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De La Torre Martinez Carlos - La Recepcion de La Filosofia de Los Valores en La Filosofia Del Derecho
De La Torre Martinez Carlos - La Recepcion de La Filosofia de Los Valores en La Filosofia Del Derecho
LA RECEPCIÓN DE LA FILOSOFÍA
DE LOS VALORES EN LA
FILOSOFÍA DEL DERECHO
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XV
Marcelino RODRÍGUEZ MOLINERO
Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XXI
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1
I. Primera aproximación al tema . . . . . . . . . . . . . . . . 1
II. De li mi ta ción del ob je to de in vesti ga ción y mé to do se-
gui do . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2
III. La dimensión axiológica de la realidad . . . . . . . . . . . 8
IV. La extensa problemática en torno a los valores . . . . . . . 11
V. Sobre el concepto de valor . . . . . . . . . . . . . . . . . 12
PRIMERA PARTE
ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO
DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
CAPÍTULO PRIMERO
LOS PRECEDENTES HISTÓRICO-DOCTRINALES DE LA FI-
LOSOFÍA DE LOS VALORES . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
I. Primeros antecedentes en la filosofía clásica griega: la teo-
ría de las ideas y la teoría de los bienes . . . . . . . . . . . 17
II. La idea del bien en el pensamiento cristiano . . . . . . . . 22
III. El giro de la filosofía moderna ante el problema de los va-
lores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27
IV. Un ejemplo elocuente: D. Hume y J. Bentham . . . . . . . 29
IX
X CONTENIDO
CAPÍTULO SEGUNDO
ORIGEN Y PRIMERA CONFIGURACIÓN DE LA FILOSOFÍA
DE LOS VALORES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
I. Rudolf Herman Lotze y la distinción del ser y el valer . . . 35
II. Distintos caminos de la filosofía de los valores . . . . . . . 41
III. Los valores y su inversión según Friedrich Nietzsche . . . 47
CAPÍTULO TERCERO
EL DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES POR
OBRA DEL NEOKANTISMO CULTURAL . . . . . . . . . . . 57
I. La filosofía como ciencia crítica de los valores absolutos:
Wilhelm Windelband . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 62
1. Historia y ciencias de la naturaleza . . . . . . . . . . . . 65
2. Los juicios de valor. Su relación con los valores abso-
lutos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 66
II. Los valores como elemento esencial y definitorio del mun-
do de la cultura: Heinrich Rickert . . . . . . . . . . . . . . 68
1. Ciencias de la naturaleza y ciencias de la cultura . . . . 70
2. Naturaleza de los valores . . . . . . . . . . . . . . . . . 73
3. La objetividad de las ciencias históricas . . . . . . . . . 74
4. Los valores suprahistóricos . . . . . . . . . . . . . . . . 76
III. Un caso singular: la neutralidad de la ciencia ante los va-
lores según Max Weber . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
1. Los juicios de valor en las ciencias sociales . . . . . . . 80
2. Pluralidad y conflictividad de los valores . . . . . . . . 83
CAPÍTULO CUARTO
EL DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES POR
OBRA DE LA FENOMENOLOGÍA . . . . . . . . . . . . . . . . 87
I. Franz Brentano y el problema de la rectitud moral . . . . . 87
II. La teoría del objeto de Alexius Meinong . . . . . . . . . . 93
CONTENIDO XI
1. La tesis subjetivista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95
2. La tesis objetivista: los valores impersonales . . . . . . 97
III. Max Scheler y la ética material de los valores . . . . . . . 100
1. La herencia de Edmund Husserl . . . . . . . . . . . . . 100
2. Una distinción clave: ética formal y ética material o de
contenido normativo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 104
3. El conocimiento de los valores . . . . . . . . . . . . . . 111
4. La jerarquía de los valores . . . . . . . . . . . . . . . . 113
5. El bien moral y los valores . . . . . . . . . . . . . . . . 114
6. El difícil problema de la subjetividad y la relatividad de
los valores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 116
IV. Nicolai Hartmann y la existencia en sí de los valores . . . 121
1. Fenomenología y ontología . . . . . . . . . . . . . . . . 121
2. Una ética de los valores . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125
3. Relación de los valores con la esfera del ser-real . . . . 129
4. El reino de los valores . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131
SEGUNDA PARTE
LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA
DE LOS VALORES EN LA FILOSOFÍA DEL DERECHO
CAPÍTULO QUINTO
LA VÍA DE ACCESO DEL PENSAMIENTO JURÍDICO A LA
FILOSOFÍA DE LOS VALORES: EL NEOKANTISMO SUD-
OCCIDENTAL ALEMÁN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137
I. El primer en cuentro: Georg Jellinek y su teoría del Es-
ta do . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 138
1. El problema metodológico de las ciencias del Estado . . 140
2. El problema del valor en la justificación y en los fines
del Estado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 146
XII CONTENIDO
II. Abrien do una ancha vía por un es trecho sen dero: Emil
Lask y la filo sofía del derecho como filo sofía de los va-
lo res . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151
1. El dualismo metódico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 153
2. Derecho natural y filosofía crítica de los valores . . . . 155
3. Las distintas concepciones del valor en el derecho . . . 157
4. La ciencia del derecho como ciencia cultural . . . . . . 158
III. Relativismo de valores y antinomia de valores: Gustav Rad-
bruch . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 160
1. Las cuatro actitudes ante el valor . . . . . . . . . . . . . 161
2. El dualismo metódico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 164
3. Las direcciones de la filosofía del derecho . . . . . . . . 165
4. La idea y el concepto de derecho . . . . . . . . . . . . . 169
5. El derecho y la moral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171
6. El relativismo de los valores . . . . . . . . . . . . . . . 173
7. Las antinomias de la idea del derecho . . . . . . . . . . 178
8. La validez del derecho . . . . . . . . . . . . . . . . . . 180
IV. La crítica al relativismo jurídico-filosófico: Carl August
Emge . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 185
V. Entre neokantismo y neohegelismo: Max Ernst Mayer . . . 191
CAPÍTULO SEXTO
EN BUSCA DE UNA ÉTICA JURÍDICA MATERIAL O DE CON-
TENIDO NORMATIVO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 199
I. Principios supremos y valores intemporales: Helmut Coing . 200
1. La inserción de los valores en el derecho . . . . . . . . 202
2. La idea del derecho y la naturaleza de las cosas . . . . . 204
3. La justicia como idea del derecho . . . . . . . . . . . . 211
4. La idea del derecho como suma de los valores propios
del derecho . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 214
5. La idea del derecho y el derecho natural . . . . . . . . . 217
6. Un primer esbozo de la jurisprudencia de valores . . . . 219
CONTENIDO XIII
CAPÍTULO SÉPTIMO
EL IMPACTO DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES EN LA
FILOSOFÍA DEL DERECHO CULTIVADA EN ESPAÑA E IBE-
ROAMÉRICA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 263
I. Eidética y aporética del derecho: Juan Llambías de Aze-
vedo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 270
1. La eidética del derecho . . . . . . . . . . . . . . . . . . 270
2. Las aporías del derecho . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273
3. Ensayo de solución de algunas aporías jurídicas . . . . . 275
XIV CONTENIDO
Conclusiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 311
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 321
PRÓLOGO
XV
XVI MARCELINO RODRÍGUEZ MOLINERO
XXI
XXII AGRADECIMIENTOS
1
2 INTRODUCCIÓN
al mundo, por más limpia e inocente que ésta pueda ser, nos invita a to-
mar posición ante él, a adoptar una determinada actitud, a amar u odiar
los objetos que miramos.2 Esta realidad innegable que podemos percibir
con una simple mirada constituye sin duda el punto de partida y el pri-
mer problema de la reflexión sobre los valores. Pero ¿qué es eso que nos
afecta y que nos impele al grado de salir de nosotros mismos y establecer
una relación con lo que nos rodea, de realizar todo tipo de conductas, de
incluso percibirnos obligados, ligados, con ese objeto determinado?
¿Qué es aquello que nos lleva a maravillarnos ante la hermosura de un
atardecer; qué produce nuestra indignación ante una situación de pobre-
za, nuestro rechazo ante un castigo injusto; qué es aquello que nos mue-
ve a reprochar una conducta que consideramos indigna o, por el contra-
rio, a admirar un acto heroico; qué es aquello que nos lleva a considerar
un objeto como útil y otro objeto como sagrado o santo? ¿Es algo que
está en las cosas mismas, en el mismo ser de lo que percibimos, o acaso
es algo puesto por nuestra propia subjetividad, algo que nosotros añadi-
mos a la realidad y que, por ello, cobra relevancia para nosotros? Cual-
quiera que sea la respuesta a estas preguntas, el hecho es que el problema
del valor tiene su punto de partida en nuestra posición frente al mundo,
en la relación o vínculo, no indiferente que establecemos con él y, por
ello, se sitúa en la esfera del hacer humano e incluso del deber; se pre-
gunta por aquello que el hombre estima como importante, como valioso,
y que por considerarlo de esa manera se ve movido a actuar poniendo
en riesgo otros objetos que estima como menos valiosos, entre los que en
ciertas ocasiones, incluso puede estar la vida misma. Así vemos cómo el
problema del valor penetra en la pregunta sobre el quehacer humano, no
en lo referente a qué es lo que hace el hombre, sino en lo referente a por
qué lo hace, es decir, qué es aquello que lo lleva a realizar una determi-
nada conducta y no otra; por qué estima una determinada acción más
digna de ser realizada que otra; o por qué siente el deber de actuar de
una forma determinada y no de otra. Dicho con brevedad, junto al pro-
blema del valor nos estamos preguntando también por el sentido del ac-
2 En este sentido, Ortega y Gasset distingue dos tipos de actitudes frente al mundo,
cuando dice: “No nos contentamos, pues, con percibir, analizar, ordenar y explicar las
cosas según su ser, sino que las estimamos o desestimamos, las preferimos o pospone-
mos; en suma, las valoramos”. Véase Ortega y Gasset, José, “Qué son los valores. Intro-
ducción a una estimativa”, en Obras completas, Madrid, Alianza, 1983, vol. VI, p. 318.
10 INTRODUCCIÓN
Nietzsche7 han signado a los valores, pues al identificarlos con los fines
últimos que mueven a los hombres les imprimen el carácter de razones últi-
mas de su actuar y de su existir, constituyéndolos en referentes últimos
sobre los cuales el hombre interpreta y entiende su propio mundo.
9 A principios del siglo XX se entendía por filosofía de los valores las reflexiones,
que habían realizado los pensadores neokantianos de la Escuela de Baden —en especial
Wilhelm Windelband y Heinrich Rickert— al tratar de solucionar la controversia entre las
llamadas Ciencias de la naturaleza y las Ciencias de la cultura, reservándose el concepto
de teoría de los valores (Werttheorie) para las reflexiones filosóficas, que tenían como ob-
jeto el problema del valor, en un principio las realizadas por Alexis Meinong y Christian
Ehrenfels. Sin embargo, entendemos que la filosofía de los valores se inicia —como más
adelante demostraremos— a finales del siglo XIX por el filósofo alemán Rudolf Herman
Lotze, para alcanzar su máximo esplendor en la primera mitad del siglo XX con M. Sche-
ler y N. Hartmann. Véase Hessen, Johannes, Tratado de filosofía. Teoría de los valores,
trad. Juan Adolfo Vázquez, Buenos Aires, Sudamericana, 1959, vol. II, pp. 5-12.
INTRODUCCIÓN 13
17
18 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
tre los dos mundos, acepta que el mundo del devenir participa del mundo
de las ideas, y de manera principal en la Idea del bien, a la que, incluso,
le reconoce la función de ordenar el caos del mundo de lo sensible en un
orden teleológico; de manera que el bien adquiere un rango de fin último
(telo), siendo la realidad trascendente que justifica y explica todos nues-
tros esfuerzos.6
Aristóteles, frente al que fuera su mentor y su maestro, niega la duali-
dad de los mundos del ser,7 pues reduce la esencia universal de las ideas
a la causa formal inmanente a toda realidad. De este modo, concibe la
forma como “la esencia misma de cada ser”, como el elemento que infor-
ma a la materia creando así la unidad inmanente a todo ser, unidad que
expresa con el nombre de sustancia,8 y por la que entiende todo aquello
que existe con su esencia y sus accidentes. Aristóteles aborda este pro-
blema al cuestionarse sobre si la materia o la forma pueden existir en sí
mismas, es decir, si tienen existencia propia y separada, llegando a la
6 Partiendo de esta interpretación de la Idea del bien y, apoyado en el mito de la ca-
verna, Platón considera que el alma que pertenece al mundo de las ideas se encuentra
atrapada en nuestro cuerpo, el que a su vez representa como una cárcel que la sujeta al
mundo de lo sensible y la aleja del verdadero mundo del ser y de las ideas. Así pues, ex-
plica la necesidad que el hombre experimenta respecto de lo perfecto, un movimiento ha-
cia lo bueno, lo justo y lo bello, de lo que el hombre participa aquí en la Tierra tan sólo
de manera imperfecta. Me parece que con este intento Platón logra dar una explicación,
que aunque no del todo satisfactoria por la división entre alma y cuerpo, es al fin, una ex-
plicación de los movimientos de los hombres hacia los valores, movimiento que está ba-
sado en el amor. Esto último sin lugar a dudas influye en Max Scheler, pues como más
adelante veremos se asemeja a su explicación sobre la participación del hombre en el
mundo de los valores, de cómo el amor es lo que ilumina nuevos valores y lleva al hom-
bre en un movimiento ascendente hacia los valores del rango jerárquico superior. Ahora
bien, la gran diferencia entre Platón y Scheler es que para el segundo los valores no tie-
nen existencia, es decir, no hay un mundo de los valores con existencia propia, éstos son
esencias, fundadas en la intencionalidad, que se presentan al hombre a través de la expe-
riencia externa que el hombre tiene de la realidad (véase infra, pp.111 y 112).
7 Aristóteles aporta cinco razones para negar la Teoría de las ideas de Platón: la pri-
mera consiste en que considera que la duplicidad de mundos es innecesaria, siendo preci-
so bajar las ideas del topos uranos a la realidad; la segunda consiste en que nunca queda
claro qué relación existe entre las ideas y la realidad; la tercera es que las ideas se multi-
plicarían infinitamente, primero porque tendría que haber ideas de las relaciones entre és-
tas y las cosas de la realidad, e incluso ideas del no ser de las cosas; la cuarta crítica es
que Platón nunca logra realmente explicar el origen de las ideas ni de las cosas; y, por úl-
timo, que no ve necesario que la esencia de las cosas se encuentre fuera de ellas.
8 Aristóteles, Metafísica, trad. de Tomás Calvo Martínez, Madrid, Gredos, 1994, li-
bro VII, cap. III, pp. 283 y 284.
20 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
el del ser, el bien se emplea en muchos sentidos,10 por lo que estima que
es absurdo pensar, como lo hace su maestro respecto de la idea de bien,
que “el bien predicado en común de varias cosas sea realmente uno, o al-
go separado que existe por sí mismo; pues, de ser así, el hombre no po-
dría realizarlo ni adquirirlo”. Y es que para Aristóteles el bien no es más
que aquello por lo que se hacen las cosas, o bien, aquello por lo que las
cosas son, identificándolo así con el fin o causa final. Hay un pasaje muy
significativo al respecto; es aquel en el que narra que “en la medicina, la
salud; en la estrategia, la victoria; en la arquitectura, la casa; en otros ca-
sos, otras cosas, y en toda acción y decisión, es el fin; pues, con vista al
fin es como todos hacen las demás cosas”.11 Sin embargo, Aristóteles
distingue también diversas clases de bienes o fines: los bienes que se
buscan por sí mismos y los que se buscan para alcanzar otros; los prime-
ros son más perfectos, siendo el más perfecto de todos aquel que siempre
se busca por sí mismo y nunca por otra cosa; es decir, la felicidad.12 Esto
quiere decir que para Aristóteles el bien de las cosas está implícito en su
misma forma esencial, en la realización de su propio telos, lo cual, si se
nos permite hacer una interpretación en términos de valor, implica que
con Aristóteles los valores residen en las cosas mismas, son inseparables
de su ser concreto y se manifiestan a través de su causa final y de su cau-
sa formal que, como tal, constituye su esencia, y es susceptible de ser co-
nocida por medio de la abstracción.
Antes de seguir conviene señalar que si bien la identificación entre el
ser y el valor en el pensamiento de Platón y Aristóteles derivaron en una
solución objetivista del problema del bien, no en todo el pensamiento an-
tiguo se mantuvo esta misma actitud ante dicho problema, pues también
hubo algunas doctrinas relativistas o incluso negadoras de la dimensión
axiológica. En esta perspectiva se sitúa Demócrito (370 a. C), para el que
el mundo aparecía como un conjunto de átomos en movimiento determi-
13Rintelen, Joaquim Fritz von, Values in European Thought, cit., nota 1, p. 144.
14Epístola a Timoteo 4: 4-5. En este sentido, Joachin von Rintelen afirma que “en el
cristianismo los valores se entendían desde un punto de vista teocéntrico, siendo Dios
el valor más alto de todos los valores, el Summum bonum, del cual toda la naturaleza par-
ticipa analógicamente”. Ibidem, p. 150.
15 San Agustín, “Tratado sobre la Santísima Trinidad”, en Obras Completas, Madrid,
BAC, 1961, vol. V, libro VIII, cap. 3, núm. 4, p. 505.
16 Para Nicolai Hartamann, por ejemplo, con el cristianismo “la metafísica del mun-
do se convierte en metafísica de Dios. El reino de las ideas, del eidos se introduce en el
intelecto Divino como reino de las formas substanciales. El intelecto de Dios se llama no
sólo intellectus divinus, sino también intellectus infinitus, archetypus o intuitivus”. Véase
Hartmann, Nicolai, Introducción a la filosofía, trad. de José Gaos, México, UNAM,
1969, p. 15.
LOS PRECEDENTES HISTÓRICO-DOCTRINALES DE LA FILOSOFÍA 23
17 San Agustín, Tratado sobre la Santísima Trinidad, cit., nota 15, libro. VIII, cap. 3,
núm. 4, p. 509.
18 San Agustín llega a demostrar la existencia de Dios argumentando que las verda-
des inmutables y eternas que los hombres podemos percibir en la naturaleza requieren un
fundamento también inmutable y eterno; así, dice expresamente: “el intelecto humano
puede aprehender esas ideas eternas e inmutables sólo gracias a una iluminación divina,
pues si la mente es mutable y mortal, cómo es posible que accediera a este tipo de ideas
sino es a través de la iluminación divina”. Idem.
19 San Agustín, Tratado sobre la Santísima Trinidad, cit., nota 15, libro IV, cap. 1,
núm. 3, p. 323.
24 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
20 Aquino, Santo Tomás de, Suma Contra Gentiles, 2 q, a. 54, Madrid, BAC, 1968.
LOS PRECEDENTES HISTÓRICO-DOCTRINALES DE LA FILOSOFÍA 25
23 Aquino, Santo Tomás de, Suma Teológica, trad. de Francisco Barbado Viejo, 1-2,
q.1, a.1, Madrid, BAC, 1953.
24 Ibidem, 1-2 q.1 a. 7. En este sentido, afirma Johannes Hessen que “para Santo To-
más el valor no es otra cosa que la perfección del ser. Como su principio es la forma, el
carácter valioso de la cosa reside en su forma. Y como la forma significa actualidad (en
oposición a la potencialidad de la materia) la cualidad valiosa de la cosa tiene su funda-
mento en la actualitas. Así dice Santo Tomás: “Omne ens, inquantum est ens, est bo-
num”. Ibidem, p. 50.
25 Aquino Santo Tomás de, Suma Teológica, cit., nota. 23, 1-2 q.2 a. 1- 7.
26 “El origen histórico de la metafísica escolástica del valor se halla en el importante
hecho de que Aristóteles introdujera la idea en la cosa real, pues de ese modo también se
incluía al valor en el ser, determinando al mismo tiempo al ente como algo valioso. Aho-
ra el valor significa la perfección del ser dada con la forma esencial, la plenitud ontológi-
ca de la cosa”. Cfr. Hessen, Johannes, Tratado de filosofía, cit., nota. 9, p. 51.
27 Véase Rintelen, Joaquim, “Valor y existencia”, Sapientia, núm. 4 (1949), pp.
232-238; también véase Linares Herrera, Antonio, “Ser y valor”, Revista de la Universi-
dad de Buenos Aires, núm. 9 (1951), pp. 109-172.
LOS PRECEDENTES HISTÓRICO-DOCTRINALES DE LA FILOSOFÍA 27
28 Como es sabido, la distinción kantiana de ser y deber ser, así como su particular
concepto de deber, responde a las formulaciones que había establecido Hume respecto de
la imposibilidad de derivar el deber del ser, denominada la falacia naturalista. Estos
postulados, a su vez, se deben al empirismo del que Hume parte, y por el que niega la po-
sibilidad de abstraer la esencia universal de las cosas, de la cual —como había estableci-
do Santo Tomás o el propio Aristóteles— se pudiera derivar el télos que el objeto debe
realizar para alcanzar su propia perfección.
29 M. Heidegger afirma que la conclusión a la que nos lleva el pensamiento de Des-
cartes es que ahora el hombre es el fundamento sobre el cual se pone y tiene que ponerse
toda representación y lo en ella representado si ha de tener un estar y una existencia con-
sistente. Esto quiere decir que todo ente no humano se convierte en objeto para el hom-
bre que es el subiectum: “Pues con la proposición cogito ergo sum —afirma textualmen-
28 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
sus instituciones, de sus costumbres, y, ¿por qué no?, de los valores que
el mismo asigna a las cosas que le rodean y que propone como guía de su
conducta. Así, con el fenómeno mismo de la modernidad33 se inicia pau-
latinamente la separación radical del ser y el valor, pues si por una parte
el desarrollo de las ciencias naturales se encargó de desvincular la reali-
dad de toda referencia a un sentido o valor trascendente, por otra parte el
gran descubrimiento de la subjetividad humana condujo al hombre mo-
derno a concluir que la realidad, las cosas, el ser ya no son los deposita-
rios de los valores, sino que los valores subsisten en su yo, en su propia
subjetividad, que como depositaria o, más bien, creadora de valores es la
única capaz de asignar valor a la realidad.34
la relación de causa y efecto, están atadas a su trono. Ellos nos gobiernan en todo lo que
hacemos, en todo lo que decimos, en todo lo que pensamos: todo el esfuerzo que haga-
mos por arrojarlos de nuestra subjetividad servirá tan sólo para demostrar y confirmar su
poderío”. An Introduction to the Principles of Moral and Legislation, ed. J. H. Burns y
H. L. A. Hart, Londres, Methuen, 1982, p. 11.
44 Ibidem, p. 12. Como es sabido, el concepto de utilidad ya había sido planteado por
el pensamiento filosófico con anterioridad a Bentham; incluso Hume lo emplea para de-
mostrar que ciertas virtudes, como la justicia, encuentran su verdadera razón de ser en la
utilidad que prestan a la comunidad. Sin embargo, como señala F. Copleston, aunque
Bentham no inventó el principio de utilidad, “lo que hizo fue interpretarlo y aplicarlo ex-
plícita y universalmente como principio básico de la moral y de la legislación”. Coples-
ton, Friederich, Historia de la filosofía, trad. de Ana Doménech, México, Ariel, 1991,
vol. VIII, pp. 20-33.
45 “Respecto de una acción conforme al principio de utilidad, uno siempre puede de-
cir que se debe llevar a cabo, así como, que es correcto o esta bien que se haya llevado a
cabo. Sólo bajo esta interpretación los términos deber y bien cobran un significado con-
creto, de otra manera, no tienen ninguno”. Cfr. An Introduction to the Principles of Mo-
ral and Legislation, cit., nota 43, p. 12.
46 Llama la atención que en el capítulo IV de su obra, en el que analiza los diversos
criterios para medir la intensidad del placer y el dolor, Bentham emplea el concepto de
valor. Sin embargo, lo emplea tan sólo para referirse a la fuerza o intensidad del placer o
dolor, es decir, en una dimensión meramente cuantitativa y no cualitativa. Ibidem, pp.
38-41.
LOS PRECEDENTES HISTÓRICO-DOCTRINALES DE LA FILOSOFÍA 33
47 Este, por ejemplo, es el argumento principal que se encuentra en el fondo del rela-
tivismo axiológico de Max Weber y Gustav Radbruch (véase infra, pp. 83 y 173).
48 En torno a la determinación de los alcances que el argumento de Hume ha tendido
en su propio pensamiento, así como sobre el sentido en que debe ser entendido en el con-
junto de su obra, se ha suscitado un importante debate. Véase Muguerza, Javier, “Es y
debe; en torno a la lógica de la falacia naturalista”, Teoría y sociedad. Homenaje al pro-
fesor Aranguren, Barcelona, 1970, pp. 141-175.
34 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
49 Kant, Immanuel, Crítica de la razón práctica, 3a. ed., trad. de Manuel García Mo-
rente, Salamanca, Sígueme, 1997, pp. 42-49.
50 En este sentido, Kant afirma que “el fundamento de la obligatoriedad no debe bus-
carse en la naturaleza humana o en las circunstancias del Universo que rodean al hombre,
sino a priori, exclusivamente en conceptos de razón pura y que cualquier otro precepto
que se fundamente en principios de la mera experiencia podrá considerarse en todo caso
una regla práctica, pero nunca una ley moral”. Kant, Immanuel, Fundamentación de la
metafísica de las costumbres, ed. Luis Martínez de Velasco, Madrid, Austral, 1999, p. 46.
