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TEOLOGÍA TRINITARIA
SUMARIO
Por tanto, en el Antiguo Testamento hay ya una base firme para hacer exégesis
trinitaria. Lo haremos mediante el análisis de la revelación del nombre de Dios y de las
figuras de mediación.
El hecho de que sea el nombre revelado por Dios, hace que sea el nombre más
adecuado para llamar al Dios de Israel y el principal de la tradición judeocristiana. La
razón es que este nombre es revelado en continuidad con “El-Elohîm” y “El-
Sadday”, es decir, se revela ligado a la creación del mundo y a la promesa hecha
a Israel por los patriarcas y los profetas. (“El-Elohîm” es el nombre utilizado en el
Génesis para nombrar a Dios en el relato de la Creación. Y “El-Sadday” es el nombre
que Dios da de sí mismo a Abraham, el principal de los patriarcas).
Pero ¿qué expresa este nombre? Veámoslo comentado el pasaje del libro del Éxodo
siguiente:
Dijo Dios a Moisés: “Yo soy el que soy”. Y añadió: “Así dirás a
los israelitas: “Yahveh [=„Yo soy‟], el Dios de vuestros padres,
el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha
enviado a vosotros” (Ex 3,14-15).
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propio (porque Dios está por encima de todo lo que podemos comprender o
decir).
Yahveh es un Dios vivo, porque es el Dios de los padres.
“Yo soy” expresa fidelidad: guarda sus promesas en el pasado y en el futuro,
pese a la infidelidad del pecado de los hombres. Es un Dios fiel, porque es
Verdad y Amor. (Según Ex 34, 5-6, “Yahveh, Yahveh Dios misericordioso y
clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad”).
Asimismo, “Yo soy” expresa que sólo Dios ES. “Dios es la plenitud del ser y de
toda perfección, sin origen y sin fin. Mientras todas las criaturas han recibido de
Él todo su ser y su poseer, Él solo es su ser mismo y es por sí mismo todo lo
que es” (CIC, n. 213).
Además, está manifestando la unicidad de Dios – un solo Dios - y por tanto, la
fe monoteísta de Israel.
Todas estas figuras preparan la plena revelación del Dios Trino que se realiza en el
Nuevo Testamento. De hecho, el Nuevo Testamento y la Tradición se han referido a
estas figuras mediadoras. Sobre todo la Palabra y la Sabiduría han servido para
interpretar la función salvífica de Jesús en términos comprensibles para Israel y
para afirmar la divinidad de Jesús. Asimismo, sólo a la luz de la revelación de Jesús
se puede apreciar el justo sentido de estas prefiguraciones.
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distinguen por sus relaciones de origen, el método expositivo exige que tratemos
primero el origen o procesión; después las relaciones de origen o procesión; luego las
Personas”. Por tanto, la estructura de la reflexión trinitaria tomista se organiza según
un cierto orden que Tomás percibe en la Trinidad: procesiones, relaciones,
personas.
3.2.1. Procesiones
Para Tomás, las procesiones en Dios no son acciones que terminan en el exterior,
como el cambio procede del movimiento o como el efecto procede de la causa. Explica
la procesión anunciada en la Escritura (Jn 8,42: “Yo procedí de Dios”) como una
acción ad intra, que termina en sí mismo. Por tanto, entiende procesión como
procesión interna, al modo como la acción del entendimiento permanece en el
mismo que entiende. La acción de Dios ad intra es operación intelectual, por tanto
inmanente a Dios mismo y conservando siempre la misma naturaleza (q. 27, a. 1, c.).
Como sabemos que las operaciones intelectuales pueden ser del entendimiento o de
la voluntad, distinguimos dos procesiones en Dios (q. 27, a. 4, c.): la generación
(procesión intelectual, del Verbo, que concluye en lo generado por su semejanza) y
otra procesión que no es generación y que llamaremos espiración (procesión volitiva,
del Espíritu, que se pone en acto no por razón de semejanza, sino más bien como
tensión, impulso o movimiento de amor).
El Hijo procede, así, del Padre por generación intelectual, según una procesión eterna,
no temporal. De la misma manera, esa misma relación de amor paterno-filial suscita la
procedencia, eterna también, como el Padre y el Hijo, de la tensión misma de amor, el
Espíritu.
3.2.2. Relaciones
Tomás procede de las procesiones a la teoría de las relaciones (q. 28). El concepto de
relación es decisivo para entender la multiplicidad en Dios sin multiplicar la esencia
divina ni reducir a las personas a puros nombres. Las relaciones intradivinas brotan
de las procesiones ad intra porque cuando algo procede de un principio de su misma
naturaleza, entonces, en virtud de esa procedencia, el principio y lo procedido
mantienen una relación real, dada por la procedencia.
