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imperfección
El fotógrafo, fallecido en 2019, protagoniza una
retrospectiva en A Coruña que recoge sus mejores
imágenes de moda. La iniciativa es fruto del empeño
personal de Marta Ortega. “Puso por delante a una
mujer fuerte, con el control de su vida”, asegura la
heredera de Inditex, que rompe con su legendaria
discreción para hablar de la amistad que la unió a
Lindbergh.
ÁLEX VICENTE
19 NOV 2021 - 05:40 CET
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Fue uno de los grandes fotógrafos de moda de su tiempo, aunque la moda le trajera
sin cuidado. En cualquier caso, la ropa siempre contaba menos que la persona que
tenía delante. Peter Lindbergh prefería fijarse en lo que cada una de sus modelos
ocultaba bajo la fachada. Murió en septiembre de 2019, a los 74 años. Antes tuvo
tiempo de cambiar la fotografía de moda para siempre (y, seguramente, también la
moda a secas). Opuesto a la dictadura del retoque, Lindbergh tildaba de
escandaloso el canon de belleza imperante. Su blanco y negro rugoso, con textura
casi documental e indiscutible inspiración expresionista, aportó un ápice de
subversión a un mundo gobernado por el lujo ostentoso y la sonrisa histérica. Los
cuerpos que fotografió no dejaban de ser normativos, pero Lindbergh los exhibió
sin maquillaje ni artificio, envueltos en una simple camisa blanca. En una época
que busca modelos de belleza más sanos e inclusivos, su legado brilla más que
nunca. Esa fue su particular disidencia.
“Pues aquí estoy yo, en Deauville. 17 años. Desnuda. Una ristra de brazaletes en
cada brazo. Hace un frío que pela. No para de llover. Pero estoy disfrutando de
cada minuto. Porque es Peter y sé que estoy a salvo”, recuerda Naomi Campbell en
el libro Raw Beauty, que se publica coincidiendo con la exposición y que recoge los
testimonios de Kate Moss —”era un oso enorme, sonriente y adorable”, sostiene—,
de su amigo y compañero Paolo Roversi, de su galerista Larry Gagosian o de alguna
de las muchas estrellas a las que retrató, como Penélope Cruz. “Peter sabía de
verdad cómo fotografiar a una mujer. Conseguía capturar siempre el carácter de la
persona que tenía enfrente de la cámara. No hay nada impostado, y eso era lo que
buscaba en sus fotos”, apunta la actriz en el libro. Rosalía, una de las últimas que
posaron para él, recuerda que le hizo quitarse la manicura. “Yo tenía mis dudas.
Hasta que vi las fotos. Ahí lo comprendí. Tienen un aura eterna, mítica, y al mismo
tiempo desprenden una frescura tremenda”, afirma en el libro. “El poeta de lo
imperfecto”, la secunda el artista Michael Benson, en la que tal vez sea la definición
más acertada.
Olya Ivanisevic y Romina Lanaro, en una imagen tomada por Lindbergh en Los
Ángeles en 2006.PETER LINDBERGH (FUNDACIÓN PETER LINDBERG
PARÍS)
En realidad, Lindbergh venía de otro lugar. Sus modelos eran Brassaï, August
Sander, André Kertész, Diane Arbus o el matrimonio Becher, que se pasó media
vida fotografiando edificios industriales con el rigor de un entomólogo. Le gustaba
la naturaleza agreste y rocosa. Las películas de Fritz Lang. Hacer fotos en playas
barridas por el viento del norte y los desiertos sin oasis a la vista, las vías de tren
oxidadas y las fábricas en desuso. Su imaginario era el de la Alemania de la
posguerra, habiendo nacido en la Polonia anexionada en 1944, antes de marcharse
a vivir a Duisburgo, la capital alemana de la siderurgia, cuando era todavía un
bebé. “La imagen que le parecía más bella en el mundo era un árbol desnudo”,
recuerda el diseñador y fotógrafo argentino Juan Gatti, uno de sus amigos más
íntimos. Se conocieron en 1986, cuando él era director de arte de Loewe y contrató
a Lindbergh para una campaña, cuatro años antes de su salto al estrellato de la
mano de Anna Wintour, que le ofreció su primera portada en
el Vogue estadounidense, verdadero punto de inflexión hacia el minimalismo que
se impondría en los primeros noventa. “Nos entendimos de inmediato. Hasta que el
pobre se murió, lo hicimos todo juntos: ocho libros, tres exposiciones, dos
calendarios Pirelli, vacaciones y unos cuantos divorcios. Siento un gran vacío,
porque fue mi relación más larga e íntima”, relata Gatti, que se autodefine, con
sarcasmo, como “la viuda de Lindbergh”.