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PREPARA:
Siervas de san José
Secretariado causas de canonización
C/ Brisa 4. 28003 Madrid
Tel 91 554 14 65
www. siervasdesanjose.org
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Francisco Butinyà, creyente, padre de la fe, testigo
El autor de la carta a los Hebreos enumera, casi al final del escrito, una larga serie de hombres, y
alguna mujer, creyentes, “nuestros mayores que fueron alabados por su fe”, animándonos a que
también nosotros/as “teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos el lastre que
nos paraliza y corramos con fortaleza, soportando la prueba” (He 11. 12, 1).
De esa nube de testigos forma parte para nosotras, Hijas de san José y Siervas de san José,
Francisco Butinyà, nuestro padre en la fe, nuestro fundador.
Nos llama, en estos recios tiempos de increencia, a seguir sus pasos de apóstol incansable, de
creyente ardoroso, de testigo apasionado.
Testigo porque no se limita a anuncia el reino de todas las maneras posibles, mediante la palabra
a través de toda la gama de ministerios sacerdotales, de los ejercicios espirituales, pláticas,
innumerables misiones populares…, o por medio de sus incontables escritos, asombrando a todos
por su actividad apostólica desbordante, sino porque es un hombre de fe que “fija los ojos en Jesús,
que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a
la ignominia” (He 12, 2). Esto es lo que lo convierte en testigo.
La vida de nuestro fundador no es fácil. El precio que paga por la fundación de las Siervas de
san José y de las Hijas de san José, trabajadoras pobres que dedican su vida a otras trabajadoras
pobres, es muy alto. Prefiere ser “anatema por los pobrecitos”, prefiere que le echen de su querida
Compañía de Jesús, antes que abandonar la obra empezada “a favor de los pobres”. Pasa por
“disidente” porque ama la verdad, la prefiere antes que “medrar por la adulación y la lisonja”.
Al final de su carrera se apaga su voz, no sólo materialmente por el derrame cerebral que le
aqueja, superado en octubre de 1894 y con recaída en octubre de 1899, que le conduce a la muerte,
sino porque se ve marginado del gobierno de las Siervas de san José. Primero había sido por las de
Salamanca, después por las de Girona.
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FUNDADORES
Recordar este momento es importante para nosotras porque es volver a poner en el corazón el
momento en que llegaba a término su vida, vida llena de entrega, de desvelos por el Evangelio, de
cuidado para sus Josefinas y para los pobres.
Lejanas quedaban aquellas fechas en que exclamaba: “Hemos de fijar los ojos en el Señor” o en
que manifestaba que estaba “resuelto a no negar nada”.
El 18 de diciembre de 1899 la obra de santidad realizada por Dios en Butinyà llegaba a su fin. Lo
había llevado por caminos de contemplación de Nazaret, haciéndole gustar el misterio de un Dios
que se encarna y que se nos revela, sobre todo, como un hombre normal, un trabajador más de
aquella aldea perdida de Galilea.
Butinyà había quedado subyugado por aquel Jesús que aprende humildemente el trabajo en el taller
de José, que vive sencillamente en familia como cualquier morador de Nazaret. Desde ahí Butinyà
se hará trabajador infatigable y vivirá su intenso apostolado hacia los trabajadores y el pueblo
sencillo en Girona y en Manresa, en Tarragona y en tantos pueblos donde reparte el pan de la
palabra. Desde ahí intentará dar forma a la vida de las Siervas y sus Talleres…
Volvamos a recorrer la vida de nuestro Fundador, mirándola desde Nazaret y siguiendo el impulso
que desde esa luz nos nazca en el corazón.
Nuestro Fundador murió en Tarragona, el 18 de diciembre de 1899, a los 65 años de edad, a las 5 de la
madrugada. Su espíritu presuroso se deslizó al amanecer para unirse para siempre con quien fue la razón
de su vida: Jesús, el trabajador de Nazaret. En su agonía, dicen los testigos. Él repetía “Jesús, José y
María, os doy el corazón y el alma mía”
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Francisco Butinyà funda con Bonifacia Rodríguez la Congregación de Siervas de san José en Salamanca (España) el
10 de enero de 1874. El 13 de febrero de 1875 funda en Calella de la Costa (España, provincia de Barcelona y diócesis
de Girona) una segunda comunidad, que, pasado el tiempo y por razones históricas, da origen a la Congregación de
Hijas de san José.
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Nazaret marcó su vida de Fundador y nos dejó esta huella en la espiritualidad de las siervas de san José.
Cortas pero hondas las palabras que recoge Blanco Trías “Os envío mis últimos consejos: sed buenas, amaos
unas a otras y que la soberbia no anide en vuestros corazones” dirigidas a las siervas de san José en los últimos
momentos de su vida.
Francisco era un hombre audaz, sensible a la realidad clamorosa de la mujer, oyó sus gemidos y no dudó
en forma persistente en abrir caminos de dignidad: Su presencia cargada de vitalidad contagiaba ganas de
vivir. Su vida y su trabajo, son la expresión de un hombre de Dios. “operario infatigable de la viña del
Señor” (Archivo general S.J.)
Hoy, nosotras como aquella primera comunidad-taller, estamos desafiadas a trasmitir el carisma en un
tiempo incierto. El Espíritu nos llama a creer en el hoy, mientras experimentamos la precariedad en
varias dimensiones de la vida, que pueden tentarnos al desencanto. La crisis en este momento no es
solamente una crisis de vocaciones, sino más bien, crisis de responsabilidad madura; es decir, yo soy
mujer y como mujer tengo que responder, con mi edad, mis capacidades, con mis errores a la época en
que me toca vivir, al momento congregacional en el que me encuentro, con sus luces y sombras.
Afirma Judit Viorst, que vivimos una etapa de pérdida que no sólo incluye la separación y la ausencia de
lo que amamos, sino también la pérdida consciente e inconsciente de nuestros sueños, expectativas,
ilusiones de seguridad y de nuestro yo más joven. Ese yo que en nuestra fantasía consideramos inmune e
inmortal. La gran mayoría de nosotras estamos jubiladas. Llevamos en nuestro haber largas jornadas de
trabajo, enfermedades, éxitos y fracasos, tal vez frustraciones y puede que las fuerzas ya no den para
más, o que simplemente pensemos que ya hicimos lo suficiente. Sin embargo la vida no se detiene, hay
un fuego lento que no se apaga, es un clamor silencioso que nos acompañará hasta el final, porque el don
recibido está vivo.