En la perfecta identidad entre esencia divina y cada una de las relaciones subsistentes
cabe hacer una distinción de razón llamada virtual o menor: la distinción entre la
esencia divina y la esencia divina subsistiendo en el Padre o en el Hijo o en el Espíritu
Santo.
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3.3.3. Personas
Estas relaciones son las que permiten llegar al término persona (q. 29). Tomás
considera que ser persona es la más alta perfección creada y que Dios no puede
carecer de ellas. Tomás hace coincidir el concepto de persona con el de relatio
subsistens. Lo nuclear de la persona es un ser-hacia (ese ad) substancial (q. 29, a.
4): el Padre es la paternidad. El Padre es Persona divina porque es relación en cuanto
esa relación es una subsistencia. Cuando decimos Padre nos estamos refiriendo a la
subsistencia de la relación paternidad. De la misma forma podemos hablar de Hijo
como Persona subsistente según la subsistencia de la relación de filiación y de
Espíritu Santo como Persona subsistente según la subsistencia de la relación de
espiración pasiva.
Tomás retoma la definición de Boecio de persona (q. 29, a.1: Naturae rationalis
individua substantia, substancia individual de naturaleza racional), indicando el ser
perfectamente intelectual de Dios por una parte y, por otra, la unicidad del ser de Dios
subyaciendo en las tres divinas Personas individuales, a las que llama hipóstasis
(hypo-stare).
Por tanto, las Personas se caracterizan por las relaciones de origen. La Persona
no es otra cosa que la perfecta referencia al otro en acto eterno. Sin embargo, Tomás
da un primado a lo personal en cuanto personas consistentes que son principios de
acción, consistencia que se explica desde la relación. Las personas son los sujetos
de las acciones.
3.2.4. Misiones
Al final del tratado se explican las misiones divinas (q. 43). Aquí Tomás recoge la
tradición de San Agustín (De Trinitate). Para Agustín, las misiones divinas son la
manifestación de la Trinidad en la historia de la salvación. Esta manifestación, que
puede suscitar la idea de una subordinación en el seno de la Trinidad, no implica tal
subordinación o inferioridad de una persona divina frente a las otras. Más bien, las
misiones indican un orden de origen en Dios, según el cual el Hijo tiene un origen
en el Padre y no viceversa (Mitti est cognosci quod ab alio sit: ser enviado es conocer
que viene de otro). Este orden intradivino es el que se ha manifestado en la economía
salvífica: el Hijo eternamente generado ha sido enviado y se ha manifestado en el
tiempo como expresión de esa generación eterna intradivina. Tomás explica, con
Agustín, que las misiones son las mismas procesiones intradivinas eternas en su
manifestación temporal. Por eso el Hijo y el Espíritu Santo son enviados de modo
visible (Encarnación y Pentecostés) y de modo invisible (por la justificación y la vida
en el corazón del fiel).
Este envío (revelación positiva, descendente, de Dios) nos permite conocer las
personas divinas y esto es necesario para la salvación (q. 32). Por medio de las
misiones, la historia conoce de modo amoroso y casi experimental la misma vida
intradivina para que por medio de este conocimiento y disfrute (frui) seamos
conducidos a la salvación.
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Cristo y la Trinidad son dos aspectos del único misterio cristiano que se deben
considerar conjuntamente. Están implicados el uno en el otro y no se pueden entender
el uno sin el otro. Para comprender la revelación en la Encarnación, en la Cruz o en la
Resurrección hay que apelar a la Trinidad. Al revés, no se puede pronunciar la palabra
Trinidad si el Hijo enviado por el Padre, muerto y resucitado, no lo hubiera
comunicado. El misterio de Jesucristo es la única vía de acceso a la Trinidad y
cualquier otra vía al margen del misterio de Cristo obstaculiza el camino y, en el mejor
de los casos, sólo tienen sentido a la luz de Jesucristo.
1. Dichos de Jesús que se refieren a Dios como “el Padre” (Mc 13,32; Mt 18,19;
Lc 9,26). Otros usan la expresión “vuestro Padre” (Mt 5,48; Mc 11,25; Lc
12,32). Otros dicen “Padre mío” (Mc 8,38; Mt 11,27; Lc 2,49; 22,29; 24,49).
2. Dichos con la invocación a Dios como Padre en la oración (Mc 14,36; Mt 6,9;
11,25-26; Lc 23,34-36).
El término arameo Abbá es usado por Jesús y supone una excepcional conciencia
filial que carece de equivalente en usos religiosos anteriores. El Padre es el eje de la
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vida de Jesús, lo que se manifiesta en una familiaridad escandalosa en la época. Es
un término de la vida familiar, del ámbito infantil y de uso profano, incluido por Jesús
en su oración al Padre.
