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LECCIÓN Nº 09: EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL

1. El TC como instaurador de la jurisdicción constitucional. Postura ideológica de Hans Kelsen y Carl


Schmitt.

Los albores del TC se presencian en Europa después de la Primera Guerra Mundial, esta institución tuvo como
protagonista a Hans Kelsen, quien participó activamente en la formación de la Constitución Federal de Austria de
1920.

Kelsen, según detalla Öhlinger1, inicialmente fue asesor de la Canciller del Estado Austriaco y como tal participó de
una serie de proyectos constitucionales cuya sistemática influyó en todos los demás proyectos. Fue miembro de un
Comité de alto rango compuesto de cuatro personas y que fue designado por el Gobierno del Estado entre mayo y
junio de 1920 para la elaboración de un Proyecto constitucional (junto al canciller Renner, el Vicecanciller Jodok
Fink y el Secretario de Estado Michael Mayr). Finalmente, Kelsen fue convocado como experto a la Comisión
constitucional de la Asamblea Nacional Constituyente que elaboró el texto de la Constitución federal desde el 11 de
julio hasta el 24 de septiembre de 1920. Es así como -entre otros documentos- elabora el Proyecto de creación del
Tribunal Constitucional austriaco (1918) el que posteriormente fue sancionado por la Asamblea Nacional
Provisional de 1919, instituyendo dicho órgano en la Carta Austriaca de octubre de 1920.2

Pero Kelsen no fue el único creador del Tribunal Constitucional austriaco, pues hubo una serie de contribuciones de
la comunidad jurídica austriaca en el período 1918-1920 que coadyuvó a crear esta institución y en las cuales Kelsen
estuvo presente. Pero fue el que quizá influyó más, no solo por haber sido magistrado de dicho Tribunal y su relator
permanente, sino por haber escrito sólidamente sobre este, en un momento en que nadie visualizaba el fundamento
teórico del nuevo tipo de control3.

Es el propio Kelsen quien denomina a la Jurisdicción constitucional como su “obra más personal” 4 y es conocido
que el Tribunal Constitucional austriaco es el TC especial más antiguo del mundo y ha influido considerablemente
como tal en el desarrollo constitucional en Europa, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX. Por ello, a este
modelo austriaco de examen de constitucionalidad de las leyes se le designa también, sobre todo en los países
romanistas, como modelo kelseniano.

Lo que evidentemente se debe a una sugerencia de Kelsen es la competencia del Tribunal Constitucional para
examinar de oficio leyes que el Tribunal Constitucional tiene que aplicar en otro contexto (artículo 140 de la
Constitución federal5). Los políticos habían previsto sólo una legitimación activa del Gobierno federal y de los
Gobiernos de los Länder y habían concebido al Tribunal Constitucional, por así decirlo, como el árbitro en las
controversias competenciales entre la Federación y los Länder. Fue precisamente esta competencia del Tribunal
Constitucional la que se transformó en el motor del ulterior desarrollo de esta institución, e incluso lo transformó, de
ser un mero árbitro entre la Federación y los Länder, en ser un amplio guardián de la Constitución y, en especial, de
los derechos fundamentales.

Como ya es sabido, el sustento de Kelsen sobre el TC, tiene su punto de partida en que la Constitución es una norma
jurídica, y no cualquiera, sino la primera de todas, lex superior, aquella que sienta los valores supremos de un
ordenamiento y que desde esa supremacía es capaz de exigir cuentas, de erigirse en el parámetro de validez de todas
las demás normas jurídicas del sistema.

Kelsen, concibe el TC como un órgano especial de naturaleza legislativa, confiándole el control de la


constitucionalidad salvaguardando la Constitución, es decir, garantizando que la Constitución no resultase falseada
1
Cfr. ÖHLINGER, Theo. “Hans Kelsen y el Derecho constitucional federal austriaco. Una retrospectiva crítica”. En: Revista
Iberoamericana de Derecho Procesal Constitucional. Número 05, enero-junio 2006, p. 218.
2
Cfr. GARCÍA BELAUNDE, Domingo. “De la Jurisdicción Constitucional al Derecho Procesal Constitucional”. Grijley, Lima,
2000, pp. 31-32.
3
GARCÍA BELAUNDE, Domingo. “Dos cuestiones disputadas sobre el Derecho Procesal Constitucional”. En: Revista
Iberoamericana de Derecho Procesal Constitucional. Número 07, enero-junio 2007, pp. 23-27.
4
ÖHLINGER Theo, “Hans Kelsen y el derecho constitucional austriaco. Una retrospectiva crítica”. Ob. Cit. p. 219.
5
Este precepto de la Constitución austriaca de octubre de 1920 decía, en su apartado 01. “El Tribunal Constitucional conoce de
la inconstitucionalidad de las leyes de Land a instancia del Gobierno Federal, de la inconstitucionalidad de las leyes federales a
instancia de un Gobierno de Land, así como de oficio en la medida en que una de estas leyes sea presupuesto de una
sentencia del Tribunal Constitucional”
131
por leyes inferiores a ella, considerándola no sólo como el “vértice superior del ordenamiento jurídico, sino que es
sobre todo, norma política que contiene los principios y postulados fundamentales para la organización política,
social y económica de la Nación”.6

Tal y como se ha señalado en el acápite anterior los alcances doctrinarios de Kelsen, son sustentados en su obra
denominada “La garantía jurisdiccional de la Constitución” (1928), en ella desestima la capacidad de autocensura y
moderación legislativa por parte del Parlamento -en lo relativo al resguardo de la jerarquía normativa de la
Constitución- y ante ello postula las bondades de un órgano autónomo del Parlamento para que actúe como
legislador negativo, con facultades de anulación de las leyes contrarias a la Constitución7.

