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Religión, cultura y valores EUM Fray Luis de León

Universidad Católica de Ávila

TEMA 2. El conocimiento sobrenatural de Dios. ¿Aporta la Revelación


algo nuevo?

Sumario

2.1. Las ciencias que se ocupan del fenómeno religioso y el distintivo de la


Teología frente a todas ellas

2.2. ¿Qué significa la fe - “yo creo” - en la Iglesia católica?

2.3. ¿Es lo mismo fe católica y fe cristiana?

2.4. Vida de oración y experiencia mística

2.5. Puntos de reflexión sobre el diálogo razón y fe

En este tema nos preguntaremos si la Revelación sobrenatural de Dios aporta algo


nuevo al conocimiento natural de Dios y si este conocimiento es realmente necesario.
Nos aportan luz las siguientes palabras del Concilio Vaticano I (Dei Filius, cap. II)1:

La misma Santa Madre Iglesia sostiene y enseña que Dios, principio y fin de todas
las cosas, puede ser conocido con certeza a partir de las cosas creadas con la luz
natural de la razón humana: “porque lo invisible de Dios, desde la creación del
mundo, se deja ver a la inteligencia a través de lo creado” (Rm 1,20).

Plugo, sin embargo, a su sabiduría y bondad revelarse a sí mismo y los decretos


eternos de su voluntad al género humano por otro camino, y éste sobrenatural, tal
como lo señala el Apóstol: “De muchas y distintas maneras habló Dios desde
antiguo a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos días nos ha
hablado por su Hijo” (Hb 1,1ss).

2.1. LAS CIENCIAS QUE SE OCUPAN DEL FENÓMENO


RELIGIOSO Y EL DISTINTIVO DE LA TEOLOGÍA FRENTE A
TODAS ELLAS

1
Texto elaborado por A. Antón.
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Existen diferentes ciencias que se ocupan del fenómeno religioso. La historia y


tipología de las religiones, la psicología, la filosofía de la religión, la fenomenología de
la vivencia religiosa y la teología.

A veces podemos confundirlas. O quizá, podemos creer que todas tienen igual validez.
Por eso, conviene que sepamos claramente cuál es el campo de estudio de cada una,
y cuál es la más importante de todas.

1. Historia y Tipología de las Religiones. Es una rama de la ciencia de la


Historia. Y, como es propio de esta ciencia, investiga a través de fuentes
escritas fundamentalmente – si bien también se vale de manifestaciones
artísticas u otros restos que testimonien la existencia de una civilización o de
una cultura – para describir, clasificar y comparar las distintas religiones desde
el punto de vista de su origen, evolución o extinción. Para elaborar estas
clasificaciones, se vale de los conceptos que la aporta otra ciencia, la Filosofía
de la Religión. Un ejemplo de texto de Historia de las Religiones, es el
siguiente, perteneciente a la obra Historia de las religiones (Barcelona: Crítica):

Conservamos sin duda más documentos de la realidad religiosa del


área sirio-palestina, al oeste de Mesopotamia, epicentro de un proceso
de difusión, pero también punto de encuentro de influencias culturales
procedentes de Anatolia, de la cuenca mesopotámica y hasta de Egipto.
La historia de esta región está documentada desde el III milenio a.C.,
aproximadamente, hasta la época helenística. Tras una fase en que la
región aparece ocupada por culturas seminómadas dedicadas al
pastoreo y por culturas sedentarias agrícolas, comienzan a
desarrollarse concentraciones urbanas, que desembocarán en la
creación de grandes centros como Ebla, Ugarit (Ras Samra), Mari, etc.
Ebla es el asentamiento más significativo de un conjunto religioso
urbano en la Siria del III milenio a.C. De los archivos de la ciudad se
deduce la existencia de un politeísmo vinculado sin duda a la institución
de la monarquía que tiene como dios principal del panteón a Kura,
portador del epíteto de “dios del rey”. Filoramo, Massenzio, Raveri &
Scarpi (2007, p. 33)

2. Teodicea: También llamada “teología natural”, es la parte de la filosofía que,


como hemos visto en el tema 1, se ocupa de estudiar los argumentos posibles
para llegar al conocimiento de Dios por la razón. Los textos de las vías de
Tomás de Aquino y de Josef Seifert que hemos visto en el tema 1, responden a
ello.

3. Filosofía de la Religión. Es una rama de la filosofía que busca esclarecer cuál


es la esencia de eso que llamamos religión, independientemente de la religión
concreta de la que hablemos. De esta manera, busca fundamentar los
conceptos clave vinculados a la religión, tales como penitencia, sacrificio,
ofrenda, purificación, expiación, politeísmo, monoteísmo, lo sagrado, espacio
sagrado… El texto siguiente de Mircea Eliade (2014), de su obra Lo sagrado y
lo profano (Barcelona & Buenos Aires & México: Paidós), es un buen ejemplo
de texto propio de Filosofía de la Religión:

En el interior del recinto sagrado queda trascendido el mundo profano.


[…] El templo constituye, propiamente hablando, una “abertura” hacia lo
alto y asegura la comunicación con el mundo de los dioses. Todo
espacio sagrado implica una hierofanía, una irrupción de lo sagrado que
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tiene por efecto destacar un territorio del medio cósmico circundante y el


de hacerlo cualitativamente diferente (pp. 24-25).

4. Fenomenología de la vivencia religiosa. Es una rama de la Filosofía de la


Religión, cuyo cometido es definir las características de la vivencia o
experiencia religiosa, como experiencia religiosa sui generis, es decir, distinta
de las demás (de la experiencia ética, estética…) y las condiciones que se
requieren para que tenga lugar. Y, de modo específico, busca distinguir los
distintos tipos de experiencia religiosa posibles. Para ello se utiliza el método
fenomenológico, en el que se examina la vivencia desde las dos direcciones: el
“yo” que vivencia y el “qué” es vivenciado (el correlato, lo que se vivencia, la
realidad que se experimenta, en este caso, en la experiencia religiosa). Así,
Edith Stein (Zum Problem der Einfühlung, 1917, Halle: Buchdruckerei des
Waisenhauses, p. 55) describe un tipo de experiencia religiosa que consiste en
lo siguiente:

Puedo ser incrédula, increyente y a pesar de todo, puedo comprender


que otro ofrezca por su fe todos los bienes terrenos que posee. Veo que
actúa de esa manera y a través de empatía comprendo como motivo de
su acción una percepción de valor, cuyo correlato no me es accesible, y
le adscribo un estrato personal (personale Schicht) que yo misma no
poseo. Por empatía obtengo así el tipo de „hombre religioso‟, que me
resulta esencialmente ajeno, y lo comprendo, aunque siempre se quede
sin realizarse en mí […].

Y, en otro lugar, describe la siguiente experiencia religiosa:

Puedo anhelar una fe religiosa, esforzarme con todas mis fuerzas por
ella y no necesariamente tiene por qué serme comunicada... Por tanto,
no soy libre en este sentido. (Psychische Kausalität, 1970, Tübingen:
Max Niemeyer, p. 43 y ss).

Y esta otra: la vivencia religiosa de “estar a salvo, “refugio”, “esponjarse”


(Geborgenheit):

El sentimiento de estar a salvo, que precisamente nos conmueve en


momentos de desesperación, cuando nuestro entendimiento ya no ve
salidas posibles y cuando ya no vemos una persona que tenga la
voluntad o el poder de aconsejarnos o de ayudarnos.
En este sentimiento somos conscientes de la existencia de un poder
espiritual, que no nos enseña ninguna experiencia externa. No sabemos
que llegará a ser de nosotros, ante nosotros parece abrirse un abismo al
que la vida nos arrastra inexorablemente, pues avanza y no tolera un
paso atrás; pero pareciéndonos que nos despeñamos por él, nos
sentimos “en las manos de Dios”, que no nos deja caer. (Einführung in
die Philosophie, 1991, Freiburg u.a.: Herder p. 194 y ss.)

5. Psicología de la Religión. La tarea de la Psicología de la Religión es, en


cuanto rama de la Psicología, esclarecer los mecanismos psicológicos que se
activan en la persona cuando ejercita su religiosidad natural y sanar las
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patologías que pueden darse por una represión de la religiosidad natural del
ser humano o por otras causas. Los siguientes textos de V. Frankl, quien
comenta que una de las causas de neurosis obsesiva de nuestros días es la
represión de la religiosidad natural del hombre (2012), representan este campo
de estudio:

[…] no sólo existe una libido inconsciente […], sino también una religio
inconsciente […]. Es claro, después de lo dicho al principio, que la
primera de ambas cosas ha de atribuirse al inconsciente impulsivo,
mientras que la segunda, en cambio, pertenece por su esencia al
inconsciente espiritual. (Frankl, 2012, La presencia ignorada de Dios:
psicoterapia y religión. Barcelona: Herder, p. 54).
Hoy en día no es ya posible en modo alguno aferrarse a la opinión de
que en la psicoterapia se trata a toda costa de hacer que algo se vuelva
consciente, pues el psicoterapeuta sólo efectúa esta operación
provisionalmente. Su tarea es la de hacer consciente algo inconsciente
(y, por tanto, también algo espiritualmente inconsciente) para finalmente
volverlo a restituir a su inconsciencia; facilita el paso de una “potencia”
inconsciente a un “acto” consciente, pero no con otro objeto que el de
crear en definitiva un “hábito” nuevamente inconsciente. En último
término el psicoterapeuta tiene por misión restablecer la evidencia de
las relaciones inconscientes (Frankl, 2012, p. 39).