La meta de la vida humana y la del discipulado, es crecer hasta el último aliento “en sabiduría y en
gracia”, trascender nuestras propias necesidades personales y amar a los demás con un amor que
promueva vida. “Amad mucho a Jesús que el amor es buen maestro para todo lo que es bueno”, nos decía nuestro
Fundador. Pero a estas alturas del camino, no podemos dar la vida sino hemos aceptado la nuestra con
toda su realidad y por ahí va una llamada, que si logramos concretizar la respuesta, comunicaremos más
vida en la comunidad-taller, alimentaremos la calidad en nuestras relaciones y seguiremos
comprometidas con la misión que se nos ha confiado. La profunda experiencia de Nazaret nos lanza a
persistir en el amor, hasta el último aliento de nuestra vida.
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En este sentido, no podemos quedarnos en nuestras situación interna, perdiendo de vista lo que está
sucediendo a nuestro alrededor, sobre todo a aquella parcela que con tanto amor contemplaron nuestros
Fundadores: Se ha agravado la situación de injusticia en las relaciones sociales y laborales, la crisis
económica mundial ha agudizado el desempleo y han aumentado los colectivos en situación económica y
laboral muy precaria y con alto riesgo de exclusión social sobre todo entre mujeres inmigrantes,
desplazadas. Simultáneamente el planeta se destruye a pasos agigantados, cortamos los árboles,
ensuciamos los ríos… Lo que interesa es la ganancia, no importan los pueblos, ni su gente. Hay una
deshumanización de la economía y un evidente menosprecio a la persona. Sobre todo de la mujer pobre.
Aquí está, a mi entender, la llamada que hoy se nos hace a las Siervas, un gran reto para nosotras.
Con las ventajas que nos da el no tener nada que perder, con el regalo de ser mujeres en el siglo XXI, con
la fuerza del evangelio, hacer memoria hoy de nuestro Fundador es alentarnos mutuamente a vivir la
Misión desde un enfoque más hondo. Descubrir que la Misión no es simplemente una praxis, es un modo
de acercarnos al misterio de la vida, aportando más vida. La misión no es una cuestión sólo de estar en la
plenitud de la actividad. No es simplemente la ubicación de las personas en una u otra actividad o si
tenemos nuevas hermanas en la congregación, es algo más profundo, es la expresión del amor a la
historia concreta del mundo laboral, es sentir con la mujer de nuestro tiempo y con la madurez de
nuestros años, hacer una opción por la mujer trabajadora promoviendo su dignificación, desde enfoques
transformadores que favorezcan su organización, autonomía y participación en el proyecto histórico
social, impulsando una vivencia liberadora de la fe que la lleve a actitudes de solidaridad con otras
mujeres.
Tenemos en nuestras manos el Carisma, y nuevamente hoy nuestro Fundador nos invita a seguir
apostando y cuidando los brotes de vida nueva que van surgiendo en medio de la situación incierta de
nuestro mundo y de los cambios tan hondos que se atisban en nuestra congregación, es un camino
inédito, que exige de nosotras fe y confianza.“Voy a hacer algo nuevo ¿no lo notan? (Ap 16).
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- Fuente de tensión con los superiores.
-
3ª línea: Un hombre de frentes tan distintos y, a la vez, unificado, es signo de un hombre
muy lleno de Dios, que es el que lo engloba todo. Por eso en Butinyà todo está en su sitio, no
revuelto. No se trata de una visión humana, que es fragmentadora y fragmentada, él engloba todo y
en todo está Dios y hay que acercarlo a todos.
Se traduce en que es un hombre que integra todo:
• Oración-trabajo. Lo hace realidad con las jaculatorias, todo son realidades divinas en que
está Dios.
• Dimensión intelectual, de estudio, y a la vez divulgador. Traduce su saber al hombre
concreto.
• Visión universal y una muy local: su familia, su tierra, que no lo polariza. Él no se
polariza ni toma partido. Hoy nos puede parecer muy catalán, pero él es disponible, su
horizonte ha sido trabajar y volcarse donde sea. Lleva muy asumido: “donde esté tengo
que ser evangelizador”, teniendo en cuenta que se ha de adaptar, es un hombre con los
pies en la tierra.
• Fe-justicia. Sentir la realidad del mundo como llamada de Dios o sentir a Dios en las
realidades del mundo. Esto es muy anticipador.
4ª línea: Disponibilidad a los superiores. El conflicto que vive con la obediencia es el eterno
conflicto que brota de una doble concepción de la obediencia:
- cumplir lo que dice el superior
- o buscar la voluntad de Dios, que hay que buscarla, no está fijada.
Esto hace que surja el conflicto. Butinyà representa, que es disponibilidad madura.
Ignacio Iglesias, sj
Valladolid (España), 5 de abril de 2006
AMEN A JESÚS
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Amen a Jesús, amen a Jesús / el amor es buen maestro
Para todo lo que es bueno.
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Bonifacia Rodríguez, ssj
Las condiciones de vida de las mujeres dan la pauta del desarrollo de un país. Cuando se vulneran
derechos como el acceso a la educación o al empleo se cercena su libertad y su independencia y se
ponen serios obstáculos a la evolución de un país.
Desde su experiencia de mujer que tuvo que hacerse camino desde muy joven y asumir la
responsabilidad de ayudar a sacar adelante su familia tras la muerte de su padre, Bonifacia sabe las
dificultades con que se encuentra una mujer para hacerse camino dignamente en la vida, si no tiene
la formación elemental que la capacite para situarse con autonomía y entereza en el mundo laboral
y en todos los aspectos de la existencia
En la encrucijada de su existencia, Bonifacia, como buena artesana, tejió su vida sobre una
urdimbre capaz de integrar todos los colores del acontecer cotidiano y de dar solidez y consistencia
a su ser y a su quehacer. Una urdimbre de fidelidades, firme y bien tensada:
Fidelidad a sí misma
Fidelidad a Dios
Fidelidad a las mujeres de su tiempo
Fidelidad al carisma recibido
Hay sueños que adormecen. Son como lagos que se llenan con deseos largamente rumiados en la
soledad pero que no tienen cauce. Pero hay sueños que nacen con vocación de ríos: se alimentan de
las torrenteras de insatisfacción abiertas a la esperanza, deseos y utopías que movilizan, inquietan,
y se abren cauce hasta el mar.
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EL “TALLER”, Producción. Formación. Convivencia con un referente: Nazaret
En una sociedad que contempla asombrada e impotente el avance de la máquina y entrega con
frenesí a la producción, Butiñá quiere hacer sonar una alarma y encender una esperanza.