Otro de los fundamentos que motiva la creación del TC, es la defensa del orden constitucional incluso de parte de
los mismos jueces, esto ocurre, cuando los tribunales de justicia ordinarios no son capaces de garantizar el orden
constitucional. Este cuestionamiento del papel de los órganos judiciales ordinarios, fue un factor decisivo para la
adopción de Tribunales Constitucionales, autónomos y ajenos al Poder Judicial.

Desde luego esta propuesta de creación de un TC, no se extendió a la totalidad de los países con Constitución
escrita, de hecho, como afirma Díaz Revorio 8 frente a la “naturalidad” de que sea el Poder Judicial quien asuma la
garantía de la supremacía constitucional, la creación de una jurisdicción constitucional (en concreto, de un Tribunal
Constitucional) se ha llegado a considerar como “una anomalía histórica presente y con proyección de futuro” 9 o
como un “cuerpo extraño que atenta contra el principio de separación de poderes”10.

En contraposición a los fundamentos que originan la creación del Tribunal Constitucional -desde la perspectiva
kelseniana antes detallada- surge la postura de Carl Schmitt con su clásico libro “El protector de la Constitución”,
allí expone la necesidad de que el órgano tutelar de normas constitucionales fuera de carácter eminentemente
político, es decir que recaiga en la figura del presidente de Reich, para lo cual Schmitt recurrió a la tesis del poder
neutro de Benjamín Constant. En su concepto, conferir dicha función a los tribunales ordinarios o alguno en
especial, implica no sólo la “judicialización de la política” sino también una “politización de la justicia” 11.

Hans Kelsen dio a conocer sus observaciones y críticas bajo el título “¿Quién debe ser el protector de la
Constitución?, el cual estimaba que la postura de Schmitt era ideológica, por que el órgano para proteger las normas
fundamentales debía ser un tribunal especializado que no tendría que considerarse como cualitativamente diferente
de cualquier otro órgano jurisdiccional, así tendrá que actuar como legislador negativo, ya que no genera, sino que
destruye una reforma general”12. En definitiva, KeIsen no ve lógico otorgar la misión de proteger la Constitución a
un poder existente ya que podría tener un predominio y sustraerse a su vez a todo control, y estima oportuna crear un
poder especial específico, que sería un Tribunal Constitucional13.

Más allá del debate generado en torno a la existencia, naturaleza y funciones del Tribunal Constitucional, el tiempo
y las circunstancias ha demostrado que ésta institución es de gran importancia pues defiende y garantiza la
Jurisdicción constitucional la cual toma como presupuestos, el principio de supremacía jerárquica de la Constitución
sobre cualquier otra norma del sistema jurídico, así también implica el sometimiento del ejercicio de la fuerza estatal
a la racionalidad del derecho, garantizando el pleno respeto de los principios, valores y normas establecidas en el
texto fundamental14, y aún sin perder su carácter político-legislativo, desarrolla funciones judiciales e incluso se
convierte en un auténtico tribunal supremo de facto.15

6
Cfr. QUIROGA LEÓN, Aníbal. “La Interpretación Constitucional”. Fondo Editorial del Perú, Nº 39, setiembre, 2005, p.324.
7
Cfr. EGUIGUREN PRAELI, Francisco. “Los Tribunales Constitucionales en la Región Andina: Una visión comparativa”. Revista
de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú, Nº 53, diciembre 2000, pp. 7-64.
8
Cfr. DÍAZ REVORIO, Francisco. “Tribunal Constitucional y procesos constitucionales en España: algunas reflexiones tras la
reforma de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional de 2007”. Ob. Cit. p. 83.
9
PÉREZ ROYO, Javier. “Curso de Derecho Constitucional”. 5ta edición, Marcial Pons, Madrid, 1998 p. 675.
10
REQUEJO PAGES, Juan Luis. “Tribunal Constitucional, jurisdicción ordinaria y derechos fundamentales”. En: Revista
Española de Derecho Constitucional, Nº 50,1997, p. 251.
11
Cfr. SCHMITT, Carl. “La defensa de la Constitución”, traducido por Pedro de Vega, 2da edición, Tecnos, Madrid, 1983, pp.
57-60.
12
KELSEN, Hans. “¿Quién debe ser el defensor de la Constitución?”, estudio preliminar de Guillermo Gasió y supervisión
técnica de Eugenio Bulygin. Tecnos, Madrid, 1995, pp. 27-39.
13
Ibíd. pp. 50-57.
14
Cfr. GARCÍA TOMA, Víctor. “Teoría del Estado y Derecho Constitucional”, Ob. Cit. p. 517.
15
Cfr. PEREIRA MENAUT, Antonio Carlos. “Lecciones elementales de teoría constitucional”, Colex, España, 1997, p. 283.
132
Lo antes dicho demuestra que las posturas que afirman que el TC no debería existir en un Estado Constitucional -
adecuado al concepto- son equivocadas. Las funciones exigidas por la propia naturaleza del Estado como forma
política, una vez que el poder constituyente ha manifestado su voluntad, son tres y nada más que tres: la legislativa,
la ejecutiva y la judicial por tanto la presencia del TC no destruye la separación de poderes, sino que por el contrario
se encarga de limitar y garantizar que sus funciones se adecuen a las normas contenidas en la Constitución, por ser
la Constitución Lex Suprema, la cual da vida a todas estas instituciones.

