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Por otro lado, la naturaleza del ser humano esquiva el dolor y por lo general, estamos más
predispuestos a lo alegre, a lo que nos distrae y divierte. En la vida hay que equilibrar lo feliz y
lo triste, todo esto es normal y necesario. Sin embargo, en este momento, en medio de la
pandemia del coronavirus, estamos en riesgo de que ese equilibrio se incline demasiado en la
otra dirección, en la dirección al miedo y a perder la esperanza.
Bajo esta perspectiva, resulta fundamental mirar este tiempo con los ojos de nuestra fe,
confiar en que sin importar las circunstancias actuales, la felicidad se presentará en los días
venideros. En esto radica nuestra esperanza, y la invitación a transformar nuestra realidad
paso a paso, aquí y ahora.
En ese sentido, toda mirada sobre esta situación, habitando en las entrañas de la pandemia,
debe ser en clave de ESPERANZA como el elemento imprescindible; con la certeza de sabernos
llamados a ser partícipes del cambio dando una respuesta firme y consistente para la
conversión, con la fe que profesamos, según nuestra realidad y posibilidades particulares.
A través del apocalipsis, Dios Padre, misericordioso, nos asegura que el mal y la muerte
injustificada no tendrán, jamás, la última palabra, por más que parezca que hayan llegado a la
cúspide. Nos promete que está con nosotros hasta el final de los tiempos, y ese final será uno
de luz y de esperanza, por tanto, por ningún modo esto puede ser un final.
Entonces, vamos a superar esto con esperanza, y a estar agradecidos por ¡la vida!