calidad, respetando al máximo
el soporte ambiental y el bienestar de los animales, y orientando las culturas agrarias
hacia la obtención de productos con demanda real como camino para controlar los
excedentes.

Es probable que los tiempos del “verlas venir” puedan estar acabando, y más cuando desde
la DG VI algunas de las propuestas de futuro pasan precisamente por reducir la aportación
de fondos públicos para el mantenimiento artificial de un nivel elevado de precios en
productos agrarios excedentarios.

Desde este supuesto, el objetivo básico a medio plazo sigue siendo mejorar la
competitividad de las explotaciones, aspecto omnipresente en todas las políticas agrarias,
nacionales y comunitarias, como camino intermedio para seguir abundando en otro gran
objetivo, como es el asegurar ingresos estables y un adecuado nivel de vida a las
comunidades agrícolas, en ambos casos objetivos básicos por ser el agrario un sector con
importancia estratégica para la sociedad.

# En segundo término, al sector empieza a adjudicársele una función no sólo productiva


sino también orientada al mantenimiento del tejido rural (ecológico, paisajístico, social,
…), del que es el principal artífice y responsable, aunque no único. Por supuesto, está
por ver si estas nuevas funciones, a las que en modo alguno son ajenas algunas de las
medidas de acompañamiento de la PAC, están siendo ya asumidas, aspecto que merece,
cuando menos, alguna duda y que hilará una parte de nuestro discurso futuro.

En este contexto, y desde una posición más rural que agraria, otro de los objetivos
básicos para la PAC futura, que va a integrar en su cuerpo normativo las políticas agraria
(de estructuras, precios y mercados) y de desarrollo rural propiamente dicho, pasa por
intentar crear ingresos y oportunidades de empleo alternativos para los agricultores y
sus familias.

# En tercer lugar, esas mismas políticas empiezan a manifestar una inquietud


medioambiental cada vez más intensa, dados los problemas ambientales generados por un
uso del espacio rural hasta ahora hecho desde coordenadas de escaso respeto por el

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mantenimiento del soporte natural. De ello, la Directiva sobre los Nitratos puede que
constituya uno de los mejores ejemplos a este respecto.

En definitiva, esa redefinición se enmarca en una tendencia, hoy por hoy muy
generalizada, según la cual se debe producir pensando en las demandas reales de la
sociedad a la que sirve el sector. Y es que, si tradicionalmente la demanda fundamental
ha exigido una producción suficiente de alimentos y materias primas para consumidores e
industrias, otro de los objetivos tradicionales de la PAC, hoy en día a esa se están sumando
más, y entre ellas el concepto de producciones de calidad, el mantenimiento del ambiente
cultural y natural, la creación de cultura y paisaje, …, vienen cobrando importancia
creciente. Ciertamente, desde determinadas "esferas" parece que a los agricultores se les
están pidiendo cambios en su “rol” tradicional, y aunque deben continuar produciendo
alimentos, entre otras razones porque ese es el objetivo básico de su profesión, la sociedad
espera de ellos mucho más.

Algo está variando, incluso en los discursos oficiales, y términos tales como
agricultura de conservación, agricultura ecológica, agricultura sustentable, agricultura
compatible con el medio ambiente, diversificación de la actividad agraria,
desintensificación, extensificación, etc, aparecen con una frecuencia creciente en la
literatura científica relacionada con las tendencias actuales y futuras del sector agrario
europeo, aludiendo todos ellos a una misma realidad: el cambio que, en algunas partes y en
lo referido a algunas culturas agrarias concretas, está experimentando el sector desde las
orientaciones productivistas pasadas hacia un nuevo modelo de corte
"postproductivista" que se vislumbran en un horizonte temporal próximo de la mano de
las directrices que van a definir, cuando menos en parte, la futura PAC ya citada.

Según algunos autores la nueva orientación de esa política común será más rural
y territorial que sectorial y funcional como ha ocurrido hasta ahora, lo que va a permitir
integrar apropiadamente las preocupaciones medioambientales en el marco general de la
actividad, de modo que la producción agraria sea sostenible, no sólo en lo económico sino
también en lo medioambiental (MEYER, 1996).

Desde esa óptica, la medioambiental, las preocupaciones son lógicas, sobre todo
porque la producción de alimentos se ha hecho, y hace nos atrevemos a decir todavía,
con escaso respeto hacia el soporte natural1. De acuerdo, eso es así, pero tampoco cabe
olvidar que, por definición, la actividad agraria siempre va a generar un impacto, no en
vano el mismo significado de la palabra implica la modificación de la naturaleza mediante
el cultivo de la tierra y el cuidado de los animales, con el objetivo de producir alimentos y
materiales en bruto. Aún más, no siempre los planteamientos extensivos, en especial si se
fundamentan en la máxima mecanización posible de las diversas labores de cultivo, hoy por
hoy de manera errónea asimilados al arquetipo de escaso impacto ambiental, son los más
deseables, porque también desde ellos puede existir deterioro. Y todavía más, ciertamente

1
Globalmente al sector agrario se le responsabiliza de la emisión de un 15 % de los gases que producen el efecto invernadero. De la
misma manera, la agricultura es también responsable de la degradación experimentada por el suelo (disminución del contenido de materia
orgánica, contaminación de acuíferos y cauces fluviales por el vertido de residuos de origen animal, salinización, contaminación por
residuos de pesticidas, compactación por uso de maquinaria pesada, …) dada la existencia de malas prácticas agrícolas. Incluso, el
desarrollo de los modernos sistemas de riego tiene también un impacto sobre el régimen natural de las aguas.

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la agraria es la que mayor impacto genera sobre el medio rural, porque desde un punto de
vista espacial es la que afecta a una mayor proporción del territorio, sin embargo, tampoco
cabe obviar que en ese medio rural se desarrollan otras actividades secundarias y terciarias
con una cuota de impacto, actual o potencial, no siempre tenido en cuenta, y el ejemplo del
río Guadiamar y el entorno del Parque Natural de Doñana en nuestro país puede ser uno de
los más representativos y no único.

Hasta la reforma de la PAC-1992, aunque en 1988 con la reforma parcial de la de


ese mismo año empiezan a aparecer los primeros síntomas de cambio (retirada obligatoria
de tierras, cuotas de producción, …), las políticas agrarias, máximo exponente de la
intervención estatal sobre el sector para orientarlo, centraron su objetivo prioritario en la
producción de alimentos, buscando con ello una suficiencia en la oferta a los
consumidores y la obtención de unas rentas agrarias adecuadas. ¿Y eso cómo?, mediante
una política fuertemente orientada a apoyar los ingresos y sostener los precios internos de
los productos agrarios, y mediante la intervención y/o protección fronteriza frente a la
competencia exterior.

Es decir, por considerar prioritario el objetivo de seguridad alimentaria, la


agricultura europea, y en este marco las unidades técnicas de explotación, fue "inducida" a
adoptar técnicas de capital intensive (land intensive), es decir, se le exigió que se
modernizara y homologara su comportamiento con el modelo industrial, proceso al
que no es ajena la asunción del denominado funcionalismo americano (GARCIA, 1997):
intensificación tecnológica, producciones masivas estandarizadas y concentración de las
actividades de producción en una parte muy limitada del territorio, aquella con mayores
potencialidades propias o como reflejo de las economías de escala, lo que constituye hoy
una amenaza para los equilibrios naturales y para la calidad de los recursos (SOTTE, 1996).

A la postre, de la misma manera que en la "sociedad industrial" el principio axial


básico es el de economizar, asimilable a asignar los recursos de acuerdo con los principios
de menor costo, sustituibilidad, optimización, maximización, etc. (BELL, 1989), en el
sector agrario la etapa productivista se ha caracterizado, y caracteriza pues no está nada
claro que hoy pueda hablarse con propiedad de una nueva etapa, por el empleo masivo de
bienes de producción (agroquímicos, fitosanitarios, semillas selectas, máquinas, piensos
concentrados, …), intentando así conseguir el máximo rendimiento productivo por unidad
de superficie o ganadera.

Desde esos planteamientos la modernización del sector ha sido una realidad, sin
embargo se afirma también que el desarrollo del sector se ha verificado parcialmente al
margen de las exigencias del mercado al que sirve, atendiendo más a objetivos sectoriales,
políticos y de tipo cuantitativo, con costes no siempre asumibles tanto en lo social como
en lo ambiental e incluso territorial y lo puramente económico. Los ejemplos posibles
son múltiples y una muestra de ellos es la que sigue:

- Abandono de las rotaciones tradicionales y tendencia a la especialización, lo que está


teniendo implicaciones negativas sobre la fertilidad natural del suelo.

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- Pérdida de biodiversidad y agresiones al soporte natural. Destaca el caso del agua, de entre
todos los recursos naturales el más gravemente dañado, pero también la extinción de
numerosas especies vegetales y otras que están en grave riesgo de padecerla.

- Declive de la profesión de agricultor, materializada en lo deficitario del relevo generacional


al frente de las explotaciones familiares, hasta el extremo de que en numerosas regiones los
agricultores son una minoría envejecida, y en las dificultades que numerosos empresarios
agrarios encuentran a la hora de localizar mano de obra dispuesta al desempeño de algunas
labores (la búsqueda de pastores puede ser uno de los mejores ejemplos y el recurso a mano
de obra extranjera la solución más habitual).

- Aumento de la presencia de explotaciones ganaderas industriales sin tierra, con impactos


ambientales y paisajísticos de primer orden, en definitiva “producción sin suelo” o
semiindustrial.

- Rigidez del mercado de tierra, hasta el extremo de que el precio actual de este factor de
producción responde más a fines especulativos que a su conexión con la capacidad
productiva del suelo y con la demanda que pueda existir desde los agricultores
profesionales.

- Desvitalización humana de amplias regiones, en las que la extensificación indirecta en la


que se desenvuelve la actividad agraria no es tanto consecuencia de pretendidas
orientaciones “post” como resultado de la escasa presión sobre el recurso tierra y el déficit
de mano de obra en el marco de aquellos cultivos más exigentes en trabajo manual.

- Génesis de excedentes en la mayor parte de producciones agrarias, hoy por hoy con una
salida hacia los mercados internacionales cada vez más complicada por los acuerdos
alcanzados en la Ronda Uruguay del GATT.

- Creciente importancia de la intervención pública en la constitución de la renta agraria, hasta


el extremo de que el aumento per capita experimentado por esa magnitud en nuestro país se
debe más a la importancia de las subvenciones y a la disminución del número de
agricultores que al aumento del valor de la producción agraria, muy condicionada por un
crecimiento interanual de los costes de producción superior al del valor de la producción
una vez descontadas las subvenciones.

- Pérdida de flexibilidad ante los cambios socioeconómicos por la tendencia a la


especialización productiva, lo que a todas luces se erige como un factor de riesgo ante las
crisis, económicas y climáticas.

- Aumento de su dependencia respecto al abastecimiento de recursos ajenos a la explotación,


lo que no deja de poder entenderse como un factor de vulnerabilidad.

-…

1.2. Crisis agraria y cambios rurales.

Y sin embargo, no todo ha sido y es negativo en sí mismo, pues también es cierto que
desde finales de la segunda gran guerra hasta principios de la década de los noventa el
campo europeo ha experimentado uno de los cambios más radicales de su historia,

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quizás únicamente comparable con el acaecido en el marco de la revolución agraria de


época moderna. Algunos de los resultados conseguidos por el sector, con incidencia directa
sobre el conjunto de la sociedad, han sido impresionantes. Entre ellos destacan las
producciones y los rendimientos, que ayudadas/os por el progreso tecnológico, se han
duplicado, triplicado e incluso más, tanto en lo referido a las agrícolas como a las
ganaderas2; y también las explotaciones han aumentado su tamaño medio, si bien esta
tendencia no siempre se ha traducido en la génesis de unidades viables, ya que el tamaño
mínimo que asegura la viabilidad económica de las empresas agrarias también ha venido
creciendo progresivamente en la medida en que esa misma ha sido la tendencia
experimentada por los costes de producción, tal y como ya se ha apuntado.

Lo anterior en un contexto en el que las disparidades regionales, tanto en lo


relacionado con la población (evolución demográfica) como con la riqueza (PIB per
capita) y con cierta independencia de la escala de trabajo empleada, son enormes y
crecientes. Por ello la dualización experimentada por el “hecho rural” se convierte en
característica añadida del modelo productivista, por las diferencias que separan a aquellas
regiones más ricas (áreas rurales integradas3) de aquellas otras con problemas de
competitividad y por lo tanto en crisis (áreas rurales desintegradas4).5

En modo alguno se puede hablar de un medio rural uniforme, por existir marcadas
diferencias, territoriales y sociales, entre aquellas "zonas rurales más diversificadas", con
cierta industrialización, desarrollo de los servicios de consumo, y con frecuencia de
ubicación rururbana, en las que es posible detectar síntomas de desarrollo, y las "zonas
rurales de montaña y desfavorecidas", en las que el estancamiento demográfico, cuando
no regresión, el abandono del territorio, el frecuente deterioro de su medio natural, su
tendencia al aislamiento y la desarticulación económica, social y empresarial, son las notas
dominantes, siendo por ello las que han experimentado con mayor virulencia la crisis. Y
entre esas "alfa y omega" toda una amplísima gama intermedia de espacios con
características más o menos afines a alguno de los extremos, al modo, casi, de una infinita
gama de grises que van del blanco al negro. Es eso lo que permite hablar a algunos autores
de un continuum rural-urbano (CEÑA, F., 1992), sin límites precisos entre las diferentes
categorías de ruralidad o urbanidad, hasta el extremo de ser posible encontrar núcleos
rurales por su población permanente (menos de 2.000 habitantes, o de 10.000 si se incluye
también el rural intermedio), pero urbanos por la flotante y el contenido social
(MOLINERO y ALARIOS, 1994).

