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a) La masculinidad y la danza Aunque el baile en muchas culturas ha sido, y continúa

siendo visto como una actividad “masculina” apropiada, el paradigma cultural de


Europa occidental sitúa la danza como una forma de arte "femenina", y lo ha hecho
desde el siglo XVI (Hasbrook, 1993).
Sin embargo, es importante hacer una distinción aquí entre danza como una forma de
arte y hombres que bailan profesionalmente, que a menudo se encuentran con estas
asociaciones "negativas", y danza social, donde existe una importante tradición de
hombres y que, en estos casos, las habilidades de baile son muy valoradas (Holdsworth,
2013).
Desde muy temprana edad, muchas chicas jóvenes son animadas a seguir la danza como
una actividad adecuada para su género, mientras que es algo en gran parte evitado por
los niños, que están aprendiendo y sintetizando rápidamente el comportamiento
masculino apropiado, que generalmente significa "evitar todo lo que sea femenino
homosexual o no masculino en cualquier grado (Risner, 2009). No obstante, en muchas
sociedades occidentales, el cuerpo del bailarín masculino desafía a los fundamentos de
la masculinidad ideal y, como tal, está más a menudo que no, conectado a una
masculinidad segundaria y fallida o ridiculizado como afeminado (Thomas, 1996; Burt,
2007), donde'' afeminado '' es una palabra clave para homosexual, independientemente
de su sexualidad real (Burt, 2007).
Tanta es la fuerza del prejuicio contra los bailarines masculinos que una gran
proporción de los hombres que han seguido carreras en la danza moderna y en menor
grado el ballet, a menudo, no ha descubierto el baile hasta la adolescencia o principios
de los años veinte (Burt, 2007). Según Burt (2007) muchas veces lo que lleva a un
hombre a comenzar el entrenamiento de baile es el descubrimiento de su propio
potencial no realizado; esto se produce, con frecuencia, al ver una actuación inspiradora
por otro bailarín masculino.
Para entender mejor las experiencias de los niños que bailan se requiere atención
especial a la relación paralela entre masculinidad y actitudes homofóbicas (Risner,
2007), dado que la homofobia es un elemento definitorio clave en la masculinidad
contemporánea, post-moderna (Kimmel & Messner, 2001). Los chicos que bailan, a
diferencia de sus compañeros masculinos en atletismo y deportes de equipo, están
participando en una actividad que ya lanza una sospecha social sobre su masculinidad y
heterosexualidad (Risner, 2009). En general, los hombres y niños que intentan
participar en acciones sociales que demuestran las normas femeninas de género están en
riesgo a ser relegados a la masculinidad subordinada de “débil” o “afeminado”
(Courtenay, 2000). Investigaciones que han sido realizados sobre la experiencia de los
adolescentes bailarines masculinos han indicado que la mayoría de los participantes
sienten aislamiento social, tienen necesidades insatisfechas, y, a pesar de la falta de
apoyo social y experiencias negativas, insisten en su estudio de danza (Williams, 2003).
Por otra parte, los hombres en la danza a menudo se benefician desproporcionadamente
debido a su género (Van Dyke, 1996; Garber et al., 2007). A causa de la aparente
legitimidad que los hombres traen a la danza, aunque constituyen una minoría
definitiva, a menudo reciben más atención y cultivo en sus clases, formación y becas,
marginando así los bailarines masculinos en un campo culturalmente feminizado, y todo
esto combinado con el privilegio, beneficio y autoridad de ser hombre en una sociedad
patriarcal. (Risner, 2007; Capello, 2012).

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