Quiere ofrecer una alternativa humanizadora para el trabajo industrial. Una alerta a la ambición
desmedida de los empresarios que arrastra en su vorágine a una clase trabajadora embrutecida por
el exceso de trabajo, la precariedad de los sueldos y la penuria económica. Piensa entonces en una
“industria cristiana” Una industria que funciona con criterios, valores, prioridades y actitudes
evangélicas. Una industria con resonancias de “Reino de Dios”: Horario adecuado, condiciones
saludables, bolsa común, atención a las necesidades de las trabajadoras, reparto de las ganancias,
respeto a la persona, cobijo, solidaridad…
Butiñá, catalán, empresario y jesuita aborda el tema con sentido “práctico”: “ganar el pan con el
sudor de la frente” perspectiva de trabajo productivo y santificación de las hermanas: finalidad
evangelizadora.
Bonifacia encarnó ese carisma y le dio su impronta: mujer de ojos bondadosos, corazón compasivo,
manos habilidosas y un gran sentido común, fue tejiendo con ternura día a día, el carisma recibido
y en contacto con la realidad de cada una de las hermanas y acogidas, lo fue troquelando, puliendo,
adaptando a las circunstancias del acontecer histórico y la de vida y capacidades de cada una. Un
corazón magnánimo y generoso como el suyo, no se ciñe a lo “reglado”, está siempre abierto a la
necesidad.
En el trabajo y por el trabajo se organiza la vida del Taller y en él se da también respuesta a otra
inquietud hondamente sentida por Bonifacia y Butiñá: “preservar del peligro de perderse” a las
jóvenes, que carecen de trabajo. Se las acoge, se les enseña un oficio, aprenden el catecismo, se les
enseñan “las cuatro reglas”, se les ejercita en las “tareas domésticas” propias de la mujer…
Bonifacia y las primeras Siervas les transmiten con generosidad todo su saber y las preparan para
afrontar la vida con la mejor preparación, dentro de sus posibilidades a la luz del Evangelio y bajo
la protección de San José. Educan con lo que son y lo que tienen, promocionan en la medida de sus
posibilidades. Comienzan con mujeres desacomodadas, pero después serán también las niñas
huérfanas, las mujeres mayores que viven solas, las jóvenes… Todas caben en el corazón de
Bonifacia: “Ancho como las arenas del mar”
(Promocionar, según el diccionario significa “Ayudar a alguien a subir de categoría en el trabajo o
en las relaciones sociales” con una acepción particular para la “promoción obrera”: Ascenso a un
nivel de vida superior, a la cultura”).
Y todo esto en fraterna convivencia. Hermanas y afiliadas, acogidas… Todas bajo un mismo techo,
bajo el cuidado maternal de Bonifacia y las hermanas que las quieren y las cuidan “como a las
niñas de sus ojos”
Para las Siervas de San José, Taller tiene un significado preciso y hace siempre referencia al Taller
de Nazaret
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El Taller no es solo un lugar de trabajo, el Taller es hogar: es servicio, es encuentro, es acogida, es
relación, es formación, es oración, es solidaridad, es compartir, es tarea, es pan amasado con sudor,
es vida, …
Pero el trabajo no solo es un medio para “ganarse el sustento” es también una actividad que
permite poner en juego las propias capacidades y desarrollarlas, da a la persona un reflejo de su
valía personal y de su aportación a la construcción del mundo; la sitúa ente la creación como
colaboradora de Dios.
Es también una fuente de satisfacción personal, cuando ese trabajo está bien hecho, cuando se hace
con ilusión. Es una manera de solidarizarse con los demás, de contribuir al desarrollo y bienestar de
la sociedad…
Para disfrutar de todo el bagaje constructivo que puede aportar el trabajo a la persona y al entorno
hay que percibirlo y realizarlo con optimismo, con esperanza, con competencia, con sentido.
El Trabajo cuando se aborda y se realiza con FE, genera relaciones cordiales, solidarias,
gratificantes, basadas en el AMOR.
Bonifacia tenía claro que solo se educa desde el Amor, solo se salva con Amor, solo se puede
ayudar a la persona a ser lo que está llamada a ser, cuando se le acoge y se le acepta con amor.
Desde esa convicción fundamental, abalada por su fe en el Dios de Jesús, acomete su tarea
educadora y de promoción de la mujer.
La visión cristiana del hombre, al mostrarnos a la persona como un don del amor de Dios, evidencia
la bondad de su ser, el optimismo radical con que debemos mirarnos, cuidarnos, amarnos. De este
amor se alimenta la auténtica autoestima,
la afirmación gozosa del propio ser y la apertura confiada al amor de los demás.
El amor, es la condición indispensable y necesaria de la conducta cristiana. Así lo afirma San Pablo
en la Carta a los Corintios, 13,2-3 “Ya puedo tener toda la fe, hasta mover montañas, que, si no
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tengo amor, no soy nada. Ya puedo dar en limosna todo lo que tengo, ya puedo dejarme quemar
vivo, que si no tengo amor, de nada me sirve”
La formación cristiana de las jóvenes bebe en el la vida de las religiosas esta primacía indiscutible
del amor. En el Taller, “la caridad es la principal norma de conducta”. Pero la caridad no se agota
en la relación interpersonal, tiene un dimensión “política”, como dijo Pio XI, y una dimensión
“social” de la que habla la encíclica “Cuadragésimo anno” y en este sentido, resulta aleccionador
constatar que en el “Taller”, de alguna manera, se abordan estas dimensiones en hechos como la
bolsa común, el cuidado de las enfermas y la acogida de las desempleadas, la atención “a cada
una según su necesidad”. Las actitudes alimentadas en los valores del evangelio, son un anticipo
de los servicios sociales y sanitarios de que gozamos en la actualidad, pero que en aquel momento
eran una lejana utopía.
Cuando las mujeres entran en el Taller, encuentran un hogar. Un ámbito de acogida, sosiego,
seguridad… que las libera de los temores de la “intemperie” afectiva y laboral. Es el clima propicio
para el encuentro consigo mismas, para situarse en el ancho mar de la existencia y descubrir sus
posibilidades.
La sólicita atención que les dispensan las Siervas de San José hace mella en su afectividad y en su
autoestima. Es el comienzo de una nueva actitud ante la vida. Poco a poco los logros conseguidos,
el reconocimiento, los pequeños ingresos por su trabajos, la colaboración en el taller, la implicación
en las tareas va generando seguridad, esperanza y alegría. Han encontrado un Hogar.
El Taller sigue siendo para las mujeres un lugar de referencia y de encuentro, también cuando se
incorporan al mundo laboral. En el Taller encuentran las mujeres un lugar al que pueden acudir al
perder el trabajo, al caer enfermas… siempre son bien acogidas y atendidas con solicitud. Así lo
reflejan los reglamentos.
Pero no solo eso. En los días de asueto re reúnen en el Taller para compartir experiencias, recibir
asesoramiento, pedir consejo, estrechar lazos, continuar la formación, divertirse. Es su hogar, el
lugar donde siempre son bien recibidas.