Llegados a este extremo y por haber salido ya el término crisis, se hace necesario
explicitar que una parte del espacio rural, español y europeo, tiene problemas, y serios, que
2
Entre 1973 y 1988 el volumen de producción agrícola en la CEE aumentó a un ritmo de un 2 % anual, y ello partiendo de una situación
en la cual el aumento de la superficie agraria no es significativo, por lo que debieron ser los rendimientos por unidad de superficie el
auténtico factor de variación, mientras que la tasa correspondiente al consumo interno creció tan solo un 0,5 % cada año.
3
Caracterizadas por una ubicación generalmente próxima a alguna ciudad grande, con tendencias demográficas progresivas, con una
participación de los empleos secundarios y terciarios dominante, con un PIB per capita elevado, pero en las que el agrario sigue siendo un
uso clave del espacio.
4
En las que, a su vez, lo esencial viene definido por bajas tasas de densidad demográfica, ingresos también bajos, una población casi
siempre muy envejecida y una participación máxima del empleo agrario.
5
Ciertamente la PAC siempre ha sido tachada de poco social, por las disimetrías sociales y territoriales con las que se ha implementado.
La regla del 20/80 cabe aplicarla tanto a las explotaciones como a las regiones: un 20 de las explotaciones perciben el 80 % de las
transferencias públicas al sector agrario, de la misma manera que un 80 % de esas transferencias tienden a concentrarse también en un 20
% del territorio de la UE.

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van más allá de los que puedan afectar a lo agrario6, materializados en la precaria situación
de numerosas explotaciones, por lo que se hace necesaria la revisión del modelo de
crecimiento mantenido hasta ahora. Con todo, otras han resultado beneficiadas y por ello la
revisión deberá contemplar la multiplicidad de situaciones diferentes existentes. En parte,
dicha revisión podría ubicarse en la línea del postproductivismo, y en cualquier caso
pensamos que la crisis actúa como segundo gran factor de avance hacia lo "post" al
hacer necesaria la readaptación del sistema rural a la nueva coyuntura, y en este marco la
reestructura productiva de las explotaciones constituye una auténtica necesidad como
medio para garantizar su supervivencia y con ello la de la "parcela" más sensible y
definitoria del sistema rural.

En definitiva, una crisis que empezó siendo agraria ha acabado por ser también rural,
estando según nuestra opinión la primera en la base y origen parcial de la segunda, y
aunque negativa en sí misma, por estar poniendo en peligro la pervivencia de lo rural
como sistema, un sistema que conforma un "patrimonio único", sin embargo, también está
actuando como un potente factor de evolución territorial, social y económica. Esa crisis
presenta numerosas manifestaciones, si bien las principales son:

# El abandono del territorio como resultado de la reducción del volumen de población


rural, y en esta misma línea ha variado el tamaño de los núcleos de poblamiento, con
envejecimiento creciente de los efectivos humanos y reducción de la vitalidad demográfica,
funcional y empresarial del grupo.

# La desactivación y descapitalización de una parte considerable de su actividad


económica, y en especial de la agraria, que al reducir el uso de algunos inputs ha afectado
negativamente a muchas empresas suministradores con pérdida inducida de empleos y
obligando en algunos casos a su traslado hacia otros ámbitos. Atendiendo al ejemplo de
nuestro país, aunque también es extrapolable a otros, lo dicho ha determinado la
disminución de la participación rural en la riqueza nacional7.

# El déficit creciente de equipamientos y servicios básicos a disposición de la comunidad,


por la menor demanda de bienes y servicios y el incremento de los costes de mantenimiento
de los servicios públicos, equipamientos e infraestructuras.

# La progresiva degradación de algunos recursos naturales. En unas ocasiones, por


sobreexplotación de los existentes cuando la intensificación de algunas actividades, sobre
todo la agraria, han inducido un uso por encima de la capacidad máxima posible del sistema
natural, y en este sentido el agua subterránea es uno de los recursos más gravemente
dañados. En otras por disminución de la presión antrópica, ya que, paradójicamente, la
humanización del medio permitía mantener estables y en equilibrio las características de

6
A juicio de algunos autores (GARCIA, 1997), sin negar la fuerte relación existente entre trabajo agrario y sociedad rural, no siempre es
posible establecer una relación causa efecto entre crisis agraria y crisis rural, y viceversa, identificar las crisis de la sociedad rural como
un exponente de las crisis de la agricultura. De hecho, apunta que hoy se asiste a una cierta recuperación de la sociedad rural, sin que ello
se materialice en un detenimiento de la crisis de la agricultura, y así sucede con el sector de las industrias agroalimentarias y con las
agriculturas intensivas de algunas regiones, sin por ello ser posible encontrar una recuperación de las sociedad rural.
El error radica en que hasta hace menos de treinta años lo rural y lo agrícola eran realidades prácticamente intercambiables. La
agricultura estaba asentada, casi en su totalidad, en núcleos rurales, siendo actividad minoritaria en los intermedios y urbanos. La
sociedad rural era, con escasas excepciones, eminentemente agrícola, hasta el extremo de que al resto de los sectores correspondía un
papel de complemento marginal, aunque necesario para el mantenimiento del sistema rural. Y de la misma manera los agricultores
controlaban el poder local.
7
Sobre todo el sector agrario, que ha pasado de aportar un 7,4 % del VABpm total del país en 1980 a tan solo un 3,7 en 1993.

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numerosos sistemas rurales; a este respecto existen también ejemplos variados, aunque el
referido a la degradación experimentada por algunas áreas de pasto natural y de bosque, lo
que indirectamente puede facilitar la proliferación de incendios forestales, posiblemente sea
uno de los más significativos.

# Y, finalmente, la pérdida de identidad cultural en el plano de lo local, hasta el extremo


de que los comportamientos más típicamente urbanos han acabado por imponerse casi en
todos los lugares.

Por supuesto, la crisis aludida no es producto de un día. Hunde sus raíces en la


década de los sesenta, de los cuarenta y cincuenta en otros países, a expensas del proceso
general de urbanización que afectó a nuestras sociedades, lo que desencadenó fases
migratorias campo-ciudad sin precedentes hasta entonces, traducidas en un proceso de
intensa desruralización, en su doble dimensión, cuantitativa y cualitativa8. En España, de
una parte, por la oferta creciente de empleos industriales y terciarios en muchas áreas
urbanas que progresaron a expensas de los diferentes Planes de Desarrollo. Y, de otra, por
el exceso de mano de obra que afectó al sector agrario en función de los cambios
experimentados por el modelo agrario tradicional, con disminución de la demanda de
trabajo manual a expensas de la mecanización creciente experimentada por el campo.

Es cierto que dicha urbanización, unida a la evolución experimentada por el modelo


agrario, propició al principio, a través de un aumento de la demanda alimentaria, una cierta
mejoría en algunas estructuras rurales:

# Por la reducción de la presión sobre la tierra, dada la disminución de activos agrarios con
el consecuente incremento del tamaño de las explotaciones.

# Por los crecimientos de productividad, como resultado de las innovaciones tecnológicas.

# Por la mejoría de la capitalización de las explotaciones, dadas las políticas agrarias de


fomento de la producción y protección frente a la competencia exterior.

Sin embargo, a la postre acabó generando un marcado dualismo en un mundo rural


que hasta entonces había sido más homogéneo9. No en vano ha venido creciendo la
8
Ciertamente, no es tanto que hasta ese momento los procesos migratorios no hubieran afectado al campo, conclusión del todo inexacta
como lo demuestra el análisis histórico de evolución de los grupos humanos rurales desde época moderna, cuanto que nunca fue un
proceso alarmante, quizás porque los que se marchaban eran fácilmente reemplazados por los que nacían. Al final, las altas tasas de
natalidad compensaban con creces la alta mortalidad y las migraciones.
En cambio, desde principios de los sesenta, las migraciones empiezan a adquirir tintes dramáticos, y a modo de resumen baste señalar que
hasta principios de los 90 han abandonado el campo unos cuatro millones de personas, aproximadamente un tercio de los efectivos
censados como rurales a principios de los cincuenta, casi siempre jóvenes en edad de procrear, en plena capacidad laboral y afectando
más a las mujeres que a los hombres. El proceso ha conducido a que el tradicional dinamismo demográfico rural acabase por trasladarse
al medio urbano, con el añadido del envejecimiento progresivo del rural y el aumento de las tasas de masculinidad y soltería masculina.
Hoy, por fortuna, el proceso parece haberse detenido y la duda surge al considerar si esa tendencia es estructural, porque el medio rural es
capaz de asegurar empleo y rentas, proporcionando, además, tranquilidad, posibilidades de vida sana, acceso más fácil a la propiedad de
una vivienda, …, o coyuntural, porque estamos asistiendo a un compás de espera y el ciclo migratorio puede reiniciarse en cualquier
momento de solucionarse algunos de los problemas que afectan a la vida urbana, como paro, encarecimiento de la vivienda, trabajo en
precario, contaminación, estrés, ….
9
Combinando variables demográficas con otras económicas (GARCIA, 1995), en lo que respecta a nuestro país, cabe hablar de un
mundo rural agrarizado y rejuvenecido por contar con tasas de natalidad lo suficientemente altas como para compensar la emigración
(Andalucía, Extremadura y Murcia), de otro también agrarizado pero envejecido porque ha sido incapaz de retener a sus jóvenes
(Galicia, Asturias, Baleares y Castilla-La Mancha), de otro desagrarizado y envejecido (Aragón, La Rioja, Cantabria, Castilla y León,
Comunidad Valenciana y Cataluña) y, finalmente, de un último rural también desagrarizado pero rejuvenecido por presentar
movimientos migratorios neutralizados con reubicación de grupos relativamente jóvenes (Madrid, País Vasco y Navarra).

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Informes Técnicos del Departamento de Agricultura y Pesca del País Vasco, nº 82: "Postproductivismo y Medio Ambiente" Ed. Servicio
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brecha que separa a aquellos espacios rurales con ventajas comparativas (ambientales,
de ubicación, por importancia del regadío, por la orientación hacia productos de calidad,
por presentar una cierta diversificación de su sistema productivo, …) y casi siempre con
explotaciones agrarias más capitalizadas, de aquellos otros caracterizados por la
ruralidad más profunda (alrededor de 1/5 del territorio del país), en los que, partiendo de
condiciones naturales, o de ubicación, comparativamente peores, la emigración ha sido la
respuesta inmediata de sus pobladores. Son los segundos, en general, los que hoy
conforman las zonas más desfavorecidas, marginales y atrasadas del territorio europeo.

Este modelo agrario, como ya se ha apuntado en otra parte de este texto


fundamentado en una racionalidad de modernización productivista, tecnoeconómica y
unidimensional (HERVIEU, 1996), pese a sus deficiencias y disfuncionalidades ha sido
capaz de seguir funcionando hasta mediados de la década pasada, siendo posterior su
entrada en auténtica crisis y el inicio de la transición postproductivista, entre otras razones
básicamente por tres:

# Primera, pese a la intensividad de las producciones, el valor de la producción agraria a


precios reales (los de los mercados internacionales de productos agrarios, casi siempre
inferiores a los registrados en el interior de la Unión) apenas alcanza a cubrir el coste real
de los factores de producción (y ello sin incluir la remuneración del factor tierra) y, aún
más, su ritmo de crecimiento es menor al experimentado por los bienes de inversión y los
salarios, de lo que deduce un deterioro constante de la rentabilidad del sector.

En definitiva, el valor añadido neto al coste de los factores (en teoría la renta que debiera
remunerar los costes de mano de obra y capital) generado por el sector es escaso y en
cualquier caso inferior a las transferencias totales, subvenciones y ayudas, recibidas a través
de la PAC y políticas nacionales y regionales10. Hay que recordar que son numerosas las
referencias al sector en clave de “agricultura subsidiada”.

En este marco, salvo que la sociedad siga dispuesta a aceptar las cuantiosas transferencias al
sector hoy por hoy existentes, el modelo carece del mínimo sentido económico.

# Segunda, el consenso rural-urbano que propició su desarrollo y asentamiento, basado en la


aceptación general del principio de identificar empresas agrarias con unidades de
producción alimentaria, aún contando con las transferencias al sector y la carga financiera
que ello supone para la sociedad en general, se ha quebrado. Y es que, si bien esa misión
todavía sigue vigente, en un horizonte a corto y medio plazo la producción de bienes
alimentarios, para consumo directo o como materia prima para la agroindustria, va a exigir
la participación de un número cada vez menor de explotaciones y activos y, por supuesto, la
misma lectura cabe al respecto de la superficie de cultivo. E incluso más, en este mismo
contexto deben ubicarse las presiones existentes en el sentido de liberar una parte de los
recursos financieros actualmente destinados a la PAC para orientarlos hacia otras políticas
comunitarias, hoy por hoy peor atendidas pero también esenciales para la construcción
europea.

10
Según estimaciones realizadas por la OCDE referidas al valor añadido de la agricultura en la UE-12 y las transferencias a este sector en
1991, todo ello en miles de millones de ECUs, el valor de la producción agraria final se evaluó en 223, el valor añadido bruto a precios de
mercado en 127, el valor añadido bruto al coste de los factores en 138, el valor añadido neto al coste de los factores en 110, y las
transferencias públicas totales a la agricultura de la UE-12 en 118.

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Informes Técnicos del Departamento de Agricultura y Pesca del País Vasco, nº 82: "Postproductivismo y Medio Ambiente" Ed. Servicio
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A cambio, están apareciendo nuevas demandas: algunas materiales, como producciones en


general no alimentarias (para uso energético, textil, farmacéutico, …), otras inmateriales
(producciones de naturaleza, agua, paisaje, equilibrio territorial, cultura, salud, gastronomía,
turismo, …). En definitiva, ya a finales de la década pasada era perceptible el inicio de una
tendencia, bien cierto que en parte obligada, hacia la reestructuración productiva de las
explotaciones.