Sobre las circunstancias históricas de aparición de los tribunales constitucionales expresa Javier Pérez Royo: “El
Tribunal Constitucional, por el contrario, responde a una anomalía histórica presente y con proyección de futuro.
El Tribunal Constitucional nace en el siglo XX, después de la Primera Guerra Mundial, con el constitucionalismo
que hemos definido en muchas ocasiones a lo largo del curso como constitucionalismo democrático. La anomalía
histórica que está detrás de él es una anomalía democrática o, mejor dicho, una anomalía en el proceso de
transición a la democracia de determinados países. Por eso, el Tribunal Constitucional no existe en todos los países
europeos, sino únicamente en aquellos que tuvieron excepcionales dificultades para transitar del Estado liberal del
XIX al Estado democrático del siglo XX: Austria, Alemania, Italia, Portugal y España.”

Así se crearían el Tribunal de Garantías Constitucionales de España en 1931, el Tribunal Constitucional italiano en
1948, el Tribunal Constitucional alemán en 1949, el turco (1961) y el yugoslavo (1963).

A estos tribunales hay que agregar la creación del Consejo Constitucional francés en 1958, el Tribunal
Constitucional portugués en la Constitución de 1976, revisada en 1982, y en cierta medida el Tribunal Especial
Superior griego en 1975. Este movimiento se extendió a Bélgica, con el Tribunal de Arbitraje (1983), y se ha
desarrollado en Europa del Este: Polonia (1985), Hungría (1989), Checoslovaquia (1991), Rumania (1991) y
Bulgaria (1991).

En Latinoamérica la jurisdicción constitucional se ha extendido a Perú en la Constitución de 1979; en Chile se


instaló nuevamente un Tribunal Constitucional en 1980; en El Salvador se previó el Tribunal Constitucional en la
Constitución de 1982; Guatemala estableció un Tribunal Constitucional en 1985; Costa Rica creó en 1989 una Sala
Constitucional en la Corte Suprema de Justicia; Colombia instauró en 1991 la Corte Constitucional; Ecuador creó el
Tribunal en 1945 y lo reinstaló en 1998; Paraguay creó una Sala Constitucional en 1992; Bolivia estableció el
Tribunal Constitucional en 1994; Nicaragua creó una Sala Constitucional en 1995; México, mediante las reformas
constitucionales de 1994, 1996 y 1999, estableció a la Corte Suprema de Justicia como Tribunal Constitucional; y en
Honduras se creó en 2001.

2. DEFINICIÓN
Los tribunales son órganos especiales, concebidos justamente para revisar la constitucionalidad de las leyes (aunque
luego desempeñen más funciones), que ejercen una jurisdicción concentrada y especializada. Fueron concebidos
precisamente para asegurar -que todas las normas sean conformes a la Constitución16.

El razonamiento que lleva a los tribunales constitucionales es sencillo: las normas que forman la pirámide se
fundamentan cada una en su inmediata superior, a la cual no pueden contradecir; la pirámide está presidida por la
Constitución, que es la norma que regula la producción de las normas inferiores (ley, reglamento y acto
administrativo o decisión jurisdiccional); la ley se ha de adecuar a la Constitución, el reglamento se ha de adecuar a
su vez en la ley y el acto administrativo o la decisión jurisdiccional han de adecuarse a la ley o reglamento. Carece
de sentido preguntarse si han de ser justos o injustos, lo único sagrado es que todas las sentencias, actos;
reglamentos y leyes sean coherentes con su norma superior inmediata, desde la base de la pirámide hasta la cúspide.

Como en Austria, antes de 1920 no se cumplían los requerimientos de certeza del derecho y garantía de la
Constitución, y como los tribunales supremos de tipo norteamericano no le ofrecían garantías de asegurar la certeza
a causa del carácter solamente incidental y difuso de su control, de cara a la nueva Constitución de 1920, Kelsen
propuso la creación de un Tribunal Constitucional, cuya función había de ser velar por la coherencia y
constitucionalidad de todo el ordenamiento normativo de la Constitución para abajo, para lo cual tendría la facultad
de anular las leyes contraria a la Constitución. De esta forma se convierten en supremos garantes e intérpretes de la
constitución, función, que como es evidente, poco tiene que ver con la de un Tribunal supremo europeo continental
ordinario.