6. Teología. La teología es la ciencia sagrada, y tiene una importancia singular


entre todas las ciencias que se acercan al fenómeno religioso, pues hasta
ahora, las ciencias de las que hemos hablado, son ciencias humanas. Para
comprender qué es la teología, estudiaremos un texto de Santo Tomás de
Aquino (Summa Theologiae I, q. 1, a. 1).

Artículo 1. ¿Es necesario admitir, además de las ciencias filosóficas,


otra ciencia?

Objeciones por las que parece que no es necesario que, además de


las materias filosóficas, haya otra doctrina:

1. Dice Ecle 3,22: No pretendas escudriñar lo que no puedes. Así pues,


el hombre no debe pretender asimilar lo que excede su capacidad de
entender, puesto que lo que entra dentro de su capacidad de entender
es suficientemente tratado por las materias filosóficas. Parece del todo
superfluo que, además de estas materias, haya otra doctrina filosófica.

2. No hay doctrina si no trata del ser, pues sólo se puede conocer lo


verdadero, que es lo mismo que decir ser. Pero las materias filosóficas
abarcan el estudio de todos los seres, incluido Dios. De ahí que, tal
como nos consta por el Filósofo en VI Metaphys., una parte de la
filosofía sea llamada Teología. Así, pues, no fue necesario que, además
de las materias filosóficas, hubiera otra doctrina.

Sed contra: está lo que dice 2 Tim 3,16: Toda escritura, divinamente
inspirada, sirve para enseñar, argüir, corregir, y formar la justicia. Ahora
bien, la Escritura divinamente inspirada no entra dentro del campo de
las materias filosóficas, ya que éstas son el resultado de la razón
humana solamente. De donde se sigue, tiene sentido que, además de
las materias filosóficas, haya otra ciencia divinamente inspirada.
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Conclusión: Para la salvación humana fue necesario que, además de


las materias filosóficas, cuyo campo analiza la razón humana, hubiera
alguna ciencia cuyo criterio fuera lo divino. Y esto es así porque Dios,
como fin al que se dirige el hombre, excede la comprensión a la que
puede llegar sólo la razón. Dice Is 64,4: ¡Dios! Nadie ha visto lo que
tienes preparado para los que te aman. Sólo Tú.

El fin tiene que ser conocido por el hombre para que hacia Él pueda
dirigir su pensar y su obrar. Por eso fue necesario que el hombre, para
su salvación, conociera por revelación divina lo que no podía alcanzar
por su exclusiva razón humana. Más aún, lo que de Dios puede
comprender la sola razón humana, también precisa la revelación divina,
ya que, con la sola razón humana, la verdad de Dios sería conocida por
pocos, después de mucho análisis y con resultados plagados de
errores. Y, sin embargo, del exacto conocimiento de la verdad de Dios
depende la total salvación del hombre, pues en Dios está la salvación.

Así, pues, para que la salvación llegara a los hombres de forma más
fácil y segura, fue necesario que los hombres fueran instruidos, acerca
de lo divino, por revelación divina. Por todo ello se deduce la necesidad
de que, además de las materias filosóficas, resultado de la razón,
hubiera una doctrina sagrada, resultado de la revelación.

Respuesta a las objeciones:

1. El hombre no debe analizar con sus solas fuerzas naturales lo que


excede su comprensión; sin embargo, esto que le excede ha sido
revelado por Dios para ser aceptado por la fe. De ahí que el texto aquel
continúe diciendo (v.25): Te han sido mostradas muchas cosas que
están por encima del hombre. En estas cosas se centra la doctrina
sagrada.

2. A diversos modos de conocer, diversas ciencias. Por ejemplo, tanto el


astrónomo como el físico pueden concluir que la tierra es redonda. Pero
mientras el astrónomo lo deduce por algo abstracto, la matemática, el
físico lo hace por algo concreto, la materia. De ahí que nada impida que
unas mismas cosas entren dentro del campo de las materias filosóficas
siendo conocidas por la simple razón natural, y, al mismo tiempo, dentro
del campo de otra ciencia cuyo modo de conocer es por la luz de la
revelación divina. De donde se deduce que la teología que estudia la
doctrina sagrada, por su género es distinta de la teología que figura
como parte de la filosofía.

En conclusión, la teología es, frente a las demás ciencias que estudian a Dios o el
fenómeno religioso, eminentemente distinta y más importante. ¿Por qué? Porque,
además de la razón, emplea en su método otra fuente de conocimiento que no es
natural, sino sobrenatural: la Revelación, el conocimiento que Dios da al hombre para
que pueda conocerlo mejor. O, dicho metafóricamente, el “telescopio” que Dios da al
hombre para que pueda verlo de cerca.

Conviene saber que la manera que tenemos de saber si un libro de teología católica
es adecuado y puede alimentar mi formación intelectual o no, es verificar que tenga
detrás de la portada, donde aparecen los datos editoriales del libro, si contiene el
Imprimatur – “imprímase” – o el Nihil obstat – “nada en contra” -. Se trata de sellos
conferidos por la autoridad eclesiástica competente, que ha examinado la obra y,
respectivamente, o bien recomienda positivamente su impresión, o bien declara que
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no hay elementos contrarios a la fe de la Iglesia2. También los materiales didácticos


para la asignatura de Religión Católica de infantil o primaria deben llevarlos. Este es
un criterio que tenemos para garantizar que las fuentes de conocimiento que
utilicemos para nuestra formación intelectual y religiosa y para la de nuestros alumnos
está en sintonía con el Magisterio de la Iglesia, es decir, con lo que la Iglesia católica
nos enseña a través de los documentos elaborados por los Papas y los obispos en
comunión con el Papa, especialmente a través de los Concilios3, desde los primeros
siglos en que nació la Iglesia hasta nuestros días. Concretamente, el Catecismo de la
Iglesia Católica (CIC); y los símbolos de la fe, las Encíclicas de los Papas, las
declaraciones y constituciones elaboradas por los Concilios, recogidas en el
Enchiridion Symbolorum, son los documentos que principalmente recogen el
Magisterio de la Iglesia4.

Porque, recordemos, que no todo texto de teología es Magisterio de la Iglesia. Eso


no significa que, por no ser parte del Magisterio, necesariamente tenga que ir en
contra del Magisterio. Por ejemplo, Benedicto XVI escribió una Encíclica llamada Deus
caritas est (2005). Sabemos que, al ser una Encíclica, es el tipo de documento más
importante que escribe un Papa, porque pone claridad en algún tema sobre el que hay
mucho debate y confusión, y que afecta al sentido de la fe de la Iglesia. Por eso, para
mí como católico es importante saber que el Papa ha escrito una Encíclica y leerla.
Pero, Benedicto XVI también publicó tres libros sobre Jesús de Nazaret, que publicó
como Joseph Ratzinger. Eso quiere decir que los publica como teólogo y, en su caso,
como indica en el prólogo, con el fin de ayudar a conocer mejor la figura de Jesús de
Nazaret. Naturalmente, aunque estos libros no sean parte del Magisterio de la Iglesia,
me pueden ayudar a mi formación en la fe - ¡y son muy recomendables para leer! -.

2.2. ¿QUÉ SIGNIFICA LA FE - “YO CREO” - EN LA IGLESIA


CATÓLICA?

2.2.1. LA FE ES UNA ADHESIÓN PERSONAL DEL HOMBRE ENTERO – DE SU


INTELIGENCIA Y DE SU VOLUNTAD - A DIOS QUE SE REVELA (CIC, n. 176):
NADA DE “NO, SI LA FE ES UN SENTIMIENTO”

La fe es la respuesta personal del hombre a Dios que se revela. Es una respuesta de


una persona a otra Persona. Cuando creo, yo no creo “en algo”, sino “en Alguien”.
Como dice Benedicto XVI, en su Encíclica Deus caritas est, n. 2:

Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la


opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una
decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un

2 En algunos libros aparece simplemente “Con licencia eclesiástica”. También es válido este
sello.
3 Asamblea de todos los obispos de la Iglesia convocada por el Papa para discernir cuestiones
dogmáticas, disciplinares o pastorales.
4 También conocido como “Denziger”, por el apellido del autor del compendio Heinrich Joseph
Dominicus Denzinger, jesuita.
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acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida


y, con ello, una orientación decisiva.

Explicaremos más de cerca qué es la fe teniendo en cuenta las declaraciones del


Concilio Vaticano I (8/12 /1869 hasta 20/10/1870) en la Constitución Dei Filius, sobre
la fe católica (1870, Cap. 3):

Ya que el hombre depende absolutamente de Dios como su Creador y Señor y ya que


la razón creada está sometida a la verdad increada completamente, entendimiento y
voluntad están obligados a rendir obediencia perfecta al Dios que se revela. La Iglesia
explica que esta fe, que es el comienzo de la salvación humana, es una virtud
sobrenatural por la cual a través del aliento y el auxilio de la gracia divina tomamos por
verdad lo revelado por Él, no a causa de la verdad interna de los estados de cosas
entrevista con la luz natural de la razón, sino a causa de la autoridad del Dios que se
autorrevela, que ni puede ser engañado ni puede engañar. Pero según el testimonio
del apóstol es „la fe el fundamento de lo que se espera, la garantía (el argumento) de
lo que no se ve‟ (Heb 11, 1).