# Tercera, la propia política agraria que había auspiciado este desarrollo productivista,
fuertemente sesgada en favor de la regulación de los mercados y los precios, también entró
en crisis, una crisis motivada por los fuertes excedentes estructurales de productos
alimenticios que dieron lugar a presiones presupuestarias (la PAC consume más del 50 %
del presupuesto comunitario) y a graves tensiones en el comercio internacional
(materializadas en la última ronda del GATT, y ya previstas en la preparación de la
siguiente ronda de conversaciones de la Organización Mundial de Comercio a partir del
2000).

Son muchos los productos con niveles de autoabastecimiento superiores al 100 % en la UE,
surgiendo por ello excedentes que resultan muy caros, pues al coste de su almacenamiento
se añade el de su colocación en los mercados internacionales, frecuentemente a precios
inferiores al del coste de producción.

Y esto nos lleva de nuevo a la reforma de la PAC-1992. Una reforma necesaria a


juicio de los poderes públicos, anunciada y en la que el acento descansó en conseguir frenar
la producción de excedentes, limitar los costes presupuestarios para las arcas comunitarias
y suavizar las tensiones existentes en los circuitos internacionales de productos agrarios.
Todo ello intentando mantener, y en la medida de lo posible incrementar, las rentas de los
empresarios agrarios, si bien cambiando la articulación de las ayudas, pues de llegar vía
precio de los productos (precios administrados se ha dado en decir, orientados a
estabilizar los mercados y fomentar la exportación de los excedentes) pasan a hacerlo como
pagos directos por unidad de superficie o ganadera tras cumplir un ciertos requisitos
máximos o mínimos (apoyo directo a las rentas, en el caso de España con una
participación superior al 30 % de los ingresos de las explotaciones)11. Sin embargo, pese al
esfuerzo financiero que implica su aplicación no ha servido para invertir la situación de
crisis agraria y rural.

Los elementos clave de la reforma de 1992 fueron el recorte de los precios de


intervención hasta aproximarlos a los precios internacionales, aspecto éste que aunque ha
tenido su impacto no estamos seguros que haya colaborado de forma eficaz para la
reducción de excedentes, sobre todo en el caso de aquellas regiones con posibilidades
productivas más limitadas. Los pagos directos, introducidos para compensar a los

11
De los gastos ejecutados por el FEOGA-G clasificados por su objetivo y naturaleza económica, en 1989 aquellos orientados a
garantizar la estabilidad de los mercados (primas de orientación de la producción, intervenciones con almacenamiento privado,
intervenciones con almacenamiento público y retiradas de la producción) supusieron un 23,1 % de los recursos totales (24.403 millones
de ECUs) y el fomento a la exportación (restituciones y ayuda alimentaria) otro 37,5, mientras que las garantías directas a la renta
(ayudas compensatorias a la producción y ayudas compensatorias a la transformación y consumo) representaron tan sólo un 43,9 %.
Mientras, en 1994, una vez consolidada pues la nueva PAC reformada, sobre un total de 34.282 millones de ECUs, las cuotas de
participación se han alterado considerablemente: a la estabilidad de mercados ha pasado a corresponderle un 13,6 % (con una diferencia
respecto a 1989 de un -9,5 %, especialmente intensa en lo referido al almacenamiento público con una reducción de un -12,3), al fomento
de la exportación un 25,0 % (-12,5 %) y a la garantía de la renta un 59,4 % (+15,5 % en general, si bien, en lo referido a las ayudas
compensatorias a la producción resulta de un +18,6 y en el capítulo de ayudas compensatorias a la transformación y el consumo de un -
3,1).

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Informes Técnicos del Departamento de Agricultura y Pesca del País Vasco, nº 82: "Postproductivismo y Medio Ambiente" Ed. Servicio
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agricultores por la pérdida de renta derivada de los recortes en los precios de intervención.
La retirada obligatoria de tierras de la producción agraria (set aside), con el objeto,
nuevamente, de reducir los excedentes. Y la implementación de un sistema de cuotas de
producción que garantizan la percepción de los precios mínimos establecidos de no
superarse un volumen máximo preestablecido12.

Paralelamente aparecieron otras medidas de acompañamiento, como los ceses


anticipados u otras de clara consideración medioambiental (repoblación forestal de tierras
de cultivo, fomento de técnicas de producción compatibles con el medio ambiente en zonas
concretas, etc.), que supusieron el inicio de un replanteamiento desde la esfera político-
administrativa de algunos de los instrumentos que hicieron posible la revolución
productivista previa. Y decimos inicio, pues aunque en esa reforma se propusieron
algunas ideas interesantes, al final no han sido más que eso, ideas, especialmente en nuestro
país dado el escaso eco que desde el Ministerio de Agricultura se les ha dado, y ello pese a
las expectativas creadas en su momento por el Reglamento nº 2.078/92. Al final, la PAC
de 1992 y el modelo agrario que propugna se nos antoja similar al ya explicitado
anteriormente, por continuar centrando su atención en la producción de alimentos, con lo
que la productividad todavía sigue un objetivo básico, y la renta agraria.

oooooooooooooooo

Llegados a este extremo es posible afirmar que desde 1992 algunas cosas han entrado
progresivamente en clave de cambio, aunque sólo sea sobre el papel de los documentos
oficiales. En efecto, creemos que aparece implícito el esbozo de una nueva filosofía de
desarrollo agrario y rural para la que las consideraciones ambientales y territoriales
son básicas, dando la impresión de que existe una creciente convergencia entre las
políticas agrícola y ambiental.

Probablemente todo sea una cuestión de tiempo, pues en la próxima reforma de la


PAC-2000 van a tener una peso esencial estas últimas consideraciones, quizás favorecidas
por causas indirectas13, es cierto, pero también porque la presión social, sobre todo después
de la detección de algunos problemas sanitarios graves, entre los que brilla con luz propia el
de la enfermedad de las "vacas locas", aunque no es el único, parece que exige una
reorientación de ciertas prácticas dañinas para los consumidores. En definitiva, aludimos a
lo que algunos autores ingleses denominan "transición postproductivista" (BOWLER,
1996) del sector agrario europeo.

Esa transición conforma el marco general en el que el sector agrario europeo


desarrolla, y lo hará en el futuro próximo, su actividad productiva, un escenario en el que

12
El complejo sistema de cuotas existente (de producción, de producción garantizada o ayuda, y de excedentes, en su vertiente estatal o
comunitaria) se erige en un estricto sistema para el control cuantitativo de la oferta.
Por sectores, las cuotas estatales de producción afectan a los lácteos, azúcar/isoglucosa y viñedo (prohibición de nuevas plantaciones).
Las cuotas estatales de producción garantizada a los herbáceos, forrajes, plátanos, ovinos, bovinos, vacas nodrizas, algodón, tabaco,
fécula de patata, tomate transformado y arroz. Las cuotas comunitarias de producción garantizada al aceite de oliva y algunas frutas y
hortalizas transformadas. Las cuotas comunitarias de excedentes a algunas frutas y hortalizas frescas y transformadas y a los productos
del vino (volúmenes de destilación obligatoria). Y las cuotas de excedentes a la producción de vino y las frutas y verduras frescas.
13
La necesidad de controlar el gasto agrario ante la previsible integración de algunos países de la Europa Oriental y Central en los que el
sector agrario tiene un peso proporcionalmente superior al que le corresponde en la UE-15 es un factor importante, de la misma manera
que también lo son las presiones sociales en aras de un mayor cuidado de la calidad del medio natural.

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Informes Técnicos del Departamento de Agricultura y Pesca del País Vasco, nº 82: "Postproductivismo y Medio Ambiente" Ed. Servicio
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empiezan a adquirir carta de naturaleza nuevas estrategias para administrar y


explotar lo rural, en general integradas en la filosofía del desarrollo sostenible,
denominadas por algunos postproductivistas, que en el caso europeo tiene una de sus
principales referencias teóricas en el informe de la DG XI "Hacia un desarrollo sostenible".

Dichas estrategias, contenidas en el documento "Agenda 2000" y particularizadas en


las nuevas orientaciones que va a adoptar la PAC y en general la política de desarrollo rural
persiguen un doble objetivo, de una parte luchar contra la crisis agraria y rural ya
explicitada, de otra introducir las necesarias correcciones productivas, territoriales,
sociales, etc. para evitar el deterioro ambiental que afecta a algunas regiones rurales.
Sin embargo, tampoco es posible olvidar que, al margen de dichas correcciones, en algunas
ocasiones la transición es espontanea y no deja de ser sino una adaptación natural de
los rurales ante la crisis.

2. CONCEPTUALIZACIÓN DEL POSTPRODUCTIVISMO: TEORÍAS Y


EXPLICACIONES.

Cuando hace unos meses recibí desde el Departamento de Geografía de la


Universidad del País Vasco la invitación, que desde aquí agradezco profundamente, para
hacerme cargo de esta ponencia y acepté el reto que implicaba hacer una reflexión teórica
en términos del referente postproductivista, la primera tarea a abordar consistió en un
rastreo bibliográfico sobre el término postproductivismo y, he de confesarlo, no fue posible
localizar ni una sola referencia directa a él en la producción bibliográfica ruralista española,
tan solo algunas tangenciales por particularizar en las tendencias "post" integradas en el
más amplio concepto de "postproductivismo".

En realidad, dicho término ha sido recientemente "importado" desde el Reino Unido e


Irlanda, países en los que, desde los campos de la sociología rural (WARD y TOVEY son los
apellidos más habituales) y la geografía (BOWLER, HALFACREE, EVANS y YARWOOD
destacan con luz propia) y a tenor de las referencias bibliográficas encontradas, viene
teniendo un desarrollo progresivo y fecundo desde finales del primer tercio de la década
actual.

Su llegada a nuestro país, por lo menos en lo que conocemos, hay que


contextualizarla en el marco de la publicación por la AGE de las comunicaciones
presentadas al Primer Simposium de Geógrafos Rurales Británicos y Españoles, salvo
considerar que todo ese conjunto de trabajos orientados al análisis de los cambios recientes
acaecidos en el mundo rural español, de la aparición de nuevos tipos de agricultura, de
irrupción de nuevas actividades extraagrarias en el campo, de los nuevos usos del suelo, de
los fenómenos de contraurbanización, del impacto ambiental derivado de las actividades
primarias, de la destrucción de paisajes agrarios tradicionales, de la consolidación de lo que
ya empieza a conocerse como espacio rural, …, muchos de los cuales se han publicado en
las actas de estos Coloquios de Geografía Rural, constituyen una temática
postproductivista. Con todo, hasta ahora, ninguno reproduce en todas las dimensiones
posibles la variedad que esconde el concepto "transición postproductivista en los espacios
rurales" en cuanto que realidad más amplia que envuelve esas temáticas parciales antes

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señaladas y condiciona su presente y evolución futura. Y si no fui capaz de buscar


adecuadamente ruego disculpen la deficiencia.

Nos encontramos ante un concepto novedoso para los ruralistas españoles. Hasta tal
extremo lo es, como afirma BOWLER, que incluso la naturaleza exacta del
postproductivismo está por definir, probablemente por la ambigüedad que introduce el
prefijo "post", que puede significar desde lo que viene después de (siendo por ello útil
para entender la etapa productivista en su justa dimensión), hasta el movimiento hacia un
nuevo estado de las cosas, y dependiendo de cual de las dos acepciones se emplee la
interpretación puede cambiar. Aún más, dicho prefijo presenta un uso social tan
generalizado, por preceder a casi cualquier cosa, que ha perdido una parte de su contenido.
A la postre, es un concepto tan ambiguo como en su momento lo fueron los de
postmodernismo, postfordismo, sociedad postindustrial,…, con los que existen, además,
ciertas concomitancias.

De emplear la acepción "LO QUE VIENE DESPUÉS DE" puede pensarse, tal y
como apuntan KUMAR y BAUMAN, que su significado alude a postproductivismo como
reacción a la etapa productivista y se emplea más para aclarar, analizar y reevaluar la
lógica de acumulación productivista que para definir algo nuevo. En definitiva, esa
lógica de acumulación que gira alrededor de un uso intensivo de la tierra, de los hallazgos
de la ciencia y del uso de la tecnología, buscando como fin último la intensificación de los
rendimientos productivos sin tener en cuenta la enorme gama de riesgos ambientales
posibles. Una lógica, por lo demás, sancionada desde la diversas instancias político-
técnicas, entre otras razones porque las autoridades competentes lo han legitimado
vinculando en un todo ideas tales como alto aporte de inputs con gran carga tecnológica,
con altos rendimientos, con innovación y modernidad, con habilidad entre los
agricultores, con empresariedad y con ganancias.

De utilizarlo como "MOVIMIENTO HACIA UN NUEVO ESTADO DE COSAS"


constituye, a nuestro juicio, una nueva forma de expresarse, parangonando con ello de
alguna manera las palabras de BAUMAN cuando apunta que es posible ver la
postmodernidad como un conjunto nuevo de circunstancias adaptativas, también de
referirse a la nueva realidad productiva que se está consolidando en amplias porciones
del espacio rural europeo, especialmente aquel que por ser menos competitivo, por haber
entrado en la categorización de marginal, precisa la reestructuración de sus orientaciones
productivas, ente otras razones porque las tendencias hacia la globalización e
internacionalización de las producciones alimentarias presionan en esa dirección. Una vez
más, no se debe obviar el marco general del cambio, caracterizado por la existencia de
importantes excedentes productivos, la disminución progresiva de los precios de garantía de
los productos agrarios, la preocupación por la calidad del medio natural, la búsqueda de
productos naturales y de calidad, etc, por lo que la desintensificación y las repoblaciones
forestales aparecen como dos de las soluciones más adecuadas.