51 J. Hessen, Tratado de filosofía, cit., nota 9, p. 13.
CAPÍTULO SEGUNDO
ORIGEN Y PRIMERA CONFIGURACIÓN DE LA FILOSOFÍA
DE LOS VALORES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
I. Rudolf Herman Lotze y la distinción del ser y el valer . . . 35
II. Distintos caminos de la filosofía de los valores . . . . . . . 41
III. Los valores y su inversión según Friedrich Nietzsche . . . 47
CAPÍTULO SEGUNDO
ORIGEN Y PRIMERA CONFIGURACIÓN DE LA FILOSOFÍA
DE LOS VALORES
35
36 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
3 Copleston, Friederich, Historia de la filosofía, cit., nota 44, vol. VIII, pp. 296-308.
ORIGEN Y PRIMERA CONFIGURACIÓN DE LA FILOSOFÍA 37
tanto, de sentido.6 Ahora bien, este propósito o causa final que constituye
la unidad de todo el universo no descansa en el universo mismo, sino en la
conciencia de la personalidad de Dios, que se manifiesta a sí mismo en el
mundo mediante la realización de valores. Por ello afirma Lotze que
“nuestra creencia en la existencia de Dios se apoya, en última instancia,
en nuestra experiencia moral y en nuestra apreciación de los valores”.7
A pesar de su belleza, la anterior expresión de Lotze entraña tres pro-
blemas filosóficos, que no podemos pasar de largo: en primer lugar, el de
determinar en qué medida se realiza dicha unidad en el universo; en se-
gundo, en qué medida se identifica el propósito divino con la realidad, y
en tercer lugar, en qué sentido y de qué forma los hombres participamos
de los valores. Frente al primer problema responde que la unidad del uni-
verso proporciona una cierta armonía en el mundo, sin que por ello nie-
gue la diversidad de sus elementos; en este contexto, presenta dos ele-
mentos que explican la diversidad y el cambio dentro de esa unidad
aparentemente preestablecida: el primero consiste en que dicha armonía
no implica un plan estático, previamente desarrollado y determinado,
sino que tan sólo establece ciertas leyes de desarrollo mediante las cuales
la realidad se va desenvolviendo; el otro elemento, por el que se explican
los cambios de la naturaleza, incluso los grandes cambios que parecen
romper con dicha unidad, consiste en la acción de la providencia divina
que puede intervenir en el desarrollo del universo, restableciendo a la
vez la armonía aparentemente quebrantada. Así, destaca que su concep-
ción se acerca más a la de una unidad “siempre reestablecida” que a la de
una unidad rígida previamente establecida. Este planteamiento abre el
camino para tratar el segundo problema, en el que se presenta el dilema
consistente en que de ser plena y absoluta la identificación del propósito
divino con la realidad del universo se haría innecesaria la búsqueda de
sentido, pues no podríamos distinguir ya entre fin y sentido, entre valor y
ser; para evitar este supuesto, estima que el propósito del universo, su te-
leología, no está realizado plenamente sino de modo imperfecto, de ma-
nera que la intención divina se convierte en un ideal a cumplir, en un va-
lor a realizar que dota de significado moral a todo el universo. En torno
6 En este punto es destacable la similitud que presenta el pensamiento de Lotze con
el desarrollo que del problema del bien hace San Agustín o, si se prefiere, Plotino, con la
diferencia, claro está, de la separación que hace Lotze del ser y el valor (véase supra, pp.
22-24).
7 Mikrokosmus, cit., nota 2, libro IX, cap. 4, sec. 5.
40 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
8 Willey, Thomas, Back to Kant; The revival of Kantianism in German Social and
Historical Tthought, 1860-1914, Detroit, Wayne State University Press, 1978, pp. 40-57.
9 Windelband, Wilhelm, La filosofía de los siglos XIX y XX, trad. de Francisco La-
rroyo, México, Robredo, 1943, vol. VII y VIII.
ORIGEN Y PRIMERA CONFIGURACIÓN DE LA FILOSOFÍA 41
bres hace eco de ese mismo valor, por lo que, en el pensamiento de Lot-
ze, los hombres, al realizar los valores personales de lo bueno y de lo
bello, participan libremente en la realización de los valores de belleza y
bondad del universo.
En resumen, para Lotze, el universo está dotado de un sentido moral,
al cual los hombres acceden, no ya por el ejercicio de su razón, por el
que sólo les es accesible el funcionamiento mecanicista del universo, si-
no por el sentimiento de valor, que les descubre una dimensión plena de
sentido, de cuya realización en el universo participan plenamente me-
diante la realización de valores éticos, que a la vez dotan de sentido sus
propios actos.10 Por lo tanto, la separación del ser y el valor, a partir de la
cual se desarrolla la filosofía de los valores, distingue claramente una es-
fera del ser, que se refiere al funcionamiento mecanicista del universo, y
a cuyo desenvolvimiento accedemos y describimos mediante la raciona-
lidad que se manifiesta en las ciencias naturales, y una esfera del valor,
que se refiere al sentido, causa final o telos, que imprime la personali-
dad de Dios al universo en su conjunto, y a la cual accedemos por el sen-
timiento de los valores y nos vinculamos por medio de nuestros actos
morales. De esta manera Lotze, al separar ser y valor, en un intento por
buscar un sentido y un valor trascendente a una realidad que entiende co-
mo inmanente, logra conjugar, a través del concepto de valor, una visión
mecanicista de la naturaleza y una concepción moral, ética y religiosa de
la vida.11
12 Moore, George, The Conception of Intrinsic Value, Londres, Routledge & Fegan
Paul, 1922.
13 Perry, Ralph Barton, General Theory of Value, Cambridge, Harvard University
Press, 1950, y su obra: Realms of Value; A Critic of Human Civilization, Cambridge,
Harvard University Press, 1950.
14 Russell, Bertrand, Religión y ciencia, México, FCE, 1955, y su obra: Human So-
ciety in Ethics and Politics, Nueva York, Simon & Shuster, 1955.
15 Carnap, Rudolph, Philosophy and Logical Syntax, Londres, Routledge & Kegan
Paul, 1935.
16 Ayer, Alfred, Language, Truth and Logic, Londres, Gollacz, 1950.
17 Ortega y Gasset, José, Qué son los valores. Introducción a una estimativa, Ma-
drid, Revista de Occidente, 1923.
18 García Morente, Manuel, Ensayos sobre el progreso, Madrid, Dorcas, 1980.
19 Caso, Antonio, El concepto de la historia universal y la filosofía de los valores,
México, Botas, 1933.
20 Larroyo, Francisco, La filosofía de los valores. Valor y problemática en general,
México, Logos, 1936.
21 Romero, Francisco, Teoría del hombre, Buenos Aires, Losada, 1952.
22 Frondizi, Risieri, ¿Qué son los valores?, México, FCE, 1958, 1995.
23 Polin, Raymond, La création des valeurs. Recherches sur le fondement de l’objec-
tive axiologique, París, Presses Universitaires de France, 1945.
24 Lavelle, Louis, Traité des valeurs. Théorie genérale de la valeur, París, Presses
Universitaires de France, 1991.
25 Le Senne, Rene, La description de consciente. Obstacle et valeur, París, Aubier,
1934.
26 Ruyer, Raymond, Philosophie de la valeur, París, Librairie Armand Colin, 1952.
ORIGEN Y PRIMERA CONFIGURACIÓN DE LA FILOSOFÍA 45
27 Troeltsche, Ernst, “Der historismus und seine Probleme”, en Obras completas, Tü-
bingen, Scientia Aalen, 1962, vol. III.
28 Meinecke, Fiedrich, El historicismo y su génesis, México, FCE, 1943.
29 Gutwenger, Engebert, Wertphilosophie, 1952.
30 Rintelen, Joaquim von, Der Wertgedanke in der europäischen Geistesentwicklung,
1932.
46 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
les parecía, como decía en 1926 André Malraux, que “todos los ideales
por los que vale la pena sacrificarse” se habían perdido. Este sentimiento
de crisis, de pérdida de referente que Paul Valery logra expresar gráfica-
mente con la siguiente frase: “...la tempestad ha sacudido el barco con tal
violencia, que hasta las lámparas mejor suspendidas han caído al suelo”,
sin lugar a dudas fue percibido por aquellos hombres que emprendieron
el camino a través de la filosofía de los valores, incluso, para algunos de
ellos, como Meinong y Scheler, la experiencia de la Primera Guerra
Mundial influyó determinantemente en el desarrollo de su pensamiento.
La reflexión sobre los valores se ubica, pues, en este contexto de crisis,
en este intento por buscar un nuevo sentido al mundo que nos rodea
(Lotze); por buscar referentes objetivos y universales a partir de los cua-
les comprender e interpretar la cultura (Rickert); por fijar un punto de
apoyo universal e inmutable, que trascienda e ilumine esta realidad en
continuo devenir (Windelband), o por encontrar un nuevo fundamento
“material” que dote de sentido y objetividad a nuestra conducta moral
(Scheler).
citado por Ruhrberg & Schneckenburger, Arte del siglo XX, trad. de Ingo F. Walter, Ma-
drid, Taschen, 2001, pp. 137 y 138.
48 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
se puedan crear nuevos valores. Sin embargo, el león no puede crear va-
lores; tan sólo puede destruirlos; por ello es necesaria una segunda trans-
formación, en la que aparece el niño, que, con su inocencia y con su ol-
vido, es capaz de dar un nuevo comienzo, un primer movimiento hacia
nuevos valores que permitan al espíritu hacer su voluntad y conquistar
ahora su propio desierto sostenido por sus propios valores.
En su obra La genealogía de la moral, ya en un tono más sistemático
y menos simbólico, Nietzsche realiza una crítica demoledora de los valo-
res vigentes en su época y que constituyen lo que él denomina “moral
del rebaño” o el “ideal ascético”. Parte de la idea de que sólo demostran-
do el origen de las valoraciones morales podrá desenmascararse el sis-
tema de valores vigente, que él identifica con los valores del cristianis-
mo.37 Así, empleando un método histórico-filológico, reflexiona sobre el
origen de los términos bueno y malo (gut und böse), descubriendo que
en varias lenguas los conceptos que se refieren a lo noble, en su sentido
de aristocracia y de superioridad, dieron contenido al concepto de “bue-
no”, mientras que lo vulgar, lo plebeyo, lo bajo, coincidían con lo “ma-
lo”. En la lengua alemana, por ejemplo —explica Nietzsche— el término
malo (Schlecht) en sí es idéntico a simple (Schlicht), que designaba al
hombre simple, al hombre vulgar en contraposición al hombre noble. En
este sentido, en todas las culturas se presentó una fuerte lucha entre la
valoración (Wertung) de la casta de los caballeros o aristócratas y la cas-
ta sacerdotal, pues mientras los primeros elevaban los valores de la vida
fuerte, libre y regocijada, los sacerdotes, en su impotencia, se veían for-
zados a elevar los valores de una vida humillada, atada y ascética. Expli-
ca que en ninguna cultura se presentó esta colisión de valores como en la
cultura hebrea, pues siendo el pueblo judío el pueblo sacerdotal por anto-
nomasia, fue el primero en invertir los valores (Umwertung) de la aristo-
cracia, al negar la identificación de lo bueno (gut) con los valores de lo
noble, lo poderoso, lo bello y lo feliz; y, al predicar de manera dogmática
que tan sólo los miserables, los pobres, los impotentes y los bajos eran
los únicos buenos; que los que sufren, los indigentes, los enfermos, eran los
únicos piadosos, los únicos benditos de Dios; que únicamente para ellos
existe la bienaventuranza y que, en cambio, los aristócratas, los fuertes,
los nobles y los violentos eran los únicos malvados, crueles, insaciables
y ateos, los eternamente desventurados. Nietzsche afirma así que con la
victoria de la casta sacerdotal de los judíos dio comienzo en la moral lo
que él denomina rebelión de los esclavos, y que identifica con la moral
del rebaño. Pero la verdadera victoria de la moral del rebaño —sentencia
Nietzsche— no se debe tan sólo al pueblo judío, pues cuando se gesta el
resentimiento creador de valores, es con la figura de Jesús de Nazaret,
“el redentor que trae la bienaventuranza y la victoria a los pobres” —co-
mo lo llama el propio Nietzsche—; “del odio más profundo y sublime,
esto es, del odio creador de ideales, modificador de valores, pudo brotar
algo igualmente incomparable, un amor nuevo, la más profunda y subli-
me especie de amor”,38 con él triunfa definitivamente la inversión de los
valores, pues, mediante él, la moral del rebaño pudo esparcirse y con-
quistar a todos los pueblos de la tierra. Así que para Nietzsche el Dios en
la cruz, que se entrega a sí mismo para la salvación de los hombres,
constituyó el gran triunfo de la transmutación de todos los valores, sien-
do el Sermón de la Montaña su obra maestra, dado que en él se enseña a
los hombres a desesperar de la vida presente y a esperar la bienaventu-
ranza solamente en la vida futura. Con la moral cristiana —concluye—
la debilidad se transforma en mérito, la cobardía en valentía, la impoten-
cia en autocontrol, la temerosa bajeza en humildad, la sumisión a quienes
se odia en obediencia y la imposibilidad de venganza en perdón. Así, la
creación de valores, la proyección de ideales, surgen del resentimiento,39
del odio de los débiles a los fuertes, de los enfermos a los sanos. La mo-
ral del rebaño termina valorando (estimando) aquello que era noble y
bueno en el ideal aristocrático como malo y despreciable, construyendo
un ideal ascético por el que se niegan los valores de la fortaleza, del go-
zo, de lo bello, del poder; por el que se desprecia la vida presente de
acuerdo con una quimérica vida superior; por el que se desprecia el cuer-
po y sus instintos, en orden a una espiritualidad del autodesprecio, de la
40 En su obra Más allá del bien y del mal, Nietzsche ya había desarrollado las dife-
rencias entre las que denomina la moral de los señores y la moral del rebaño, y destaca
que su diferencia esencial radica en que, mientras en la moral de los señores los hombres
son los que crean y determinan sus propios valores, en la moral del rebaño los hombres ri-
gen su conducta moral bajo valores predeterminados, que tan sólo tiene que reconocer.
Esta diferencia también es propia de los hombres que él reconoce como espíritus libres y
los que identifica con una conciencia religiosa. Más allá del bien y del mal. Preludio de
una filosofía del futuro, trad. de Andrés Sánchez Pascual, Madrid, Alianza, 1997.
41 Jaspers relaciona la idea nietzscheana, que concibe al hombre como creador de sus
propios valores, con el concepto mismo que Nietzsche tiene sobre la libertad. Jaspers,
Karl, Nietzsche, trad. de Emilio Estú, Buenos Aires, Sudamericana, 1963, pp. 214-240.
42 Más allá del bien y del mal., cit., nota 40, p. 103 (máxima 108).
52 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
perior no sólo respecto de otros, los que obedecen, sino también, y sobre
todo, respecto de sí mismo. Lo que quiere decir sobreelevación, autopo-
tenciación, llevar a mayor altura la propia esencia, de manera que la pro-
pia esencia consiste en esa sobre-elevación. Por otra parte —continúa
Heidegger— “la esencia del poder ha sido determinada por Nietzsche,
como el «mirar que va más allá, viendo lejos en torno hacia una mirada
abierta que todo abraza», como sobre-potenciamiento”. Así, al unir vo-
luntad y poder en un concepto nuevo, que a la vez supera sus elementos,
Nietzsche se refiere a un “dar poder para la sobre-elevación de sí
mismo”.46
Si partimos de este supuesto, tenemos que reconocer que el resultado
de la transvaloración será el proyectar los nuevos valores, tomando como
principio de determinación la voluntad de poder. Volviendo a la alego-
ría, que referíamos al principio del presente apartado, una vez que el león
ha logrado vencer al dragón y, con él, a todos los valores milenarios, tie-
ne que aparecer el niño, quien con su inocencia es capaz de establecer un
nuevo principio, a partir del cual se desprendan nuevos valores, que le
permiten ser Señor de su propio mundo. En este sentido, el concepto de
valor (Wert) para Nietzsche se refiere a aquello que permite desarrollar
la propia esencia de la voluntad de poder, la sobreelevación de sí mismo, la
autoafirmación. Así tendremos que los nuevos valores serán todos aque-
llos que sustenten, favorezcan e impulsen el acrecentamiento de la vo-
luntad de poder. Los valores adquieren así una dimensión perspectivista,
como proyecciones, como potencializadores de la propia voluntad de po-
der. Con esto —explica una vez más Heidegger—, Nietzsche da una
nueva interpretación de la existencia, pues la interpreta solamente desde
la voluntad de poder, dando como resultado que los valores parten de
ella misma, es decir, el valor ya no es norma ni ideal para el ser —como
se venía afirmando en la antigua metafísica—, sino que, ahora, es el pro-
pio ser el que tiene que ser norma para el valor, pues los valores parten
del mismo principio como “condiciones de conservación y acrecenta-
miento de la voluntad de poder, siendo esas condiciones puestas por la
voluntad de poder”.47 Por otra parte, la proyección, la creación de estos
valores, sólo podrá correr a cargo de un hombre que esté plenamente
identificado con el principio de la voluntad de poder, y como, por defini-
ción, el hombre débil y el hombre enfermo es contrario a la esencia mis-
46 Ibidem, vol. I, pp. 383-400.
47 Ibidem, vol. II, p. 188.
ORIGEN Y PRIMERA CONFIGURACIÓN DE LA FILOSOFÍA 55
48 En su obra Mas allá del bien y del mal, Nietzsche también reconoce que la tarea
principal de los nuevos filósofos es la de crear valores, la de ser legisladores morales.
CAPÍTULO TERCERO
EL DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES POR
OBRA DEL NEOKANTISMO CULTURAL . . . . . . . . . . . 57
I. La filosofía como ciencia crítica de los valores absolutos:
Wilhelm Windelband . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 62
1. Historia y ciencias de la naturaleza . . . . . . . . . . . . 65
2. Los juicios de valor. Su relación con los valores abso-
lutos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 66
II. Los valores como elemento esencial y definitorio del mun-
do de la cultura: Heinrich Rickert . . . . . . . . . . . . . . 68
1. Ciencias de la naturaleza y ciencias de la cultura . . . . 70
2. Naturaleza de los valores . . . . . . . . . . . . . . . . . 73
3. La objetividad de las ciencias históricas . . . . . . . . . 74
4. Los valores suprahistóricos . . . . . . . . . . . . . . . . 76
III. Un caso singular: la neutralidad de la ciencia ante los va-
lores según Max Weber . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
1. Los juicios de valor en las ciencias sociales . . . . . . . 80
2. Pluralidad y conflictividad de los valores . . . . . . . . 83
CAPÍTULO TERCERO
EL DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
POR OBRA DEL NEOKANTISMO CULTURAL
1 Löwith, Karl, From Hegel to Nietzsche, Grenn Garden City, Nueva York, Anchor
Doubleday, 1967.
57
58 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
proponen comprender las leyes generales, mientras que las ciencias his-
tóricas, a las que denomina ciencias ideográficas, se proponen exponer
de un modo completo y exhaustivo un determinado acaecimiento más o
menos extenso de realidad transitoria y circunscrito dentro del tiempo; su
finalidad es la de reproducir y comprender una creación de la vida huma-
na plasmada por una sola vez en la realidad.21
za. En cambio, en los juicios de valor aparece una relación entre una
conciencia subjetiva y el objeto del que se trata, es decir, se trata de un
predicado de enjuiciamiento, de una relación que hace referencia a una
conciencia teleológica, por la que añadimos a un objeto que nos repre-
sentamos un predicado por el que expresamos el sentimiento de aproba-
ción o reprobación con que la conciencia enjuiciadora se pronuncia acer-
ca del objeto representado. Para Windelband, éste es el espacio que le
corresponde a la filosofía, y no la tarea de describir el origen o la evolu-
ción de los juicios de valor, que corresponde a la psicología o a la histo-
ria de la cultura; de manera que lo que le corresponde particularmente a
la filosofía crítica es verificar o analizar si esos juicios de valor tienen un
valor absoluto, aunque empíricamente no hayan llegado a obtener un re-
conocimiento de modo general.22
Windelband reconoce que cada persona puede pensar de forma distin-
ta, y, por ello, emitir juicios de valor diferentes y dispares; pero está per-
suadido de que por encima de las valoraciones particulares, que cada
hombre puede emitir, existe una valoración absoluta, a la que debemos
atenernos para decidir si una afirmación es verdadera o falsa. Esto suce-
de en tres campos diferentes: en la ética, en la estética y en la lógica, sin
que se pueda exigir esa generalidad en los enjuiciamientos sobre el pla-
cer o desplacer de las cosas, el agrado o el desagrado. Advierte que esta
pretensión de generalidad no puede confundirse con el reconocimiento
generalizado de los juicios de valor, es decir, aunque ciertos enjuicia-
mientos no sean compartidos por todos los hombres, no por ello pueden
dejar de pretender ser absolutos y generales y, viceversa, no porque sean
compartidos por todos son absolutos. Así que la validez general que bus-
ca la filosofía no se refiere a una validez real, sino ideal; no a lo que es
efectivamente, sino a lo que debe ser. Esta necesidad ideal de lo que de-
biera regir con carácter general se apoya en lo que llama Windelband
una conciencia normativa, cuya esencia reside en nuestra convicción de
que las cosas deben ser realmente de una determinada manera, aunque en
la realidad empírica no sean así. Las leyes de esta conciencia normativa
son distintas a las leyes naturales que rigen necesariamente en cualquier
condición, pues son normas que deben regir, sin que por ello se realicen
fatalmente en la realidad empírica.
22 Más adelante veremos cómo en este punto, el de la descripción de los juicios de
valor, se unen el planteamiento de los neokantianos y la forma en que Brentano plantea
el problema del valor o de la rectitud moral (véase infra, p. 87).
68 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
Por último, nos queda analizar la relación que tienen los valores con la
conciencia normativa y, con ello, el trato que Windelband da a los valo-
res. Lo primero que se tiene que destacar es que este autor no realiza es-
trictamente un estudio sobre los valores, es decir, no constituyen para él
un problema filosófico en sí mismos; más bien se apoya en ellos para re-
solver los problemas que planteamos al principio de este apartado: la dis-
tinción entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias de la cultura, así
como la fundamentación crítica de estas últimas. Así, podemos afirmar
que los valores constituyen los elementos que dotan de universalidad y
de validez general a la diversidad y particularidad de la realidad históri-
ca, que constituye la materia de las ciencias de la cultura. A esto se debe
precisamente que Windelband defina a la filosofía como la ciencia críti-
ca de los valores absolutos, pues entiende que la misión de la filosofía es
dotar de un fundamento de validez al conocimiento humano. Sin em-
bargo, no esclarece del todo la naturaleza de los valores, pues aunque
se inclina implícitamente por su objetividad, no acaba por definir si los
valores son categorías a priori que informan y dotan de validez el cono-
cimiento empírico de las ciencias de la cultura, tal como para el pensa-
miento de Kant lo hacen las categorías de espacio y tiempo respecto de
las ciencias de la naturaleza, o si bien, los valores se manifiestan en la
historia a través de la conciencia colectiva de cada comunidad de vida,
permitiendo al historiador y, aun de forma más clara, al historiador de la
filosofía, ir desentrañando los elementos de validez absoluta que contie-
ne el devenir histórico. Pero lo que queda muy claro es que Windelband,
retomando el concepto de valor de la filosofía de Lotze, lo coloca en el
centro de la reflexión filosófica, lo identifica con el ámbito de las cien-
cias de la cultura y le da una interpretación objetivista. Sobre estos lo-
gros seguirá avanzando la Escuela de Baden, y, en particular, su discípu-
lo, Heinrich Rickert.
23 Véase Messer, August, La filosofía actual, cit., nota 10, pp. 116-147.
24 Ciencia cultural y ciencia natural, trad. de Manuel García Morente, Madrid, Cal-
pe, 1922, p. 35.
25 Sobre el problema del “concepto” y de la “definición” en Rickert véase su tesis
doctoral dirigida por el propio Windelband, Zur Lehre von der Definition (1888); hay
traducción al español de la tercera edición a cargo de Luis Villoro con el título Teoría de
la definición, México, UNAM, 1960.
70 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
26 Para profundizaren la teoría del conocimiento desarrollada por Rickert, así como
para un estudio más detallado de los límites de las ciencias naturales y la fundamentación
científica de las ciencias de la cultura, véase su obra Die Grezen der Naturwissenchafli-
chen Begriffsbildung: Eine logische Einleitung in die historischen Wissenschaften, Tü-
bingen, J. C. B. Mohr, 1902; hay traducción inglesa a cargo de Guy Oakes, The Limits of
Concept Formation in Natural Science; A logical Introduction to the Historical Sciences,
Cambridge, Cambridge University Press, 1986.
27 Ciencia cultural y ciencia natural, cit., nota 24, p. 83.
NEOKANTISMO CULTURAL 71
28 Ibidem, p. 53.
72 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
29
Ibidem, p.82.
30
Rickert desarrolla estas ideas de una forma más amplia y detallada en su obra
Introducción a los problemas de la filosofía de la historia, trad. de Walter Liebling, Bue-
nos Aires, Nova, 1961, pp. 64-90.
31 Ciencia cultural y ciencia natural, cit., nota 24, p. 86.
NEOKANTISMO CULTURAL 73
timo de toda ciencia. Por otro lado, si no contamos con esta verdad uni-
versal, apoyada en valores de validez universal, tampoco estaríamos en
posibilidades de hablar de una historia universal, pues los valores que
constituirían su fundamento y desarrollo tan sólo tendrían una cierta va-
lidez empírica en una determinada comunidad cultural, pero no podrían
dotar de un sentido universal a todos los acontecimientos históricos que
conforman el acontecer humano desde su perspectiva universal.
los valores referentes a los bienes en los que residen los valores, que
pueden ser personas o cosas; pero, además, en la actitud que podemos
tomar ante ellos, que puede ser activa o contemplativa; el segundo plano
se refiere a la realización de los bienes en el presente, en el futuro o en
la eternidad; de lo que, a su vez, resultan otras esferas de valor: el arte, la
ciencia y la religión místico-panteísta, caracterizada por el aspecto obje-
tivo contemplativo; el tercer plano se refiere a la actividad de la vida per-
sonal en el presente y a la realización de los bienes ético-sociales en el
futuro; por último, un plano que se refiere a la religiosidad teísta, que
ayuda a la constitución de un reino eterno de Dios sobre la Tierra.
