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Introducción

Para reforzar el concepto “fisiología (actividad) – morfología


(expresión de forma)

Para ello aproveche una publicación de este nueva bodega


diseñada por Richard Foster (tiene un par de ellas
realizadas), en ejecución, en tanto el relato para venir a
medida del enfoque que estamos analizando en proyecto
Final

Foster y la bodega vertical


Vista desde la carretera nacional, la bodega Portia que Norman Foster
concluyó el otoño pasado en la provincia de Burgos se antojaba más
cercana a un escenario de película de James Bond que a un almacén
de vinos. De cerca, y ya en el interior, el edificio es 100% lógico,
100% preciso.

Su forma y sus detalles obedecen a la logística del vino y al


respeto no solo por el descanso de las barricas y las botellas sino
también por el tiempo de quien los trabaja.

Tanto que su funcionamiento se adelanta a los movimientos del


viticultor, el enólogo, el mozo de almacén o del propio visitante. Y
entonces, sólo en esa manera de mostrarse atento, tan distinta de las
atenciones ancestrales del vino, la bodega vuelve a recordar las
fortalezas utópicas de James Bond.

¿Cuántos arquitectos son capaces de construir ventanas de más de


cinco metros calculando con precisión la huella de la cubierta para
que, sin utilizar cortinas y sin perder las vistas sobre Gumiel de Izán,
el sol no moleste el funcionamiento del edificio?

¿Cuántos podrían levantar una bodega como una máquina que no


permita un paso en falso y que lleve la logística más depurada a todo
el proceso tradicional de la fabricación del vino?

El Norman Foster del siglo XXI podrá no ser el autor de las obras
maestras que firmó en la década de los ochenta y noventa. Pero sigue
siendo uno de los proyectistas más precisos y elegantes. Está lejos de
ser un arquitecto sin sello. Posiblemente es el más perfecto entre
quienes levantan hoy edificios por todo el mundo. Otro asunto sería
saber a quién y por qué le puede interesar hoy tener un edificio
perfecto. O, incluso, qué representa la perfección en arquitectura.

En Burgos, junto al pueblo de Gumiel de Izán, primero fue el


vino y después la bodega.

Buscando ampliar sus viñedos para producir vinos con D.O. Ribera de
Duero, el grupo Faustino adquirió tierras en varios pueblos de la zona.
Y logró la medalla de oro al mejor tempranillo antes de ir a hablar con
Norman Foster sobre sus planes de construir el edificio que debía ser
la cara de sus vinos más vanguardistas.

Dos arquitectos del estudio del británico llegaron a Burgos. Nunca


habían construido una bodega.

“Se quedaron dos semanas anotando todo el proceso de


producción y maduración del vino.
Unos meses después regresaron con una propuesta. Habían
dibujado una torre. Tenían claro que la mejor manera de pasar de
una etapa a otra en la fabricación del vino era por gravedad”, cuenta
la historia con una sonrisa pícara el enólogo de la bodega.

Luego aclara lo que ha aprendido observando cómo trabaja el equipo


de Foster.

Poco a poco, bodegueros y arquitecto comprendieron que la


verticalidad podía aplicarse a una línea horizontal que
siguiera, en su recorrido, el que sigue la uva desde que es depositada
en las tolvas hasta que se transforma en vino.

Así, de los camiones hasta las cubas de prensado de acero, para la


fermentación o en el traslado que vive de las barricas de roble, para
la crianza, a las botellas de vidrio, para el envejecimiento, todo el
proceso del vino resulta matemático en las bodegas.

El orden resulta extremadamente elegante. No se


trata de una bodega disfrazada de espectáculo. Es
una bodega seria, pero del siglo XXI.

Con estructura de hormigón y acabados en acero cortén, la planta de


este edificio de 12.500 metros cuadrados tiene forma de trébol.

Cada parte corresponde a un paso en el proceso:

1. Fermentación (la zona más ventilada para evitar la acumulación


de dióxido de carbono),
2. Crianza
3. envejecimiento –semienterradas- y con la luz filtrada por
paneles de policarbonato rojo que imprime en las salas un tono
tinto.

En el centro, el laboratorio de control domina todo el


proceso. Y rodeando ese centro, un restaurante, una sala de catas,
las oficinas del grupo y la tienda abierta al público.
Foster&Partners ha diseñado desde los mostradores (de roble con los
bordes acuchillados a mano) hasta las puertas de acero -las que
parecen salidas de una película de ficción-.

También son suyos los botelleros modulares a dos caras -en los que
no hace falta tocar el vino y es el corcho el que informa de si hay
pérdidas- y los arreglos con duelas viejas de las barricas al entrar en
el edificio.

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