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Sala Tercera de la Corte

Resolución Nº 00389 - 2006

Fecha de la Resolución: 05 de Mayo del 2006


Expediente: 99-027542-0042-PE
Redactado por: Magda Pereira Villalobos
Clase de Asunto: Recurso de casación
Analizado por: CENTRO DE INFORMACIÓN JURISPRUDENCIAL
Sentencia con Voto Salvado
Sentencia con nota separada

Sentencias Relacionadas Sentencias en igual sentido

Sentencia con datos protegidos, de conformidad con la normativa vigente

Contenido de Interés:
Temas (descriptores): Cohecho propio, Cohecho impropio
Subtemas (restrictores): Diferencia con el impropio, Diferencia con el propio, Omisión en la acusación de detalle específico de
obviar trámites legales para conceder beneficio
Tipo de contenido: Voto de mayoría
Rama del derecho: Derecho Penal

“II- En cuanto al imputado HN: Errónea aplicación de la ley sustantiva: El licenciado Róger Mata Brenes, Fiscal de la Unidad
de Narcotráfico del Ministerio Público impugna el fallo en cuanto a la calificación legal de los hechos dada en relación con la
conducta de HN. Estima el recurrente que el Tribunal se equivocó al calificar los hechos como cohecho propio, pues lo cierto es que
debió aplicar la figura de corrupción de jueces en su modalidad de penalidad del corruptor. Señala que “ los hechos que tuvo por
probados el Tribunal, permiten acreditar lo siguiente: Ÿ La acción desplegada por HN se orientó a que un Juez de la República
resolviera la libertad condicional de los imputados AP y FL (sic), contra legem, sin contar con los estudios de Adaptación Social. Ÿ
A cambio de lograr que un juez ejecutase un acto contrario a sus funciones, HN ofreció al Juez Brenes Flores, la suma de tres
millones quinientos mil colones. Ÿ A cambio de lograr que un juez ejecutase un acto contrario a sus funciones, HN entregó al juez
Brenes Flores la suma de trescientos mil colones. Si el Tribunal condenó a HN por la figura establecida en los artículos 341 y 345
del Código Penal, es evidente que el tipo penal aplicable a la acción desplegada debió ser el artículo 344, puesto que la acción
estaba dirigida contra un juez y en razón de esa circunstancia, por especialidad y precisión debió encuadrarse la conducta en
dentro (sic) de la descripción del artículo 344, puesto que el sujeto de la acción (funcionario público) a quien se solicitó una función
contraria a su deber era un Juez de la República. En términos concretos, el delito contemplado en el artículo 344 es una especie de
cohecho propio, que se distingue del tipo contemplado en el artículo 341, por la condición o investidura del sujeto pasivo de la
acción, que debe ser un juez o un árbitro, por lo que en consecuencia la conducta de HN debió calificarse como ‘corrupción de
jueces en su modalidad de penalidad del corruptor’. El error principal de los jueces radica en la falta de aplicación de la figura
contemplada en el artículo 344 del Código Penal, que fue precisamente la calificación jurídica que el Ministerio Público sostuvo en
sus conclusiones, pues como consecuencia del contradictorio emergió indudablemente que esa era la norma que incorporaba y
describía plenamente la acción criminal de HN […]”. Señala que el interés que lo motiva a impugnar estriba en la mayor escala de
penalidad que corresponde a la figura cuya aplicación pretende “por lo que un mejor encuadramiento hubiese permitido aplicar una
sanción de mayor rango y proporcional a la conducta desplegada por el imputado”.
III - Por las razones que se dirán el reclamo no es procedente. Los hechos que se atribuyen a HN son precisamente aquéllos
cuyo descubrimiento dio inicio a este proceso así como a la investigación contra algunos jueces integrantes del Tribunal de Juicio
de la Zona Sur, sede de Pérez Zeledón por su intervención al reducir la pena de AP y FL. La denuncia interpuesta en su
oportunidad por Brenes Flores, para la época de los hechos Juez de Ejecución de la Pena de Alajuela, puso en movimiento la
intervención del aparato judicial. Brenes Flores conocía en ese momento de los incidentes de libertad condicional gestionados a
favor de AP y FL, cuya tramitación se había dispuesto en forma conjunta, ambos reos sentenciados por el delito de tráfico de
drogas y cuya pena había sido rebajada de 18 a 6 años de prisión por el Tribunal de Juicio antes mencionado. Con motivo de este
trámite, el acusado quien se hacía llamar SL, luego de incesantes visitas al Despacho en los que conversaba con el entonces juez
Brenes Flores, junto a la presentación de escritos en los que se solicitaba insistentemente que se resolviera en forma rápida las
incidencias, llegó a materializar el ofrecimiento de tres millones de colones al juzgador a fin de que concediera la libertad a los
sentenciados, en especial, en lo relativo a AP. Este es el marco fáctico que acusó el Ministerio Público. En el contradictorio se
acreditó además que la petición del imputado se dirigía, si bien a que resolviera favorablemente el incidente, lo hiciera obviando los
estudios e informes del Instituto Nacional de Criminología, tal y como consta en los numerosos escritos presentados en el
expediente ante el Juzgado Penal (cfr. testimonio de piezas, en tomo I). Esta circunstancia que liga el ofrecimiento de dinero para
obtener una resolución favorable, con que se hiciera sin el cumplimiento de los requisitos legales, no está contemplada en la
acusación aunque sí fue acreditada por los juzgadores. Precisamente por ello es que tanto la defensora pública de HN como éste,
en sus impugnaciones, reclaman como primer motivo de índole procesal, la falta de correlación entre acusación y fallo. El énfasis de
la acusación está centrado en el ofrecimiento de dinero para obtener el fallo favorable, es decir, para obtener la libertad condicional
de los sentenciados AP y FL. Brenes Flores denunció ante el Ministerio Público esta situación y ello permitió que se realizara un
operativo judicial en el que se ordenó la filmación de una de las reuniones del acusado con el juez en su oficina, en la que concretó
el ofrecimiento y posteriormente, la entrega de un adelanto así pactado, de trescientos mil colones, luego de lo cual fue detenido el
27 de octubre de 1999. Así, desde esta data el Ministerio Público manejó el conocimiento de los hechos y la denuncia de Brenes
Flores, que se unía al contenido del expediente en que se tramitaban las incidencias y del cual es posible aprehender que las
gestiones –y el posterior ofrecimiento del dinero- se dirigían a acelerar el trámite del incidente, obviando los estudios del Instituto
Nacional de Criminología, es decir, omitiendo uno de los requisitos legales exigidos por el numeral 64 del Código Penal y que
resolviera favorablemente. Estos hechos han sido los mismos desde entonces. Sin embargo, inexplicablemente al formular la
acusación el Ministerio Público no incluyó esa circunstancia y se limitó a describir que HN ofreció dinero al juez de ejecución de la
Pena de Alajuela para que resolviera favorablemente la gestión de libertad condicional, hechos que calificó como constitutivos del
delito de cohecho impropio (cfr. acusación, folios 1691 y ss. del tomo IV). Es al dictarse el auto de apertura a juicio, concretamente
en la adición al mismo, que la jueza penal recalificó de oficio estos hechos como constitutivos presumiblemente del delito de
cohecho propio, todo ello motivado en el incidente que planteó la defensa en la audiencia preliminar reclamando la prescripción de
la acción penal, pues según la calificación jurídica de la pieza acusatoria, al momento de celebrarse la audiencia preliminar, la
acción penal estaba prescrita (cfr. auto de apertura a juicio de folios 1996 y ss. y su adición visible a folio 2069 y ss., ambos del
Tomo V). Así a pesar de admitir los hechos de la acusación, la jueza señaló que calificaba los hechos de HN como cohecho propio
porque: “ En cuanto a esta última calificación es necesario hacer mención a que el representante del Ministerio Público califica los
hechos como cohecho impropio, sin embargo de la simple lectura de la acusación, se trata del delito de cohecho propio,
entendiéndose como un error material. Debe tenerse en cuenta que el Misterio Público acusa únicamente hechos, sugiriendo la
calificación legal, y es el Tribunal de Juicio el competente para establecer la tipicidad de la conducta desplegada por los imputados
y esa calificación jurídica de los hechos queda debidamente demostrada una vez terminada la fase del contradictorio” (cfr. auto de
apertura a juicio antes citado). No obstante que la jueza oficiosamente recalificó los hechos, porque en la audiencia preliminar el
fiscal no hizo absolutamente ninguna enmienda o corrección en ese sentido, tampoco fundamentó la juzgadora por qué estimaba
que esa relación de hechos configuraba el delito de cohecho propio y no el de cohecho impropio que calificó Ministerio Público. En
lo que sí llevó razón la juzgadora fue en señalar que lo que se imputan son hechos, un determinado marco fáctico. Y es
precisamente en la definición de esos hechos que el Ministerio Público erró gravemente desde el principio, pues no sólo en la
denuncia del juez Brenes Flores se daba cuenta de la insistencia del imputado en obviar los requisitos legales y conceder la libertad
–esto es, pretender un acto contrario a los deberes del juez- sino que en el propio expediente en el Juzgado de Ejecución de la
Pena de Alajuela que interesan, existían varios escritos que pedían expresamente esa decisión de obviar los informes del Instituto
Nacional de Criminología, de manera que no es posible comprender por qué razón el Ministerio Público no estructuró la acusación
con el material fáctico correcto. La anterior reseña se hace para evidenciar que el contradictorio sirvió para hacer patente lo que
siempre estuvo a la vista y que el Ministerio Público inexplicablemente nunca materializó en la acusación: la petición de HN estaba
dirigida a que el juez Brenes Flores obviara los estudios e informes que la ley exige que debe pedirle al Instituto Nacional de
Criminología cuando conoce de una solicitud de libertad condicional, como era el caso, pues lo que querían era acelerar a toda
costa el proceso y obtener un pronunciamiento favorable. Esta hipótesis fáctica se conoció desde el inicio. Veamos los hechos tal
cual los imputó el fiscal y en lo que interesa al caso de HN: “[…] 25).- Sobre la base de la resolución delictiva que dictaron los jueces
Pérez González, Larios Ugalde y Madrigal Soto, el 18 de agosto de 1999 los abogados CF y CL, presentaron ante el Juzgado de
Ejecución de la Pena de Alajuela, dos incidentes separados de libertad condicional, uno a favor de AP y, el otro, a favor de FL,
puesto que de acuerdo con la delictiva reducción de pena dictada, ambos sentenciados habían adquirido la posibilidad temporal de
solicitar su libertad. 26).- sin establecerse fecha exacta pero a mediados de agosto de 1999 el abogado CF y un sujeto que se
identificó como SL (posteriormente identificado como HN) se presentaron al Juzgado de Ejecución de Pena de Alajuela y
conversaron con Brenes Flores - juez a quien correspondió conocer el incidente incoado a favor de AP- y ambos le indicaron que si
ayudaba a obtener la libertad de sus clientes, estarían dispuestos a agradecerlo ampliamente, indicando acto seguido HN, “... usted
no se imagina cómo estamos dispuestos a agradecerle la ayuda que nos brinde...”. 27).- sin precisarse fechas exactas, pero
durante los meses de agosto y setiembre de 1999, CF y HN se presentaron en reiteradas ocasiones al Juzgado de Ejecución de la
Pena de Alajuela, y conversaron con el juez Brenes Flores, con el ánimo de gestionar informalmente la libertad condicional de AP.
28).- Enterado HN de que el juez Brenes Flores construía una vivienda en el cantón de […], el lunes 11 de octubre se presentó al
Juzgado de Ejecución de la Pena de Alajuela, le indicó al juez que había ido la casa en construcción, le preguntó que tipo de piso
iba a colocar en ella, le propuso regalarle piso cerámico para que lo instalara en su casa, y luego le ofreció colaboración
pecuniaria, para que concluyera totalmente la construcción; ofrecimientos que obedecían al interés de que se otorgase la libertad a
AP y FL, y que tenían como sustrato la ilegítima resolución que había dictado el Tribunal Superior Penal de la Zona Sur, en cuya
virtud tanto AP como FL, calificaban como candidatos para acogerse al régimen de ejecución condicional de la pena, toda vez que
su pena había sido reducida ilícitamente de 18 años de prisión, a 6 años de prisión. 29).- El 15 de octubre de 1999, HN llegó
nuevamente a la oficina de Brenes Flores, y le indicó que para el martes 19 de octubre, se realizarían las valoraciones carcelarias
que correspondían al centro penal “La Reforma” (donde estaban recluidos AP y FL), que él se había tomado la atribución de llevar
un maestro de obras, a la construcción de su casa para valorar el costo de terminar la obra, y que el cálculo oscilaba entre tres
millones y tres millones quinientos mil colones, monto que él estaría dispuesto a entregarle, a cambio de que le otorgara la libertad
a AP. En razón de lo anterior el 25 de octubre de 1999, el juez Brenes Flores denunció formalmente ante el ministerio fiscal, el
soborno que HN le ofrecía a cambio de que otorgase la libertad condicional a AP. 30).- El 27 de octubre de 1999, HN se presentó
al despacho de Ejecución de la Pena de Alajuela, y una vez dentro de la oficina del juez Brenes Flores le reiteró que a cambio de
que otorgase el beneficio de ejecución condicional de pena a AP, estaría dispuesto a favorecerlo económicamente. En esta misma
ocasión HN indicó que estaba dispuesto a darle como adelanto una dádiva en efectivo, y el resto del dinero cuando dictara la
resolución que pretendía, advirtiendo que el adelanto de dinero no se lo entregaría en la oficina del juzgado, sino en el restaurante
“MacDonalds” de Alajuela. 31).- Previo aviso a las autoridades judiciales, el 27 de octubre de 1999 Brenes Flores se reunió con HN
en el restaurante aludido, salieron del sitio (bajo vigilancia de la policía judicial) en el vehículo que conducía el imputado, marca
honda placa […]; tomaron rumbo hacia los Tribunales de Justicia de Alajuela, y se detuvieron frente al hospital de Alajuela, donde el
imputado HN entregó al juez Brenes Flores, un sobre blanco que contenía trescientos mil colones en efectivo, que constituía el
adelanto inicial del soborno que había ofrecido HN al juez Brenes Flores, para obtener la ejecución condicional de pena a favor de
AP, momento en el cual HN fue detenido por autoridades judiciales, quienes además decomisaron el dinero con el que HN
pretendía sobornar al juez […]”. Al fundamentar la acusación en cuanto a estos hechos, el fiscal adujo: “De acuerdo con el marco
fáctico que hemos planteado en este mismo libelo, la conducta atribuida a HN consiste, en lo esencial, en la ejecución de actos
dirigidos a retribuir pecuniariamente a un funcionario judicial, para que diera trámite expedito y aprobara la solicitud de libertad
condicional a favor de AP. Esta actividad la ejecutó HN durante los meses de agosto a octubre de 1999, y se dirigió
fundamentalmente contra el juez que conocía del asunto, en este caso Brenes Flores. El elemento definitorio de la conducta
delictiva de HN alcanzó su punto álgido el 27 de octubre del mismo año, cuando autoridades de policía lo aprehendieron cuando
entregó trescientos mil colones a BF para facilitar y aceptar la gestión que habíase planteado a favor de AP. Cabe señalar que las
acciones que se atribuyen a HN son el corolario de la delictiva determinación del Tribunal de Juicio de Pérez Zeledón, toda vez que
sobre la base de una resolución que ilegalmente modificó una sentencia firme, inició toda una trama de acontecimientos dirigidos a
que se aprobase la gestión de libertad que se había incoado a favor de AP. En el aspecto objetivo la acción típica que se atribuye a
HN, es la de dar, ofrecer o prometer una dádiva al funcionario público, que tramitaba el expediente que contenía la gestión
planteada a favor de AP- Da el que entrega y ofrece el que promete, la entrega o la promesa se pueden concretar directamente, es
decir, explícitamente, o indirectamente, implícitamente, y pueden ser realizados personalmente por el autor mismo o por intermedio
de un tercero que adopte el carácter de personero. La dación u oferta guiadas subjetivamente por los designios previstos en la ley,
bastan para coronar la delictuosidad, sin que se precise la concertación del acuerdo. En última instancia, lo que el autor
persigue es, precisamente, que el funcionario realice un acto funcional o haga valer su influencia ante otro, pero
aceptando el acuerdo que se propone. El delito se consuma con la acción de dar la dádiva y, si se trata de una promesa