A pesar de que el sistema de valores dado por Rickert presenta varios
problemas, a saber: como el que no se pueda constatar con facilidad el
criterio que empleó para desarrollarlo; el que no aclare las relaciones que
existen entre los propios valores; el que su formulación teórica esté llena
de ambigüedades al no determinar con claridad la distinción que hace en-
tre el aspecto formal de los valores y su dimensión material, y el que,
además, se le haya acusado de querer universalizar aquellos valores que
conformaban la cultura de la Alemania de los años anteriores a la Prime-
ra Guerra Mundial,43 lo cierto es que el sistema de valores que desarrolla
le sirve como principio o criterio para poder adoptar un juicio crítico so-
bre el desarrollo y progreso de la historia, juicio que considera funda-
mental y propio de la filosofía de la historia, y del cual afirma que no
traiciona su carácter científico, siempre y cuando los valores que lo con-
forman se mantengan dados en su aspecto formal. Pero, además, el siste-
ma de valores que presenta le sirve como el mejor argumento para miti-
gar una postura historicista, que ambiciona convertirse en concepción del
mundo, pues para él, el historicismo, “al hacer de la carencia de princi-
pios su propio principio, es una especie de relativismo y escepticismo,
que, radicalizado, se convierte en un nihilismo que hay que combatir por
todos los medios”.44 Pero tal vez la función más importante que asigna a
su sistema de los valores es que, dado su carácter de conjunto de valores
absolutos suprahistóricos y de validez universal, es el único instrumento
capaz de dotar de sentido al universo histórico en su totalidad, y además,
en lo particular, sirve como referente a los valores concretos que el hom-
bre reconoce en cada uno de los objetos culturales. Lo que, por otra par-
43 Stern, Alfred, La filosofía de la historia y el problema de los valores, Buenos Ai-
res, Editorial Universitaria, 1970, pp. 156-158.
44 Introducción a los problemas de la filosofía de la historia, cit., nota 30, p. 135.
NEOKANTISMO CULTURAL 79
47 Sobre la vida de Max Weber y en concreto su relación con Rickert, véase Weber,
Marianne, Max Weber; una biografía, trad. de Javier Banet y Jorge Navarro, Valencia,
IVEI, 1995.
48 Weber define el proceso de racionalización de la siguiente manera: “La creciente
racionalización e intelectualización no significa, por tanto, un mayor conocimiento gene-
ral de las condiciones de vida bajo las que se vive, sino que significa otra cosa totalmente
diferente: significa el conocimiento o la fe de que, si se quisiera, se podrían conocer en
todo momento esas condiciones; significa, por tanto, el conocimiento o la fe de que, por
principio, no existen poderes ocultos imprevisibles que estén interviniendo sino que to-
das las cosas pueden ser dominadas mediante el cálculo. Esto significa el desencanta-
miento del mundo”. Cfr. Weber, Max,“Wissenschaft als Beruf”, en Gesammelte Aufsätze
zur Wissenschaftslehere (Tübingen, Johannes Winlkelmann, 1988), pp. 505-560; hay tra-
ducción al español a cargo de Juaquín Abellán, La ciencia como profesión; la política
como profesión, Madrid, Espasa-Calpe, 1992, p. 67.
NEOKANTISMO CULTURAL 81
cular es un dios para aquel que lo sostiene, un dios que está en eterna lu-
cha con otros dioses por prevalecer”.55
Es importante destacar que con esta posición Weber no niega que los
juicios de valor, con los que determinamos nuestra actuación y dotamos
de sentido a nuestra vida, se presenten para nosotros como objetivamente
valiosos, incluso que la dignidad de la persona reside en el hecho de que,
para ella, existen unos valores superiores a los cuales refiere su propia
vida, lo que implica que reconoce la enorme importancia que para cada
hombre representan los valores, así como que sólo a través de ellos se
puede comprender plenamente la acción humana y su determinada con-
cepción del mundo. Lo que Weber intenta demostrar es que la ciencia,
dentro de la que incluye a la filosofía, no puede justificar y, por lo tanto,
hacer un juicio de validez sobre los valores últimos a los que cada hom-
bre refiere su conducta. De esta manera, sitúa la labor de la ciencia, en lo
que respecta a la actividad humana, en el campo de los medios y de los
fines; es decir, admite que las ciencias sociales pueden reflexionar sobre
el medio idóneo para la consecución de un determinado fin; incluso, pre-
ver qué consecuencias podrían derivarse al emplear otros medios; pero
niega que la ciencia pueda entrar en el campo de los fines últimos, lo que
implica que la elección de los valores, que el hombre toma como fines
últimos de su conducta, esté reservada exclusivamente al ámbito de la
conciencia del sujeto y a su personal concepción del mundo, sin que la cien-
cia pueda emitir juicio alguno sobre dicha elección.56
Por lo tanto, lo único que puede aportar la ciencia en el conflicto de
valores, así como en la decisión personal de una concepción del mundo,
es claridad. Esto es, que la ciencia sólo puede mostrar cuál es exactamente
el valor que sostiene nuestra concepción del mundo, qué consecuencias
se derivan de nuestra elección, qué medios tendríamos que utilizar para
alcanzar los fines que se apoyan en ese valor e, incluso, determinar el
sentido de las valoraciones, es decir, develar la estructura última de los
valores y sus consecuencias provistas de sentido; pero nunca podrá dis-
cernir sobre si un valor debe prevalecer sobre otro, o si existe un siste-
ma de valores objetivo por medio del cual se establezca una relación
55 “Wissenschaft als Beruf”, cit., nota 48, pp. 582-613; hay traducción al español
por Joaquín Abellán, La ciencia como profesión. La política como profesión, cit., nota
48, p. 80.
56 “La objetividad del conocimiento en las ciencias y la política sociales”, cit., nota
50, p. 117.
NEOKANTISMO CULTURAL 85
57 La ciencia como profesión. La política como profesión, cit., nota 48, p. 71.
58 Él mismo advierte esto cuando exige que “cada hombre debe aclarar el propio va-
lor en el que fundamenta su concepción del mundo, para no caer en la fácil y cómoda
postura de un relativismo que exime todo compromiso”. Ibidem, p. 88.
59 “Politik als Beruf”, Gesammelte politische Scriften, Tübingen, Johannes Winkel-
mann, 1988, pp. 505-560; hay traducción al español a cargo de Joaquín Abellán, La polí-
tica como profesión, Madrid, Espasa-Calpe, 1992, pp. 93-164.
60 En el primer capítulo de la segunda parte intentaré precisar la relevancia que tiene
la recepción de la concepción relativista de los valores en el derecho.
CAPÍTULO CUARTO
EL DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES POR
OBRA DE LA FENOMENOLOGÍA . . . . . . . . . . . . . . . . 87
I. Franz Brentano y el problema de la rectitud moral . . . . . 87
II. La teoría del objeto de Alexius Meinong . . . . . . . . . . 93
1. La tesis subjetivista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95
2. La tesis objetivista: los valores impersonales . . . . . . 97
III. Max Scheler y la ética material de los valores . . . . . . . 100
1. La herencia de Edmund Husserl . . . . . . . . . . . . . 100
2. Una distinción clave: ética formal y ética material o de
contenido normativo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 104
3. El conocimiento de los valores . . . . . . . . . . . . . . 111
4. La jerarquía de los valores . . . . . . . . . . . . . . . . 113
5. El bien moral y los valores . . . . . . . . . . . . . . . . 114
6. El difícil problema de la subjetividad y la relatividad de
los valores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 116
IV. Nicolai Hartmann y la existencia en sí de los valores . . . 121
1. Fenomenología y ontología . . . . . . . . . . . . . . . . 121
2. Una ética de los valores . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125
3. Relación de los valores con la esfera del ser-real . . . . 129
4. El reino de los valores . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131
CAPÍTULO CUARTO
EL DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
POR OBRA DE LA FENOMENOLOGÍA
87
88 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
el cual niega las consecuencias que algunos de sus discípulos habían ex-
traído de su pensamiento, especialmente aquellas ideas que sirvieron de
base para desarrollar una Ética de los valores a partir de su posición gno-
seológica. Incluso, todo parece indicar que la razón principal del giro lle-
vado a cabo por él procede de las reflexiones que varios de sus discípu-
los hicieron de los objetos intencionales, llegando a desarrollar teorías
propias que derivaron en la aceptación de la existencia propia e indepen-
diente de los llamados objetos ideales (Meinong), de las esencias (Hus-
serl), o de los valores (Scheler) que, a su juicio, parecían muy cercanas a
la teoría de las ideas de Platón.7 Estos discípulos no aceptaron el giro
reísta de su maestro y continuaron desarrollando, por caminos diversos,
sus ideas; entre ellos destacan Christian von Ehrenfels, Alexius Mei-
nong, Edmund Husserl, también Max Scheler —que conoce a Brentano a
través de Husserl—, Theodor Lessing y Roman Ingarden. Mientras que
entre los discípulos que continuaron fieles a su maestro hasta el final de
sus días, y que incluso fueron los encargados de recopilar y editar sus
trabajos posteriores, están Oskar Kraus y Alfred Kastil.
La postura adoptada por sus primeros discípulos parte, principalmen-
te, de la primera edición de su obra Psychologie vom empirischen Stand-
punkt, de 1874, y de la ya comentada Sobre el origen del conocimiento
moral; mientras que la interpretación de sus discípulos denominados “or-
todoxos” parte de la reedición que hizo de su obra Psychologie en 1911,
en la que modifica sustancialmente el libro segundo, donde trata el pro-
blema de la clasificación de los fenómenos psíquicos, así como de sus
obras y escritos posteriores, entre ellos varias cartas personales que tanto
Oskar Kraus como Alfred Kastil se encargaron de recopilar y de ir edi-
tando tras la muerte de su maestro.
El núcleo doctrinal que sirve de base a los primeros discípulos de
Brentano se concretó en las ideas expuestas en su Teoría de la intencio-
nalidad, ideas que, referidas al concepto de valor, podríamos resumir de
la siguiente manera: consideran que lo que Brentano describe como re-
7 Para Aquilina Satué, como para Millán-Puelles, las modificaciones que hace Bren-
tano en su Psichologie atienden más bien a una evolución de su pensamiento que a una
ruptura, pues estiman que si en 1874 la intención de Brentano era solamente demostrar
que todos los fenómenos psíquicos se referían intencionalmente a un objeto, con los cam-
bios introducidos en 1911 lo que pretende es precisar la naturaleza del objeto intencional,
buscar su fundamento real. Véase Satué Álvarez, Aquilina, La doctrina de la intenciona-
lidad en Franz Brentano, Barcelona, CSIC, 1961, p. 95.
FENOMENOLOGÍA 91
9 Rodríguez Sanz, Hilario, “El problema de los valores en la teoría del conocimien-
to moral de Franz Brentano”, Acta Salamanticensia Filosofía y Letras, tomo IV, núm. 1,
Salamanca, Universidad de Salamanca, 1948, pp. 21-25.
10 Si bien esta es la postura que Brentano adopta digamos sobre la ratio essendi de
los valores, también parece que en la dimensión de la ratio cognoscendi lo antes dicho
sobre el conocimiento objetivo de los valores se modifica, pues si antes Brentano acepta-
ba la claridad de las valoraciones o de los juicios y la adecuación de éstos con el objeto
como las dos vías para alcanzar la objetividad de las emociones, a partir de 1911 parece
que se inclina por afirmar que los fenómenos de las emociones no pueden conocer en sí
mismo el valor, tan sólo lo pueden apuntar o señalar. Con ello niega que el simple sen-
timiento del valor nos pueda dar su conocimiento, como sería el caso de la intención
sentimental de Max Scheler, pues además se requiere un juicio, una reflexión sobre la
adecuación del sentimiento con el contenido valorativo del objeto. Aunque con esta nue-
va postura parece fortalecer su doctrina de la objetividad de los fenómenos psíquicos del
sentimiento, parece que con ello se diluye todo el énfasis que en principio ponía en una
legalidad propia de la esfera de los sentimientos y que se tomaría como una de las gran-
des aportaciones de Brentano al campo de la ética filosófica. Ibidem, pp. 15 y 16.
FENOMENOLOGÍA 93
1. La tesis subjetivista
Conviene mencionar que, antes de que Meinong pudiera aplicar los
principales presupuestos de su teoría del objeto al problema de los valo-
res, ya había tratado este problema en su obra Psychologisch-etische
Untersuchungen zur Werttheorie (1894), así como en su ensayo titulado
“Über Werthalung und Wert” (1895). Pero, precisamente, por no haber
aplicado su teoría del objeto a sus primeras investigaciones, resulta que
el enfoque y el método al que somete el problema del valor en estos pri-
meros escritos es estrictamente psicologista, lo que en buena medida in-
fluyó para que adoptara una primera postura subjetivista respecto del va-
lor. En estas dos obras sostiene que el acceso que tenemos los hombres a
la esfera de los valores se produce a través de los fenómenos psíquicos
del sentimiento o, lo que es lo mismo, que el objeto intencional, al que se
dirigen todos los fenómenos psíquicos del sentimiento, es precisamente a
los valores, a la dimensión axiológica de los objetos. Al ubicar el proble-
18 Teoría del objeto, cit., nota 15, p. 46. Respecto la finalidad última de la teoría del
objeto y la distinción que Meinong hace de la metafísica, véase Millán-Puelles, Antonio,
Teoría del objeto puro, cit., nota 11, pp. 30-40.
96 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
19 Findlay, John Niemeyer, Meinong’s Theory of Objects and Values, Oxford, Cla-
rendon Press, 1963, pp. 266-269.
20 La rica disputa que se entabla entre Meinong y Ehrenfels se encuentra resumida de
una forma magistral por Ortega y Gasset en su ensayo Qué son los valores. Introducción
a una estimativa, cit., nota 2, pp. 323-324.
21 Citado por Frondizi, Risieri, ¿Qué son los valores?, México, FCE, 1958-1995, pp.
52-57. La principal obra sobre el problema de los valores de Ehrenfels es System der
Werttheorie, vol. II, Leipzig, Reisland, 1897-1898.
22 Esta crítica de Meinong bien se podría dirigir a la postura de J. Bentham que
—como hemos visto— presenta al principio de utilidad como el criterio para distinguir la
bondad y maldad de la conducta humana (véase supra, p. 32).
FENOMENOLOGÍA 97
esfera del entendimiento o del juicio, que nos ayuda a reconocer la exis-
tencia de ciertos valores sin que sea necesaria la experiencia emocional.
Este nuevo punto de vista gnoseológico, que se opone radicalmente a la
inicial actitud subjetivista, que caracterizaba su postura axiológica ante-
rior, le permite reconocer finalmente que existen ciertos valores que go-
zan de legitimidad y validez por sí mismos
Este supuesto explica que los valores son inherentes a los objetos, y
que, por lo tanto, no dependen ya de la valoración de los sujetos, es de-
cir, existen por sí mismos como propiedades de los objetos; estos valores
son los que denomina valores impersonales, que, de no ser por el perjui-
cio metafísico que acompaña su pensamiento, los hubiera podido deno-
minar valores absolutos.29 Para los valores impersonales —explica— el
existir en la realidad no es un prerrequisito, se refieren al ser-así de los
objetos, es decir, se pueden referir a los objetos ideales. De lo cual resul-
ta que los valores impersonales, como objetos ideales de un orden supe-
rior, son eternos, están en un “estado de eternidad” al que llama sustan-
cia, término que —como hemos visto— sustituye por ideal en su
Gegenstandtheorie.
Sin embargo, el reconocimiento de ciertos valores impersonales no
implica reconocer como tales a todos los valores, pues el que haya logra-
do demostrar la existencia de ciertos valores impersonales no implica
que niegue la existencia de aquellos valores personales cuya existencia
depende de la valoración del sujeto. Incluso reconoce que realmente se
accede a los valores impersonales sólo a través de los valores personales,
pues solamente cuando, a partir de una valoración personal, se alcanza
un grado de evidencia tal sobre el valor, que por sí mismo exige una
aceptación universal, se está en presencia de un valor impersonal, enten-
dido éste como aquel valor del que nadie puede dudar de su validez. Los
valores impersonales pueden referirse a los valores de lo bueno, de lo
bello y de lo verdadero, pero no al campo de lo útil o de lo sensible, don-
de tan sólo podremos encontrar valores personales y, por lo tanto, subje-
tivos.
El hecho histórico de que el nombre de Alexius Meinong pesara más
entre las corrientes subjetivistas de los valores, principalmente por su te-
sis en la que afirma que “una cosa tiene valor cuando nos agrada y en la
29 En este sentido, Findlay, John, Meinong’s Theory of Objects and Values, cit., nota
19, pp. 304-306.
100 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
35 En este punto el concepto de esencia de Husserl guarda una cierta relación con las
conclusiones que alcanza Meinong sobre el objeto ideal. Sin embargo, estos conceptos
no se pueden entender como similares, pues las esencias de Husserl contienen un ele-
mento de mayor radicalidad, pues, además de aceptar una naturaleza ideal, expresan el
significado, la esencia misma de los objetos a los que se refiere.
FENOMENOLOGÍA 103
A. Bienes y valores
46 Ibidem, p. 53.
47 Kant, Immanuel, Crítica de la razón práctica, trad. de Manuel García Morente,
Salamanca, Sígueme, 1997.
108 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
48 Así se interpretan los primeros párrafos de su obra Ordo Amoris: “Me encuentro
en un inmenso mundo de objetos sensibles y espirituales, que conmueven incesantemente
mi corazón y mis pasiones”. Cfr. “Ordo Amoris”, en Gesammelte Werke, vol. X, Swit-
zerland, Francke Verlag, 1957, pp. 345-374; hay traducción a cargo de Xavier Zubiri,
Ordo Amoris, Madrid, Caparrós, 1998, p. 21.
49 Ética, cit., nota 44, p. 63.
50 En este punto vemos que la teoría del objeto de Meinong es también recuperada
por Scheler, aunque, como veremos más adelante, éste supera la explicación de los valo-
res como objetos ideales, al considerarlos como esencias a priori.
FENOMENOLOGÍA 109
todas las otras cualidades que se reúnen en el bien. De esta relación entre
los valores y los bienes deduce que toda formación de un mundo de bie-
nes va guiada por una jerarquía de valores; pero, además, que esta jerar-
quía no es abstraída de los bienes, ni tampoco es una consecuencia de
ellos, sino que, por el contrario, es la jerarquía de valores la que precede
al mundo de los bienes, aunque no lo haga de una forma unívoca, sino,
más bien, trazando un margen de posibilidades. Esto le permite afirmar
que es posible encontrar un reino material de los valores y un orden den-
tro de él, enteramente independientes del mundo de los bienes y de sus
cambiantes configuraciones y, con ello, justificar que los valores sirven
de base para desarrollar una ética material, sin que por ello incurramos
en el error de una ética empirista.
B. Fines y valores
Sin embargo, aún queda salvar otro escollo, pues para Scheler todo in-
tento de una ética material quedaría condenado de antemano a una ética
eudemonista si los valores materiales sólo pudieran abstraerse de los
contenidos de los fines, o si algo fuera valioso sólo en tanto puede com-
prenderse como medio para algún fin.51 Para solventar este problema in-
tenta demostrar que la moralidad no está dada por los fines que se eligen
para dirigir la actividad humana, como pretende una ética de los fines, si-
no que la moralidad está dada por los valores que se aprehenden median-
te la tendencia, y que sirven de fundamento a los fines, en cuanto éstos
se convierten en el objetivo a realizar por los propios fines. De manera
que el fin en sí mismo es moralmente neutral y, por lo tanto, su morali-
51 Ética, cit., nota 44, p. 79. En este punto, Scheler también se separa de la ética tra-
dicional del pensamiento antiguo y medieval; en concreto, de la ética de Aristóteles y de
Santo Tomás, lo cual se debe en buena medida a que hereda el prejuicio kantiano ante es-
te tipo de éticas, al considerarlas relativistas; pero también vemos que, en el fondo, el re-
chazo de Scheler se debe a que él también entiende que el valor y el ser están separados,
de manera que, al no reconocer que el valor es una cualidad del ser y, por lo tanto, que
hay una causa final implícita en la esencia misma de las cosas, no puede admitir que el
telos inherente en las cosas sea el que nos proporciona el criterio para juzgar lo que en
concreto esa cosa debe ser. Al no admitir que el deber ser puede derivarse del ser, tendrá
que buscar el fundamento de todo deber ser y de toda moral en los valores absolutos.
Véase Linares Herrera, Antonio, Elementos para una crítica de la filosofía de los valo-
res, Madrid, Instituto “Luis Vives” de Filosofía, 1949.
110 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
dad depende de los valores a los que se orienta.52 Con esto Scheler aún
responde a la pregunta central de qué son los valores. Para ello profundi-
zará, como nadie lo había hecho hasta él, en la determinación de su
naturaleza.
xiones, a las que también llama fenómenos, e identifica con los valores.
Así, reconoce que las esencias y sus conexiones son dadas a priori, lo
que implica que estén dadas ellas mismas en plenitud, sin mengua, y de
forma inmediata. No son simplemente las “formas de juicio”, de las que
Kant deriva sus “categorías” como “leyes funcionales” del “pensar”, sino
que pertenecen por completo a lo dado, a la esfera de los hechos. De esta
manera, situando la nota característica de lo a priori en la intuición inme-
diata de “lo dado” y no en la razón formadora, como lo hiciera Kant, in-
tenta demostrar que la identificación de lo formal con lo a priori y lo ma-
terial con lo a posteriori no tiene sentido, y que, por lo tanto, es posible
un a priori material. Un a priori que nos es dado y, por ello, determinado
por la experiencia fenomenológica y no por la subjetividad del sujeto
cognoscente; un a priori que se aprehende por la intuición inmediata y
no por la intuición o la observación. En definitiva, un a priori material
cuyo contenido son los valores.
55 Esta idea ya había sido expresada por Scheler en su trabajo de habilitación Die
transzendentale und die psychologische Methode (1899) para la Universidad de Jena.
Cfr. Staude, John Raphael, Max Scheler. An Intellectual Portrait, Nueva York, The Free
Prees, 1967, pp. 45-50.
112 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
una ética emotiva y, por lo tanto, relativa. Pues bien, lo que Scheler pre-
tende es demostrar la falacia de este prejuicio, romper la escisión de ra-
zón y sensibilidad y así poder construir una ética emocional objetiva.
Para ello destaca que en el ser humano reside una vida emocional, que
de ninguna manera se puede reducir a la simple esfera de lo sensible.
Explica que en nuestra vida espiritual íntegra hay una parte emocional,
en la que se descubren relaciones objetivas, que rigen el sentido y la sig-
nificación de nuestra vida,56 y que es independiente de la lógica y de sus
leyes. Siguiendo en este punto la huellas dejadas por San Agustín y por
Pascal —en concreto su idea del odre du coeur—,57 sostiene que hay una
legalidad eterna y absoluta del sentir, amar y odiar, tan absoluta y objeti-
va como las de la lógica pura, pero que a la vez es irreducible a las leyes
del intelecto. Afirma que hay una dimensión de la realidad que es ente-
ramente inaccesible a la “razón”, como lo pueden ser los sonidos o la vis-
ta; sin embargo, en esa dimensión existe un orden tan absoluto e inque-
brantable como son las proposiciones y consecuencias de la lógica y la
matemática. Pues bien, para Scheler esa dimensión es el mundo de los
valores, que se encuentra ordenado jerárquicamente, y cuyas conexiones
y relaciones podemos aprehenderlas objetivamente mediante lo que de-
nomina “sentir intencional” o del valor (Wertfühlen). De esta manera, el
sentir intencional, que se constituye como el único acceso posible al
mundo de los valores, es distinto al pensar y percibir, pues para Scheler
los valores y su jerarquía no se manifiestan a través de la “percepción in-
terior” o la observación, sino en un “intercambio vivo y sentimental” con
el universo, en el preferir y postergar, en el amar y el odiar mismos; es
decir, en la trayectoria de ejecución de aquellos actos intencionales que
tienen como objetivo el aprehender los valores y las conexiones que exis-
ten entre ellos, es decir, su jerarquía.
fundamento de la ley práctica, al afirmar que “sólo una ley formal, es de-
cir, una ley que no prescribe a la razón más que la forma de su legisla-
ción universal, puede ser a priori un fundamento de determinación de la
razón práctica”.59 Por el contrario, Scheler afirma que es posible determi-
nar la bondad y la maldad de los actos sin tener que acudir a una ley for-
mal racional, que prescinda de todo contenido de valor, e incluso sostie-
ne que la bondad y la maldad de los actos se determinan en relación con
la realización de las distintas clases de valores, pues, teniendo en cuenta
que existe una jerarquía entre los valores, lo bueno en sentido absoluto
será el realizar el valor más alto, mientras que lo malo en sentido absolu-
to será el realizar el valor jerárquicamente inferior, en tanto que “bueno”
y “malo” en sentido relativo será el acto orientado a la realización de un
valor más alto o más bajo, considerado desde el respectivo punto de par-
tida. Así, concluye que, en virtud de la conexión de los valores de lo
bueno y lo malo con el resto de los valores y el hecho de su esencial je-
rarquización, es posible formular una ética material, que determine la
bondad y la maldad de los actos con base en la realización de los valores.
Partiendo de este supuesto, analiza la relación que existe entre el valor
y el deber. Oponiéndose una vez más a Kant, sostiene que ni el concepto
de deber o de norma pueden constituir el punto de partida de la ética, co-
mo tampoco pueden ser el “criterio” para distinguir lo bueno y lo malo.60
El punto de partida de toda la ética reside en el hecho de que el hombre
es capaz de intuir los valores positivos y, por lo tanto, de establecer el
criterio de la bondad o maldad moral en orden a la realización de los va-
lores positivos o negativos. La relación entre el deber y el valor se rige
por dos axiomas: “todo lo que tiene valor positivo debe ser” y “todo lo
que tiene valor negativo no debe ser”,61 de manera que la relación entre
deber y valor no es recíproca, sino unilateral, en el sentido de que es el de-
ber el que se funda sobre los valores y no los valores los que se fundan
en el deber. Así —concluye Scheler— cuando hablamos de que algo
“debe ser”, concebimos ese algo como un valor no realizado que exige
62 Así, Scheler afirma textualmente que “la profunda y secreta experiencia de la im-
potencia para realizar los valores objetivos y el subsiguiente sentimiento de depresión es
lo que condujo a aceptar esa hipotética ‘subjetividad’ y la transformación de su auténtica
objetividad en “subjetividad válida en general”. Cfr. Ética, cit., nota 44, p. 435.
63 Nietzsche, Friedrich, Más allá del bien y del mal: preludio de una filosofía del fu-
turo, cit., nota 40, p. 103 (máxima 108).
FENOMENOLOGÍA 117
64 Ética, cit., nota 44, pp. 255 y ss. Scheler vincula la primera conclusión del nomi-
nalismo ético con la teoría de la apreciación, la cual afirma que ha sido expuesta recien-
temente por Franz Brentano, y que su objeto es el de mostrar las leyes y los tipos de la
apreciación e investigar el “criterio” o “ideas”, con arreglo a las cuales aquella aprecia-
ción se origina (véase supra pp. 87-93).