Veamos, a continuación, el sentido de este texto.5

a. La fe es una virtud que implica el acto de fe y el contenido de la


Revelación

La fe es una virtud (“fides, qua creditur”), y por tanto un hábito bueno. En cuanto
virtud, tiene dos direcciones. En primer lugar, el acto de fe en el que se activa la
virtud, el (credere). Y, en segundo lugar, aquello a lo que se dirige el acto de fe, la
“fides, quae creditur”, es decir, lo que es creído, lo que creo, lo que Dios ha
revelado: el contenido de la fe o el contenido de la Revelación.

b. La fe es una virtud sobrenatural porque es nuestra respuesta a Dios que


es el primero que se revela

Creemos lo que Dios ha revelado, porque Dios lo ha revelado, que no puede ser
engañado ni puede engañar. Esto quiere decir que todo “dar crédito a Dios”, “confiar
en Dios” - es decir, todo credere Deo -, presupone un credere Deum, un creer en
Dios, un asentimiento intelectual a la existencia de Dios. Con otras palabras, no
puedes creer lo que Dios dice, si antes no crees en Dios. No puedes confiar en Dios, si
no crees en Él. Pero creer en Dios no es el resultado del conocimiento natural de Dios,
puesto que la certeza de la fe, es una certeza distinta de la del conocimiento natural:
es la certeza más fija que puedes tener en esta vida y, sin embargo, no se alcanza por
ningún conocimiento natural. No es tampoco la certeza de la visión de la
bienaventuranza, que sólo se nos comunica en la gloria, después de que muramos y
vayamos al Cielo. La certeza de fe implica que la primera Revelación, que es el
fundamento de todas las demás, es una autorrevelación de Dios. Aquí radica el
carácter sobrenatural de la fe, y aquí radica el que Dios mismo, pues, sea el primer
objeto de la fe, tal y como lo explica Tomás de Aquino diciendo que la fe tiene “a Dios
mismo por objeto principal, y todo lo demás (es decir, toda verdad sobre las criaturas),
está unido a ella como a su consecuencia” (DV q. 14, a. 8).

c. El acto de creer: un acto humano que implica al entendimiento y a la


voluntad

5
Nos inspiramos en un comentario que hizo Edith Stein a este texto a partir de la q. 14 de De
veritate, de Tomás de Aquino.
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El acto de creer (en un primer momento todavía no en un sentido específicamente


religioso, sino en un sentido lato) es distinto de la opinión, del saber y de la
intelección. Con el saber y la intelección y, a diferencia de la opinión, el acto de creer
tiene en común el distintivo de la certeza: es un “pensar asintiendo”. Pero el
asentimiento (que va dirigido siempre a una proposición o juicio) deriva en el caso de
la intelección directamente de la intuición del objeto sobre el que se dice algo y en el
caso del saber por un razonamiento lógico del juicio, en último término por los
principios directamente evidentes. Cuando uno cree, en cambio, el asentimiento a las
proposiciones no se da por medio del entendimiento ni en base a una razón, sino que
se da por medio de la voluntad y en relación a un fin volitivo. En el caso de la creencia
religiosa, ese fin volitivo es la promesa de la recompensa eterna lo que determina a la
voluntad a asentir las verdades de fe. Según esta caracterización, debe sorprender
que se pretenda tomar la fe como conocimiento, porque para el pensador moderno un
“conocimiento” que no es ni saber ni intelección es algo extraño. Pero es posible
superar esta dificultad si se toma “intelección” y “saber” estrictamente en el sentido en
el que Tomás de Aquino los define y no se les da a las expresiones otros significados,
y si además de esto se recurre al análisis posterior de la fe.

Estamos acostumbrados a tomar “saber” en un sentido amplio, para hablar de toda


“posesión” de conocimiento, como Tomás de Aquino lo hace Pues bien, tal
“posesión” de conocimiento la podemos designar con la expresión “tener
conocimiento”. Pero antes de “tener conocimiento” sobre algo, tenemos que empezar
a conocerlo, es decir adquirir conocimiento sobre ello. Para Tomás, saber es tener
conocimiento de estados de cosa por razonamiento, es decir deduciendo según las
leyes de la lógica. Pero todo deducir presupone en último término estados de cosas
que ya no son desarrollados sino que se han empezado a conocer directamente. Y
este conocimiento directo, así como el conocimiento obtenido de él lo llama Tomás
intelección. Pero la intelección remite todavía a un acto más simple del entendimiento.
Para entender que el todo es mayor que la parte o que lo rojo es diverso de lo verde,
debo conocer ya “todo” y “parte” o “rojo” y “verde”, debo conocer el sentido de los
nombres. Una comprensión auténtica y completa de las palabras las tengo sólo si
conozco las cosas que se designan con las palabras. El “conocimiento formado
conforme al juicio” es el conocimiento de lo que es algo, y la intelección de los estados
de cosas, lo podemos describir como el “acto precedente” a tal conocimiento. Este
acto simple del entendimiento que fundamenta los más complicados presupone, sin
embargo, una toma de conocimiento, que ya no es un puro acto del entendimiento. En
efecto, para comprender el sentido universal de los nombres rojo y verde y entender
su diversidad, debo haber percibido lo rojo y lo verde por los sentidos. La percepción
es una toma de conocimiento de individuos reales. Todo conocimiento de un nivel
superior remite en último término a la percepción. Y la percepción es específicamente
diversa en función del tipo de los individuos reales, cuyo conocimiento es abierto por
ella: la percepción de las cosas es diferente de la percepción de las propiedades de
las cosas singulares; y la de las cosas materiales, de la de las personas, y de la
percepción la de las obras del espíritu, como puede ser una poesía.

Si comprendemos el “conocimiento” en el sentido lato de adquirir conocimiento, y


“saber” en el sentido estricto de tener conocimiento en base a un razonamiento lógico,
entonces aparece una fe que ha de ser conocimiento pero no saber, salvando de este
modo la dificultad que se le presentaba al pensador moderno.

d. La fe no es ciega: implica un conocimiento específico de la vida eterna

Ahora hemos de intentar encontrar el lugar adecuado de la fe en la multiplicidad de lo


que abarca el “conocimiento” en este sentido lato. La fe es fides substantia rerum
sperendarum (Heb 11, 1): la fe es la sustancia, el sustrato de aquello que
esperamos. Y lo que esperamos es la recompensa que nos es prometida, la vida
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eterna. Es un bien que excede todas las fuerzas naturales del hombre. No sólo somos
incapaces de dárnoslos, sino de figurárnoslo: “ningún ojo ha visto, ningún oído ha
escuchado, ni el corazón del hombre puede abarcar, lo que Dios ha preparado para
los que lo aman” (1 Cor 2, 9). Este bien es el que la voluntad se pone como fin, y como
la fe es el camino para el fin, por eso estamos de acuerdo con las verdades de la fe. Y
no tendríamos como fin la vida eterna, si no estuviéramos convencidos de que es el
supremo bien. Ninguna voluntad es completamente ciega, completamente carente
de fundamentos cognoscitivos. Tenemos un conocimiento de la vida eterna y un
conocimiento de la fe como camino para ella por las comunicaciones de Dios, es decir
por la Revelación y tomamos estas comunicaciones por verdaderas y nos dirigimos en
nuestras decisiones de la voluntad a ella porque damos crédito a Dios. De esta
manera la recompensa eterna, en cuanto motivo de la adhesión, remite a la autoridad
divina como motivo. Lo más decisivo y esencial en este análisis de la fe es que la fe
no es ciega, es el comienzo de la visión para la que nos prepara. Es un
conocimiento específico, no de menor rango que el conocimiento obtenido por el
entendimiento natural, sino de rango mayor: la lumen supranaturale. La luz de la
gracia que lo posibilita significa un incremento del ser del entendimiento; sólo se sitúa
detrás del conocimiento natural cuando es menos adecuado a su objeto que el
conocimiento natural al suyo y cuando lo es, apunta más allá de sí mismo. El Dios que
se revela en la fe permanece oculto y se descubrirá sólo en la luz de la gloria a
nuestros ojos.

Esta caracterización de la fe como comienzo de la vida eterna es la clave del


sentido de la definición apostólica de la carta a los hebreos: como la fe es el comienzo
de la vida que esperamos, merece el nombre de “fundamento de lo que esperamos”.
Lo que creemos y esperamos es algo que “no tiene apariencia”, es decir, no lo vemos
como lo veremos en la gloria, pero está ante nosotros de un modo que hace posible a
la voluntad ponerlo como fin y asumir como verdadero lo que no aparece; y así la fe se
convierte como acto específico de adquisición de conocimiento en argumentum non
apparentium, en la garantía de lo que no vemos todavía, y en la convicción firme de
ello.

Con lo “no que no aparece todavía” se designa el objeto de la fe, con la “garantía” el
acto con el que esperamos el fin. Pero al acto pertenece un hábito que le corresponde,
una actitud duradera del espíritu: esta es la fe como virtud sobrenatural. Y así Tomás
transforma las palabras del Apóstol en una definición filosófica en toda regla: “la fe es
el hábito del espíritu con el que comienza en nosotros la vida eterna y que
determina al entendimiento a adherirse a lo que no se ve.”