(ofrecimiento), cuando la propuesta se ha formulado al funcionario, es decir, cuando ha llegado a su conocimiento. Como no
estamos ante un delito de codelincuencia necesaria, la actitud del funcionario frente a la entrega o a la promesa es indiferente a los
fines de la tipicidad: el delito de consuma tanto si acepta como si rechaza; hasta se consuma cuando la aceptación ha sido
simulada. Es claro que el encartado HN adecuó su conducta a la previsión típica que se le imputa, toda vez que dirigió su finalidad a
lograr la libertada (sic) de AP, mediante el ofrecimiento y entrega de una dádiva al juez Brenes Flores, a cambio de que accediera a
la gestión que habíase incoado a favor del sentenciado. Esta afirmación no es gratuita, sino que deriva de prueba abundante,
clara, lícita y consistente, cuyo contenido unívocamente señala que HN es autor de la delincuencia que le atribuimos, tanto así que
fue aprehendido en flagrancia, se decomisó el dinero con que pretendía sobornar al juez, e incluso fue filmado cuando
ofreció la retribución pecuniaria al funcionario público […]” (cfr. acusación ya citada, especialmente folios 1720 a 1722, tomo
IV. Resaltado es suplido). Cuando los fiscales señalan que la conducta de HN se adecua a la figura típica que se imputa se refiere
al cohecho impropio lo hacen porque razonan que se ofreció dinero para que realizara un acto propio de sus funciones, aunque
luego, en el libelo original, sin que se sepa por qué razón, aparece tachado con lapicero azul, en el aparte de calificación legal, la
preposición “im” y quedando en consecuencia como cohecho propio, probablemente luego de la recalificación hecha por la jueza de
la etapa intermedia. La descripción fáctica, como se ha dicho, no sólo no se adecua a la prueba que daba base al caso, porque
omitió detalles específicos que señalaban que la pretensión del imputado iba dirigida a que el juzgador obviara un trámite legal
exigido, como son los informes del Instituto aludido, para acelerar la incidencia y resolver favorablemente, es decir, hiciera un acto
contrario a sus deberes en el trámite del incidente para favorecer al sentenciado, sino que además en su fundamentación se insiste
en que la dádiva se dirigía a la realización de un acto funcional, lo que claramente ubica los hechos en el marco de tipicidad del
cohecho impropio, acción penal que incluso para la fecha de la acusación -19 de junio de 2001- ya se encontrada prescrita, como
se analizará más adelante. Como bien lo razonan los juzgadores en el fallo que se cuestiona, el énfasis de la conducta corruptora
de HN estaba dirigido a que el juzgador realizara un acto contrario a sus deberes, como paso necesario para resolver
favorablemente el incidente. Sin embargo y como se vio, eso no fue lo que el Ministerio Público acusó y tales hechos así descritos
no son suficientes para estimar que es de aplicación ni la figura del cohecho propio y menos aún, la figura de corrupción de jueces,
según se analiza más adelante. El acento en los hechos probados -que rebasan lo acusado- está puesto en esta infracción a los
deberes legales del juez, inobservando requisitos que la ley prescribe al conocerse de una solicitud de libertad condicional, más
que en fallar favorablemente, porque lo que HN buscaba con el ofrecimiento era obviar tales requisitos y evitar el transcurso del
tiempo para obtener prontamente la libertad. Se distinguen en consecuencia dos aspectos: i) el ofrecimiento de dinero para
incumplir los requisitos legales exigidos en la tramitación del incidente de libertad condicional y que se otorgara ésta sin
tales requisitos, que es lo que tiene por probado el Tribunal y ii) el ofrecimiento de dinero para que se resolviera
favorablemente la gestión, que es la hipótesis de la acusación. Los numerales 64 y 65 del Código Penal establecen la obligación
del juzgador al conocer de una solicitud de libertad condicional, de solicitar al Instituto Nacional de Criminología “para su mejor
información y resolución, el diagnóstico y pronóstico criminológico del penado y un informe en que conste si el solicitante ha
cumplido o no el tratamiento básico prescrito”, esto en el artículo 64. Más claro aún es el precepto del 65 supra citado, cuando
señala que la libertad condicional sólo podrá concederse –es decir, resolverse favorablemente- cuando se cumplan
determinados requisitos que la norma señala, dentro de los cuales, en el inciso 2) se señala “ Que el Instituto Nacional de
Criminología informe sobre la buena conducta, servicios prestados, ocupación y oficios adquiridos por el condenado que le
permitan una vida regular de trabajo lícito; y acompañe un estudio de su personalidad, de su medio social, así como un dictamen
favorable sobre la conveniencia de la medida”. Es claro que el juzgador puede apartarse de la recomendación del Instituto en
ambos sentidos, sea cuando este órgano recomiende la medida o rinda un informe negativo, pues el juzgador es quien debe
ponderar todos los elementos y sobre esa base adoptar de manera fundada la decisión (así lo ha reconocido la jurisprudencia de la
Sala Constitucional, como bien lo señala el Tribunal en el fallo entre otros, en las resolución 541-91 de las 15:52 horas del 13 de
marzo de 1991). No obstante es claro que para resolver en cualquier sentido debe cumplir con todos estos requisitos. Así las
cosas, si al juzgador le está exigido por ley solicitar los estudios al ente competente antes señalado, no obstante que puede
apartarse de la recomendación para decidir, si resuelve sin allegar estos requisitos ineludibles en su tramitación, porque cedió a un
ofrecimiento de dinero para tales fines, o se ofrece una dádiva o retribución para ello, esta conducta tipifica como el delito de
corrupción de jueces en cuanto al juez y como penalidad del corruptor de dicha figura, en el caso del que ofreció la retribución
ilegal. Sin embargo, por más riqueza que el contradictorio aporte, no es posible para el juzgador rebasar el marco fáctico que el
acusador definió, obteniendo conclusiones perjudiciales para el imputado y su derecho de defensa, sobre todo porque en ningún
momento los fiscales de juicio hicieron corrección, ampliación o enmienda alguna. Por el contrario, ante los constantes reclamos de
la defensa respecto de la prescripción de la acción penal, que fueron reiterados al iniciarse el debate, el representante del
Ministerio Público en el juicio al respecto señaló expresamente: “[…]Con respecto a lo solicitado por la licenciada Gretta Aguilar con
respecto a la actuación que hizo la Jueza, que considera la defensa impropio de recalificar los hechos, sobre lo cual ya me he
referido, por lo que corresponde determinar si lo conveniente es realizar el análisis de la prescripción en el asunto del señor HN.
Desde ya desea el M.P. formularle al Tribunal que conforme al numeral 342 que en esto diferimos con el licenciado Manuel
Chavarría porque el ordenamiento jurídico establece un procedimiento para la resolución de las incidencias, también es cierto que
en esta fase de juicio el ordenamiento jurídico en el numeral 342 señala ‘las cuestiones incidentales serán tratadas en un solo
acto, a menos que el Tribunal resuelva hacerlo sucesivamente o diferir alguna para el momento de la sentencia según convenga al
orden del juicio. El Ministerio Público que si bien es cierto la discusión en principio versa si es cohecho propio o impropio lo cierto es
que existe el penal. Los tipos penales que en principio se acusa a los demás imputados son de carácter funcional. Si analizamos el
artículo 49 del Código Penal. En busca del principio de verdad real la evacuación de la prueba en su totalidad para tratar de
determinarse existió una comunicabilidad entre lo actuado por los señores jueces y el imputado HN. Sobre este aspecto será
únicamente y muy claro lo tiene el Ministerio Público. Se considera que el dictado de esa resolución se difiera para sentencia. Es la
única forma de no hacer ilusorio el principio de búsqueda de la verdad real. Es por esto que esta representación solicita que no se
haga pronunciación (sic) sobre la prescripción en el caso de HN hasta que se reúnan los elementos probatorios que permitan en
definitiva determinar cuál conducta es la realizada por el señor HN y en qué tipo penal se encuadra y se encuadra en algún tipo
penal si hay alguna comunicabilidad que le sea extensiva de los señores jueces al señor HN […]” (cfr. acta de debate, folios 3313 y
3314, tomo VII). Como se desprende de la cita hecha, los fiscales en juicio tenía absolutamente claro y así lo dejan entrever de
manera implícita, que la calificación dada a los hechos era la de cohecho impropio y que a ese momento la acción penal por esa
calificación estaría prescrita. Por ello, reconociendo que a ese momento –cuatro años después de los eventos- aún no tenían clara
cuál es la conducta que pretendían atribuirle a HN, solicitaron diferir el pronunciamiento de la prescripción para la sentencia pues
esperaban determinar cuál norma se adecuaba correctamente a la conducta, porque pretendían establecer un ligamen entre esta
conducta y la de los jueces de Pérez Zeledón, que a ese momento ni siquiera estaba acusada, menos aún contemplada, por
ejemplo, en una acusación alternativa o supletoria. En realidad, no existe problema en solicitar que ese pronunciamiento se haga al
resolver en sentencia, si resulta que no es clara la calificación que corresponda –lo que bien puede solventarse con una acusación
supletoria-, pues la riqueza del debate puede dar mayores luces. Sin embargo, lo inconcebible es que tratándose de un hecho
descubierto en flagrancia y con toda la prueba preconstituida prácticamente, se haya perdido el norte buscando un ligamen que
nunca se acusó ni se logró probar en juicio, con la actuación de los jueces del Tribunal de Pérez Zeledón. Pero además, con
elementos de hecho que constaban en la misma prueba, el video, los escritos en el expediente en que se tramitó el incidente, aún
así no se plasman en la acusación y todo ello ha causado un impacto directo en esta causa. Por último, aún en el contradictorio y
los elementos que éste evidenció, los fiscales nunca ampliaron o corrigieron la imputación, para incluir lo que ahora, vía recurso de
casación, pretenden que sea el material fáctico para recalificar, a saber, que la conducta de HN buscaba una actuación del juez en
contra de sus deberes, pretensión que resulta a todas luces inadmisible. Es claro que los hechos que el fallo establece añaden la
circunstancia probada de que ese ofrecimiento se dirigió en primer lugar a obviar los estudios e informes del Instituto Nacional de
Criminología y otorgar la libertad. Y esta diferencia entre lo acusado y lo probado tiene incidencia en el fondo de lo que pretende el
Ministerio Público en su impugnación, al solicitar una recalificación sobre la base de hechos que no acusó. Nótese cómo al
fundamentar su reclamo, el impugnante pone énfasis e incluso cita los hechos probados del fallo que en su criterio dan fundamento
para concluir que la conducta de HN iba dirigida a que el entonces juez BF realizara un acto contrario a sus deberes al resolver
sin contar con los requisitos legales, material que como vimos, nunca se plasmó en la imputación. En efecto, pretender que se
resuelva favorablemente la petición obviando los requisitos legales, claramente constituye un acto contrario a los deberes del
juzgador, en el trámite y resolución de un proceso sometido a su conocimiento. Ahora bien. Hay que dejar en claro que este análisis
debe independizarse de la reducción de la pena hecha por el Tribunal de Juicio de Pérez Zeledón, que no es atribuible al juez
Brenes Flores ni hay forma de ligarlo a aquélla decisión, de manera que el ofrecimiento en concreto de dinero se relacionó con el
conocimiento de un incidente que era de su competencia y para el que objetivamente estaban cumplidos los requisitos de tiempo de
condena y ausencia de anteriores juzgamientos, pretendiéndose que con la remuneración dictara un pronunciamiento favorable sin
los restantes requisitos legalmente exigidos. Entonces, a este momento habría que concluir que la concesión del beneficio era al
menos posible y no está clarificado que el juez debiera necesariamente rechazar o denegar el beneficio, con independencia del
ofrecimiento hecho. Es decir, puesto en marcha el trámite judicial de las incidencias, debía haber un pronunciamiento del juzgador
concediendo o denegándolo según el material que tenía ya definido –penas y liquidación- y los estudios que debiera allegar. Es en
este contexto en que se introduce la conducta del acusado ofreciendo dinero al juzgador para que fallara favorablemente, según la
acusación y, según los hechos probados, para que lo hiciera además obviando los requisitos de ley. En consecuencia, según los
hechos que el Ministerio Público acusó no podría concluirse que al momento del ofrecimiento, se hiciera para que el juez dictara
una resolución contraria a sus deberes al conceder la libertad condicional, porque precisamente debía fallar el asunto, sin que por
el momento pueda saberse si la resolución debiera jurídicamente ser favorable o no, al margen de si la reducción de la pena que ya
se había adoptado por el otro órgano jurisdiccional era procedente o no, porque esa materia ya le venía dada al juzgador por el
Tribunal de Juicio. Así las cosas, según la imputación del Ministerio Público, faltaría un requisito de tipicidad objetiva cual es que la
eventual resolución favorable que se pretendía, es decir, fallar favorablemente la petición, por sí mismo, fuera un acto contrario a
los deberes del juez, aspecto que el Ministerio Público no sólo no acusó sino que nunca probó. No podría trasladarse la ilegalidad
que se imputó a los jueces del Tribunal de Pérez Zeledón, en la reducción de la pena de AP y FL, a este escenario de la ejecución
penal, porque el juez en la incidencia tenía limitada la competencia a la petición de las partes y a verificar el cumplimiento o no de
los requisitos y nunca se acusó ni probó que el juez Brenes Flores participara de aquélla primera ilegalidad y lo hiciera aceptando el
ofrecimiento para continuar con el actuar delictivo ya iniciado. Lo que se pretendió obtener de él como juez, con el ofrecimiento de
dinero era, según lo acusó el Ministerio Público, una resolución favorable que no podría admitirse por sí mismo que fuere un acto
contrario a los deberes del juez, por lo que esta conducta así acusada no configura el delito de corrupción de jueces. En este punto
debe señalarse que aún cuando las normas que en el ordenamiento argentino sancionan estas conductas, así como la doctrina
que las informa, no son enteramente aplicables a nuestro medio, porque tienen una distinta estructuración, sí debe convenirse con
Soler en que debe haber convergencia entre el cohechante y cohechado, en cuanto a la finalidad corruptora que se persigue con
la dádiva. “ Si el pago o la promesa deben ser recibidos para, es evidente que esa destinación subjetiva ha de ser común entre los
dos sujetos […]” Soler, Sebastián, Derecho Penal Argentino , Buenos Aires, Tomo V. Tipográfica Editora Argentina 1973. p. 161. Y
en lo que toca a BF, se tiene que se le ofreció dinero para que resolviera favorablemente la petición de libertad condicional, según
se acusó sin presuponer o conocer de alguna forma que la pena de seis años había sido ilegalmente impuesta –pues tal
circunstancia no la contempla la acusación- y esa era la finalidad que perseguía HN –obtener la libertad condicional de AP-, con
independencia de que conociera o no, participara o no de la reducción de la pena hecha por el Tribunal de Pérez Zeledón. De
manera que no se puede trasladar a este escenario, la ilegalidad de la reducción de la pena, no sólo porque así no fue imputado,
sino porque nunca se probó un ligamen subjetivo entre este hecho y la gestión de libertad en lo que al juez Brenes Flores
corresponde. Es cierto que en la sentencia se tiene por probado que se pretendió una resolución favorable violando los requisitos
exigidos legalmente, conducta que sí tipificaría como corrupción de jueces, pero no puede avalarse la pretensión del fiscal
recurrente, porque parte de una base fáctica que no corresponde con la imputada y que la rebasa en franca lesión al derecho
de defensa. Sin los requisitos legales y con independencia de cuál podría haber sido la decisión de fondo de este incidente –
concediendo o denegando la libertad condicional- lo cierto es que no podía emitirse pronunciamiento sin los informes aludidos,
Pero esto no fue lo que el Ministerio Público acusó y sin que hubiere nunca corregido o ampliado la acusación en debate,
no puede pretender ahora la condena sobre la base de hechos no acusados por más que así hayan sido acreditados en la
sentencia.”

