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Catecismo de la Narrativa
Gerardo de la Torre
Para investigar y redactar este trabajo, el autor contó con
el apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes,
del Sistema Nacional de Creadores de Arte
Catecismo de la narrativa
PDF – Edición no venal
Julio de 2014
© Gerardo de la Torre
Los temas
001. ¿Qué es un cuento y cómo se escribe?
002. ¿Qué es una novela? ¿Qué la diferencia del cuento?
003. ¿Cuál es la función de la novela?
004. ¿Cómo se concibe y se escribe una novela?
005¿Cómo crea sus personajes? ¿Cómo les da nombre?
006 ¿Adquieren sus personajes vida propia?
007. ¿Son las novelas de aventura y misterio un género menor?
008. ¿Qué es un escritor?
009. ¿Cómo se desarrolló su interés por escribir?
010. ¿Le cuesta trabajo escribir?
011. ¿Cómo escribe y a qué horas escribe?
012. ¿Revisa mucho sus textos?
013. ¿Usa un cuaderno de apuntes?
014. ¿Es necesaria la autocrítica?
015. ¿Qué porción de sus obras se basa en la experiencia
personal?
016. ¿Lee mucho? ¿Qué autores han influido más en usted?
017. ¿Cuál es el mejor ambiente para un escritor?
018. ¿Qué consejo le daría a un escritor que comienza?
019. ¿Cree en la inspiración?
020. ¿Le afectan los críticos?
021. ¿Se le han llegado a agotar los temas?
022. ¿Cómo se llevan el cine y la literatura?
023. ¿Cómo le ha ido con las traducciones?
024. ¿Han sido buenas sus relaciones con los editores?
025. ¿Piensa en los posibles lectores cuando escribe?
026. ¿Qué puede decirnos del lenguaje y el estilo?
027. ¿Le interesa experimentar, plantear propuestas inusitadas?
028. ¿Se somete usted a ciertas reglas?
029. ¿Sirven de algo los talleres de escritura creativa?
030. ¿Ayudan las nuevas tecnologías de la escritura?
031. ¿Tiene algún ritual cuando empieza a escribir?
032. ¿Está la novela en vías de extinción?
033. ¿Sigue siendo válida la forma epistolar en la novela?
034. ¿Narración o diálogo?
035. ¿Están reñidas literatura y política?
036. ¿Y la novela policiaca?
037. ¿Hay una edad ideal para comenzar?
038. ¿Quién es el narrador?
039. Miscelánea (recursos y procedimientos de la narrativa)
040. Decálogos, textos magistrales y otros
041. Fichas de los autores
Si el libro que leemos no nos despierta
como un puño que nos golpeara en el
cráneo, ¿para qué lo leemos? ¿Para que
nos haga felices? Dios mío, también
seríamos felices si no tuviéramos libros, y
podríamos, si fuera necesario, escribir
nosotros mismos los libros que nos hagan
felices. Pero lo que debemos tener son
esos libros que se precipitan sobre
nosotros como la mala suerte y que nos
perturban profundamente, como la muerte
de alguien a quien amamos más que a
nosotros mismos, como el suicidio. Un
libro debe ser como un pico de hielo que
rompa el mar congelado que tenemos
dentro.
Franz Kafka
Isaac Bashevis Singer: Para ser sincero lo que más me gusta son los
cuentos, una novela siempre tiene defectos. En un cuento puedo
satisfacer mi deseo de perfección. Un cuento puede ser perfecto y
puedo lograr que sea lo que yo quiero e incluso evitar que tenga
defectos. Creo que los cuentos son mi fuerte.
José Luis González. El cuento está mucho más cerca del poema que
de la novela. ¿Cuál es la diferencia esencial entre un cuentista y un
novelista? Yo creo que es una cuestión de óptica frente a la realidad:
el cuentista percibe la realidad en fragmentos (lo cual no quiere decir
que su percepción sea menos profunda que la del novelista, no,
porque en cada fragmento puede profundizarse todo lo que sea
necesario); en cambio, el novelista lo que ve es un proceso.
Ford Madox Ford. La primera cosa que hay que considerar cuando se
escribe una novela es la propia historia, y después la propia historia, ¡y
después la propia historia! En caso de querer sentirse más dignificado,
puede llamársele el «tema» propio. Una digresión cualquiera
constituirá una longueur, un remiendo dentro del cual la mente
avanzará con pesadez. Se puede conseguir de la vida real la escena
más maravillosa que insertar en un libro. Pero si no se hace que el
tema avance, apartará la atención del lector. Una buena novela
precisa de toda la atención que el lector pueda prestarle. Y alguna
más.
—Una historia tiene que transmitir, antes que nada, una
sensación de ser un hecho inevitable: que lo que ocurre en ella
parezca que es lo único que podía haber ocurrido. Naturalmente que
puede haber un personaje que exclame: «Si entonces hubiera actuado
de forma distinta… ¡qué diferente sería ahora todo!» El problema del
autor es hacer de su acto de entonces el único acto que el personaje
podía haber realizado.
Virginia Woolf. Yo opino que todas las novelas (…) se ocupan del
carácter, y expresando el carácter —no predicando doctrinas,
entonando canciones o celebrando las glorias del Imperio Británico—
se ha desarrollado la forma de la novela, tan desmañada, verbosa,
carente de dramatismo, tan rica, elástica y viva. Expresando el
carácter, he dicho; pero usted comprenderá en seguida que puede
darse una interpretación muy amplia a estas palabras: aparte de la
época y del país, hay que considerar el temperamento del escritor.