2.2.2. EL CONTENIDO DE LA FE, EL CREDO: NADA DE “NO, SI YO CREO, PERO A MI


MANERA”

Desde el principio, la Iglesia ha expresado la fe en fórmulas breves que supusieran un


lenguaje común de la fe, normativo para todos. Así aparece recogido en varios
testimonios del Nuevo Testamento, por ejemplo en Rm 10, 9 o en 1 Co 15, 3-5. Sin
embargo, rápidamente se vio la necesidad sintetizar el contenido de la fe en
“resúmenes orgánicos y articulados” (CIC, n. 186), sobre todo de cara a los candidatos
al bautismo. Tales síntesis de fe son llamadas “profesiones de fe”, porque recogen la
fe profesada por los cristianos. Son llamadas igualmente “credo”, porque la primera
palabra con que empiezan es, normalmente esta, que significa “creo”. Y, por último, se
les denomina también “símbolos de la fe”, porque la voz griega “symbolon” significaba
(CIC, 188-189):
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La mitad de un objeto partido (por ejemplo, un sello) que se presentaba


como una señal para darse a conocer. Las partes rotas se ponían juntas
para verificar la identidad del portador. El "símbolo de la fe" es, pues, un
signo de identificación y de comunión entre los
creyentes. Symbolon significa también recopilación, colección o
sumario. El "símbolo de la fe" es la recopilación de las principales
verdades de la fe. De ahí el hecho de que sirva de punto de referencia
primero y fundamental de la catequesis.
La primera "Profesión de fe" se hace en el Bautismo. El "Símbolo de la
fe" es ante todo el símbolo bautismal. Puesto que el Bautismo es dado
"en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19), las
verdades de fe profesadas en el Bautismo son articuladas según su
referencia a las tres personas de la Santísima Trinidad.

A lo largo de la historia, ha habido muchos símbolos de la fe, pero todos tienen tres
partes: una que hace mención a la Creación y a Dios como Padre y Creador; otra que
alude a la Encarnación y a la Redención, y a Jesucristo como Salvador; y una última
parte hace referencia a la misión del Espíritu Santo. Entre todos los símbolos de la fe,
destacan dos especialmente (CIC, 194-195):

El Símbolo de los Apóstoles, llamado así porque es considerado con


justicia como el resumen fiel de la fe de los Apóstoles. Es el antiguo
símbolo bautismal de la Iglesia de Roma. Su gran autoridad le viene de
este hecho: "Es el símbolo que guarda la Iglesia romana, la que fue
sede de Pedro, el primero de los apóstoles, y a la cual él llevó la
doctrina común" (San Ambrosio, Explanatio Symboli, 7: PL 17, 1158D).
El Símbolo llamado de Nicea-Constantinopla debe su gran autoridad
al hecho de que es fruto de los dos primeros Concilios ecuménicos (325
y 381). Sigue siendo todavía hoy el símbolo común a todas las grandes
Iglesias de Oriente y Occidente.

SÍMBOLO NICENO-
SÍMBOLO DE LOS APÓSTOLES
CONSTANTINOPOLITANO
Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creo en un solo Dios,
Creador del cielo y de la tierra. Padre todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra,
de todo lo visible y lo invisible.
Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Creo en un solo Señor, Jesucristo,
Señor, Hijo único de Dios,
que fue concebido por obra y gracia del nacido del Padre antes de todos los siglos:
Espíritu Santo, Dios de Dios,
nació de Santa María Virgen, Luz de Luz,
padeció bajo el poder de Poncio Pilato Dios verdadero de Dios verdadero,
fue crucificado, muerto y sepultado, engendrado, no creado,
descendió a los infiernos, de la misma naturaleza del Padre,
al tercer día resucitó de entre los muertos, por quien todo fue hecho;
subió a los cielos que por nosotros lo hombres,
y está sentado a la derecha de Dios, Padre y por nuestra salvación
todopoderoso. bajó del cielo,
Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y y por obra del Espíritu Santo
muertos. se encarnó de María, la Virgen,
y se hizo hombre;
y por nuestra causa fue crucificado
en tiempos de Poncio Pilato;
padeció y fue sepultado,
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y resucitó al tercer día, según las Escrituras,


y subió al cielo,
y está sentado a la derecha del Padre;
y de nuevo vendrá con gloria
para juzgar a vivos y muertos,
y su reino no tendrá fin.
Creo en el Espíritu Santo, Creo en el Espíritu Santo,
la santa Iglesia católica, Señor y dador de vida,
la comunión de los santos, que procede del Padre y del Hijo,
el perdón de los pecados, que con el Padre y el Hijo
la resurrección de la carne recibe una misma adoración y gloria,
y la vida eterna. y que habló por los profetas.
Amén. Creo en la Iglesia,
que es una, santa, católica y apostólica.
Confieso que hay un solo bautismo
para el perdón de los pecados.
Espero la resurrección de los muertos
y la vida del mundo futuro.
Amén.

Examinando brevemente los símbolos, podemos decir que el contenido de la fe


católica es:

- Fe trinitaria: creo en Dios uno y trino (Padre, Hijo y Espíritu Santo).


- Fe cristológica: creo en Dios hecho hombre (la segunda Persona de la
Trinidad, el Hijo, encarnado en Jesucristo) para salvarme a mí y a cada hombre
del pecado y de la muerte, por medio de su Pasión y Muerte de Cruz, y
resucitado. Esta Encarnación se obra en la historia. Y prueba de ello es que
ambos credos mencionan a Poncio Pilato, gobernador romano de Judea. Creo
también en Cristo glorioso que, tras su Resurrección, ascendió a los Cielos y
será el Juez de vivos y muertos. Creo, por tanto, que habrá un juicio particular
y un juicio universal.
- Fe mariana: el Salvador, Jesucristo, nos viene por medio María Virgen, por
obra del Espíritu Santo. María, pues, tiene un papel singular en la historia de la
salvación y su hijo es un milagro realizado sin concurso de varón.
- Fe en la vida eterna y en la resurrección de la carne: es propio de nuestra fe,
creer no solo que nuestra alma pervive tras la muerte, sino que nuestro cuerpo
resucitará.
- Fe en la santidad de la Iglesia: aunque vea pecado en mi vida, pecado a mi
alrededor, pecado en otros miembros de la Iglesia, no por eso deja de ser
santa, por los méritos de Cristo, que hace santos a los que se ofrecen al Padre
por medio de actos de virtud unidos a Él (= Cristo).
- Fe en el perdón de los pecados: que no quiere decir que no exista el pecado,
sino que Cristo nos perdona nuestros pecados fundamentalmente a través del
Bautismo (se nos perdona el pecado original, los pecados personales y las
penas del pecado) y a través del sacramento de la Penitencia o Reconciliación
(pecados personales).
- Fe en la comunión de los santos: los miembros de la Iglesia, unidos a Cristo,
atesoramos por la misericordia de Dios, bienes espirituales para el progreso
espiritual del prójimo y para la salvación de las almas. Esto significa que, un
acto pequeño de virtud, de vencimiento propio (como, por ejemplo, levantarme
temprano, en cuanto suena el despertador, pese a que quisiera dormir más en
la cama) si lo hago unido a Cristo y se lo ofrezco a Él, repercute en bien de los
otros.

2.2.3. NO HAY AUTÉNTICA FE SIN LA AUDACIA Y VALENTÍA DEL TESTIMONIO


APOSTÓLICO: NADA DE “LA FE ES COSA DE CADA CUAL”
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La fe es un tesoro que se nos es dado, pero Cristo nos dijo “id y anunciad por el
mundo el Evangelio”. No dijo, “vete y métete en tu cuarto a pensar en Mí”. Pero eso, la
catolicidad de la fe implica precisamente eso: el anuncio a todos los pueblos… y a
todos tus compañeros de la alegría de la Buena Noticia del Evangelio. Es decir, no
hay fe, sin misión: tu fe católica implica necesariamente que eres misionero.

Pero esto supone un reto. Decía Juan Pablo II que “la fe, cada vez más personal, libre
y sólida, permite al creyente también remar contra corriente y afrontar el riesgo de que
a veces no lo comprendan e incluso se burlen de él” (JP II, 5/05/96). Y es que “la fe
siempre tiene algo de ruptura arriesgada y de salto, porque en todo tiempo implica la
osadía de ver en lo que no se ve lo auténticamente real, lo auténticamente básico”
(Ratzinger, 2001, p. 49).

Así, cuando Santa Teresa de Jesús fue a fundar al convento de Medina del Campo,
cuando salía del convento de San José en Ávila con otras monjas, la tacharon de loca.
¡Y gente muy cristiana y muy buena! Pero ella estaba convencida de que era voluntad
de Dios lo que hacía, y cuando ella sabía que estaba haciendo la voluntad de Dios, le
daba igual que considerase la gente lo que quisiese. No se casaba con nadie.

Y, Juan Pablo II, en un discurso que dio a los jóvenes el 20/03/1997, decía:

Confrontaos con Cristo y no tengáis miedo de lo que os pida. Porque


Cristo también es exigente. Cuando yo era joven como vosotros, este
Cristo era exigente y me convenció. Si no fuera exigente no habría nada
que escuchar ni seguir. Pero, si es exigente, es porque presenta los
valores y los valores que predica son exigentes.

2.2.4. NO HAY FE AUTÉNTICA SIN CONVERSIÓN: NADA DE “¿YO? NI ROBO, NI MATO”

La palabra “con-versión”, significa en la Biblia “vuelta”. Y precisamente la fe implica


una “vuelta”, una “conversión”. ¿Por qué? Porque nosotros tendemos a aferrarnos a lo
visible, a lo natural, a lo que podemos tocar y a lo que podemos comprender. Y
tenemos que cambiar para caer en la cuenta de lo superficiales que somos si nos
fiamos solamente de lo que nuestros ojos pueden ver. Tenemos que superar esa
inercia natural que nos amarra a lo visible. Y eso requiere un cambio de nuestro modo
de ser, y solo si cambiamos podemos acogerla. Pero esto es duro, porque nuestra
inercia natural no para de empujarnos en otra dirección. Por eso necesitamos
convertirnos cada día para asumir la radicalidad de decir “yo creo” (Ratzinger, 2001).