Difícilmente cabe entender alusión alguna a un orden económico nuevo que vaya
a imponerse de forma generalizada en el espacio rural, entre otras razones porque los
avances de la ciencia son permanentes, y no sólo en términos de seguir incrementando los
rendimientos productivos por unidad de superficie y de trabajo, sino también en la línea de

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minimizar los impactos ambientales mediante sistemas de protección tanto activos como
pasivos a poco voluntad que haya en este sentido. En otras palabras, mientras el
postproductivismo parece afectar a algunas regiones, en otras la agricultura productivista
está reforzándose. Al final, probablemente todo se reduzca a que la productivista es una
orientación más bien propia del productor, mientras que la demanda social
postproductivista lo es de la ubicación del consumidor. Tan legítima es una como la
otra, todo es cuestión de conciliar intereses respetando el uso que se hace de los recursos y
del valor que se les concede.

Desde una perspectiva más teórica el "postproductivismo", como otros tantos "post",
tiene su origen conceptual en el "postmodernismo", corriente filosófica que arropa
conceptualmente a la transición postproductivista y presenta claras concomitancias con el
"postfordismo".

La teoría postfordista anuncia el fin de la producción industrial masiva, o cuando


menos su crisis, y su reemplazo por una especialización flexible que combina tecnologías
nuevas con una comprensión también nueva del mercado y los consumidores,
"producciones industriales a la carta" podríamos decir. El segundo elemento importante de
esta teoría se refiere al esperado fin de las unidades de producción concentradas en el
espacio (la producción tendrá lugar en unidades más dispersas), así como también el fin de
las organizaciones de masas. Resulta por ello útil para comprender algunos de los
cambios acaecidos en el sistema industrial capitalista durante las últimas décadas.

Por supuesto dicha teoría tiene sus críticos. Las principales dudas se plantean al
pensar si es o no correcto hablar de postfordismo en términos de nuevo orden industrial, ya
que la especialización flexible cabe entenderla más como un neofordismo continuación
de la revolución fordista impuesta por los imperativos del mercado, para desarrollar
nuevos mercados y mantener y expandir las cuotas de mercado mediante la reinvención del
arte de producir "desde planteamientos de variedad" alejados de producciones masivas.

Mientras, la teoría postmoderna resulta, como sugieren algunos autores, antes que
nada una condición intelectual crítica con el modernismo y en especial con sus fallos,
precisamente por haber polarizado sus esfuerzos en la búsqueda de un futuro centrado en
torno al avance científico y la modernización económica y social, que se pensaba podía
solucionar cualquier problema, olvidando la historia y el pasado, en otras palabras las
estrategias adaptativas tradicionales implementadas por los rurales para sobrevivir y
medrar.

Expresa también una reflexión que toma como ejes centrales de su discurso la enorme
gama de problemas y amenazas ambientales derivados de la modernización sin
controles que caracteriza a la sociedad moderna, industrializada y economicista. Y como
ocurría antes, de nuevo, la duda surge al poder considerar el postmodernismo como otra
forma nueva de modernismo avanzado por afectar más a los principios de la sociedad
industrial clásica que a la sociedad industrial en sí misma, que no puede ser anulada porque
en el marco de las sociedades desarrolladas los avances nunca podrán obviarse, so pena de
que una parte de la calidad y nivel de vida alcanzados queden irremediablemente alterados.

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Llegados a este extremo la pregunta inevitable es plantear si realmente existe una


transición en clave postproductivista porque en el medio rural se observa un cambio
generalizado en lo social, económico y territorial, es decir si existen síntomas que avalan
la existencia de una sociedad postagrícola o, simplemente, hablar de postproductivismo es
un reflejo intelectual, propio de la cultura urbana, para la reevaluación y crítica del
productivismo (TOVEY, 1997) en coordenada "antiproductivista". En otras palabras, del
entorno social urbano posicionado como consumidor y contribuyente, más que de la
totalidad de los pobladores rurales, productores, a los que no siempre lo "post" los beneficia
a corto y medio plazo, por supuesto no así a aquellos otros activos rurales dedicados ya a
fecha de hoy a satisfacer la demanda urbana post. Es más, hay autores que si bien parecen
aceptar que el sector agrario y en cierta medida el mundo rural en general parecen haber
entrando en una nueva etapa de evolución, no tienen tan claro como denotar dicha etapa,
llegando a expresarse en términos de "alternativas" al período de modernización
precedente en un marco general de desruralización (GARCIA, 1997), expresión a todas
luces mucho más suave e imprecisa.

oooooooooooooooo

En conclusión, estamos convencidos que hablar de postproductivismo en los espacios


rurales es una expresión que alude a un estado de cosas, nuevo o no, que contiene como
componente básica la adaptación de lo rural a las nuevas coyunturas: ambientales
(inquietud por el deterioro ambiental), demográficas (preocupación por los efectos
derivados del despoblamiento y la desvitalización funcional), sociales (inquietud por la
pérdida de la cultura rural y los conflictos con los urbanos), económicas (búsqueda de
producciones naturales y de calidad, así como preocupación por el deterioro y
marginalización relativa de algunas regiones), territoriales (preocupación por la excesiva
concentración territorial de las producciones) y políticas (inquietud que suscita la
disminución de los precios de garantía de los productos agrarios o, incluso, la propia
reforma que va a experimentar la PAC), etc.

Por supuesto, adaptación tanto más acusada y rápida cuanto mayor es la


necesidad de la región y más laxa cuando la región es capaz de seguir funcionando bien
desde premisas productivistas. De ello se deduce que es posible afirmar que siempre van a
quedar reductos de productivismo; es el caso de todas aquellas producciones masivas
que sigan teniendo demanda, y en este sentido el caso de la avicultura intensiva, o también
el cebo porcino pueden ser dos buenos exponentes de esa idea, y también el monocultivo
turístico.

3. DIMENSIONES DEL CAMBIO “POST” EN EL MEDIO RURAL.

Tras la revisión conceptual del término postproductivismo y el estudio de los factores


que juegan en la base de la llegada de las tendencias postproductivistas a nuestro país, se
hace necesario el análisis de las dimensiones básicas de cambio rural que permiten
hablar de inicio de una etapa nueva, aun con todas las dudas y matizaciones posibles
sobre su consolidación futura, en un doble plano, el agrario y el social.

3.1. Postproductivismo y actividad agraria.

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En lo relacionado con el sector agrario, y al respecto tanto de las unidades de


producción, las explotaciones, como de la actividad agraria en general en cuanto que
actividad productiva, desde un modelo dominado por:
# la intensificación (en lo referido al uso de los factores de producción),
# la especialización (en lo relacionado con las orientaciones productivas),
# la concentración (al respecto de la ubicación espacial de las unidades de
producción más significativas por su aportación al sistema)
# y la dependencia (cuando la referencia se centra en términos de la importancia que
para el buen funcionamiento del sector tiene el aprovisionamiento de consumos
externos, como combustibles, fertilizantes y maquinaria aunque también el
transporte, la transformación y la comercialización son importantes),
se está empezando a pasar a otro en el que, según BOWLER, los ejes centrales del nuevo
discurso, dimensiones de cambio en definitiva, se fundamentan en las siguientes premisas:
# la extensificación que va a caracterizar a la actividad agraria en numerosas
regiones, para otros desintensificación, por la reducción que experimentará el aporte
de consumos intermedios a la actividad agraria y una utilización del suelo más
extensiva y acorde con las características del medio; con ello se conseguirá, además
de producir naturaleza, obtener productos más naturales y de calidad,
# la diversificación productiva, precisamente lo que en coordenadas tradicionales
han venido haciendo siempre las explotaciones agrarias para garantizar su
pervivencia y estabilidad, es curioso, y ello tanto en términos de nuevas
producciones agrarias, alimentarias o no, como de nuevas fuentes de renta
alternativas y/o complementarias a las producciones agrarias,
# y la dispersión de las unidades de producción por el espacio, en un intento de
minimizar mediante la desdensificación y el reequilibrio territorial de la actividad
productiva esa parte del impacto sobre los recursos debida a su excesiva
concentración en unos pocos puntos del espacio.

De las citadas, que no afectarán a lo agrario en particular sino más bien a todo el
espacio rural en general, sin particularizar en ningún sector concreto, las más fácilmente
abordables serán la primera y la segunda, por estar ya a fecha de hoy contenidas en las
principales políticas agrarias y de desarrollo rural vigentes y constituir dinámicas más o
menos aceptadas por los rurales, mientras, la viabilidad de la tercera es más que dudosa.

Considerando el sector agrario en su conjunto, las implicaciones derivadas de la


eventual asunción y generalización de esas dimensiones serán variadas, incluso con
cambios estructurales de envergadura que pueden llegar a afectar a las propias
explotaciones agrarias, y entre ellas es posible destacar:

# Ese puede ser un excelente camino para reducir los excedentes de algunos productos
agrarios en la UE, hoy por hoy una de las principales inquietudes de las autoridades
comunitarias competentes en materia agraria y de comercio exterior.

# Puede ser también una vía para resolver el problema de la retirada obligatoria de
tierras, aspecto muy pocas veces entendido por los agricultores, sencillamente porque se
separa de las orientaciones vigentes hasta hace pocos años.

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Informes Técnicos del Departamento de Agricultura y Pesca del País Vasco, nº 82: "Postproductivismo y Medio Ambiente" Ed. Servicio
Central de Publicaciones del Gobierno Vasco. Vitoria-Gasteiz. pp.17-77.

# Contribuirá a la reducción de los costes de explotación, en Europa hoy por hoy


excesivamente elevados en comparación con el precio internacional de la mayor parte de
los productos, lo que puede redundar en una mejoría de la competitividad de numerosas
explotaciones si previamente acometen un proceso de adecuación de estructuras.

# Mejorarán las condiciones, actualmente muy alteradas en algunas regiones, del


soporte natural al eliminar ciertas prácticas agrarias medioambientalmente perniciosas e
insostenibles, y en este sentido el ejemplo de la Directiva 91/676 (sobre el uso de nitratos)
puede ser un buen ejemplo.

# Incluso, en el marco de producciones de calidad se puede llegar a eliminar una parte de la


distancia que viene separando al productor del consumidor.

Mientras, para las explotaciones agrarias en particular, la implicación del análisis


que venimos trazando se traduce en que previsiblemente se asistirá a un proceso de
diferenciación genérica en tres grandes grupos, siendo que su adscripción concreta a uno
u otro va a depender de factores tan variados como:

- Las condiciones del medio natural. Ello sin caer en claves de un determinismo geográfico
hoy por hoy cada vez más trasnochado, lo que no implica que a escala inferior a la regional
algunos espacios concretos puedan poseer ventajas comparativas capaces de influir sobre el
factor competitividad, casi siempre ligadas a unas condiciones climáticas particulares
alejadas de las propias del entorno.
- La proximidad a determinados centros de consumo, con preferencia urbanos.
- La ubicación geográfica concreta en términos de proximidad o lejanía a los espacios
centrales europeos y regionales.
- El carácter insular o continental de la región.
- El volumen y calidad biológica de la mano de obra agraria regional.
- El nivel de organización del sector, etc.

Dichos grupos, de alguna manera, no dejan de ser sino producto del desglose de los
dos grandes modelos de explotación ya existentes, que van a evolucionar en un marco
general de reestructuración, territorial, productiva, social y de tamaño, y de búsqueda de la
competitividad:

- De una parte, el modelo de agricultura familiar, básico en la organización actual


del sector, dominado casi siempre por pequeñas y medias explotaciones, con
frecuentes problemas de marginalidad económica; si bien, también es posible
identificar una agricultura familiar viable, con alta participación de la dedicación a
tiempo parcial y una funcionalidad básica para garantizar el mantenimiento de áreas
difíciles (de montaña, en despoblamiento, amenazadas por la desertificación, …)
como espacios humanizados y de calidad. Este modelo, que para algunos autores
está en crisis por ser el más vulnerable ante los procesos de internacionalización y
globalización, se va a seguir defendiendo incluso en la próxima reforma de la PAC.

- En segundo término, el modelo de gran explotación, casi siempre sociedades


capitalistas aunque también es posible identificar en él explotaciones familiares.

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Informes Técnicos del Departamento de Agricultura y Pesca del País Vasco, nº 82: "Postproductivismo y Medio Ambiente" Ed. Servicio
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Esos modelos implican también la existencia de diversas formas de organización:


individual, cooperativa, multinacional, comercio tradicional, de integración contractual
vertical, … (CALCEDO, 1996).

Básicamente serán los siguientes:

# Las del primer grupo, reducido por número pero importante por superficie de
cultivo, continuarán o incluso intensificarán las formas productivistas de
producción, siendo capaces de producir grandes cantidades con costes
relativamente controlados, con rendimientos normalizados y en intervalos regulares
de tiempo; en definitiva, en él deben incluirse todas aquellas explotaciones ya
viables o que pueden serlo en razón a su tamaño y competitividad. En general,
ocuparán un escalón más dentro de una cadena alimentaria ya a fecha de hoy
controlada por los grandes grupos de transformación y distribución. En este
contexto, no se debe olvidar el poder y capacidad de presión inherente al complejo
agroalimentario, un auténtico “looby” a escala comunitaria.

Obviamente, estas explotaciones tenderán a ubicarse de forma prioritaria en


áreas determinadas, en las que o bien el impacto ambiental derivado de la acción
productiva sea soportable por el medio, o bien dicho impacto pueda ser compensado
por un pago o canon destinado a la posterior eliminación de lo ambientalmente
negativo.