3. CARACTERÌSTICAS
Citando al tratadista Javier Pérez Royo, Monroy Cabra 17 sostiene que las características de los tribunales
constitucionales son las siguientes:
16
PEREIRA MENAUT, Antonio Carlos. Ob. Cit. p283.
17
MONROY CABRA, Marco Gerardo. “Necesidad e importancia de los Tribunales Constitucionales”. Ob. Cit. p19
133
1. Como un órgano único, en el que se concentra la interpretación definitivamente vinculante de la Constitución.
2. Como un órgano jurisdiccional, aunque no integrado en el Poder Judicial.
“El hecho de ser un Tribunal que actúa a instancia de parte y que obtiene información, la procesa y la traduce
en una sentencia, como lo hacen los Tribunales de Justicia, se adecua muy bien a su naturaleza defensiva”.
3. Su composición tiende a reflejar el compromiso entre la mayoría y la minoría que presidió la aprobación de la
Constitución.
4. Su competencia básica consiste en el control de constitucionalidad de la ley y, por tanto, en imponer a la
mayoría parlamentaria que la aprueba el respeto del pacto constituyente.
5. Sus competencias adicionales van en la misma dirección: protección de los derechos fundamentales, esto es,
defensa del individuo y de la sociedad frente al Estado; protección de la distribución territorial del poder y por
tanto de la existencia de minorías territoriales; protección de la división de poderes, esto es, protección de la
sociedad frente a la concentración indebida de poder en uno de los órganos del Estado.

4. ESTATUS DEL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL


Al respecto haremos alusión al comentario de César Landa 18 quien señala lo siguiente, el Tribunal Constitucional
puede ser entendido no sólo como un órgano constitucional, sino también como un órgano jurisdiccional e,
inclusive, como un órgano político.

a. El Tribunal Constitucional como órgano constitucional


Los órganos constitucionales se caracterizan porque reciben del propio constituyente, en la Constitución todos los
atributos esenciales de su condición y posición en el sistema constitucional. No se trata, por consiguiente, de una
simple mención aislada de sus funciones y competencias, sino que el mismo texto constitucional establece su
composición, su estructura, los mecanismos de elección de sus miembros, entre otros. ES importante precisar que,
sin perjuicio de lo anterior, el legislador tiene la posibilidad de completar, a través de las leyes orgánicas, los
elementos no esenciales o complementarios de los órganos constitucionales.

En el caso peruano, la Constitución de 1993 reconoce al Tribunal Constitucional como un órgano constitucional
encargado del control de la Constitución (art. 201), al mismo tiempo que le confiere autonomía e independencia y
establece su composición, el estatuto de sus miembros y el procedimiento para su elección. Adicionalmente,
convierte al Tribunal Constitucional en una instancia de fallo que resuelve en última y definitiva instancia las
resoluciones denegatorias del Poder Judicial en materia de habeas corpus, amparo, habeas data y proceso de
cumplimiento (art. 202, inciso 2); y lo faculta para declarar, en instancia única, la inconstitucionalidad de normas
con rango de ley (art. 202, inciso 1) y para resolver los conflictos de competencias o, de atribuciones asignadas
directamente por la Constitución, conforme a ley (art. 202, inciso 3).

Aun puede sumarse a esta relación lo establecido por el artículo 204 de la Constitución de 1993, en que se establece
que “(l) a sentencia del Tribunal que declara la inconstitucionalidad de una norma se publica en el diario oficial.
Al día siguiente de la publicación, dicha norma queda sin efecto. No tiene efecto retroactivo la sentencia del
Tribunal que declara inconstitucional, en todo o en parte, una norma legal”. Con lo cual una sentencia del Tribunal
Constitucional deja sin validez una norma legal del Congreso, del Poder Ejecutivo, y de los gobiernos locales y
regionales.

b. El Tribunal Constitucional como órgano jurisdiccional


El Tribunal Constitucional en una instancia de fallo, la propia Constitución le atribuye competencia para conocer, en
instancia única, los procesos de inconstitucionalidad y los conflictos de competencia; y, para conocer, en última y
definitiva instancia, las resoluciones judiciales denegatorias de los procesos constitucionales de habeas corpus,
amparo, habeas data y cumplimiento.

De ahí que, el hecho de que la Constitución peruana no comprendiera al Tribunal Constitucional como un órgano
del Poder Judicial, no le priva de su carácter de órgano jurisdiccional; por el contrario, el Tribunal Constitucional
asume la función de impartir justicia constitucional, puesto que le ha sido atribuida no sólo la función constitucional
de velar por el cumplimiento del principio jurídico de supremacía de la Constitución, sino también velar por la
vigencia y eficacia de los derechos fundamentales (artículo 2º del Código Procesal Constitucional).

En tanto órgano jurisdiccional, el Tribunal Constitucional asume un activo control de constitucionalidad, no sólo
como legislador negativo, sino también como un auténtico promotor del respeto de los derechos fundamentales,
precisando el contenido y límite de las disposiciones de la Constitución a través de la interpretación jurídica y de la
18
LANDA ARROYO, César. “Autonomía procesal del Tribunal Constitucional. En: “La Ciencia del Derecho Procesal
Constitucional. Estudios en Homenaje a Héctor Fix Zamudio en sus cincuenta años”. Tomo II. FERRER MAC-GREGOR,
Eduardo. Coord. UNAM. México. 2008. pp239-242.
134
teoría de la argumentación. Dicha constatación permite sostener que el modelo de la justicia constitucional
kelseniano puro y simple ha sido superado, en la medida que en el texto Constitucional no sólo existen derechos
fundamentales, sino también principios constitucionales y valores superiores, que el Tribunal Constitucional tiene
como misión esencial tutelar y a veces antes desentrañar.

c. El Tribunal Constitucional como órgano político


Cuando se refiere a la naturaleza política del Tribunal Constitucional, en definitiva, no se alude al sentido tradicional
del término, como puede ser el de “hacer política”; sino el de “hacer derecho”. Por eso, antes bien, se trata de una
concepción que nace a partir de su reconocimiento —en última instancia— como vocero del poder constituyente, en
la medida que es el intérprete supremo de la Constitución. Esta concepción, a su vez, se encuentra determinada tanto
por sus decisiones, que pueden tener efectos políticos, como por la posibilidad de someter a control constitucional
las denominadas cuestiones políticas.