Usted ve una cosa en el carácter y yo otra. Usted dice que significa
esto y yo aquello. Y cuando se trata de escribir, cada uno hace una
nueva selección, de acuerdo con sus propios principios.
Camilo José Cela. Todos los temas sirven. Creo que fue a Flaubert a
quien un presunto joven escritor le dijo un día: «Maestro, si solamente
tuviera una trama, podría escribir una novela». «Le daré una trama —
dijo Flaubert—. Veamos, un hombre y una mujer se aman, punto y
final de la historia. Ahora desarróllela. Con talento, llegará a escribir La
cartuja de Parma. Pero tiene que tener talento».
Un escritor, un joven escritor, se me acercó un día quejándose
de no tener los recursos necesarios para poder escribir. Yo le dije: «Le
daré mil hojas de papel y una lapicera fuente de regalo. Si tiene talento
escribirá Don Quijote de un lado y La divina comedia del otro. Ahora
vaya y escriba, y ya veremos qué pasa, aunque probablemente no
escribirá esas obras». Es muy dramático, pero también es muy cierto.
Robert Louis Stevenson. Tuve una idea para aplicar a John Silver
[personaje central de La isla del tesoro], que hacía que me prometiera
una gran caudal de diversión: tomar un amigo mío, al que admiraba
(que probablemente conoce el lector y lo admira tanto como yo
mismo), privarle de sus mejores cualidades y de las gracias más
elevadas de su temperamento, dejarlo sin nada más que su fuerza, su
valentía, su rapidez y sus magníficos rasgos de genio y tratar de
expresar todo esto a través de la cultura de un rudo marinero. Esta
cirugía psíquica creo que es una forma corriente de «fabricar
personajes», y tal vez sea, en realidad, la única forma.
Ford Madox Ford. Puedo declarar que nunca en mi vida, hasta donde
recuerdo, utilicé a un personaje de la vida real para una finalidad
literaria… o nunca lo hice sin ocultar cuidadosamente sus atributos.
Esto no es tanto porque quiera evitar herir los sentimientos de la
gente, como porque, artísticamente, es una práctica muy peligrosa.
Incluso fatal.
Aldous Huxley. Los nombres son muy importantes, ¿no le parece? Y
los nombres más improbables aparecen constantemente en la vida
real, de modo que hay que tener cuidado. Puedo explicar algunos de
los nombres en Viejo muere el cisne. El de Virginia Maunciple, por
ejemplo. Ese nombre me lo sugirió el manciple de Chaucer. ¿Qué es
un manciple, al fin y al cabo? Una especie de mayordomo. Es el tipo
de nombre que escogería una joven actriz de cine, pensando que es
un nombre excepcional., hecho a la medida. Ella se llama Virginia
porque le parece muy virginal a Jeremy, y obviamente no lo es… El
Dr. Sigmund Obispo: en este caso el primer nombre se refiere
obviamente a Freud, y Obispo lo saqué de San Luis Obispo por
razones de color local y porque suena a broma.
Jorge Luis Borges. Tengo dos métodos [para dar nombre a los
personajes]: uno es utilizar los nombres de mis abuelos, tatarabuelos,
etcétera, para darles, digamos, una especie de inmortalidad, pero ese
es solamente uno de los métodos. El otro consiste en usar nombres
que me hayan impresionado de alguna manera. Por ejemplo, en uno
de mis cuentos uno de los personajes que va y viene se llama
Yarmolinsky, debido a que este nombre me impresionó; una palabra
rara, ¿no? Otro personaje se llama Red Scharlach porque Scharlach
significa escarlata en alemán y se trataba de un asesino: era
doblemente rojo, ¿no? Red Scharlach: Rojo Escarlata.
Ernest Hemingway. Algunos provienen de la vida real. Mayormente
uno inventa gente a partir del conocimiento y la comprensión y la
experiencia que tiene de la gente.
Ray Bradbury. Yo diría que creo mis personajes para que vivan su
propia vida. En realidad, no soy yo quien los creo a ellos sino que son
ellos quienes me crean a mí. Lo que tengo claro cuando escribo, es
que quiero que los personajes vivan al límite de sus pasiones y de sus
emociones. Quiero que amen, o que odien, que hagan lo que tengan
que hacer, pero que lo hagan apasionadamente. Es eso, esa pasión,
lo que la gente recuerda para siempre en un personaje. Pero no tengo
un plan preconcebido: quiero vivir las historias mientras las escribo.
Le doy un ejemplo sobre cómo es mi relación con los personajes.
Es algo que me pasó: el personaje principal de Fahrenheit —obligado
a quemar libros— vino un día a mí y me dijo que no quería quemar
más libros, ya estaba harto. Yo no tenía opciones, así que le contesté:
«Bueno, como quieras, deja de quemar libros y listo». De modo que él
no quemó más libros y así terminó escribiéndose esa novela.
John Steinbeck. El escritor tiene que creer que lo que está haciendo
es lo más importante en el mundo. Y estar en posesión de esta ilusión,
incluso cuando sabe que no es cierto.
Claude Simon. Cada vez que un escritor o un artista «cuenta» el
mundo de una manera nueva, el mundo cambia. «La naturaleza imita
el arte», dijo Oscar Wilde. Y no es una frase ingeniosa. Aparte de
tocarlo, el hombre sólo conoce el mundo a través de sus
representaciones… a través de la pintura, la literatura, las fórmulas
algebraicas y demás.
Ben Hecht. Tal vez hubiera sido lo mismo de haber ido a dar a una
fábrica de calderas o a una planta siderúrgica. Pero decidí que me
divertiría, sin importar aquello a que me dedicara. Durante cincuenta
años me las he arreglado para hacerlo así.
