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INTEGRIDAD

Por Carlos Alberto Montaño Vásquez

Intentemos mejorar constantemente; ésa debe ser la premisa con la cual hemos
de vivir. Las actividades que nos ocupan hoy resultan monótonas y eso no es malo
de ninguna manera, básicamente porque así lo decidimos; tan pronto como
queramos cambiar o modificar los resultados o las formas en que lo hacemos: ¡ lo
realizamos y ya ! Verdad que suena sencillo ¿ no ?
Aquí seguramente se pensará en que es un comentario simplista; pero
permítaseme demostrar lo contrario. Dale Carneige, Paulo Coelho, Camilo Cruz o
Jorge Duque, entre muchos otros, han aclarado que la actitud define los
resultados; incluso Einstein dijo que es locura “esperar resultados diferentes
haciendo lo mismo”. Y entonces nos preguntamos por qué la situación de l@s
niñ@s no es halagüeña hoy. Nuestr@s estudiantes pertenecen a la denominada
clase marginal y el Estado nos exige que los cambiemos de la clase emergente a
la clase productiva.
La intención es retomar la integridad, nuestra constitución predica que la
integridad física, mental y moral, la protección al niño y adolescente son derechos
fundamentales y hace a los padres y educadores responsables de ello. El Estado
se hace, muy inteligentemente, garante desde lejos. Las autoridades están para
cosas más complejas, para atender lo urgente siempre antes que lo importante;
además deben responder a intereses mayores, como el mandato de los
proveedores de riqueza, en lugar de la equidad en atención básica para los
ciudadanos. La inoperancia de las leyes es absoluta, todo se quiere resolver
cambiando o añadiendo normas. Hay normas para todo, pero no hay justicia. Los
entes y los mecanismos defensores resultan impotentes, insuficientes e
inadecuados; a la mayoría sólo le resta la resignación, la desolación, el
conformismo, porque ya ni la protesta es aceptable. Cuando no es atacada de
manera violenta por la fuerza pública, es burlada y birlada por los representantes
del gobierno en acuerdos unilaterales y con medidas restrictivas. No es difícil
entender la razón del inconformismo, de la desesperanza, de la desilusión; y si
esto lo sufrimos y vivimos los mayores, qué le podemos estar legando a nuestros
hijos, no mucho más que eso: muros en lugar de puentes.
Psicólogos, antropólogos y psicoanalistas como Bertha Gamarra, Myriam Jimeno
o Rafael Vásquez, analizan la situación de los adolescentes y manifiestan la rabia,
la soledad y la violencia que definen esta generación. Ya bien es conocido que se
trata de una etapa de evolución muy compleja; son muchos los cambios
fisiológicos y en consecuencia los psicológicos asociados; no se pone en duda
que si de alguna manera deben armarse los padres, educadores y autoridades, es
de paciencia.

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Desde el Ministerio de Educación Nacional MEN se añaden estrategias
pedagógicas, currículos novedosos, políticas de juventud y hasta cámaras para
vigilar, prevenir y procesar los actos delincuenciales que protagonizan nuestr@s
jóvenes.
De otro lado, sociólogos, militares, concejales y senadores hacen ingentes
esfuerzos para controlar excesos mediante la promulgación de nuevas leyes que
encarcelen a los contraventores por porte y uso de armas y drogas, inclusive
proponen trabajos especializados de atención para quienes solamente presentan
problemas como víctimas de adicciones o dificultades de adaptación social.
Somos escépticos al respecto, porque además de la inoperancia descrita,
conocemos de la corrupción que genera la riqueza y el poder en estrados
judiciales y cárceles. No desconocemos las limitaciones, en dotación por ejemplo,
de las autoridades, pero concordamos en que son más las excusas que los
adecuados resultados.
Pero no vamos a mantenernos hablando mal de los demás, el objetivo no es
criticar o referirnos de lejos sobre la vulneración del derecho a la integridad que a
diario viven nuestr@s jóvenes. Si somos más positivos y evitamos mantener la
vista en el punto negro y recordamos que éste está en un enorme tablero blanco,
también hallamos trabajos magníficos, historias verdaderas de atención adecuada
a niñ@s. Mediante programas deportivos, recreativos, artísticos, culturales, de
organización comunitaria y prevención de conflictos; en diferentes tipos de
ambientes: en colegios privados y distritales, en instituciones urbanas y rurales y
además son realizadas tanto por programas de amplia cobertura del MEN o
secretarías de educación, como por organizaciones particulares y fundaciones de
apoyo comunitario.
La institución en la cual laboro, distrital, grande, compleja; también se ha servido
de algunas iniciativas, hemos contado con la fortuna de organizar sesiones de
arte, de pedagogía del cuidado, de interiorización de los derechos humanos y de
estrategias para la solución pacífica de conflictos. Vaya si somos afortunados. Y,
entonces, ¿ por qué aún tanta dificultad y tanta queja ?
Y aquí hallamos otras piedras en el camino de la mejora, otros palos en la rueda
que mueve la convivencia pacífica: una tiene qué ver con las políticas públicas en
educación y otra con la escasa e inconexa participación de los educadores.
Vienen ahora las recriminaciones, ¿ otra vez nos van a culpar a los maestros ?
No, no se trata de culpar, la intención es otra, queremos precisar algunas
situaciones que no facilitan el cumplimiento del mandato constitucional y la
exigencia social. Por un lado es preciso repetir que el modelo de planeación,
contratación, ejecución y control de las secretarías de educación no es el mejor
para “vivir el colegio a lo bien”. Las razones pasan por la veleidad de los
gobernantes, la rapiña por los presupuestos y el desinterés del impacto. Se hace,

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se cumple, pero en general de manera inconexa, atiborrada y errada. No hay
continuidad, ni presupuestos, ni interés en general. Esto del lado directivo.
Y del lado de la ejecución encontramos el doble cansancio de quienes terminan
respondiendo por las acciones de l@s jóvenes: los docentes están cansados de la
soledad que pregonan l@s estudiantes. Con las acciones estatales mencionadas
anteriormente, resulta muy difícil hallar suficientes educadores interesados en
atender estas ofertas.
Para completar el desolador panorama, hallamos a acudientes que están muy
lejos de contar con herramientas y argumentos suficientes para evitar la
catástrofe, bien por su niveles educativos, ya por su estrato socioeconómico, quizá
por su fragilidad mental; pero en todo caso por su afán se supervivencia,
generalmente fundamentado en el rebusque.
Bueno, ¿ acaso queda algo bueno por hacer ? Claro que sí. La propuesta es,
quizá no muy novedosa, pero a la luz de lo compartido; TODOS: entidades y
funcionarios públicos y privados, acudientes y docentes, debemos retomar aquello
de “una imagen vale más que mil palabras” y mediante el buen ejemplo, defender
y propender por la integridad propia y de quienes nos rodean; especialmente de
aquellos que están a nuestro cuidado. Porque si mantenemos la ruta del
abandono, desinterés o trabajo a medias, no faltará quién nos tilde de cómplices
por omisión o descuido, tal como seguramente recordamos por procesos a
rectores y docentes que conocieron de situaciones difíciles en su ejercicio y están
ahora más molestos que si en su oportunidad hubieran servido como ejemplo de
seres íntegros, respetuosos de los derechos de niñ@s y jóvenes.
Las opciones son muchas, existen alternativas suficientes para cada gusto y
personalidad, lo más importante en ello, no es UNA política o UN programa
atendido de forma exclusiva. La exclusividad debe ser hacia la formación de
ciudadanos valiosos para nuestra sociedad y vaya que no lo creo posible sin
comenzar con la integridad física, mental y moral.

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