El “Taller” les invita también al encuentro con Dios. La formación religiosa recibida, el ejemplo
de las Maestras, el grupo de las compañeras, las celebraciones litúrgicas… les dan la oportunidad de
acercarse al Dios de Jesús, de conocer el Evangelio, de plantearse la existencia cara al Dios de la
vida, confiadas en la gratuidad de su amor, alentadas por la fidelidad de su promesa: “No tengáis
miedo, Yo estaré siempre con vosotros” como solía repetirles la madre Bonifacia: “Tu Providencia
y mi fe mantendrán la casa en pie”. Con esta fe arraiga en su corazón acometen el trabajo como
una oración y una alabanza, como su manera concreta de colaborar en la construcción del Reino.
La vida, desde la nueva situación, se acoge con otra actitud. No es ya una amenaza sino una
posibilidad. Y es la vida misma la que va marcando pautas al aprendizaje: tareas cotidianas,
“propias de la mujer”, aunque hoy nos suene un tanto discordante, las preparaban para “llevar la
casa”, para desempeñar la maternidad, para la convivencia familiar, para administrar la economía
doméstica… Se les daba una preparación desde la vida y para la vida, para desempeñar su papel
en la sociedad con competencia y dignidad. Eso es lo que se pretendía cuando hablaban de formar
“menestralas cristianas”: mujeres que desempeñan sus funciones en el mundo laboral, familiar y
social con los valores y actitudes del Evangelio.
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c. El “Taller” horizonte de sentido.
Terminada la formación en el taller, las mujeres constatan que ha habido un cambio en sus vidas.
Han pasado de la desesperación de encontrarse explotadas, agobiadas, incapaces de salir de la
pobreza que las atenaza, a mujeres que emprende con esperanza su nueva andadura: Han aprendido
las elementales reglas básicas, tienen un oficio o una preparación para el empleo como sirvientas; la
fe les ha dado un sentido para su vida trascendida, el cariño y la certeza de un hogar abierto les da
consistencia y seguridad. Están en condiciones de defender su autonomía, su dignidad, su pan.
Ya no están solas en la lucha por sobrevivir ni perdidas en un mundo inhóspito, a merced de las
ambiciones y abusos de los “amos” de turno. Han encontrado quienes las acogen, las defienden, las
valoran, las quieren, las ayudan y ellas se han comprometido también: Una bolsa común, un trabajo
compartido, un hogar siempre abierto.
El desaliento ha ido dando paso a la confiada alegría, al deseo de vivir. Habían fondeado en el
desencanto y en la desesperación, pero las han reflotado y ahora reman de nuevo, esta vez hacia una
meta deseada y posible. La alegría de saberse y sentirse capaces de afrontar las dificultades, de
responder de un trabajo, de conseguir una vida mejor para ellas y para sus familias hincha las velas
de su frágil embarcación.
Eso es lo que las Siervas ofrecieron a las mujeres de su tiempo, en la encrucijada de una vida que
era para ellas demasiado dura, confusa, empobrecida, degradante.
MAGNIFICAT DE BONIFACIA
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El Señor se inclinó con amor hacia mí;
con amor a otras jóvenes
trabajadoras y desvalidas,
y tuvo un pensamiento de salvación.
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ESPIRITUALIDAD SSJ
A) En Francisco Butinyà
1. Génesis
Cuando Francisco Butinyà compone en Girona para todas las Josefinas las Constituciones
de 1881, aprobadas por aquel obispo en 1879, escribe en las Reglas comunes, refiriéndose al fin de
la Congregación: “(…) bajo la protección del Patriarca San José, esposo virginal de María
Santísima”. Que san José era el protector de la Congregación estaba implícito desde el primer
momento en el nombre de la Congregación, Siervas de san José.
En el Reglamento de los Talleres, que comienzan a vivirlo nuestras hermanas en 1874, a
partir de la toma de hábito, el padre Butinyà recomienda a la superiora que “tome por modelo en su
régimen a su glorioso Padre san José”; al finalizar el capítulo I lo vuelve a llamar Padre: “los más
devotos de su glorioso Padre”.
Ya desde las primeras Constituciones al nacer la Congregación, las del 7 de enero de 1874,
había diseñado como distintivo “una medalla de plata grande con las imágenes de la Santísima
Virgen y de San José colgada del cuello”, sobre el vestido o “traje que usan las artesanas del país”.
No las va a distinguir un hábito, que al principio no lo tienen, sino una medalla con las dos
imágenes dichas. La costumbre que hemos conocido es que la cara externa de esta medalla, la
visible, era la de la imagen de san José. En el Reglamento de los Talleres, hablando ya del hábito,
puntualiza: “tampoco habrá diferencia en la medalla de San José, que llevarán todas sobre el
pecho”.
Es decir, Francisco Butinyà, nuestro padre y fundador, a la hora de pensar en el nombre de
la Congregación, elige -apoyado por Bonifacia, como tendremos ocasión de ver- el de Siervas de
san José, y en las sucesivas Constituciones que va escribiendo nos lo presenta primero como modelo
y padre (1874) y más adelante como protector (1879).
Aunque nuestra espiritualidad tiene como eje fundamental la familia de Nazaret, sin
embargo, el nombre de la Congregación no hace referencia a ella, sino únicamente al cabeza de
familia.
En los evangelios, pese a lo poco que se nos habla de él, san José ocupa un papel destacado:
Como hijo de José presenta Felipe a Jesús cuando lo identifica como Mesías ante Natanael:
“Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la Ley y los Profetas, a Jesús, hijo de José de
Nazaret” (Jn 1,45); como hijo de José lo reconocen sus vecinos en el momento que Jesús se
identifica a sí mismo como Mesías: “Todos lo aprobaban y maravillados […] decían: ¿No es éste
el hijo de José?” (Lc 4, 22). Hijo de José lo creían todos: “Jesús, al empezar, tenía unos treinta
años y era, según se creía, hijo de José” (Lc 3, 23).
Este papel preponderante en el evangelio se lo han querido dar también nuestros fundadores
en la vida de la Congregación, sin duda porque lo tenía en sus respectivas vidas, en la de Francisco
y en la de Bonifacia.
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particularidad de que lo presenta como prototipo del trabajador cristiano. Relaciona también a san
José con el trabajo en una carta a su hermana Antonia el 8 de marzo de 1869, en la que le aconseja
que el fruto de una hora de su trabajo lo dé a los pobres, en un momento en que Antonia se
encontraba ella misma necesitada.
Es el mismo Francisco el que manifiesta en una carta a su cuñada Dolores que es muy
devoto de S. José. Esta carta carece de fecha, pero podemos situarla hacia mayo de 1868.