Si bien la tensión entre política y derecho —es decir, entre la ley del Congreso y la sentencia del Tribunal
Constitucional— es un conflicto universal y permanente, es posible afirmar que el rol jurídico-político del Tribunal
Constitucional cobra mayor relevancia cuando acuden a esta instancia personas naturales o jurídicas con problemas
económico sociales que no son resueltos por el mercado, que afectan el rol social del Estado, o cuando existe bajo
consenso político entre la oposición con el gobierno al expedir una ley; generándose la influencia de los poderes
privados y fácticos en la esfera de decisión judicial.

En tal sentido, se debe tener en cuenta que en países con una tradición desintegrada e inestable, como el Perú, donde
la realidad política es conflictiva, el Tribunal Constitucional que resuelve en forma jurídica conflictos de contenido
siempre político, no puede hacerse la ilusión de estar situado, ante la opinión pública, por encima de contiendas que
él mismo ha de juzgar, sino que las modernas técnicas de la interpretación y argumentación constitucional pueden
generar consensos conjugando la ratio y la emotio que toda Constitución representa.

5. FUNCIONES:
La misión principal de los tribunales constitucionales es la defensa de la Constitución. En su famoso ensayo de 1928
sobre la jurisdicción constitucional, Kelsen expresó: “Una constitución a la que le falta la garantía de anulabilidad
de los actos inconstitucionales no es plenamente obligatoria en su sentido técnico”. Y agregó: “Una constitución en
la que los actos inconstitucionales y en particular las leyes inconstitucionales se mantienen válidos —no pudiéndose
anular su inconstitucionalidad— equivale más o menos, desde el punto de vista estrictamente jurídico, a un deseo
sin fuerza obligatoria”. A esta aseveración hay que agregar que tal garantía no existe sino cuando la declaratoria de
inconstitucionalidad corresponde a un órgano completamente diferente e independiente de aquel que produjo la
norma inconstitucional19.

De las funciones que Kelsen atribuye a la jurisdicción constitucional, dos son las más importantes: la primera, por
la cual se justifican los tribunales constitucionales, es el examen de constitucionalidad de las leyes entendidas en
sentido amplio (función de la legislación negativa); la segunda, no esencial, es arbitrar conf1ictos entre los diversos
órganos del estado, sobretodo, pero no exclusivamente, en sistemas federales, en los o cuales no hay una relación
jerárquica entre los diversos estados miembros ni entre ellos y la federación, por lo que para resolver los inevitables
conflictos se hace necesario un órgano que actúe como tercero imparcial.

A ellas se pueden añadir como funciones menores más accidentales, el control de ciertos actos concretos del Jefe del
Estado o del Ejecutivo (para que por razones de prestigio, no tengan que someterse al control de los jueces
ordinarios), y algunas funciones de alta corte de justicia política (cuando se tratase de juzgar a los ministros). Como
se ve, Kelsen no incluía la protección de derechos o libertades, la fiscalización de las operaciones electorales ni otros
cometidos que después han venido a ejercer los diferentes tribunales constitucionales.
Respecto de su composición -precisamente por su naturaleza legislativa-, los miembros no tienen que ser jueces, y
deben ser nombrados, al menos en buena parte, por el Parlamento de cuya potestad emana y participa la jurisdicción
constitucional; de esa manera además se respeta la letra de la separación de poderes. Además, no hay que olvidar
que estos tribunales no actúan por iniciativa propia ni tienen facultades de libre creación legislativa, sino de simple
anulación de aquellas leyes que le sean sometidas a revisión20.

6. LEGITIMIDAD DEL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL:

Como hemos visto anteriormente el poder que ostenta el TC en tanto que se instituye como un poder con capacidad
de cuestionar la misma legitimidad democrática de los poderes constituidos del Estado, requiere de un ejercicio
independiente pues no debe estar sometido absolutamente a los dictados de alguno de los poderes del Estado, debe
19
MONROY CABRA, Marco Gerardo. “Necesidad e importancia de los Tribunales Constitucionales”. Ob. Cit. p25.
20
PEREIRA MENAUT, Antonio Carlos. “Lecciones de Teoría Constitucional”. Colex. Madrid. 1997. p290.
135
tener capacidad de creación, discreción y decisión y sobre todo precisa de una sólida legitimación, arraigada en los
fundamentos más profundos sobre los que se asienta la propia democracia.

Ahora bien, este último aspecto trata del denominado “CARÁCTER CONTRAMAYORITARIO” del Tribunal
Constitucional, expresión que supone que cuando los magistrados del Tribunal Constitucional, ejercen el control de
la constitucionalidad se rompe con el principio central del ideario democrático, pues las decisiones políticas -las que
controlan a las leyes y a los actos y normas del Ejecutivo y el Legislativo- deben ser adoptadas por consenso popular
a través de órganos diseñados para constituirlo mediante la representación política y no mediante la decisión de los
magistrados constitucionales, que no poseen sino de modo reflejo o indirecto cierta legitimidad democrática. Puede
afirmarse según Álvarez21 que se produce una mutación del paradigma de la toma de decisiones, pasándose de uno
“democrático” a otro “elitista”, el cual se corporiza en una minoría que toman decisiones que solamente
corresponderían al pueblo y a sus representantes elegidos por sufragio.

