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LOS FUNDAMENTOS NEUROBIOLOGICOS DE LA ETICA DR GOLDAR
LOS FUNDAMENTOS NEUROBIOLOGICOS DE LA ETICA DR GOLDAR
La corteza orbitaria
La diferencia entre el mundo (esfera práxica) y el yo (esfera pragmática)
coincide con una clara diferencia que se registra en la organización del
cerebro. Ingresamos, así, al núcleo del presente artículo.
Las áreas sensoriales (monomodales y multimodales) y motoras, o sea el
conjunto de dispositivos que integran la esfera práxica, están alojadas en la
región superior o dorsal de la corteza cerebral. Este cerebro dorsal, que
incluye tanto los extensos aparatos de la superficie hemisférica convexa como
los centros mediales de la circunvolución límbica, tiene su origen histórico-
natural en la corteza medial de los reptiles, que en los mamíferos constituye el
allocortex hipocámpico o arquicortex. Por su parte, la corteza lateral de los
reptiles, que en los mamíferos es la clásica corteza piriforme o allocortex
olfatorio, llamado asimismo paleocortex, es el origen histórico-natural de las
amplias regiones inferiores o ventrales de la corteza cerebral. Los datos que
presentaremos luego permiten afirmar que este cerebro ventral, situado sobre
la base del cráneo, contiene los dispositivos que integran la esfera pragmática.
De este modo, las dos raíces allocorticales del cerebro (hipocampo o
arquicortex y corteza olfatoria o paleocortex) son los puntos primordiales de
dos aspectos esencialmente diferentes de la organización cerebral, que
coinciden con las dos esferas de la mente: el mundo y el yo.
Aquí nos interesa mostrar, con la mayor claridad, que las lesiones situadas en
el cerebro ventral son las únicas que pueden originar verdaderos y persistentes
trastornos en el control pragmático de la conducta, sobre todo en el control
ético. Es necesario saber que el cerebro ventral está integrado, en su mayor
parte, por el neocortex ventral, que comprende la corteza inferior u orbitaria
del lóbulo frontal y la corteza anterior o basolateropolar del lóbulo temporal.
El primer trabajo que señala una relación entre lesiones ventrales y trastornos
éticos fue publicado por Leonor Welt, de Zürich, en 1888. Lo que muestra
Welt es la aparición de “cambios de carácter”, sobre todo bajo el modo de
fallas éticas, como consecuencia de lesiones en la superficie orbitaria del
lóbulo frontal.(#) La tesis de Welt ha sido desarrollada cuarenta años más
tarde por Karl Kleist. Este investigador, en su comunicación sobre “trastornos
de los rendimientos del yo” (1931) y en su monumental Patología cerebral
(1934), señala claramente el vínculo entre lesiones orbitarias y perturbaciones
en la conducta ética. Para Kleist, la corteza orbitaria es el sitio donde se
elaboran los sentimientos comunitarios. Considera, entonces, que los
psicópatas antisociales deben ser personas con defectos orbitarios. En 1937
aparece “Sobre la significación de la corteza basal”. Su autor es Hugo Spatz,
quien llama “corteza basal” al conjunto orbitotemporal que aquí denominamos
“neocortex ventral”. Siguiendo las ideas de Welt y de Kleist, señala Spatz las
perturbaciones éticas que surgen como consecuencia de las lesiones orbitarias.
Este autor afirma, con toda razón, que la corteza basal es el fundamento de los
más elevados procesos mentales. De esta manera podemos decir que, hace
más de medio siglo, el papel ético de la corteza orbitaria estaba
definitivamente demostrado. Es oportuno destacar que las lesiones orbitarias
no ocasionan trastornos intelectuales o práxicos, y que las lesiones localizadas
en el cerebro dorsal pueden generar graves fallas intelectuales, pero nunca dan
origen a trastornos éticos persistentes.