# Un segundo grupo orientará sus esfuerzos a la satisfacción de la demanda de


los denominados “nichos de mercado”, utilizando para conseguirlo la
diferenciación de sus productos mediante los métodos de producción utilizados
(ambientales y culturales), como hacen los agricultores y ganaderos ecológicos, la
zona de procedencia de los mismos (identidad local, percibida o verdadera), las
variedades genéticas empleadas, etc. Para ellas la labor de marketing, individual o
desde fórmulas asociativas, en un intento lógico de ampliar mercados y capturar el
máximo de valor añadido posible, será imprescindible, a la vez que encontrarán
muy difícil penetrar en los circuitos de los grandes grupos de distribución.

Obviamente, la mayor parte de estas explotaciones, desde principios de


desintensificación y ocasionalmente desde otros más radicales por quedar dentro de
las denominadas prácticas de agricultura ecológica, entrarán en las coordenadas de
lo que se viene definiendo como agricultura sustentable.

# Finalmente, el tercer grupo, en la mayor parte de los casos explotaciones


familiares con una dimensión económica a fecha de hoy inferior a 14 UDEs,
incluirá a las que no puedan adaptarse a ninguna de las dos situaciones precedentes
(los factores ya citados en este mismo apartado tendrán una importancia capital).
Muchas de ellas irremediablemente desaparecerán tarde o temprano14, o, en el

14
Se trata de una consideración relacionada con la filosofía que anima a la Ley de Modernización de Explotaciones Agrarias, claramente
orientada hacia un modelo de agricultura profesional basado en explotaciones capaces de remunerar el factor trabajo de forma aceptable,
propiciando para ello una reestructuración del tejido productivo agrario a expensas de la desaparición progresiva de aquellas más
pequeñas, por debajo de 4 UDEs, y, ocasionalmente, aquellas con una dimensión entre 4 y 16 UDEs. La desaparición puede afectar,

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mejor de los casos, podrán seguir subsistiendo bien desde parámetros de


readaptación hacia objetivos relacionados con la conservación ambiental, lo
que en la próxima reforma de la PAC está previsto que tenga una compensación
económica (podrá pasar a hablarse con motivos fundamentados de "jardineros del
medio ambiente"), o también a expensas de la percepción de subvenciones y
ayudas públicas tendentes a garantizar una ocupación mínima del territorio para
evitar la degradación ambiental y paisajística a la que la desertización humana
podría conducir, o recurriendo a fuentes de renta alternativas a la explotación
agraria del espacio.

En general, para ellas la función productiva tenderá a ser secundaria, la


extensificación de la actividad máxima y el recurso a producciones no alimentarias
el esencial.

Los porcentajes de participación de cada uno sobre el total de explotaciones y


superficie agraria no se han evaluado hasta ahora, si bien, aun asumiendo el riesgo que ello
impone, cabe estimarlos en menos de un 15 % para el primero, con control sobre un 35-40
% de la superficie, en un 10-15 % para el segundo y control sobre un porcentaje similar del
territorio agrario, y el 70 % restante, como mínimo, se ubicarán en el tercero, controlando
alrededor del 50 % de la superficie, incluyendo en él todas aquellas tierras reorientadas
hacia la repoblación forestal.

Por supuesto, serán los grupos segundo y tercero aquellos a los que más
"afectarán" las tendencias postproductivistas, unas tendencias que no son sólo, tal y
como parece desprenderse de la revisión de la mayor parte de los trabajos integrados en la
referencia “post”, una cuestión de pluriactividad, o de diversificación de actividad
productiva en cualquiera de las dos posibles dimensiones del término: la estructural (en
esencia la combinación en las empresas agrarias de lo puramente agrícola con la obtención
de rentas procedentes de otros sectores o de actividades no agrarias) y la basada en
producciones nuevas y alternativas a las tradicionales. Y de ello son una buena muestra las
comunicaciones presentadas a esta ponencia. Eso sería una forma reduccionista de
entender el postproductivismo, más bien conectada con una nueva estrategia
neoproductivista de acumulación, por ser la resultante de la necesidad imperiosa que
afecta a numerosas explotaciones que para pervivir como tales deben adaptarse
diversificando al máximo sus fuentes de rentas, o también antiproductivista, cuando de lo
que se trata es de cargar tintas únicamente sobre los daños ambientales ligados a la
actividad agraria. Su viabilidad en cuanto que empresas empieza a dejar de ser un
tema relacionado unívocamente con lo agrícola por haber adquirido una dimensión
más global, rural cabe afirmar.

ooooooooooooooo

De lo dicho debe desprenderse que las explotaciones agrarias las entendemos


inmersas en un proceso de readaptación al que no van a ser ajenas las directrices emanadas

según SUMPSI, a 1,5 millones de explotaciones, quedando al final un grupo de entre 400 y 450 mil explotaciones, todas ellas de más de
6 UDEs.

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del documento Agenda 2000, una readaptación según la cual es básica la mudanza desde lo
exclusivamente agrícola hacia una preferencia más rural.

Hasta ahora la capacidad de adecuación mostrada por las explotaciones agrarias


ante las nuevas coyunturas ha sido enorme, y así los han venido demostrando en los
últimos cuatro decenios, de la misma manera que esa misma ha sido la reacción del mundo
rural en su conjunto, siempre, claro está, que se ha conseguido valorizar adecuadamente los
recursos propios con demanda real. El problema reside en que de no mediar efectos
demostrativos de las innovaciones, la respuesta no es inmediata y en muchas regiones y
unidades técnicas de explotación concretas, dado el grado de marginalización alcanzado por
la actividad agraria, con todas las consecuencias que se derivan de esta apreciación, no es
posible esperar las soluciones durante mucho más tiempo.

Entre las estrategias de adaptación utilizadas dos merecen ser destacadas:

# La primera de intensificación progresiva cuando de lo que se ha tratado es de


seguir produciendo porque así lo aconsejaban las condiciones de partida y la
necesaria mejora de la competitividad.

# En la segunda media la adopción de nuevas fórmulas de distribución del trabajo.


Así, las explotaciones agrarias pueden pasar de ser unidades de producción
básicamente agraria, a ser unidades funcionales que combinen la ocupación agraria
de algunos de sus integrantes con las extraagrarias de otros, incluso a través de la
participación de todos sus miembros tanto en los trabajos de la explotación, casi
siempre desde premisas de cierta racionalización productiva y atendiendo a los
picos en la demanda de trabajo agrario, aunque sin renunciar del todo a esos
elementos de autoconsumo que escapan a la economía de mercado, como con
trabajos en otros sectores de la actividad productiva.

Tanto por una vía como por la otra al final se ha conseguido, en primer lugar, la
pervivencia de la explotación, cuando menos en primera generación, y, en segundo
término, la integración más intensa de las unidades familiares rurales en los
circuitos de la economía y empleo local hasta una escala comarcal.

3.2. Postproductivismo y cambios sociales.

Con todo, la transición postproductivista, en cuanto que proceso de cambio,


transformación y adaptación, creemos que tiene otras dimensiones añadidas a la
puramente agraria, en general englobadas en el amplio campo de lo social y que están
afectando a la sociedad que humaniza y genera lo rural.

Son ya numerosos los trabajos que empiezan a insistir en que durante los últimos
decenios algunas sociedades rurales vienen mostrando una cierta imagen de vitalidad
que da al traste con una parte de la idea de inmovilismo que las caracterizó en otros
momentos y que está en la base de su crisis posterior, sencillamente, porque fueron
incapaces de adaptarse para competir con un hecho urbano que ha actuado como
dominante, salvo mediante los flujos migratorios, de personas y capitales, como primer y

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casi único medio para manteniendo o, en el mejor de los casos, incrementando los recursos
per capita generar ratios de productividad más próximos a los urbanos. Craso error, porque
el medio rural ha acabado yendo a remolque “de”, con escasa capacidad de participación en
un proceso de toma de decisiones más bien urbano; incluso hoy una parte importante de las
inversiones en el medio rural se siguen buscando en los excedentes urbanos de capital, que
únicamente tienden a llegar al campo cuando las perspectivas de rentabilidad son mayores
o con planteamientos especulativos e incluso ligados al blanqueo de dinero, siendo el
elevado precio alcanzado por el factor tierra una de las mejores muestras posibles de lo
apuntado, y otro tanto está empezando a ocurrir con el precio de los inmuebles y en general
del suelo urbano edificable.

Por supuesto, las diferencias regionales y locales son importantes, hasta el extremo de
que es posible identificar tres modelos comportamentales:

# la crisis demográfica ha afectado más a aquellos núcleos dependientes de las


actividades agrarias que a aquellos otros en los que la dedicación turística o
industrial es más tradicional;

# los núcleos de agriculturas más intensivas y minifundistas, caso gallego o cántabro,


han soslayado mejor la crisis que los de agricultura extensiva y formas de propiedad
más concentrada, casos aragonés y castellano-leonés;

# finalmente, aquellos que han tenido cerca una gran ciudad o un centro urbano
importante, caso madrileño, se han mantenido también mejor que los más alejados.

Da pues toda la impresión que sobre las tendencias demográficas rurales influyen
variables tales como la mayor o menor agrarización, el tipo de agricultura dominante, los
sistemas de tenencia de la tierra, las comunicaciones, la proximidad a los centros urbanos y
el atractivo paisajístico.

Pueda que sea precisamente hoy, cuando más desvitalizado se encuentra el medio
rural, tanto en lo demográfico (por envejecimiento y densidades de población)15 como en lo
funcional, cuando se empiezan a identificar ciertos síntomas de cambio, a los que no son
ajenos ni los poderes públicos ni las instituciones públicas y privadas que trabajan en
materia de desarrollo rural, que reivindican lo rural como un hecho diferencial frente a
un urbano mucho más homogeneizador, que lo reinventan. Con todo, también es cierto
que algunas de las diferencias entre lo rural y lo urbano han venido reduciéndose (en
lo cultural, en las formas de organización social, en el nivel de vida, en la estructura
socioprofesional, en las rentas, …), como no podía ser menos y sin que ello implique
homogeneidad radical, pues las interferencias mutuas son importantes, incluso en lo
referido a los espacios rurales más aislados. Al final, la sociedad rural, aunque
cuantitativamente poco importante, menos del 25 % de la población española total, acaba
desempeñando un papel territorial fundamental, y es que controla directamente la mayor
parte del espacio, más del 85 %.
15
Los diferenciales en la tasa de envejecimiento según el tamaño de los municipios son enormes: la media del país es de un 13,84 %, de
un 13,43 para los mayores de 10.000 habitantes, de un 18,00 para los menores de 10.000 y de un 22,65 para los menores de 2.000 (por
encima del 25 en Aragón, Asturias, Castilla y León y Galicia).

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Es éste uno de los capítulos probablemente menos tratados en los estudios del “hecho
rural”, incluso entre los sociólogos rurales, perfectos colegas y aliados para los geógrafos, y
que por ello podría constituir una auténtica cantera de futuros trabajos de investigación.

Las dimensiones concretas de cambio social las identificamos desde una triple
perspectiva: dinámica demográfica, estructura sociodemográfica y renta

Desde el punto de vista de la dinámica demográfica, hay núcleos en los que esa
tendencia secular a funcionar como "emisores" esta cambiando, hasta el extremo de que no
sólo las entradas compensan a las salidas, sino que incluso se constituyen en centros
receptores de población. Por supuesto es una tendencia minoritaria, por afectar únicamente
a algunos núcleos en los que los recursos son envidiables (paisajísticos, de ubicación,
mineros, agrícolas, …), y sin embargo constituye una muestra de lo que puede ser el futuro
si los recursos disponibles son convenientemente valorizados. Un reto y una necesidad.16

Atendiendo a la estructura sociodemográfica, si bien es cierto que el grado de


envejecimiento rural condiciona negativamente las tasas de actividad, mucho más bajas que
las medias del país, también es cierto que, en contrapartida, las de paro son más reducidas
en numerosas regiones, hasta el extremo de que están en la base de muchos retornos, o
simplemente emigraciones, de urbanos en edad activa, y eso que los niveles salariales son
más bajos, el mercado de trabajo más flexible, y las condiciones de trabajo peores. Y
tampoco hay que olvidar que el empleo marginal o subempleo también es importante,
posiblemente en relación con las elevadas tasas de trabajadores autónomos, lo que hace
que, a la postre, el mercado de trabajo tienda a presentarse ligeramente distorsionado.

Aún más, la profunda desagrarización y la incorporación de la mujer y de los jóvenes


a los trabajos no agrarios son también dos hechos importantes a retener, por la variación cualitativa
que introducen en una estructura en origen dominada por el empleo agrario. Hoy en día, incluso en
aquellas regiones, o municipios, donde su caracterización funcional es más claramente agraria, los
empleos agrarios nunca superan el 50 % de los totales, y aún más, la suma de los secundarios y
terciarios casi siempre supera a los agrarios. Claro que, el trabajo a tiempo parcial introduce en este
modelo una clara distorsión, si bien tiende a actuar como uno de los factores que hacen posible un
17
uso agrario de algunos espacios que en caso contrario estarían abandonados.

16
A una escala regional el hecho de los retornos es relevante en toda la zona del Mediterráneo (Cataluña, Comunidad Valenciana y
Murcia), y lo empieza a ser también en Andalucía y parcialmente en el Interior (Madrid sobre todo), mientras que la crisis perdura en
otras como Aragón.
17
Como media, en nuestro país la ocupación agraria afecta a un 34,5 de la población activa en los municipios menores de 2.000
habitantes (más en Andalucía, Aragón, Asturias, Cantabria, Extremadura, Galicia y Murcia), a un 27,3 en los menores de 10.000 y a un
5,5 en los mayores de esa cifra. Por el contrario, los porcentajes correspondientes a los sectores secundario, construcción y terciario
quedan como sigue: 20,0, 22,8 y 25,4 en el primer grupo; 13,5, 14,3 y 10,8 en el segundo; y 32,0, 35,6 y 58,3 en el tercero. De estas
cifras se deriva que la terciarización es casi una constante, con un desarrollo en ocasiones relacionado con la oferta de servicios, como en
el rural periurbano o en las zonas turísticas, y en otras con un incremento de la demanda surgida para atender los nuevos servicios que
requieren los habitantes rurales y los visitantes. Analizando las diferentes variaciones regionales, se detecta como Andalucía,
Extremadura, Galicia y Asturias presentan una caracterización más claramente agraria, y en el extremo opuesto, con caracteres más
plurales, se ubican Madrid, Baleares, País Vasco, Navarra, Cataluña y Canarias. Al resto corresponde una posición intermedia, en
ocasiones próxima al modelo agrario, como Cantabria, Castilla y León, Aragón y Murcia, en otras más próxima al menos agrario, las
restantes.