Doris Lessing. Siempre supe que iba a ser escritora, pero no fue sino
hasta que tuve bastante edad —veintiséis o veintisiete años— cuando
me di cuenta de que era mejor dejar de decir que iba a ser escritora y
ponerme a trabajar.
Truman Capote. Todo el tiempo supe que iba a escribir un libro, Dios
sabe por qué. No sabía cuál iba a ser el tema, pero sabía que iba a ser
un reportaje en escala inmensa.
Harper Lee. Escribir es algo que uno tiene que hacer. Es como la
virtud, que lleva en sí misma la recompensa. Escribir es egoísta y
contradictorio. Todo escritor que vale escribe por propia complacencia.
—Nunca escribí con la idea de publicar algo hasta que empecé a
trabajar en Matar un ruiseñor. Creo que lo sucedido antes puede haber
sido una forma subconsciente de aprender a escribir, de adiestrarme.
Como ve, más que poner una palabra tras otra, escribir es un proceso
de autodisciplina que tiene que aprenderse antes de que pueda uno
llamarse escritor. Hay gente que escribe, pero es muy distinta de la
que tiene que escribir.
Sergio Pitol. Soy un apasionado de la trama. Pero a la vez quiero
romperla y entonces la rompo. Me fascina contar historias. Pero
también me interesa que esas historias no sean lineales. Yo escribí
mis primeros cuentos porque de niño estuve oyendo durante años a mi
abuela —a sus tías, a sus amigas— contar las historias de su
juventud. Para ellas había un tiempo que era el que merecían vivir: la
vida antes de la Revolución. Hablaban de la ropa que se ponían, de
los viajes, de las óperas que habían visto en la ciudad de México, en
Milán o en Turín y se cerraban a todo lo posterior. Era una negación
de la realidad voluntaria aunque ellas no lo supieran. Entonces las oía.
Las historias podían contarse muchas veces porque siempre alguna
de ellas recordaba un nuevo elemento, a veces muy importante, a
veces nimio, y ya con ese nuevo elemento tenían de nuevo fuerza
para volver a empezar.
—Mis primeros relatos eran monólogos. Monólogos de un
personaje que contaba su historia o monólogos de varios personajes
que se iban entreverando como en la tragedia griega; el diálogo se me
hacía dificilísimo. Cuando yo empecé a sentir interés —o la
posibilidad, que era muy pocas veces— de escribir, yo creía que iba a
hacer teatro. El teatro me ha fascinado siempre. Por donde quiera que
vaya veo teatro, aunque sea en finlandés o en armenio. De chico vi la
compañía de Louis Jouvet que era fabulosa, la de Jean Louis Barrault
y el Old Vic, de adolescente. Y siempre supe que, si algún día fuera a
escribir, lo que haría serían dramas y comedias. Lo intenté varias
veces. Primero fui a tomar un curso en la Facultad de Filosofía y
Letras de teoría y composición, dictado por una muy buena
dramaturga. Veíamos los griegos, la tragedia. Ella nos ponía como
tarea —después de haber estudiado una Electra, un Edipo, una
Antígona— que hiciéramos una sinopsis de esa misma tragedia pero
con personajes que fueran de nuestro siglo y en lugares que fueran
mexicanos. Nos decía que había cincuenta y siete Amphytriones,
centenares de Electras, que toda dramaturgia había revisado a los
griegos y que todavía era posible hacerlo. Estudiar el sino, el destino
que tiene el personaje trágico que lo lleva a la situación trágica, a la
hibris; que Gide, que O’Neill, que Girardoux y los italianos ponían el
sino, pero también las circunstancias contemporáneas.
Lawrence Durrell. Oh, no. Bueno, déjeme decirle. En los últimos tres
años, durante una terrible situación económica, escribí Limones
amargos en seis semanas y despaché el texto mecanografiado con las
correcciones. Fue publicado tal como estaba. A Justine la retardaron
las bombas, pero me tomó unos cuatro meses… un año, en realidad,
porque todo el periodo intermedio se lo dediqué al asunto de Chipre y
dejé el libro de lado. Lo terminé en Chipre poco antes de salir de allí.
Escribí Balthazar en seis semanas en Sommières; Mountolive lo
escribí en dos meses en Sommières; y terminé Clea en unas siete
semanas en total. La belleza que hay en todo ello, ve usted, es que
cuando uno está verdaderamente frenético y preocupado por el dinero,
uno descubre que si va a ser cuestión de escribir para vivir, entonces
más vale aceptar el hecho y hacerlo. Ahora bien, ninguno de esos
originales ha sido alterado, con excepción de Mountolive, cuya
construcción me causó algunos problemas y metí un dobladillo por
aquí y un remiendo por allá… pero aparte de eso, los malditos textos
han ido de mi casa directamente a la imprenta, aparte de los errores
mecanográficos.
Angus Wilson. Escribo con mucha facilidad. Hemlock me tomó cuatro
semanas. Actitudes anglosajonas me tomó cuatro meses, y una gran
parte de ese tiempo lo dediqué sólo a pensar. La obra de teatro —El
matorral de las moras, lo único que he reescrito varias veces— fue
algo diferente también en ese sentido.. Mi libro de cuentos más
reciente, A Bit Off the Map, también me llevó más tiempo, y mi nueva
novela está resultando un poco difícil. Pero no me preocupo más de la
cuenta. Cuando uno empieza a escribir, es natural que las cosas le
salgan a chorros —¿es esa la imagen correcta?—, con facilidad. Y,
por supuesto, el hecho de que después cuesten más trabajo no quiere
decir que sean peores.