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Contenido de Interés:
Temas (descriptores): Cohecho impropio, Cohecho propio, Prevaricato, Corrupción de jueces, Delitos contra los deberes de la
función pública, Principio de especialidad
Subtemas (restrictores): Aplicación del delito de corrupción de jueces y no del prevaricato, Denominador común de las figuras
penales de ese apartado, Relación con los demás delitos contra la función pública, Aplicación del principio de especialidad
Tipo de contenido: Voto de mayoría
Rama del derecho: Derecho Penal

“IV- De la relación de las normas del cohecho propio, el cohecho impropio, el prevaricato y la corrupción de jueces: Como
parte del Título XV del Código Penal que contiene los llamados “ Delitos contra los Deberes de la Función Pública” se encuentra la
Sección II, titulada “Corrupción de Funcionarios”. En este apartado se agrupan los tipos penales del cohecho propio e impropio, la
corrupción agravada, aceptación de dádiva por acto cumplido, corrupción de jueces, la penalidad del corruptor, el ofrecimiento u
otorgamiento de dádiva o contribución -norma penal de reciente data-, el enriquecimiento ilícito y las negociaciones incompatibles.
El común denominador de las figuras penales de este apartado es la relación entre el desempeño del funcionario público y el recibo
de ventajas, dádivas o remuneraciones por parte de terceros, por iniciativa propia o por petición del funcionario, dirigidas a influir
en el desempeño de las tareas de éste y precisamente en virtud de ellas, bien para que realice un acto contrario o propio de sus
deberes, o retarde o no haga lo que debe hacer. Es decir, el ofrecimiento o la ventaja solicitada u ofrecida, tiene como soporte la
investidura del funcionario y los roles que desempeña, de manera tal que esa ventaja o promesa afecta sensiblemente tales tareas
para que se inclinen en uno u otro sentido, según el interés que mueva la oferta o el requerimiento y la posición del tercero y del
funcionario en la materia de interés. Por eso se sanciona no sólo al funcionario que solicite o acepte la dádiva o promesa a cambio
de declinar sus deberes o precisamente para cumplirlos, sino también a quien ofrezca o permita que se de. Y la afectación que
generan tales conductas es a la integridad del funcionamiento del aparato público y a la probidad y honestidad que debe
caracterizar a los que desempeñan estas funciones. El mandato constitucional que señala que el funcionario público solo está
sujeto a la Constitución y a la ley –numerales 9 y 11 de la Constitución Política-, adquiere en esta materia, una dimensión
paradigmática, pues el Constituyente, la Norma Fundamental, apuestan por un determinado ejercicio del quehacer público: en el
marco de una democracia en la que el poder se ejerce responsablemente, con determinados valores consagrados tanto en los
derechos y garantías fundamentales, como en los instrumentos sobre Derechos Humanos ratificados por el país, con reglas claras
de separación de poderes y ejercicio de sus responsabilidades, con la ley como guía y límite, ley que se quiere inspirada en la
protección de los derechos de terceros, la moral y las buenas costumbres –párrafo segundo del numeral 28 de la Constitución
Política-. Entratándose de los delitos funcionales, no sólo se sanciona a aquel funcionario que mediando una dádiva lesiona sus
deberes e incumple la ley, sino al que la cumple por el precio, cuando debiera hacerlo simplemente por honrar sus deberes y su
posición de servidor público, de la que se vale para delinquir. Es especial en los delitos contemplados en esta Sección, el pago u
oferta de dinero para incidir en los roles y funciones propias del servidor, que es lo que, parafraseando al título que la encabeza,
“corrompe” sin que medie en tales “intercambios”, engaño o violencia. Otras figuras contempladas en las otras Secciones de este
mismo Título, también contienen requerimientos o retribuciones ilegales de por medio, como la concusión o exacción ilegal, no
obstante que tienen otros elementos que las diferencian, como la coacción, violencia o el engaño que utiliza el funcionario
prevaleciéndose de su puesto, para obligar al particular a la dádiva. Si bien este tipo de conductas podrían englobarse en la
generalidad de lo que el lenguaje común se considera como “corrupción” en la Administración de la cosa pública, lo cierto es que el
vocablo se adecua más a las primeras conductas analizadas de la Sección II, pues media ofrecimiento del particular –lo que ya
sería suficiente para sancionar a éste- y aceptación del funcionario, para infringir sus deberes legales, en el amplio sentido antes
expuesto, es decir, no sólo los específicos de su puesto o posición, sino los generales que corresponden a todo funcionario público.
Ahora bien, corresponde analizar la relación que existe entre el cohecho propio y la corrupción de jueces, normas que son las que
interesan para este caso. Es claro que ambas normas comparten las características generales ya expuestas además de aquéllas
que la doctrina les asigna al clasificarlos como delitos de propia mano y especiales propios. Existe una relación de especialidad del
delito de corrupción de jueces en relación con la figura del cohecho propio, no sólo por la condición de juez o árbitro del sujeto
activo, como parece entenderlo el impugnante, sino fundamentalmente por la conducta realizada, a saber que la ventaja o dádiva
recibida y/u ofrecida, “tuviere por objeto favorecer o perjudicar a una parte en el trámite o la resolución de un proceso, aunque sea
de carácter administrativo”. La norma del 344 que tipifica el delito de corrupción de jueces remite –y por ello distingue de ésta- a la
norma del 341 que es la que sanciona el cohecho propio, es decir el recibo de ventajas o dádivas por el funcionario público “para
hacer un acto contrario a sus deberes, o para no hacer o retardar un acto propio de sus funciones”. Esta remisión significa que el
favorecer o perjudicar a una parte en el trámite o en la resolución de un proceso, debe surgir de un acto contrario a sus deberes
o de no hacer o retardar un acto propio de sus funciones por parte del juez o del árbitro. Lo especial es que ese acto contrario
a los deberes, o esa omisión o retardo de los actos propios, están dirigidos a favorecer o perjudicar a una parte en el trámite o
resolución de un proceso. Es decir, favorece o perjudica a una de las partes, porque lo que correspondía según la ley –el
cumplimiento de los deberes del juez- era lo contrario, fallar a favor de la parte a la que con el dictado de la resolución espuria se
perjudicó, o beneficiar a la parte que debía salir perdidosa o a la que debían rechazarse sus pretensiones; retardar o no hacer algo
propio del trámite o resolución del proceso, para perjudicar o favorecer ilegalmente a una de las partes, lo que puede darse de
múltiples formas, por ejemplo, denegar la gestión de una pericia u ordenar una prueba improcedente para favorecer o perjudicar a
la parte, según el interés de aquélla que paga y motivado el juzgador por la ventaja o dádiva ofrecida y/o aceptada. La ventaja,
beneficio o dádiva prometida al juez debe estar dirigida al fallo favorable o perjudicial, o a perjudicar o favorecer en el trámite mismo
del proceso, según el caso en contradicción con los deberes propios del juez o árbitro o no haciendo o retardando un acto
propio, lo que también constituye una infracción a sus deberes. Este es el sentido de la especialidad de la norma del 344 y de la
remisión al cohecho propio, pues ese favorecimiento o perjuicio en el trámite o esa resolución favorable o perjudicial debe resultar
de una actuación contraria a los deberes como juzgador o de una omisión o retardo de un acto propio de sus funciones, lo
que ampliamente podría ser calificado, en consecuencia, como una conducta contraria al derecho en general, sea procesal o
sustantivo, porque el juez está llamado a aplicar la ley y sus actuaciones y decisiones tienen sentido en el tanto aplican o
interpretan las normas. Nótese que tan claro es que este es el correcto sentido de la norma, que el segundo párrafo de este
numeral 344 reza “ Si la resolución injusta fuera una sentencia penal […]”, es decir, dando por sentado que se trata de
actuaciones en el trámite o de resoluciones, según la descripción del primer párrafo, injustas o lo que es lo mismo, contrarias al
derecho, de allí la remisión al cohecho propio, cuya característica esencial es precisamente el de acceder mediante el ofrecimiento
y aceptación de dádivas, a realizar un acto contrario a los deberes del funcionario público. Por su parte, este tipo penal
desplazaría de igual forma, por especialidad, al delito de prevaricato, pues lo engloba y supera en los supuestos concretos. El delito
de prevaricato tipifica el dictado de resoluciones contrarias a la ley por el funcionario administrativo o judicial llamado a resolver o
decidir algún trámite específico y que lo dirime o resuelve en contra de la ley. Para que este delito se perfeccione basta el
conocimiento y voluntad de que se resuelve contra la ley, sin que sea necesario que medie algún elemento intencional o alguna
remuneración. Sin embargo, cuando esa resolución contra la ley, la adopta un juez, mediando promesa de ventajas o dádivas y
éstas van dirigidas a que, bien en el trámite, o bien en la resolución, se favorezca o se perjudique a una parte, no se estará en
presencia del prevaricato, sino del delito de corrupción de jueces, que desplaza a aquél por especialidad en estos supuestos
concretos. Por su parte, si la resolución favorable o perjudicial que se pretende obtener con la dádiva o remuneración, era la que
en derecho correspondía dictar, o el trámite hecho u omitido es conforme a la ley, o bien era parte de sus funciones como juez, no
se está en presencia del delito de corrupción de jueces aunque éste sea el sujeto activo u/o pasivo, en los términos del numeral
344, sino que el juez cometería el delito de cohecho impropio, pues recibe una dádiva o ventaja para realizar un acto propio de
sus funciones o deberes, es decir, resolver la litis, incidencia, proceso o trámite administrativo de que se trate conforme a la ley.
En el caso concreto, HN conocía, según la imputación, que la pena de los sentenciados cuya libertad gestionaba, había sido
ilegalmente rebajada. Sin embargo, este tema no fue tratado con el juez Brenes Flores, es decir el ofrecimiento a él hecho nunca se
acompañó del conocimiento del rebajo de pena sino simplemente como un incidente de libertad condicional más. Brenes Flores
siempre se creyó objeto de un ofrecimiento para que resolviera favorablemente el proceso y no para que dolosamente prolongara
la cadena de ilegalidades puesta en marcha antes y de la que él era ajeno, todo esto según la misma hipótesis acusatoria del
Ministerio Público. Según ésta, a pesar de que está claro que el dinero se ofrecía para obtener un pronunciamiento favorable que
no era a ese momento contrario a derecho, sino parte de las funciones del juez, se estaría ante un cohecho impropio.”

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Citas de Legislación y Doctrina

Contenido de Interés:
Temas (descriptores): Prescripción de la acción penal, Corrupción de jueces
Subtemas (restrictores): Criterio para resolverla frente a supuestos de distinta calificación jurídica, Ofrecimiento de dinero a juez
para fallar favorablemente una incidencia omitiendo requisitos legales
Tipo de contenido: Voto de mayoría
Rama del derecho: Derecho Procesal Penal