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En lo referido a las rentas, la tendencia más clara abunda en la creciente diversificación de


sus ingresos que caracteriza a los núcleos y familias rurales, incluso con fuentes que no proceden de
la agricultura, las subvenciones o las pensiones de jubilación, sobre todo entre mujeres y jóvenes.

Pero también hay que citar la tendencia observada en la reducción del diferencial existente
entre las rentas familiares urbanas y las rurales, si bien los rurales hoy por hoy ganan y gastan
menos que los urbanos, sobre todo en esparcimiento y cultura. Pese a todo, los ingresos en los
núcleos rurales son en torno a un 25 % menores a los del hábitat urbano18, aun con, nuevamente,
importantes contrastes entre unas regiones y otras19. Y otro tanto ocurre en relación a los gastos.

4. POSTPRODUCTIVISMO Y DESARROLLO RURAL.

Se dice, casi con independencia del foro del que proceda la referencia, que el futuro
del medio rural, por definición pluriactivo, multidimensional (TOVEY, 1997) y formado
diferentes subsistemas interrelacionados y solapados (agrícola, forestal, ganadero,
industrial, de ocio, ambiental, …), pasa por una dinamización previa conducente a que
las actividades productivas dominantes hasta ahora se modernicen y combinen con
otras, pero donde agricultura, ganadería y explotación forestal, actividades todas ellas
tradicionales, deben seguir siendo las básicas. En definitiva, desde un conocimiento
preciso del hecho rural, al que hay que aproximarse desde múltiples variantes (ambiental,
social, laboral, económica, cultural, …), se trata, partiendo del objetivo de asegurar la
viabilidad y sostenibilidad futura de los sistemas rurales regionales, de no seguir confiando
de forma prioritaria en la producción agrícola a la vez que buscar nuevas formas de
explotar lo rural.

En otras palabras, abundar en lo esencial de las potencialidades del espacio rural,


su articulación compleja, para desde la diversificación de la base productiva rural
generar riqueza y, por lo tanto, fijar población, si no al ritmo que lo ha hecho el medio
urbano, que desde este punto de vista ha ofrecido y sigue haciéndolo ventajas evidentes, si
a unas tasas que permitan el mantenimiento y regeneración del tejido humano. Esas
ventajas derivan de ser, precisamente, las actividades industriales y terciarias los motores
económicos básicos hacia donde en realidad han "emigrado" hasta ahora una parte
sustancial de los "recursos rurales", tanto demográficos como los procedentes del ahorro.

A la postre, la idea que expresamos, claramente entroncada con las tendencias


postrurales ya apuntadas en otra parte de esta ponencia, se encuentra muy relacionada con
el concepto de recurso, desde el punto y hora que la transición postproductivista que
apuntan algunos autores se relaciona con los cambios observados en el valor y
funcionalidad concreta, en último extremo priorización si así se desea, de algunas de
las variables que tradicionalmente han venido constituyendo los recursos esenciales
para el uso agrario del espacio.

Elementos que no poseían valor de recurso en sí mismos, están empezando a ser


valorizados como tales al presentar en este momento una demanda que les concede valor
18
Considerando ese diferencial a escala europea el PIB per cápita de las áreas rurales (aquellas con densidad menor de 100 habitantes por
km2 es entre un 8 y un 390 % inferior al del promedio de la UE. En Grecia, España, Italia, Portugal y Reino Unido es menor al 30 %,
mientras, por el otro extremo en Dinamarca, Alemania, Francia, Austria y Suecia es un 35 % superior al promedio de la UE.
19
Las diferencias son casi inapreciables en Murcia (menos del 3 %) y máximas en las dos Castillas (por encima del 35 %).

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de cambio (la calidad medioambiental por ejemplo), y con otros ocurre lo contrario, están
perdiendo una parte de ese valor (quizás podríamos apuntar el substrato edáfico en aquellas
regiones menos competitivas y orientadas hacia producciones excedentarias),
probablemente por estar en regresión la demanda inicial que los valorizaba o saturado el
mercado al que accedían, finalmente también hay otros que por haber variado la
demanda que los sustentaba han cambiado el uso y aprovechamientos que soportan
(probablemente el bosque sea uno de los mejores ejemplos, ya que, si bien potencialmente
puede seguir soportando un uso forestal tradicional, en realidad su valor actual como
recurso depende más de las funciones ambiental y paisajística que se le adjudican). Aún
más, se viene observando la redefinición del valor y potencialidades de uso inherentes a los
recursos tradicionalmente utilizados por los agricultores (tierra, agua, pastos naturales,
masas forestales, …), que de entenderlos única y exclusivamente como recursos para la
producción pasan a ser, además, recursos para consumo directo, lo que puede incidir
en positivo sobre el volumen de excedentes de algunos productos.

Lo anterior no está exento de conflictos, en unas ocasiones entre agricultores y


otros habitantes rurales, en otras entre los primeros y los urbanos, y en las últimas
entre agricultores a título principal y otros a tiempo parcial. Sencillamente, sus
intereses no siempre son coincidentes, y si la explotación productiva de los recursos
constituye el eje central de identidad del agricultor o ganadero, la conservación o cambio
de uso de los mismos puede ser el objetivo prioritario que anima al resto. Todavía más, en
lo expuesto reside una de las parcelas de problemática que afecta a las políticas y
estrategias de desarrollo rural en la actualidad vigentes, y seguramente también una de sus
disfuncionalidades más acusadas, por la merma inducida en la efectividad real de los
recursos públicos puestos al servicio de esas políticas dada la variedad de objetivos que las
caracterizan y diversidad tipológica de áreas rurales sobre las que se aplican. Y todo ello
en un contexto en el que no se ha llegado a definir el modelo de desarrollo deseado para
nuestras zonas rurales, de una parte porque no hay consensos en este sentido, en segundo
término porque la cambiante situación actual hace que no sea fácil identificar metas claras.

Se dice que el futuro de muchas regiones agrarias se prevé comprometido. En efecto,


el análisis de la distribución de las áreas más deprimidas a escala nacional pone de
manifiesto que la mayor parte de las mismas se identifican con áreas rurales y casi siempre
de montaña, siendo la "depresión", en general, tanto mayor cuanto más intensa es la
polarización del sistema productivo hacia las actividades agrarias, de lo que se deduce una
fuerte correlación entre los indicadores agrarios y el "subdesarrollo" entendido en
términos de depresión socioeconómica. Por el contrario, es menor cuanto más importante
es la integración agroindustrial, o también cuando en la estructura productiva a las
orientaciones tradicionales se superponen otras englobadas en el amplio campo del
terciario.

Es así que, salvo el rural poseedor de ventajas comparativas, sean del tipo que sean
(climáticas, edáficas, hidrológicas, paisajísticas, de ubicación, …), la mayor parte del
espacio rural europeo y español precisa la aplicación de políticas de desarrollo o
continuarlas si ya se están implementando.

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Hoy por hoy, al hablar de desarrollo rural, concepto e idea que afortunadamente va a
ser integrada en el cuerpo de la PAC por entender que desarrollo rural y desarrollo agrario
no son independientes entre sí, todo lo contrario, tiende a aceptarse que para hacerlo
posible, con independencia del adjetivo que acompaña a la región (de montaña,
desfavorecida, rural periurbana, rural profunda, …), debe ser de carácter integral,
concebido e implementado a escala local y basado en la utilización diversificada de los
recursos endógenos.

¿Hacia dónde avanza lo expuesto hasta este momento? Creemos que es este sentido
hay tres ideas esenciales a retener. Primera, en el pasado los Estados intentaron
fomentar la instalación de unidades industriales como medio para diversificar las
economías rurales, a la vez que aprovechar la fuerza de trabajo disponible y espacios para
edificar más baratos que en el medio urbano. Se trataba de actividades, en general, con
base en un fuerte aporte de trabajo manual y de baja especialización, tales como textiles,
cuero y calzado, etc, precisamente uno de los grupos que han experimentado de una manera
más virulenta la crisis industrial de los ochenta.

Segunda, en el momento presente la dinámica se orienta hacia el desarrollo de


otro tipo de actividades, entre las que los servicios públicos, el turismo rural, la función
residencial y las tecnologías de la información y telecomunicaciones son las que presentan
los mayores crecimientos, y seguirán soportándolos.

Y tercera, con independencia de otras consideraciones hoy se tiende a partir de la


idea de que las posibilidades reales de hacer desarrollo rural dependen de actos ligados
a la voluntad humana, una voluntad obligada a dinamizar el tejido productivo rural. Sin
embargo, es evidente que poco se puede hacer desde fuera si el de dentro no está
convencido de la bondad de lo que hace y debe hacer, o también, en último extremo, si no
puede o es capaz de hacer lo que debiera, en definitiva si falta una iniciativa privada capaz
de recoger el testigo de las inversiones públicas y que en modo alguno puede ser sustituida
por ninguna administración pública, salvo que se desee que el futuro de las áreas rurales
pase a depender de ayudas públicas, regímenes asistenciales, …,20 aunque también es cierto
que pueden y deben combinarse con aquella.

En el fondo se trata de plantear una combinación postproductiva de actividades


orientada a satisfacer las demandas urbanas de naturaleza, paisaje, ocio, cultura,
productos de calidad, etc., y pensada como alternativa al uso agrario tradicional y
productivista del suelo, lo que no quiere decir, en modo alguno, sustitución del uso
agrario ni tan siquiera en el caso de espacios con limitantes insalvables para el desarrollo de
20
Al respecto de esta idea, es habitual que en los medios de comunicación social aparezca como noticia importante la participación
creciente de las subvenciones en las rentas agrarias, y por lo tanto en la renta del medio rural, incluso con connotaciones peyorativas.
Aunque hoy por hoy desde las diferentes instancias político-administrativas pocos dudan de la necesidad de esas transferencias de renta,
de su aplicación se están derivando, indirectamente, una serie de efectos negativos para el sector agrario a expensas de la incomprensión
que en el ciudadano medio urbano implica la percepción de ese sector como receptor neto de subvenciones, poseedor de costes elevados,
que no cuida la calidad de los productos, y que causa daños irreparables al medioambiente. Lo anterior olvidando que también tiene otras
aportaciones positivas: producción alimentaria, creación directa e indirecta de riqueza y puestos de trabajo, contribución al
mantenimiento del paisaje rural, …
Lo cierto es que lo dicho se imbrica en un contexto en el que si, de una parte, el ciudadano urbano cada vez está más alejado de la
actividad agraria (como dicen algunos: el campo, ¡ahh si!, ese espacio por donde los pollos corren crudos), a lo que seguramente han
contribuido los nuevos modelos de consumo, métodos de transformación y distribución de alimentos, de otra, entre los agricultores se
observa una creciente desilusión que conduce a una crisis de identidad por considerarse cada vez más superfluos. Ver JUSTE (1993).

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un agricultura que, pese a todo, tarde o temprano va a estar obligada a adaptarse a las
condiciones de competitividad impuestas por los mercados agrarios y alimentarios
internacionales, competitividad paliable con un apoyo público que debe orientarse al
mantenimiento de los paisajes agrarios tradicionales. Antes bien, deberá buscarse la
modernización de las actividades agrarias y su combinación con otras orientaciones
económicas.

Lo anterior, por supuesto, requiere fuertes dosis tanto de imaginación (¿qué


actividades?, "reinvención de lo rural" da en decir más de alguno, aunque poco se puede
inventar realmente), como de inversión pública, y no sólo subvenciones, sino también ideas
y voluntad real de propiciar que las tendencias actuales de crisis y marginalización de una
parte sustancial del espacio rural europeo se reconduzcan. Se hace hincapié, finalmente, en
que todo ello debe partir de la utilización de los recursos endógenos en coordenadas de
racionalidad, de adaptación a las potencialidades de cada región y de no existencia de
agresiones al soporte natural, o cuando menos las mínimas posibles y preferentemente
reversibles, para ello:

# Unas veces se insiste en la idea de pluriactividad y/o complementariedad


estructural de rentas, en definitiva, el trabajo anual intersectorial como también se
dice: desarrollando la oferta de "turismo rural" o "turismo verde", trabajando unos
meses en PYMEs agroalimentarias, en la protección de las masas forestales, …

# También se cita la revitalización de oficios y artesanías tradicionales y entre


ellas la agricultura ecológica o las actividades de restauración del patrimonio
pueden constituir dos buenos ejemplos.

# En otras se habla de la recuperación de variedades, razas y productos agrarios


bien adaptados al medio buscando, mediante su transformación más o menos
artesanal o semiindustrial en las explotaciones, su venta directa por los agricultores,
para de este modo captar un valor añadido hoy patrimonio de otros sectores.

# Finalmente, también hay propuestas para el desarrollo de cultivos no


alimentarios, o la reforestación, tanto de tierras marginales como de tierras
tradicionales de cultivo, …

Estamos asistiendo a una nueva forma de entender la ruralidad, que pasa, en lo


básico, por nuevas fórmulas de ocupación que incluso afectan al trabajo en la propia
agricultura desde la perspectiva ya apuntada de orientaciones no estrictamente ligadas a
producciones alimentarias como ha venido ocurriendo hasta ahora.