118 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
juicios subjetivos sobre los valores. Explica, además, que este descubri-
miento es impulsado por la fuerza del amor y que se ha logrado en la his-
toria a través de hombres excepcionales, a los que califica de genios reli-
gioso-morales, que han tenido una intuición sensible superior y han sido
capaces de mostrarnos nuevos valores superiores.65
65 Ibidem, p.417. Sobre su teoría del seguimiento moral, véase especialmente su obra
titulada “Vorbilder und Fürer”, Gesammelte Werke, vol. X, Switzerland, Francke Verlag,
1957, pp. 255-341; hay traducción al español a cargo de Elsa Teberingo: El santo, el ge-
nio, el héroe, Buenos Aires, Nova, 1961.
FENOMENOLOGÍA 119
66 En su obra Ordo Amoris, que se editó por vez primera en 1933, es decir, cuatro
años después de su muerte, y que él ha bía redactado entre 1912 y 1916, trata el tema
del ethos personal, al que ahora llama Ordo Amo ris, y que identifica con la ordena-
ción del amor y del odio, es decir, con la estructura de los valores que cada persona tiene
en referencia con el orden objetivo de los valores. De esta manera, Scheler podrá afirmar
que “quien posee el ordo amoris de un hombre posee al hombre”. Cfr. Ordo Amoris, cit.,
nota 48, pp. 345-376.
67 Esta idea del perspectivismo fue luego ampliada extensamente por Ortega y Gas-
set especialmente en su ensayo El tema de nuestro tiempo, cit., nota 33, pp. 143-197.
68 Con esta interpretación del ethos parece que Scheler eleva la ética absoluta, con la
que se refiere al orden jerárquico absoluto de los valores, a una especie de patrón o nor-
ma objetiva, en virtud del cual podemos medir la “perfección” o “falsificación” de los di-
versos ethos que han existido a lo largo de la historia. Pero una vez más nos encontramos
120 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
con un problema que no parece resolver, a saber: cómo podemos alcanzar la certeza de
que el orden jerárquico de valores que él nos aporta o que cualquiera otra persona nos
puede aportar a través de la intuición sensible es el verdadero orden jerárquico absoluto,
es decir, qué orden jerárquico o ethos tomaremos como el modelo absoluto para medir la
falsedad o perfección del resto de los ethos que se presentan en la historia, y ¿por qué lo
aceptamos?
69 A este respecto, Scheler indica que la historia del derecho no puede prescindir de
una doctrina que tome como base metodológica las dimensiones de la relatividad que in-
fluyen en la creación del derecho. Y cita a Adolf Reinach, en su obra Die apriorischen
Grundlagen des Bürgerlichen Rechtes, Niemeyer, Halle, 1922. Cfr. Ética, cit., nota 44,
p. 423.
FENOMENOLOGÍA 121
1. Fenomenología y ontología
cia”.74 Por su parte, intenta ver en el fenómeno algo más que lo dado;
busca el ente mismo que se manifiesta en el fenómeno.
En este sentido, considera que para poder dirigir una mirada limpia y
sin prejuicio al objeto es necesario que nuestro conocimiento sea un co-
nocimiento no del simple fenómeno, sino un conocimiento del ente mis-
mo, de lo en sí, que por otra parte no sólo aparece en el fenómeno, sino
que además se manifiesta en él.
Hartmann entiende por ontología76 la ciencia que estudia al ente en
cuanto ente, por lo que se distingue de la fenomenología en tanto ésta es-
tudia los fenómenos tal y como se “manifiestan”, y no en cuanto lo que
“es”. La ontología estudia el “ser en sí” y, por lo tanto, no toma en cuen-
ta la correlación cognoscitiva; no es un conocimiento que como el de la
psicología o el de la lógica tuerza su dirección natural para volverse a sí
mismo reflexivamente. El conocimiento ontológico —afirma— va direc-
tamente a los contenidos objetivos.77 Hemos llegado hasta este punto en
el planteamiento de la filosofía de Hartmann —la pregunta por el ser—
otra parte, es verdad que Hartmann también reconoce que sólo aprehen-
demos el valor a través del sentimiento del valor (Wertfühlen). A pesar
de estas diferencias en la concepción del a priori Hartmann coincide
plenamente con Scheler en afirmar que es posible conocer un a priori
material.85
Al margen de todo esto, Hartmann enseña que el que los hombres
aprehendamos los valores como esencias implica, en primer lugar, que se
aprehende la totalidad del valor en su idealidad misma, es decir, que
nuestro conocimiento de los valores no es parcial, pues el valor se nos
presenta en toda su plenitud y universalidad. Por ello afirma que nuestro
descubrimiento de los valores “no es un conocimiento en el sentido usual
de la palabra, no es un aprehender neutral, en el cual uno quede intacto
con respecto a lo aprehendido. Es más bien un ser aprehendido por el va-
lor. Uno se siente embargado, conmovido por lo que a uno le parece evi-
dentemente valioso y obligatorio”.86 En segundo lugar, la aprioridad de
los valores y su existencia en sí implica que los valores, al ser algo ya
dado, se muestren en toda su objetividad, en el sentido de que aun a pe-
sar de que el conocimiento de los valores siempre tiene como receptor y
como agente a un sujeto cognoscente, éste no pueda modificar la esencia
misma de los valores, lo que implica que el hombre no pueda transfor-
mar ni mucho menos crear los valores.
En este punto Hartmann se opone tanto al subjetivismo axiológico que
ve en Kant como al relativismo que reconoce en Nietzsche. Respecto de
Kant, pretende demostrar que, a pesar de la objetividad y validez general
con la que reviste su doctrina de la ley moral, acaba por preconizar una
posición subjetivista de la moral, al hacer depender la moralidad de la
conducta de la libre voluntad de la persona o, lo que es lo mismo, por ha-
cer depender el deber ser de la voluntad, y no viceversa. La determina-
ción de la ley moral por la razón práctica, que es esencial al concepto de
autonomía de Kant —explica Hartamann—, debe entenderse de modo
que es el sujeto quien determina el objeto de la conducta moral, lo que,
traducido a una terminología axiológica, implica que es la voluntad la
que crea el valor y no el valor el que determina la voluntad; que la vo-
85 Ibidem, p. 169.
86 Deutsche systematische Philosophie nach ihren Gestalten, ed. H. Schwarz, Berlín,
1931, vol. I, p. 324. Citado por Hessen, Johhanes, en Tratado de filosofía. Teoría de los
valores, cit., nota 9, p. 447.
128 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
95 Ethics, cit., nota 83, vol. II, pp. 70-75. Más adelante analizaremos la trascendencia
que cobra el problema de las antinomias de los valores en la filosofía del derecho de
Gustav Radbruch (véase infra, pp. 173-178).
FENOMENOLOGÍA 133
137
138 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
cultura o ciencias del espíritu, contaba con figuras que hicieron excla-
mar a Gustav Radbruch que “no había conocimiento humano importante
que no estuviera allí representado”.1 Así lo recuerda él mismo cuando, al
llegar a Heidelberg en 1903, se encontró con maestros de la talla de Max
Weber, Georg Jellinek, Wilhelm Windelband, Ernst Troeltsch, Heinrich
Rickert, y los todavía jóvenes Heinrich Levy, Hermann Kantorowicz,
Emil Lask y Karl Jaspers, además de las esposas de algunos de ellos,
quienes dieron una de las primeras muestras de la futura presencia de las
mujeres en la vida intelectual, como Camila Jellinek, Mariana Weber,
Dorotea Kantorowicz y Gertrudis Jaspers. Todo un emporio de figuras
intelectuales, que suscitaban la admiración y la envidia de las universida-
des del mundo.2
Es precisamente en este contexto histórico y académico del que debe-
mos partir para comprender y calibrar la importancia de la recepción de
la filosofía de los valores en el pensamiento jurídico, pues fue justamente
una de estas grandes figuras, el eminente jurista Georg Jellinek, quien
propició el primer acercamiento a ella, como veremos a continuación.
pel de un cuerpo extraño, de una cosa con hechura estable, que se coloca
como una rara antítesis insalvable frente a los restantes juicios. Los juicios
de valor son aceptados como un hecho, como simples datos, que anulan
cualquier pregunta sobre la rectitud. Esto no ocurre involuntariamente, si-
no expresamente, en cuanto responde a una concepción determinada.3
13 Para Jellinek, la política, al igual que el derecho, trata de las normas del deber ser;
sin embargo, la gran diferencia es que mientras las normas jurídicas tienen validez plena
en tanto están provistas de una fuerza que sirve en parte para garantizar su cumplimiento,
las normas políticas no tienen otra fuerza que la que les presta su libre reconocimiento,
porque el único poder que puede darles un valor generalizado es la convicción personal
de cada individuo, convicción que les lleva a someterse a ellas por considerarlas necesa-
rias, pero no pueden ser impuestas a nadie. Ibidem, pp. 10-18.
14 Siguiendo en este punto al positivismo filosófico, Jellinek también califica toda
actitud o pensamiento metafísico como no científico o irracional. Como he anotado en la
primera parte, también en esta segunda parte intentaré demostrar que la superación del
relativismo axiológico fue posible en gran parte gracias a la superación del concepto po-
sitivista de ciencia, que niega todo tipo de conocimiento que trasciende el conocimiento
empírico. En esta labor el neokantismo sudoccidental realizó una importante aportación
y un gran avance; pero, debido a sus postulados neokantianos, anclados en la Crítica de
la razón pura, se quedó a medio camino, o por lo menos en la frontera de un plantea-
miento metafísico. Tan sólo cuando a través de la fenomenología, por ejemplo, se pudo
demostrar que el conocimiento objetivo no se limitaba a lo empíricamente razonable, o a
LA VÍA DE ACCESO DEL PENSAMIENTO JURÍDICO 143
lo meramente formal, sino que era posible un a priori material, como en el caso de Max
Scheler, la filosofía de los valores pudo abandonar una concepción subjetivista o relati-
vista de los valores. Así también veremos cómo, a medida que la filosofía del derecho va
ofreciendo nuevos planteamientos filosóficos en las primeras décadas del siglo XX, se
adoptan nuevos planteamientos objetivistas respecto de los valores en el derecho.
15 Teoría general del Estado, cit., nota 8, p. 14.
16 Lo mismo sucede para Jellinek en el caso del derecho, pues dice expresamente que
“toda investigación sobre Derecho público adquiere contenido y finalidad sólo mediante
su referencia a posibilidades políticas, pues, de no relacionar las investigaciones jurídicas
con la Política, el derecho se convertiría en una disciplina puramente escolástica, ajena a
la vida y al conocimiento real”. Ibidem, p. 14.
17 Al igual que Max Weber, Jellinek sostiene que todo juicio de valor proviene de lo
más hondo de la subjetividad humana, que en ellos se expresa la concepción del mundo
que cada persona sostiene, por lo que todo planteamiento axiológico sobre los fines del
hombre o del Estado no pueden ser objeto de una investigación científica rigurosa.
144 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
lidad de hacer afirmación alguna sobre los asuntos humanos.18 Este co-
nocimiento es lo que muestra a las ciencias sociales su camino y su
objetivo, pues aunque éstas no puedan explicar jamás los casos particula-
res por medio de leyes generales, sí pueden recurrir a la analogía y a la
formación de tipos.
Jellinek profundiza en el análisis del concepto de “tipo” al distinguir,
siguiendo literalmente a M. Weber, dos formas posibles: los tipos ideales
y los tipos empíricos. El “tipo ideal” tiene una gran similitud con el va-
lor, hasta el punto de haberlo entendido al modo platónico “como la idea
que vive más allá y que sólo de un modo imperfecto puede realizarse en
el individuo”. De esta manera, el “tipo ideal” apunta a un valor esencial-
mente teleológico, en tanto que el telos pugna por traer a la realidad to-
das las cosas y todos los fenómenos humanos; “no es algo que es —ad-
vierte Jellinek— sino que debe ser”. El “tipo ideal” constituye la medida
del valor de lo dado, en el sentido de que sólo aquello que sea conforme
a él debe considerarse bueno y tiene derecho a existir, en tanto que lo
que no concuerde con él debe ser rechazado y superado. Jellinek ve que
la aplicación del “tipo ideal” a la teoría del Estado implica la imitación al
Estado ideal, a la vez que sirve de pauta para medir los diversos Estados
históricos. De esta manera, la teoría del Estado, en cuanto su plantea-
miento no es ya sociológico, sino teleológico y se reduce a la historia de
los diversos ensayos para conocer el Estado ideal, se convierte más bien
en teoría política.19 Desde esta perspectiva sigue vigente la pretensión
platónica de que el fin de toda especulación política es la búsqueda del
“tipo ideal” de Estado. Y es que la búsqueda de los tipos ideales corres-
ponde a una necesidad íntima e inevitable de la naturaleza humana y tie-
ne además una gran significación práctica, pues las grandes transforma-
18 En este sentido, afirma Jellinek que “toda la experiencia de la vida descansa preci-
samente en el conocimiento de lo que es común a la naturaleza humana, y nuestros cui-
dados y preocupaciones por un futuro próximo o remoto, basándose igualmente en la
convicción de que, dentro de la variedad de las cosas humanas, hay algo permanente e
independiente de las particularidades individuales”. Ibidem, p. 28.
19 “Toda investigación acerca de los fines del Estado y del fundamento jurídico del
mismo, toda deducción hecha en nombre del derecho natural para fundamentar el abso-
lutismo del príncipe o la soberanía popular, toda descripción de los Estados constitucio-
nales partiendo de la doctrina de la división de poderes, toda teoría del Estado cristiano,
nacional o de Derecho de la que se ha hablado en nuestros siglo —afirma contundente-
mente Jellinek— no son otra cosa que ensayos orientados a fijar de un modo definitivo el
‘tipo ideal’, del Estado”. Ibidem, p. 32.
LA VÍA DE ACCESO DEL PENSAMIENTO JURÍDICO 145
Un tipo ideal de Estado, con valor universal —insiste—, sólo puede en-
contrarse partiendo de principios con fundamento metafísico, acerca de
los cuales precisamente jamás existe conformidad. Una ciencia que conce-
diera un valor especial a la exigencia de los partidos y racionalizase cual-
quier tipo empírico de Estado y le atribuyese un valor universal, faltaría a
su objetivo.26
27 Ibidem, p. 226.
28 Jellinek otorga gran importancia al elemento teleológico, pues considera que el fin
actúa como principium individuationis para todos los actos y cosas humanas. También
establece que el fin, en cuanto logra dar unidad a una determinada comunidad de hom-
bres, es un elemento esencial en la conformación del Estado. A este respecto, escribe:
“Una pluralidad de hombres aparecen unidos ante una conciencia cuando lo están por fi-
LA VÍA DE ACCESO DEL PENSAMIENTO JURÍDICO 149
Explica que si todo acto de voluntad lleva como guía o se encuentra mo-
tivado por un fin, así también el Estado, como obra humana, está deter-
minado por el fin que los hombres le han asignado. Pero también recono-
ce que, desde una consideración histórica, es inútil buscar un fin objetivo
permanente del Estado, pues más bien los fines del Estado se han sucedi-
do en un fluir constante y con base en las determinaciones particulares
de los fines de los individuos de las distintas épocas históricas, con lo
cual rechaza todas las teorías que han intentado fijar fines absolutos al
Estado y se decanta por lo que él mismo denomina una teoría de los fines
relativos del Estado. Esta teoría considera que el fin del Estado depende
de la conciencia que en cada momento poseen un pueblo y una época y,
por lo tanto, es tributaria de una concepción historicista del Estado. Sin
embargo, hay dos objetivos esenciales: el primero consiste en determinar
los límites que la naturaleza misma impone a la actividad del Estado, y el
segundo, en investigar la concepción de fin implícitamente contenido en
las instituciones y funciones modernas del Estado. En cuanto al primer
objetivo, opina que el Estado choca con tres límites: el primero consiste
en el hecho de que no puede intervenir en aquello que pertenece exclusi-
vamente a la conciencia de los individuos, como la moralidad, la reli-
gión, el arte o la ciencia, pues el Estado se debe limitar a establecer las
condiciones exteriores favorables para que cada individuo pueda desa-
rrollar sus derechos inalienables; el segundo consiste en que el Estado no
puede intervenir en el estado físico de los individuos; tan sólo puede
fomentar su correcto desarrollo. Por último, tampoco debe intervenir
directamente en la producción de bienes económicos, tan sólo fomentar
que se produzcan, o en el caso de una economía socialista, ordenar y
planear su producción. Estas limitaciones conducen a Jellinek a una
primera afirmación sobre el fin del Estado, en cuanto determinan que el
Estado sólo se pueda dirigir a aquello que atañe a las acciones humanas
externas y en común. Lo peculiar y propio del Estado son las manifes-
taciones sistemáticas de la vida solidaria de los hombres.
Respecto del segundo objetivo, Jellinek afirma que, para fijar los fines
particulares del Estado, se requiere una investigación teleológica de sus
nes constantes y coherentes entre sí. Cuanto más intensos son estos fines, tanto mayor es
la unidad entre ellos; y esta unidad se exterioriza mediante la organización, esto es, me-
diante personas que se mantienen en la unidad de fines y que constituyen una Sociedad
determinada”. Ibidem, p. 171.
150 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
29 Esta posición de Jellinek respecto de los fines últimos del Estado, en la que —co-
mo hemos visto— se refleja claramente su relativismo axiológico, será desarrollada y
adecuada al problema de los fines del derecho posteriormente, tanto por Emil Lask como
por Gustav Radbruch (véase infra, pp. 157 y 173).
LA VÍA DE ACCESO DEL PENSAMIENTO JURÍDICO 151
32 “Die Logik der Philosophie und die Kategorienlehre” (La lógica de la filosofía y
la teoría de las categorías) y “Die Lehre vom Urteil” (La teoría del juicio), en Gesammel-
te Schriften, Tübingen, J. C. B. Mohr, 1923, vol. II. Sobre estas dos obras véase Gurvith,
Georges, Las tendencias actuales de la filosofía alemana; E. Husserl, M. Scheler, E.
Lask, N, Hartmann, M. Heidegger, trad. de Francisco Almela y Vives, Madrid, Aguilar,
1931.
33 “Rechtsphilosophie”, en Die Philosophie im Beginn des Zwanzigsten Jahrhun-
derts. Festschrift für Kuno Fischer, Heidelberg, Garl Winter’s Universitätsbuchhand-
lung, 1905, pp. 269-320. Véase también en Gesammelte Schriften, Tübingen, J. C. B.
Mohr, 1923, vol. I, pp. 275-331; hay traducción al español por Roberto Goldschmidt, Fi-
losofía jurídica, Buenos Aires, Depalma, 1946.
34 Sobre la influencia de la obra de Lask en la filosofía del derecho, algunos autores,
como F. González Vicén, han llegado a comparar su influencia con la que la obra de
Max Weber ejerció en el ámbito de las ciencias sociales. Cfr. El neokantismo jurídico
axiológico, cit., nota 31, p. 257.
LA VÍA DE ACCESO DEL PENSAMIENTO JURÍDICO 153
1. El dualismo metódico
Al igual que Jellinek, tal vez el elemento más importante que Lask re-
cibe de la filosofía de los valores, y que introduce en su pensamiento ju-
rídico, es precisamente la distinción de realidad y valor, que, como ya
hemos constatado en la primera parte del presente trabajo, es esencial a
la moderna filosofía de los valores. Lask reconoce una sola realidad em-
pírica e histórica; sin embargo, reconoce que esta realidad sirve a la vez
de “escena o substrato de valores supraempíricos de validez universal”.35
De esta distinción del valor y el “sustrato empírico del valor”, Lask de-
duce varias consecuencias de primer orden; pero la que sin lugar a dudas
cobra mayor relevancia en su pensamiento es que esta distinción supone
una bidimensionalidad fundamental en el modo de considerar la realidad
o, lo que es lo mismo, un concepto dualista de ciencia, según el cual
39 Ibidem, p. 6.
40 Es necesario apuntar que Lask en ningún momento define el concepto de valor;
tan sólo se refiere a los valores como realidades suprahistóricas o absolutas, sin que se
preocupe realmente por el problema de su naturaleza. Esta posición la vemos también
—como ya hemos señalado— en Windelband y Rickert, quienes más que dedicarse a es-
tudiar el concepto de valor echan mano de él para solucionar los problemas a los que se
enfrentan. Por otra parte, la relación que establece Lask entre la realidad y el valor es
muy vaga, pues se contenta con decir que la realidad sirve de escenario o sustrato al va-
lor, sin que determine cómo es que los valores se refieren a la realidad, dónde residen
aquéllos, si es el hombre el que los introduce en la realidad subjetivamente o si éstos se
encuentran implícitos en las cosas mismas.
156 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
45 En este sentido, opina que quien más se ha acercado a este planteamiento ha sido
Rudolf Stammler, con su doctrina de que la legalidad formal o la rectitud lógica puede
significar simplemente una pauta para el derecho o una exigencia incondicional del dere-
cho, una finalidad para el legislador, pero no una forma exteriormente obligatoria para la
convivencia humana. Cfr. Filosofía jurídica, cit, nota 33, p. 23. Por otra parte, en este
punto queda claro que Lask no llegó a fijar un contenido material de los valores, conten-
tándose con derivar de ellos exigencias meramente formales.
158 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
noción de fin.50 Con estas consideraciones, Lask realiza una última apor-
tación, que tendrá mucho eco en la filosofía del derecho y en concreto en
la vertiente neokantiana que toma como base teórica la filosofía de los
valores, pues al afirmar que la totalidad de los objetos captables por el
derecho se cubren de un manto teleológico, está presentando al elemento
teleológico como principio de selección necesario para conformar el con-
cepto de derecho.
dido mayor importancia a la justicia frente a la finalidad del derecho y la seguridad jurí-
dica. No obstante, Radbruch reconoce que su tendencia ideológica sigue siendo la mis-
ma. Citamos por la tercera edición, traducida al español por J. Medina Echevarría en
1933 y reeditada en 1999, Filosofía del derecho, Granada, Comares, 1999.
52 Véase supra, pp. 199 y 113.
162 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
la Naturaleza, sino el del sentido de todas las cosas”.53 Resulta muy inte-
resante contrastar esta descripción con la que ofrece en la Vorschule der
Rechtsphilosophie, publicada en 1948:
Una vez que Radbruch ha establecido las cuatro actitudes que pode-
mos tomar ante el valor y la realidad, procede a ubicar el derecho en uno
de esos cuatro modos de considerar las cosas. Lo primero que advierte
es que el derecho es una obra humana y, como tal, un fenómeno cultural,
que sólo puede comprenderse a través y con relación a su referencia a un
valor (Wert) o idea (Idee). Por lo tanto, el derecho, como realidad, como
producto del hombre y la cultura, sólo adquiere sentido y puede ser com-
prendido en su consideración como realidad referida a valores. En este
mismo sentido, afirma que ante una obra humana es imposible una con-
2. El dualismo metódico
58 Ibidem, p. 5.
59 Ibidem, p. 8.
60 Es por todos conocido que la teoría pura del derecho de Kelsen tiene también co-
mo punto de partida el dualismo metódico. Sin embargo, es necesario apuntar algunas de
las diferencias esenciales entre el dualismo metódico de Kelsen y el de Radbruch. En pri-
mer lugar, la separación que hace Kelsen del ser y el deber ser establece un abismo insu-
perable entre las dimensiones de realidad e idealidad. La separación es absoluta, de tal
manera que no se puede establecer ningún tipo de relación o comunicación entre ellas.
No existe ninguna instancia intermedia que sirva de puente. Pero además, Kelsen reduce
toda la dimensión del deber ser a la dimensión normativa, calificándola además de for-
mal, lo que implica la exclusión de todos los valores y de su contenido material. De esta
manera, Kelsen considera que la esfera normativa se puede entender solamente desde
LA VÍA DE ACCESO DEL PENSAMIENTO JURÍDICO 165
una perspectiva lógica, por lo que excluye, además, la consideración teleológica de la es-
fera normativa. Estos supuestos metodológicos le llevan a entender al derecho como una
ciencia normativa, cuyo método lógico, al no tener contacto alguno con el ser, es decir,
con la materia, es estrictamente formal. Radbruch, como veremos más adelante, admite
un dualismo metódico sustancialmente distinto al de Kelsen; primero porque reconoce la
instancia de valores dentro de la dimensión del deber ser, lo que implica reconocer un
elemento material, su método es teleológico y no meramente lógico; pero, además, la di-
ferencia esencial consiste en que Radbruch, al reconocer en la cultura una instancia inter-
media entre la realidad y el valor, termina aceptando un trialismo jurídico. Véase de Kel-
sen especialmente su Teoría general del derecho y del Estado, 5a. ed., trad. de E. García
Maynez, México, UNAM, 1949, 1995, esp. pp. 3-16. Cfr. Larenz, Karl, Metodología de
la ciencia del derecho, cit., nota 31, pp. 90-103, y Recaséns Siches, Luis, Direcciones
contemporáneas del pensamiento jurídico. La filosofía del derecho en el siglo XX (Méxi-
co, Editora Nacional, 1974), pp. 114-160 (véase infra, pp. 236-239).
61 “Rechtsidee und Rechtsstoff”, Archiv für Rechts-und Wirstschaftsphilosophie,
núm. 17 (1923-1924), pp. 343-350. Sobre este artículo de Radbruch véase Martínez Bre-
tones, Ma. Virginia, La filosofía del derecho de Gustavo Radbruch (Madrid, Fragua,
1994), pp. 117-124. Sobre la vida y obra de Gustav Radbruch también puede verse de la
misma autora: Gustav Radbruch. Vida y obra, 2a. ed., México, UNAM Instituto de
Investigaciones Jurídicas, 2003.