Camilo José Cela. Tengo una Fundación donde se guardan todos mis
manuscritos originales. Es la única Fundación del mundo que contiene
el corpus total de los originales de un autor. Si va allí algún día,
descubrirá que todos mis manuscritos están repletos de tachaduras y
borraduras. Sufro cuando escribo, pero también disfruto.
Anthony Burgess. Mi hijo de ocho años me dijo el otro día: «Papá,
¿por qué no escribes para divertirte?» Aunque él presentía que el
proceso, tal como yo lo practico, me lleva a la irritabilidad y a la
desesperación. Supongo que, aparte de mi matrimonio, mi época más
feliz fue cuando enseñaba y no tenía gran cosa en qué pensar durante
las vacaciones. La ansiedad que este oficio conlleva es intolerable.
Norman Mailer. Sólo otro escritor puede saber el daño que escribir
una novela puede hacerte. Quedarse sentado ante un escritorio y
exprimir palabras de ti mismo es una actividad antinatural. Diversas
clases de veneno —esencias de fatiga— se secretan a través de tu
sistema. A medida que envejeces se vuelve peor. Creo que es uno de
los motivos por los que estoy tan interesado en los boxeadores
profesionales. Pienso a menudo en el boxeador maduro que tiene que
ponerse en forma para un combate más y sabe que el castigo hará
estragos en su cuerpo. No es de asombrarse que eso lo ponga de mal
humor. Lo que caracteriza a todo boxeador mayor que he visto
entrenarse para un combate es el mal estado de ánimo que cuelga
sobre él y su grupo. Quizá lo único bueno que salga del asunto será el
dinero. El resto se acerca a una conclusión previsible. Aunque gane el
combate —aunque lo gane bien— no va a obtener una nueva vida a
partir de un éxito deslumbrante, no del modo en que lo hacía cuando
era un boxeador joven. Eso también se aplica en mi profesión. A
menudo tienes que tomar decisiones serias. ¿Voy a intentar o no esta
empresa difícil? A cierta altura, debes creer que el trabajo aún
demostrará ser realmente importante. Si no, ¿para qué sufrir la
autodestrucción lenta que implica? Escribir una novela a lo largo de
dos o tres años del trabajo más duro, hace al cuerpo el tipo de daño
que equivale a obligar a alguien que nunca ha fumado a consumir dos
o tres cajetillas al día durante meses.
—La escritura de novelas puede ser un trabajo de perros. Hay
horas improductivas que a nada se parecen tanto como al acto de
tratar de hacer arrancar un auto viejo cuando el motor ha muerto.
–He descubierto que no puedo escribir seriamente sin
deprimirme. La depresión forma parte vital del proceso, porque, para
empezar, resulta sobremanera peligroso enamorarse de lo que estás
haciendo mientras lo haces. Pierdes entonces el juicio y lo pierdes por
la sencilla razón de que las palabras, mientras las lees, te están
removiendo interiormente en exceso. Lo posible es, así, que si te
remueven de sobra a ti no conmuevan a nadie más.
Juan Filloy. A mano. Tengo todavía, a los 93 años, una caligrafía que
yo como grafólogo considero de una persona de 50 años. Tengo una
escritura muy firme, muy recta; la mía no es una escritura hachada por
los nervios, ni por trepidaciones de fenómenos vasculares. Es una
caligrafía hasta cierto punto artística, a la manera de las escrituras
inglesas.
Angus Wilson. ¿Qué si trabajo todos los días? ¡No por Dios! Eso es
lo que hacía cuando era empleado público, y no tengo intención de
hacerlo ahora. Pero cuando estoy escribiendo un libro sí trabajo todos
los días… Generalmente trabajo de las ocho a las dos, pero si las
cosas salen b ien puedo seguir hasta las cuatro. Sólo que cuando
hago eso quedo completamente agotado. De hecho cuando el libro va
saliendo bien, lo único que me detiene es el puro agotamiento. No me
gustaría hacer lo que Elizabeth Bowen me contó que hacía: escribir
algo todos los días, estuviera trabajando en un libro o no.
Anthony Burgess. No creo que eso importe mucho. Trabajo por las
mañanas aunque pienso que la tarde es un buen tiempo para trabajar.
La mayoría de la gente duerme por la tarde. Yo siempre la he
considerado un buen momento, especialmente si se ha comido poco.
Es un tiempo de silencio. Es una hora en que el cuerpo se encuentra
quieto, soñoliento, pero el cerebro puede estar muy agudo. También
creo que el inconsciente tiene la costumbre de hacer valer sus
derechos durante la tarde. La mañana es un tiempo consciente, pero
la tarde es una hora en que deberíamos tratar mucho más con el
interior de la conciencia.
Heinrich Böll. En los últimos años fue bastante difícil organizarme,
porque estuve enfermo mucho tiempo y todavía lo estoy. Normalmente
trabajo de mañana, desde que termino de desayunar hasta las doce y
media aproximadamente, y retorno al trabajo por la tarde y si puedo
sigo de noche. Por desdicha hay interrupciones —correspondencia y
cosas por el estilo— que dificultan el trabajo constante.
—Escribo con seis o siete dedos. Nunca aprendí a
mecanografiar y siempre cometo un montón de errores. Que
posteriormente son corregidos por la señora con quien estoy casado, o
por mí. Debo escribir yo mismo hasta el final. No puedo dictar. El
proceso de escribir a máquina es un proceso productivo para mí.
Estoy acostumbrado a esta máquina, tiene cierto ritmo, será durísimo
decirle adiós. Pero una eléctrica es impensable. No puedo tener un
motor sobre el escritorio, ¿sabe?... Zumbaría un poco, ¿no?