Tres libros dedica exclusivamente a san José con la intención de promover su devoción:
• Visitas al Glorioso Patriarca San José para todos los días del mes, Barcelona 1875.
• Glorias de San José, primera edición, Barcelona 1889. Tuvo otras dos ediciones.
• El Patriarca San José, gloria y modelo del obrero cristiano, Apostolado de la
Prensa, Madrid, 1894.
Es también autor del extenso devocionario Visitas a Jesús sacramentado, a María santísima
y al Glorioso Patrirca San José, Barcelona 1878, del que conocemos cuatro ediciones.
Glorias de San José es una de sus obras literarias más trabajada, tanto en el contenido como
en la forma externa, cuidadosamente encuadernada y decorada. Apenas acababa de escribirla,
cuando León XIII publica la encíclica Quamquam pluries, dedicada a promover en la Iglesia
universal la devoción a san José. Estaba todavía en la imprenta Glorias de san José, lo que permite a
Butinyà insertarla en su libro, que recibe así un gran espaldarazo.
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“Sed verdaderas Siervas de San José, procurando el honor de tan gran Padre con
vuestra vida ejemplar y fervorosa […]. Teniendo de vuestra parte al Santo Patriarca,
todo se allanará”.
De nuevo encontramos el dulce nombre de Padre referido a san José.
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A LA ESCUCHA
DE NUESTROS FUNDADORES
• “¿Que funciones se hicieron en Sta. María por la fiesta de S. José? ¡Qué contento estaría
sabiendo que Juan, José, Teresa y Antonia son muy devotos de ese santo glorioso! De él
aprenderán a trabajar como buenos cristianos” (F. Butinyà., carta a sus padres, Salamanca,
30 de marzo de 1858).
• “¿Quieres saber cómo harás la novena a S. José? (…). Yo te recomendaría trabajar todos los
días laborables una hora para los pobres, de manera que lo que ganes en esa hora se lo des a
alguna persona que sepas que está necesitada. ¿Dirás que tu también eres pobre? No
importa; sé muy generosa a gloria de S. José y verás que te lo pagará” (F. Butinyà, carta a su
hermana Antonia, León, 8 de marzo de 1869).
• “(…) por la tarde te encomiendo a S. José, de quien soy muy devoto” (F. Butinyà, carta a su
cuñada Dolores Oller, sin fecha, cercana a mayo de 1868).
• “El fin de esta Congregación es procurar la salvación y perfección, así de las Hermanas
como de las demás mujeres y acogidas, por medio de la oración y del trabajo, religiosamente
hermanados, bajo la protección del patriarca San José, Esposo virginal de María Santísima”
(F. Butinyà, Cons. de 1881, Reglas comunes).
• “(…) a fin de que, ligadas con el estrecho vínculo de la caridad fraterna, demos mucha
gloria a Dios nuestro Señor, sirvamos mejor a san José, nuestro especial Modelo y Protector,
nos ayudemos mutuamente y de ese modo, al propio tiempo de procurar la santificación de
nuestras almas por medio del trabajo, cooperemos también a la salvación de las de nuestros
prójimos” (Bonifacia Rodríguez, carta a D. Tomás Sivilla, obispo de Girona, Zamora, 28 de
junio de 1885).
• “Amabilísimo Jesús, que oculto en la casa de Nazaret y ocupado bajo la dirección de San
José en el oficio de carpintero nos enseñasteis a santificarnos en las más humildes
ocupaciones (…). Jesús amantísimo, aceptadlo en unión de todos los trabajos de María y de
nuestro queridísimo maestro san José; aceptadlo benignamente por todos aquellos fines por
los cuales así Vos como ellos los ofrecisteis en el taller de Nazaret” (F. Butinyà, oración
para antes del trabajo).
• “¿Quién despreciará la pobreza y el trabajo, dulce Jesús mío, al ver que escogéis por Madre
y Padre putativo a dos esposos obligados a trabajar para vivir? Lo que Vos apreciáis es un
corazón limpio y desprendido. Dádnoslo, Jesús, para imitar en nuestro trabajo a María y a
José” (F. Butinyà, jaculatoria segunda).
• “¿Cómo trabajaría N.P.S. José para sustentar a Jesús y a María? Y éstos, ¿cómo aliviarían a
nuestro Padre en su penoso trabajo?” (Bonifacia Rodríguez, Cuadernos de Cecilia Esteban).
• “Jesús, nombre dulcísimo, más dulce que el maná, nombre impuesto por san José al Niño
Dios, sea siempre eficaz recuerdo para animarnos a los trabajos más humildes y penosos
como seguro camino de la gloria” (F. Butinyà, jaculatoria décima).
18
CELEBRACIONES
Haciendo historia…
Eran siete mujeres las que aquella mañana del 10 de enero de 1874, desafiando la
dificilísima situación política, se lanzaban a un proyecto de vida que nacía de la entraña misma del
Evangelio. “En su mayoría eran pobres artesanas que trabajaban en el oficio o industria que habían
aprendido y que no aportaban más dote que una decidida voluntad para trabajar, viviendo al abrigo
de la divina providencia” (R.L., I, p. 12).
Con razón el obispo les dice “que el Señor se vale de instrumentos débiles para sus más
grandes empresas … y que por lo tanto lo esperaran todo de Dios” (R.L. I, p. 6).
Y esto nos da la clave, porque poseían la mayor riqueza: “la fe y confianza en Dios” (R.L.
II, pp. 19 y 21-22).
Es lo que permitió a Bonifacia y a su madre llevar a cumplimiento el proyecto de vida
congregacional, tan combatido, tan perseguido, tan minusvalorado, tan incomprendido. Y decimos
Bonifacia y su madre porque, a la vuelta de siete años, de aquel grupo sólo quedarán ellas dos.
Ascensión Pacheco, Teresa Pando y María Santos lo habrán abandonado y Adela Hernández y
Francisca Corrales lo acompañarán desde el cielo.
No les faltaron dificultades, como sabemos, a estas dos mujeres, pero “llenas de fe y
confianza en Dios” siguieron siempre adelante. Perseveraron, creyeron, esperaron, y la historia les
dio la razón.
Ellas eran siete. Nosotras somos hoy bastantes más. Si nosotras somos débiles, ellas lo eran
también. Si tenemos que luchar, ellas también lucharon; si conocemos contradicciones, ellas las
tuvieron también. Y seguramente no menores. Se apoyaron en Dios, lo eligieron, y El hizo el resto.
Nosotras hoy
Cada vez que una mujer se decide a seguir a aquellas primeras bajo la guía de Bonifacia,
renace la Congregación. Cada vez que una de nosotras, a pesar de las dificultades, se decide llena de
fe y confianza en Dios a responder en fidelidad al ser congregacional, se refunda la Congregación.