166 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
ca— toda filosofía del derecho era identificada con la doctrina del
derecho natural. Aunque reconoce que en torno a este concepto se han
presentado y desarrollado varias manifestaciones y consideraciones dife-
rentes, considera que todo derecho natural parte de la proposición de que
la realidad misma es valiosa y, por lo tanto, que del ser de la realidad po-
demos desprender el deber ser de las cosas.62 Cuatro rasgos esenciales
caracterizan —según él— al derecho natural; a saber: que ofrece juicios
de valor con contenido determinado; que estos juicios al corresponder
y derivarse de sus fuentes —naturaleza, Dios, razón—, son inmutables y
de validez general; que los valores son accesibles al conocimiento, y, por
último, que tienen primacía sobre las leyes de derecho positivo. Por ello,
estima que al pretender reducir el ser por el deber ser, el derecho positivo
por el derecho justo, el derecho natural hace “quebrar el derecho posi-
tivo”.63 Justo lo contrario sucede en la Escuela Histórica del derecho,
pues, al reconocer como derecho tan sólo el derecho que es producido
por el pueblo, absorbe el deber ser en el ser del derecho, el valor jurídi-
co por la realidad desnuda del derecho. Al otorgar el mismo valor a toda
manifestación jurídica que proceda del “espíritu del pueblo” (Volk-
sgeist), la concepción historicista del derecho abandona el carácter
crítico e identifica plenamente al derecho vigente de un determinado mo-
62 Más adelante, al analizar la posición iusnaturalista de J. Messner y A. Verdross
respecto de la filosofía de los valores, podremos constatar que un elemento esencial de la
doctrina del derecho natural es su consideración de la realidad como valiosa en sí misma
(véase infra, pp. 247-257).
63 Radbruch afirma también que el argumento en contra del derecho natural, que se
refiere a la historicidad del derecho, no es en verdad un argumento definitivo, y que bien
se puede refutar aludiendo a que el error en la concepción del derecho natural en sí no
merma o ensombrece su plena verdad. Pero añade que el golpe definitivo que sufrió el
derecho natural proviene más bien de la teoría del conocimiento, es decir, de Kant, y no
de Savigny, en el sentido de que la razón humana no es un arsenal de conocimientos teó-
ricos acabados, de normas éticas que se van aplicando a la realidad, sino que la razón
contiene un conjunto de categorías que van tomando del material dado su contenido. Así
que, al ser imposible afirmar que el contenido de los juicios que proviene del material
dado empíricamente es universal e invariable, lo único que nos queda es un contenido
que puede ser válido para un momento histórico y un lugar determinado. Cfr. Filosofía
del derecho, cit., nota 51, p. 18. Cabe destacar que el argumento al cual se enfrenta Max
Scheler para demostrar que es posible un conocimiento ético material fundado en valores
absolutos e inmutables es precisamente el argumento kantiano, que aquí opone Radbruch
al derecho natural. Más adelante veremos cómo H. Coing, apoyándose en la filosofía de
los valores de Scheler, intenta basar la idea del derecho en valores objetivos de contenido
material (véase infra, pp. 199-221).
LA VÍA DE ACCESO DEL PENSAMIENTO JURÍDICO 167
mento histórico con el derecho justo.64 Pero en donde con más riqueza de
consecuencias ha operado la tensión entre el valor y la realidad es en la
concepción materialista de la historia, que hace depender el deber del
ser, pues al someter el desarrollo histórico a las fuerzas de la economía
acepta la absoluta determinación de todo valor y de toda idea por el ser
de la realidad. Por ello, el materialismo histórico pretende explicar, a
partir de la estructura económica de una sociedad determinada, la totali-
dad de las instituciones políticas y jurídicas, así como todas las ideas fi-
losóficas y religiosas de una determinada época histórica. En este senti-
do, es clarificadora la definición que K. Marx da sobre lo ideal como “lo
real transportado y traducido a la mente humana”.65
A pesar de que Radbruch considera que las anteriores direcciones de
la filosofía del derecho cometen un equívoco al poner un mayor énfasis
en alguno de los dos elementos, ya sea en el valor o en la realidad, sub-
sumiendo el uno en el otro, con lo que se diluye la tensión entre el ser y
el deber, acepta que mientras estas direcciones lograron expresar esa ten-
sión el fuego de la filosofía del derecho se mantuvo vivo; pero que, una
vez que el positivismo hizo su entrada en la historia condenando de ante-
mano toda investigación sobre el valor, la llama de la filosofía del dere-
cho se extinguió por completo. “Entramos en la centuria del positivismo
jurídico —se lamenta Radbruch—, no se investiga ya más en la realidad
del derecho el valor jurídico, antes bien, se declara anticientífica toda
consideración valorativa del derecho, por lo que hay que limitarse a
una consideración empírica del mismo”.66 Radbruch ve en el positivismo
jurídico una consideración monista del derecho, pues la negación de todo
juicio de valor le lleva a estructurar una ciencia empírica, que intenta
sustituir la filosofía del derecho por la teoría general del derecho, la cual,
de no ser porque en su interior y contra su voluntad late inextirpable-
mente la apetencia filosófica, habría que considerarla como una verdade-
ra eutanasia de la filosofía jurídica.
De la concepción positivista del derecho emerge Rudof von Jhering,
del que Radbruch reconoce que, aunque en el fondo de su propuesta de
que el “fin” es el verdadero creador del derecho late la superación del
positivismo, realmente nunca llegó a concebir la idea del fin como una
64 Véase Rodríguez Molinero, M., Derecho natural e historia, cit., nota 35, pp.
83-104.
65 Filosofía del derecho, cit., nota 51, p. 24.
66 Ibidem, p. 26.
168 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
idea supraempírica, que pudiera servir para medir la justicia del derecho
positivo, sino más bien como el hecho empírico que refleja la posición
de los distintos intereses humanos. Jhering, por lo tanto, nunca alcanzó a
distinguir el ser y el valor. Su concepto positivista de ciencia le llevó
a conservar un método monista que le impidió reconstruir las bases de la
filosofía del derecho.67 Ante el fracaso de Jhering, fue Stammler —dice
Radbruch—, quien, al restaurar la independencia de una consideración
valorativa del derecho al lado de la investigación de la realidad jurídica
en el terreno del dualismo metódico de la filosofía kantiana, logra dar
una nueva fundamentación a la filosofía del derecho. Destaca en Stamm-
ler dos ideas fundamentales: que junto a la investigación del derecho po-
sitivo debe siempre desenvolverse con plena independencia la “Teoría
del derecho recto”; y que esta teoría no desarrolla ni pretende desarrollar
ningún sistema de filosofía del derecho, sino tan sólo constituirse en un
método crítico del derecho. Sin embargo, advierte que Stammler tan sólo
planteó, mas no resolvió, los problemas de la filosofía del derecho, y
además estima que se limitó a desarrollar una teoría del conocimiento ju-
rídico, una “crítica de la razón jurídica”, que fue capaz de llevar los pos-
tulados de la Crítica de la razón pura kantiana al derecho. No obstante,
la principal crítica que Radbruch hace a Stammler consiste en señalar
que su dualismo metódico le llevó a proponer el concepto de derecho
con radical independencia de la idea del derecho, siendo que, como ya
hemos apuntado, él sostiene que ninguna obra humana puede ser com-
prendida sin relación a una idea. Es decir, entiende que la filosofía no
puede conformarse con una separación absoluta del ser y el deber ser, de
la realidad y el valor, sino que entre el juicio de valor y el juicio de la
realidad es preciso reconocer la existencia de un tercer estadio, que sirva
de intermediario. Este estadio —como ya hemos constatado— corres-
ponde a la cultura,68 en el que se sustancia la referencia del ser al valor y
67 Sobre Ihering afirma textualmente: “Si no hubiera visto sólo la existencia de fines
de hecho, sino también ante sí la exigencia del fin, y hubiera vivido la confrontación de
la realidad jurídica como una medida normativa del derecho, hubiera percibido el dualis-
mo entre la consideración de la realidad jurídica y la del valor jurídico, y superado el uti-
litarismo de las parciales posiciones de fines en una absoluta y suprema idea de fin”. Ibi-
dem, p. 29.
68 En su obra Einführung in die Rechtswissenschaft, Radbruch define la cultura como
“un reino intermedio entre el polvo y las estrellas, el reino del humano anhelar y crear,
que se halla situado entre el reino natural del ser y el reino ideal de los valores puros”. El
derecho, pues, “se encuentra entre la calma inocente de la naturaleza y la calma sublime
LA VÍA DE ACCESO DEL PENSAMIENTO JURÍDICO 169
del ideal, se halla en el mundo de nuestros afanes, luchas y obras, colmado de deberes y
responsabilidades, pletórico de anhelos e inquietudes, lleno de esperanza y de fe. El de-
recho participa de nuestros impulsos ascensionales hacia las supremas alturas”. Cfr.
Radbruch, Gustav, “Einführung in die Rechtswissenschaft”, en Kaufmann, Arthur
(comp.), Gesamtausgabe, Heidelberg, C. F. Müller, 1987, vol. I, pp. 91-211; hay traduc-
ción al español a cargo de L. Recaséns Siches, Introducción a la ciencia del derecho,
Madrid, Revista de Derecho Privado, 1930, pp. 9 y 10.
69 Radbruch también reconoce como cultivadores de esta filosofía cultural del dere-
cho, basados en un trialismo metódico, a Max Ernst Mayer, con su Filosofía del derecho
(1922), a Wilhelm Sauer, con su Filosofía jurídica y social (1929), al filósofo italiano
Ravá, con su Introduzione alla filosofia del diritto (1919) y a Hermann Kantorowicz, con
su Ciencia del derecho y sociología (1911).
70 Filosofía del derecho, cit., nota 51, p. 38.
170 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
racional, es decir, una pura forma mental, la cual, por no contener mate-
ria alguna perceptible, pretende gozar de validez universal.71 Pero, ade-
más de esto y de que la idea del derecho es una forma pura,72 propuso
un concepto de derecho también meramente formal, al definirlo como un
“querer social vinculante, autárquico e inviolable”, sin que importe a la
definición del derecho el que éste sea justo o no lo sea. Esta separación
es precisamente la que Radbruch critica, advirtiendo que si toda obra
humana tan sólo se puede entender en función del valor que pretende
realizar, no podríamos definir lo que es derecho prescindiendo de su fina-
lidad; por eso concluye que el concepto de derecho no sólo debe contem-
plar el valor que realiza o al que sirve, sino que debe derivarse de él.
En lo que sí concuerda con Stammler es en que el concepto de dere-
cho tiene que ser a priori, en el sentido de que no puede ser obtenido por
el método inductivo partiendo de la observación de los hechos jurídicos,
pues aunque fuera posible por esta vía alcanzar un concepto de lo que en
un determinado grupo o conjunto de órdenes jurídicos se entiende gene-
ralmente por derecho, nunca se podría obtener un concepto universal y
necesario. En el mejor de los casos se alcanzará un concepto causal váli-
do en un momento y en un lugar determinados, pero no un concepto de
validez universal y necesaria, el cual sólo puede ser obtenido de la refe-
rencia a la justicia como idea de derecho. Al expresar lo que esta referen-
cia a la justicia conlleva, Radbruch indica lo siguiente: en primer lugar,
la justicia significa lo reglado, lo recto; hace referencia a una ordenación;
en segundo término, el derecho, al estar referido a la justicia y constituir
por lo tanto una exigencia, se coloca en un punto intermedio entre la rea-
lidad y la idea, constituyéndose como una entidad normativa; en tercer
lugar; el valor de la justicia, al que se orienta el derecho, tiene la cuali-
dad esencial de versar sobre las relaciones humanas, de lo que se deduce
71 Stammler, Rudolf, Tratado de filosofía del derecho, trad. W. Roces, Madrid,
Reus, 1930, pp. 63-73.
72 Recaséns Siches afirma que Stammler recibe de la Escuela histórica la concepción
de que todo lo particular está en constante cambio; por lo tanto, no vale establecer un
precepto jurídico con contenido concreto como algo perenne. El criterio de justicia como
idea del derecho, por lo tanto, no puede albergar dentro de sí ningún contenido histórico,
ninguna referencia a situaciones concretas, ninguna mención de materia especial. En su-
ma, para que el criterio de justicia pueda ser universal e incondicionalmente válido, de-
berá ser puramente formal. Así, Stammler entiende a la justicia como una forma univer-
salmente válida para ordenar todos los contenidos habidos y por haber. Cfr. Panorama
del pensamiento jurídico en el siglo XX, cit., nota 53, p. 61.
LA VÍA DE ACCESO DEL PENSAMIENTO JURÍDICO 171
5. El derecho y la moral
cho no puede indicarnos cuál de los tres elementos debe ser preferido so-
bre los otros. “La filosofía no debe proporcionar decisiones, sino situar-
nos ante la decisión; no debe hacer la vida fácil, sino, precisamente,
problemática. Un sistema filosófico —ejemplifica— debe asemejarse a
una catedral gótica, en donde las masas se sostienen al pugnar unas con
otras”.90
los fines del derecho no fuera un asunto de decisión personal, esto es, re-
lativo, y la ciencia del derecho pudiera mostrarnos con todo rigor cuál es
el primer valor al que el derecho tiene que servir, tal como se “desen-
mascara el error ante la verdad descubierta”, se tendría que anular todo
derecho positivo que no coincidiera con el derecho natural científica-
mente conocido. Pero, como hemos visto ya, para Radbruch el problema
del fin del derecho es esencialmente relativo, lo que implica que nadie
puede demostrar objetivamente el valor supremo al que debe orientarse
el derecho.95 De esta posición relativista saca una consecuencia más res-
pecto de la validez del derecho, que consiste en que, al no poderse de-
mostrar objetivamente en qué valor supremo debe basarse el derecho, el
problema de la validez del derecho se convierte en un enfrentamiento de
las distintas concepciones de vida y del derecho y, por lo tanto, en un
problema científicamente irresoluble.96
A pesar de esto, Radbruch ofrece una base más segura, en cuanto su-
giere que el derecho, como orden de vida en común, no puede quedar
abandonado a las distintas concepciones de la vida y del mundo y, por lo
tanto, ese enfrentamiento debe ser solucionado por una posición suprain-
dividual, por una voluntad y una fuerza que sean capaces de poner térmi-
no a la lucha de concepciones jurídicas contrapuestas. “Si nadie es capaz
de fijar lo que es justo —escribe—, alguien tiene que establecer lo que
debe ser derecho”. Y ese alguien tan sólo puede ser aquel que es capaz
97 Goethe, Johann Wolfgang, Fausto, trad. de Pedro Gálvez, Madrid, Unidad Edito-
rial, 1999, parte II, acto IV.
98 Ya en su Introducción a la ciencia del derecho, Radbruch estimaba que el argu-
mento más poderoso que se podía encontrar para dotar de validez al derecho se podía ex-
presar en la siguiente sentencia: “Si nadie puede conocer unívocamente y con validez
universal lo que es justo, debe haber alguien que ordene lo que ha de ser derecho”. Cfr.
Introducción a la ciencia del derecho, cit., nota 68, p. 30.
184 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
uno de los más notables, el titulado Derecho legal injusto y derecho su-
pralegal, afirma sin titubeos que “el ethos del juez debe estar orientado a
la justicia a toda costa, aun ante el peligro de la propia vida”. Y añade
que se debería procesar a aquellos jueces que durante el régimen nacio-
nal-socialista dictaron sentencias claramente injustas.102
112 Mayer define la cultura de la siguiente manera: “La realidad transformada en rea-
lidad valiosa, o bien, un valor convertido en realidad”. Ibidem, pp. 81 y 82.
113 Larenz, Karl, La filosofía contemporánea del derecho y del Estado, cit., nota 6,
pp. 92 y 93.
194 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
que pueda pensar la eternidad”, lo que implica que no puedan ser conoci-
dos por la inteligencia humana. Y de los valores absolutos formales, de
los que no se puede desprender ninguna exigencia material, afirma que
no tienen ningún sentido, pues de “un principio vacío no se puede deri-
var ninguna valoración o ninguna idea de rectitud que sirva como ele-
mento crítico al Derecho”.116
Sobre los valores relativos, apunta que su característica principal es su
condicionalidad, que alude a la mayor o menor relatividad de los valores,
pudiendo presentarse de dos maneras distintas: una condicionalidad per-
sonal y otra material. La primera se refiere al reconocimiento subjetivo
que cada persona hace de los valores, mientras que la relatividad mate-
rial se refiere a la condicionalidad de los valores respecto una cultura de-
terminada. Señala que el relativismo de Radbruch tan sólo toma en cuen-
ta la condicionalidad personal de los valores: el reconocimiento o no
reconocimiento del sujeto, sin percatarse que los valores, al existir tan
sólo en y para un determinado contexto cultural, son esencialmente rela-
tivos. El relativismo de Radbruch —que Mayer califica de escéptico—
renuncia a un conocimiento racional de los valores, pues antes de inten-
tar su fundamentación niega toda validez universal y objetiva de los va-
lores, admitiendo tan sólo una validez subjetiva, en la que cada cual pue-
de indicar lo que le parece personalmente valioso.117 Frente a este
relativismo presenta lo que él mismo denomina relativismo crítico, que
consiste en reconocer una condicionalidad material de los valores, en el
sentido de que solamente valen para el contexto cultural en el que sur-
gen, lo cual, aunque implica el reconocimiento de una relatividad ontoló-
gica de los valores, tal y como afirma el historicismo, permite, desde la
perspectiva de Mayer, la posibilidad de determinar la rectitud de ciertas
determinaciones de valor respecto del contexto cultural al que pertene-
cen. Pero además, el reconocer la condicionalidad cultural de los valores
implica que su relatividad sea gradual, es decir, que puedan existir valo-
res más o menos condicionados. Esta actitud ante los valores le permite,
por tanto, afirmar que si tomamos el menor y mayor grado de condicio-
nalidad de un valor respecto a la cultura que se orienta, es posible orde-
nar los diversos valores según el grado de su relatividad, con el fin de
identificar el valor más alto, o, lo que es lo mismo, el valor menos condi-
cionado. Esta es la tarea que Mayer denomina “crítica del valor”.
116 Filosofía del derecho, cit., nota 110, p. 150.
117 Ibidem, p. 153.
196 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
118 Esta última relación la explica en tanto que la concepción del mundo del liberalis-
mo, en última instancia, aspira a superar al Estado, lo que sólo puede conseguir mediante
la idea de la sociedad humana general, es decir, de “aquello que le es propio al hombre
en sí, dejando atrás todas las diferencias accidentales como nacionalidad, religión, raza,
para no tener en cuenta más que aquello que hace al hombre, hombre”. Ibidem, pp.
156-168.
119 Ibidem, p. 192.
LA VÍA DE ACCESO DEL PENSAMIENTO JURÍDICO 197
199
200 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
hasta sus últimas consecuencias. Por ello fue necesario que, frente a la
profunda crisis y los trágicos acontecimientos vividos en la primera mi-
tad del siglo XX, el pensamiento filosófico-jurídico acudiera a las nue-
vas corrientes y métodos, que en esa misma época se gestaron en el cam-
po puramente filosófico, para que, profundizando en el problema del
valor y sus relaciones con el derecho, intentara dotar al orden jurídico de
un contenido material objetivo. Estos intentos tuvieron como base filosó-
fica el pensamiento de Max Scheler y Nicolai Hartmann, quienes, al apli-
car el método fenomenológico al problema del valor, lograron establecer
la existencia de un reino de valores absoluto y objetivo.1 Éste es el cami-
no que en el campo de la filosofía del derecho recorren a la par Helmut
Coing y Heinrich Henkel.
4 Coing, Helmut, Die obersten Grundsätze des Rechts; Ein Versuch zur Neubegün-
dung des Naturrechts, Heidelberg, 1947.
5 Coing, Helmut, Grundzüge der Rechtsphilosophie, Berlin, Walter de Gruyter,
1950; hay traducción al español de esta edición a cargo de Juan Manuel Mauri, Funda-
mentos de filosofía del derecho, Barcelona, Ariel, 1961, 1971. En 1961 Coing publicó la
segunda edición de su obra y con varias adiciones en 1969. Sobre ello véase Rodríguez
Molinero, Marcelino, Derecho natural e historia en el pensamiento europeo contempo-
ráneo, cit., nota 35, pp. 366-377.
6 Fundamentos de filosofía del derecho, cit., nota 5, p. 106.
7 Ibidem, p. 49.
202 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
9 Es importante mencionar aquí que la distinción que Max Scheler establece de fi-
nes y valores se refiere a que los valores son en última instancia el fundamento de los
fines, es decir, que los fines de la conducta humana se dirigen en último término a la rea-
lización de valores (véase supra, p. 106).
10 Ya hemos visto también cómo Max Scheler, en su intento de rehabilitar la esfera
emocional del hombre, asigna al sentimiento intencional la capacidad de intuir valores
(véase supra, pp. 111 y 112).
204 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
cia como valor formal, pero universalmente vinculante y, como tal, cons-
titutivo del derecho. Sin embargo, advierte que Radbruch, al analizar el
problema del “fin del derecho”, señaló los posibles valores a los cuales
puede tender el derecho: persona, comunidad y cultura, lo que significó
el reconocimiento de que en el reino de los valores existen amplias cone-
xiones, que limitan la libertad de decisión del hombre. La última forma
de relativismo valorativo la ve Coing en el historicismo, en cuanto ense-
ña que los valores son relativos a una determinada cultura desarrollada
en una época histórica específica, es decir, que, al conformarse las ideas
y valores morales de los hombres en una situación histórica determinada,
sólo pueden tender validez para dicha situación concreta.
Al igual que lo hiciera Max Scheler en el campo de la ética y en con-
creto frente a la ética formal kantiana, Coing intenta demostrar que la
idea del derecho se fundamenta en valores de naturaleza objetiva, lo que
le otorga un contenido material normativo. A este respecto, sostiene que,
independientemente de las diferencias existentes entre los distintos tipos
de relativismo, existen cuatro hechos que sirven de apoyo a todo tipo de
pensamiento relativista. Son estos: la dificultad de fijar objetivamente los
contenidos morales; la vinculación de las exigencias éticas con la situa-
ción histórica; la lucha irresoluble de los diversos ideales éticos, y el su-
puesto conflicto de valores. Para refutar estos argumentos relativistas,
apela a algunos de los principales postulados que Scheler sentara para
combatir el formalismo kantiano y demostrar la objetividad de los valo-
res morales. Así, partiendo del postulado de que todo conocimiento mo-
ral tiene que apoyarse en “la experiencia de los valores, que tiene lugar
en el sentimiento y en los actos de preferencia”,22 sostiene que los valo-
res pertenecen al ámbito del ser ideal. Son esencias que se presentan in-
dependientes a nuestra conciencia. Por lo tanto, no son meros fenómenos
de la conciencia ni productos de la subjetividad, pues se distinguen tan-
to de nuestras representaciones como de nuestros sentimientos. El hom-
bre no crea los valores, tan sólo los reconoce mediante el sentimiento y
la experiencia que tiene sobre ellos. Ésta es una clarísima aceptación de
los dos postulados básicos de la filosofía de los valores desarrollada
aplicando el método fenomenológico, pues, por una parte, reconoce que
los valores existen con plena independencia del conocimiento de los
hombres, y, por otra parte, que los hombres aprehenden los valores me-
22 Ésta es una cita expresa que Coing hace de la obra de Max Scheler, Der Formalis-
mus in der Ethik und die Materiale Wertethik, cit., nota 44, p. 338.
EN BUSCA DE UNA ÉTICA JURÍDICA MATERIAL 209
dríamos que develar aquello que la propia naturaleza de cada cosa esta-
blece en cada caso concreto para poder determinar lo que le corresponde
a cada uno.28 Sin embargo, advierte que nuestro conocimiento de la natu-
raleza de las cosas es limitado, al punto que se hace simplemente impo-
sible la pretensión del legislador de derivar todo un orden jurídico apoyado
en su conocimiento de la naturaleza de las cosas, lo que no excluye, por
otra parte, que el pensar según la naturaleza de las cosas, al ser utilizado
como complemento de la idea del derecho, sea fundamental en la forma-
ción del derecho. Y recuerda la máxima de Franz Böhm: “tenemos que
escuchar a las cosas antes de disponernos a ordenarlas”.29
En definitiva, Coing reconoce que, si bien mediante el recurso a la na-
turaleza de las cosas no podemos obtener una “intelección del concluso
orden, que nos resolvería definitivamente los problemas dejados abiertos
por el estudio de la idea del derecho”, sí nos ofrece elementos de ordena-
ción, nos muestra que el derecho no parte de la nada, sino que atiende a
una realidad previa, determinada por ciertas estructuras que tienen que
tomarse en cuenta. Sin embargo, el reconocimiento de estas estructuras
no exime de la tarea de intervenir nosotros mismos, valorando y orde-
nando la realidad dada. Y es que la naturaleza de las cosas, concebida
como mera propiedad de las cosas y del hombre, como legalidad interna
de los procesos sociales, no agota la normatividad del derecho. Es decir,
el derecho no sólo describe el ser de las cosas, sino que las valora, emite
un juicio de valor sobre lo que debe ser. Coing explica esto mediante un
ejemplo que se refiere a la propia posición del derecho ante la persona.
El derecho —dice— tiene que empezar por aceptar al hombre tal como
es y contar con todas sus propiedades. Pero no puede de ninguna manera
limitarse a eso, pues el derecho no puede dar vía libre a todos los instin-
tos y a todas las pasiones del hombre; más bien tiene que poner un freno
a ciertas cualidades humanas, promover algunas y dejar vía libre a otras.
Para hacer todo eso, tiene necesariamente que valorar. Esto implica que
la naturaleza de las cosas no agota el problema de la justicia, no aporta el
criterio definitivo para establecer qué es lo suyo de cada uno. Para ello
28 En este sentido, afirma: “Si pudiéramos penetrar y abarcar todo el orden de la na-
turaleza, la justicia consistirá entonces en ordenar a los hombres y a los procesos sociales
conforme el lugar que ya ocupaban por el eterno orden del ser. La tarea del legislador
justo se convertirá en una tarea científica, y no de decisión, en una tarea de conocimien-
to, pues el conocimiento del verdadero ser pondría al legislador en situación de dar a ca-
da uno lo suyo”. Cfr. Fundamentos de filosofía del derecho, cit., nota 5, p. 135.