El riesgo, obviamente, reside en que alguna o algunas de esas nuevas formas de


actividad y empleo puedan acabar por sustituir definitivamente a las agrarias, dando
origen, desde esta hipótesis, a un nuevo régimen de acumulación neoproductivista que
no por desarrollarse desde coordenadas distintas dejará de ser menos negativo que el
propiciado por los objetivos de intensificación de las políticas agrarias pasadas. Y es que,
aunque cambien los usos, la pervivencia del sistema rural pasa por hacerlo, además de
atractivo para los urbanos, competitivo y rentable para sus pobladores.

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Informes Técnicos del Departamento de Agricultura y Pesca del País Vasco, nº 82: "Postproductivismo y Medio Ambiente" Ed. Servicio
Central de Publicaciones del Gobierno Vasco. Vitoria-Gasteiz. pp.17-77.

Lo anterior constituye un peligro real al que no son ajenas esas nuevas demandas
urbanas ávidas por consumir lo rural (ambiente limpio, culturas interesantes, paisajes
atractivos, fauna silvestre, espacio abierto, tranquilidad, alimentos naturales, etc.),
especialmente en aquellos puntos con ecosistemas de mayor valor ambiental, por ello
mismo muy frágiles cuando la concentración humana supera la capacidad máxima portante
del sistema.

Y de la misma manera que el papel de los poderes públicos fue fundamental en el


paso desde un modelo de agricultura tradicional hacia otro de agricultura comercial,
actualmente la intervención del Estado está siendo también esencial para propiciar
esos cambios en las orientaciones productivas que desde principios de la década actual
vienen caracterizando al medio rural.

Pero es curioso, paralelamente, en todos aquellos otros territorios rurales en los que la
participación del sector agrario en la actividad exportadora es importante, o el volumen de
empleo generado es básico para el mantenimiento de grupos humanos numerosos, no puede
afirmarse que el Estado haya perdido su interés por mantener el modelo productivista. Son
por ello muy impermeables a las tendencias que propician la combinación plurifuncional de
orientaciones productivas. Cuando más, la agraria puede llegar a convivir, no sin
conflictos, con la orientación turística allá donde los recursos propician también ese uso del
espacio. En ellos, a fecha de hoy la regulación ambiental es excesivamente laxa e
inoperante. Por poner un ejemplo, es significativo que en un país como el nuestro, donde
las regiones de agricultura más intensiva tienden a presentar un déficit importante del
recurso agua, por lo demás básico por tratarse casi siempre de agricultura de regadío, el
precio de dicho recurso sea tan bajo que difícilmente resulta ser motivo para inducir
estrategias y medidas tendentes a un mayor ahorro de agua ¿? Es todo un reto.

Da la impresión que la regulación ambiental se reserva más bien para aquellos


espacios con posibilidades agrarias más limitadas, marginales desde el punto de vista de
su capacidad para competir en el complejo agroalimentario mundial, en los que se acepta de
antemano que la permanencia de los grupos humanos que los habitan, mayoritariamente
agrarios, pasa por la percepción de ayudas y subvenciones públicas y por ello pueden
imponer restricciones de uso en un marco casi de obligado cumplimiento.

Cabe discutir, incluso, si no existe una cierta predisposición de los poderes públicos,
obligados siempre a guardar equilibrios difíciles, en el sentido de alcanzar un consenso
social en torno a qué debe entenderse por impacto ambiental y, sobre todo, impacto
ambiental admisible, envenenamiento social normalizado dice TOVEY. Parece, y es
nuestra impresión, que la idea última va por la línea de garantizar la legitimación de un
estado más ecológico de modernización, conciliándolo con un desarrollo industrial o
del sector terciario en buena medida a costa de la agricultura. La tendencia de futuro
va por aquí, y la inflexión parece que ya se ha producido, su mantenimiento, en cualquier
caso, dependerá de los recursos naturales de cada zona, del aprovechamiento endógeno que
se haga de ellos, de la iniciativa de los pobladores rurales y su capacidad para asumir
riesgos, de la evolución económica del país y, por último, de las orientaciones que a largo
plazo adopten las políticas generales y de desarrollo rural.

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Informes Técnicos del Departamento de Agricultura y Pesca del País Vasco, nº 82: "Postproductivismo y Medio Ambiente" Ed. Servicio
Central de Publicaciones del Gobierno Vasco. Vitoria-Gasteiz. pp.17-77.

5. PRESENTE Y FUTURO DE LAS ALTERNATIVAS "POST" EN EL


MEDIO RURAL ESPAÑOL.

Llegados a este extremo y para terminar nuestra reflexión no resta sino analizar hasta
que punto el medio rural español puede ser caracterizado de postproductivista, en otras
palabras hasta que punto se cumplen o no las premisas que avalan la existencia de la
transición "post": mudanza desde lo agrícola hacia una preferencia más rural, mayor
inquietud ambiental, diversificación y plurifuncionalidad de las explotaciones, nuevas
modalidades de empleo rural, etc.

Pues bien, es cierto que la actual transición hacia un modelo postproductivista es más
evidente en algunos otros países europeos que en el nuestro, caso de Francia, Bélgica,
Holanda, Luxemburgo, Alemania, Reino Unido, Dinamarca, Austria y parcialmente Italia,
sencillamente porque su experiencia previa en materia de desarrollo rural, y en esto
incluimos los apoyos públicos, es superior y más antigua, sus sistemas productivos son
también distintos, sus desequilibrios regionales diferentes, sus módulos de riqueza per
cápita superiores y, en último extremo, la crisis rural no ha llegado a materializarse hasta
los extremos españoles, en especial en todo el interior peninsular y parte de la cornisa
cantábrica. Sin embargo, al hablar del caso español no cabe la posibilidad de generalizar
por pensar que la perceptibilidad de la transición, en su doble dimensión de diversificación
productiva, a escalas tanto de explotación agraria como de sistema productivo rural en
general, y de valorización del medio rural, en las vertientes cultural, ambiental y natural,
depende casi siempre de la escala de trabajo considerada.

Desde los planteamientos conceptuales ya explicitados y partiendo de la observación


de la realidad española nos surgen un conjunto de reflexiones:

- Primera, ¿existe realmente una transición en clave postproductivista porque en


el medio rural se observan cambios generalizados en lo social, económico, territorial y
ambiental? o simplemente hay que hablar de proceso de adaptación mediante una serie
de alternativas que, por otra parte, tienden a reproducir el modelo tradicional de
comportamiento de los rurales: diversificación y complementariedad. Aún más, ¿no
cabe el riesgo de que dichas alternativas puedan acabar funcionando como un
elemento más de acumulación, tal y como se ha expresado en el capítulo anterior,
precisamente uno de los problemas claves tanto del modernismo como del fordismo?

- Segunda. ¿Existen síntomas reales de la existencia de una sociedad rural


postagrícola a corto y medio plazo, entendiendo por ello que en el futuro puede ser
factible la producción de alimentos al margen de las actuales "técnicas industriales"?.
Creemos que no, por varias razones:

# no es suficientemente significativo el grado de desintensificación alcanzado


por el sector (si lo medimos a partir de la evolución, por unidad de superficie
o ganadera, experimentada por los consumos intermedios),

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Informes Técnicos del Departamento de Agricultura y Pesca del País Vasco, nº 82: "Postproductivismo y Medio Ambiente" Ed. Servicio
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# como tampoco lo es el de dispersión de la producción por el espacio (medida


en términos de VABpm de las producciones agrarias por explotación, o por
Ha, o por UG, o por región, o por …),
# ni tampoco la diversificación productiva a nivel de explotación agraria
(medida en términos de fuentes diferentes de renta con participación en la
renta final).

Si bien, a "largo" pudiera ser más imaginable y plausible en el marco de algunas


producciones concretas, para satisfacer las demandas de ciertas clases sociales bien
formadas y económicamente acomodadas y en determinadas regiones bien ubicadas o con
recursos envidiables. La superficie afectada por prácticas de agricultura ecológica es a
fecha de hoy reducida, poco más que testimonial en comparación con aquella sometida a
prácticas de agricultura convencional.

La duda nos envarga al pensar que todas las producciones rurales puedan entrar en
esta dinámica, ni tan siquiera a largo plazo, como si todos los consumidores pudieran
asumir el pagar por los productos rurales el sobreprecio que, estamos convencidos, supone
producir según las premisas del “post”.

Aún más, otra interrogante surge al considerar si el modelo postproductivista puede


ser efectivo a la hora de seguir progresando en la mejoría de la competitividad de nuestras
explotaciones y producciones, tema éste siempre omnipresente en las diferentes políticas
agrarias, o incluso de carácter más rural y asectorial, precisamente en un contexto cada vez
más globalizado e internacionalizado y en el que los intereses del complejo agroindustrial,
al precisar un suministro abundante y a precios lo más bajos posibles de materias primas
para su transformación, van a estar siempre presentes.

Y todavía más, porque ese complejo siempre podrá presionar jugando la baza de la
deslocalización, en este caso agraria y copiando las prácticas desarrolladas por algunas
empresas industriales durante los últimos veinte años, con su salida a otras regiones donde
los controles ambientales y sociales no son tan severos, volvemos a tener otra razón que
apoya nuestras matizaciones.

Los ejemplos están ahí: los urbanos, y también muchos rurales, comemos manzanas
chilenas, y lo mismo ocurre con la ternera argentina, o con el azafrán iraní, o con las patatas
polacas, o con el cordero neozelandés, y así un largo etcétera de productos más o menos
habituales en nuestra dieta y todos ellos excedentarios en el marco de la UE. Lo hacemos
de una forma natural, sencillamente porque son más baratos que sus homónimos europeos y
sin preguntarnos por qué lo son; de hacerlo pudiera ser, e insistimos en ello pudiera ser, que
debieran relativizarse algunas de nuestras inquietudes sociales, territoriales y
medioambientales, que no por legítimas deben conducir al “cierre” de un sector, el
primario, con importancia estratégica. A la postre, aunque durante la Cumbre de Río en
1992 la comunidad internacional aceptó el concepto de “desarrollo sostenible” como un
objetivo futuro deseable ante las tendencias productivistas, no está nada claro que dicho
concepto, después de casi seis años, haya sido asumido en todas las regiones del planeta,
siendo además evidente que en la mayor parte de las políticas agrarias vigentes las
orientaciones produccionistas, no siempre productivistas, siguen siendo dominantes,

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correspondiendo a los objetivos medioambientales y sociales un papel secundario,


incluso desde la dotación posible de recursos financieros públicos.

Pudiera ser la indefinición intrínseca del concepto de desarrollo sostenible la


causa para que dicha orientación no se haya desarrollado suficientemente a escala mundial.
Es un concepto agradable para el discurso político y ecológico, desde el punto y hora que
implica un estímulo ante el desafío inherente a la necesidad de buscar un nuevo modelo de
desarrollo que, sin abandonar la trayectoria de modernización progresiva que caracteriza a
las sociedades occidentales, reconcilie el crecimiento económico basado en la tecnología y
consumo de recursos con la resolución de los problemas ecológicos. De hecho, la
racionalización entre la tecnificación y el medioambientalismo rompe con otros discursos
previos que han contrapuesto tecnología y naturaleza. El problema radica, más bien, en
el diseño e implementación práctica de unas estrategias concretas que puedan hacerlo
realidad sin por ello incidir negativamente sobre las explotaciones en los capítulos de renta
y nivel de vida de los agricultores y sus familias, todo un reto tan solo abordable en
conjuntos regionales desarrollados.

- Tercera. Continuando en el ámbito del consumo, tema esencial en el discurso


postproductivista, aunque es cierto que durante los últimos años se viene observando una
creciente diferenciación en la demanda de productos alimentarios como reflejo de la
desigualdad en los ingresos, dicha tendencia afecta a los niveles más altos. Mientras, la
gran mayoría de los consumidores siguen centrando su atención en productos de consumo
masivo, no exigiendo tanto productos exclusivos, como productos sanos y naturales en
términos de mínimo procesamiento industrial de los mismos, aspecto éste que debiera
ayudar a la disminución de la distancia que separa a productores de consumidores.

Desde la premisa precedente, de nuevo una serie de interrogantes nos hacen dudar
acerca de la viabilidad a corto plazo de las tendencias "post":

# ¿Hasta qué punto el segmento de consumidores con mayor poder adquisitivo puede ser
suficiente para inducir un cambio generalizado en los sistemas de producción intensiva
hoy por hoy vigentes?

# Si bien es cierto que aquellos agricultores ubicados en regiones desarrolladas que se han
reconvertido hacia prácticas de agricultura biológica, por ello mucho más respetuosa con
las condiciones del entorno ambiental, están teniendo éxito, entre otras razones porque la
oferta de productos ecológicos, aunque creciente, es todavía limitada y también porque
su precio de mercado es superior al de los procedentes de la agricultura convencional,
¿cómo podría influir sobre el precio de los productos ecológicos, y en último extremo
sobre la rentabilidad de las empresas agrarias, un crecimiento de su volumen por encima
de la capacidad de absorción de los mercados?

# ¿Cómo puede influir en la consolidación de las dinámicas "post" la disminución


progresiva que viene experimentando la participación del gasto alimentario en el gasto
total de los hogares europeos?

# Si en la fase productivista el suministro de alimentos baratos ha hecho posible que los


consumidores puedan dedicar una parte creciente de su renta a la adquisición de

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Informes Técnicos del Departamento de Agricultura y Pesca del País Vasco, nº 82: "Postproductivismo y Medio Ambiente" Ed. Servicio
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productos industriales y terciarios pensados para elevar su calidad de vida, ¿es posible
pensar que el sistema de valores puede invertirse, pasando a ser el consumo de productos
agrarios naturales y de calidad el exponente de la calidad de vida?