Esta conversión, esta reorientación de todas nuestras fuerzas a Dios – que, en el


fondo es obrada por el mismo Dios - se hace especialmente dramática cuando implica
pasar de una vida de pecado a una vida de gracia. Y de una vida de gracia, a una vida
de santidad. Así, San Agustín (1973) en los momentos más inmediatos a su
conversión definitiva, escribe las dificultades que sentía, la lucha interna que
experimentaba:

Las cosas más frívolas y de menor importancia, que solamente son vanidad de
vanidades, esto es, mis amistades antiguas, ésas eran las que me detenían, y
como tirándome de la ropa parece me decían en voz baja: “pues qué, ¿nos
dejas y nos abandonas? ¿Desde este punto nunca te será permitido esto ni
aquello? Pero ¡qué cosas eran las que me sugerían, y yo explico solamente
con las palabras “esto ni aquello”! ¡Qué cosas me sugerían, Dios mío! Apartad,
Señor, por vuestra misericordia, del alma de este vuestro siervo y de mi
memoria aun la idea de las suciedades e indecencias que me sugerían. Pero y
las oía tan escasamente, que era mucho menos de la mitad respecto de antes;
ni me contradecían como antes cara a cara, sino como murmurando a espaldas
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mías, siguiendo mis pisadas y como llamándome y tirándome por detrás para
que volviese a mirarlas. No obstante, entretenían y retardaban mi fuga, por no
tener yo valor para separarme de ellas con aspereza, y sacudirme de sus
importunaciones saltando y atropellando por todo para seguir mi vocación;
porque la violencia de mi costumbre no cesaba de decirme: “¿imaginas que
has de poder vivir sin estas cosas?”

Amada Rosa Pérez6, ex-modelo colombiana, recientemente convertida tras dos


abortos y cinco años de desaparecer del mundo de las pasarelas, explicó que:

Ser modelo significa ser un punto de referencia, alguien cuyas actitudes son
dignas de reproducir y yo me cansé de ser una modelo de superficialidad. Me
cansé de un mundo de mentiras, apariencias, falsedad, hipocresía y engaños,
una sociedad llena de antivalores, en la que se resalta la violencia, el adulterio,
la droga, el alcohol, las peleas, un mundo que exalta las riquezas, los placeres,
la inmoralidad sexual y el fraude.
Quiero ser modelo de promoción de la verdadera dignidad de la mujer y no de
su utilización comercial.

Tu vida es mucho más que “ni robar, ni matar”. Tu corazón aspira siempre a “más,
más y más”. Pero tienes que ser tú quien decida si “más cosas materiales, dinero,
superficialidad” o “más sinceridad, bien, concordia, autenticidad”. En definitiva, “más
Dios”. Y eso es tarea de toda la vida.

2.2.5. NO HAY FE VERDADERA SIN CONCIENCIA DE PECADO: NADA DE “YO NO TENGO


PECADOS” O “YO ME CONFIESO CON DIOS”

Puesto que por la fe conocemos que Dios es Dios, y que a Él le debemos la vida por
su amor, y que todo lo que existe procede de Él, por este motivo, cuanto más
conocemos a Dios por la fe y más lo amamos, más conciencia tenemos de nuestra
pequeñez y de lo que significa negarlo o rechazar su voluntad. Por ello, no hay fe
verdadera sin conciencia de pecado (de la elección de lo que no es Dios). El creyente
remite todo a Dios: no se atribuye a sí mismo los éxitos de su vida, ni va con actitud
arrogante u orgullosa por la vida, mirando a los demás por encima del hombro. Y se
sabe pecador.

Tatiana Góricheva (1986, p. 34-36) una filósofa rusa que vivió la crudeza del ateísmo
del comunismo soviético, tras una experiencia de conversión mientras hacía yoga
usando la oración del Padrenuestro como mantra, nos explica bien qué significa la
conciencia de pecado:

Vi claramente que mi vida entera estaba plagada de pecados de todo


tipo, de transgresiones y de formas de conducta antinaturales. Ahora,
después de mi conversión, me perseguían y atormentaban y
presionaban sobre mi alma como una pesada losa.
¿Y cómo no pude ver antes lo repugnante, estúpido, aburrido y estéril
que resultaba el pecado? Desde mi infancia había tenido sobre los ojos
una especie de venda. Y deseé la confesión porque con todo mi interior
sentía ya que con ella iba a obtener la liberación. […] Desde el
momento mismo de mi conversión me sentía interiormente sanada y
renovada; pero como si de algún modo estuviera recubierta por una
costra de pecado que se hubiera desarrollado y endurecido en mí. Pero
ello deseaba la confesión como un baño. […]

6
https://www.aciprensa.com/noticias/ex-modelo-sorprende-a-colombia-con-su-conversion
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Llegó el momento de la confesión. Me adelanté y besé el Evangelio y la


cruz. Experimentando en mi interior sentimientos de congoja y terror,
tuve naturalmente miedo de decir que era la primera vez que me
confesaba. Y fue el P. Hermógenes el que empezó por preguntar:
- ¿Desde cuándo no vas a la iglesia? ¿Qué días festivos has dejado de
guardar intencionadamente?
- Todos – le contesté.
Entonces comprendió el P. Hermógenes que se trataba de una recién
convertida. […]
Empezó por preguntarme sobre los pecados más horrorosos y “más
gordos” de mi vida, y yo tuve que contarle mi biografía completa: una
vida asentada en el orgullo y en el ansia de notoriedad, una vida
montada en un desprecio profundo al hombre. Le hablé de mi afición a
la bebida y de mi desbocada vida sexual, de mis desgraciados
matrimonios, de los abortos y de mi incapacidad para amar a nadie. Le
hablé también del período siguiente de mi vida: de mi práctica del yoga
y del deseo de autorrealización, de convertirme en dios, sin amor y sin
arrepentimiento. Hablé durante largo tiempo, aunque con esfuerzo. La
vergüenza impidió que las lágrimas me ahogasen. Y al final afluyeron a
mis labios, casi de un modo espontáneo estas palabras:
- Quiero expiar por todos mis pecados, para purificarme de los mismos,
al menos en alguna medida. ¡Por favor, deme la absolución
sacramental!
El P. Hermógenes me escuchaba atentamente, sin apenas
interrumpirme. Después dio un suspiro profundo y dijo:
- Sí, son pecados graves.
Recibí la absolución por la misericordia de Dios, y muy fácilmente, como
a mí me pareció: durante algunos años y cinco veces al día debería
recitar, postrándome e inclinándome profundamente hasta el suelo, la
oración “¡Virgen y Madre de Dios alégrate!” […] Había pasado de la
nada de una existencia absurda y en las fronteras de la desesperación a
la casa del Padre, a la Iglesia, que para nosotros era el paraíso. […]
Todas las cosas son posibles para Dios. […] La confesión borra los
pecados. Y los confesores decían también que no había que pensar
más en ello. Una vez que nos hemos confesado, basta. Si no se deja de
pensar en el mal hecho, no se hace más que pecar de nuevo.

2.2.6. LA FE, UN ACTO ECLESIAL: NADA DE “YO CREO EN JESÚS, PERO NO EN LA


IGLESIA”

Mi fe es la que es gracias a la mediación de la Iglesia que es comunidad jerárquica,


invisible y visible de creyentes. Es cierto que es un don sobrenatural que Dios nos da,
sí. Pero lo recibo gracias a la mediación de la Iglesia. Por eso no hay un “creo” sin
un “creemos”. Y, de hecho, no se entiende la fe sin la formación religiosa que se
recibe en la Familia, en la Catequesis, en la Escuela, y sin la custodia del depósito de
la fe realizada por la Iglesia por medio de sus pastores (Papa y obispos). De hecho, en
el sacramento del Bautismo, al catecúmeno o al padrino se le pregunta: “¿Qué pides a
la Iglesia de Dios?” Y este debe responder: “¡La fe!” (CIC, n. 1253).
E incluso en los recién convertidos a los que Dios les ha dado una gracia mística
especial para acercarles a Él, hay un proceso de interpretación de su experiencia
religiosa que se hace gracias a las lecturas de las obras de los grandes maestros de
espiritualidad, de la doctrina de la Iglesia, y gracias a la dirección espiritual que reciben
a través de un sacerdote en el sacramento de la confesión o de una persona con
experiencia en la vida espiritual.
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Pero que la fe sea un acto eclesial también se debe a que la única garantía que tengo
de liberarme de autoengaños en mi relación personal con Dios es a través del
sometimiento de mi juicio a la Iglesia por medio de la dirección espiritual.

2.2.7. LA FE SE CELEBRA: NADA DE “YO CREO, PERO NO VOY A MISA, ¡MENUDO


ROLLO!”

Seguro que si tienes novia o novio piensas muchas veces en él y estás deseando
verle. Porque el que ama reclama la presencia del amado. Y cuando lo ves o cuando
la ves, le dices piropos y le das gracias porque te ha hecho algún favor, o algún regalo
que no esperabas. Entonces, ¡¡¡¿cómo va a ser verdad que dices que amas a Dios y
no haces por verle ni siquiera un día a la semana?!!! Por eso no te extrañe: no existe
auténtica fe si no la celebras. Y este “celebrar” consiste en bendecir a Dios
adorándole, alabándole y dándole gracias. Por eso, ¡no te engañes! No tiene ningún
sentido eso de “yo creo, pero no voy a misa”, o “yo no celebro los sacramentos”. Como
dice el Catecismo (CIC, n. 1083):

Se comprende, por tanto, que en cuanto respuesta de fe y de amor a las


"bendiciones espirituales" con que el Padre nos enriquece, la liturgia
cristiana tiene una doble dimensión. Por una parte, la Iglesia, unida a su
Señor y "bajo la acción el Espíritu Santo" (Lc 10,21), bendice al Padre
"por su don inefable" (2 Co 9,15) mediante la adoración, la alabanza y la
acción de gracias. Por otra parte, y hasta la consumación del designio
de Dios, la Iglesia no cesa de presentar al Padre "la ofrenda de sus
propios dones" y de implorar que el Espíritu Santo venga sobre esta
ofrenda, sobre ella misma, sobre los fieles y sobre el mundo entero, a
fin de que por la comunión en la muerte y en la resurrección de Cristo-
Sacerdote y por el poder del Espíritu estas bendiciones divinas den
frutos de vida "para alabanza de la gloria de su gracia" (Ef 1,6).