29 Ibidem, p. 139.
214 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
4. La idea del derecho como suma de los valores propios del derecho
Para Coing, el dar a cada uno lo que le corresponde como mandato de
la justicia, además de exigir una mirada al orden del ser proporcionada
por la naturaleza de las cosas, exige sobre todo reconocer al otro como
persona, reconocer el valor del otro como persona moral.30 Esta conside-
ración le lleva a plantearse un nuevo problema concerniente al valor mis-
mo de la persona. Para el humanismo helénico —explica— cada hombre
tiene que realizar los valores que se le hacen accesibles para constituirse
a sí mismo en persona moral, mientras que para el cristianismo el valor
de la persona se funda sobre una metafísica más profunda, que reconoce
el valor del hombre en el hecho de que ha sido creado por Dios a su ima-
gen y semejanza, de lo cual concluye que el humanismo helénico y el
cristianismo han conformado históricamente la imagen valorativa de la
persona presente en los órdenes jurídicos de la cultura occidental, con-
cepción que además ha introducido la dimensión moral del derecho,31
30 En este sentido, afirma textualmente que “si la justicia es ante todo un valor mo-
ral, que tiene por objeto la relación del hombre con los demás hombres, exige reconocer
en definitiva el valor del otro como persona”. Ibidem, p. 160.
31 No debemos pensar que, al preconizar la moralización del derecho, que en resumi-
das cuentas se refiere a la inclusión de los valores de justicia, libertad, igualdad y digni-
dad de la persona como fundamento de la idea del derecho, confunde el derecho con la
moral, pues lo que en realidad intenta es plantear la relación entre el derecho y la moral
como dos circunferencias que se entrecruzan, siendo su punto de interconexión precisa-
mente aquellos valores objetivos que constituyen la idea del derecho. “El derecho —ex-
plica Coing— penetra en el ámbito de lo moral por su zona ideal. Pero no reabsorbe to-
talmente este ámbito”. Esto implica que en el derecho no se pueden realizar todos los
valores éticos, sino tan sólo aquellos valores que responden a la naturaleza del derecho,
es decir, de un orden social externo. Por ello el derecho no puede abarcar todos los ámbi-
tos de la vida del hombre ni convertirse tampoco en la única forma de convivencia huma-
na. El derecho más bien “es la forma más elemental de convivencia humana”. Idem.
EN BUSCA DE UNA ÉTICA JURÍDICA MATERIAL 215
bertad, bien entendida, exige que todos los hombres sean libres y respon-
sables, que todos los hombres sean respetados en su libertad, y no sólo
unos cuantos. Lo que indica que, junto al valor de la libertad, sea impres-
cindible reconocer el valor de la igualdad como fundamento de la idea
del derecho. De esta manera, Coing afirma que los valores de la justicia,
la libertad, la igualdad y la dignidad de la persona, junto con otros valo-
res, como son la fidelidad, la honestidad y la confianza, más presentes en
el derecho civil, constituyen en conjunto el contenido normativo de la
idea del derecho. En este sentido, afirma que la idea del derecho es
“la suma de los contenidos morales que están esencialmente ligados al
desarrollo del derecho”.34
También conviene anotar que Coing sitúa la idea del derecho en el
ámbito del ser ideal, con lo cual queda sustraída del devenir histórico.
Así, explica que obra como el “objetivo ideal, a cuya realización debe
orientarse todo orden jurídico”,35 lo que implica que todo orden jurídico
histórico que pretenda ser derecho y no mero poder estabilizado debe
proponerse realizar la idea del derecho como su fin último.36 Esta carac-
terización de la idea del derecho, como suma de todos los valores pro-
pios del derecho, conduce a reconocerla, en último término, como un va-
lor en sí misma. Es una especie de esencia ideal, que tiende a realizarse
de manera más o menos perfecta en los distintos ordenes jurídicos, y que
constituye “el elemento que nos permite superar proposiciones mera-
mente formales para indicarnos determinados contenidos materiales co-
mo contenido moral necesario del derecho”.37 Sin embargo, no se cansa
de advertir a este respecto que nuestro conocimiento es limitado e imper-
fecto, tanto en el orden del deber ser, al referirse a los valores absolutos,
como en el orden del ser, al tratar de descubrir la naturaleza de las cosas,
por lo que la percepción que los hombres podemos tener de la idea del
derecho siempre será imperfecta e inconclusa, lo que implica que no po-
damos deducir de ella un sistema de derecho absoluto y acabado.
34 Ibidem, p. 158.
35 Ibidem, p. 162.
36 En este sentido, afirma que “todo juez justo debe llevar en el corazón la idea del
Derecho, como todo buen legislador debe orientar hacia ella su actividad”. Ibidem, p.
161.
37 Ibidem, p. 159.
EN BUSCA DE UNA ÉTICA JURÍDICA MATERIAL 217
40 Ibidem, p. 176.
EN BUSCA DE UNA ÉTICA JURÍDICA MATERIAL 219
41 Ibidem, p. 177.
42 Ibidem, p. 274.
43 En este sentido, afirma textualmente: “Todo derecho positivo se basa en ciertas
ideas valorativas, que constituyen una conexión histórica en sí mismas, y que, como es-
píritu de una nación o de una época, como concepción de la idea del derecho, forman una
totalidad histórico-concreta”. Ibidem, p. 281.
220 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
mos podido señalar también que, según él, los valores se introducen al
derecho en virtud de la intencionalidad humana, la cual, apoyada en la
conciencia del derecho, es capaz de dotar a la norma jurídica de conteni-
dos axiológicos. En este sentido, explica que la inserción de valores en el
derecho se produce en la formación de los conceptos jurídicos. Y es que,
para él, la conceptuación jurídica se distingue esencialmente de la forma-
ción de conceptos de las ciencias naturales, en tanto no se propone des-
cribir una realidad, sino más bien valorar las conductas e intereses, que
se observan en la realidad social, según los contenidos axiológicos que se
derivan de la idea del derecho. En este sentido, rechaza que el pensa-
miento jurídico se guíe exclusivamente por las leyes de la lógica, pues en
realidad atiende también a criterios axiológicos y teleológicos para cons-
truir sus propios conceptos.44 De manera que el legislador, al establecer
una ley, está realizando un juicio de valor sobre el interés que tiene que
prevalecer en una situación dada.45
Ahora bien, una vez demostrado que todo derecho positivo se encuen-
tra impregnado de juicios de valor o valoraciones, que atienden en últi-
mo término a los contenidos axiológicos que se desprenden de la idea del
derecho, se puede explicar fácilmente que “decidir un caso según el de-
recho positivo, significa decidirlo sobre la base de las valoraciones y fi-
44 Coing incluso realiza una clasificación de los distintos tipos de conceptos jurí-
dicos. Distingue dos grandes tipos de conceptos: los conceptos generales empíricos,
que se basan en la forma fenoménica común a muchos objetos sin contemplar su esen-
cia, y los conceptos esenciales, que apresan y reproducen la esencia del objeto considera-
do. Los conceptos generales, a su vez, se dividen en conceptos empíricos generales de
objetos y hechos importantes en la vida social (predio, sueldo, domicilio, etcétera), y
conceptos empíricos generales de tipo técnico-jurídico (sujeto de derecho, obligación,
bien inmueble, etcétera). Este tipo de conceptos no tienen valor normativo y, por lo
tanto, en ellos no se puede apoyar una decisión judicial. En cambio, a los conceptos
esenciales, que a su vez se dividen en conceptos esenciales basados en valores morales
(lealtad, confianza, libertad de expresión, etcétera), y conceptos esenciales penetrados
por elementos valorativos (comunidad vital conyugal, persona, propiedad privada, etcé-
tera), al estar relacionados directa o indirectamente con contenidos axiológicos, les reco-
noce un valor normativo, por lo que pueden fundamentar de decisiones jurisdiccionales.
Ibidem, pp. 276-279.
45 “Los efectos de un determinado acto jurídico, las posiciones jurídicas que funda-
mentan ese acto, dependen siempre de puntos de vista valorativos y teleológicos. Ya se
conceda al acreedor un derecho real o un derecho obligacional, el problema que se solu-
ciona con una de esas dos decisiones no es para el legislador un problema de coherencia
lógica, sino de protección de determinados intereses por una decisión, que se orienta se-
gún la valoración de los mismos”. Ibidem, p. 61.
EN BUSCA DE UNA ÉTICA JURÍDICA MATERIAL 221
46 Ibidem, p. 257.
47 Coing afirma también que, a pesar de que es cierto que los juicios de valor que
realiza libremente el juez están condicionados, como todo auténtico juicio o decisión mo-
ral, por la vida sentimental, no se sigue de ello necesariamente que las decisiones judi-
ciales sean arbitrarias e irracionales. La conciencia jurídica del juez, que se ubica en el
ámbito emocional y que, como antes vimos, se identifica con la conciencia de los valo-
res, lleva implícita una legalidad propia, que se va formando en la medida en que el juez
y, en general, el jurista, vive la experiencia de los valores jurídicos. La conciencia jurídi-
ca del juez tiene que formarse en relación con los valores contenidos en el propio orden
jurídico, así como, en última instancia, con los valores en los que se expresa la idea del
derecho. “El juez decide así en base a su sentimiento moral, pero se trata de un senti-
miento refinado y preformado por la educación jurídica y la ‘comprensión’ de la ley. De
tal manera que su decisión se vincula por las mismas valoraciones en las que descansa el
derecho”. Ibidem, p. 257.
48 Ibidem, p. 274.
222 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
mismo denomina datos previos del derecho. Éstos, además de los valores,
son: la estructura óntica del hombre, que comprende tanto sus determina-
ciones biológico-corporales como sus determinaciones espirituales; la
estructura social, que establece reglas sociales de comportamiento, ofre-
ciendo a la normación jurídica modelos de influencia determinante; los
fines o intereses expresados sobre todo en las relaciones económicas de
intercambio; las instituciones de la vida social, en las que se manifiestan
los tipos reales de las relaciones humanas, y las estructuras lógico-objeti-
vas, que determinan la relación de sentido y la coordinación de los obje-
tos jurídicos de la regulación. Henkel considera a todos estos elementos
como factores reales del derecho y los engloba en el concepto general de
naturaleza de las cosas, estimando que el problema central de éste con-
siste en si es posible o no extraer, de los factores reales que lo confor-
man, una fuerza normativa que afecte a los contenidos de las normas del
derecho; si es posible, en definitiva, derivar del ser de la realidad ciertos
elementos orientadores en la conformación del derecho, vinculando, ade-
más, esta problemática a la relación entre la realidad y el valor, entre el
ser y el deber ser. Sin traicionar el principio de la no inferencia del deber
ser del ser real, estima que el concepto de la naturaleza de las cosas im-
plica una cierta atenuación del dualismo metódico, en cuanto permite re-
conocer en los factores reales, también denominados datos previos del
derecho, ciertas conexiones de orden, que pueden co-fundamentar el
contenido de una norma jurídica de deber ser, sin que, por otro lado, de
ellos se pueda deducir la norma jurídica en su totalidad, quedando así un
espacio de libertad para la acción creadora del espíritu.51 En este punto
afirma textualmente que “en la naturaleza de las cosas habrá que ver úni-
camente elementos ordenadores y estructuras como preformas del dere-
cho, las cuales influyen determinantemente en el proceso de conforma-
ción del derecho, pero dejan abierta, con mayor o menor amplitud, la
normación jurídica en referencia a factores conformadores de otro ti-
po”.52 Ahora bien, Henkel distingue también dos tipos de factores reales:
los que se desprenden de las leyes del ser, es decir, que responden a la
estructura ontológica de las cosas, y aquellos que el hombre mismo crea
en la vida social con base en la actuación de su razón y de su sentimien-
to, datos previos que no son ya del orden del ser, sino del mundo cultural
51 Ibidem, p. 273.
52 Ibidem, p. 478.
224 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
independencia respecto del mundo del ser real, dotándolos por ello de
una naturaleza absoluta y objetiva; la segunda idea consiste en afirmar
que el conocimiento de los valores es intuitivo y, por lo tanto, evidente;
mientras que la tercera idea consiste en afirmar que en el reino de los va-
lores existe una jerarquía, que ordena las relaciones de todos los valores
y que comparte la misma naturaleza que el valor, es decir, es absoluta,
objetiva y se conoce intuitivamente. Con cierta ironía observa que de ser
esto así, la ética material de los valores tendría un alcance práctico inusi-
tado en la vida jurídica, pues todos los órdenes jurídicos estarían vincu-
lados y fundados en el mismo sistema de valores; además, se podría te-
ner plena certeza y derivar del sistema de valores todo un sistema de
derecho absoluto y objetivo. Sin embargo, declara que esta pretensión no
puede ser más contraria a la realidad jurídica, por mucho que tanto Sche-
ler como Hartmann intentaran matizar su posición atribuyendo los gran-
des cambios históricos en las concepciones del valor, no al ser en sí de
los valores, sino al conocimiento que los hombres tenemos de ellos.
Advierte, además, que los argumentos sobre la ceguera ante el valor, o el
conocimiento gradual y parcial del reino de los valores, no son suficien-
tes para justificar el hecho de la diversidad de órdenes valorativos y de
apreciaciones del valor que se han dado en la historia, puesto que un
simple examen del desarrollo histórico de los órdenes jurídicos pone de
manifiesto la diversidad de valoraciones y de sistemas de valores que
aparecen en las regulaciones jurídicas positivas. De todo lo cual deduce
que “la tesis de un orden de valores de validez general, evidente y aprio-
rísitico no representa una base sólida para la contemplación jurídica”.54
Esta oposición a una concepción absoluta de los valores no implica
que opte por una actitud subjetivista, pues también se opone al subjeti-
vismo axiológico, en el sentido de que, aunque le reconoce el gran acier-
to de no desvincular los valores del sujeto que valora, así como del con-
texto en el que éstos se presentan, le recrimina el no atribuir al contenido
de la vivencia valorativa ninguna significación fuera de la esfera indivi-
dual; es decir, critica que el subjetivismo afirme que el ser del valor se
agota con la valoración del individuo, sin advertir que el contenido axio-
lógico es independiente de la valoración subjetiva. Con ello, el subjeti-
54 En este sentido, afirma también que fue un grave error que la sentencia del Gran
Senado de lo Penal del Bundesgerichtshof (BGHSt, 6, pp. 46 y ss.) se apoyara en la tesis
de un orden moral de valores, que para el hombre es evidente y absoluto. Ibidem, p. 400.
226 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
vismo ignora que no sólo existen vivencias subjetivas diversas, sino que
existen un número considerable de valoraciones coincidentes, que por
ese hecho tienen una significación supraindividual. Esta negación de va-
lores supraindividuales tiene consecuencias más serias en el campo del
derecho que en los campos de la ética, de la religión o del arte, por la
sencilla razón de que las decisiones normativas sólo pueden basarse en
una actitud valorativa objetiva, en los valores supraindividuales vigentes
en un grupo determinado.55
Tomando como base esta certera crítica, Henkel desarrolla su propia
teoría de los valores, a la que denomina relacionismo valorativo objetivo,
y cuyo núcleo esencial radica en reconocer que los valores se encuentran
determinados por las relaciones concretas que existen en la esfera del ser
real.56 Estas relaciones se refieren esencialmente a tres instancias: a su
relación con el sujeto valorativo, en el sentido de que los valores siempre
valen para alguien en concreto; la relación con su soporte valorativo, que
se refiere a que un valor solamente es real cuando puede llegar a ser sus-
tentado por un objeto de la realidad, ya sea éste una cosa, una persona,
un grupo de personas o una relación humana, y, por último, la relación
del valor con una situación de la vida, que implica que la situación vital,
en la que se presenta el valor, condiciona el ser del valor, la forma en
que los hombres lo aprehenden, e, incluso, en algunas ocasiones, la posi-
ción jerárquica de ese valor. Estas tres relaciones, que se entrelazan unas
con otras y constituyen el ser valorativo real, determinan que los valores
se encuentran esencialmente referidos a la realidad; es decir, que el hom-
bre, en su comportamiento, no reacciona en torno a valores o ideas abs-
tractas, sino que lo hace da tal manera que sus decisiones valorativas las
toma con base en una relación valorativa dada, a la situación real y con-
creta en la que los valores se le presentan en su experiencia. Acentuando
la relacionalidad de los valores, Henkel intenta desmarcarse aún más de la
concepción absoluta e inmutable de los valores que, a su juicio, sostiene
una parte de la ética material de los valores; pero con ello también des-
vincula a los valores de su esfera ideal, para estudiarlos como meras si-
tuaciones de hecho, que se producen en una sociedad determinada y, por
tanto, abandona la perspectiva puramente filosófica, que pregunta qué es
el valor, para adoptar una perspectiva, que podríamos calificar de socio-
lógica, en la que, más bien, se interroga cómo se manifiestan los valores
en la sociedad y cómo se relacionan con el derecho.
Ahora bien, con el relacionismo valorativo no se resigna a una posi-
ción subjetivista ante los valores, en la que los valores se reducen a me-
ras expresiones de las preferencias de los sujetos de un determinado gru-
po humano, sino que, mediante él, intenta acercarse a una posición
objetivista. Para ello se apoya en un concepto que es clave en su concep-
ción de los valores: el orden de valores. Explica que en la realidad no só-
lo hay valoraciones individuales o subjetivas discrepantes unas con
otras, sino que también existen campos enteros de valoraciones unitarias,
supraindividuales e intersubjetivas, pues sobre la base de muchos actos
coincidentes de valoración de un determinado grupo humano se pueden
extraer decisiones valorativas típicas, que terminan constituyendo un
mismo espíritu valorativo en un determinado collectivum, lo que hace
posible la comprensión y el acuerdo en las relaciones interhumanas sobre
la cualidad valorativa de los objetos. “Como contenidos espirituales
—afirma textualmente— los contenidos vivenciales materializados en
valores forman parte del espíritu objetivo del grupo. Se ensamblan for-
mando un tejido de estimaciones, un sistema de valores con una jerar-
quía valorativa, un sistema al que llamamos orden de valores”.57 Este or-
den de valores, que predomina en una sociedad determinada, se hace
independiente de las valoraciones subjetivas que le dieron origen, subsis-
te en la conciencia colectiva del grupo e influye incluso sobre las con-
ciencias particulares de sus miembros. Sin embargo, aunque de este mo-
do el orden de valores alcanza una objetividad intersubjetiva, niega que
pueda considerarse un orden absoluto, pues insiste en que su vigencia no
depende de sí mismo, sino del hecho de que sea reconocido como tal por
un sector dominante de la sociedad. Por todo ello, estima que el orden de
valores, aunque es objetivo respecto a las valoraciones subjetivas, es re-
lativo a la sociedad concreta en la que se ha generado.
59 Ibidem, p. 426.
60 Ibidem, p. 132.
230 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
66 Henkel reconoce que tanto Stammler como Radbruch han planteado la problemáti-
ca del valor supremo o el fin último del derecho. Respecto a Stammler, afirma que, aun-
que se propuso plantear la existencia de un fin último de validez universal, privó a ese
fin de todo contenido a priori, asignándole una naturaleza meramente formal. En cambio,
confiesa que el gran mérito de Radbruch fue su intento por mostrar la posibilidad de un
fin o valor supremo del derecho con contenido material. Sin embargo, observa que, al de-
jar la elección entre los tres posibles valores a una decisión personal, relativizó el proble-
ma del fin último del derecho. Cfr. Introducción a la filosofía del derecho, cit., nota 49,
pp. 602 y 603.
234 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
esencia jurídica. El derecho natural aparece así como “un orden de nor-
mas de validez general, supratemporal, dado previamente al hombre, que
le es evidente y que puede y debe servir de modelo inmutable para todos
los órdenes jurídicos positivos”.69 Frente a este aspecto positivo, el error
fundamental del derecho natural consiste precisamente en pretender eri-
girse como un derecho supratemporal e inmutable, que se eleva sobre el
derecho positivo como pauta o criterio de corrección, siendo así que para
él todo derecho, por su determinación y función, es un fenómeno de la
realidad social, que sólo existe para y en las sociedades humanas. El
derecho, afirma Henkel, sólo es imaginable realmente como derecho his-
tórico-concreto. Sin embargo, la verdad que se contiene en la idea del
derecho natural consiste en proclamar que a la esencia del derecho perte-
necen ciertos contenidos de validez general, elementos constantes de
contenido permanente que, como criterios de validez general, impulsan
al derecho positivo a configurarse como derecho recto o justo.
Así pues, el derecho positivo y el derecho natural no constituyen una
disyuntiva irresoluble frente a la cual se debe elegir necesariamente un
camino. Rescatando los aciertos de cada uno, formula lo que para él debe
ser el derecho recto o justo. Así, entiende que un derecho positivo que
pretenda constituirse en derecho recto o justo debe hacerlo con base en la
combinación entre los datos previos y los objetivos a cumplir por el de-
recho, en cuanto éstos representan las líneas directrices, los puntos de
apoyo y los contenidos ideales; en suma, los elementos de construcción o
preformas que, en su determinación histórica, nos conducen a la concre-
ción de un derecho recto o justo. A estos datos los denomina ahora los
topoi. Y explica que no constituyen principios a priori, de los cuales se
puedan deducir lógicamente las normas jurídicas, sino que, más bien, son
puntos directivos que deben ser empleados según el caso concreto y de
acuerdo con la dimensión de la realidad que corresponda. También indi-
ca que, a pesar de que en la gran mayoría de los casos confluyen una plu-
ralidad de topois, que deben ser tomados en cuenta y armonizados, no
hay un orden jerárquico entre ellos, sino que, en el sopesar y ponderar la
relevancia de cada uno de los factores reales e ideales en referencia al ca-
so concreto, se va conformando lo que denomina como el arte de descu-
brir el camino hacia el derecho recto o justo. En esta labor, la idea valo-
rativa del bien común realiza una función fundamental como valor
69 Ibidem, p. 647.
236 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
76 “La validez de una norma jurídica no puede ser discutida sobre la base de que su
contenido es incompatible con algún valor moral o político. Una norma jurídica es válida
en cuanto ha sido creada de acuerdo con determinada regla, y sólo por ello”. Cfr. Teoría
general del derecho y del Estado, cit., nota 72, p. 133.
77 En este sentido, reconoce que la teoría pura del derecho no busca la razón de su
validez en un principio metajurídico, sino en una hipótesis jurídica, es decir, en una nor-
ma básica que debe establecerse por medio de un análisis lógico del pensamiento jurídico
real”. Ibidem, p. VII.
78 Rodríguez Molinero, Marcelino, Introducción a la filosofía del derecho, Madrid,
Universidad Complutense, 2000, p. 95.
79 Kelsen, Hans, Was ist Gerechtigkeit?, Wien, F. Deuticke, 1953; hay traducción al
español a cargo de Ernesto Garzón Valdés: ¿Qué es Justicia?, 2a. ed., Córdoba, Argenti-
na, Universidad Nacional de Córdoba, 1962.
80 Como es sabido, Kelsen estima que en la base de todo sistema democrático se en-
cuentra el relativismo axiológico, pues a su juicio es el único punto de partida que, al ne-
gar toda pretensión a la verdad o a la justicia absolutas, permite el respeto de cada una de
las posturas axiológicas que concurren en la sociedad. A este respecto, se le ha objetado
que, en contradicción con su propia postura, él mismo presenta a la tolerancia como un
valor absoluto. Véase Kelsen, Hans, Von Wessen und Wert der Demokratie (1920); hay
traducción al español a cargo de Rafael Luengo Tapia y Luis Legaz Lacambra, Esencia y
valor de la democracia, Granada, Comares, 2002.
81 ¿Qué es justicia?, cit., nota 79, pp. 27-37.
EN BUSCA DE UNA ÉTICA JURÍDICA MATERIAL 239
creen que sus valoraciones están asistidas por una razón superior, objetiva e indiscutible,
que debe imponerse a los adversarios que la ignoran. Cfr. Ruiz Miguel, Alfonso, Filoso-
fía y derecho en Norberto Bobbio, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1983, p.
347.
89 “Filosofia del diritto e teoria generale del diritto”, Scritti giuridici in onore di
Francesco Carnelutti, vol. I (1950), pp. 43-64; hay traducción al español a cargo de
Alfonso Ruiz Miguel, incluida en Bobbio, Norberto, Contribuciones a la teoría del dere-
cho, Valencia, Fernando Torres, 1980, pp. 71-89, esp. 87. También véase Bobbio, Nor-
berto, Introduzione alla filosofia del diritto, Torino, G. Giappichelli, 1948.
90 Bobbio, Norberto, “Nature et fonction de la philosophie du droit”, Archives de
Philosophie du Droit, 1962, pp. 1-11; hay traducción al español a cargo de Alfonso Ruiz
Miguel, incluida en Contribuciones a la teoría del derecho, cit., nota 89, pp. 91-101. En
este sentido, afirma que, como teoría de la justicia, la filosofía del derecho se divide en
una fenomenología de la justicia, cuyo objetivo es la descripción del valor de lo justo,
y una ideología de la justicia, cuya misión es proponer un determinado criterio de valora-
ción y de transformación de la sociedad. Ibidem, p. 86.
91 Bobbio, Norberto, “Giusnaturalismo e positivismo giurididco”, Rivista di Diritto
Civile, 1962, pp. 503-515; hay traducción al español a cargo de Ernesto Garzón Valdés
en El problema del positivismo jurídico, cit., nota 87, pp. 67-90.
242 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
92 El positivismo jurídico, cit., nota 86, p. 227. Sobre el concepto de ideología véase
el estudio de Rodríguez Molinero, Marcelino, “Génesis, prehistoria y mutaciones del
concepto de ideología”, Anales de la Cátedra Francisco Suárez, Granada, 1977, pp.
103-131.
93 El positivismo jurídico, cit., nota 86, pp. 146 y 147. Véase también “Sul principio
di legittimità”, en Scritti in memoria di Antonio Falchi, Milán, Giuffrè, 1964, pp. 51-61;
hay traducción de Alfonso Ruiz Miguel en Contribución a la teoría del derecho, cit., no-
ta 89, pp. 307-316.
94 Alfonso Ruiz Miguel insiste en que el relativismo axiológico de Bobbio es matiza-
do, en tanto éste acepta la posibilidad de argumentar lógicamente la idoneidad de ciertos
valores y de utilizar la retórica como fórmula de argumentación valorativa, que apela a la
EN BUSCA DE UNA ÉTICA JURÍDICA MATERIAL 243
razonabilidad humana. Cfr. Ruiz Miguel, Alfonso, Filosofía y derecho en Norberto Bob-
bio, cit., nota 88, pp. 343-347.
95 El positivismo jurídico, cit., nota 86, p. 233; véase también El problema del positi-
vismo jurídico, cit., nota 87, p. 53.
