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Carlitos

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Coordenadas X Y
Un viernes de junio, cae el sol sobre los edificios. La calle comienza a teñirse de gris plomo.
Carlitos observa con atención un ocaso temprano, contra el irregular horizonte que marcan
los techos, sentado en el cordón de la vereda, con sus pies en un charco que formó la lluvia,
entre los adoquines gastados de una calle del barrio de San Telmo. Carlitos no tiene casa.
Todo lo que posee lo lleva en un carrito de supermercado. Le costó una buena corrida, el
guardia de seguridad lo persiguió casi siete cuadras tratando de recuperarlo hasta que
tropezó con una baldosa floja y cayó de cara al suelo. (¡Y cómo le quedó la cara!).
Ya está oscuro. Las luces de la ciudad no encienden, se robaron los sensores que las activan.
El color de la calle se torna negro azulado. La luna no refleja luz. Sólo alguna estrella que se
asoma entre las nubes hace que pueda verse el contorno de las cosas. Está ahogado por la
penumbra. Una brisa muy fría comienza a soplar. Este otoño es bastante extraño, algo
caluroso, pero no el día de hoy. Hoy el otoño es de frío invernal (Podría decirse infernal)…
Se pone un buzo polar azul marino, lo encontró el martes pasado en una esquina, sobre las
bolsas malolientes de residuos del edificio de la Av. Belgrano y 5 de Julio, una hermosa
residencia recientemente restaurada. Comienza a caminar. No tiene rumbo definido, pero
presiente que algo fuera de lo común va a ocurrir.
Una sensación de gorgoteo invade su estómago. Hace dos días que no come nada sólido. No
se acostumbra a comer desechos, con sólo olerlos las náuseas lo invaden. Toma un trago de
Pepsi de la botella que alguien tiró dejándola casi por la mitad, en un cesto de residuos junto
al kiosquito de doña Aída, para aliviar esa sensación de vacío estomacal que lo atormenta.
Extraña a su padre, a quien vio por última vez aquella noche en la que lo detuvo la policía.
Escondido detrás de un puesto abandonado de venta de flores observó como lo golpeaban y
lo subían al patrullero. No tuvo más noticias de él.
Unos metros adelante, ve un Ford Falcon estacionado sobre la avenida con la ventanilla
abierta. En el asiento del acompañante hay un bolso. Trata de sacarlo, pero es muy grande y
no tiene espacio suficiente para salir. Tira fuertemente de las manijas sin resultado alguno.
Los nervios comienzan a actuar. La desesperación de no poder llevarse su botín y que alguien
lo descubra le producen una sensación de sudor frío. Pero inmediatamente se escucha un
grito que hace que suelte su preciado tesoro.
- ¡Policía, policía, un ladrón!
Un hombre rollizo con unos cuantos kilos de más trata de alcanzarlo con un golpe pero no lo
consigue. Luego de esquivarlo, comienza a correr. Tropieza con unas cajas que estaban
tiradas en el suelo trastabillando casi hasta caer. Su carrera es cada vez más rápida. A ciegas
sus piernas se mueven con una velocidad inusitada. Hasta que lo que tenía que pasar pasó.
La oscuridad es tan intensa que choca contra un poste y cae desmayado junto al cordón de la
vereda. Con la mejilla contra el piso, un hilo de sangre le recorre la frente perdiéndose bajo
su cabeza.