Es hora de volver a Nazaret. Contando con las muchas limitaciones actuales y conscientes
de nuestra pobreza y pequeñez… sigamos la llamada de vivir hoy Nazaret y renovar en la Iglesia el
rostro de la Congregación.
Francisco Butinyà y Bonifacia Rodríguez tejieron los hilos de un proyecto profético,
incomprendido por muchos en su tiempo, liberador para la mujer trabajadora pobre desde los
valores de Nazaret, lleno de retos y promesas. No es tarea fácil recrearlo, pero nos apasiona y por
eso nos sentimos comprometidas con él. Nos ilumina nuestra madre y fundadora con su fe y nos
fortalece nuestro padre y fundador con su entrega a los pobres. Y vibra en nuestros corazones la
confianza en la Providencia que los condujo y acompañó a ellos toda la vida.
19
Día 10 de enero. CELEBRACIÓN DE UNA LLAMADA EN TRES TIEMPOS
Monición:
Durante unos meses, a finales de 1873 y los primeros días de 1874, están en casa de la
señora María, la madre de Bonifacia, en la calle Traviesa. Son Bonifacia, María Natalia, Teresa,
Adela, Francisca, María y Ascensión. ¿Qué hacen? Ensayan la vida de comunidad, es una
experiencia previa a la fundación.
Las desborda la alegría, la ilusión, van a dar comienzo a algo nuevo. Se están conociendo
entre ellas, estrechando los lazos de aquella amistad que las había convocado en torno a Bonifacia
en la Asociación Josefina. Ahora es diferente, están viviendo otra cosa. Están internas y han dejado
el trabajo.
Mientras tanto, el P. Butinyà perfila las Constituciones que para ellas ha escrito, precedidas
del triple objetivo de los “Talleres de Nazaret”:
- la santificación por medio de la oración y del trabajo,
- preservar del peligro de perderse a las pobres que carecen de él,
- fomentando al mismo tiempo la industria cristiana.
Se las pasa al obispo que las aprueba, las manda escribir y las firmará el 7 de enero de 1874.
La situación política está que arde. De momento, no se puede pensar en un comienzo formal.
Pero, a finales de 1873, se produce un cambio en las autoridades del ayuntamiento de
Salamanca, favorable a los jesuitas y el P. Butinyà lo aprovecha. Les dice que se vayan a despedir
de sus familias y que el 10 de enero, sábado, vayan tempranito a la Clerecía: allí las espera.
Salmo 83
20
Limpia como el agua de la fuente de la esquina
Quise ser a tus ojos.
Fuerte como montañas me hiciste, Señor.
Y me quedé en tu morada
Saboreando en silencio tu presencia.
Salmo 89
Preces:
21
Oración final:
Señor, tú nos alegras cada año con la celebración de la fiesta del 10 de enero, en
que conmemoramos el comienzo de nuestra Congregación: Queremos, como
nuestros fundadores Bonifacia y Butinyà, seguir los pasos de la Familia de
Nazaret en su vida de oración y de trabajo y vivir comprometidas en la
evangelización y promoción del mundo trabajador pobre. Por nuestro Señor
Jesucristo, etc.
Canto de entrada: “Quiero poner en tus huellas mi pie” (Cassette Bonifacia, ssj).
Monición:
Caminan deprisa, quizá para defenderse del frío, o a lo mejor porque la alegría y la
determinación mueven sus pies. Van llegando a la Clerecía por distintas calles: Bonifacia y su
madre, Mª Natalia, desde la calle Traviesa; desde otra dirección, Teresa con su criada María; Adela,
Francisca, Ascensión… Ya están todas.
Después de confesarse y oír misa, se van con su padre y director Francisco Butinyà al
obispado. El obispo Lluch les dirige unas palabras que el tiempo hará proféticas: “El Señor se vale
de instrumentos débiles para sus más grandes empresas”. Parece que suenan como aquellas,
dirigidas a Jesús, cuando también para él comenzaba algo nuevo en su vida: “¿de Nazaret puede
salir algo bueno?”
¿Sabrían aquellas mujeres hasta qué punto eran verdaderas las palabras del obispo, hasta
dónde llegaba su debilidad?
Estaban “llenas de fe y confianza en Dios”, nos dirá Rosario López, lo que hace a Bonifacia
y a su madre dóciles a sus planes. ¡Cuánta fe necesitará Bonifacia! ¡Y qué a punto la tiene en cada
circunstancia de su vida! Uno de los teólogos, al estudiar la positio de sus virtudes y fama de
santidad, escribe que muchas veces se necesita más fe para vivir heroicamente toda una vida que
para darla en un momento como mártir. Se refería, claro está, a Bonifacia.
El P. Butinyà estaba lleno de satisfacción: “No ignoran Uds. cuán grande fue mi júbilo al ver
principiado por ese distinguido y celoso Prelado la fundación del Instituto de esas buenas josefinas”
–escribe a sus amigos Manuel y Fulgencio Tabernero-.
Un día como hoy quedó echada la semilla. Muchas Siervas de san José la cultivaron y la
dejaron echar profundas raíces en sus corazones, y con su testimonio de vida la propagaron.
¿Qué estamos haciendo nosotras con la semilla?
LECTURAS:
Salmo interleccional:
22
Bendito sea el Señor que nos sostiene en los trabajos (se repite).
Evangelio: Lc 4, 16-22.
El envío recibido por Jesús de anunciar el Evangelio a los pobres configura la misión que recibieron y nos
han transmitido nuestros fundadores. Por Cristo y como Cristo hemos sido también nosotras enviadas a
continuar entre ellos su presencia salvadora.
Oración colecta
Señor, Padre nuestro,
Tú has llamado a tu hija Bonifacia Rodríguez
a seguir a Jesús en el misterio de su vida oculta en Nazaret,
hermanando la oración con el trabajo
en la sencillez de la vida cotidiana
y entregando su vida a la mujer trabajadora pobre:
que su testimonio evangélico
nos ayude a configurarnos con Jesús
que con María y José trabaja en Nazaret.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén
Canto final: Himno a nuestro fundador: “Vuelve profeta” (CD Nazaret, fsj).
23
TERCER TIEMPO: LOS MESES SIGUIENTES
VÍSPERAS
Monición
Las valientes josefinas están dispuestas a seguir adelante a pesar de una situación política y
ambiental muy difícil. Ante la prueba de fidelidad e intrépida virtud que estaban dando, el obispo y
el P. Butinyà, convencidos de que la nueva Congregación seguiría adelante, deciden imponerles le
hábito.