Juan Filloy. Corrijo mucho. Hay un refrán francés que dice que toda la
misión del escritor consiste en corregir. Y esa es mi tesis. Si no, uno
no puede hacer megasonetos. ¿Sabe lo que es un megasoneto?
Aldous Huxley. Generalmente escribo todo muchas veces. Todos mis
pensamientos son segundas consideraciones. Y hago muchas
correcciones en cada página o la reescribo varias veces a medida que
adelanto.
José Donoso. Reescribo diez veces el texto; una y otra vez lo leo, lo
rehago, lo reelaboro y lo voy haciendo de nuevo en la máquina. Puedo
escribir un día completo, o toda la noche, desde las ocho a las nueve
de la mañana siguiente, sin cansarme.
John Barth. Cada nuevo día de trabajo, leo lo que escribí el día
anterior. En parte para entrar en ritmo y en parte por una especie de
magia: se siente como si uno estuviera escribiendo, aunque no lo esté
haciendo. El proceso se pone en marcha: las ruedas empiezan a
rodar. Yo escribo a mano. Mi vecina de Baltimore, Ann Tyler, y yo
somos tal vez los únicos escritores que escribimos con estilográfica.
Ella dice que hay algo en el movimiento muscular al escribir
directamente sobre el papel que hace que su imaginación vuelva al
sendero donde estaba. Yo también siento eso, o algo muy parecido.
Las frases que escribo manuscritas tienden, como en la con versación,
a prolongarse un poco antes de concluir: lo atribuyo al uso de la
estilográfica. La idea de mecanografiar las primeras versiones —y que
cada letra quede separada físicamente por un pequeño espacio de la
letra siguiente— me resulta paralizante. La vieja y buena escritura
manuscrita, que conecta esta letra con aquella y este renglón con el
próximo… Bien, así funcionan los buenos argumentos, ¿no? Cuando
esto da la vuelta y se conecta con aquello.
Zadie Smith. Trata de leer tus trabajos como los leería un extraño;
mejor aún, como lo haría un enemigo tuyo.
Camilo José Cela. ¿Qué autores? Todos los escritores españoles que
escribieron antes que yo, porque todos provenimos de ellos. También
los que han escrito en idiomas que desconozco, o cuya obra no he
tenido oportunidad de leer ni tengo intención de leer en el futuro y ni
siquiera tengo el mínimo conocimiento de su existencia... Sí, todos los
escritores españoles que me precedieron, y si quiere, todos los de
todos los idiomas, aunque no los entienda, han ejercido influencia
sobre mí. La literatura es como una carrera con antorchas. Cada
generación lleva su testimonio hasta donde quiere, o hasta donde
puede, y luego se lo pasa a la próxima. Allí termina su participación.
No hay más que eso. Todo lo demás es puro dramatismo.
Doris Lessing. Bueno, como tuve una niñez aislada, leí mucho. No
había con quién hablar, de modo que leía. ¿Qué leía? Lo mejor —los
clásicos de la literatura americana y europea—. Una de las ventajas
de no tener educación fue que no tenía que perder el tiempo con los
segundones. Lentamente leía a estos clásicos. Fue mi educación, y
me parece que fue muy buena.
Ray Bradbury. Lea usted poesía todos los días. La poesía es buena
porque ejercita músculos que se usan poco. Expande los sentidos y
los mantiene en condiciones óptimas. Conserva la conciencia de la
nariz, el ojo, la oreja, la lengua y la mano. Y, sobre todo, la poesía es
metáfora o símil condensado. Como las flores de papel japonesas, a
veces las metáforas se abren a formas gigantescas. En los libros e
poesía hay ideas por todas partes; no obstante, qué pocos maestros
del cuento recomiendan curiosearlos.
Arturo Pérez Reverte. Sí. Si no, no hay nada que hacer. Hay
demasiados escritores analfabetos, y se les nota mucho. Le ocurre
también a un lector. Nadie puede pintar si no estudia antes a los
pintores. Picasso puede descomponer la imagen porque antes se la ha
estudiado, pero un tipo que hoy empieza a pegar brochazos sin tener
ni idea de pintura es una absurdo. Pues la literatura moderna está
demasiado llena de brochazos. Hay mucha gente que tiene grandes
carencia, agujeros que te llevan a decir «este tipo no ha leído». Cosas
elementales, que son el abc de la escritura, que están en cualquier
libro de Dostoievski o de Stevenson, y que se desconocen, te das
cuenta de que ignoran el mecanismo elemental. Son de los que yo
digo que su memoria literaria empieza en Kundera, o en Faulkner, el
pobre, que no tiene la culpa de tantos crímenes que se han cometido
en su nombre. Sin haber leído mucho me parece de una osadía, de
una arrogancia y de una estupidez inaudita ponerse a escribir.
—Hubo algunos libros decisivos en mi vida, como Los tres
mosqueteros, de jovencito, y La cartuja de Parma; después La
montaña mágica, son tres libros fundamentales, aunque no son los
únicos. Igual que cito la biblioteca de mi abuelo y nunca hablo de la mi
abuela. Mi otra abuela tenía una biblioteca muy interesante donde
podrías encontrar desde Galdós hasta la novela norteamericana, tipo
best seller; hablo de Frank Slaughter, de Cecil Saint- Laurent, hablo de
un tipo de novela, como aquellas colecciones de Reno, en Plaza y
Janés, mucha novela policiaca: George Harmond Coxe, Elleny Queen,
Dashiel Hammett, Peter Cheyney, gente que ni siquiera ahora algunos
expertos en novela negra mencionan. Y Agatha Christie, y los
novelistas españoles del XIX. En ese momento eran tan importantes
Agatha Christie como Fortunata y Jacinta. Los leí al mismo tiempo.