96 En este sentido, cobran especial significado las palabras que N. Bobbio escribe en
la introducción de su ensayo Giusnaturalismo e positivismo giuridico, y que de alguna
forma resumen lo que aquí se ha querido expresar. Dice, en efecto: “Más que un contras-
te entre generaciones y entre concepciones del derecho, la oposición entre iusnaturalismo
y positivismo jurídico se lleva a cabo dentro de cada uno de nosotros, entre nuestra voca-
ción científica y nuestra conciencia moral, entre la profesión de científico y la misión co-
mo hombre. Pues sólo aceptando el método de investigación utilizado y recomendado
por el positivismo se logra aproximarse a aquel ideal de rigor sin el cual no hay ciencia
en el sentido tradicional de la palabra, sino tan sólo opinión. Y, sin embargo, sólo la ape-
lación a valores últimos, que trascienden todas las leyes positivas, impuestas o justifica-
das por quienquiera que sea, salva, en última instancia, la libertad de la conciencia y la
austeridad y la integridad de nuestra vida moral”. Cfr. Bobbio, Norberto, Giusnaturalis-
mo e positivismo giuridico, Milán, Di Comunità, 1977; hay traducción al español a cargo
de Ernesto Garzón Valdés, en El problema del positivismo jurídico, cit., nota 87, p. 9.
244 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
97 Hart, H. L. A., “Positivism and the Separation of Law and Morals”, Harvard Law
Review, 1958, pp. 593-629; hay traducción al español a cargo de Genaro R. Carrió, “El
positivismo jurídico y la separación entre el derecho y la moral”, en Derecho y moral.
Contribuciones a su análisis, Buenos Aires, Depalma, 1962, pp. 1-65. En este punto Hart
cita a Austin, quien escribe textualmente: “La existencia del derecho es una cosa; su mé-
rito o demérito, otra. Hay una investigación sobre si existe o no existe; otra investigación
diferente, sobre si está o no está de acuerdo con una pauta asumida. Una ley que real-
mente existe es una ley, aunque suceda que no nos guste, o que no concuerde con el tex-
to según el cual regulamos nuestra aprobación o desaprobación”. Cfr. Austin, John, The
Province of Jurisprudence Determined, Library of Ideas, 1954, pp. 184 y 185, en Dere-
cho y moral. Contribuciones a su análisis, cit., nota 97, pp. 6 y 7.
98 Ibidem, p. 12
EN BUSCA DE UNA ÉTICA JURÍDICA MATERIAL 245
99 Hart, H. L. A., The Concept of Law, 9a. ed., Oxford, Oxford University Press,
1961, 1979; hay traducción al español a cargo de Genaro R. Carrió, El concepto del de-
recho, México, Editorial Nacional, 1980.
100 The Concept of Law, cit., nota 99, pp. 199 y 200. Es necesario apuntar que aquí
Hart se refiere a los valores en un plano empírico, es decir, como el conjunto de convic-
ciones morales que de hecho sostiene una sociedad determinada, mas no se refiere a los
valores como ideales o fines, a los cuales se tiene que orientar todo derecho.
101 Para un estudio más detenido sobre la obligación jurídica y la obligación moral
véase Hart, H. L. A., “Legal and Moral Obligation”, en Essays in Moral Philosophy,
Seattle, University of Waschington Press, 1958, pp. 82-107; hay traducción al español a
cargo de Javier Esquivel y L. Alfonso Ortiz, Obligación jurídica y obligación moral,
México, UNAM, 1977.
102 Bayles, Michael, Hart’s Legal Philosophy. An Examination, Dordrecht/Nether-
lands, Kluwer Academic Publischers, 1992, pp. 121 y 122.
246 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
crítica a la manera en que Hart intenta rehabilitar el positivismo jurídico, el autor pone en
evidencia que cuando Hart se refiere al concepto de derecho, realmente se está refiriendo
al derecho positivo, con lo cual su planteamiento se torna confuso y ambiguo, pues si de
lo que se trata es del derecho positivo, realmente no existiría ninguna contradicción entre
iusnaturalistas y iuspositivistas, pues los primeros nunca han negado la existencia de un
derecho positivo injusto; en tanto que, si se tratara del derecho en sentido amplio, el ar-
gumento de Hart, de que en la historia han existido sistemas jurídicos injustos, no tendría
ninguna validez para demostrar la separación conceptual entre derecho y moral.
108 En este sentido, escribe textualmente “La idea de que fuera del sistema jurídico
hay algo que, en última instancia, deberá proporcionar al individuo el criterio para resol-
ver sus problemas de obediencia, es más probable, por cierto, que permanezca viva entre
quienes están acostumbrados a pensar que las reglas jurídicas pueden ser inicuas, que en-
tre quienes piensan que en ningún caso algo inicuo puede tener status de derecho”. Cfr.
The Concept of Law, cit., nota 99, p. 206.
248 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
112 Una crítica a la filosofía de los valores, basada en el pensamiento de Santo Tomás,
se puede encontrar en la obra de Engelbert, Gutwenger titulada Wertphilosophie (1952);
en ella intenta demostrar la imposibilidad de la existencia de un reino de valores, coloca-
do sobre el mundo del ser, afirmando que los valores tienen su origen en el ser, y que es-
tán determinados por los fines a los que éste tiende. También distingue entre los valores
entendidos como cualidades del ser y las ideas de los valores —amor, justicia, santidad,
etcétera—, para afirmar que el error de Scheler y Hartmann consistió en hipostasiar las
ideas de los valores, convirtiéndolos en seres ideales. Sobre esta obra véase Verdross,
Alfred, La filosofía del derecho del mundo occidental. Visión panorámica de sus funda-
mentos y principales problemas, trad. de Mario de la Cueva, México, UNAM, 1983, pp.
315-318.
113 Véase supra, p. 111.
250 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
los valores evidentes por sí mismos, a los principios e ideales de valor, que han de servir
de criterio para juzgar sobre el orden jurídico existente y sobre los fines que se trata de
alcanzar, nos parece que en ello residen muchos puntos de coincidencia con la doctrina
iusnaturalista tradicional”. Cfr. Messner, Johannes, Das Naturrecht; Handbuch der Ge-
sellschaftsethik, Staatsethik und Wirtschaftsethik, Innsbruck-Wien, 1950, 1960; hay tra-
ducción al español a cargo de José Luis Barrios Sevilla, José María Rodríguez Paniagua
y Juan Enrique Díez, Ética social, política y económica a la luz del derecho natural, Ma-
drid, Rialp, 1967, p. 350.
117 Así, mientras M. Scheler llegó a determinar los valores como esencias a priori,
Messner concluye que los fines existenciales, en su calidad de principios morales, llegan
a representar verdaderos juicios sintéticos a priori. Cfr. Ética social, política y económi-
ca a la luz del derecho natural, cit., nota 116, p. 359.
118 En efecto, Scheler vincula íntimamente los valores con las tendencias humanas al
reconocer que en cierto modo los valores vienen dados en las tendencias y en las inclina-
ciones. Con ello pretendía tanto refutar la idea del caos en las inclinaciones que llegó a
sostener Kant como armonizar las inclinaciones e impulsos primarios del hombre con la
esfera de los valores y la Moral. Ibidem, pp. 79-96.
119 En este sentido, afirma que “la moralidad consiste en la coincidencia de la con-
ducta del hombre con los fines que han sido trazados en su naturaleza, en sus instintos
espirituales y corporales o, más concretamente, en la conformidad con los instintos”. Ibi-
dem, p. 36.
252 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
120 Entre las razones por las que adopta el concepto de fines existenciales, señala que
con él se acentúa que la experiencia constituye el punto de partida del conocimiento, y
que así se evita concebir al hombre como un ser racional abstracto, para entenderlo como
un ser histórico concreto, de manera que la idea de fin sigue constituyendo el punto cen-
tral del derecho natural. Ibidem, p. 45.
121 Ibidem, p. 350. Estas dos objeciones, la unilateralidad de la esfera del sentimiento
en el conocimiento de los valores y su total o parcial desvinculación con el orden del ser,
han sido comúnmente presentadas a la filosofía de los valores por parte del pensamiento
neotomista. Véase Linares Herrera, Alejandro, Elementos para una crítica de la filosofía
de los valores, Madrid, Instituto “Luis Vives” de Filosofía, 1949, y especialmente sobre
la obra de Max Scheler, véase Wojtyla, Karol, Max Scheler y la ética cristiana, trad. de
Gonzalo Haya, Madrid, BAC, 1982.
122 En este mismo sentido, H. Welzel objeta a la ética material de los valores que “los
contenidos de las acciones morales —la materia ética— no se extraen de valores abstrac-
tos, sino de la relación viva con otros hombres; es decir, de la inserción real del hombre
en unidades sociales supraindividuales”. Welzel, Hans, Introducción a la filosofía del de-
recho. Derecho natural y justicia material, cit., nota 1, pp. 232 y 233.
EN BUSCA DE UNA ÉTICA JURÍDICA MATERIAL 253
Messner enlaza el orden de los fines y el orden del ser, lo que le permite
derivar, de la necesidad que el hombre encuentra de realizar sus propios
fines inscritos en su naturaleza, exigencias normativas para el campo de
la moral y del derecho. Desde esta perspectiva, afirma que el derecho tie-
ne su origen en los fines existenciales del hombre, en cuanto que con
ellos “se promueven las condiciones necesarias para que cada persona se
haga responsable de la realización de sus fines”.123 En su dimensión jurí-
dica, los fines existenciales constituyen principios jurídicos supremos
—dar a cada quien lo suyo; no hagas a los demás lo que no quieras que te
hagan a ti mismo; hay que obedecer a la autoridad legítima; los delin-
cuentes han de ser castigados, y los convenios y los contratos han de ser
respetados—, de los que, aplicados a una circunstancia histórica concreta,
se pueden derivan derechos y obligaciones, que a su vez exigen un orden
que los garantice.124 En síntesis, para Messner el fundamento del derecho
son los fines existenciales inscritos en la naturaleza humana.125 Que estos
fines existenciales tengan o no una conexión directa con lo que pudiera
considerarse fines esenciales y que éstos pudieran ser vistos como una
denominación anónima de los valores es algo que queda sometido a dis-
cusión en cuanto el autor no se pronuncia claramente al respecto.
Conviene, por último, destacar algunas consecuencias que de alguna
manera coinciden con algunas de las conclusiones de quienes han inten-
tado aplicar la filosofía de los valores al derecho.126 Desde esta perspecti-
va, la primera de ellas se refiere a la afirmación de que un derecho positi-
vo es verdadero derecho siempre y cuando corresponda al orden de los
fines inscritos en la naturaleza humana y a las exigencias que se fundan
en ellos, por lo que cuando una ley positiva se opone frontalmente a los
123 Ética social, política y económica a la luz del derecho natural, cit., nota 116, pp.
244 y 245.
124 En este sentido, define al derecho como “el orden social de las relaciones sociales,
que se encuentra en armonía con los fines existenciales humanos”. Ibidem, p. 248.
125 Conviene aclarar que los fines existenciales no agotan todo el contenido del dere-
cho; tan sólo constituyen principios básicos, que tienen que ser adecuados a un momento
histórico concreto, así como completados y realizados por el derecho positivo. De modo
que, aunque establece ciertos principios inmutables inherentes a la naturaleza humana,
no deja de reconocer la historicidad del derecho.
126 En concreto, Messner se refiere a H. Coing, con el que aunque coincide en varios
supuestos de su filosofía del derecho, estima que “si quiere basar el contenido moral del
derecho y de la justicia en el conocimiento del valor, es indispensable la vuelta a la aspi-
ración al valor propio de la naturaleza humana, o dicho con otras palabras, a los instintos
que aspiran a su satisfacción”. Ibidem, p. 378.
254 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
132 Aunque Verdross entiende que estos dos argumentos son válidos para defender la
dignidad de la persona humana, e incluso advierte que en una sociedad pluricultural debe
ser esgrimido únicamente el argumento antropocéntrico para alcanzar en el derecho natu-
ral una base valorativa común, no deja de reconocer que la diferencia entre ambos argu-
mentos consiste en que, mientras en el teocéntrico la dignidad de la persona humana tiene un
fundamento absoluto, en la concepción antropocéntrica tiene una base hipotética y relativa,
insuficiente para asegurar la dignidad de la persona en todo momento. Ibidem, p. 368.
133 Sobre el problema de derecho natural e historia en A. Verdross véase Rodríguez
Molinero, Marcelino, Derecho natural e historia en el pensamiento europeo contempo-
ráneo, cit., nota 35, pp. 194-198.
134 Apoyado en esta exigencia recíproca de derecho natural y derecho positivo, Ver-
dross afirma que su concepción del derecho natural puede ser perfectamente armonizada
con la teoría pura del derecho elaborada por Kelsen. Cfr. La filosofía del derecho del
mundo occidental, cit., nota 128, p. 401.
EN BUSCA DE UNA ÉTICA JURÍDICA MATERIAL 257
maneras y en muchas situaciones. Ante esto, se inclina por emplear el término valor,
pues afirma que se identifica exclusivamente con la segunda acepción de bien. Ibidem,
p. 61
143 Ibidem, pp. 81-83.
144 Ibidem, p. 85. Véase también su artículo “Aristóteles, Santo Tomás y los absolutos
morales”, en Persona y Derecho, Pamplona, núm. 28, 1993, pp. 9-27. No obstante a lo
largo de su obra, John Finnis no hace referencia alguna al pensamiento de Max Scheler.
No podemos dejar de señalar que entre la filosofía de los valores del filósofo alemán y la
concepción de los valores que presenta John Finnis existen grandes semejanzas, con
la excepción de que este último niega que los valores se estructuran en un orden jerárqui-
co objetivo.
145 Natural Law and Natural Rights, cit., nota 136, pp. 92-94. No obstante, Finnis re-
conoce que cada persona es libre de elegir cuál de estos siete tipos de valores es el más
importante en su vida, es decir, de establecer su propia tabla jerárquica de valores. Apun-
260 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
Ahora bien, el problema que aquí nos ocupa es cómo llegó Finnis a
vincular estos valores básicos del ser humano con los conceptos de ley
natural y de derechos naturales. Respecto a la ley natural, lo primero que
hay que destacar es que Finnis entendió, sobre cualquier otra interpreta-
ción, que los valores constituyen buenas razones para actuar. De manera
que al colocarlos en la base de lo que Santo Tomás denominó “primeros
principios de la conducta humana”, concluyó que el contenido funda-
mental de la ley natural, así como la racionalidad que ésta expresa, viene
dada por los valores básicos del ser humano.146 Mientras que en lo refe-
rente a los derechos naturales estimó que como contrapartida del deber
que surge de respetar y promover el desarrollo de los valores básicos del
ser humano, en el sentido de que “nadie puede de forma directa atacar en
su propia persona o en la persona de los que le rodean alguno de estos
valores”,147 se derivan varios derechos (claim-rights), que pueden ser
considerados naturales o absolutos, entre los que destaca, por ejemplo, el
derecho de que la vida personal no sea tomada directamente como un
medio para un fin distinto y externo; el derecho de no ser privado sin
que medie la voluntad propia de la facultad de procrearse, o el derecho
de ser tomado en cuenta para cualquier asunto relacionado con el bien
común.148
Por último, en lo referente a la relación que guarda la ley natural con
la ley positiva, Finnis señala, en un sentido similar al de Tomás de Aqui-
ta que la elección de unos valores sobre otros debe ser realizada racionalmente, caracte-
rística que viene dada siempre y cuando se cumplan los siguientes nueve requisitos que
Finnis plantea en su obra: “Armonía en los propósitos, reconocimiento de los bienes y
valores, ausencia de arbitrariedad entre las personas, desapego de nuestra forma particu-
lar de realizar el bien, fidelidad a nuestros propósitos y compromisos, eficiencia en la
esfera técnica de la realización de los valores, respeto a todos los valores básicos, es de-
cir, inviolabilidad de los valores básicos, ver por el bien común al momento de actuar y
escuchar nuestra conciencia moral”. Ibidem, pp. 100-133.
146 En este sentido, escribe literalmente: “The basic values, and the practical princi-
ples expressing them, are the only guides we have. Each is objectively basic, primary, in-
commensurable with the others in point of objective importance”. Ibidem, p. 119.
147 Ibidem, p. 225.
148 “To choose directly against any basic value, whether in oneself or in one’s fellow
human beings. And the basic values are not mere abstractions; they are aspects of the
real well-being of flesh- and blood-individuals. Correlative to the exceptionalness duties
entailed bay this requirement are, therefore, exceptionalness or absolute human
clam-rights- most obviously, the right not to have one’s life taken directly as a means to
any further end”. Idem.
EN BUSCA DE UNA ÉTICA JURÍDICA MATERIAL 261
no, pero con una terminología propia, que la ley natural no agota todo el
contenido de la ley positiva, sino que tan sólo le sirve de guía en sus li-
neamientos básicos, es decir, le proporciona una racionalidad particular
sin que pueda prever y agotar toda la realidad que la ley positiva se pro-
pone ordenar. De modo que concluye que a la ley positiva le correspon-
de determinar los principios y valores contenidos en la ley natural, reali-
zándolos en concordancia con la circunstancia histórica concreta.149
149 Natural Law and Natural Rights, cit., nota 136, pp. 281-290.
CAPÍTULO SÉPTIMO
EL IMPACTO DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES EN LA
FILOSOFÍA DEL DERECHO CULTIVADA EN ESPAÑA E IBE-
ROAMÉRICA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 263
I. Eidética y aporética del derecho: Juan Llambías de Aze-
vedo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 270
1. La eidética del derecho . . . . . . . . . . . . . . . . . . 270
2. Las aporías del derecho . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273
3. Ensayo de solución de algunas aporías jurídicas . . . . . 275
II. El reino de los valores y la estimativa jurídica: Luis Reca-
séns Siches . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 278
1. La objetividad intravital de los valores . . . . . . . . . . 281
2. La historicidad de la realización de los valores . . . . . 283
3. El problema de la justicia y la jerarquía de los valores . . 285
4. La interpretación del derecho desde una perspectiva va-
lorativa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 287
III. Axiología jurídica y teoría fundamental del derecho:
Eduardo García Máynez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 289
1. El problema de la validez del derecho . . . . . . . . . . 291
2. Los valores jurídicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 294
3. La teoría de los tres círculos . . . . . . . . . . . . . . . 299
IV. El valor como tercer elemento de la teoría tridimensional
del derecho: Miguel Reale . . . . . . . . . . . . . . . . . . 302
CAPÍTULO SÉPTIMO
EL IMPACTO DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
EN LA FILOSOFÍA DEL DERECHO CULTIVADA
EN ESPAÑA E IBEROAMÉRICA
1 En esto coinciden todos los historiadores que han analizado el desarrollo de la fi-
losofía en Iberoamérica; entre otros, véanse Zea, Leopoldo, El pensamiento latinoameri-
cano, México, Pomárca, 1965; Frondizi, Risieri, Tendencies in Contemporary La-
tin-American Philosophy, Austin, 1943; Romero, Francisco, Sobre la filosofía en
América, Buenos Aires, Raigal, 1952; Kemff Mercado, Manfredo, Historia de la filoso-
fía en Latino-América, Santiago de Chile, Zig-Zag, 1958, y Gaos, José, Pensamiento de
lengua española, México, Stylo, 1945.
2 Véase, como ejemplo, el valioso estudio sobre el positivismo en México de Leo-
poldo Zea, realizado bajo la dirección de José Gaos: Zea, Leopoldo, El positivismo en
México, México, El Colegio de México, 1943.
263
264 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
8 Zea, Leopoldo, La filosofía en México, cit., nota 2, pp. 95-99. Véase la obra de
Caso, Antonio y Rodríguez Guillermo, Héctor, Ensayos polémicos sobre la Escuela filo-
sófica de Marburgo, México, 1945.
9 En Argentina fue Enrique Martínez Paz quien introdujo las ideas de Stammler;
en Cuba fueron Pablo Desvernine y Galdós y Emilio Fernández Camus, mientras que en
México lo fueron Juan José Bremer, Luis Recaséns Siches y Genaro Salinas Quiroga, los
que dedicaron muchas páginas al pensamiento de Stammler. La influencia de Kelsen ha
sido enorme, pues, además de que algunos latinoamericanos estudiaron con Kelsen o con
Verdross, la gran mayoría de sus obras fueron rápidamente traducidas al castellano, y su
pensamiento fue ampliamente difundido en una serie de monografías y artículos. Carlos
Cossio fue el introductor de Kelsen en Argentina, mientras que en Colombia lo fue
Eduardo Nieto Artera; en lo que respecta a Cuba, sus mejores exponentes han sido Anto-
nio Bustamante y Montoro y Fernández Llano; mientras que en México, Kelsen ha in-
fluido considerablemente a través de Eduardo García Máynez, Luis Recaséns Siches,
Juan M. Terán y Rafael Rojina Villegas, sin que, por otra parte, esto implique que estos
autores no discrepen en algunos de los postulados fundamentales de la teoría pura del de-
recho. Véase Kunz, Joseph L., La filosofía del derecho latinoamericana en el siglo XX,
cit., nota 7, pp. 92-102.
FILOSOFÍA DEL DERECHO CULTIVADA EN ESPAÑA E IBEROAMÉRICA 267
13 Se tiene que tomar en cuenta que aunque la obra de Scheler, Der Formalismus in
der Ethik und die materiale Werterthik, fue escrita y publicada entre los años de 1913 a
1916, no es hasta 1941 el año en el que el filósofo español Hilario Rodríguez Sanz la tra-
duce al castellano. En lo que respecta a Hartmann, su obra titulada Ethik, escrita en 1926,
nunca fue traducida al castellano. Sin embargo, de estas obras llegaron varias referencias
y se escribieron extensas monografías; entre ellas cabe destacar las siguientes: Virasoro,
Rafael, La ética de Scheler; sus fundamentos teóricos (1944); Cañal, Antonio, Ahistori-
cidad primaria en Scheler (1945); Llambías de Azevedo, Juan, Max Scheler. Exposición
sistemática y evolutiva de su filosofía con algunas críticas y anticríticos, Buenos Aires,
Nova, 1966; Estiu, Emilio, El pensamiento de una filosofía prima en Nicolai Hartmann
(1943); García Máynez, Eduardo, El problema de la libertad moral en la ética de Hart-
mann (1943).
14 Frondizi, Risieri, El hombre y los valores en la filosofía latinoamericana del siglo
XX, cit., nota 3, pp. 187-194. Es interesante destacar cómo el cultivo de la filosofía de los
valores siguió dos caminos diversos entre los filósofos anglosajones, por una parte, y
los filósofos europeos continentales y latinoamericanos, por la otra, pues mientras los
primeros desarrollaron una concepción eminentemente subjetivista y empírica de los va-
lores, los segundos se inclinaron casi siempre por reconocer en los valores una naturaleza
objetiva e ideal. Para estos efectos, se puede contrastar la obra de Dewitt, Parker, The
Philosophy of Value, Nueva York, Greenwood Press, 1968; con la de Hessen, Johannes,
Tratado de filosofía. Teoría de los valores, Buenos Aires, Sudamericana, 1959, vol. II.
FILOSOFÍA DEL DERECHO CULTIVADA EN ESPAÑA E IBEROAMÉRICA 269
15 En 1944 se inicia la publicación de las obras de Dilthey, traducidas por vez prime-
ra al castellano por Eugenio Imaz, mientras que José Gaos traduce el Ser y el tiempo de
Heidegger en 1951.
16 El mismo H. Coing reconoce que la filosofía del derecho iberoamerica na pro-
porcionó un fuerte impulso al desarrollo de la filosofía de los valores aplica da al de-
recho.
17 Respecto de las razones por las que la filosofía de los valores encontró una ex-
traordinaria acogida en la filosofía del derecho iberoamericana, Joseph Kunz afirma lo
siguiente: “El anhelo de valores eternos, el clamor por una ‘vida auténtica’, el retorno a
la ley natural, caracterizan el tono corriente del pensamiento filosófico hoy en día. El po-
sitivismo jurídico pudo resolver los problemas del derecho que es, en un periodo de codi-
ficaciones, de relativa paz y seguridad, de optimismo filosófico y de fe en la ciencia, co-
mo lo era el siglo XIX. Pero el positivismo jurídico no puede resolver los problemas
respecto del derecho que debe ser; y tales problemas son los que preponderan en el pen-
samiento del siglo XX”. Cfr. Kunz, Joseph L., La filosofía del derecho latinoamericana
en el siglo XX, cit., nota 7, p. 139.
270 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
20 Eidética y aporética del derecho y otros estudios de filosofía del derecho, 2a. ed.,
Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1958, pp. 48-50.
21 Ibidem, p. 50.
22 Ibidem, p. 51.
272 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
degger, presenta una concepción del valor que, aunque fundada en los
postulados de Scheler y Hartmann, supone una posición más original.
Aunque reconoce un ser en sí gnoseológico de los valores, niega que és-
tos tengan un ser ontológico en sí, en el sentido de que no reconoce la
existencia independiente de los valores, sino que sostiene que los valores
siempre son valor de un ente. Para defender esta postura, afirma que los
valores no son cualidades, como en algún momento llegó a reconocer
Scheler, sino momentos del ser. Y reconoce tres momentos del ser: la
esencia, que fija la especie; la existencia, que la actualiza individualizán-
dola, y el valor, que asigna al ente un grado en la escala axiológica, y
que abarca tanto la esencia como la existencia, porque no sólo determina
el grado de esencia dentro del ser, sino también el grado de cada indivi-
duo dentro de la misma especie.23
Una vez demostrado que el derecho está esencialmente orientado a va-
lores, Llambías se propone delimitar los valores propiamente jurídicos.