# En un marco de población estable, con un crecimiento natural cada vez más reducido,
¿cómo puede entenderse que va a evolucionar la demanda de productos alimentarios y
qué influencia puede tener ésto sobre las producciones agrarias y los excedentes que
actualmente afectan a algunas de ellas?

- Cuarta. En cambio, creemos que imaginar una transición postrural a largo plazo
es también una hipótesis plausible, por diversas razones:

# De una parte, porque cada vez son más numerosos los jóvenes rurales
dispuestos a permanecer en su medio. Incluso, un número importante ha
realizado estudios universitarios, y aunque la coyuntura actual desgraciadamente
conduce a que sean muchos los que una vez los acaban se mantienen en el medio
rural hasta encontrar en el urbano una ocupación acorde con su formación,
también existen experiencias en otras partes de Europa, sobre todo Francia y
Reino Unido, que muestran el deseo expresado por numerosos jóvenes de
instalarse en los pueblos rurales y montar allí sus negocios. Dicho proceso viene
siendo bautizado con el término de "neoruralización", al que no son ajenas las
nuevas tecnologías y redes de teletrabajo que con ímpetu creciente están llegando
al medio rural.

# En segundo término, porque algunos de los síntomas de la crisis rural se


están superando, en especial en lo referido al deterioro demográfico, que
parece estar detenido en muchas regiones, a la dotación de servicios, aspecto
este en el que las administraciones públicas se están volcando, incluso utilizando
para ello fórmulas intermedias como las mancomunidades de municipios, y a la
diversificación productiva regional, sobre todo en algunas regiones en las que
al medio rural está llegando una parte de la actividad industrial y terciaria urbana
que desde un posicionamiento geográfico próximo busca el abaratamiento de
costes.

- Y quinta ¿Realmente las políticas agrarias y rurales que a fecha de hoy afectan al
espacio rural, e incluso lo harán en un futuro próximo, cabe caracterizarlas de
postproductivistas?, creemos que no, sencillamente porque lo ambiental cuesta mucho
dinero lo que no casa con administraciones públicas sometidas a tensiones presupuestarias,
y más cuando los objetivos de mejora estructural y de la competitividad siempre están
presentes en todas.

oooooooooooo

A la luz de los planteamientos expuestos hasta ahora, lo único cierto es que una
parte del "hecho rural" está adquiriendo una nueva dimensión de valoración para
muchos urbanos o rurales con formación urbana, y que algunas actividades no agrarias en
el medio rural están en expansión, partiendo incluso de una nueva relación hombre

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Informes Técnicos del Departamento de Agricultura y Pesca del País Vasco, nº 82: "Postproductivismo y Medio Ambiente" Ed. Servicio
Central de Publicaciones del Gobierno Vasco. Vitoria-Gasteiz. pp.17-77.

naturaleza, que si bien hoy es insuficiente para generalizar en todo el territorio las
tendencias “post”, no lo es para introducir nuevas variables de multifuncionalidad y
atracción, en definitiva, nuevos equilibrios económicos, sociales y culturales que darán
lugar a su vez a otros de índole territorial.

En España este proceso no es importante en el rural más inaccesible y deprimido, con


un sistema productivo poco dinámico, muy centrado en lo agrario y donde todo tiende a
discurrir por la senda de las subvenciones, salvo casos concretos de nuevos "agricultores
alternativos" y algunos artesanos. Mientras, si lo es más en el rural periurbano y en algunas
zonas del interior de gran interés ambiental o paisajístico, lo que genera todo un plus de
valor añadido.

En referencia a ese segundo marco, en nuestro país empiezan a existir ejemplos con
dimensión regional que avalan esa transición en coordenadas de la estructura de la
ocupación de la población activa, desde el punto y hora que en algunas comarcas la agraria
empieza a ser minoritaria en términos porcentuales, caso del País Vasco, en donde la
industria ha salido fuera de los núcleos urbanos para instalarse en otros rurales (por tamaño
demográfico, cultura y hasta hace pocos años orientación agraria prioritaria para su
población activa), o en todo el eje mediterráneo, donde el sector terciario y las industrias
rurales de transformación de productos agrarios son básicas para el empleo. Por supuesto,
nos referimos a la actividad agraria a título principal, pues en esas mismas regiones, y en
general en todo el país, el peso de la agricultura a tiempo parcial es también muy
importante, hasta el extremo de que, como dice HERVEU (1995), al final, sumando las dos
dedicaciones, esa actividad continúa siendo el núcleo vital en torno al que gira el universo
rural.21

Así pues, aunque la transición postproductivista, agrícola y rural, es perceptible


en algunas regiones rurales, con preferencia cuando en ellas existe una cultura
industrial previa, en modo alguno puede inferirse por ello que se trate de un proceso
generalizado en el plano espacial. Mientras, en el plano temporal, aunque a fecha de
hoy la transición está poco más que esbozada, a largo plazo conforma una hipótesis
plausible el pensar en la existencia de un medio y sociedad rurales claramente
postproductivistas conviviendo con regiones en las que las orientaciones productivistas
habrán quedado reforzadas.

Al final, de la misma manera que se dice que existe una enorme diversidad de
espacios rurales, por su actividad y estructura, por sus recursos humanos y naturales, por la
perificidad de su ubicación, por sus condiciones sociales y demográficas, por su cultura, en
suma, por sus potencialidades y limitantes, lo que conduce a plantear la existencia de una
enorme variedad de agriculturas regionales, habrá que pensar también en la existencia de
una amplia gama de situaciones "post" posibles.

6. CONCLUSIONES.

21
Las siguientes cifras permiten contextualizar lo dicho en sus justas coordenadas: según los datos de la EPA, alrededor de 1,13 millones
de personas manifiestan trabajar en la agricultura a tiempo completo, lo que contrasta con los casi 2,25 millones de explotaciones agrarias
existentes (MAPA, 1994), y con los aproximadamente otros 3,0 millones de personas, en su mayor parte rurales, que tienen alguna
relación a tiempo parcial con la actividad agraria.

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Informes Técnicos del Departamento de Agricultura y Pesca del País Vasco, nº 82: "Postproductivismo y Medio Ambiente" Ed. Servicio
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No resulta sencillo definir e interpretar el "postproductivismo" aplicado a los espacios


rurales. De un lado, por lo reciente de su empleo en la literatura científica, lo que conduce
a que la reflexión teórica en torno a este término sea escasa, de otro, por la indefinición
conceptual que lo caracteriza.

Y sin embargo, es una realidad que en los espacios rurales están ocurriendo una serie
de cambios, económicos y culturales, que parecen estar minando sus cimientos
tradicionales, en especial en lo referido a la agricultura. Para algunos son claramente
ubicables en las coordenadas del postproductivismo. Para otros no son sino meras
adaptaciones a las nuevas coyunturas de extensificación-desintensificación impuestas por la
PAC (reducción del precio de los productos agrarios, reducción del aporte de consumos
intermedios, actividad más respetuosa con el medio, etc), también por las nuevas tendencias
del consumo (que busca productos naturales y de calidad) y por la necesidad de generar
fuentes de renta y empleo diferentes a la procedente de la agricultura, que desde una
situación de crisis agraria se muestra incapaz, por sí sola, para seguir manteniendo el
espacio rural como ámbito de poblamiento.

A esos cambios en modo alguno son indiferentes las nuevas dimensiones de


valoración que lo rural suscita entre los ciudadanos urbanos, verdaderos artífices, en
cuanto que consumidores, de los cambios "post" en ciertas áreas rurales. De ello se deriva
que al mundo rural, y en especial a los agricultores, esencia básica de la ruralidad, se le
viene exigiendo con insistencia creciente una evolución en sus roles tradicionales:

- está dejando de ser un espacio de producción básicamente de bienes materiales,


alimentos y materias primas de los que sólo interesa la cantidad producida
desde orientaciones de "capital intensive" y en modo alguno las agresiones reales y
potenciales al soporte ambiental,

- para empezar a ser, además, un espacio que debe orientarse también a la


producción de bienes no alimentarios (fuentes bioenergéticas, productos
farmacéuticos, …) e inmateriales, desde una doble perspectiva: medio ambiente
(agua, paisaje, equilibrio ambiental, …) y ocio (cultura, gastronomía, turismo,
pedagogía, educación para los niños, …). Por supuesto, la función de producir
alimentos subsiste, pero desde planteamientos en los que la "calidad" de lo
producido se convierte en un parámetro importante de valoración por parte de los
consumidores.

En esta evolución de la ruralidad en su conjunto, el agricultor es, con seguridad, el


elemento que está experimentado y experimentará en el futuro los mayores cambios.
Va a pasar de ser un oficio con orientación básicamente productiva a ser un auténtico
"oficio de síntesis" (técnico, gestor, jardinero del medio ambiente, animador, …) vinculado
al territorio, que debe mejorar y conservar, y a las demandas del mercado, al que debe
abastecer satisfaciendo demandas reales, todo ello desde planteamientos de respeto al
medio ambiente y utilizando los recursos endógenos. A la postre, al agricultor empiezan
a serle adjudicadas funciones productivas que hasta ahora no tenía, y otro tanto ocurre
con el medio rural en general, en el que por ello mismo están apareciendo fuentes de

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renta y empleo alternativas a las tradicionales, aunque también pueden


complementarlas. Y aún más, todo ello se fundamenta en un cambio de valor de algunos
recursos rurales (agua, tierra, masas forestales, patrimonio mueble, …), por haber pasado
desde una funcionalidad exclusivamente productiva a ser objeto de consumo directo.

De lo expuesto hasta ahora se desprenden una serie de ideas básicas que están en la
base de las tendencias postproductivistas, que como tantos otros "post" tienen su origen en
la "teoría postmoderna":

# INQUIETUD AMBIENTAL.
# Aprovechamiento de las ESTRATEGIAS ADAPTATIVAS TRADICIONALES
DE LOS RURALES A SU MEDIO, aunque desde planteamientos de
modernización económica y social y al modo casi de una reinvención del arte de
producir.
# Concepción de las explotaciones agrarias como UNIDADES FLEXIBLES DE
PRODUCCIÓN, en el tiempo y en el espacio.
# Insistencia en la CALIDAD Y DIVERSIFICACIÓN DE LAS PRODUCCIONES,
sean alimentarias o no y materiales o no, y ello sobre la cantidad, que no importa
tanto.
# CAMBIOS EN EL VALOR Y FUNCIONALIDAD tradicional de algunos
recursos.
# E INTEGRACIÓN DEFINITIVA DEL ESPACIO RURAL EN EL SISTEMA
TERRITORIAL a expensas de las nuevas demandas urbanas, que incluso parecen
estar acortando la distancia que tradicionalmente ha separado a productores de
consumidores.

De las consideraciones precedentes, algunas ya han calado en el sentir de los rurales,


y en este sentido puede afirmarse que la transición desde un modelo productivista hacia
otro postproductivista se ha iniciado, lo que no quiere decir que pueda hablarse con
propiedad de la existencia de una sociedad postagrícola generalizada, a la que difícilmente
podrá llegarse nunca. Una transición de alguna forma impuesta y asumida por los
rurales por contener una fuerte dosis de adaptación de lo rural a las nuevas coyunturas y
demandas urbanas de lo rural: ambiental, social, económica, territorial y política,
destacando de entre ellas las últimas, y en especial la incidencia que la nueva PAC-2000
puede tener sobre el postproductivismo en los espacios rurales. Dicha política, desde
planteamientos de mudanza desde lo agrario hacia una preferencia por lo rural, está
pasando a tener una orientación acorde con esos ejes básicos que conforman las tendencias
"post" anteriormente enunciadas.

Para finalizar, tras todo lo expuesto hasta ahora y haciendo casi de abogado del
diablo, hay algunas cuestiones que todavía quedan en el aire, y a ellas habrá que responder
en el futuro:

- ¿Puede pensarse que lo "post" es sólo un NUEVO ESTILO DE VIDA PARA LOS
RURALES?

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- Esas tendencias "post" que empiezan a observarse en el medio rural, en algunas


regiones más que otras, ¿SON REALMENTE RURALES?

- ¿Garantiza lo "post" de forma efectiva la PERVIVENCIA DEL MEDIO RURAL?

- ¿Qué explotaciones cabe esperar que presenten una MAYOR CAPACIDAD DE


ADAPTACIÓN a lo "post"?

- ¿Hasta que punto tienen los GOBIERNOS INTERÉS POR LO "POST", o


simplemente es un ELEMENTO MÁS QUE COLABORA A LA REGULACIÓN
DE LOS MERCADOS de los productos agrarios?

- ¿Es suficiente la teoría postmodernista y su materialización postproductivista para


EXPLICAR ADECUADAMENTE LA NATURALEZA EXACTA DE LOS
CAMBIOS que afectan a productores de ruralidad y consumidores de lo rural?

- ¿Cabe pensar que se esté confundiendo postproductivismo con


"NEOPRODUCTIVISMO"?

- Y finalmente, ¿es posible identificar de forma rigurosa las tendencias "post", o tan
solo nos encontramos ante una MERA ADAPTACIÓN COYUNTURAL tanto del
medio rural en general como de las explotaciones agrarias en particular?

Ahí están las interrogantes. Lo deseable sería que en un futuro a corto y medio plazo
pudiéramos empezar a conocer las respuestas. Eso vendría a significar que nuestro grado
de conocimiento sobre postproductivismo y espacios rurales se ha incrementado respecto al
actual.

En definitiva, da toda la impresión que a fecha de hoy es muy poco lo que sabemos
sobre la teoría postproductivista. Aún más, en algunos momentos da la sensación que su
uso responde ante todo a la necesidad de utilizar un marco conceptual distinto al imperante
hasta ahora, útil desde este punto de vista para explicar algunas de las transformaciones que
afectan al mundo rural en los países desarrollados y que no pueden ser interpretadas desde
las coordenadas conceptuales del productivismo.

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