“V- Según todo el desarrollo que se ha hecho, esta Sala estima que los hechos probados del fallo no han sido calificados en forma
correcta. Sin embargo, esos hechos no corresponden a lo que el Ministerio Público acusó sino que se le añaden elementos que
rebasan la acusación y que, de incluirlos, se permitiría una seria lesión al derecho de defensa. El tema tiene importancia por dos
razones fundamentales: i) si la calificación jurídica de los hechos dada en la sentencia resultase correcta –cohecho propio-, la
acción penal por ellos estará sobradamente prescrita desde antes de iniciarse el debate. Por esa razón y dado que tanto el
imputado HN como su defensor han interpuesto casación reclamando esa circunstancia, era necesario dilucidar el punto reclamado
por el fiscal recurrente, a efectos de resolver el alegato por prescripción; ii) para valorar si la acción penal se encuentra prescrita,
en cualquier caso, la Sala debe partir de la calificación jurídica que estima correcta a los hechos que se discuten –a los que el
Ministerio Público acusó- y no necesariamente a la dada por el fallo o la pretendida por la defensa o el ente fiscal. En este caso, a
pesar de que en forma poco clara el Ministerio Público ha errado en la calificación jurídica de estos eventos, cuyo material fáctico
ha sido el mismo desde el inicio del proceso, el tema debe dilucidarse por lo ya dicho. Así, el Ministerio Público formuló acusación
calificando los hechos como constitutivos del delito de cohecho impropio. Tal y como ya se indicó, en la etapa intermedia la jueza
penal recalificó a cohecho propio, decisión que tenía incidencia directa en el cómputo de la prescripción en ese momento.
Finalmente, en debate y en la etapa de conclusiones es que se solicita recalificar los hechos a corrupción de jueces, una figura
distinta –si bien de la misma clase de ilícitos- con una penalidad superior que en el fondo incide directamente sobre el cómputo de
la prescripción en este caso, según se verá más adelante y para ello se rebasa abiertamente el marco de la acusación. Es claro
que la calificación jurídica es un juicio de probabilidad, una hipótesis. Sin embargo, dada la obligación que tienen los
representantes del Ministerio Público de fundamentar sus decisiones y solicitudes y de litigar con lealtad y de buena fe, es de
esperar una poca variación en cuanto a este tema, sobre todo porque al tender el sistema al juicio oral, el contradictorio puede
enriquecer y dar una mejor perspectiva de lo sucedido y del encuadre típico que resulte más adecuado y además existe la
posibilidad procesal de acudir a juicio con una acusación principal y otra supletoria o alternativa. En todo caso no debe perderse de
vista además, que no siempre resulta inocuo el cambio en la calificación jurídica, especialmente de cara a la defensa y su estrategia
y que aún en tales supuestos, el fiscal debería corregir o enmendar en debate la imputación para dejar claras las reglas sobre las
que se juega y los hechos que se atribuyen y sobre los que se pretende una condena, para posibilitar el derecho de defensa.
Como se indicó, en este caso los hechos siempre han sido los mismos y se ha tenido absolutamente claro que se ofreció dinero a
un juez para fallar favorablemente una incidencia omitiendo requisitos legales exigidos en su tramitación, no obstante que así no lo
imputó el Ministerio Público. Lo que se aprecia en este caso es un cambio de calificaciones, motivado por la inminente prescripción
de la acción penal, antes que por la correcta ponderación jurídica de los hechos objeto del proceso. Al final resulta efectivamente
que, en criterio de la Sala los hechos que el fallo establece no corresponden al cohecho propio sino al delito de corrupción de
jueces en la modalidad de la penalidad del corruptor, lo que tiene un impacto directo en la prescripción y su cómputo. Sin embargo,
ateniéndose a la imputación con la que se llegó a juicio y que nunca se corrigió o enmendó en sentido alguno, habría que
concluir que se ofreció dinero al juez para que resolviera favorablemente la libertad condicional y, como no es posible establecer si
esa decisión era contraria a sus deberes, sino parte de sus funciones, deberíamos concluir que los hechos acusados encuadran en
la conducta del cohecho impropio, acción penal que estaba prescrita mucho antes de iniciar la audiencia preliminar. Debe quedar
claro que incluso los hechos probados, no sólo en el aparte correspondiente, sino en la sentencia integral, gravitan, entre si el
ofrecimiento de dinero fue para obviar los trámites o, si además de ello era para la resolución favorable. Aún así, según el
desarrollo que se hizo supra, de cualquiera de las dos formas esos eventos calificarían como corrupción de jueces y no como
cohecho propio, aunque lamentablemente esos hechos nunca los acusó el Ministerio Público, lo que impide hacer la recalificación ni
disponer reenvío alguno. Debe quedar claro que, contrario a lo sostenido por el fiscal impugnante al contestar la audiencia
conferida con motivo de los otros recursos interpuestos, este elemento de pretender la resolución del incidente sin los informes, no
es simplemente “la modalidad” en que HN pretendió acelerar el trámite de los incidentes y obtener un pronunciamiento favorable,
sino que es el núcleo central de su conducta –nunca acusado- pues es el que permite trasladar el enfoque de un cohecho
impropio a la corrupción de jueces, con consecuencias no sólo diametralmente distintas en la penalidad, sino, antes bien, en los
plazos de prescripción y en la propia estrategia de la defensa, realidad que deslegitima por completo la impugnación del Ministerio
Público y sus pretensiones, según se ha expuesto in extensu. Por ello, se impone declarar sin lugar el reclamo del Ministerio
Público. La Magistrado Sáenz Fernández pone nota.
Segundo motivo del recurso de la licenciada Gretta Aguilar Jiménez, defensora pública de HN; primer motivo del
recurso por vicios procesales y único motivo por el fondo del imputado ME; primer motivo del recurso de casación del
licenciado William Guido Madriz, defensor de AA y segundo motivo del recurso del imputado HN.
VI- Sobre la prescripción de la acción penal. Errónea aplicación del inciso d) del artículo 33 y del inciso a) del artículo 34,
ambos del Código Procesal Penal. Se encabeza este considerando con la cita de cada uno de los motivos que, en cada uno de
los recursos interpuestos, se reclama el aspecto de la prescripción, pues todos los alegatos comparten una misma base común y
plantean en esencia el mismo defecto del fallo, relacionado con el cómputo erróneo de los plazos de prescripción, así como con la
aplicación, a juicio de los impugnantes ilegal, de la causal del inciso d) del artículo 33 del Código Procesal Penal, al declararse la
interrupción del curso de tal plazo fatal, por una resolución improcedente y que rebasa los límites de la proporcionalidad. A su vez,
estiman todos los recurrentes que al valorar el trámite del proceso, el Tribunal le atribuye fuerza suspensiva a actos que nunca
podrían considerarse como tales, todo lo cual redunda en que no se decreta la prescripción cuando es claro que para todos los
hechos acusados, la acción penal estaba prescrita antes de iniciar el juicio. En razón de que todos los recursos comparten
esencialmente las mismas alegaciones, se conocerán en forma conjunta y se emitirá al respecto un único pronunciamiento, sin
perjuicio de analizar de manera independiente el caso concreto según la especial situación de cada uno de los acusados. i) Sobre
la suspensión del plazo de prescripción acordada por los jueces en la sentencia: Todos los impugnantes reclaman que el
Tribunal erró al considerar que el plazo de prescripción de la acción penal estuvo suspendido desde que el defensor del imputado
HN recusó a la jueza Eugenia Allen Flores y hasta que el Tribunal emitió pronunciamiento rechazando la gestión . En criterio de los
recurrentes, las causales de suspensión son taxativas y están claramente contempladas en el artículo 34 del Código Procesal
Penal, de manera que los juzgadores no pueden crear a voluntad los supuestos. En el caso concreto, el licenciado Bernán Luis
Salazar Ureña al apelar el auto de apertura a juicio recusó a la jueza señalada en escrito de fecha 17 de setiembre de 2001 y
recibido en el Despacho el 18 de setiembre de ese mismo año. El expediente pasó al Tribunal de Juicio y la jueza Allen Flores rindió
su informe rechazando la recusación el 22 de enero de 2002. El Tribunal de Juicio en resolución 003-02 de las 7:00 horas del 4 de
febrero de 2002 decidió formular una consulta facultativa de constitucionalidad en cuanto al tema de la taxatividad de las causales
de recusación y suspendió el trámite del proceso hasta tanto la Sala no se pronunciara. Por resolución 6223-02 del 21 de junio de
2002 la Sala Constitucional se pronunció sobre la consulta y dispuso “ No ha lugar a evacuar la consulta” y devolvió el expediente
que ingresó al Despacho en Pérez Zeledón el 27 de junio. A pesar de ello el Tribunal se pronunció rechazando la recusación en
resolución 350-02 del 30 de octubre del 2002. Los juzgadores estimaron que la acción penal estuvo suspendida desde el momento
en que la defensa recusó a la jueza dicha y por todo el tiempo en que el tema estuvo sin ser resuelto, es decir, desde el 18 de
setiembre de 2001 y hasta el 30 de octubre del 2002, o sea, un año y 12 días, pues estimaron que existió durante este tiempo un
“impedimento legal” para continuar con el proceso, porque se discutía precisamente el tema de la integración y capacidad del juez,
sin el cual el proceso no podía continuar, invocando la causal del inciso a) del artículo 34 del Código Procesal Penal. En criterio de
los recurrentes, la recusación de un juzgador tiene señalado en la ley un trámite absolutamente expedito, que no supera las
veinticuatro horas para decidir. De manera tal que no podría invocarse el irregular trámite dado en este caso por el Tribunal como
una razón para suspender el plazo de la prescripción. Además, el hecho de que el Tribunal decidiera formular una consulta
facultativa al órgano constitucional, tampoco es causal para suspender su curso, porque además la Ley de Jurisdicción
Constitucional señala que el proceso se suspende hasta que la Sala evacue la consulta y ello no sucedió porque la Sala en
realidad no se pronunció por el fondo pues estimó que el tema no era propio de la instancia constitucional, de modo tal que no
existe presupuesto alguno para decretar la suspensión del plazo. Aún más, resulta absolutamente injustificado que aún cuando se
admitiera que el tiempo que media entre la formulación de la consulta y la resolución de la Sala Constitucional suspende el plazo,
no podría ocurrir lo mismo una vez evacuada la consulta, pues entrarían a regir los trámites expeditos que la ley señala para
resolver la recusación y resulta que en el caso concreto no obstante que la Sala se pronunció desde el 21 de junio y el Tribunal
recibió el expediente el 27 de ese mismo mes, no se emitió pronunciamiento en cuanto a la recusación sino hasta el 30 de octubre,
es decir más de tres meses después, tiempo para el cual no existe justificación alguna y que no puede utilizarse para perjudicar a
los imputados con la suspensión ilegal así decretada, que supera el año sin que el proceso haya sido movilizado por la inercia del
Tribunal. Es un derecho del imputado cuestionar la integración del órgano jurisdiccional y el trámite que la ley prevé jamás podría
justificar una demora que autorice incluso una suspensión en los términos del artículo 34 citado, de manera que la conclusión del
fallo es errónea. ii) En cuanto a la interrupción de la prescripción decretada en resolución 99-03 del 9 de abril de 2003:
Luego de más de un año en que el proceso estuvo suspendido por las razones ya expuestas, cuando finalmente se resuelve el
tema de la recusación y el Tribunal se pronuncia sobre las apelaciones interpuestas, el expediente pasa ya para señalarse hora y
fecha para la realización del juicio. El primer señalamiento se da por resolución del 3 de abril de 2003 y para realizar el juicio el 21
de abril siguiente. Varios defensores, de manera fundada y legítima solicitaron el cambio del señalamiento pues tenían otras
diligencias judiciales en las que debían intervenir y que habían sido señaladas con antelación. El Tribunal realiza la variación en
providencia del 7 de abril y para celebrar el debate el 5 de mayo siguiente. A pesar incluso de que en esa fecha existía colisión con
algunos señalamientos ya informados en la primera oportunidad por la defensa, se fija con ese escaso margen de diferencia y por
ello varios de los defensores solicitaron nuevamente la variación de la fecha por motivos justificados, entre ellos la licenciada Iris
Valverde Usaga, defensora de JA quien reiteró que aún así ese señalamiento colisionaba con otros de los que ya había informado
al Despacho, todas peticiones debidamente razonadas para pedir el cambio y la calendarización adecuada del juicio y el Tribunal,
no obstante que varía el señalamiento, califica tales gestiones como obstaculizadoras del normal desarrollo del debate y atribuibles
a la defensa, aplicando erróneamente el inciso d) del artículo 33 del Código Procesal Penal para decretar interrumpida la
prescripción. Esta interpretación no sólo es arbitraria sino que incluso se opone a lo resuelto por esta Sala, por ejemplo en las
resoluciones 911-03, 927-03 y 326-03 del Tribunal de Casación Penal, en las que expresamente se señala que las peticiones
debidamente motivadas de la defensa para que se varíen los señalamientos, por ejemplo, no podrían considerarse
obstaculizadoras del juicio porque son supuestos de hecho justificados y normales, aunque su abuso podría sí configurar una
obstaculización, lo que evidentemente no se dio en este caso. Jamás podría concluirse que las dos solicitudes para variar la fecha
sean “anormales” o abusivas, pues es fácil observar no sólo la poca diferencia de fechas entre ambas providencias, sino entre los
propios señalamientos, de modo que sería absolutamente previsible anticipar que en esta causa, en la que había varios acusados y
varios profesionales, podría existir algún inconveniente y todos ellos fueron debidamente acreditados ante el Tribunal, de manera
que no existe asidero alguno para declarar la interrupción, decisión que se toma a escasos 14 días de que la acción penal por los
delitos de prevaricato y más aún las de cohecho impropio y cohecho propio estuvieran prescritas, de manera que se trató de una
forma improcedente de evitar la prescripción. En cuanto al punto, en particular el licenciado Guido Madriz, señala “ En este punto
concreto de la denominada ‘obstaculización por parte de la defensa’, el Tribunal sentenciador se ha equivocado en forma absoluta,
pues como queda demostrado por la propia resolución 99-03 del nueve de abril de dos mil tres, las causas que generaron la
suspensión de los señalamientos para el juicio eran claras y válidas, aparte de ser absolutamente legales, pues el mismo Tribunal
de Pérez Zeledón que indica que los motivos que lo llevaron a decretar de oficio la interrupción de la prescripción era porque los
señores defensores Bernan Luis Salazar Ureña, Iris Valverde Usaga y William Guido Madriz tenían ya señalados y notificados otros
señalamientos en diferentes lugares en el país, que les impedían acudir a los hechos por ese Tribunal de la Zona Sur. Nunca se
citó a todos los señores Defensores para – de común acuerdo – calendarizar y programar el juicio, como hubiera sido lo lógico
dada la cantidad de personas involucradas. Toda esta reyerta es culpa del Tribunal, por cuanto sabían como jueces con tiempo de
ejercer la función judicial, que la causa se extinguía por prescripción el ventitrés de abril de ese año. Tómese en cuenta además
que, aún y cuando el juicio se hubiera iniciado el veintiuno de abril (fecha del primer señalamiento), o el cinco de mayo (que fue la
segunda fecha para celebrar el contradictorio), o el veinte de mayo (tercera fecha para el contradictorio), o la del treinta de junio en
que comenzó el debate, ya la causa estaba prescrita porque habiéndose celebrado la audiencia preliminar en el mes de setiembre
del año dos mil uno y habiéndose promulgado la reforma al artículo 33 del Código Procesal Penal que empezó a regir el 26 de
noviembre del 2001, la ÚNICA CAUSA INTERRUPTORA DEL PLAZO DE LA PRESCRIPCIÓN ERA EL DICTADO DE LA
SENTENCIA, la cual por lo demás fue redactada en forma integral y notificada a todas las partes el pasado cinco de noviembre del
presente año, cuando ya sobradamente el plazo de prescripción había operado fatalmente. La única maniobra habilidosa que le
quedaba al Tribunal para interrumpir el plazo de la prescripción era aplicar el inciso d) del artículo 33 del Código Procesal Penal,
invocando una imaginaria y supuesta obstaculización de la defensa para retrasar la celebración del debate, acciones éstas que
nunca existieron como maquinaciones dilatorias. El presupuesto para la declaratoria de la interrupción de la prescripción, conforme
a la norma de repetida cita, no tiene efectos constitutivos sino declarativos, como lo ha dicho con gran acierto la Sala Tercero (sic).
También ha señalado la Sala que la eficacia interruptora deberá retrotraerse al momento en que las acciones retardatarias lograron
su propósito de alterar el curso del procedimiento. En este caso, al no haber ninguna acción retardataria que pudiera calificarse de
obstaculización, no había ningún hecho anormal que requiriera ser declarado como tal, conforme a los criterios de la Sala Tercera
ya mencionados en este motivo […]”. Según la interpretación de los juzgadores ya no basta comprobar ninguna vocación
obstaculizadora pues bastará cualquier diligencia o gestión, aún debidamente motivada y “atribuible” a la defensa, para interrumpir
el plazo, lo cual atenta contra el principio de seguridad jurídica, el principio pro libertatis y el derecho de defensa.”

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Citas de Legislación y Doctrina

Contenido de Interés:
Temas (descriptores): Prescripción de la acción penal, Derecho de defensa
Subtemas (restrictores): Análisis sobre el contenido de acciones retardatorias, injustificadas o reiteradas, atribuibles a la defensa
Tipo de contenido: Voto de mayoría
Rama del derecho: Derecho Procesal Penal