Entiende que se trata de aquellos valores, cuya realización sólo puede ser
impuesta desde fuera, pues estima que hay valores, como el amor o la
santidad, que exigen una clara espontaneidad de los sujetos y que, por lo
tanto, su realización no puede ser exigida por el derecho. Ante esto, afir-
ma que el derecho sólo puede ser puesto como medio al servicio de fines
que sean compatibles con su estructura, lo que implica que los valores a
los que el derecho se orienta sean valores que, en primer término, se re-
fieren a la conducta humana, es decir, valores éticos; pero, además, se
trata de valores que se refieren a una pluralidad de hombres y a sus rela-
ciones de alteridad, es decir, aquellos que ha de realizar un individuo en
su relación con otro. Aun con mayor especificidad reconoce que se trata
de aquellos valores que, además de referirse a las relaciones entabladas
entre los hombres, tienen relevancia para la pluralidad de hombres en
conjunto. A estos valores los denomina “valores del bien común” o “va-
lores de la comunidad”, y los identifica con valores tales como la justi-
cia, la libertad, el orden, la solidaridad, la paz y la seguridad.24
35 Nueva filosofía de la interpretación del derecho, México, Porrúa, 1956. Entre los
problemas que encomienda a esta parte de la filosofía del derecho se encuentran: la cues-
tión de hallar cuál es la norma válida aplicable al caso concreto; el problema de convertir
los términos generales de la ley a una norma singular y concreta para aplicarla en un caso
particular; los métodos de interpretación de las normas; la posición del juez ante las lagu-
nas del orden positivo y la actitud del juez ante una norma evidentemente injusta.
36 Siguiendo expresamente a Miguel Reale, distingue tres dimensiones del fenómeno
jurídico: la dimensión ideal, la normativa y la fáctica. Cfr. Tratado general de filosofía
del derecho, cit., nota 32, pp. 156 y 157. Véase también Introducción al estudio del dere-
cho, México, Porrúa, 1970, pp. 40-47. Por su parte, Miguel Reale confirma la coinci-
dencia que existe entre la postura de Recaséns y su teoría tridimensional del derecho, en
tanto éste también se ocupa del problema de la relación que existe entre las tres dimen-
siones: norma, hecho y valor y parte de una experiencia jurídica unitaria, en la que las
tres dimensiones confluyen de forma indisoluble. Cfr. Reale, Miguel, Teoría tridimensio-
nal del derecho. Una visión integral del derecho, trad. de Ángeles Mateos, Madrid, Tec-
nos, 1997, pp. 58 y 59.
280 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
va.40 Sin embargo, con relación al tercer problema, estima que es necesa-
rio superar algunos de los principios y postulados en que se apoya la fi-
losofía de valores elaborada por los dos filósofos alemanes, pues
advierte que la radical oposición que presentaron entre el subjetivismo y
el empirismo axiológico los llevó a exagerar la tesis objetivista y a esta-
blecer una radical separación entre la esfera ideal de los valores y la esfe-
ra del ser real, lo que implicó que situaran a los valores en un mundo
ideal completamente ajeno a la vida humana.41
vidad de los valores, sino que constituye una consecuencia más del prin-
cipio ya establecido de que los valores sólo tienen sentido en la vida con-
creta de los hombres.
La determinación de la objetividad intravital de los valores jurídicos,
así como el acento puesto en la recíproca vocación que existe entre los
valores y la realidad histórica, permiten afirmar que los principios ideales,
que constituyen el objeto de la estimativa jurídica y que operan como cri-
terios para juzgar el derecho positivo, no deben ser entendidos como exi-
gencias ideales universales, absolutas e inmutables, sino más bien como
exigencias concretas, que si bien gozan de un contenido material y consti-
tuyen el fundamento de los fines a los que se dirige el derecho, se instalan
en una realidad histórica concreta y se adecuan a las circunstancias y nece-
sidades particulares de cada sociedad.51 Por otra parte, esta postura, con la
que intenta conciliar las exigencias ideales de los valores jurídicos con las
exigencias concretas de las circunstancias históricas, le permite, en la últi-
ma etapa de su producción filosófico-jurídica, hablar, sin el temor de incu-
rrir en los excesos del iusnaturalismo racionalista del siglo XVIII, de de-
recho natural, para referirse a los principios ideales que se desprenden de
la realización de los valores jurídicos en una situación concreta, y que
coinciden en lo esencial con las exigencias de la naturaleza humana.52
ven la realización de los valores personales, con lo cual supedita los va-
lores colectivos, como son los valores del derecho —justicia, orden,
seguridad y bien general—, a los valores personales —dignidad de la
persona y libertad—; y, a la vez, afirma que los valores jurídicos, a pesar
de ser inferiores, constituyen las condiciones de posibilidad para que ca-
da individuo realice sus valores personales.54
Tampoco se olvida de recordar que los derechos del hombre, conteni-
dos en la Declaración Universal de 1948, constituyen un claro ejemplo
de que por encima del derecho positivo existen principios ideales a los
cuales éste debe plegarse. Y advierte que en ellos se expresan un conjun-
to de valores jurídicos objetivos, que si bien manifiestan ciertas exigen-
cias ideales de validez universal, también se encuentran condicionados
por los supuestos y principios de la cultura occidental, por lo que consti-
tuyen una muestra elocuente de cómo los valores son realizados por el
derecho.55
cia a la conducta humana, con toda la riqueza y complejidad que ésta tie-
ne. De todos estos motivos se deduce que la interpretación del derecho
no puede ser entendida como un silogismo lógico, en el cual la premisa
mayor estaría representada por la norma jurídica, la premisa menor por
el enunciado de los hechos y la conclusión por el fallo o decisión judi-
cial,60 sino que debe estar fundada en una lógica capaz de contener las si-
guientes notas: capacidad de comprender el sentido de la conducta hu-
mana; situarse en el contexto de una determinada situación histórica;
apertura a la dimensión axiológica del derecho; capacidad de relacionar
fines y valores, así como medios y objetivos; y, por último, capacidad
para aplicar las enseñanzas extraídas de la experiencia de la vida humana
y de la experiencia histórica.61
Esta referencia última de la validez del derecho a los valores a los que
éste sirve ilumina y dota de pleno sentido la labor de la axiología jurídi-
ca, pues el estudio sobre la naturaleza de los valores jurídicos, su forma
de conocimiento, así como de las relaciones que guardan entre ellos y la
relación que éstos guardan con el hombre, será crucial para una correcta
apreciación del fenómeno jurídico, así como para emitir un juicio crítico
sobre cualquier orden jurídico positivo en particular.74 Ahora bien, Máy-
72 La definición del derecho. Ensayo de perspectivismo jurídico, cit., nota 66, p. 147.
73 El problema jurídico-filosófico de la validez del derecho, cit., nota 66, p. 63. Este
axioma lo toma directamente de la obra de Max Scheler. Véase Scheler, Max, Ética.
Nuevo ensayo de fundamentación de un personalismo ético, cit., nota 44, p. 295 (véase
supra, p. 121).
74 Para García Máynez, éstos son los cuatro principales problemas a los que se en-
frenta la filosofía de los valores. Cfr. La definición del derecho. Ensayo de perspectivis-
mo jurídico, cit., nota 66, p. 139.
FILOSOFÍA DEL DERECHO CULTIVADA EN ESPAÑA E IBEROAMÉRICA 295
nez sostiene que esta labor encomendada a la axiología jurídica sólo pue-
de ser posible si se adopta como punto de partida una concepción objeti-
vista de los valores, pues estima que un juicio sobre la validez del
derecho que se apoye en última instancia en los valores a los que éste se
orienta sólo puede ser posible si se reconoce que los valores son objeti-
vos; si, por el contrario, se defiende su subjetividad, haciéndolos depen-
der de las estimaciones o deseos subjetivos de cada hombre en particular,
es imposible fundamentar la validez o no validez de una norma con base
en su contenido axiológico, ya que no existiría ningún criterio ni pauta
para medir la corrección de los juicios estimativos, y no quedaría otra sa-
lida que atenerse a un criterio meramente formal de la validez del dere-
cho.75 A tal efecto aplica a los valores jurídicos los principales postula-
dos del objetivismo axiológico de Scheler y Hartmann,76 con lo que
concibe a los valores como esencias que existen en sí y por sí con total
independencia de los juicios subjetivos de la conciencia y de su concreta
plasmación en la esfera del ser real. Respecto al problema de su conoci-
miento, concuerda con Scheler en que el hombre conoce los valores me-
diante el sentimiento de lo valioso, destacando que las discrepancias so-
bre la apreciación de los valores jurídicos que se han suscitado a lo largo
de la historia se deben a lo que Hartmann denominó “estrechez del senti-
miento axiológico” y Scheler llamó “ceguera ante los valores”. En lo re-
ferente a la relación entre los valores y el hombre, reconoce que éste es
el único llamado a realizar valores, y que su realización la lleva a cabo
en virtud de su estructura teleológica, es decir, en tanto los valores cons-
75 De hecho, García Máynez afirma que la razón última del formalismo de Kelsen se
debe a que sostiene un subjetivismo y un relativismo axiológicos (véase supra, pp.
236-239).
76 Aunque García Máynez reconoce que Scheler marcó una nueva época en los estu-
dios sobre filosofía moral, debido a que logró superar la ética formal mediante una ética
material, estima que la obra de Scheler fue tan sólo un ensayo preeliminar, felizmente
completado con la obra de Hartmann. Cfr. El problema filosófico-jurídico de la validez
del derecho, cit., nota 66, p. 46. Máynez estudia la filosofía de los valores de Nicolai
Hartmann en su libro El problema de la objetividad de los valores. Diez conferencias, en
seis de las cuales se expone el objetivismo axiológico de Nicolai Hartmann, México, El
Colegio Nacional, 1969. También dedica una obra al problema concreto de la ética, en la
que contrasta la ética fundada en la filosofía de los valores con la ética eudemonista, con
la ética empirista y con la ética formalista. Cfr. Ética: ética empírica, ética de bienes, éti-
ca formal y ética valorativa, México, UNAM, 1944.
296 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
77 En este sentido, afirma que “sólo el sujeto es capaz de proponerse fines, es decir,
de transformar los valores que intuye en metas de su acción. La persona únicamente con-
vierte en objetivo de sus aspiraciones lo que vale para ella. Podrá equivocarse en sus jui-
cios o tomar como valor superior el de rango más bajo; pero nunca se propondrá nada
que le parezca totalmente desprovisto de significación axiológica”. Cfr. Filosofía del de-
recho, cit., nota 64, p. 32.
78 Henkel, Heinrich, Einführung in die Rechtsphilosophie; Grundlagen des Recht,
München, 1964 (véase supra, pp. 228-234).
79 Véase supra, p. 237. García Máynez expone las tesis de H. Henkel por primera
vez en su libro El problema de la objetividad de los valores, cit., nota 66, pp. 129-142.
FILOSOFÍA DEL DERECHO CULTIVADA EN ESPAÑA E IBEROAMÉRICA 297
can con la valoración que cada sujeto hace, debido a que el valor de las
cosas no depende del criterio subjetivo de las personas. Esta postura le
da la posibilidad, a su vez, de reafirmar la existencia de un criterio obje-
tivo de valoración, que permite reconocer juicios de valor correctos e in-
correctos y, por tanto, negar que todas las valoraciones tengan el mismo
grado de veracidad, o que todas tengan la misma validez, como propone
el relativismo. Ahora bien, aunque Máynez estima que la existencia de
este criterio objetivo es evidente, reconoce también que, paradójicamen-
te, no es conocido con toda precisión, pues la “axiología contemporánea
no ha logrado formular hasta ahora una pauta de validez absoluta”.80 Por
el momento habrá que conformarse con admitir, como hace Henkel, que,
dentro del panorama de valoraciones subjetivas existe un amplio campo
de coincidencias, es decir, de valores que gozan de un reconocimiento
transubjetivo, que les otorga vigencia social, lo que significa una validez
generalizada, que aunque no quiere decir que sea absoluta, sí proporcio-
na un punto de referencia para juzgar la validez o invalidez de una nor-
ma con base en su contenido axiológico.81
Explicada la naturaleza de los valores jurídicos en general, la segunda
gran tarea de la axiología jurídica consiste en determinar cuáles son los
valores propios del derecho, y establecer la relación que existe entre
ellos. A este respecto, Máynez ve la particularidad de los valores jurídi-
cos en que, a diferencia de los valores éticos, no se dirigen directamente
a la persona misma, sino a las relaciones de alteridad que se suscitan en-
tre los hombres; por ello estima que los valores del derecho se refieren
80 Aunque García Máynez reconoce que el criterio de objetividad de las valoraciones
aún no ha sido conocido, considera que, dado que los valores sólo tienen sentido para el
hombre, y ser hombre depende de la posesión de ciertos atributos condicionantes de la
pertenencia a una especie homogénea, “la naturaleza humana tendrá que constituir, al
menos en sus aspectos esenciales, el fundamento objetivo de lo valioso”; por ello, estima
que el camino para encontrar ese criterio debe venir de los estudios de antropología filo-
sófica, el mismo camino andado hace veinticuatro siglos por Aristóteles en sus libros de
ética. Filosofía del derecho, cit., nota 64, p. 437.
81 Filosofía del derecho, cit., nota, 64, pp. 432-439. Esta postura a que arriba García
Máynez parece debilitar en buena medida los argumentos que presenta a favor de reco-
nocer la validez material del derecho, pues, como ya hemos apuntado, esta postura toma
fuerza en tanto se reconoce que existen valores objetivos, susceptibles de convertirse en
el contenido axiológico de las normas. En el momento en que pone en duda la objetivi-
dad de los valores, o bien, en la medida en que esta objetividad se constriñe a un cierto
tiempo y lugar, la crítica que se pueda hacer al derecho positivo sobre su contenido axio-
lógico forzosamente tiene también que relativizarse.
298 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
82 La definición del derecho. Ensayo de perspectivismo jurídico, cit., nota 66, pp.
157 y 158.
83 Filosofía del derecho, cit., nota 64, pp. 439-477.
FILOSOFÍA DEL DERECHO CULTIVADA EN ESPAÑA E IBEROAMÉRICA 299
ridad o como garantía de paz, dejará de ser una injusticia. La paz verda-
dera, la seguridad genuina y el orden estable sólo pueden florecer
intramuros de un Estado justo”.84 Por lo cual concluye que, lejos de exis-
tir una relación antinómica entre justicia y seguridad, existe una relación
de complementariedad, en el sentido de que tanto la justicia necesita de
la seguridad jurídica para realizarse como la seguridad jurídica requiere
realizar la justicia para ser un valor y no un antivalor.
Por último, el bien común, como tercer valor constituyente de la idea
del derecho, complementa la relación entre los valores de justicia y segu-
ridad jurídica en tanto los orienta al desarrollo armónico del bien particu-
lar de los miembros de la sociedad y al bien del todo social. Por eso debe
ser considerado como objetivo necesario, que exige que todos y cada uno
de los miembros de una sociedad puedan disponer de los medios indis-
pensables para la satisfacción de sus necesidades materiales y espiritua-
les, y para el desarrollo y perfeccionamiento de sus aptitudes.85
A estos tres valores jurídicos fundamentales se suman otros valores
importantes, nominalmente la libertad, la igualdad y la paz social. Máy-
nez los denomina valores consecutivos, en tanto son la consecuencia in-
mediata de la realización armónica de los tres valores fundamentales;
son también en cierta medida elementos constitutivos de la idea del dere-
cho, en cuanto también ellos dotan de contenido axiológico a la norma
jurídica y sirven de criterio material de la validez del derecho.86
84 La definición del derecho. Ensayo de perspectivismo jurídico, cit., nota 66, p. 172.
85 Filosofía del derecho, cit., nota 64, pp. 481-489. En esto se opone explícitamente
a Henkel, quien, como hemos visto, sitúa el valor del bien común fuera de la idea del de-
recho, por considerarlo el valor supremo de todo el conjunto social (véase supra, p. 244).
86 En este sentido, García Máynez afirma que el pensamiento de la idea del derecho
se identifica con el punto de coincidencia de las diversas doctrinas sobre el derecho natu-
ral, a saber: “el aserto de que el derecho vale y, consecuentemente obliga, no porque lo
haya creado un legislador humano o tenga su origen en cualquiera de las fuentes forma-
les, sino por la bondad o justicia intrínsecas de su contenido”. Ibidem, p. 506.
300 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
el séptimo espacio se encuentran las normas que sólo gozan del atributo
de eficacia.
Como resultado de las posibles combinaciones o interconexiones de
estos siete planos, tendríamos distintas formas de concebir la realidad ju-
rídica; por ejemplo: un positivista que sólo se interese por la validez for-
mal del derecho reconocerá como normas jurídicas las combinaciones re-
sultantes en los planos 1, 2, 4 y 5; en cambio, para un iusnaturalista que
sólo reconozca un criterio material o axiológico para juzgar la validez
del derecho, sólo serán normas jurídicas las que se contemplan en los es-
pacios 2, 3, 5 y 6; mientras que para aquel que sólo toma como criterio
de validez la eficacia del orden jurídico, tan sólo serán válidas las nor-
mas correspondientes a los planos 4, 5, 6 y 7. Por su parte, opina que, en
estricto sentido, sólo se pueden reconocer como derecho correcto las
normas que se situaran en el plano número 5, es decir, aquellas que go-
zan de validez formal, de validez intrínseca y eficacia. Tan sólo en este
supuesto, explica, se pueden entender los distintos criterios de validez
como las tres dimensiones desde las que se puede estudiar el fenómeno
jurídico, es decir, como facetas distintas de una sola realidad, la del dere-
cho. De manera que “el filósofo juzgaría tal realidad a la luz de la idea
de justicia; el sociólogo analizaría el derecho respecto de su eficacia en
la convivencia humana, y el jurista dogmático lo interpretaría como un
conjunto de reglas bilaterales que gozan de una validez formal”.88
La forma concreta en que este ideal jurídico se va plasmando en la
realidad sería la de un desarrollo dialéctico de la idea del derecho,89 pues
sostiene que la aspiración a realizar los valores en el derecho ha sido una
constante histórica que ha inspirado tanto a aquellos que intentan conser-
var un orden justificándolo mediante los valores que realiza como a los
que, inconformes, han combatido un orden vigente, por estimarlo contra-
rio a los valores que ellos mismos propugnan.90 De manera que la lucha
por la justicia o la idea del derecho entra en un desarrollo dialéctico en el
que la tesis consiste en la preservación de un orden que se estima justo,
88 “Validez formal y validez material en sentido jurídico-positivo, y validez objetiva
o intrínseca en sentido axiológico”, cit., nota 66, p. 95.
89 Filosofía del derecho, cit., nota 64, pp. 516-518; véase también “Validez formal y
validez material en sentido jurídico-positivo, y validez objetiva o intrínseca en sentido
axiológico”, cit., nota 66, pp. 96 y 97.
90 García Máynez justifica esta paradoja afirmando que todo orden jurídico, ya sea
justificado desde un criterio formal o un criterio material de validez, tiende a exigir, de
forma natural, una validez absoluta.
302 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
91 Teoría tridimensional del derecho. Una visión integral del derecho, trad. de Ánge-
les Mateos, Madrid, Tecnos, 1997, pp. 69-70. En este sentido, señala que los tres princi-
pales problemas que trata la teoría tridimensional del derecho son: determinar el punto de
unión de los tres elementos; explicar cómo se correlacionan entre sí, y, por último, deli-
mitar el objeto de investigación de las diversas disciplinas que se ocupan del fenómeno
jurídico.
FILOSOFÍA DEL DERECHO CULTIVADA EN ESPAÑA E IBEROAMÉRICA 303
103 Filosofia do direito, São Paulo, Saravia, 1953; hay traducción al español de la pri-
mera parte de esta obra a cargo de Miguel Ángel Herreros y Jaime Brufau, Madrid, Pirá-
mide, 1979; también hay traducción al italiano de la obra completa a cargo de Luigi Ba-
golini y Giovanni Ricci, Torino, Giappichelli, 1956.
104 Filosofía del derecho, cit., nota 103, p. 160.
105 Reale parece no reconocer el esfuerzo que hicieron Scheler y Hartmann por vincu-
lar los valores a la esfera del ser, así como la importante atención que prestaron al pro-
blema de la realización de los valores. Pero además afirma que identificaron los valores
con los objetos ideales como las matemáticas o la lógica, cuando en realidad fue tan sólo
un ejemplo para poder explicar algunas de las cualidades de los valores; es más, Hart-
mann distingue los valores de los objetos ideales por las mismas características con las
que lo hace el propio Reale (véase supra, p. 131).
306 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
rísticas a los valores, Reale quiere subrayar la estrecha relación que intu-
ye entre valor y realidad.106
Por otra parte, emplea estos mismos supuestos para abordar el proble-
ma de la relación entre ser y deber ser y redefinir el concepto de cultura
dado por la Escuela de Baden. Aunque considera que el punto de partida
de toda concepción tridimensional del derecho debe ser fijado en la apli-
cación que E. Lask y G. Radbruch hicieron al derecho de la filosofía de
los valores desarrollada por W. Windelband y H. Rickert,107 en tanto lo
comprendieron como una realidad cultural, afirma que la determinación
que éstos hicieron de la cultura, como un conjunto de bienes referidos a
valores que establecen un puente o vínculo de conexión entre el ser y el
deber ser, no logra expresar con toda claridad la relación que existe entre
ambas esferas, pues estima que la cultura, más que una esfera intermedia,
constituye la síntesis de la relación bipolar que existe entre el valor y la
realidad, entre el ser y el deber ser.108
La comprensión del valor como categoría autónoma e irreductible, pe-
ro esencialmente referida a la realidad, así como la determinación de la
relación de polaridad existente entre ser y deber ser, de cuya síntesis sur-
ge el mundo de la cultura, posibilitaron el desarrollo de su personalismo
axiológico, como marco filosófico de la teoría tridimensional concreta y
dinámica, que Reale propone.109 Partiendo del dato evidente de que el
hombre es el único ser capaz de transformar el mundo de la naturaleza,
lo que supone la afirmación de la libertad humana, deduce que el hombre
es el valor-fuente de todos los valores, en el sentido que, al proyectar su
acción sobre la naturaleza, le confiere una nueva dimensión, en la cual se
inscriben los valores,110 con lo cual enlaza los valores con el proceso his-
tórico, a la vez que afirma que la inserción de los valores en la historia
evita comprenderla como un devenir sin sentido.111 Pero, sobre todo, con
106 Para un estudio completo de la teoría de los valores de Miguel Reale y de su justa
relación con la teoría tridimensional del derecho, véase Mateos García, M. Ángeles, La
teoría de los valores de Miguel Reale, tesis inédita leída en la Facultad de derecho de la
Universidad Complutense de Madrid el 10 de junio de 1996.
107 Teoría tridimensional del derecho, cit., nota 91, pp. 79-81.
108 Filosofía del derecho, cit., nota 103, p. 161.
109 “Posición del tridimensionalismo jurídico concreto”, Diánoia, México, FCE, núm.
13, 1967, pp. 326-349.
110 Ibidem, p. 174.
111 En este sentido, afirma textualmente que “entre valor y realidad no hay un abismo,
porque entre ambos existe un nexo de polaridad y de implicación, de tal modo que la his-
FILOSOFÍA DEL DERECHO CULTIVADA EN ESPAÑA E IBEROAMÉRICA 307
toria no tendría sentido sin el valor. Algo dado que no le fuera atribuido ningún valor
equivaldría a algo inexistente; un valor que jamás se convirtiera en momento de la reali-
dad sería algo abstracto y quimérico”. Cfr. Filosofía del derecho, cit., nota 103, p. 175.
112 Reale llega a definir a los valores como “una intencionalidad históricamente obje-
tivada en el proceso de la cultura, implicando siempre el sentido vectorial de una acción
posible”. Cfr. Teoría tridimensional del derecho, cit., nota 91, p. 101.
113 Considero que a veces Reale incurre en algunas contradicciones, como es su con-
cepto de valor, pues si por una parte reconoce una autonomía e independencia a los valo-
res como categorías fundamentales, por otra parte, y en su afán de vincularlos a la histo-
ria, los liga a la situación concreta del hombre; de esta síntesis surge el concepto, no
menos confuso, de objetividad ontológica relativa de los valores. Cfr. Filosofía del dere-
cho, cit., nota 103, p. 177.
114 Ibidem, p. 186.
308 LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
311
312 CONCLUSIONES
Por ello, más que una teoría del valor, la filosofía clásica y medieval hi-
cieron una metafísica del ser. En cambio, al partir de la distinción del ser
y el valer la filosofía de los valores afirmó implícitamente que la realidad
existente está orientada al valor, y sólo en esa orientación cobra pleno
sentido. Este paso trascendente sólo fue posible dentro del marco de la
filosofía moderna, con toda la radicalidad de sus principios y postulados,
tales como el antropocentrismo, la duda cartesiana o el empirismo gno-
seológico. Como ejemplo de este giro hice una referencia a la filosofía
moral de D. Hume y J. Bentham, los cuales, al establecer el criterio de
utilidad basado en el placer y el dolor como principio de moralidad, im-
plícitamente propusieron que el sujeto es el que asigna o atribuye valor a
los objetos, y no, como sostenía la filosofía clásica y medieval, que el su-
jeto es el que tiene que descubrir el valor ya dado en los objetos.
3. Si Lotze fue quien sentó las bases para una reflexión filosófica en
torno a los valores, Nietzsche fue quien realmente proporcionó el impul-
so necesario para situarlos en el centro de la preocupación filosófica.
Este impulso coincidió, y de alguna manera se vio fortalecido, como he
tratado de demostrar en el capítulo segundo, por las agudas crisis socia-
les y políticas del comienzo del siglo XX, y después con la denominada
“crisis de la modernidad”, que impulsó la búsqueda de nuevos valores o
ideales, que sirvieran de referentes para la construcción de las nuevas so-
ciedades. Éste fue el ambiente que propició la consolidación de las dos
direcciones principales de la filosofía de los valores: la procedente del
neokantismo cultural y la derivada de la fenomenología.
En el neokantismo cultural de Windelband y Rickert he destacado
dos ideas fundamentales, que, además, tuvieron un profundo impacto en
el neokantismo filosófico-jurídico. La primera es el dualismo metódico,
al que llegan por mor de la distinción de ciencias de la naturaleza y cien-
cias de la cultura, que les permitió diferenciar dos dimensiones de la
realidad: una que es neutral a los valores y que es propia de las ciencias
naturales, y otra que se encuentra esencialmente referida a valores y que
constituye el mundo de la cultura. En estrecha conexión con el dualismo
metódico, la segunda idea fundamental que aportó el neokantismo cultural
es la identificación de los valores con el elemento esencial y definitorio de
la cultura, con la consecuencia de que todos los bienes culturales, es decir,
las obras humanas, sólo tienen sentido en su referencia a valores.
4. En cuanto a la corriente fenomenológica, he tratado de demostrar
que tanto Max Scheler como Nicolai Hartmann fueron deudores de los
314 CONCLUSIONES
II
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