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Coordenada X
Una luz muy fuerte hace que le duelan los ojos al tratar de abrirlos. Toda la noche pasó en un
instante, el golpe y luego el amanecer.
Trata de levantarse, pero un fuerte mareo y una puntada en la sien hacen que tambalee y
caiga nuevamente. Se sienta junto al poste con el que chocó y trata de aclarar su visión. Un
sonido rompe el silencio. Una melodía monofónica acompañada de una luz verde quiebra la
quietud fantasmal de la ciudad. Un teléfono celular dentro del bolsillo de su pantalón tiene
una llamada entrante. No sabe de dónde salió ni cómo es que lo tiene, pero sin hacerse
mucho problema se alegra. Podría venderlo para poder comer algo digno, hasta comprarse
algún calzado para reemplazar los puestos, llenos de agujeros y mugre.
No puede resistir la tentación y atiende la llamada.
- ¿Hola? - Dice con su voz tenue de niño de doce años.
- ¿Carlitos? – Responde una voz desconocida pero de timbre familiar.
Su expresión de eterno despreocupado cambia en forma instantánea transformándose en
miedo.
- ¿Cómo?
- ¿Sos Carlitos, verdad?
Ante el temor, corta abruptamente y observa hacia todos lados. Quiere creer que es una
broma, que alguien puso el teléfono en su bolsillo para divertirse con él. Pero no puede
divisar nada ni nadie.
La melodía vuelve a escucharse, mira el aparato y no sabe qué hacer. El miedo se acrecienta.
En un impulso de ira, presiona la tecla de apagado, casi partiéndolo por la fuerza utilizada.
- Listo. ¡Llamá ahora si podés! - Grita a los cuatro vientos.
- Ahora sólo me queda venderlo.
Lo guarda en el bolsillo y sigue su camino. Todavía le tiemblan las piernas por el momento de
tensión que vivió.
Nuevamente, pese a estar apagado, el teléfono invade el silencio con su melodía macabra. El
susto es aún mayor. Con más incertidumbre que nunca vuelve a atenderlo.
- ¿Hola?
- ¿Carlitos?
No sabe qué contestar. No sabe qué hacer.
- Sí. Soy Carlitos. – Dijo, tratando de darle firmeza a su voz
- ¿Carlitos Goncalvez?
- Sí. ¿Cómo sabe mi nombre? ¿Cómo sabe quién soy?
Un clic seguido de tono de ocupado aumentó su nerviosismo. La comunicación fue
interrumpida. Por unos instantes quedó mirando ese artefacto, como queriendo comprender
qué estaba pasando. Queriendo saber por qué le sucedía a él. Pero no hay respuestas. Por
ahora…
Levanta la mirada. El sol alivia un poco el frío de la mañana. Sus ropas, salpicadas de sangre
por ese golpe contra la columna, apenas abrigan su delgado cuerpo.

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No hay nadie en la calle. No se escucha ningún sonido. Una sensación de vacío en los oídos
hace que los explore con sus sucios dedos, pero no consigue aliviar esa molestia.
Su corta edad limita su capacidad de comprensión. Cómo puede ser que de la noche a la
mañana, una ciudad se transforme en desierto.
Un almacén tiene sus puertas abiertas. Ni lo piensa. Entra y abre la heladera. Fiambres de
todo tipo, lácteos, un festín para su vacío estómago.
Corta al medio un pan, y arma un sándwich de salame y queso. Una buena cantidad de
mayonesa para humectarlo. Lo devora en segundos. Prepara otro y otro hasta saciar su voraz
apetito. Separa algo más de fiambre y unos panes árabes envasados para más tarde. No
puede saber qué ocurrirá, si tendrá esa oportunidad otra vez. Sale para seguir recorriendo la
ciudad vacía. No ve ni un ave, ni un perro, ni una planta, nada que dé señales de vida.
Sin tener conciencia real de lo que está ocurriendo, Carlitos disfruta poder tener lo que
quiera. Entra a una tienda de ropa. Se prueba unos pantalones azules que parecen hechos a
su medida. Los combina con una remera roja con una imagen de una isla caribeña y un buzo
gris oscuro con un modesto escudito dorado en su centro. Una abrigada campera con
corderito en su interior completa su nueva vestimenta. Sólo le falta un buen calzado. Va hacia
la casa de deportes y se calza unas Nike de aquellas que siempre vio en las publicidades como
algo inalcanzable. Un sueño hecho realidad.
Entra a un hotel. Una lujosa suite se abre ante sus ojos. Comienza a sacarse la ropa. Va a la
ducha y se da un baño bien caliente. Siente un ardor en la cabeza producto de la herida que se
hiciera con el golpe. El agua le recorre el cuerpo con un tinte morado por la sangre coagulada
y adherida a su cuero cabelludo. Se seca con una suave toalla seca. Sale del baño. El ambiente
en la habitación es cálido. La cama con colchón de agua se ve muy tentadora. Se zambulle en
ella, pero suavemente por temor a que reviente. Unas sábanas blancas con un cubrecama
relleno de plumas lo cubren y calientan. Sus ojos se cierran suavemente y queda dormido. El
descanso fue breve, ya que una bofetada en el rostro le dejó cuatro franjas rojizas en su
mejilla derecha. Abre los ojos exaltado y ante su asombro no ve a nadie en la habitación. Está
solo. La puerta permanece cerrada. Se levanta rápidamente, se viste. Suelta un grito de
desahogo, pero nadie lo escucha. Está solo en el mundo, en su mundo, en su coordenada. La
curva del tiempo se separa paulatinamente del eje (¿será X o Y?) buscando cortarse con otra.
Sale rápidamente del hotel. Su imaginación hace que vea sombras siguiéndolo,
abalanzándose sobre él. Son muchas y no puede distinguirlas bien, pero lo asustan. Comienza
a correr desesperadamente. Baja del cordón de la vereda de la avenida Belgrano a toda la
velocidad que le dan sus delgadas piernas y súbitamente sale despedido por el aire. Su cuerpo
se arquea como si fuese de goma. Aparecen heridas cortantes en su cabeza, en su espalda, en
sus brazos. El vuelo de su inanimada humanidad termina con un golpe seco contra el
pavimento en la mitad de la avenida. Una masa sanguinolenta de carne, huesos y vísceras
desparramada por varios metros es lo que queda de Carlitos…