2.2.8. NO SE PUEDE PERSEVERAR EN LA FE SIN LA ORACIÓN

Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Novo millenio ineunte (2001, n. 34) afirmaba que
los cristianos que se conforman con una oración superficial que no puede llenar su
vida, son “cristianos con riesgo”:

En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara


progresivamente, y quizás acabarían por ceder a la seducción de los
sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo
incluso con formas extravagantes de superstición. Hace falta, pues, que
la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto
determinante de toda programación pastoral. Yo mismo me he
propuesto dedicar las próximas catequesis de los miércoles a
la reflexión sobre los Salmos, comenzando por los de la oración de
Laudes, con la cual la Iglesia nos invita a « consagrar » y orientar
nuestra jornada. Cuánto ayudaría que no sólo en las comunidades
religiosas, sino también en las parroquiales, nos esforzáramos más para
que todo el ambiente espiritual estuviera marcado por la oración.

La importancia de la oración se debe a que esta es para el alma como la respiración


para el cuerpo. Si no oramos, nuestra alma se asfixia. ¿Por qué? Porque la oración es
el diálogo con Dios, y el trato con Él conforta, da vida y esponja al alma para que
persevere en la virtud, en la unión con Dios y en el anuncio de Jesucristo.
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2.3. ¿ES LO MISMO FE CATÓLICA Y FE CRISTIANA?

2.3.1. LA REFORMA PROTESTANTE

La Reforma protestante fue un movimiento religioso que comenzó en la primera


mitad del siglo XVI y que, por la acción de Martín Lutero y de otros reformadores, que
contaron con el apoyo de príncipes y reyes que deseaban aumentar su poder e
independencia, originó la división de la Iglesia cristiana, la formación de las Iglesias
protestantes y las denominadas “guerras de religión” entre católicos y protestantes.

Martín Lutero (1483-1546), nacido en Eisleben, una localidad de Sajonia (hoy un


estado de la República Federal de Alemania), era un joven lleno de escrúpulos y
temores que había recibido una educación excesivamente rígida. Hombre
profundamente religioso. A los catorce años ingresa en la escuela catedralicia de
Magdeburgo, regentada por los Hermanos de la Vida Común. Posteriormente estudió
Artes Liberales y Derecho en Erfurt. Ingresó en el convento de los agustinos
reformados de Erfurt en 1505 porque, durante una tormenta de camino a la ciudad
donde estudiaba, cayó un rayo muy cerca de él y pidió a Santa Ana que si lo salvaba,
se haría monje. En 1507 sería ordenado sacerdote.

Durante su formación religiosa, Lutero experimentaba angustia por asegurar su


salvación. Se consideraba incapaz de superar la concupiscencia con sus solas
fuerzas. Su problema principal era: ¿cómo puede el pecador ser justificado ante
Dios? Y ¿cómo puede tener certeza de que ha sido justificado?

En medio de sus luchas para esclarecer estas dudas tuvo lo que es conocido como
experiencia de la Torre. Esta experiencia consistió en la intuición del concepto
“justicia de Dios” a partir de la meditación de Rom 1, 17 (“el justo vive de la fe”). Lutero
comprendió que Dios misericordioso justificaba al hombre a través de la fe. Dios
mismo, y no el hombre, es quien lleva a cabo la salvación.

Pero, ¿cómo se inicia la Reforma protestante? La causa remota de la Reforma fue la


predicación de la indulgencia plenaria acordada para todos los que contribuyeran con
sus limosnas a la construcción de la basílica de San Pedro por Julio II (1507) y León X
(1514). La causa inmediata fue la promulgación de la bula al arzobispo de
Magdeburgo, Alberto de Brandeburgo: la mitad de la recaudación iría para San Pedro
y la otra mitad para pagar a la curia pontificia los impuestos por la acumulación de sus
beneficios. Las predicaciones de las indulgencias provocaron la ira de Lutero, quien
escribe a los obispos alemanes una carta sobre los “errores” de las indulgencias
adjuntando un tratado de 95 tesis sobre las indulgencias. Las 95 tesis de Lutero, en
1517, se consideran el comienzo de la Reforma Protestante.
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Entre 1517 y 1518 llegaron al Papa las primeras noticias de estas tesis de Lutero,
porque Alberto de Brandeburgo lo había denunciado. Lutero sería invitado a
presentarse en Roma en 1518, pero Federico de Sajonia conseguiría del Papa un
legado que estudiase el caso de Lutero en Alemania. Así, en ese mismo año, tendría
lugar el diálogo entre el cardenal Cayetano y Lutero en la dieta de Augsburgo, pero
Lutero no se retractó y apeló primero al Papa y, después, al concilio universal. En
1519, León X no quiso proceder violentamente y envía a su camarero una rosa de oro
para que Federico de Sajonia retirase el apoyo a Lutero. Ese mismo año tuvo lugar la
disputa de Lutero con Juan Eck en presencia de Federico de Sajonia, en la que Lutero
niega la infalibilidad de los concilios y del Papa. En 1520, Lutero escribe varias obras:
El Papado de Roma, donde argumenta que la Iglesia es una comunidad únicamente
espiritual; A la nobleza cristiana de la nación alemana sobre la Reforma de la
cristiandad, donde afirma la independencia del poder secular respecto al espiritual, la
reivindicación de la libre interpretación de la Escritura y el derecho de convocar un
Concilio libre sin intervención de legados papales; La cautividad babilónica de la
iglesia (sobre los sacramentos); y La libertad cristiana (en la que exalta la libertad del
hombre justificado por la fe).

En junio de 1520 es promulgada la bula Exsurge Domine en la que León X condena


41 proposiciones de Lutero y le obliga a retractarse en el plazo de 60 días o a ser
excomulgado. Lutero respondió arrojando al fuego la bula, manifestando públicamente
su ruptura con la Iglesia. En 1521 se promulga la bula Decet Romanum Pontificem,
que excomulga a Lutero. Ese mismo año, en la dieta de Worms, Carlos V y Lutero
tuvieron un encuentro. Lutero afirmó durante ese encuentro que no podía ni quería
retractarse. Como consecuencia de esta respuesta, el Emperador lo desterró de todos
los territorios imperiales. Lutero encontrará asilo en el castillo de Wartburg (príncipe de
Sajonia). Y, a partir de entonces, desde la Dieta de Worms, el problema de la Reforma
pasó a ser una cuestión fundamentalmente política que el Emperador intentó resolver
mediante dietas o coloquios convocados por él mismo.

Así, en la Dieta de Espira de 1529 los Estados católicos, al constituir la mayoría,


prohibieron la difusión del luteranismo. Contra esta decisión protestan los estados que
habían acogido el protestantismo. De ahí el nombre de protestantes. En la Dieta de
Augsburgo, de 1530, los protestantes dirigidos por Melanchton presentan la
Confesión de Augusta (doctrina luterana). La dieta termina con la condena del
luteranismo. Como respuesta, los príncipes alemanes se unieron en la liga de
Esmacalda para hacer frente al emperador. Los estados católicos, liderados por el
Emperador, formaron la liga de Nüremberg.

Desde este momento, la guerra sería el instrumento para luchar contra el luteranismo.
En este periodo, no obstante, ocurrirán dos hechos fundamentales: el Concilio de
Trento (1545-1563) y la muerte de Lutero en 1546. En 1547, se produce la victoria en
Mühlberg a favor de los católicos. En 1552, traición de Mauricio de Sajonia que obliga
a Carlos V a otorgar a los luteranos la libertad religiosa (tratado de Passau). La guerra
termina en 1555 con la paz de Augsburgo: los príncipes deciden la confesión en su
territorio - cuius regio, eius religio -, por lo que se reconoce el luteranismo como
religión libre dentro del Imperio.
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A continuación podemos ver un cuadro comparativo sobre la doctrina protestante y la


doctrina católica de la fe:

DOCTRINA PROTESTANTE DOCTRINA CATÓLICA


Sola Scriptura (sólo la Escritura). La La Sagrada Escritura y la Tradición de la
Escritura es el único depósito de la Palabra Iglesia son depósitos de la Palabra de Dios.
de Dios y cada cual la interpreta a su manera El oficio de interpretar lo tiene el Magisterio
(libre examen). Ni Tradición ni Magisterio son de la Iglesia.
necesarios.
Sola fides (sólo la fe). La justificación se Sólo la fe en Jesucristo salva, pero las obras
realiza solo por la fe, sin obras. Dios lo hace buenas son necesarias como prueba de la
todo en la salvación: el hombre no hace nada. fe.
Sólo el Bautismo y la Eucaristía. Niega los Existen siete sacramentos instituidos por
demás sacramentos. Y aunque admita la Jesucristo.
Eucaristía y una cierta presencia de Cristo en
ella, niega su carácter sacrificial y la
transubstanciación.
Solo Cristo. Rechaza los intermediarios, Conforme a la Tradición, las indulgencias, el
pues toda mediación humana era negar la culto a los santos (dulía) y, especialmente, a
mediación única de Cristo. Por ello rechaza el la Virgen María (hiperdulía) tienen un valor
culto a la Virgen y a los santos y niega que la importante y significativo en la fe.
Iglesia tenga poder de alcanzar la remisión de El sacerdocio es un sacramento instituido
la pena temporal de los pecados a base de por Cristo. Y la vida consagrada encuentra
indulgencias. Por eso rechaza también al su inspiración en la vida de Cristo.
sacerdote como mediador especial entre Dios
y los hombres. (Y la vida consagrada).
Solo la Iglesia invisible. La Iglesia es La Iglesia es a la vez comunidad visible y
concebida como comunidad interior e invisible espiritual, de estructura jerárquica, como
de los creyentes. Rechaza la estructura quiso Cristo al nombrar a Pedro cabeza de la
visible y jerárquica de la Iglesia. Iglesia (Cf. Mc 3 14-15 y CIC n. 751 y ss.)