“VII- Sobre el concepto de obstaculización del desarrollo normal del debate por causas atribuibles a la defensa como causal
interruptora de la prescripción: Para dejar clara la posición que la mayoría de esta Sala tiene sobre el tema, es prudente traer a
colación el cambio en la redacción de la causal, antes contemplada en el inciso c) y luego, con la reforma que operó en el artículo
33 la ley 8146 del 30 de octubre de 2001, publicada en La Gaceta del 11 de noviembre de ese mismo año, en el inciso d) del
mismo numeral señalado. El texto original de esta causal, en el inciso c) establecía que se interrumpía el plazo de prescripción:
“ Cuando la realización del debate se suspenda por causas atribuibles a la defensa, con el propósito de obstaculizar el
normal desarrollo de aquel, según declaración que efectuará el tribunal en resolución fundada”. La redacción que tiene
actualmente la norma según la reforma antes mencionada, establece, ahora en el inciso d) ese mismo efecto cuando se dé “La
obstaculización del desarrollo normal del debate por causas atribuibles a la defensa, según declaración que efectuará el
Tribunal en resolución fundada”. Ambos textos comparten dos conceptos esenciales: i) en primer lugar, el estadio del debate,
como fase procesal en la que las dificultades se presentan y ii) el verbo obstaculizar. Como lo ha reconocido la jurisprudencia de
esta Sala, la declaración del Tribunal no tiene efectos constitutivos sino declarativos, es decir, llegado el momento en el cual el
Tribunal adopta la decisión de declarar la interrupción del plazo de prescripción, puede echar mano del recuento de diligencias o
actuaciones de la defensa que han llevado a paso lento o dificultoso el proceso y ya en fase de juicio o previo a éste, se
evidencia una obstaculización de su normal desarrollo. Entonces es claro que es el debate y su “normal desarrollo” el que debe
verse finalmente “obstaculizado”. Esto tiene trascendental importancia pues si bien es cierto gestiones evidentemente
entorpecedoras del avance del proceso pueden darse desde la fase misma de investigación, aún en esos estadios no puede
conocerse si la causa llegará a juicio. Para emitir una decisión que implique declarar la obstaculización del normal desarrollo del
debate, el proceso debe encontrarse bien en esa fase o en una inmediata anterior, por ejemplo, ya dictado el auto de apertura a
juicio. Sin embargo ello no obsta para realizar en ese momento, una valoración global del comportamiento de la defensa que se ha
materializado en una obstaculización del desarrollo normal del debate –llámese señalamiento, celebración, continuación-. Ya en el
precedente 911-03 que citan algunos de los recurrentes, esta Sala y partiendo del texto anterior, señaló: […]II- El artículo 33 inciso
c) del Código Procesal Penal prevé como supuesto interruptor de la prescripción, el hecho de que: “la realización del debate se
suspenda por causas atribuibles a la defensa, con el propósito de obstaculizar el normal desarrollo de aquel, según declaración
que efectuará el tribunal en resolución fundada.”. Esta norma persigue, como resulta obvio, evitar que por diversos medios “la
defensa” intente postergar la celebración del juicio oral y entorpecer así el curso normal de los procedimientos. Es posible señalar
aquí varios presupuestos o situaciones generales que no pretenden agotar: 1) la causal opera en un momento específico del
proceso, a saber: en la etapa de juicio que regula el Código de rito a partir del artículo 324. Tal cosa significa que el
entorpecimiento puede darse: a) antes de que se convoque a debate, por medio de acciones con las que se pretenda evitar esa
convocatoria; b) una vez señalada la fecha para el juicio, a través de actos que obliguen a postergar su celebración; c) ya iniciado
el debate, por actuaciones u omisiones que impongan suspenderlo, impidan su normal continuación o fuercen a iniciarlo de nuevo.
2) Por “causas atribuibles a la defensa” no deben entenderse solo las conductas en que incurra el defensor técnico, sino también
las propias del acusado. La ley utiliza aquí el término “defensa” en el sentido de una unidad de intereses constituida por ambos
sujetos (como lo señala quien recurre); de allí que no indique “por causas atribuibles al defensor”, sino que acude a un concepto
mucho más amplio, no restringido a un sujeto procesal único. 3) Los actos u omisiones deben orientarse a entorpecer u
obstaculizar la realización normal del juicio oral y público. Pueden revestir el carácter de una “maquinación” (conductas desleales
con la finalidad, evidente o encubierta, de obstaculizar el normal desarrollo de los procedimientos), aunque esto no es del todo
indispensable, pues en determinadas circunstancias basta con que el hecho obstaculizador sea conocido, o bien, previsible para la
defensa y, a pesar de ello, no haya dispuesto las medidas oportunas y necesarias a su alcance para evitarlo o, en caso de
inevitabilidad, para comunicarlo al tribunal con la antelación suficiente que permita adoptar las decisiones que procedan a fin de
asegurar la continuación del proceso con la debida celeridad, reduciendo así los efectos causados por el evento obstaculizador.
Desde luego, no surtirán eficacia interruptora de la prescripción los actos o eventos que no sean “anormales”, por ejemplo: el uso
de algún medio procesal lícito que forme parte de las funciones propias de la defensa (planteamiento de excepciones o alguna
solicitud particular justificada); o las peticiones razonadas, documentadas y con justa causa con el fin de que se postergue la
celebración del debate (por ejemplo: por tener otro señalamiento en la misma fecha que deba prevalecer sobre el hecho en el
proceso concreto). Sin embargo, el abuso evidente de ciertos mecanismos o su uso indebido, puede también ser una maquinación
encubierta que origine el efecto interruptor: por ejemplo, insistir de manera repetida en gestiones que ya fueron resueltas en su
oportunidad; plantear articulaciones manifiestamente improcedentes o no previstas en la ley con el fin de retrasar los
procedimientos (v. gr.: recursos de casación contra resoluciones interlocutorias, aprovechando que el a quo se encuentra inhibido
para ejercer un control de admisibilidad); esperar hasta pocas horas o pocos días antes de la fecha en que debería celebrarse el
debate para solicitar una postergación en virtud de otro señalamiento en distinto tribunal que le fue notificado a la parte tiempo
atrás y que, por ende, pudo haber informado desde que se le convocó al juicio. 4) Los actos obstaculizadores no implican,
necesariamente, la ausencia del defensor o del acusado, sino que también pueden referirse a la actuación que se espera de otra
persona. Por ejemplo, insistir que declaren en debate testigos esenciales para decidir el asunto, que la propia parte se ha hecho
cargo de ocultar o de impedir su localización o su comparecencia en el juicio; o que se imposibilite evacuar un dictamen médico,
psicológico, psiquiátrico o de otra índole, en vista de que el justiciable, sin causa justa, no se presenta a la cita que le fue
concedida. En general, los actos fraudulentos con los que se logre impedir la recepción de cualquier prueba que se espera
introducir en debate (y que justificó suspender su señalamiento o postergarlo para otra fecha), tendrían efecto interruptor (v.
gr.:ocultar la cosa que debía inspeccionarse; sustraer o interceptar documentos que el tribunal aguarda; entre otras muchas
hipótesis). 5 ) Corresponde al juzgador constatar y declarar: a) que se han producido alteraciones del curso normal del
procedimiento en la etapa de juicio que implicaron que no pudiera señalarse a debate (suspender o postergar su
realización), obligaron a suspenderlo luego de iniciado o a realizarlo por completo de nuevo; b) que tales retardos y
alteraciones son producto de actos u omisiones atribuibles al imputado o su defensor o defensores; c) que los actos u
omisiones corresponden a conductas interesadas precisamente, ya sea en forma obvia o encubierta, en lograr tales
retardos; o tuvieron esos mismos efectos en virtud de que la defensa no pretendió evitarlas o no las comunicó al despacho
con la debida antelación; y, d) que el plazo de prescripción de la acción penal fue interrumpido por esas razones. Es
importante destacar, que la declaratoria que debe hacer el tribunal no tiene efectos constitutivos, sino declarativos. Esto significa
que la eficacia interruptora habrá de retrotraerse al momento en que las acciones retardatarias lograron su propósito de alterar el
curso normal del procedimiento; momento que deberá ser fijado por el tribunal de forma expresa, con sustento en los datos que se
obtengan del expediente y a partir del cual se computará de nuevo el plazo de prescripción que corresponda. Ese “momento” será,
entonces, aquel en que fue preciso postergar o variar la convocatoria a debate, suspender el ya iniciado o cuando este se torne
ineficaz por exceder los límites previstos en la ley para la suspensión -lo que obligaría a realizarlo de nuevo-; entre otros supuestos.
Aunque lo aconsejable es que los Juzgadores declaren la interrupción de la prescripción en el mismo momento en que se produjo
el evento que obstaculizó el normal desarrollo del debate, esto no viene exigido por la ley, por lo que la declaratoria puede hacerse
posteriormente, cuando se constate que concurren los presupuestos de los que antes se hizo mención. Lo anterior es así porque,
en ocasiones, la obstaculización no se produce a través de una sola conducta activa u omisiva, sino por un conjunto de ellas y es
preciso valorarlas de tal modo para determinar que en realidad existió un afán de obstaculizar que no se evidencia con el análisis
de una única actuación u omisión [….]”. (destacados son suplidos). Tal precedente analiza la norma según el texto anterior. La
alusión que en éste se hacía a que esas causas atribuibles a la defensa, lo fueran “con el propósito” de obstaculizar el desarrollo
del juicio, llevó a algunos a pensar que debían ser abiertamente “dolosas” o mal intencionadas. Sin embargo, ya se vio cómo en el
precedente de cita –que analiza el texto anterior- se aclara que no necesariamente tenían que ser de esa forma, sino que, por
tratarse de gestiones, peticiones o situaciones abusivas, injustificadas o reiteradas, evidenciaban una vocación de “obstaculizar”,
dejando expresamente por fuera los supuestos de gestiones debidamente fundadas, razonables o en ejercicio razonable de los
derechos y poderes de la defensa. Ya con el texto vigente, esta Sala ha tenido ocasión de retomar tales conceptos y de
clarificarlos, pues aún cuando en la redacción actual la construcción gramatical que aludía “con el propósito de” se eliminó, la
interpretación del texto es la misma. En el precedente 878-05 de las 11:30 horas del doce de agosto de 2005, esta Sala tuvo
ocasión de profundizar en el tema. Es claro que no se requiere –ni antes ni ahora- que la obstaculización surja de una “maniobra” o
“maquinación” dolosa. Sí se requiere, sin embargo, determinada vocación de entorpecimiento, que debe valorarse en el caso
concreto, por ejemplo, en causas complejas, en las que se ha tomado el tiempo para agendar el juicio en asocio con todas las
partes, en que se ha dado el tiempo razonable para manejar otros señalamientos y para conocer la prueba, constituye
evidentemente una obstaculización, señalar problemas en la representación legal como desavenencias económicas con el
defensor, problemas de criterio en cuanto a la estrategia de defensa, no comunicar, pese a haberlo conocido con anterioridad,
algún señalamiento notificado previamente al del juicio. A estas alturas la defensa asumida para un juicio debe estar conciente de
sus responsabilidades y no pretender manipular el derecho o el ejercicio de la defensa técnica como una causa para entorpecer e
impedir el avance del juicio, porque eso es un ejercicio abusivo del derecho, que no ampara nuestro ordenamiento jurídico. El
artículo 21 del Código Civil prescribe que los derechos deben ejercerse según los principios de la “buena fe”. Por su parte, el
numeral 22 ibid sienta, como principio general: “ La ley no ampara el abuso del derecho o el ejercicio antisocial de éste. Todo acto u
omisión en un contrato, que por la intención de su autor, por su objeto o por las circunstancias en que se realice, sobrepase
manifiestamente los límites normales del ejercicio de un derecho, con daño para un tercero o para la contraparte, dará lugar a la
correspondiente indemnización y a la adopción de medidas judiciales o administrativas que impidan la persistencia del abuso”. La
primera oración del artículo establece un principio general: la ley no ampara el abuso del derecho o su ejercicio antisocial. La
ley amparará, por supuesto, su uso racional, acorde con sus fundamentos legales, constitucionales o de rango supranacional, lo
que de modo alguno podría acarrear alguna consecuencia perjudicial a su titular. Esto es aplicable al ejercicio del derecho de
defensa sin discusión alguna. Un ejercicio abusivo o “antisocial”, aunque sea del derecho de defensa, no está amparado por el
derecho. Este es el sentido, orientación e interpretación posible que habría que hacer cuando se habla de que las “causas
atribuibles a la defensa” que “obstaculizan” el desarrollo normal del debate, interrumpen la prescripción, según los principios
generales que informan nuestro orden jurídico y la interpretación armónica e integral del mismo. Siguiendo con el artículo de
comentario, se extiende la norma en la hipótesis de abuso del derecho en el marco de una relación contractual y habla de que no
está amparado y que en un supuesto tal, se pondrán los mecanismos judiciales y/o administrativos para remediar la situación.
Dentro de este esquema, la norma puntualiza que todo uso o ejercicio de un derecho “que sobrepase manifiestamente los límites”
del ejercicio de ese derecho, dará lugar a la búsqueda de mecanismos judiciales o administrativos para evitar la persistencia del
abuso y, si es del caso, conceder una indemnización. Sí, en el marco de una relación contractual –libertad de contratación,
numerales 1007 y 1008 del Código Civil- es necesario que el ejercicio de un derecho por alguna de las partes “sobrepase los
límites de lo razonable” para que constituya un abuso del mismo que dé origen a intervenciones para remediarlo, cuánto más en el
proceso penal, en la sede represiva del Estado, en la que se ejerce el poder de persecución –legítimo- con todo su peso, en la
búsqueda de una tutela judicial efectiva de la víctima –individual, colectiva o difusa- perjudicada con la conducta lesiva de bienes
jurídicos esenciales, que implica restricción de derechos fundamentales del investigado, que tiene una obligación de someterse a
ese proceso, cuánto más en esta sede debería tomarse en cuenta que el ejercicio de un derecho “sobrepase los límites de lo
razonable” como orientación para establecer perjuicios o sanciones procesales o consecuencias importantes en la posición jurídica
de los involucrados en el proceso, en especial si se trata del imputado. Piénsese, por ejemplo, en una causa compleja, de difícil
investigación, con poderío económico en los involucrados: el Estado debe tener remedios suficientes para contrarrestar esas
dificultades –la declaratoria de tramitación compleja de la causa, la extensión de los plazos en la investigación, de la prisión
preventiva, la ausencia del efecto reductor de los plazos cuando tal declaración se da en esta fase, etc.- todo lo cual le permitirá
contar con mayor tiempo para desplegar la labor de investigación y búsqueda de los mejores recursos de apoyo en esta tarea. Sin
embargo, so pretexto de ello, el Ministerio Público no podría ser negligente en el avance de las investigaciones y permitir sin
justificación el paso del tiempo. Esa potestad de contar con más plazos no es ilimitada. Su uso abusivo podría dar origen a una
fijación de plazo por la autoridad jurisdiccional por ejemplo e incluso a revertir decisiones como la suspensión o interrupción de
plazos de prescripción ya decretados o a cesar las medidas cautelares o incluso la declaratoria de complejidad de la causa. En el
caso del derecho de defensa, su uso abusivo, negligente o descuidado, irracional, entorpecedor y dilatorio, no puede ser tolerado y
por ello cuando interfiere en el desarrollo del debate, aún cuando no surja de “maquinaciones” o de conductas evidentemente
dolosas, sino de una despreocupación e “irresponsabilidad” que claramente incide en el avance del juicio, provoca la interrupción
del plazo de prescripción. Ésta, concebida como una sanción procesal autoimpuesta por el propio Estado manifestación del
principio de racionalidad y proporcionalidad-, en materia penal cobra una importancia fundamental, de cara no sólo a los principios
dichos, sino al de justicia pronta y cumplida. Desde luego que estos principios funcionan como orientadores de la prescripción. La
víctima, la sociedad en general tienen el derecho a que se juzgue en un plazo razonable a las personas a quienes se sindica como
responsables de una conducta delictiva. La defensa no puede, so pretexto de su ejercicio, evitar el avance del proceso,
especialmente en sede de juicio, con conductas, actuaciones o peticiones que entorpecen de manera irracional, anormal y abusiva,
su avance. El juicio sobre la naturaleza de las actuaciones tiene que realizarse en cada caso concreto según los lineamientos que
se han expuesto y de allí que la propia norma exige del Tribunal una declaración fundada. Por eso, la prescripción, que es una
autolimitación que fija la razonabildiad de un plazo para juzgar y finiquitar el proceso penal contra el investigado –aunque
indiscutiblemente también es una sanción a la inercia procesal.- cede, cuando el ejercicio abusivo, anormal y “obstaculizador” del
derecho de defensa en el debate, impide su desarrollo y por eso la interrupción del plazo funciona como una sanción al imputado y
como un correctivo de sus abusos, en tutela de la víctima y de la sociedad. Sin embargo, por estar tan estrechamente vinculado el
instituto de la prescripción con los principios de razonabilidad, proporcionalidad y de justicia pronta y cumplida, las decisiones
judiciales que de manera infundada extiendan o suspendan su curso, tienen clara repercusión en ese derecho del imputado a ser