Al mostrarnos el carácter paternal de Dios, Jesús nos está mostrando cómo Dios es el
origen absoluto y gratuito de todo ser y de todo bien, que hace posible la
respuesta gratuita del hombre suscitada por el amor que le precede siempre. Es
un amor que nos precede de tal manera que hace posible nuestra conversión.
El primer beneficiario de ese amor ilimitado es Jesús mismo, que conoce los secretos
del Padre y los puede revelar y que a través de sí mismo despierta en los hombres
esta sorpresa por el carácter paterno del amor de Dios. Así se refleja el carácter filial
del amor de Dios. Jesús nos enseña a Dios como amor de Padre y, a través de su
respuesta al Padre, nos muestra el carácter filial del amor de Dios.
La relación de Jesús con el Padre da lugar a una nueva fraternidad entre los
hombres. Jesús invita a sus discípulos a tener una relación propia con el Padre y por
eso Jesús les enseña a rezar el Padrenuestro para que también los discípulos puedan
reconocerse como hijos del Padre y como hermanos entre ellos. Los discípulos
participan de la vida de Jesús y a través de Él participan de la filiación, no como
la de Jesús, sino de una filiación adoptiva. En Rm 8,15 se dice “el Espíritu que nos
hace hijos por adopción nos hace exclamar: ¡Abbá!”.
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3.3.5. El concepto de missio como nexo entre la vida de Jesús y la vida
intratrinitaria
Jesús es el missus, el enviado del Padre, pero no un enviado como los profetas (Mt
21, parábola de los viñadores homicidas: se distingue el envío de los dos empleados y
el envío del Hijo).
Jesús tiene la misión, “ha venido” o “ha sido enviado” para “llamar a los pecadores, no
a los justos”, “dar cumplimiento a la ley, no a abolirla”, “traer fuego a la tierra”, entre
otras. Entre todas estas manifestaciones cabe destacar Mt 20,28: “a servir y a dar su
vida en rescate por muchos”. Por eso se puede decir que Jesús se presenta como
aquel que ha venido a realizar la salvación.
Este “venir” de Jesús es explicado por el evangelista Juan como un venir del seno del
Padre (Jn 1,9; 3,19; 10,10) para la salvación de los hombres (Jn 10,10: “Yo he venido
para que tengan vida y la tengan en abundancia”). En Jn, venir desde Dios es ser
enviado del Padre y en esta condición de enviado fundamenta Jn toda la existencia de
Jesús. Todo ello quiere decir, en particular, que el Hijo siempre ha estado en el Padre.
Por tanto, Jesús hace la voluntad del Padre no como algo accidental ni a lo que esté
obligado, sino como aquello que le da el mismo ser. Jesús busca siempre la
voluntad del Padre (Jn 5,30) porque sin ella no es nada. Para explicarse a sí mismo ha
de remitir a la voluntad de quien le ha enviado, hasta el punto de proclamar que “quien
me ve a mí ve a aquel que me ha enviado” (Jn 12,45).
Jesús ha venido para nuestra salvación, mostrándonos una relación con el Padre
que es nuestra misma vocación. Pero esa vocación Él la realiza perfectísimamente,
por lo que no nos muestra el camino, sino que Él es el camino: “Yo soy el camino y la
verdad y la vida” (Jn 14,6).
Ese tener parte con el Padre que es nuestra propia vocación sólo se realiza teniendo
parte con el enviado, lo que nos convierte a nosotros mismos en enviados del Padre
(Jn 20,21: “Como el Padre me envió, así también yo os envío”). Por eso podemos
decir que somos cooperadores en Jesucristo de la salvación de nuestros
hermanos y de toda la creación.
El Espíritu es del Hijo y del Padre. Jesús vincula estrechamente al Espíritu con su
propia acción (exorcismos, curaciones, promesa del Espíritu). Jesús es el que da el
Espíritu y promete el Paráclito. Pero en los evangelios se ve que el Espíritu no está
sólo en relación al obrar de Jesús porque el Espíritu viene del Padre (Mt 10,20). Jesús
afirma que el Espíritu es suyo (Jn 15,26) y que el Espíritu es del Padre (Jn 14,26). Esto
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hace pensar que el Espíritu no es una pura fuerza divina sino que tiene un rostro
propio. No es una pura función de Jesús o del Padre. Está referido a uno y otro y por
eso presenta un rostro propio hasta el punto de que es sujeto de actos personales.
Juan y Pablo lo definen como “otro Paráclito” (otro intercesor, como así lo es Jesús). El
Espíritu Santo está en el diálogo del Padre y el Hijo, en la unidad de ambos y en su
distinción.