Coordenada Y
Una luz muy fuerte hace que le duelan los ojos al tratar de abrirlos. Ya amaneció. Toda la
noche pasó en un instante, el golpe y luego el amanecer.

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Trata de levantarse, pero un fuerte mareo y una puntada en la sien hacen que tambalee y
caiga nuevamente. Se sienta junto al poste con el que chocó y trata de aclarar su visión. Un
desconocido lo mira con temor. Otro con desprecio. Un sonido lo exalta. Una melodía
monofónica acompañada de una luz verde se percibe entre los ruidos de la ciudad. Un
teléfono celular dentro del bolsillo de su pantalón tiene una llamada entrante. No sabe de
dónde salió ni cómo es que lo tiene, pero sin hacerse mucho problema se alegra, ya que
podría venderlo para poder comer algo digno, hasta comprarse algún calzado para
reemplazar los puestos, llenos de agujeros y mugre.
No puede resistir la tentación y atiende la llamada.
- ¿Hola? - Dice con su voz tenue de niño de doce años.
- ¿Carlitos? – Responde una voz desconocida pero de timbre familiar.
Su expresión de eterno despreocupado cambia en forma instantánea, transformándose en
miedo. El rugir de los vehículos no deja que escuche con claridad.
- ¿Cómo?
- ¿Sos Carlitos, verdad?
Ante el temor, corta abruptamente y observa hacia todos lados. Quiere creer que es una
broma, que alguien puso el teléfono en su bolsillo para divertirse con él. Pero la gente que
circula por la calle le es indiferente. No ve ni distingue nada extraño que le dé la pauta de una
broma.
La melodía vuelve a escucharse, mira el aparato y no sabe qué hacer. El miedo se acrecienta.
En un impulso de ira, presiona la tecla de apagado, casi partiéndolo por la fuerza utilizada.
- Listo. ¡Llamá ahora si podés! - Grita a los cuatro vientos.
- Ahora sólo me queda venderlo.
Lo guarda en el bolsillo y sigue su camino. Todavía le tiemblan las piernas por el momento de
tensión que vivió.
Una señora pasa junto a él y lo mira con expresión de asombro y desprecio a la vez. “Seguro
está drogado” piensa, y apura el paso.
No puede entender que es lo que ocurre. Pese a estar apagado, el teléfono vuelve a sonar con
su melodía macabra. El susto es aún mayor. Se le escapa un grito ahogado. Con más
incertidumbre que nunca vuelve a atenderlo.
- ¿Hola?
- ¿Carlitos?
No sabe qué contestar. No sabe qué hacer.
- Sí. Soy Carlitos. – Dijo, tratando de darle firmeza a su voz
- ¿Carlitos Goncalvez?
- Sí. ¿Cómo sabe mi nombre? ¿Cómo sabe quién soy?
Un clic seguido de tono de ocupado aumentó su nerviosismo. La comunicación fue
interrumpida. Por unos instantes quedó mirando ese artefacto, como queriendo comprender
qué estaba pasando. Queriendo saber por qué le sucedía a él. Pero no hay respuestas. Por
ahora…
Levanta la mirada. El sol alivia un poco el frío de la mañana. Sus ropas, salpicadas de sangre
por ese golpe contra la columna, apenas abrigan su delgado cuerpo. Camina unos pasos