juzgado dentro de un plazo razonable que, si no se ha visto entorpecido por el abuso de sus derechos y facultades, no tiene por
qué no correr y adquirir sus consecuencias dentro del proceso. Del lado contrario, el derecho a la justicia pronta y cumplida de la
sociedad, de la víctima, no puede verse frustrado por “causas atribuibles a la defensa” que obstaculicen el normal desarrollo del
debate, que sólo podrán ser aquéllas que surjan de un ejercicio abusivo, anormal y entorpecedor y por eso, el plazo de
prescripción, dado en garantía de juzgamiento en un plazo razonable, sufre un quebranto, una interrupción, para impedir que el
abuso de un derecho, incida injustificadamente en el derecho de los demás víctima y sociedad-. No cabe otra lectura, otra
interpretación de estas cuestiones en el marco de un estado de derecho como el nuestro, que apuesta por un proceso penal que
exige a las partes litigar con lealtad y de buena fe. Así, cuando el Código Procesal Penal –no digamos ya la Constitución Política y
los instrumentos internacionales sobre Derechos Humanos ratificados por nuestro país, que también lo hacen- señala, en el artículo
12 “ Es inviolable la defensa de cualquiera de las partes en el procedimiento. Con las excepciones previstas en este Código, el
imputado tendrá derecho a intervenir en los actos procesales que incorporen elementos de prueba y a formular las peticiones y
observaciones que considere oportunas, sin perjuicio de que la autoridad correspondiente ejerza el poder disciplinario , cuando
perjudique el curso normal de los procedimientos […]”, establece que la defensa de todas las partes es inviolable y puntualiza que
el imputado –y su defensa técnica evidentemente incluida- tendrá derecho a realizar las peticiones, gestiones y requerimientos que
estime necesarios, siempre que no entorpezcan el curso de los procedimientos. “ Entorpecer el curso de los procedimientos” implica
un abuso, un uso irracional de tales potestades y derechos, infringe el deber de litigar de buena fe y con lealtad –numeral 127 del
mismo cuerpo legal- es, en esencia, el abuso del derecho. Y según las consideraciones hechas y la vinculación de la prescripción
con el derecho a ser juzgado en un plazo razonable –desde la óptica del acusado- ese abuso que entorpece el avance del debate
tiene una “consecuencia” que es la interrupción del plazo de prescripción. Si el ejercicio no es abusivo, irracional o francamente
obstaculizador juicio de valor, que, se insiste, debe realizarse y valorarse en cada caso concreto- no puede tener esa
consecuencia. Negar que la interrupción del plazo tiene una importante consecuencia en el derecho del acusado a que se le juzgue
en un plazo razonable, es desconocer su naturaleza misma, pues si bien es una sanción procesal, en materia penal además no es
posible desligar el tema de la prescripción, en el caso del imputado, del derecho a ser juzgado en un plazo razonable que es,
por lo demás, un derecho fundamental. La voz “obstaculizar”, según el Diccionario de la Real Academia Española, significa
“impedir o dificultar la consecución de un propósito”. Por su parte, “obstaculización” es “la acción u efecto de obstaculizar". (cfr.
Real Academia Española, Diccionario de la Lengua Española, Vigésima Segunda Edición Argentina. Reimpresión especial para el
Grupo Editorial Planeta S.A.I.C. 2001. Tomo 7, página 1089). Por ello es que además se estima que no podrían incluirse como
obstaculizadores, eventos surgidos de caso fortuito o fuerza mayor. Ciertamente, acontecimientos naturales o eventos surgidos de
caso fortuito –no inducidos o favorecidos por la negligencia de la parte- o fuerza mayor, pueden indiscutiblemente tener un efecto
obstaculizador, en el sentido de impedir o dificultar el avance del proceso. Pero esa no es la interpretación que cabe dar a la causal
del inciso d) del numeral 33 por todas las razones ya dadas, además de que surge de los principios generales del derecho que no
se pueda sancionar el ejercicio legítimo y de buena fe de los derechos, como también que dejan fuera de consecuencias –de
responsabilidad civil contractual de particulares o del Estado, en todas las ramas del derecho-, al caso fortuito y a la fuerza mayor
en la responsabilidad contractual y extracontractual, (numerales 702, 703, 714, 831 del Código Civil; 190 de la Ley General de la
Administración Pública, entre otros) y estos son los principios fundamentales que inspiran el ordenamiento jurídico y el ejercicio del
poder en un Estado de derecho. “ El Derecho y la realidad crean ‘instituciones’, entendidas como grupos de normas que expresan
una idea central que siempre incluye la existencia de una organización jerarquizada, en la que siempre hay quienes mandan y
quienes obedecen. Esta organización se convierte en el umbral de la realidad histórica social para la conjunción entre Derecho
(norma) y valores (modelo del punto de arribo de aquel a éstos). Tiene valor normativo, no distante por no ser todavía Derecho, por
indicar el deber ser de la norma fundamental o constitucional, sin constituirla ni sustituirla. Es el valor supremo de la realidad ideal
de la que derivan (por deducción o inducción) las demás normas e instituciones, derivación que normalmente se da a través de otra
norma ‘inferior’ en aplicación o desarrollo de la Constitución. Su existencia puede llegar a ser una ‘suposición’ lógica del
ordenamiento escrito, pero puede ser también la intuición directa de aquel valor supremo y, entonces, dictado por la realidad
histórico social en que ha nacido. Por ello, la labor principal del jurista, sobre todo si es publicista, es buscar y formular ese
valor supremo tomando en cuenta su soporte histórico social, así como hacer lo mismo respecto de todas y cada una de las
normas escritas, pues como esa será la norma real, y no solo el texto de la ley existente. En síntesis, todo Estado es y tiene un
orden jurídico y todo orden jurídico está fundado en una ideología, consistente en la ‘constelación’ de valores de los autores de la
Constitución, que dirigen al poder público hacia su realización más plena posible. Esta dirección está dada por la realidad histórico-
social existente cuando se decreta la Constitución escrita y es la regla impuesta tanto al gobernante como al gobernado por esa
constituyente en su momento histórico, y por el Juez a las partes al dictar sentencia[…]”. Ortiz, Eduardo. Tesis de Derecho
Administrativo. San José. Stradman editorial. Biblioteca Jurídica Diké, edición 2002, Tomo I. p.332. (destacado es suplido). Pero
debe señalarse además que a pesar de todo lo dicho, ello no impide concluir que el mensaje que el legislador envía en la causal
del inciso d) del artículo 33 es claro: no se tolerará el ejercicio abusivo descarado o encubierto en triquiñuelas y subterfugios o en
simple negligencia e irresponsabilidad- que so pretexto del derecho de defensa, pretenda extender los plazos y apresurar el
desenlace de la prescripción. En el precedente 878-05 citado, por ejemplo, bien se analizó cómo los problemas surgidos con la
representación del imputado en el debate –que no se originen en caso fortuito no forzado por la parte o en fuerza mayor- son
causales que interrumpen el plazo, porque es previsible para el imputado y su defensa, tanto la duración como la complejidad del
juicio, su costo económico y la responsabilidad profesional que de todo ello deriva, de manera que no anticipar estos
inconvenientes evidencian un descuido e irresponsabilidad con una clara repercusión en el avance del juicio. De la misma forma
habría que concluir que si bien nada impide como resulta obvio- que un profesional asuma simultáneamente varias causas
judiciales, también lo es que la responsabilidad de una defensa penal que ha llegado hasta el juicio, imponen la prudencia de
seleccionar el espacio necesario para poder ejercer el rol profesional en fase de juicio, sin obstaculizar el desarrollo del debate por
la absoluta imposibilidad –en virtud de los múltiples compromisos- de atender el señalamiento para juicio en un marco razonable de
tiempo, de manera que la constante imposibilidad de señalar el juicio por esta razones claramente revela una negligencia o
descuido que daría lugar a la obstaculización y al efecto tantas veces comentado. Las formas en que tales situaciones puedan
presentarse en la realidad son amplísimas, cubriendo las más insospechadas formas encubiertas de manipulación hasta las más
evidentes formas de irresponsabilidad. Incluso puede resultar que eventos que serían interpretados como un caso fortuito –una
enfermedad o una crisis de salud- que eran previsibles aunque inevitables, hayan sido ocultadas con el fin de precipitar su
acaecimiento en el juicio y generar la suspensión de éste. Por ello, si el quebranto sensible de salud, por ejemplo, del defensor, es
evidente entre las partes y lo ocultan a sabiendas de la complejidad de la causa que asumen en juicio y su duración, si el evento de
enfermedad o crisis se presenta en debate y existe forma de documentar el conocimiento de la defensa en cuanto a esta situación,
ello podría dar margen a la decisión motivada de declarar la obstaculización, pero ya se ha señalado que todo dependerá de la
riqueza de los supuestos y su prueba en cada caso concreto, razón por la cual se exige del Tribunal, una declaración fundada. Esta
exigencia no llevaría mayor sentido si se interpretara que cualquier causa interrumpe, pues bastaría una simple providencia
interruptora del plazo y no se haría necesaria una declaración fundada. Esta, por lo demás es otra razón adicional para reforzar la
interpretación que se ha expuesto de la causal aludida. Conviene agregar a todo lo dicho, que la interpretación que se ha
expuesto, es sostenida en nuestro medio por el jurista Javier Llobet, quien señala “ Forma parte de las normas que tratan de evitar
el abuso de derecho de parte de la defensa del imputado (Véase Art. 259 incisos 2) y 3) C.P.P. Debe tenerse en cuenta que las
partes deben litigar con lealtad, evitando planteamientos dilatorios, meramente formales y cualquier abuso de las facultades que el
código les concede. (Véase Arts. 127-129 C.P.P.)” Llobet, Javier. Proceso Penal Comentado. (Código Procesal Penal Comentado),
San José. Segunda Edición. Editorial Jurídica Continental, 2003. p.111.
VIII- La interrupción decretada en el caso concreto: i) Sobre la primera declaratoria de interrupción: El Tribunal de Juicio de
Pérez Zeledón, en resolución de las 16:30 horas del 9 de abril de 2003, declaró la obstaculización del proceso “por causa
atribuibles a la defensa” y por ende, declaró la interrupción del plazo de prescripción. En dicha oportunidad el Tribunal aludió a la
existencia de maniobras evidentemente dilatorias de la defensa y puntualizó como tales, las dos solicitudes de cambio de
señalamientos presentadas por varios defensores, precisamente ante los dos primeros señalamientos que se habían dispuesto en
esta causa. Expresamente reseñó: “El artículo 33 del Código Procesal Penal dispone ‘Iniciado el procedimiento los plazos
establecidos en el artículo tras anterior se reducirán a la mitad para computarlos a efectos de suspender o interrumpir la
prescripción. Los plazos de prescripción se interrumpen con lo siguiente: a) La primera imputación formal de los hechos al
encausado, en los delitos de acción pública. b) La presentación de la querella en los delitos de acción privada. c) La resolución
que convoca por primera vez a audiencia preliminar. d) La obstaculización del desarrollo normal del debate por causas atribuibles a
la defensa, según declaración que efectuara el Tribunal en resolución fundada e) El dictado de la sentencia, aunque no se
encuentre firme (*El presente ha sido reformado mediante ley número 8146 del 30 de octubre del 2001. LG# 227 del 21 de
noviembre de 2001. De una lectura pormenorizada del expediente, se colige que las partes en este proceso, han presentado una
serie de gestiones que han obstaculizado el normal desarrollo del proceso, e inclusive han impedido que el debate se realice con
prontitud. Nótese que esta causa fue señalada a debate a celebrarse a partir del veintiuino de abril próximo entrante. Las
solicitudes de cambio de fecha no se hicieron esperar. La licenciada Valverde Usaga solicitó el cambio de señalamiento porque fue
nombrada en la Sala Tercera de la Corte Suprema de Justicia hasta el 23 de abril inclusive y adujo que en fecha 24 de los
corrientes tiene una audiencia en el Juzgado Penal de Osa y así lo acreditó. (ver folios 2390 y 2391). El licenciado Bernán Salazar
Ureña acreditó que tiene programado juicio oral y público que se celebrará durante los días comprendidos entre el 21 al 30 de abril
próximo entrante. (ver folios 2395 y 2396). Por su parte el coimputado AA, indicó que su defensor no se encuentra en el país y que
a su regreso, tiene programadas diversas audiencias por lo que resta de abril, y que tampoco puede comparecer a juicio en el mes
de mayo. Solicitó entonces que el señalamiento se haga a partir del mes de junio próximo entrante (el escrito ingresó por fax, luego
de que la fecha del debate se hubiera cambiado para el cinco de mayo próximos). Aporta como prueba una constancia donde se
indica que el licenciado William Guido Madriz debe comparecer a juicio en fecha 22 de abril próximo y del cinco al dieciséis de
mayo. (folios 2414 a 2418). A raíz de todo lo expuesto el señalamiento a debate se cambió para iniciarse el 5 de mayo próximo
entrante, sin embargo nuevamente el licenciado AA, coimputado en la causa, argumentó que su defensor tiene programado un
juicio a celebrarse del cinco al dieciséis de mayo próximo en el Tribunal Penal de Desamparados. (ver folios v2417 y 2418) La
licenciada Valverde Usaga nuevamente solicitó el cambio del señalamiento a juicio oral y público argumentando que tiene
señalamientos los días 5, 8, 9, 19 y 16 de mayo próximos. Es en razón de todo lo anterior, que al tenor de lo establecido en el
ordinal 33 inciso d del Código Procesal Penal citado supra, que se decreta la interrupción de la prescripción; en el entendido de
que los plazos de prescripción reducidos a la mitad vuelven a correr de nuevo a partir de este momento, y ello porque a tenor de lo
preceptuado en el artículo 33 inciso d citado supra el desarrollo normal del debate se ha obstaculizado por causa atribuibles a la
defensa, según declaración que ha efectuado el Tribunal en esta resolución fundada. SOBRE EL NUEVO SEÑALAMIENTO A
JUICIO ORAL PUBLICO Por haberlo solicitado así la defensa de los co-encartados por esta última vez, a fin de celebrar el juicio oral
y público se señalan las NUEVE HORAS DEL VEINTE DE MAYO PRÓXIMO ENTRANTE, y todas las audiencias que sean
necesarias hasta concluir el debate, sin perjuicio del señalamiento que le fuera notificado a la licenciada Valverde Usaga, para la
primera audiencia del próximo veintiséis de mayo próximo entrante [...]” (cfr. folios 2434 y ss Tomo V) Como se desprende de la cita
hecha, el Tribunal alude a que la defensa ha interpuesto “una serie de gestiones” que “han obstaculizado el normal desarrollo del
proceso” y que “inclusive han impedido que el debate se realice con prontitud”. Como gestiones de la defensa que han
obstaculizado el normal avance del proceso –no del debate- no se hace ninguna referencia y únicamente se alude a que hecho el
primer señalamiento “las solicitudes de cambio de fecha no se hicieron esperar” siendo esta la única razón mencionada en la
resolución como motivo para decretar la obstaculización, criterio que esta Sala no comparte, por lo siguiente. Contra esa decisión
de interrumpir, el licenciado Manuel Chavarría Duartes, defensor del imputado MA, formuló una solicitud de aclaración, de manera
que se precisara cuáles eran las maniobras obstaculizadoras y si se referían únicamente a las solicitudes para variar el
señalamiento, pues en su caso no hizo ninguna solicitud. De igual forma la defensa de AA interpuso recurso de revocatoria contra
esa decisión. El Tribunal en resolución 129-B-03 de las 15:40 horas del 14 de mayo de 2003 dispuso declarar sin lugar las
gestiones. En cuanto a la aclaración, el Tribunal “la rechaza por improcedente e impertinente” pues en su criterio no existían
conceptos ambiguos u oscuros en lo resuelto que debieran aclararse. En cuanto al fondo de lo resuelto y refiriéndose a la
revocatoria del defensor de AA, licenciado Guido Madriz, el Tribunal la rechazó argumentando: “ Para fundar la denegatoria debe
indicarse que la transcripción literal del ordinal 33 antes y después de la reforma (acaecida el 30 de octubre de 2001), tiene por
objeto acreditar no sólo la modificación del texto inicial, sino un cambio en el criterio del legislador, con el cual, no es necesario,
acreditar la existencia de maniobras fraudulentas, dilatorias, o causales inexistentes por parte de los imputados o de sus abogados
defensores para decretar la interrupción de la prescripción del inciso d) del artículo 33, por parte del juzgador. Lo anterior porque
las maniobras dilatorias tendientes a alargar injustificadamente los procesos o a lograr una prescripción de la acción penal por la
duración del proceso, son difíciles de comprobar, razón suficiente para que ahora, con la reforma a la norma adjetiva, sea
únicamente necesario comprobar que el normal desarrollo del debate se ha obstaculizado por causas atribuibles a la defensa, en
este caso la causal está evidentemente acreditada, con la solicitud reiterada de cambio del señalamiento a debate, acreditada la
causal sin sea necesario comprobar que se trata de una táctica dilatoria, procede la interrupción de la prescripción y así se declaró
por este Tribunal en la resolución que se impugna. Yerra la defensa cuando aduce que el debate debe señalarse con al menos dos
meses de antelación, porque ese argumento es contrario a la normativa procesal penal (considerando primero). Es cierto que esta
cámara con fecha tres de abril de dos mil tres, fijó el primer señalamiento para debate para el veintiuno de ese mismo mes. También
es cierto que a solicitud de la defensa se cambió el señalamiento para iniciar en fecha cinco de mayo del año dos mil tres, según
resolución de las trece horas treinta minutos del siete de abril de dos mil tres (ver folio 2403) Nuevamente se cambió la fecha a
solicitud de la defensa para iniciar el 20 de mayo dos mil tres, por resolución de las dieciséis horas treinta minutos del nueve de