Los defensores de esta perspectiva han afirmado, que las instituciones de tipo contramayoritario carecen de una
legitimidad política precisamente por que su función es la de servir de contra peso a aquellas instituciones que
obtienen su fuente de legitimación a través del voto. La fuente de legitimación es, en este caso, una de tipo técnica o
funcional. La supervivencia de dichas instituciones, su legitimación, su credibilidad, el grado de aceptación social de
las decisiones que estas adoptan están en función directa de la calidad argumentativa de las mismas.

La potestad que ostenta el TC de controlar la constitucionalidad de las normas no es en sí misma democrática, pero
ella no se desvincula totalmente del consenso popular que hace a la esencia del sistema. En efecto, la Constitución,
como producto de un proceso político de ratificación, actuaría de esta forma como una suerte de médium entre
ambos. Por tanto, al ser el TC, obra del poder constituyente, se caracteriza porque recibe de la propia Constitución
todos los atributos esenciales de su condición y posición en el sistema constitucional, es en el mismo texto
constitucional que se establece su composición, su estructura, los mecanismos de elección de sus miembros, entre
otros.

Otro de los aspectos vinculados a la legitimidad del TC es el referido a la elección de sus miembros. Álvarez
Miranda22 señala que el status de legitimidad del Tribunal Constitucional sólo es posible de obtener, a partir de que
los jueces constitucionales asuman una postura equilibrada: de defensa de la división del poder a través de la
corrección funcional de las mayorías y minorías, de la integración de las demandas de la sociedad y de los poderes
de la autoridad, del respeto de la autonomía del poder político.

El TC, en la medida que asume una responsabilidad muy alta, debe buscar magistrados constitucionales capaces de
representar también el PRINCIPIO DE LEGITIMIDAD DEMOCRÁTICA. En una democracia representativa todo
poder se ejerce en nombre del pueblo directamente o indirectamente y retorna a él en forma de leyes, resoluciones o
decretos.23

Se desglosa entonces que la elección de los magistrados que integran el TC, es un tema cardinal pues tal y como se
ha afirmado anteriormente este órgano del Estado no posee una legitimación democrática directa. Sus magistrados
se adscriben al sistema democrático a través de su nombramiento el cual se realiza por personas que, por su parte, si
están democráticamente legitimadas por elección o nombramiento directo como sucede en nuestro país, ya que es el
Congreso, quien determina quienes integraran el Tribunal. Esta legitimación democrática conferida por terceros es
equivalente a la legitimación democrática que se obtiene por elección directa.

7. LÍMITES A LA AUTONOMIA PROCESAL DEL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL

César Landa24 afirma que si bien la denominada “AUTONOMÍA PROCESAL” le confiere al Tribunal
Constitucional un importante grado de libertad al momento de definir su derecho procesal, se debe tener presente
que toda libertad —que no es autarquía— debe ser ejercida en el marco de ciertos límites que garanticen su
legitimidad.

21
Cfr. ÁLVAREZ ÁLVAREZ, Fernando. “Legitimidad democrática y control judicial de constitucionalidad”. En: Revista Dikaion,
Nº 12, 2003, pp. 4-5
22
ÁLVAREZ MIRANDA, Ernesto. “La elección del juez constitucional”.
En: http://www.tc.gob.pe/articulos_dr_alvarez/EAMyCCC.pdf
23
LANDA ARROYO, César. “La elección del juez constitucional”. Ob. Cit. p. 8.
24
Cfr. LANDA ARROYO, César. “Autonomía procesal del Tribunal Constitucional. Ob. Cit. pp263-268.
136
El mismo tratadista indica que, los límites pueden ser de dos tipos: formales y materiales. Los límites formales están
establecidos en el derecho objetivo, es decir, en las normas jurídicas; mientras que los límites materiales se expresan
en la jurisprudencia constitucional en la medida que desarrolla los vacíos procesales de las normas. Por tanto, es
posible afirmar que prima facie los límites materiales se encuentran en función de los límites formales.

A continuación, desarrollaremos los principales límites:

1. Límites formales

A. La Constitución y las leyes


Si bien la autonomía procesal le permite al Tribunal Constitucional integrar los vacíos o deficiencias que presenta la
normatividad que regula los procesos constitucionales, dicha autonomía no supone ampliar las competencias que le
han sido constitucional y legalmente conferidas reformándolas o contradiciéndolas, por cuanto ello es tarea soberana
del legislador.

Este límite ha sido concebido como una manifestación del principio de separación de poderes, toda vez que el
Tribunal no podrá interferir, en el ejercicio de su autonomía procesal, en la esfera de competencias de otro órgano o
poder del Estado, en particular del Poder Legislativo, lo cual “... le obliga, en el ejercicio de su función
jurisdiccional, a una auto- contención también en el campo procesal, equiparable a la que ha de practicar respecto
a las cualidades constitucionales materiales”.

En consecuencia, el Tribunal Constitucional no podrá apartarse de aquellas normas constitucionales y legales en que
se han establecido los principios fundamentales de los procesos constitucionales, pero sí interpretarlas e integrarlas
de ser necesario, como son el artículo 200 de la Constitución, el Código Procesal Constitucional —Ley 28237— y la
Ley Orgánica del Tribunal Constitucional —Ley 28301—.