Es posible establecer la “doctrina orbitaria” con mayor precisión. La corteza
orbitaria posee dos regiones: anterior y posterior. La corteza orbitaria anterior
pertenece exclusivamente al neocortex ventral, mientras la corteza orbitaria
posterior contiene formaciones pertenecientes al peripaleocortex (la zona que
se dispone alrededor de la raíz paleocortical u olfatoria). Dicho sea de paso: el
gyrus rectus, situado en la porción medial de la superficie frontal inferior, no
integra la corteza orbitaria y, ciertamente, debe incluirse en el cerebro dorsal.
Hace más de veinte años nos preguntamos si los trastornos éticos consecutivos
a las lesiones orbitarias provienen de alguna localización especial, sobre todo
si derivan de alteraciones en la zona anterior o neocortical o en la zona
posterior o peripaleocortical. En 1972 publicamos, con el profesor Diego
Outes, el caso A.L. Se trataba de un individuo tolerante, prudente y generoso;
buen padre, esposo y amigo. Como consecuencia de un traumatismo cerrado
de cráneo, sufrió un cambio dramático en su modo de ser. Se volvió
intolerante, desfachatado y avaro. En presencia de sus hijos expresaba, con un
lenguaje insoportable, sus intensos deseos sexuales. A la vista de todos,
intentaba llevar por la fuerza a su esposa hacia el dormitorio. En el hospital
generaba permanentemente trifulcas y aprovechaba la debilidad de los viejos
esquizofrénicos para satisfacer sus impulsos sexuales. Era mentiroso y,
además, muy taimado. Estos trastornos permanecieron constantes durante
muchos años, hasta su muerte. La autopsia nos mostró la causa de las fallas
éticas. Como se ve claramente en la figura (que publicamos inicialmente en
Acta Psiq. y Psic. de América Latina), la lesión está localizada en la corteza
orbitaria anterior de ambos hemisferios. Los territorios orbitarios posteriores
estaban intactos. En base a este caso creemos que los valores preventivos
ligados a la ética son elaborados en el neocortex ventral frontal.
Perspectiva criminológica
Los viejos criminólogos han soñado hallar, en las dimensiones corporales, los
signos del carácter criminal. Era un anhelo legítimo. Sin embargo, el dominio
alcanzado por las doctrinas psicogenéticas y sociogenéticas ha conducido a
olvidar, e incluso desprestigiar, aquellas tendencias. A pesar de todo, el peso
de la realidad nos empuja a volver sobre los viejos pasos. Todo psiquiatra
experto sabe bien que el verdadero psicópata antisocial - el “enemigo de la
sociedad”, como decía Emil Kraepelin - es el inevitable producto de un
destino que hunde sus raíces en el cuerpo. Esta visión fatalista puede ser mil
veces rechazada por el optimismo ingenuo, pero tiene el vigor del Fénix, y su
aparente pesimismo no es más que la puerta que lleva a las explicaciones
refutables, únicas herramientas del trabajo científico. Hoy, más que antes,
debemos suponer con Kleist que el psicópata antisocial es un enfermo
orbitario, más precisamente una víctima de una malformación orbitaria. El
actual renacimiento neuropatológico en el círculo de la esquizofrenia indica
que esta suposición no es quimérica.
Acaso en un futuro no muy lejano sea factible controlar el desarrollo del
cerebro humano y, así, evitar las fallas morfogenéticas. Si el criminal no es
sólo un ser impulsivo sino, sobre todo, un mórbido temerario, y si esta
condición se debe a una alterada morfogénesis orbitaria, el camino de la
prevención del crimen debe estar más cerca de la neurobiología del desarrollo
que de los programas inspirados en una doctrina sociogenética cada vez
menos realista. El drama del hombre criminal - que en su forma extrema se
aproxima a una agenesia del yo - no puede seguir como un interminable
argumento sofocleo. Si los datos de las neurociencias dejan ver una luz lejana,
hacia allí debemos encaminar nuestros esfuerzos, pues en otras direcciones
sólo se perciben las eternas tinieblas.