abril de este año, voto 99-03 ( ver folios 2434 a 2442) y efectivamente se decretó de oficio la interrupción de la prescripción; sin
embargo, la resolución lejos de ser ilegal, (como aduce la defensa) encuentra sustento en el ordinal 33 del código de rito reformado
por ley No. 8146 de 30 de octubre del 2001. En otro orden de ideas, y en cuanto al a circular 53-2002, lo que establece es la
obligación de los litigantes de informar oportunamente ( es decir con antelación ) a cada despacho judicial si tienen señalamientos
pendientes, aspecto que debieron prever los litigantes una vez que quedó precluída la fase intermedia, considerando precisamente
la cercanía del señalamiento a debate en la causa que nos ocupa. Tampoco es cierto que los señalamientos deban hacerse con un
mínimo de dos meses de antelación. Lo anterior toda vez, que si bien en la practica (sic) forense ello se ha estilado, (por la cantidad
de asuntos pendientes) es lo cierto que no es lo que está previsto en la legislación procesal penal vigente, de toda suerte que las
partes no pueden ampararse en la existencia de prácticas que no están previstas en la ley […]”. Para el momento en que el
Tribunal adopta estas decisiones y según se detalla más adelante, restaban 14 días para que el plazo fatal de prescripción operara
en las causas por prevaricato y cohecho propio, a pesar de que e Tribunal habían interpretado que tenía más plazo a su favor, por
las suspensiones operadas en el proceso y que el Tribunal había definido como causales de suspensión del curso del plazo dicho,
desde la resolución 84-03 en la que había hecho los cálculos, partiendo que la causa estuvo suspendida por ocho meses (cfr,
resolución 84-03 de las 16:00 horas del 21 de marzo de 2003, folios 2353 a 2357). Sin embargo, los juzgadores parecen dejar de
lado que el Tribunal tuvo paralizado el proceso durante un año y dieciseis días para resolver el tema de la recusación
declarándola sin lugar y luego se tomó otro tiempo para resolver las apelaciones del auto de apertura a juicio, las que resolvió a las
10:40 horas del 18 de febrero de 2003, en resolución 46-2003 (cfr. folios 2309 a 2314), que bien pudo declarar inadmisibles desde
su interposición, así como para resolver las actividades procesales defectuosas y el incidente de recusación y prescripción, únicos
a los que debió dar trámite desde el inicio. Y tanto la excepción de prescripción como la recusación eran gestiones fundadas y
razonables, al punto que motivaron, la segunda de ellas, que el Tribunal formulara una consulta facultativa de constitucionalidad y
la primera de ellas, llevó a los juzgadores a hacer un análisis de la suspensión del plazo operada en el proceso, de manera tal que
nunca podrían ser interpretadas como abusivas o entorpecedoras, cosa que en todo caso nunca se hizo en la resolución que
decretó interrumpida la prescripción, pues tal y como se desprende de la cita de la resolución 129-B-03 el Tribunal estima que la
interrupción se dio por obstaculizar la defensa la realización del juicio al gestionar la variación en el señalamiento únicamente,
además de interpretar que no es necesaria ninguna vocación obstaculizadora, evidente o manifiesta, para que la causal opere, lo
que en criterio de la mayoría de esta Sala no resulta procedente pues no corresponde a la interpretación que cabe hacer de la
causal en mención.. El Tribunal en la resolución número 84-03 antes citada se pronunció sobre las incidencias y declaró sin lugar la
prescripción de la acción penal interpretando que su plazo estuvo suspendido durante todo el tiempo que el Tribunal se tomó en
resolver. En consecuencia, tenemos que la defensa interpuso gestiones a las que el Tribunal debió dar el trámite legal recusación-
y actividades procesales defectuosas. No obstante, en lo que toca a la apelación del auto de apertura a juicio pudo declararlas
inadmisibles desde el inicio. Sin embargo, de cualquiera de las gestiones aludidas no podía esperarse que el Tribunal se tomara
más de un año para emitir pronunciamiento que es en realidad el tiempo que al final pesó para que el vencimiento del plazo de
prescripción ocurriera. El hecho de que así haya sucedido no podría utilizarse para revertir el efecto en la defensa. Como ya se
indicó, este repaso se hace para tener un panorama claro de lo ocurrido en el proceso una vez dictado el auto de apertura a juicio,
porque en la resolución que interrumpe la prescripción ni siquiera se mencionan estas gestiones y se enfatiza únicamente en las
solicitudes para variar el señalamiento a juicio. En cuanto a esto último y retomando, es claro que los juzgadores conocían que el
plazo fatal estaba por vencer. Aún así, cuando disponen el primer señalamiento, lo hacen con una diferencia de dos semanas entre
la resolución que lo fija y el debate, sin coordinar las agendas con los defensores y a sabiendas de lo complejo de la causa y de la
circunstancia evidente de que el proceso había estado prácticamente paralizado durante más de un año, lo que por sí mismo
anticipaba que los defensores de los acusados continuaban con sus compromisos profesionales y era de prever que pudieran
darse colisiones de agendas, que como se vio efectivamente se dieron y estuvieron todos absolutamente justificados, es decir, no
fueron inventados o maquinados por los defensores. Es cierto que el numeral 324 del Código Procesal Penal dispone que el
señalamiento a juicio debe realizarse dentro de las cuarenta y ocho horas siguientes al recibo del sumario y para celebrarse en un
plazo no menor de cinco días ni mayor a un mes. También lo es el contenido de la circular a la que alude el Tribunal. Sin embargo,
la paralización del proceso por tanto tiempo y la demora en resolver las gestiones, atribuibles al Tribunal, evidentemente permitían
anticipar la necesidad de coordinar la realización del debate –en cuanto a su calendarización- con todos los defensores y si bien es
cierto que no existe una justificación como la que pretendió el licenciado Guido Madriz para que el debate se señalara con dos
meses de anticipación, sí era claro que por la forma en que este proceso se había desarrollado había que realizar un esfuerzo para
lograr un rápido señalamiento, de una manera transparente y coordinada. A todo lo dicho debe añadirse que el mismo día en que
se efectuó el primer señalamiento, se declaró la causa de tramitación compleja –cfr. resolución de las 10:00 horas del 3 de abril de
2003, folio 2383, tomo V-, es decir se dispuso que al tratarse de múltiples imputados y defensores, así como de abundante prueba,
se hacía necesario tal declaratoria para poder asumir con la precaución del caso –esto es, el tiempo suficiente para agendar el
juicio, realizarlo, deliberar y dictar el fallo- . Esto nos lleva a otra consideración: si el Tribunal está declarando compleja la causa, es
evidente que lo sería también en términos de dedicación de los defensores y por ello no sólo lo atropellado del señalamiento sino la
ausencia de coordinación en las agendas, iba de manera previsible, a generar colisiones y dificultades en atender las primeras
fijaciones. Los sucesivos cambios de fecha que realizó el Tribunal luego del primero, tampoco atendieron la información que las
partes de inmediato sometieron a su conocimiento –tal es el caso de la licenciada Valverde Usaga y el licenciado Guido Madriz- y
las nuevas objeciones son tomadas como una conducta obstaculizadora, cuando se trataba únicamente a ese momento, de dos
solicitudes de variación de varios defensores, debidamente justificadas, en relación con la fecha de los debates programados con
escasa variación entre ambas -21 de abril y 5 de mayo- y frente a dos señalamientos precipitados que pretendieron reactivar un
proceso que estuvo más de un año paralizado por la inercia misma del órgano juzgador, que a toda prisa quiso trasladar esos
efectos a la defensa cuando evidenció problemas en atender los señalamientos, todos justificados y sin que a ese momento pudiera
evidenciarse un afán dilatador u obstaculizador. Sin la resolución que interrumpió, cualquiera de las fechas de juicio ya
establecidas, aún cuando no hubiesen variado, habrían sido en todo caso ineficaces para evitar que la prescripción operara. En
criterio de la mayoría de la Sala la resolución del Tribunal no es idónea para interrumpir la prescripción pues las causas que le
atribuye a la defensa como obstaculizadoras de la realización del debate –solicitar de manera fundada las variaciones en los
señalamientos- por las características ya expuestas, no podrían considerarse como un resultado del ejercicio abusivo, anormal,
despreocupado o irresponsable, irracional u obstaculizador del desarrollo del juicio, en los términos ya expuestos. Es claro que la
fijación de fecha para debate no puede quedar librada al talante de los defensores. Vale aquí lo antes señalado en cuanto a su
responsabilidad, la previsibilidad y al conocimiento de la causa que deben sopesarse cuando se asume la defensa y,
especialmente, si ya se conoce que avanzó a la etapa de juicio. Sin embargo, existió un importantísimo lapso de tiempo de más de
un año en que el proceso quedó paralizado por “causas atribuibles” al Tribunal únicamente, que tornan arbitraria y
desproporcionada la consideración de los juzgadores al estimar que luego de tanto tiempo, los defensores obstaculizaron el juicio al
evidenciar problemas en la primera convocatoria a debate, hecha con tanta premura y con tan poco margen de tiempo y sobre
todo, luego de que el propio órgano recién declaró la causa de tramitación compleja. Por ello, esta Sala declara ineficaz la
resolución 99-03 del Tribunal de Juicio de Pérez Zeledón y, en consecuencia, la eliminación de sus efectos interruptores. Aquí debe
analizarse lo que se razonó en cuanto al punto en la sentencia. Al inicio del debate los defensores replantearon los reclamos por la
prescripción de la acción penal y expresamente combatieron esta decisión. El Tribunal al resolver en la sentencia, señaló que al no
haber sido impugnada en su momento la decisión, el punto había “precluido” –lo que como se vio no es cierto porque se interpuso
una revocatoria y aclaración a lo resuelto- no obstante advierten que el propio artículo 33 de la normativa procesal penal señala
que los actos interruptores mantendrán sus efectos aún cuando hayan sido declarados nulos o ineficaces, todo ello para exponer
que en su criterio, el cuestionamiento de los defensores de esa decisión, aún cuando prosperara, no habría eliminado el efecto
interruptor que aquella decisión acordó. Valga señalar aquí que ello se aplica a aquellas causales que se establecen porque
indican, en sí mismas, el avance del proceso, pues ciertamente, como se indicó, la prescripción opera, entre otras razones,
fundamentalmente como sanción a la inercia procesal, de modo tal que ciertas causales están relacionadas con el arribo de la
causa a determinadas etapas procesales que revelan que el proceso ha ido avanzando. Por eso, el dictado de determinadas
resoluciones evidencia en sí mismo ese avance, esa actividad procesal y eso es lo que interesa a los fines de interrumpir y dar, con
ello, un nuevo margen para la prosecución del proceso, con independencia de que luego las resoluciones que así lo evidencian
sean invalidadas o anuladas. Este es el caso de las causales de los incisos c) y e) del numeral aludido (cfr. Llobet, ibid. pp. 111 y
112.). Tanto la convocatoria como el fallo podrían adolecer de problemas que las invaliden, no obstante lo que interesa es que en
el devenir histórico del proceso se llegó a esa fase. No ocurre lo mismo con la declaratoria de obstaculización. Aún cuando se
considera que la resolución del Tribunal en cuanto al punto no tiene efectos constitutivos sino meramente declarativos, en el tanto
no exista la decisión motivada, el efecto interruptor no puede surgir, de donde se concluye que es a partir de la resolución que
surge a la vida con efectos jurídicos, la interrupción del plazo. Ahora bien, si esa decisión es arbitraria, errónea o improcedente, por
infundada, no puede mantener el efecto interruptor aún cuando se invalide, como lo argumentó el Tribunal pues tal decisión es la
que le asigna los efectos a los actos que señaló como obstaculizadores. Si éstos no existieron el efecto no puede mantenerse pues,
de lo contrario se perpetuaría la ilegalidad y el perjuicio para el derecho del acusado a que se le juzgue en un plazo razonable que
la defensa no ha entorpecido y frente al cual, la interrupción de su curso, por las consecuencias que implica, funciona como una
sanción procesal. La sentencia puede invalidarse, pero fue dictada y evidencia que el proceso arribó a la etapa del contradictorio.
No es este arribo en sí mismo ni el avance del proceso lo que se impugna cuando se recurre la sentencia, sino los defectos o
errores que ésta contenga, aún cuando surjan de actuaciones procesales anteriores que le dieron sustento. En el caso de la
resolución que acuerda interrumpir por obstaculización, es a partir de la declaratoria y con motivo de ésta que los actos adquieren
el poder de interrumpir, de manera que si tal decisión es errónea, tales efectos no pueden mantenerse. La resolución declara la
obstaculización. Si tal declaratoria no es válida, tampoco pueden serlo sus efectos procesales. Así las cosas, deben acogerse los
reclamos de los impugnantes y disponer la ineficacia de la resolución aludida, eliminando el efecto interruptor que dispuso el
Tribunal. Existe además otro yerro en la resolución 99-03 de comentario. En ella se alude a que “los defensores” gestionaron los
cambios de los señalamientos, lo que ha impedido que el juicio pudiera señalarse con prontitud. No discriminó a cuáles defensores
se refería y respecto de cuáles se estimaba que surgía la obstaculización. El numeral 32 del Código Procesal, establece en el
segundo párrafo “ La prescripción correrá, se suspenderá o se interrumpirá, en forma individual, para cada uno de los sujetos que
intervinieron en el delito. En el caso del juzgamiento conjunto de varios delitos, las acciones penales respectivas que de ellos
resulten prescribirán separadamente en el término señalado a cada uno”. En este caso, quienes gestionaron el cambio del debate
fueron la defensa de JA, HN y AA y en la segunda oportunidad fueron los defensores de JA y AA. Aún cuando ya se analizó que fue
errónea la consideración del Tribunal para declarar la obstaculización, en esa oportunidad debió puntualizar a cuáles imputados
afectaba la decisión, de manera que quedara claro respecto de cuáles imputados se daba la interrupción de la prescripción, pues
no se trata de una decisión “global” que pueda afectarlos a todos. Este error sí fue enmendado por el órgano de juicio, no obstante
que mantuvo la validez de la decisión interruptora, que como se analizó, no es correcta. ii) Sobre la segunda decisión para
interrumpir la prescripción: Por resolución 164-2003 de las 15:10 horas del 18 de junio de 2003, el Tribunal declaró la existencia
de una obstaculización e interrumpió nuevamente el plazo de prescripción, por los problemas suscitados en la representación legal
de HN pues su defensor de confianza durante todo el proceso, licenciado Bernán Salazar Ureña, renunció a la defensa,
argumentado problemas económicos que dificultaban acceder a la representación considerando la sede tan distante del órgano de
juicio y el tiempo prolongado de éste. Por ello el Tribunal debió solicitar la asistencia de la defensa pública y el profesional
designado, obviamente solicitó plazo para preparar la defensa, lo que evidentemente provocó un retraso en la causa. Por su parte,
la defensa del imputado AA gestionó los cambios en los señalamientos ante quebrantos de salud sufridos por el licenciado Guido
Madriz. En el caso de la defensa de HN la interrupción dispuesta se ajusta a la previsión del inciso d) del artículo 33 de repetida
cita. El licenciado Salazar Ureña no sólo desde que asumió la defensa, sino desde que conoció que la causa iría a juicio, era
sabedor de la complejidad y del asiento mismo en que el proceso se realizaba. De modo tal que el hecho de que, a las puertas del
debate, cuestionara la competencia territorial y argumentara dificultades económicas para continuar la defensa en el asiento de
Pérez Zeledón, eran factores harto previsibles para él y su representado, de manera que su actuación es evidentemente negligente
y descuidada, con un efecto obstaculizador del desarrollo del debate directamente ligado a tales actuaciones y absolutamente
previsible, de modo que la obstaculización en cuanto a él se refiere se ajusta a la interpretación que cabe del inciso d) en estudio,
aunque como se verá, al momento en que esta decisión se adopta y habiendo quedado sin efecto la primera interrupción
decretada, ya la acción penal en lo que a este imputado se refiere, se encontraba prescrita. Sin embargo, resulta de utilidad
pronunciarse para clarificar que en un supuesto como este, puede aprehenderse claramente cómo la defensa con sus actuaciones
descuidadas y negligentes, generó obstáculos fundados en situaciones perfectamente previsibles y evitables de haber litigado en
atención al deber de lealtad y de buena fe, por lo que, al no hacerlo perjudicó el desarrollo del debate, lo que indefectiblemente
conduce a declarar interrumpido el curso del plazo de comentario. En cuanto a la situación del licenciado Guido Madriz, la
información que deriva del sumario da cuenta de que hubo de ser internado de emergencia en un centro de salud por haber sufrido
un infarto, atención que se prolongó y ameritó una intervención quirúrgica. No es posible aprehender del sumario ni de las
decisiones del Tribunal, que estos padecimientos fueran previsibles en su caso y por ello, aunque inevitables, sí al menos
subsanables, por ejemplo, nombrando un codefensor, etc., con el fin de no permitir que se precipitara el acontecimiento en el juicio
y lo entorpeciera, en cuyo caso habría una inobservancia al deber de litigar de buena fe y con lealtad, sino que, de lo que se
desprende del expediente, se trató de un evento de fuerza mayor que afectó la salud del defensor y que no podría ser interpretado
como una causal obstaculizadora en los términos del inciso d) del artículo 33, por lo que en cuanto a este punto, la decisión del
Tribunal no es correcta, no obstante que como se verá ya para este momento la acción penal había prescrito (cfr. acta de folios
2668 y ss. del Tomo V).”