No podían elegir día mejor que la festividad de san José, padre y protector de la
congregación. Y a la sombra del cuidador de Jesús y de María se consolida el primer grupo de
josefinas.
Después de unos días de ejercicios, la ceremonia se celebra en el pequeño oratorio de la
nueva vivienda de la comunidad, en la calle Placentinos, a la que se habían mudado desde la casa de
la señora María en la calle Traviesa, donde habían comenzado.
Preside el obispo y les da el hábito Butinyà, estrenando el ritual que les había escrito,
previamente aprobado por el obispo. La ceremonia es muy solemne, los jesuitas de la Clerecía las
acompañan en este momento importante: la fundación no es cosa solamente del P. Butinyà, toda la
comunidad la siente suya. El P. Bombardó, superior, les dirige la palabra, “animándolas a
emprender la vida humilde, oscura y pobre de la Sagrada Familia, que se proponían seguir”.
El P. Cadenas, jesuita, que había ayudado al P Butinyà a componer la música para los
cánticos del taller, toca el armonium, y otros sacerdotes, jesuitas y diocesanos, cantan en compañía
de las hermanas los motetes de la misa solemne.
Todo es alegría.
El 1 de abril el panorama cambia por completo para aquella animosa comunidad y para su
padre y fundador: el P. Butinyà tiene que salir precipitadamente de Salamanca en el plazo
improrrogable de tres días. Las deja el día 4.
Comienza para ellas la prueba más dura de su historia, la ausencia del fundador a los tres
meses escasos de la fundación. La dificultad acompaña al Taller de Nazaret de las Siervas de san
José desde sus comienzos. Pero en los cimientos de aquel edificio, en la raíz de aquel árbol que
comenzaba a crecer, había arraigado una fe invencible: la fe de Bonifacia.
Las dificultades del Taller de Nazaret de las Siervas de san José no se han acabado…
Dejemos a Bonifacia y a Butinyà que rieguen la fe de nuestro corazón para que podamos ser fieles a
aquel novedoso proyecto de vida que comenzó de su mano en la Iglesia hace hoy 136 años.
Salmo 130
24
Me acompaña tu presencia amorosa y providente,
me cuidas ahora y siempre
y sé que nunca me abandonas.
Salmo 131
Como te reconoció
en las chicas desamparadas
y en las empleadas de hogar sin trabajo.
abriéndoles su casa y su taller
y ofreciéndoles techo, pan, promoción y evangelio.
En su taller,
como en el de Nazaret,
se hermanaba la oración y el trabajo,
y se iba construyendo un mundo nuevo
cargado de ternura, acogida y amor.
25
Lectura: Del segundo discurso de Bonifacia:
“Debemos ser todas para todas siguiendo a Jesús, que olvida su condición y su rango de
Dios y se hizo pequeño como los hombres porque vino a servirlos y no a ser servido por
ellos”.
Preces:
26
EN TORNO A NAZARET
Vida de oración en Nazaret
Podemos vislumbrar lo que fue la vida de oración en el hogar de Nazaret. Penetramos aquí
en el inefable misterio de su intimidad.
“¡Cómo no desear, escribía el Padre Rahner, S.J., que la vida diaria reconvierta en oración!
Y añadía: “Este arte tan elevado de la vida cristiana es tan difícil por ser tan sencillo”.
Nazaret es el triunfo de esta simplicidad.
LEÓN JOSEPH, CARDENAL SUENES, Querido san José,
ed. F.I.A.T., Ertvelde-Bélgica, 1993.
El ejemplo de Nazaret
27
TESTIGOS SSJ
En torno a Bonifacia Rodríguez se crea un ambiente de vida evangélica que suscita entre las Siervas de san
José una verdadera “familia de santas”, expresión empleada por Butinyà -fundador de las Siervas de san José y
de las Hijas de san José- en una oración compuesta por él y que rezan todos los días las Siervas de san José. A
raíz de la celebración del I Centenario de la muerte de Bonifacia hemos comenzado a ofrecer los principales
datos biográficos de alguna de estas Josefinas, cuya santidad es, sin duda, uno de los frutos más apreciables de
la vida fecunda de la fundadora. Lo hacemos siguiendo el orden cronológico de la fecha de fallecimiento.
A finales del año 1953 moría santamente en Salamanca (España) una joven religiosa de 29
años, vividos con sencillez en el marco de la vida ordinaria, aceptando en fe la voluntad de Dios,
que se le manifestó diferente a sus sueños de entrega. Intensa vida interior, gozoso abandono en los
brazos del Padre y alegre vivencia del proyecto de vida de las Siervas de san José, son los rasgos
característicos de una mujer toda de Dios.
Nace Isabel Méndez en Castellanos de Moriscos (Salamanca) el 30 de agosto de 1924.
Reflexiva con relación a su edad, fue siempre una niña como las demás, sin nada especial.
Corría y jugaba como todas, y ante las perspectivas alegres reaccionaba dando saltos y batiendo
palmas. Como todas las niñas, era presumida. Para un ojo poco observador no había detalles que
admirasen. Pero a su madre no le pasaba desapercibido un deseo de complacer a todos, un corazón
que vibraba ante el sufrimiento ajeno y su ternura ante el necesitado.
A los trece años sus padres la mandan a Salamanca para estudiar el bachillerato, acudiendo
como externa al colegio de las Josefinas Trinitarias. Al comenzar el cuarto año, en octubre de 1940,
la trasladan al colegio de las Siervas de san José, por estar legalmente reconocido.
Era una chica guapa y elegante. A su esbeltez unía los atractivos de la simpatía y de su
sonrisa acogedora, trasluciendo bondad, dispuesta a cualquier sacrificio por los otros. Tenía una
pandilla de amigas y amigos, con los que participaba en excursiones y meriendas campestres. Le
gustaba mucho bailar y montar a caballo, cosas que hacía estupendamente.
Había entre los chicos uno que la acompañaba, estudiaba medicina. Era con el que más a
gusto salía porque sus cualidades morales y sociales lo hacían un chico excepcional. Pero Isabel se
sentía llamada y decidió cortar aquella amistad.. Con toda naturalidad y delicadeza le hizo ver la
inutilidad de seguir adelante y le descubrió su firme vocación, pidiéndole no dijera nada, pues sólo
él conocía su decisión.
Pertenecía a la Acción Católica del colegio y de su parroquia y colaboraba en una escuela
nocturna para obreras en el barrio del Arrabal, adonde acudía asiduamente, a pesar del intenso frío
de los inviernos salmantinos. Suponía un no pequeño sacrificio hacerlo compatible con sus estudios
de bachillerato. Pertenecía también a la Congregación Mariana y a la Cruzada Misional de
Estudiantes. En sus años de colegiala de las Siervas de san José sintetizan su espiritualidad estas
tres facetas: amor a la Virgen, caridad y misiones. Era muy alegre. Refiriéndose a esta etapa de su
vida, declara una compañera suya: “Tenía una risa contagiosa de puro sincera. Siempre estaba feliz
aquella criatura”.