2.3.2. ANGLICANISMO

Enrique VIII, hijo de Enrique VII, subió al trono inglés por la muerte de su hermano
Arturo. Se casó con la viuda de su hermano, Catalina de Aragón, hija de los Reyes
Católicos. Para ello se pidió la dispensa de impedimento de afinidad al Papa Julio II.

De educación cristiana y de amplia formación teológica, en su juventud llevó una


intensa vida de piedad, llegando a ser defensor de la causa católica durante los
primeros años de su gobierno. Tanto es así que, se le concedió el título de “defensor
de la fe” tras escribir la Afirmación de los siete sacramentos, dedicada al Papa León X,
refutando las tesis de Lutero.

Esta situación cambiaría a raíz del conflicto desatado con la Iglesia por el problema
sucesorio, pues el matrimonio con Catalina de Aragón no le había dado herederos
varones. En 1527, Enrique VIII enamorado de Ana Bolena pidió al papa Clemente VII
la nulidad del matrimonio so pretexto del parentesco previo entre los cónyuges. Al
negarle el Papa la nulidad, Enrique VIII, en 1531, se hizo proclamar jefe de la Iglesia
de Inglaterra en una asamblea general del clero. Tras ser nombrado primado de
Inglaterra Thomas Cranmer, en 1533 celebra el matrimonio entre Enrique y Ana y la
corona como reina. El papa Clemente VIII respondió con la excomunión del rey.

La reacción del rey fue aprobar en el Parlamento el Acta de Supremacía (1534), que
supuso la constitución de una Iglesia anglicana – nacional e independiente de la
católica y de la obediencia al Papa - sometida a la autoridad real y cuya cabeza era el
propio rey. Asimismo, supuso que los católicos ingleses que permanecieran fieles a
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Roma fueran perseguidos como traidores, que en 1539 fueran disueltas las órdenes
religiosas e incautados todos sus bienes, y que la monarquía se enriqueciera con los
beneficios obtenidos con la venta de los bienes eclesiásticos.

Por ahora no se renuncia a los dogmas y se condenan las doctrinas reformadas. Pero,
con la llegada al trono de Eduardo VI (1547-1553), hijo de Enrique y de su tercera
mujer, Jane Seymour, penetró el protestantismo en Inglaterra, porque introdujo
profundas modificaciones religiosas. En este momento, del cisma se pasó a la herejía.

2.3. VIDA DE ORACIÓN Y EXPERIENCIA MÍSTICA

Seguro que alguna vez conocías a alguien “de oídas”. Es decir, te han dicho: “x es de
tal manera”, “x es de tal otra manera…”. Y puede que hayas creído el testimonio de los
que hablaban de “x”, porque te parecía fiable. Pero, seguro que cuando te han
presentado a la persona y has hablado con ella, has empezado a conocerlo de un
modo nuevo, directo, por ti mismo, “cara a cara”.

Pues bien, precisamente la vida de oración y la experiencia mística va de eso. La


oración es el diálogo con Dios. Y la experiencia mística designa un tipo de oración en
el que se da una intervención sobrenatural de Dios en el alma, libre y gratuitamente
dada por él – sin mérito del alma -, por la cual se adquiere un conocimiento
sobrenatural de Dios, que intensifica el conocimiento dado por la fe. Precisamente por
eso, aunque tales experiencias son inefables, las personas que han tenido
experiencias místicas auténticas pueden aportar imágenes para conocer a Dios y para
ayudar así a acercarnos a Él, a los que no las hemos tenido. Si uno coge un libro de
Santa Teresa de Jesús como Las moradas, o la Noche oscura de San Juan de la
Cruz… descubrirá muchas metáforas y textos riquísimos en imágenes que son
empleadas para hacer comunicable lo incomunicable: algo secreto que ha pasado
entre Dios y el alma.

Para hacer oración auténtica son necesarias tres virtudes, tal y como afirma Santa
Teresa en su obra Camino de perfección: desasimiento, caridad y humildad. El
desasimiento es el desprendimiento de cosas, es decir, el no estar apegado a ninguna
ambición, ni a nada. La caridad es el amor fraterno, que lleva a amar a todos sin
particularismos, y buscando el bien espiritual del prójimo, es decir, procurar llevarlo a
Dios (sobre todo, si está alejado de Él). Y la humildad es, en palabras de Teresa
“andar en verdad”, es decir, reconocer que, delante de Dios, no podemos nada, ni
somos nada, porque todo nos viene dado de Él. Significa también no creerse más
importante que el resto, ni dolerse u ofenderse porque “parece que no me han tenido
en consideración”. Camino para alcanzar la humildad es buscar, o por lo menos,
aceptar, humillaciones, como que me malinterpreten o que no reconozcan el mérito
que tengo en algo. (San Ignacio de Loyola, a propósito de la humildad, afirma que el
primer grado de humildad implica apartarse del pecado mortal; el segundo grado,
apartarse del pecado venial; y, el tercer grado, escoger humillaciones y desprecios por
parecerse más a Cristo humillado y despreciado.)

La Iglesia considera que existen distintas formas de oración (CIC n. 2642-2649):

El Espíritu Santo que enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo que Jesús


dijo, la educa también en la vida de oración, suscitando expresiones que
se renuevan dentro de unas formas permanentes de orar: bendición,
petición, intercesión, acción de gracias y alabanza.
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Gracias a que Dios le bendice, el hombre, su corazón puede bendecir, a


su vez, a Aquel que es la fuente de toda bendición. La oración de
petición tiene por objeto el perdón, la búsqueda del Reino y cualquier
necesidad verdadera. La oración de intercesión consiste en una petición
en favor de otro. No conoce fronteras y se extiende hasta los enemigos.
Toda alegría y toda pena, todo acontecimiento y toda necesidad pueden
ser motivo de oración de gracias, la cual, participando de la de Cristo,
debe llenar la vida entera: “En todo dad gracias” (1 Ts 5, 18). La oración
de alabanza, totalmente desinteresada, se dirige a Dios; canta para Él y
le da gloria no sólo por lo que ha hecho sino porque ÉL ES.

Igualmente, la tradición cristiana abarca tres expresiones fundamentales de la vida


de oración, la oración vocal, la meditación y la oración contemplativa (CIC, n. 2721-
2724):

Las tres tienen en común el recogimiento del corazón. La oración vocal,


fundada en la unión del cuerpo con el espíritu en la naturaleza humana,
asocia el cuerpo a la oración interior del corazón a ejemplo de Cristo
que ora a su Padre y enseña el “Padre Nuestro” a sus discípulos. La
meditación es una búsqueda orante, que hace intervenir al
pensamiento, la imaginación, la emoción, el deseo. Tiene por objeto la
apropiación creyente de la realidad considerada, que es confrontada
con la realidad de nuestra vida. La oración contemplativa es la
expresión sencilla del misterio de la oración. Es una mirada de fe, fijada
en Jesús, una escucha de la Palabra de Dios, un silencioso amor.
Realiza la unión con la oración de Cristo en la medida en que nos hace
participar de su misterio.

2.5. PUNTOS DE REFLEXIÓN SOBRE EL DIÁLOGO RAZÓN Y


FE

Suele decirse a veces que la Iglesia está en contra de la razón, en contra de la ciencia.
A esto hay que decir que, a lo largo de la historia, la Iglesia ha preservado la cultura
(por ejemplo, en los monasterios, durante la Edad Media). Y que Juan Pablo II dedicó
un documento muy importante – la Encíclica Fides et Ratio (1998) – a justificar por qué
razón y fe no son dos vías antagónicas, sino complementarias para conocer la verdad.
Asimismo, el Papa Benedicto XVI ha resaltado en algunos de sus discursos que Dios
es Logos, y que, por tanto, no es irracional. El Papa Francisco también en su
Exhortación Apostólica Postsinodal Evangelii Gaudium (2013) ha destacado la
necesidad del diálogo entre razón y fe para evitar malentendidos.