Apostillas. Trato de leer cuando menos dos horas al día. Leo sobre
todo cuentos y novelas (y con gusto sucumbo a los deleites que ofrece
la literatura policiaca), leo también ensayos y poesía. Me interesan la
historia y la divulgación científica. Buena parte de las ideas para crear
textos narrativos se me presentan leyendo textos distintos de los
narrativos.
—Hace muchos años, cuando comenzaba a escribir cuentos,
comprendí que era necesario reemplazar la lectura placentera por una
actitud de aprendizaje. Ya no leía los cuentos de Borges, Cortázar,
Arreola o José Luis González con la actitud desenfadada del que
sencillamente busca disfrutar con el ingenio de una buena historia, el
encanto de una prosa que fluye o el adjetivo deslumbrante, sino en
plan estudiantil, tratando de hallar en ellos el modelo o la receta para
escribir buenos cuentos. Huelga decir que no di con tales fórmulas
porque no existen. En cambio aprendí algo muy importante: al margen
de que una historia sea simpática y esté bien diseñada, hay que
esmerarse en el punto de vista narrativo (quién narra la historia), en la
construcción del cuento (que nada sobre, que nada falte) y en el
trabajo del lenguaje.
—Me influyeron todos o casi todos los autores que leí, lo que
quiere decir que aprendí de todos ellos. En gran medida, Juan José
Arreola, Pepe Revueltas, Cortázar, Pío Baroja, Leopoldo Marechal,
Stevenson, Joyce, Faulkner, Dos Passos, Hemingway, Hammett y
Chandler, Günter Grass. El problema es luego encontrar la voz propia;
pienso que la hallé (o estuve a punto de hallarla) en mi segunda
novela, La línea dura (1971).
017. ¿Cuál es el mejor ambiente para un escritor?
William Faulkner. El arte no tiene nada que ver con el ambiente; no le
importa dónde está. Si usted se refiere a mí, el mejor empleo que
jamás me ofrecieron fue el de administrador de un burdel. En mi
opinión, ese es el mejor ambiente en que un artista puede trabajar.
Goza de una perfecta libertad económica, está libre del temor y del
hambre, dispone de un techo sobre su cabeza y no tiene nada qué
hacer excepto llevar unas pocas cuentas sencillas e ir a pagarle una
vez al mes a la policía local. El lugar está tranquilo durante la mañana,
que es la mejor parte del día para trabajar. En las noches hay la
suficiente actividad social como para que el artista no se aburra, si no
le importa participar en ella; el trabajo da cierta posición social; no
tiene nada qué hacer porque la encargada lleva los libros; todas las
empleadas de la casa son mujeres, que lo tratarán con respeto y le
dirán «señor». Todos los contrabandistas de licores de la localidad
también le dirán «señor». Y él podrá tutearse con los policías. De
modo, pues, que el único ambiente que el artista necesita es toda la
paz, toda la soledad y todo el placer que pueda obtener a un precio
que no sea demasiado elevado. Un mal ambiente sólo le hará subir la
presión sanguínea, al hacerle pasar más tiempo sintiéndose frustrado
o indignado. Mi propia experiencia me ha enseñado que los
instrumentos que necesito para mi oficio son papel, tabaco, comida y
un poco de whisky.
Lawrence Durrell. Yo nunca he tenido condiciones verdaderamente
cómodas para escribir. Esta última vez que vine a Francia tenía
cuatrocientas libras esterlinas, con todo tipo de deudas inminentes,
como matrículas escolares y cosas de ésas. Había estado esperando
quince años a que este cuarteto de novelas se formara y estuviera
listo, y cuando recibí la señal de que la condenada cosa estaba ahí y
yo solamente tenía que sentarme a escribirla, eso ocurrió en el peor
momento de mi vida, cuando no tenía empleo, sólo una remuneración
ínfima, y me vi enfrentado literalmente a una elección: sospeché que
me vería obligado a salir de Francia en un término de dos meses para
recuperar mi solvencia, pero gracias a Dios los norteamericanos y los
alemanes me salvaron.
John Fowles. Antes que nada, que lea y que piense. Todos los
buenos libros son experiencia destilada.
Harper Lee. Que tenga esperanzas de lo mejor, pero no abrigue
expectativa alguna. De esa manera no se desconcertará.
Aldous Huxley. Nunca han tenido ningún efecto en mí, por la sencilla
razón de que nunca los he leído. Nunca me he propuesto escribir para
ninguna persona o público en particular; sencillamente he tratado de
hacer lo mejor que he podido y dejar las cosas así. Los críticos no me
interesan porque ellos se ocupan de lo que ya está hecho y pertenece
al pasado, en tanto que yo me ocupo de lo que viene a continuación.
John Dos Passos. Sé que han causado malos efectos sobre algunos
escritores. A veces la gente me envía artículos sobre mí, pero después
de un tiempo hago un paquete y lo mando a la Universidad de Virginia
para que los profesores cavilen un poco. Ocasionalmente miro algunas
cosas, pero casi siempre me las he ingeniado para evitar todo lo que
se ha escrito sobre mi obra, porque sencillamente no tengo tiempo
para ocuparme de eso. No creo haber perdido el sueño por lo que
podríamos denominar «la recepción crítica» de mi obra. En cierto
sentido he tenido mucha suerte. Si una cosa se hace entrar a golpes
en un lugar, siempre habrá alguien a quien le gustaría que estuviera
en otro.
John Irving. Las reseñas sólo son importantes cuando nadie sabe
quién es uno. En un mundo perfecto todos los escritores serían lo
suficientemente conocidos como para no necesitar a los críticos.
