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“Los hijos de los profetas dijeron a Eliseo: He aquí, el
lugar en que moramos contigo nos es estrecho. Vamos
ahora al Jordán, y tomemos de allí cada uno una viga, y
hagamos allí lugar en que habitemos” (2 Rey 6:1-2)
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Luego de haber ingresado a la tierra de Canaán, y haberse dividido las tierras para cada una de
las tribus, los israelitas “No destruyeron a los pueblos que Jehová les dijo; al contrario, se
mezclaron con las naciones, aprendieron sus obras y sirvieron a sus ídolos, los cuales fueron
causa de su ruina” (Sal 106:34-36). De manera que los pueblos vecinos comenzaron a influenciar
sobre Israel, causando incredulidad y descuido de las instrucciones dadas por el Señor. Muchas
de las prácticas de dichas naciones estaban en oposición abierta a las leyes de Dios. Los padres y
las madres israelitas llegaron a ser indiferentes a su obligación hacia Dios y hacia sus hijos. Y a
causa de la infidelidad observada en el hogar, y las influencias idólatras del exterior, muchos
jóvenes hebreos recibieron una educación que difería grandemente de la que Dios había ideado
para ellos, y siguieron los caminos de los paganos.
Estas escuelas tenían por objetivo servir como barrera contra la corrupción que se propagaba
por todas partes, atender al bienestar mental y espiritual de la juventud, y estimular la
prosperidad de la nación, proveyéndola de jóvenes entendidos en la voluntad de Dios. A cada
uno de estos estudiantes se les denominó: “Hijos de los profetas” (2 Re 2:3-5). Los maestros no
solo eran versados en la verdad divina, sino que habían gozado de la comunión con Dios, y
habían recibido el don especial de su Espíritu. Gozaban del respeto y la confianza del pueblo,
tanto por su conocimiento como por su piedad.
Los alumnos de estas escuelas se sostenían cultivando la tierra, o realizando algún otro trabajo
manual. En Israel no se consideraba algo extraordinario o degradante el trabajo; al contrario, se
consideraba pecado permitir que los niños crecieran sin saber hacer trabajos útiles. Todo joven,
ya fuera de padres ricos o pobres, aprendía un oficio. Aunque debía educarse para desempeñar
un oficio sagrado, se consideraba que el conocimiento de la vida práctica era un requisito
esencial para prestar la mayor utilidad posible. Muchos de los maestros se mantenían también
por medio del trabajo manual.
Los principios enseñados en las escuelas de los profetas eran los mismos que modelaron el
carácter y la vida de David, la Palabra de Dios fue su maestro. “De tus mandamientos—dijo él—
he adquirido inteligencia…Mi corazón incliné a cumplir tus estatutos” (Sal 119:104, 112). Eso
indujo a Dios a decir de David, cuando lo llamó para ocupar el trono, era “varón conforme a mi
corazón” (1 Sa 13:14).
Más adelante, en los primeros tiempos de la vida de Salomón se ven también los resultados del
método educativo de Dios. Este rey tomó en su juventud la misma decisión que David. Antes
que cualquier bien terrenal, pidió a Dios un corazón sabio y entendido. Y el Señor no solo le dio
lo que le pedía, sino lo que no había pedido: riquezas y honores. El poder de su inteligencia, la
amplitud de su conocimiento y la gloria de su reinado se hicieron famosos en todo el mundo.
Durante los reinados de David y Salomón, Israel llegó al apogeo de su grandeza. Se cumplió la
promesa dada a Abraham y repetida por medio de Moisés: “Porque si guardáis cuidadosamente
todos estos mandamientos que yo os prescribo para que los cumpláis, y si amáis a Jehová,
vuestro Dios, andando en todos sus caminos y siguiéndolo a él, Jehová también echará de
vuestra presencia a todas estas naciones, y desposeeréis a naciones grandes y más poderosas
que vosotros. Todo lugar que pise la planta de vuestro pie será vuestro: desde el desierto hasta el
Líbano, desde el río Éufrates hasta el mar occidental será vuestro territorio. Nadie se sostendrá
delante de vosotros” (Dt 11:22-25)
Aunque más tarde se arrepintió, su arrepentimiento no impidió que diera fruto el mal que había
sembrado. La disciplina y la educación que Dios había señalado a Israel que tendían a
diferenciarlos y que debió haberlas considerado como privilegio y bendición especial no fueron
aceptadas por Salomón, al contrario, trató de cambiar la sencillez y el dominio propio, esenciales
para un desarrollo más elevado, por la pompa y el sensualismo de las naciones paganas. Su
ambición era ser “como [...] todas las naciones” (1 Sa 8:5). Así, la caída de Israel empezó con el
rechazo de los caminos de Dios para adoptar los caminos de los hombres. Así se siguió hasta que
el pueblo judío fue presa de las mismas naciones cuyas costumbres había adoptado.