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mirando hacia todos lados. Su carrito sigue junto a él con todo lo que recolectó antes del
golpe. La fuerte sirena de un carro de bomberos lo aturde y hace que explore sus oídos con
sus sucios dedos, pero no consigue aliviar esa molestia.
Se acerca al almacén de la esquina. Algunas veces, cuando tiene buenas ventas, le convidan
con algo para comer. Ni lo piensa. Entra y saluda. Parece que hoy le fue bastante bien, un
señor de grueso bigote y mirada hosca le alcanza dos trozos de matambre, uno de queso y
otro de salame junto con cuatro panes y un paquete con pan árabe, un festín para su vacío
estómago.
Corta al medio un pan, y arma un sándwich de salame y queso. Saca de su bolsillo un
sobrecito de mayonesa que levantó del piso de una casa de hamburguesas. Pone una buena
cantidad para humectar el suculento sándwich. Lo devora en segundos. Prepara otro y otro
hasta saciar su voraz apetito. Guarda el resto para más tarde. No puede saber qué ocurrirá, si
tendrá otra oportunidad como ésta. Sale para seguir recorriendo la ciudad.
Entra a una tienda de ropa. El vendedor puso un cartel de “vuelvo enseguida” pero no cerró
con llave la puerta. Aprovechando esta ausencia, se prueba unos pantalones azules que
parecen hechos a su medida. Los combina con una remera roja con una imagen de una isla
caribeña y un buzo gris oscuro con un modesto escudito dorado en su centro. Una abrigada
campera con corderito en su interior completa su nueva vestimenta. Sólo le falta un buen
calzado. Llega a la puerta, se asoma y mirando hacia ambos lados sale caminando
tranquilamente. Su aspecto cambió como el día y la noche. Va hacia la casa de deportes y se
prueba unas Nike de aquellas que siempre vio en las publicidades como algo inalcanzable. Un
sueño hecho realidad. La vendedora que se las alcanzó le pregunta si paga en efectivo o con
tarjeta. Como había mucha gente comprando, no le había prestado mucha atención, pero al
ver sus manos sucias y percibir el olor que emana cualquier persona con varios días sin aseo,
se da cuenta de su error. Un segundo bastó para que Carlitos comenzara nuevamente a
correr. Sale del local, trastabilla al chocar con un señor que trataba de atarse los zapatos al
costado de la puerta, pero logra escapar sin problemas.
Entra a un hotel. Pasa desapercibido, ya que su nueva vestimenta es el camuflaje ideal ante
una sociedad consumista como la nuestra. Una lujosa suite se abre ante sus ojos. Comienza a
sacarse la ropa. Va a la ducha y se da un baño bien caliente. Siente un ardor en la cabeza
producto de la herida que se hiciera con el golpe. El agua le recorre el cuerpo con un tinte
morado por la sangre que se encontraba coagulada y adherida a su cuero cabelludo. Una
suave toalla seca su escuálido cuerpo. Sale del baño. El ambiente en la habitación es cálido.
La cama con colchón de agua se ve muy tentadora. Se zambulle en ella, pero suavemente por
temor a que reviente. Unas sábanas blancas con un cubrecama relleno de plumas lo cubren y
calientan. Sus ojos se cierran suavemente y queda dormido. El descanso fue breve, ya que
una bofetada en el rostro le dejó cuatro franjas rojizas en su mejilla derecha. Abre los ojos
exaltado y ve a una mujer que no para de gritar en forma desesperada llamando al botones
por encontrarse invadida en su habitación. Ve la puerta cerrada. Se levanta rápidamente, se
viste como puede. Suelta un grito para desahogarse y asustar un poco a la mujer que no deja
de gritar y corre tan rápido como le dan las piernas. Sale velozmente del hotel. Varios
empleados lo siguen casi abalanzándosele encima. Son muchos y no puede distinguirlos

5/6
bien, pero lo asustan. Su carrera es desesperada. Baja del cordón de la vereda de la avenida
Belgrano a toda la velocidad que le dan sus delgadas piernas y súbitamente sale despedido
por el aire. Su cuerpo se arquea como si fuese de goma. Aparecen heridas cortantes en su
cabeza, en su espalda, en sus brazos. El vuelo de su inanimada humanidad termina con un
golpe seco contra el pavimento en la mitad de la avenida. Una masa sanguinolenta de carne,
huesos y vísceras desparramada por varios metros es lo que queda de Carlitos…
- ¡Uy! ¡Pobre pibe! ¡Cómo lo levantó en el aire ese colectivo!
- ¡Llamen a una ambulancia!
Sirenas; gritos; embotellamiento de tránsito; cámaras de TV…

Epílogo - Punto de encuentro coordenadas X Y

Tirados junto al cordón de la vereda, quedaron una zapatilla y el teléfono celular que tenía en
el bolsillo. Otra vez la música comenzó a escucharse. Sonó varias veces. Un joven de cabello
rubio y rizado lo levantó y atendió.
- ¿Hola?
- ¿Carlitos? Soy tu papi. ¡Por fin me atendés! Me liberaron esta mañana. ¿Dónde estás?
No sabés cuántas ganas tengo de verte…

6/6

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