El amor entre el Padre y el Hijo es, por un lado, una perfecta reciprocidad y, por otro
lado, no es excluyente, sino fuente de una comunicación sin límites, desbordante. El
Padre ama al Hijo con un amor original, sin precedentes y este amor al Hijo es fuente
de un amor ante el mundo y los hombres. El amor del Padre al Hijo coincide con la
voluntad del Padre de manifestar a todos los hombres el secreto del Reino para
que participen de este infinito amor. Jesús hace extensivo a todos los hombres este
amor. Empezando por un grupo de discípulos a los que llama amigos y teniendo por
horizonte de su vida la entrega amorosa de sí mismo por todos. Esta voluntad del
Padre de salvar al mundo se traduce en la amistad del Hijo por los hambres.
En la vida divina, intratrinitaria, hay una reciprocidad de amor tan perfecta que es una
persona. El tercero en Dios es la prueba de la sobreabundancia de amor, que es un
rasgo del amor que podemos reconocer en el amor humano: no podemos
experimentar un amor que no sea comunicación y sobreabundancia. Hay que entender
esta unión personal del Espíritu Santo en Dios desde una doble perspectiva (Von
Balthasar):
1. El Espíritu Santo aparece como nexus, el amor recíproco del Padre y del Hijo.
2. El Espíritu Santo es el fruto objetivo que nace de este amor.
San Buenaventura dice que el Espíritu Santo es “don, nexo o caridad de ambos”
(Breviloquium 139). Para ilustrar esto, Von Balthasar aporta la siguiente imagen: si del
acto de amor entre el hombre y la mujer podamos eliminar la temporalidad, en el
abrazo amoroso brotaría inmediatamente el hijo como fruto de ese amor. Esto es el
amor recíproco en su consumación y al mismo tiempo es algo más, porque hay un
resultado que va más allá de los amantes: es una sobreabundancia, un fruto que
pertenece al amor.
Este Espíritu se comunica a los discípulos (Jn 17,21) para que los discípulos sean uno
y sean uno con Jesús. Es principio de unión humana y divina en el cristiano (Jn
14,23). El Espíritu Santo es enviado a la historia y a los hombres para que sean
también hijos y puedan decir: ¡Abbá! (Rm 8,15). Este Espíritu opera en los hombres
sus aspiraciones más profundas, reveladas por Jesucristo y realizadas
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plenamente en Él, y es también el fundamento de la vocación misionera de la
Iglesia.
El papel del Espíritu Santo puede entenderse especialmente como luz intelectual que
nos permite ver el misterio, que nos permite ver al Hijo. San Basilio, en su Tratado
del Espíritu Santo, dice que “la adoración del Espíritu Santo es inseparable del Padre y
del Hijo. Es imposible ver la imagen de Dios invisible si no es por la iluminación del
Espíritu Santo. Quien fija su vista en la imagen es imposible que logre separar de la
imagen la luz, porque lo que es causa del ver con necesidad tiene que verse con las
cosas vistas. Por consiguiente, el resplandor de la gloria de Dios lo contemplamos por
medio de la iluminación del Espíritu”.
Las fórmulas trinitarias son fórmulas del Nuevo Testamento que expresan la unidad
de las tres Personas Divinas. Encontramos fórmulas trinitarias en diversos ámbitos
de los relatos neotestamentarios:
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3.3.7. La Santísima Trinidad en la doctrina de la fe
Durante los primeros siglos, la Iglesia formula más explícitamente su fe trinitaria tanto
para profundizar su propia inteligencia de la fe como para defenderla contra los errores
que la deformaban. Esta fue la obra de los Concilios antiguos (especialmente del
Concilio I de Nicea 325 d.C.; y el I Concilio de Constantinopla, 381 d.C.), ayudados por
el trabajo teológico de los Padres de la Iglesia y sostenidos por el sentido de la fe del
pueblo cristiano.
Para la formulación del dogma de la Trinidad, la Iglesia debió crear una terminología
propia con ayuda de nociones de origen filosófico: "substancia", "persona" o
"hipóstasis", "relación", etc. Al hacer esto, no sometía la fe a una sabiduría humana,
sino que daba un sentido nuevo, sorprendente, a estos términos destinados también a
significar en adelante un Misterio inefable, "infinitamente más allá de todo lo que
podemos concebir según la medida humana" (Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, 2).
La Iglesia utiliza el término "substancia" (traducido a veces también por "esencia" o por
"naturaleza") para designar el ser divino en su unidad; el término "persona" o
"hipóstasis" para designar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en su distinción real
entre sí; el término "relación" para designar el hecho de que su distinción reside en la
referencia de cada uno a los otros.
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