De manera que, en el periodo de apostasía de Israel, las escuelas de los profetas establecidas
por Samuel habían caído en decadencia. Elías restableció estas escuelas y tomó medidas para
que los jóvenes pudieran educarse en forma que los indujese a magnificar y honrar la Ley. La
Biblia hace referencia a tres de esas escuelas: Gilgal, Betel y Jericó. Precisamente antes que Elías
fuese arrebatado al cielo, visitó con Eliseo estos centros de educación (2 Re 2:1-5). El profeta de
Dios repitió entonces las lecciones que les había dado en visitas anteriores. Instruyó
especialmente a los jóvenes acerca de su alto privilegio de mantenerse lealmente fieles al Dios
del cielo.
En otra de las escuelas establecida en Gilgal, mientras Eliseo se hallaba con los “hijos de los
profetas”, y como había gran hambre dijo a su criado que pusiese una grande olla e hiciera un
potaje para los hijos de los profetas. Y salió uno de los estudiantes y halló una planta como parra
montés, y arrancó varias de esas frutas (calabazas silvestres) hasta llenar su manto y cortándolas
las echó a la olla, porque no sabía lo que era. Y al comer los hijos de los profetas dijeron: “¡Varón
de Dios, hay muerte en esa olla!” (2 Re 4:40) y no lo pudieron comer. Sin embargo, Eliseo pidió
un poco de harina y esparciéndola en la olla dijo: “Da de comer a la gente” (2 Re 4:41) y ya no
hubo más mal en la olla.
Fue en esa misma escuela, cuando un creyente fiel de Baal-salisa oyendo que allí se encontraba
Eliseo, le trajo la ofrenda de las primicias, la cual de acuerdo a la Ley de Moisés correspondía
que se le diera al sacerdote (Nm 18:12, 13). Y ya que los sacerdotes habían sido echados del
reino de Israel-Norte (2 Cr 11:13, 14), y conociendo que Eliseo era profeta de Dios le entregó
“veinte panes de cebada, y trigo nuevo en su espiga” (2 Re 4:42). Al ver esto, el profeta dijo a su
siervo: “Da a la gente para que coman”. Y respondió su sirviente: ¿Cómo he de poner esto
delante de cien hombres? Mas él le replicó: Da a la gente para que coman, porque así ha dicho
Jehová: “Comerán, y sobrará”. Y el milagro aconteció, pues comieron, y sobró, conforme a la
palabra de Jehová (2 Re 2:42-44).
Mientras Eliseo pudo viajar de lugar en lugar por todo el reino de Israel, continuó interesándose
activamente en el fortalecimiento de las escuelas de los profetas. Dondequiera que estuviese,
Dios le acompañaba, inspirándole las palabras que debía hablar y dándole poder de realizar
milagros. En otra ocasión, los hijos de los profetas le dijeron: “He aquí, el lugar en que moramos
contigo nos es estrecho. Vamos ahora al Jordán, y tomemos de allí cada uno una viga, y
hagámonos allí lugar en que habitemos” 2 Reyes 6:1, 2. Y el profeta Eliseo fue con ellos hasta el
Jordán, alentándolos con su presencia y dándoles instrucciones. Y aconteció que uno al derribar
un árbol, se le cayó el hacha en el agua; y dio voces, diciendo: ¡Ah, Señor mío, que era prestada!
Y el varón de Dios dijo: ¿Dónde cayó? Y él le mostró el lugar. Entonces cortó él un palo, y lo echó
allí; e hizo nadar el hierro. Luego Eliseo le dijo al estudiante: Tómalo. Y él extendió la mano y lo
tomó. (2 Re 6:7).