Está en la página 1de 7

En el Arroyo

Javier de Viana

textos.info
Libros gratis - biblioteca digital abierta

1
Texto núm. 5652

Título: En el Arroyo
Autor: Javier de Viana
Etiquetas: Cuento

Editor: Edu Robsy


Fecha de creación: 5 de noviembre de 2020
Fecha de modificación: 5 de noviembre de 2020

Edita textos.info

Maison Carrée
c/ Ramal, 48
07730 Alayor - Menorca
Islas Baleares
España

Más textos disponibles en http://www.textos.info

2
En el Arroyo
El verano encendía el campo con sus reverberaciones de fuego, brillaban
las lomas en el tapiz de doradas flechillas, y en el verde de los bajíos cien
flores diversas de cien hierbas distintas, bordaban un manto multicolor y
aromatizaban el aire que ascendía hacia el ardiente toldo azul.

En el recodo de un arroyuelo, sobre un pequeño cerro, veíanse unos


ranchos de adobe y paja brava, circundados de árboles. El amplio patio no
tenía más adornos que un gran ombú en el medio y en las lindes unos
tiestos con margaritas, romeros y claveles. El prolijo alambrado que lo
cercaba tenía tres aberturas, de donde partían tres senderos: uno que iba
al corral de las ovejas, otro que conducía al campo de pastoreo, y el
tercero, más ancho y muy trillado, iba a morir a la vera del arroyo, distante
allí un centenar de metros.

El arroyo aquel es un portento; no es hondo, ni ruge; sobre su lecho


arenoso la linfa se acuesta y corre sin rumores, fresca como los camalotes
que bordan sus riberas y pura como el océano azul del firmamento. No hay
en las márgenes palmas enhiestas representando el orgullo florestal, ni
secas coronillas, símbolo de fuerza, ni ramosos guayabos, ni virarós
corpulentos. En cambio, en muchos trechos vense hundir en el agua con
melancólica pereza las largas, finas y flexibles ramas de los sauces, o
extenderse como culebras que se bañan, los pardos sarandíes. Tras esta
primera línea de vegetación vienen los saúcos, el aragá, el guayacán, la
arnera sombría, los ceibos gallardos, y aquí y allí, encaramándose por
todos los troncos, multitud de enredaderas que, una vez en la altura, dejan
perder sus ramas como desnudos brazos de bacante que duerme en una
hamaca.

Los árboles no se oprimen, y, a pesar de sus opulentas frondescencias,


caen a sus plantas, en franja de luz, ardientes rayos solares que besan la
hierba y arrancan reflejos diamantinos al montón de hojas secas. Hay allí
sitio para todos; entre el césped corren alegres las lagartijas; en el boscaje
centenares de pájaros inspiran amores en la puerta del nido; las mariposas

3
de sutiles alas policromas vuelan libando flores, y allá, en la cinta de agua
que parece un esmalte de nácar sobre el verde del bosque, saltan las
mojarras de reluciente escama, cruzan, serpenteando veloces culebrillas
rojas parecidas a movibles trozos de coral, y, de cuando en cuando, con
rápido vuelo sigiloso un martín pescador proyecta su sombra, rompe el
cristal con su largo pico y se eleva conduciendo una presa.

En una cálida mañana de diciembre, una joven, en cuclillas junto al agua,


lavaba afanosamente. De tiempo en tiempo cesaba de refregar, sacudía
las manos y se las pasaba por la frente a fin de quitar el sudor o volver a
su sitio una mecha rebelde. Concluído el trabajo, la joven se puso de pie,
hizo un lío con las piezas lavadas y se escurrió por un sendero hasta llegar
a un playo, donde extendió las ropas, cantando bajito unas coplas
maliciosas.

Luego quedó un rato indecisa, y al fin echó a andar hacia el fondo del
patiecito. Cuando llegó a la arboleda arrancó una flor de ceibo, que puso
entre sus labios tan rojos como la flor, y recostada en el árbol detúvose
pensativa.

Oyóse a poco un crujir de ramas, y de súbito apareció en el playo un


mocetón fornido, de tez morena, de simpático rostro. Iba con el sombrero
en la mano, sujeto del barboquejo a manera de canasta, pues lo había
llenado de frutos de ñangapiré, cubiertos por un gran ramo de margaritas.
Ya cerca de la joven, tendió torpemente el brazo, ofreciéndole el ramo.

—Tomá.

Ella lo tomó y respondió contenta:

—¡Qué lindas!... gracias...

Y después, mirando el sombrero:

—¿Qué trais ahí?

Y sin darle tiempo para responder, metió la mano traviesa y tomó un


puñado de frutas que llevó golosamente a la boca.

—¡Pitarigas!... ¡Qué lindas! ¿Dónde las ajuntastes?...

El mocetón, con el labio péndulo y la mirada embobada, se quedó

4
mirándola.

—¿No me das esa flor?—dijo de pronto, refiriéndose a la de ceibo que la


niña había dejado caer al suelo.

—¡Esa no!—contestó ella con viveza.—¡Es muy ordinaria!... ¡Tomá


ésta!—y le ofreció un clavel blanco que llevaba en el pelo. El lo tomó con
mano trémula y abrazándola con la mirada suspiró:

—¿De verdá me querés, Clota?

Ella lo miró fijamente, dando una expresión severa a su linda cara


morocha y, lanzando una sonora carcajada, dijo:

—¡Qué cara de ternero enfermo que tenés!...

Palideció el gauchito; honda pena anubló su semblante, y entonces ella,


acercándose, le echó los brazos al cuello y le dió un beso mordiéndole el
labio hasta hacer brotar la sangre...

5
Javier de Viana

Javier de Viana (Canelones, 5 de agosto de 1868 – La Paz, Canelones, 25


de octubre de 1926) fue un escritor y político periodista uruguayo de
filiación blanca.

Sus padres fueron José Joaquín de Viana y Desideria Pérez, fue


descendiente por parte de padre del Gobernador Javier de Viana. Recibió
educación en el Escuela y Liceo Elbio Fernández y por un corto período
cursó estudios en la Facultad de Medicina. A los dieciocho años participó

6
de la revolución del Quebracho, de la cual realizó una serie de crónicas
reunidas en un volumen llamado Recuerdos de una campaña y recogidas
posteriormente por Juan E. Pivel Devoto en la obra Crónicas de la
revolución del Quebracho.

Trabajó de periodista, primero en La Verdad, de Treinta y Tres, y luego en


la ciudad de Montevideo. Participó junto a Elías Regules, Antonio Lussich,
El Viejo Pancho, Juan Escayola, Martiniano Leguizamón y Domingo
Lombardi, entre otros, de la publicación El Fogón, la más importante del
género gauchesco que tuvo la región, fundada por Orosmán Moratorio y
Alcides de María en septiembre de 1895. En 1896 editó una colección de
relatos llamada Campo. En este tiempo se dedica infructuosamente a las
tareas agropecuarias, arrendando la estancia «Los Molles». Edita en 1899
su novela Gaucha, y dos años más tarde, Gurí.

Se involucró en la insurrección armada nacionalista de 1904, en la que es


hecho prisionero. Logró escapar y emigrar a Buenos Aires, donde subsistió
escribiendo cuentos en distintas publicaciones, como Caras y Caretas,
Atlántida, El Hogar y Mundo Argentino. Entre 1910 y 1912 se editan en
Montevideo distintas obras que reúnen sus relatos. En 1918 regresa a
Uruguay y trabaja en varias publicaciones, en particular en el diario El
País. Es elegido diputado suplente por el departamento de San José en
1922 y ocupa su titularidad al año siguiente.

También podría gustarte