B. Los tratados internacionales


Los tratados expresan un acuerdo de voluntades entre sujetos de derecho internacional, y han sido reconocidos como
fuentes normativas porque la Constitución así lo dispone: “[l]os tratados celebrados por el Estado y en vigor forman
parte del derecho nacional” (artículo 55 de la Constitución). Sin embargo, en materia de derecho humanos, la
Constitución establece un tratamiento diferenciado a través de su cuarta disposición final y transitoria: “Las normas
relativas a los derechos y a las libertades que la Constitución reconoce se interpretan de conformidad con la
Declaración Universal de Derechos Humanos y con los tratados y acuerdos internacionales sobre las mismas
materias ratificados por el Perú”.

Como puede apreciarse, la Constitución reconoce que los tratados de derechos humanos sirven para interpretar
derechos y libertades que han sido reconocidos constitucionalmente. En tal medida, los tratados internacionales
constituyen también una fuente del derecho procesal constitucional, principalmente, en tanto reconocen el derecho a
un “recurso efectivo” frente a las violaciones de derechos humanos. Así, el artículo 25, inciso 1, de la Convención
Americana sobre Derechos Humanos establece que:

“Toda persona tiene derecho a un recurso sencillo y rápido o a cualquier otro recurso efectivo ante los jueces o
tribunales competentes, que la ampare contra actos que violen sus derechos fundamentales reconocidos por la
Constitución, la ley o la presente Convención, aun cuando tal violación sea cometida por personas que actúen en el
ejercicio de sus funciones oficiales.”

Al respecto, la exigencia de interpretar las normas que reconocen, regula o limitan derechos fundamentales, de
conformidad con los tratados suscritos por el Perú en materia de derechos humanos, deriva no sólo de la cuarta
disposición final y transitoria de la Constitución, sino también del hecho que los tratados, una vez ratificados por el
Estado peruano, forman parte del derecho nacional.

En consecuencia, en ejercicio de su autonomía procesal, el Tribunal Constitucional no está facultado para limitar o
restringir el alcance que los tratados internacionales reconocen a los procesos constitucionales, sino, por el contrario,
para cumplirlos y desarrollarlos en caso de vacío o deficiencia de sus disposiciones y resoluciones. En particular, las
decisiones adoptadas por los tribunales internacionales sobre derechos humanos, como el de acceder a un recurso
sencillo y rápido para la tutela de derechos fundamentales, constituyen también un parámetro de interpretación que
deberá observar el Tribunal Constitucional en el ejercicio de su labor jurisdiccional.

C. La vigencia efectiva de los derechos fundamentales y la primacía de la Constitución: artículo II del título
preliminar del Código Procesal Constitucional
El ejercicio de la autonomía procesal por parte del Tribunal Constitucional no puede desarrollarse al margen de los
fines constitucionales que este órgano está llamado a garantizar. Por eso, y en aras de dar cumplimiento a lo
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dispuesto en el artículo II del título preliminar del Código Procesal Constitucional, el Tribunal Constitucional está
llamado a garantizar que la vigencia efectiva de los derechos fundamentales y la primacía de la Constitución no
cedan ante la ausencia o la deficiencia de normas procesales.

Es así como el sustento de la institución opera también como un límite a la misma; puesto que el Tribunal
Constitucional está obligado a expresar las razones que justifican, en el marco de un caso concreto, la necesidad de
recurrir al principio de autonomía procesal; con lo cual debería poner en evidencia los valores y principios
constitucionales que orientan y legitiman su labor. Así, el Tribunal Constitucional ha señalado: “[e]ste «sacrificio de
las formas procesales”, sólo puede encontrar respaldo en una única razón: la tutela de los derechos, por lo que toda
práctica procesal que se apoye en este andamiaje teórico para atropellar los derechos o para disminuir su cobertura
debe ser rechazado como un poder peligroso en manos de los jueces”.

2. Límites materiales

A. El principio de subsidiariedad
Sobre este principio, cabe señalar que en caso de detectar lagunas procesales legales, el Tribunal Constitucional
puede integrarlas empleando para ello determinadas instituciones procesales, sin que ello implique, evidentemente,
trasladar dichas instituciones mecánicamente.

Tal es el caso de la resolución de admisibilidad recaída en el expediente 020-2005-AI, del 8 de agosto de 2005, en
que el Tribunal Constitucional reconoció la figura del litisconsorte facultativo, señalando además, que la gama de
instituciones procesales aplicables a los procesos constitucionales puede ser bastante amplia, por ejemplo, en lo
referido a plazos, notificaciones, acumulación y separación de demandas, admisibilidad de demandas subsidiarias y
condicionales, procedimiento de determinación de costas, capacidad procesal, consecuencias de la muerte del
demandante, retroacción de las actuaciones; y demás situaciones que, “... no habiendo sido previstas por el
legislador, podrían ser el indicio claro de la intención del mismo de dejar ciertas cuestiones para que el Tribunal
mismo las regule a través de su praxis jurisprudencial, bajo la forma de principios y reglas como parte de un
pronunciamiento judicial en un caso concreto”.