Como escribió Thomas Mann: «Nuestra receptividad hacia el elogio no
puede equipararse a nuestra vulnerabilidad al desdén avieso y el
abuso malévolo. No importa cuán estúpido sea ese abuso, no importa
hasta qué punto esté motivado por rencores personales; como
expresión de hostilidad que es, nos toca de manera mucho más
profunda y duradera que el elogio. Lo cual es muy tonto, ya que los
enemigos son, por supuesto, el acompañamiento necesario de toda
vida vigorosa, la prueba misma de su fuerza». Tengo un amigo que
dice que los críticos son los pájaros que se posan en el lomo de los
rinocerontes literarios… pero es demasiado amable. Esos pájaros
proporcionan un valioso servicio al rinoceronte, y el rinoceronte ni
siquiera los ve. Los críticos no proporcionan ningún servicio al escritor
y se hacen notar en exceso. Me gusta lo que Cocteau dijo de ellos:
«Presta mucha atención a las primeras críticas de tu obra. Fíjate qué
es lo que no les gusta a los críticos: tal vez sea lo único original y
valioso de tu obra».
John Irving. Bueno, las películas, las películas, las películas… son el
enemigo, por supuesto. El cine es enemigo de la novela porque
reemplaza a las novelas. Los novelistas no deberían escribir para el
cine a menos que se den cuenta de que no son buenos novelistas…
Me gusta la gente que hace cine y me alegra que a varios de ellos,
que son terriblemente inteligentes, no les haya dado por escribir
novelas. Dios es testigo de que ya hay bastante gente que escribe
novelas. De todos modos, lo más importante que aprendí escribiendo
el guión de Libertad para los osos fue que la escritura de guiones no
es escritura: es carpintería. No tiene lenguaje, y el escritor no controla
el ritmo del relato ni el tono de la narración, ¿y qué otra cosa hay para
controlar?
Norman Mailer. Antes solía tener una idea mucho más clara de la
gente para quien escribía: ciertos amigos, ciertos intelectuales, ciertos
críticos. Tenía una intuición sobre el tipo de público que esperaba me
recibiera. Así era en los años sesenta. Pero en los años setenta se me
amplió de tal modo el público que ahora francamente ignoro para
quién escribo. Uno está de moda o pasa de moda y la capacidad de
distinguir para quién se escribe se desenfoca continuamente. Debo
admitir, por otra parte, que con mi libro egipcio he llegado a un punto
en que este asunto dejó de interesarme. No me gustaría saber a quién
le va a gustar. Uno ha envejecido lo suficiente y cae en la cuenta de
que no quedan más dioses literarios. Eso no está mal; siempre te
perturba la sensación de que hay un crítico que te observa.
Octavio Paz. Las palabras. Dales la vuelta, / cógelas del rabo (chillen,
putas) / azótalas, / dales azúcar en la boca a las rejegas, / ínflalas,
globos, pínchalas, / sórbeles sangre y tuétanos, / sécalas, / cápalas, /
písalas, gallo galante, / tuérceles el gaznate, cocinero, / desplúmalas, /
destrípalas, toro, / buey, arrástralas, / hazlas, poeta, / haz que se
traguen todas sus palabras.
Julio Cortázar. Un escritor juega con las palabras pero juega en serio;
juega en la medida en que tiene a su disposición las posibilidades
interminables e infinitas de un idioma.
Camilo José Cela. Uno no puede estar sujeto a reglas. En ese caso
escribir n o pasaría de ser una mera habilidad. Puede haber reglas
para el futbol u otra clase de deporte, que al final no prueban nada
más que una determinada habilidad. El gran arte se diferencia por el
hecho de que constantemente está en estado de ser creado. Cualquier
profesor podría decir: «Este libro no respeta las reglas gramaticales».
¿Pero qué importancia tiene eso si uno está creando nuevas reglas?
Una vez le dijeron a Unamuno: «Esa palabra que usted usa no figura
en el diccionario». El respondió diciendo: «No importa, ya figurará».
¿Se da cuenta?
Harold Bloom. Supongo que hacen más bien que mal, y sin embargo
es algo que no entiendo. Escribir me parece un arte solitario. La crítica
es un arte que puede enseñarse, pero como todo arte también la
crítica depende finalmente de un talento inherente o implícito.
Recuerdo haber comentado, en algo que escribí en alguna parte, que
había dejado de ir a la Asociación de Lenguas Modernas hace algunos
años porque la idea de un congreso de veinticinco mil o treinta mil
críticos es tan risible como la idea de un congreso de veinticinco mil
poetas o novelistas. No hay veinticinco mil críticos. Con frecuencia me
pregunto si hay cinco críticos vivos a la vez en cualquier época. El
grado en que es posible enseñar el arte de la ficción o el arte de la
poesía es un problema más complejo. Históricamente, sabemos cómo
los poetas se convierten en poetas y los escritores de ficción se
convierten en escritores de ficción. Leyendo. Leen a sus predecesores
y así aprenden lo que hay para aprender. La idea de Herman Melville
asistiendo a una clase de escritura siempre me provoca dolor.
George Steiner. Oh, por cierto que sí. Esa es una pregunta muy
buena: usted ha hecho que me dé cuenta ahora. Antes de empezar un
nuevo libro o un ensayo largo, busco una página de la mejor prosa en
el lenguaje del caso y la leo tranquilamente antes de ponerme a
escribir. Pero siempre es algo que no tiene nada que ver con el tema.
032. ¿Está la novela en vías de extinción?