Cuando se dice que la Iglesia está en contra de la ciencia quizá se piensa en


situaciones en las que la Iglesia se ha pronunciado para denunciar algunas
consecuencias inmorales de algunos avances técnicos (como, por ejemplo, el uso
de los anticonceptivos, cuyas consecuencias inmorales fueron alertadas por Pablo VI
en la Encíclica Humanae vitae (1968). Pero es lógico que no todo lo que se puede
hacer, se debe hacer. Por tanto, no tiene sentido tachar a la Iglesia de retrógrada
porque nos recuerde que la vida humana es sagrada, o que el aborto es
intrínsecamente malo, porque es matar un inocente. Es más, grandes científicos como
Gerôme Lejeune, padre de la Genética moderna y descubridor de la causa genética
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del síndrome de Down (la trisomía en el par cromosómico 21) han defendido también
la sacralidad de la vida humana, a precio de ser marginados en los ambientes
científicos de su tiempo. Concretamente, Lejeune, en el discurso que dio en San
Francisco (EEUU) al recibir un prestigioso premio que lo situaba entre los candidatos
al Premio Nobel de la Medicina, no reparó en señalar que el Instituto Nacional de la
Salud se estaba convirtiendo en el Instituto Nacional de la Muerte, porque el
descubrimiento de la trisomía en el par 21 hecho por Lejeune estaba conduciendo a
los genetistas a realizar análisis en fetos humanos con el fin de aconsejar el aborto a
las mujeres embarazadas de niños con síndrome de Down. Estos científicos también
son Iglesia – porque la voz de la verdad es una - y son siempre un referente de que lo
que dice la ciencia y lo que dice la fe no son caminos contrapuestos.

En otras ocasiones, es nuestra ignorancia la que nos lleva a pensar que Iglesia está
en contra de la ciencia. Así ocurre con el “caso Galileo”. Como no sabemos distinguir
entre mito y evidencia histórica, creemos que a Galileo lo condenaron a morir en la
hoguera, cuando en realidad su condena consistió en un periodo de reclusión en casa
y en rezar unas oraciones. Y como no sabemos distinguir los sentidos en los que hay
que leer la Sagrada Escritura, creemos erróneamente que el Génesis es contrario a la
teoría del Big-Bang, cuyo autor fue, precisamente un sacerdote; o que es contraria a la
teoría de la evolución de las especies (sobre la cual, por cierto, no hay consenso entre
los mismos biólogos). (Para más información sobre estos temas, véanse los artículos
cuyo link pongo en la plataforma).
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ANEXO: ¿Cómo confesarse bien?

Por: P. Carlos Adriano Santos dos Reis, EP | Fuente: http://es.gaudiumpress.org y


catholic.net

La Iglesia nos enseña que son imprescindibles cinco cosas para una buena
confesión: hacer un buen examen de conciencia, tener dolor de los pecados, hacer el
propósito de no cometerlos más, confesarlos y cumplir la penitencia impuesta por el
confesor.
Pero ¿en qué consiste precisamente cada una de esas exigencias?

El examen de conciencia

Antes que nada, se debe hacer un examen de conciencia. El fiel deseoso de obtener
el perdón de sus faltas necesita primero auscultar su alma, para saber qué pecados no
han sido confesados todavía. No es necesario traer a la memoria los pecados de toda
la vida, sino únicamente los cometidos desde la última confesión bien hecha.
Si nos detenemos a conocer seriamente cada una de las ofensas hechas a Dios, nos
disponemos a sentir por ellas verdadera tristeza y, así, a obtener el perdón.
El examen de conciencia ha de ser hecho cuidadosamente, sin precipitación. Es
importante que rememoremos los pecados cometidos de pensamiento, palabra, obra u
omisión, recorriendo para tal fin los Mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia, la
lista de los pecados capitales y las obligaciones de nuestro propio estado. Debe
abarcar también las malas costumbres que se han de corregir y las ocasiones de
pecado que se han de evitar.
Pero la Iglesia, como buena madre, nos recomienda también que evitemos dejarnos
llevar por la exagerada preocupación de haber olvidado alguna falta o circunstancia.
Cualquier persona, sea por deficiencia de memoria, sea por relajamiento, puede sentir
dificultad en recordar los pecados aún no confesados. Sin la ayuda de Dios, nadie
puede hacer nada bien. Por lo tanto, es muy apropiado empezar el examen de
conciencia con una oración, pidiéndole, por intercesión de la Virgen o de nuestro ángel
de la guarda, que ilumine nuestra mente para que reconozcamos todas nuestras faltas
y nos dé fuerzas para detestarlas.
¿Cuántas veces he pecado? Es una importante pregunta que debemos hacernos. Un
soldado recibe tres graves heridas en combate. Llevado al hospital, le enseña al
médico sólo dos; la tercera la oculta, movido por un necio sentimiento de vergüenza.
No sirvió de nada que el médico curase las dos lesiones que conocía, porque el
soldado murió como consecuencia del agravamiento de la tercera.
Ahora bien, la Confesión también es un acto de curación. Si queremos reanudar
nuestra amistad con Dios y tener el alma curada de las llagas de nuestros pecados,
debemos pedir perdón de todos y cada uno de ellos. Por consiguiente, tratándose de
pecados mortales -faltas en materia grave, con pleno conocimiento y pleno
consentimiento de la voluntad-, debemos investigarlo todo; incluso en la medida de lo
posible, cuántas veces fue practicado determinado acto pecaminoso y en qué
circunstancias. No es irrelevante contar en la Confesión las situaciones que agravan el
pecado. Por ejemplo, robarle a un pobre es más grave que hacerlo a un rico. Tratar
mal a nuestros padres, a quienes les debemos la vida, es más grave que hacer lo
mismo a un compañero del colegio. Las circunstancias agravantes han de señalarse,
pues el sacerdote necesita conocer con claridad los pecados para perdonarlos. Del
mismo modo que un médico, para atender a un paciente, primero tiene que evaluar
bien el diagnóstico de la enfermedad, para poder aplicarle el remedio más adecuado.
Si omitimos estas informaciones por maldad, la Confesión será mal hecha, por lo
tanto, ningún pecado será perdonado.
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El dolor de los pecados

Lo más importante para que el penitente logre el perdón de Dios es el arrepentimiento,


es decir, sentir disgusto por la falta cometida y tener la voluntad firme de no recaer
más en ella. Naturalmente, no es necesario derramar lágrimas por el dolor de los
pecados, pero hay que lamentar de corazón haber ofendido a Dios, más que si nos
hubiera sucedido cualquier otra desgracia.
Sin arrepentimiento, la Confesión no tiene ningún valor. No es posible conseguir el
perdón de Dios sin odiar la falta cometida, sin la disposición de no repetirla nunca.
Esta postura de alma debe extenderse a todos los pecados mortales, sin excepción. Y
para obtener el perdón de nuestras faltas en la Confesión, basta el arrepentimiento por
miedo a los castigos acarreados por el pecado -la atrición-, aunque lo mejor es
arrepentirnos por haber ofendido a Dios -la contrición.
El arrepentimiento también abarca la confianza en la misericordia divina, porque el
dolor de los pecados sin esa virtud podría terminar en desesperación.

El firme propósito

Si, de hecho, hay arrepentimiento por los pecados cometidos, se producirá en el alma
el propósito, la firme voluntad, resueltamente determinada, de no repetirlos nunca más
y de huir de las ocasiones próximas, de evitar todo lo que induce al mal: puede ser una
persona, un objeto, un lugar o incluso una circunstancia la que nos ponga en peligro
de ofender a Dios.

[Decir los pecados al confesor]

[…] Primeramente es necesario, siguiendo el mismo principio del examen de


conciencia, contarle al sacerdote todos los pecados mortales cometidos después de la
última Confesión bien hecha. Si alguien oculta un solo pecado grave de propósito,
además de no recibir el perdón de ninguno, acaba cometiendo otro, por estar
ofendiendo algo sagrado instituido por el mismo Cristo. Es decir, es al mismo Jesús a
quien se le está mintiendo.
La Confesión debe ser sincera. El penitente debe acusar sus pecados al sacerdote
con objetividad, evitando innecesarias demoras, que incluso pueden perjudicar la
claridad de la materia. La ausencia de sinceridad en cuanto a la manera de acusar los
pecados es otra tentación del demonio contra la cual es imprescindible precaverse.
También las excusas pueden ser ocasión de tentación: justificar los pecados, creando
atenuantes, no reconociéndose enteramente culpable de sus propias faltas o
echándole la culpa a los demás.

Finalmente, debo cumplir la penitencia

Al final de la Confesión el sacerdote impone la penitencia, también denominada


satisfacción. Generalmente es una oración o una buena obra la que el confesor le
ordena al penitente como expiación de sus pecados.
Por nuestro sentido de justicia, sabemos que a toda ofensa debe corresponderle una
reparación proporcional. El principio también se aplica a Dios: cuando es ofendido
también merece una reparación. Si la ofensa contra Dios es grave, el pecador merece
el infierno, porque el castigo reparador debe ser proporcional al ofendido, en este
caso, eterno. Pero la Confesión sacramental, además de perdonar la culpa del
penitente, perdona la pena eterna, que es conmutada por una pena temporal. Cuando
alguien se confiesa, sus pecados están perdonados completamente, pero la deuda
con Dios aún no ha sido pagada. Entonces el sacerdote le impone una penitencia
después de la Confesión, cuyo objetivo es reparar el mal cometido contra Dios. Sin
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embargo, puede ocurrir que la pena temporal sea perdonada incluso en la propia
Confesión; cuando el penitente tiene un extraordinario dolor de sus pecados.
Es evidente que el mismo Jesús con sus sufrimientos y su muerte en la cruz satisfizo
la divina justicia en cuanto a nuestros pecados, pagando así nuestra deuda con
relación a Dios. Por eso en la Confesión se perdona nuestra culpa y el castigo eterno.
Pero Dios exige, con todo derecho, que también, cuando nos sea posible, hagamos
algo como satisfacción de nuestros pecados. Y esa pequeña satisfacción también es
exigida para la comprensión de la gravedad de nuestras faltas, para que nos sirva de
remedio a los pecados y nos preserve de recaídas.

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