B. Los principios de razonabilidad y proporcionalidad


En el Estado constitucional de derecho, los principios de razonabilidad y proporcionalidad, previstos en el artículo
200 de la Constitución, son aplicables a todo el ordenamiento constitucional y, por ende, limitan también la
autonomía procesal del Tribunal Constitucional.

Dichos principios exigen que la configuración autónoma del proceso se justifique plenamente en los fines que el
Tribunal Constitucional persigue garantizar; y presuponen, por parte de dicho órgano constitucional, la necesidad de
evaluar: a) si la aplicación del principio de autonomía procesal es idónea para conseguir el fin constitucional que se
pretende con tal medida, b) si existe una auténtica necesidad de aplicar dicho principio, y c) si el grado de libertad
que asume el Tribunal Constitucional en la configuración de su derecho procesal es proporcional con los fines que
se persigue alcanzar.

C. El principio de interdicción de la arbitrariedad


Si bien la Constitución no ha establecido expresamente este principio, bien puede desprenderse de su artículo 45,
que señala lo siguiente: “[e]l poder del Estado emana del pueblo. Quienes lo ejercen lo hacen con las limitaciones y
responsabilidades que la Constitución y las leyes establecen”.

Asimismo, ha sido reconocido en la jurisprudencia del Tribunal Constitucional, en el sentido de proscribir los
excesos de poder por parte de los órganos del Estado, que deben actuar legítimamente en el marco de las
atribuciones que les han sido constitucional y legalmente conferidas. Así, ha señalado que dicho principio tiene un
doble significado: a) En un sentido clásico y genérico, la arbitrariedad aparece como el reverso de la justicia y el
derecho. b) En un sentido moderno y concreto, la arbitrariedad aparece como lo carente de fundamentación objetiva;
como lo incongruente y contradictorio con la realidad que ha de servir de base a toda decisión.

En consecuencia, en ejercicio de su autonomía procesal, el Tribunal Constitucional debe ejercer una labor acorde
con los fines de los procesos constitucionales, cuidando de motivar adecuadamente sus resoluciones y procurando
que éstas sirvan como referente para los futuros procesos que deberá resolver.

Son éstos los principales límites que, a nuestro juicio, debe respetar el Tribunal Constitucional en el ejercicio de su
autonomía procesal.

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8. IMPORTANCIA

La existencia de jurisdicción constitucional, que incluye tribunales o cortes especializados, incluso salas
generalmente calificadas de constitucionales, a pesar de sus problemas y debilidades, es hasta nuestros días el mejor
sistema que se ha creado para asegurar la supremacía de la Ley Fundamental como norma decidida por el poder
constituyente, para impedir que los poderes constituidos rebasen la competencia y atribuciones que expresamente les
señala la propia Constitución, y para la protección real de los derechos humanos. En otras palabras, es la mejor
defensa del orden constitucional25.

El Tribunal Constitucional, sin importar la denominación que reciba, es el instrumento de la jurisdicción creado para
conocer y decidir en última instancia sobre los conflictos de interpretación de la Ley Fundamental a través de las
garantías constitucional-procesales. El Tribunal goza de jerarquía superior respecto a los órganos constituidos
secundarios y debe tener asegurada su independencia para que realmente defienda a la Constitución26.

La importancia de los Tribunales Constitucionales se fundamenta en las funciones que cumplen en orden a preservar
el equilibrio de poderes y sus atribuciones, proteger los derechos fundamentales y garantizar la supremacía de la
Constitución. Se trata de órganos límites en materia constitucional y por eso la interpretación que hagan de las
normas constitucionales se considera integrada a la Constitución y constituye el precedente que deben seguir los
mismos tribunales y que se impone a los jueces en la aplicación de las normas 27.

LECTURA OBLIGATORIA:
 CASTAÑO ZULUAGA, Luis. “En defensa de la justicia constitucional”. Revista Opinión Jurídica, Universidad
de Medellín, Vol. 6, N° 12, pp. 61-81.
En: https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/4851869.pdf

LECTURAS SUGERIDAS:
 BAZAN, Víctor. “Algunos problemas y desafíos actuales de la jurisdicción en Ibero América”. En:
http://www.juridicas.unam.mx/publica/librev/rev/dconstla/cont/20071/pr/pr4.pdf
 En: http://www.scjn.gob.mx/2010/transparencia/Documents/Becarios/Becarios_029.pdf
 LANDA ARROYO, César. “Evaluación de la jurisdicción constitucional”. Tribunal Constitucional y Estado
Democrático. Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Lima 1999. p. 221-242. En:
http://www.bibliojuridica.org/libros/1/312/12.pdf
 MONROY CABRA, Gerardo. Necesidad e importancia de los tribunales constitucionales en un Estado social de
Derecho. En: http://www.juridicas.unam.mx/publica/librev/rev/dconstla/cont/20041/pr/pr3.pdf
 NOGUEIRA ALCALÁ, Humberto. “Tendencias de la jurisdicción y los Tribunales Constitucionales de América
del Sur en la alborada del siglo XXI”. En:
http://congreso.us.es/cidc/Ponencias/justicia/HUMBERTOnogueira.pdf

25
CARPIZO, Jorge. “El Tribunal Constitucional y sus límites”. Editorial Grijley. Lima. 2009. p17.
26
CARPIZO, Jorge. Ob. Cit. p19
27
MONROY CABRA, Marco Gerardo. “Necesidad e importancia de los Tribunales Constitucionales”. Ob. Cit. p28.
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