Está en la página 1de 4

EL MEDIO AMBIENTE

Había una vez un sapito muy triste porque no tenía un charco donde
refrescarse. Mientras lloraba escuchó el canto de otro de su especie.

¿Dónde canta, compañero?

¿Quién pregunta?

“¿Quién podrá tener motivo para cantar?”, se decía a sí mismo, caminando


en dirección del sonido.

De pronto, vio a un sapo recostado sobre una lata.

¿Qué tal? —dijo, contento de encontrar compañía—. Me admira que usted


tenga ánimo alegre.
Razón tengo, mi amigo, porque voy camino de reunirme con mi familia. Los
dejé hace algunos días porque estaba aburrido de mi casa, pero ¿sabe?...
estaba más feliz y seguro allí. Me he quemado mis patitas y la panza.
¡No hay ni una sombrita! y me parece que quizá quieren convertirnos en algún
platillo.

Por favor, ¡lléveme con usted, quiero bañarme en un charquito! Aquí hasta
los árboles han desaparecido.

¡Claro, vámonos ya!

Un rato después, cansados y sedientos por la caminata, encontraron una


iguana que corría desesperada.

¡Ay, Dios mío, cálmese!

¿Qué le ocurre, amiga?


¡Ayúdenme, me persiguen! gritaba, mientras se colocaba tras una piedra.
¿Quién la sigue? preguntaron los caminantes.

Primero fueron unos hombres con garrotes

Después unos niños


y, por último, un perro muy furioso.

¿Por qué no viene con nosotros?


Aceptó la iguana y el camino se hizo más corto entre los tres. Al rato, muy
cansados, se durmieron profundamente.

Horas después los despertó un tropel. El ruido lo provocaba un cusuco


perseguido por un campesino.

Dos horas después, los sapitos llegaron hasta el anhelado charquito y todos
se pusieron a cantar y a agradecer a Dios que todavía hubiese un lugar a
salvo de la destrucción provocada por el ser humano.

También podría gustarte