Milan Kundera. La fórmula «el fin de la historia» aplicada al arte me
duele en el alma; consigo demasiado bien imaginar este fin porque la
mayoría de la producción novelesca de hoy está hecha de novelas
fuera de la historia de la novela: confesiones noveladas, reportajes
novelados, ajustes de cuentas novelados, autobiografías noveladas,
indiscreciones noveladas, denuncias noveladas, lecciones políticas
noveladas, agonías de la madre noveladas, novelas ad infinitum, hasta
el fin de los tiempos, que no dicen nada nuevo, no tienen ambición
estética alguna, no aportan cambio alguno ni a nuestra comprensión
del hombre ni a la forma novelesca, se parecen entre sí, son
perfectamente consumibles por la mañana y perfectamente
desechables por la noche.
TIPOS DE NARRADOR:
Primera persona
Narrador protagonista. El narrador es también el protagonista de la
historia (autobiografía real o ficticia).
Entramos al cuarto donde papi agonizaba. Sus ojos vidriosos me
miraron desde el fondo de la muerte. Me acerqué a la cama, lo besé
en la frente y le ausculté el corazón: seguía con su ritmo obstinado
contando el tiempo. Luego le palpé el abdomen y sentí una inmensa
piedra dura.
Fernando Vallejo, Desbarrancadero
Segunda persona
Narrador en segunda persona. Crea el efecto de estar contándose la
historia a sí mismo, a un yo desdoblado. O bien se le habla a una
persona ausente o incapacitada para participar en un diálogo.
(Primer caso)
Morosamente lo aprendiste en las grandes novelas, Gabriel, y
sobre todo en el buen cine. Antes de cumplir los treinta años una y
otra vez te hundiste en alguna butaca del cine Arcadia (enclavado en
la calle Balderas, de la que todo el mundo pensaba que recibía ese
nombre en homenaje al matador de toros de nombre Alberto,
empitonado y muerto en 1940 en la plaza El Toreo de la ciudad de
México, y no en honra del coronel Lucas Balderas, muerto en Molino
del Rey en 1847 en combate con los yanquis invasores), empecinado,
terco en descifrar el Ocho y medio de Federico Fellini que te arrojaba
una avalancha de imágenes que no parecían tener relación unas con
otras: trozos de realidad, alucinaciones, recuerdos, fantasmagorías,
pesadillas, delirios.
Gerardo de la Torre, Cola de perro
(Segundo caso)
Mírate nada más, Lucrecia Figueroa. Mírate allí tendida con un
agujero oscuro en el pecho y otro, definitivo, en la cabeza. Esa vino a
ser tu ganancia en estos negocios. Pero dejemos claro que de la
profesión de abogada no esperabas ganancia económica, nada
semejante al lucro. Comenzaste a estudiar derecho porque tu querido
padre y sus compañeros se quejaban todo el tiempo de que les hacían
falta abogados, gente buena y decente que les ayudara a resolver los
problemas en el sindicato y en la comunidad. Del otro lado de la mesa
siempre topaban con abogados que recitaban al dedillo reglamentos,
leyes, precedentes. Los mareaban con tanta palabrería.
Gerardo de la Torre, «La muerta»
Tercera persona
Narrador omnisciente (el que todo lo sabe). El narrador omnisciente
es aquel cuyo conocimiento de los hechos es total y absoluto. Sabe lo
que piensan y sienten los personajes: sus sentimientos, sensaciones,
intenciones, planes…
Hans Castorp se dijo que debía de haber dejado tras él la zona
de los árboles frondosos y la de los pájaros cantores, y este
pensamiento de cesación, de empobrecimiento, hizo que, poseído por
el vértigo y las náuseas, se cubriese la cara con las manos durante
dos segundos. Pero ya había pasado. Comprendió que la ascensión
había terminado, y que había culminado el desfiladero. En medio de
un valle el tren rodaba ahora más fácilmente.
Thomas Mann, La montaña mágica
Narrador observador. Ajeno a los hechos, el narrador describe lo que
ve y lo que oye, de modo semejante a como lo hace una moderna
cámara de cine.
Luego se habían metido poco a poco las dos y se iban riendo,
conforme el agua les subía por las piernas y el vientre y la cintura. Se
detenían, mirándose, y las risas les crecían y se les contagiaban como
un cosquilleo nervioso. Se salpicaron y se agarraron dando gritos,
hasta que ambas estuvieron del todo mojadas, jadeantes de risa.
Rafael Sánchez Ferlosio, El Jarama
Narrador colectivo
Varios narradores que, a la manera de corredores de relevos, se van
pasando la estafeta para contar ciertos hechos. Pueden expresarse en
cualquier persona del singular o del plural. Éste es el tipo de narrador
que ofrece la novela Mientras agonizo, de William Faulkner, contada
median te monólogos, a veces muy largos, por los miembros de una
familia que lleva a enterrar a la madre.
039. Miscelánea. Formas y procedimientos de la narrativa
Gustave Flaubert. Esta noche he hecho el esbozo de toda la gran
escena de la exposición agrícola. Será muy larga; por lo menos treinta
páginas. En el curso de la descripción de este festival «rústico-
municipal» con todas las salidas marginales (y salen todos los
personajes menores del libro, hablando y actuando) tengo que
mantener, en un primer plano, la interminable conversación de un
caballero obsequiando a una dama. En medio de todo esto, tengo
también un pomposo discurso de un concejal, y al final (cuando todo
se ha acabado) un artículo para el periódico de mi farmacéutico, que
describe la exposición en un bello estilo filosófico, poético y
progresista. Comprenderá que esta no es una tarea fácil. Estoy seguro
del colorido y de muchos de los efectos; pero ¡tendría que ser el
mismo demonio el que evitara que fuera demasiado largo!