Terminado el bachillerato, ingresa en el noviciado de las Siervas de san José, recién
cumplidos los veinte años. En aquel verano todo fue como siempre: excursiones y meriendas, baños
en el río…Se despidió del chico que la había acompañado con toda naturalidad. “Lo que más me
admiraba en ella era la absoluta sencillez con que pensaba y actuaba. Nada más lejos de ella que la
ñoñería y modales mojigatos”, dice una íntima amiga suya.
Desde que se decidió a entregarse a Dios, Isabel iba paso a paso, pero con firmeza y
seguridad, ganado terreno cada día en su camino hacia El. Y todo con sencillez, con una naturalidad
encantadora. Dicen sus connovicias: “La vida de la hermana Isabel era tan sencilla en sus años de
28
novicia, que se perdía en la masa del noviciado”. “Era un alma sencilla, candorosa, siempre
sonriente, humilde hasta el extremo de querer ser la última en todo y pasar desapercibida”.
En el segundo año de noviciado comenzó a sentirse mal, pero poco antes de la profesión
mejoró notablemente, por lo que en el riguroso examen médico previo a la profesión, los médicos,
providencialmente, nada descubrieron, por lo que Isabel pudo profesar en la fecha que le
correspondía.
Lo hizo el 6 de abril de 1947, día de inmensa alegría para ella: al fin le sería posible su
sueño de ser misionera. Pero los planes de Dios eran otros. A los dos meses de la profesión le
descubren una avanzada tuberculosis, la enfermedad que ella más temía. Dice en una carta: “Creo
que sentí la mayor repugnancia de mi vida”. Cuenta una amiga suya que, siendo las dos muy
devotas de santa Teresa del Niño Jesús, le dijo un día a Isabel: ¡Qué gusto, si muriésemos como
santa Teresita!, a lo que Isabel contestó rápida: “¡No, no; de esa enfermedad no!”, detalle que revela
lo que le repugnaba. Sin embargo, su aceptación de lo que le ofrecía la vida fue total y aquella
enfermedad se convirtió para ella en el medio de su total configuración con Cristo.
Tuvo que ser aislada y sometida a un tratamiento riguroso. En esta situación comenzó una
intensa vida interior de adoración a la Trinidad, que notaba vivía en lo más íntimo de su ser, y se
abrió a toda la riqueza de la vida mística.
La enfermedad avanzaba y al cabo de un año la llevaron al sanatorio salmantino de Los
Montalvos. Allí desplegó desde muy pronto con las otras enfermas y con las enfermeras una activa
tarea apostólica, que le suponía mucho esfuerzo por la gran fatiga que padecía, pero se olvidaba
totalmente de ella misma. Experimentaba de modo continuo el ahogo porque sólo pequeños grupos
de alvéolos en uno de sus pulmones le proporcionaban oxígeno. Disimulaba la sensación de asfixia
con su perenne sonrisa. La inapetencia era total y muy fuertes los dolores de cabeza, que nadie
conoció hasta que lo contó en uno de los interrogatorios médicos. A esto se unían las sequedades y
oscuridades interiores, ausencias de Dios que la hicieron padecer enormemente. Así lo expresa en
uno de sus escritos: “Parece que veo el infierno abierto, y como que aquel es mi lugar para siempre;
como que me estoy engañando a mí misma”. Entre paréntesis de sequedad tenía momentos de
intenso consuelo: “Una vez me pareció Dios tan cerca de mí, que me puse de rodillas en la cama
con la frente pegada al suelo y me quedé en profunda oración".
Al diagnosticarle los médicos pocos días de vida, la llevaron de nuevo a Salamanca para que
falleciera en la comunidad. Esto ocurría en julio de 1950. Sin embargo, y contra todo pronóstico,
vivió todavía otros tres años y medio, lo que le permitió hacer sus votos perpetuos en abril de 1952.
Las expresiones de este final de su vida son como el canto del cisne: “Nunca creí que fuese
posible sufrir tanto, pero yo tampoco me arrepiento de haberme entregado. Si de mil vidas
dispusiera, en todas ellas haría otro tanto". La víspera de su muerte decía: “¿Preparativos de viaje?,
ninguno. Dormir en los brazos de mi madre del cielo”. Y este mismo día escribía a sus padres en su
carta de despedida: “¡Qué feliz se muere siendo Sierva de san José!”.
Y con su sencillez y naturalidad características falleció. Reclinada en su posición habitual,
se volvió un poco hacia la pared, pidió el crucifijo y la medalla de congregante y los besó. La
enfermera, dándose cuenta de que se disponía a morir, comenzó a decir jaculatorias, pero ella le
dijo: “No, no me diga jaculatorias, las digo yo sola”. Y con una sonrisa se fue a la Casa del Padre.
Era el mediodía del 28 de diciembre.
Su fama de santidad y la actualidad de su mensaje hicieron que en 1979 se iniciase su causa
de canonización. La positio sobre sus virtudes y fama de santidad ha sido entregada en el Vaticano
en 1992, estando actualmente a la espera de que sus virtudes heroicas sean reconocidas por el papa.
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ÍNDICE
FUNDADORES
Francisco Butinyà:
Por los caminos de Nazaret, Soledad Ezquerro, fsj ..................................................4
Desafiadas a seguir trasmitiendo el Carisma en un tiempo incierto, Lucrecia
Aliaga, ssj ................................................................................................................4
Líneas de fondo de la espiritualidad de Francisco Butinyà, Ignacio Iglesias, sj........6
Amen a Jesús, Canción. CD “Promesa de Dios”, Perú..............................................7
Bonifacia Rodríguez:
Promoción y educación de la mujer en los Talleres de Nazaret, Teresa
Botana, ssj ...............................................................................................................9
Magnificat de Bonifacia, Sofía Valdivieso, ssj .......................................................13
ESPIRITUALIDAD SSJ
Rasgos que la configuran: 2º. San José modelo y protector
A) En Francisco Butinyà, Victoria López, ssj.........................................................15
CELEBRACIONES
10 de enero. Fundación de la Congregación .......................................................19
EN TORNO A NAZARET
Vida de oración en Nazaret, León Joseph, cardenal Suenes....................................27
El ejemplo de Nazaret, Pablo VI. Alocución en Nazaret ........................................27
TESTIGOS SSJ
Isabel Méndez Herrero ..........................................................................................28
30