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Indudablemente que debemos analizar los diversos factores que convergen para
que el estudiante universitario tenga un desarrollo tan precario en la comunicación
escrita, y se presenten altos índices de analfabetismo funcional en la comunidad
estudiantil.
los textos de lectura básica no aportan nada nuevo para el niño y rara vez
contienen algo de interés inherente para él. Aun cuando fuera posible
interesar verdaderamente al niño por el contenido del texto que se expresa
con un vocabulario tan limitado, el nivel de pensamiento está tan por debajo
del de un niño normal que lo que hace el texto es hablarle como si fuera
tonto. Todas estas razones impiden que el niño participe personalmente en
el acto de leer; a menos que lo haga por motivos enteramente propios.”
Mi mamá me ama.
Tatiana no tiene ni moto ni patineta, más en su patio tiene una mata, una maleta,
un pito, un pato, una manta, una pelota y unas pantaletas.
Son algunos ejemplos tomados de cartillas con las cuales aprenden a leer
nuestros niños. Que vigente es la afirmación de Betthelheim, el texto (las cartillas)
le hablan al niño como si fuera tonto, ¿Qué interés podemos despertar en los
niños con este tipo de lecturas?
Las lecturas son impuestas y rara vez el niño tiene la posibilidad de escoger sus
lecturas, el maestro impone el tema, el número de páginas que se deben leer, el
tiempo que se debe leer y la forma en que debe presentar el resumen de lo leído.
Con tal metodología la lectura no es una actividad agradable para el niño, sino, por
el contrario, algo rutinario y monótono que se realiza para obtener una buena nota.
Una vez que el niño debe leer y escribir precariamente, el maestro le copiará en el
tablero contenidos que el niño debe transcribir por lo general de forma mecánica.
Ocurre la situación que con tono sarcástico pero realista describe Estanislao
Zuleta (1985, pp 101 – 102).
“Escribir en sentido fuerte es tener siempre un problema, una incógnita
abierta, que guía el pensamiento, guía la lectura; desde una escritura se
puede leer, a no ser que tenga la tristeza de leer para presentar un examen,
entonces le ha pasado lo peor que le puede pasar a uno en el mundo, ser
estudiante para presentar un examen y como lo incorpora a su ser, lo
olvidan, afortunadamente; qué tal que no tuvieran esa potencia vivificadora
y limpiadora; qué tal que nos acordáramos de todo lo que nos enseñaron en
el bachillerato”.
“Los progresos de estos niños que aprendieron a escribir sin tener que
pasar por las planas de vocales y de los fonemas consonánticos, de fonema
en fonema como lo muestran los manuales y como lo reclama el currículo,
fueron enormes. Si bien la letra al principio era chueca, con omisiones y a
veces uniendo arbitrariamente palabras, lo más importante, reiteramos, era
reconocer las estructuras profundas de las narrativas, porque su
reconocimiento nos permitía decretar la puesta en acto de la función
semiótica del pensamiento y porque a partir de allí el niño podía ir
cualificando progresivamente la estructura convencional de la escritura.
El niño debe escribir lo que el maestro indique y muy rara vez el estudiante podrá
expresarse libremente por escrito. Si lo hace siempre será evaluado con la
hipótesis de la carencia: buscar las fallas que presenta el trabajo, los errores que
cometió y rara vez se le analiza con la hipótesis de la realización o sea valorar
todas las expresiones creativas del niño, así se presentan fallas de forma.