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Citas de Legislación y Doctrina Sentencias Relacionadas

Contenido de Interés:
Temas (descriptores): Acción penal, Recusación, Prescripción de la acción penal
Subtemas (restrictores): Efectos de consulta facultativa a Sala Constitucional en relación con la suspensión de la acción penal,
Tiempo sobrepasado para resolver no se puede computar para suspender la prescripción, Tiempo sobrepasado para resolver
recusación no se puede computar para suspender la prescripción
Tipo de contenido: Voto de mayoría
Rama del derecho: Derecho Procesal Penal

“XI- De la suspensión del plazo de prescripción acordada en este caso: Encontrándose ya en fase de juicio, el Tribunal tuvo
ocasión de pronunciarse, como se ha anticipado, sobre las excepciones de prescripción de la acción penal, las que desestimó
considerando que durante un importante período de tiempo, el curso del plazo de prescripción estuvo suspendido por la existencia
de un “impedimiento legal” al tenor de lo que preceptúa el inciso a) del artículo 34 del Código Procesal Penal. Relevantes resultan
las resoluciones que se comentan de seguido y cuyos efectos se mantienen y acentúan por el Tribunal de sentencia. La defensa
del acusado HN desde la audiencia preliminar insistió en que la acción penal contra éste había prescrito aún antes de formularse la
acusación, que le atribuía el delito de cohecho impropio. Como se recordará, al declararse la apertura a juicio, la jueza penal
desestimó el reclamo al considerar que los hechos de la acusación en realidad describían un cohecho propio cuya acción penal,
considerando la intimación del acusado, se daba el 27 de octubre de 2002 (cfr. adición al auto de apertura a juicio, de las 7:00
horas del 10 de setiembre de 2002, folios 2069 a 2071, tomo V). Contra esta decisión la defensa del acusado HN formuló
revocatoria, apelación y además, recusó a la jueza Eugenia Allen Flores integrante del Tribunal y quien debía conocer de la
apelación que gestionaba en ese mismo acto tal defensor. A partir de ese momento se dio el devenir procesal ya repasado, con el
informe rendido por la jueza Allen Flores en el que rechaza la recusación, visible a folio 2245 del tomo V del principal, de fecha 22
de enero de 2002. A raíz de esta gestión y sin emitir ningún pronunciamiento relacionado con las gestiones de la defensa, el
Tribunal, por resolución 003-2002 de las 7:00 horas del 4 de febrero de ese mismo año 2002, decidió consultar a la Sala
Constitucional, según el procedimiento de la consulta facultativa previsto en la Ley de la Jurisdicción Constitucional, solicitando al
órgano constitucional que emitiera pronunciamiento en cuanto a si era causal de recusación, en garantía del principio de juez
natural y del respeto al debido proceso, la no especialización del juez en la materia propia penal, que era, en esencia, el argumento
de la recusación formulado en este caso. Al formular la consulta el Tribunal suspendió el trámite del proceso y remitió el principal a
la Sala Constitucional. Este órgano, por resolución número 6223 del 21 de junio, dispuso que no había lugar a evacuar la consulta,
es decir, no se evacuó la consulta como tal y remitió el sumario al Tribunal, que recibió el expediente el 27 de junio de 2002 ( cfr.
folios 2265 y 2266 tomo V). A pesar de ello y sin que conste un solo trámite en el proceso, aún pendientes de resolver tanto las
apelaciones, como la recusación misma y las incidencias de actividad procesal defectuosas y de prescripción, no es sino hasta el 4
de octubre de ese año que se emite la resolución 350-02 de las 7:30 horas, en la cual se declara sin lugar la recusación, es decir
tres meses y trece días después de la resolución de la Sala de no evacuar la consulta y un año y dieciséis días después de
planteadas las gestiones por la defensa. Consta dentro de ese período únicamente una gestión del fiscal Walter Espinoza
Espinoza, de fecha 18 de junio, instando al Tribunal a señalar a juicio lo antes posible (cfr. documento de fax de folio 2251 del
Tomo V). Además, no es sino hasta la resolución 46-2003 de las 10:40 horas del 18 de febrero de 2003 que se resuelven las
apelaciones del auto de apertura, así como el resto de las incidencias, que debieron incluso resolverse mediante aclaración y
adición promovida por la defensa, ello en la resolución 84-03 ya citada en la que se hace un recuento de los plazos en que el
proceso estuvo, en criterio de los juzgadores “suspendido” por una causa legal que impedía su prosecución y que, en
consecuencia, suspendió el curso de la prescripción. En esta resolución, el Tribunal señaló: “[…] Por último opuso el Lic. Bernan
Salazar excepción de prescripción de la acción penal, la que fue rechazada por la jueza penal, aduciendo que por encontrarnos en
presencia de un delito de cohecho propio la causa no ha prescrito. Para resolver la cuestión que interesa debe indicarse que
aunado a lo resuelto por la jueza penal, debe considerarse para los efectos del cómputo de la suspensión de la prescripción, el
tiempo en que la causa se encontró suspendida por la formulación de una consulta a la Sala Constitucional y por la existencia de
una recusación, según lo preceptuado en el ordinal 34 del Código Procesal Penal que literalmente reza: ‘El cómputo de la
prescripción se suspende: a) cuando en virtud de una disposición constitucional o legal, la acción penal no pueda ser promovida ni
proseguida…’ En el caso en estudio, es lo cierto que la causa estuvo suspendida durante el tiempo comprendido entre el cuatro de
febrero al trece de octubre de ese mismo año (8 meses y 9 días). Ahora bien si consideramos la resolución de la jueza de
garantías de las siete horas del diez de setiembre de dos mil uno, donde se consigna que la causa prescribiría en fecha 27 de
octubre de dos mil dos, y si se colige que a partir del cuatro de febrero estuvo suspendido el proceso hasta el trece de octubre
pasado, arribamos a la conclusión de que la causa en cuanto a este imputado, salvo causales interruptoras o suspensoras
acaecería el 22 de junio de 2003 […]” (cfr. resolución 84-03 antes citada). Es decir, en este primer criterio, el Tribunal estimó que el
plazo de prescripción se suspendió desde la formulación de la consulta preceptiva y hasta la resolución que rechazó la recusación.
Luego sucedieron los señalamientos para debate con el devenir procesal que antes se expuso en cuanto a la necesidad de variar
las fechas y las consecuencias derivadas de ello. En debate se reiteraron las incidencias y en cuanto al tema específico de la
suspensión del plazo, el Tribunal en el fallo fue mucho más allá de la resolución 84-03 comentada en la que se consideró una
suspensión a partir de la consulta facultativa y, ya en debate, consideraron los juzgadores que la prescripción se suspendió desde
el momento mismo en que la defensa de HN formuló la recusación a la jueza y hasta el día en que el Tribunal la rechazó. Es decir,
computan el plazo desde la formulación escrita de la recusación, libelo de fecha 17 de setiembre de 2001 y recibido en el Despacho
el 18 y hasta la resolución del 4 de octubre de 2002, lo que implica una suspensión de 1 año y 16 días. Según los juzgadores, la
defensa por su gestión de recusar a la jueza, se debe hacer responsable del entrabamiento sufrido por el Tribunal, pues no se
podía resolver el tema y el proceso no podía avanzar hasta que, en resguardo del principio de juez natural y el debido proceso, se
definiera el punto, configurándose un impedimento legal para continuar adelante hasta que el tema no quedara resuelto. En criterio
de esta Sala tal decisión es errónea. La única causal legal que suspendió el curso de la prescripción fue la consulta facultativa de
constitucionalidad que el Tribunal formuló en la decisión del 4 de febrero y que se mantuvo hasta que la Sala resolvió, el 21 de
junio de ese año 2002. No es posible extender el plazo de la suspensión hasta el recibo del expediente, menos aún hasta los más
de tres meses que se tomó el Tribunal, ya con el expediente en su poder, para resolver el tema. Tampoco es admisible pretender
que desde la recusación, es decir, desde que se interpuso, el proceso estuvo suspendido. Ya se analizó extensamente en los
considerandos precedentes, que la recusación tiene previsto en la ley un trámite en extremo expedito, pues en efecto, atañe a la
constitución misma del Tribunal cosa que no puede dejarse sin resolver y que, por su propia naturaleza, es urgente e imperiosa. De
allí que por más recusación que gestionara la defensa, la decisión la tiene el órgano juzgador en cumplir y dar el trámite legal. A
pesar de que la recusación se interpuso el 18 de setiembre de 2001, no fue sino hasta el 22 de enero del 2002 que la jueza
recusada rindió el informe y fue hasta el 4 de febrero de ese mismo año que se formuló la consulta de constitucionalidad. Es decir,
transcurrieron cuatro meses para la rendición del informe, tiempo absolutamente desproporcionado y por completo fuera del
señalado en la ley para este delicado tema. Se alude a que el juez Jaime Hernández Granillo también se había excusado, por lo que
no podía participar, de manera que la defensa conocía que solo había un juez para conocer del tema y lo recusa, lo que paralizó el
proceso. La excusa del juez Hernández Granillo se conocía en el proceso desde el 27 de enero de 2000, precisamente dentro del
legajo de medidas cautelares de JA. El proceso había seguido su curso con las sustituciones que la ley prescribe. El hecho de que,
por las características de este caso, se presentaran problemas con los jueces, por ser algunos de los imputados funcionarios
judiciales de la zona, no puede implicar una renuncia o un reproche a las gestiones de la defensa para cuestionar la capacidad de
actuar de los juzgadores en el caso. Aún considerando las dificultades, el tema no podía ser postergado y existen los mecanismos
legales para suplir a los jueces a quienes alcanza un impedimento legal, establecidos en la Ley Orgánica del Poder Judicial, de
manera que la inercia del Tribunal al enfrentar este tema no puede ser considerada como “causa legal” que impedía el decurso del
proceso generando una causal para suspender el plazo de prescripción. Retomando, tendríamos que la única causa legal de
suspensión del plazo, de conformidad con el inciso a) del numeral 34 del Código Procesal Penal lo fue la consulta facultativa de
constitucionalidad –numerales 102 y 104 de la Ley de la Jurisdicción Constitucional-, de manera que el cómputo del plazo de
suspensión va del 4 de febrero al 21 de junio, ambos meses de 2002, es decir, 4 meses y 17 días. Ni lo ocurrido antes de la
consulta, como tampoco el tiempo que el Tribunal se tomó para rechazar la recusación, pueden computarse válidamente como
útiles para suspender el curso de la prescripción. Así las cosas, una vez despejado el tema de la suspensión e interrupción de los
plazos aludidos, corresponde hacer el análisis de prescripción de la acción penal para cada imputado y según la calificación legal
que corresponda a los hechos acreditados y a la imputación del Ministerio Público. i) En cuanto a HN: Según se analizó en los
considerandos precedentes, aún cuando los hechos que el Tribunal tuvo por acreditados constituyen el delito de corrupción de
jueces, acción penal que a la fecha no estaría prescrita, lo cierto es que debe considerarse que tal calificación se logró rebasando
de manera ilegítima el marco fáctico de la acusación, en la que se describe el delito de cohecho impropio. Teniendo en cuenta que
HN fue intimado el 28 de octubre de 1999, que el delito de cohecho impropio se sanciona con pena de seis meses a dos años de
prisión, la acción penal por este delito prescribió el 28 de abril de 2001, partiendo del plazo de tres años como mínimo que señala el
inciso a) del artículo 31 procesal y de su reducción a la mitad –año y seis meses- a partir de la intimación, sin que hubiera acaecido
algún acto con capacidad para interrumpir o suspender el curso del plazo fatal. Es decir, la acción penal por este delito prescribió
incluso antes de que se formulara la acusación por parte del Ministerio Público. Aún si se estimara discutible la calificación y se
avalara el criterio de la jueza penal que al dictar el auto de apertura a juicio recalificó los hechos al delito de cohecho propio, la
acción penal también habría prescrito antes de celebrarse el debate. Habría que considerar la penalidad de esta delincuencia, de
dos a seis años de prisión, como también el tiempo en que el plazo de prescripción estuvo suspendido por la consulta de
constitucionalidad, que ya se vio fue de 4 meses y 17 días, de manera que la acción penal por este delito prescribió el 15 de marzo
de 2003, sin que existiera alguna causa que interrumpiera el curso del plazo, ni siquiera alcanzaría a ser afectada por la errónea
interrupción que dispuso el Tribunal en la resolución del 9 de abril. Así las cosas, el reclamo en cuanto a la prescripción de la
acción penal debe acogerse. Se anula el fallo en lo que a este imputado se refiere. Se resuelve el fondo del asunto y se absuelve
de toda pena y responsabilidad a HN por el delito de cohecho impropio, al haberse extinguido la acción penal en su contra. ii) En
cuanto a los imputados AA y ME: Sin perjuicio de las consideraciones que se harán de seguido en cuanto al delito de prevaricato
y el tema de la competencia en la aplicación de la ley penal más favorable, debe analizarse que a ambos imputados se les atribuyó
los delitos de favorecimiento del artículo 64 de la Ley sobre Estupefacientes, así como el delito de prevaricato. En el fallo se
acreditó únicamente el delito de prevaricato y se les absolvió por el otro delito, de manera que esa será la calificación jurídica a
considerar para efectos del análisis de la prescripción de la acción penal. Este delito se sanciona con pena de dos a seis años de
prisión. La intimación de los acusados se realizó el 6 de diciembre de 1999. Tomando en cuenta el plazo de cuatro meses y 17 días
en que el curso de la prescripción se suspendió por la consulta de constitucionalidad, momento para el cual habían transcurrido
dos años, un mes y veintiocho días del plazo de prescripción. El cómputo se reanudó al día siguiente de la resolución de la Sala
Constitucional, sea a partir del 22 de junio de 2002, de manera que la acción penal por estos hechos prescribió el 24 de abril de
2003. Para tales fines debe tenerse presente lo resuelto en los considerandos precedentes en cuanto a que la interrupción que
decretara el Tribunal en resolución del 9 de abril de 2003, no es procedente, de manera que no se dio ningún acto excepción
hecha de la consulta ya indicada- que tuviera la vocación de interrumpir o suspender su curso. A pesar de que la resolución del
Tribunal al interrumpir no es válida, en todo caso esa interrupción no era aplicable a ME, pues las solicitudes para variar la fecha no
provenían de su parte, lo que tampoco se consideró en su oportunidad. Así las cosas, el reclamo del imputado en cuanto a este
extremo debe acogerse. Se anula el fallo en su contra y se resuelve el fondo del asunto. Se absuelve a ME de toda pena y
responsabilidad por el delito de prevaricato que se le ha venido atribuyendo, por haber prescrito la acción penal en su contra. En
cuanto al imputado AA el cómputo de los plazos es el mismo, si se toma en cuenta que fue intimado el mismo día en que lo fue AA.
Aún cuando la interrupción que erróneamente decretó el Tribunal sí le era aplicable, por ser uno de los gestores de la variación de
la fecha para el debate, lo cierto es que ya se analizó que esta decisión es improcedente, de manera que tampoco existió acto
alguno, más allá de la consulta de constitucionalidad tantas veces mencionada, con capacidad para suspender o interrumpir el
curso de la prescripción. Así las cosas, procede acoger el reclamo que formula su defensor, el licenciado Guido Madriz. Se anula el
fallo en lo que a este imputado se refiere y resolviendo el fondo del asunto, se absuelve a AA de toda pena y responsabilidad por el
delito de prevaricato que se le ha venido atribuyendo, en razón de haber prescrito la acción penal en su contra.”

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Contenido de Interés:
Temas (descriptores): Prevaricato, Legislación penal
Subtemas (restrictores): Análisis de distintas tesis en torno a competencia para aplicar ley que modifica o reduce penalidad, El
concepto ley debe entenderse en sentido restrictivo
Tipo de contenido: Voto de mayoría
Rama del derecho: Derecho Penal

“X- Sobre el delito de prevaricato, la competencia en el conocimiento de la aplicación retroactiva de una ley penal más
favorable que disminuye la escala de penalidad de una conducta delictiva y la jurisprudencia de la Sala en cuanto al tema:
En la sentencia que se impugna, el Tribunal realiza un importante análisis en cuanto a la naturaleza del delito de prevaricato, la
distinción que existe de éste como delito doloso y la modalidad que se da en otros ordenamientos que sancionan la figura culposa,
así como la restrictiva interpretación que debe darse a este tipo penal, con el objeto de que no sea utilizado para perseguir la
simple diferencia de criterio o para disminuir la independencia del juzgador, que es pilar esencial del Estado de derecho.
Evidentemente en un régimen democrático como el nuestro, donde existe la separación de poderes y su ejercicio responsable, el
juez, está sometido a la Constitución, a los convenios internacionales sobre derechos humanos y a la ley únicamente, sin que se
admitan imposiciones e intromisiones de otros poderes del Estado, como tampoco intromisiones o imposiciones dentro del seno
mismo del Poder Judicial, sea vía jerárquica o disciplinaria, cuando se trate del ejercicio responsable del poder jurisdiccional,
quedando los errores y defectos en el ejercicio del mismo en la gran mayoría de los casos, sujetos al control impugnaticio por las
partes en el seno del proceso concreto y en última instancia a la responsabilidad patrimonial del Estado, todo ello en lo que a la
función judicial toca, salvo, claro está, el caso de la prevaricación judicial. Cuando se analiza la tipicidad de una conducta como
prevaricadora en el caso del juez, debe considerarse, como bien lo señalan los juzgadores en el fallo, que no se trate del ejercicio
interpretativo, razonable y válido por parte de éste en relación con la norma a aplicar, que es precisamente la esencia del poder
jurisdiccional, sino que se trate de una franca inobservancia de lo legalmente previsto, a sabiendas de ello y sin que en todo caso
sea necesario acreditar la existencia de alguna finalidad específica o especial, aunque ella puede existir. Ahora bien, para la
tipicidad de una conducta como prevaricadora, como sucede con cualquier otra norma penal, no caben las interpretaciones
extensivas o analógicas, sean implícitas o explícitas del tipo penal, sino la interpretación estricta. Esto por cuanto si el prevaricato
se concibe como “el dictado de resoluciones contrarias a la ley” –en el supuesto que aquí interesa-, ese concepto de ley debe
entenderse en sentido restrictivo y no en forma ampliativa, como lo hizo el Tribunal. Según se razona en el fallo, los juzgadores
estimaron que la conducta atribuida a AA y a ME era prevaricadora, pues se resolvió un tema en contra de lo que la
jurisprudencia de la Sala Tercera ya había definido y que si bien es cierto esta jurisprudencia no es vinculante, en el tema de la
aplicación retroactiva de la ley penal más favorable que reduce la escala de penalidad, existe “una laguna” en la nueva legislación,
por lo que de conformidad con lo que dispone el artículo 5 de la Ley Orgánica del Poder Judicial, esa laguna la llenará la
jurisprudencia de las Salas de la Corte, que tendrían fuerza de ley y estiman que eso ocurrió en este caso, en el que los imputados
conocían de la posición jurisprudencial, es decir, de la forma en que la Sala había definido el punto de la competencia y aún así
fallaron en contra. Específicamente, el Tribunal razonó: “[…] Descartado el reclamo por vulneración de la garantía de
independencia judicial, no menos difícil es centrarnos en el tema de definir por qué o cuándo considera este tribunal que una
decisión, en ejercicio del poder jurisdiccional, es ilegal, en los términos que prevé el numeral 350 del Código Penal. Un primer
cuestionamiento que ha hecho la defensa es si ¿Podríamos considerar ilegal una resolución porque contraviene la jurisprudencia
de la Sala III? El tribunal considera que no. Sin embargo tal y como lo indicábamos en el aparte anterior, no podemos obviar lo que
dispone el numeral 5, párrafo III de la Ley Orgánica del Poder Judicial: ‘Los principios generales del Derecho y la Jurisprudencia
servirán para interpretar, integrar y delimitar el campo de aplicación del ordenamiento escrito y tendrán el rango de la norma que
interpreten, integren o delimiten. Cuando se trata de suplir la ausencia y no la insuficiencia de las disposiciones que regulan la
materia, dichas fuentes tendrán rango de ley’. Norma que se complementa con lo dicho en el artículo 5 del Código Civil: ‘La
jurisprudencia contribuirá a informar el ordenamiento jurídico con la doctrina que de modo reiterado, establezcan las salas de
casación de la Corte Suprema de Justicia y la Corte Plena al aplicar la ley, la costumbre y los principios generales del Derecho.’ De
hecho la norma es suficientemente clara y contundente. Si una decisión jurisdiccional contraría dolosamente jurisprudencia que se
encuentre dentro de tal supuesto, sí podría incurrir en responsabilidad penal, no tanto por inobservar una decisión de un órgano de
control casacional, sino por desatender lo que dispone la ley que le confiere ese rango. La última frase del numeral 5 citado de la
Ley Orgánica del Poder Judicial nos conduce al tema de las lagunas. El término ‘laguna’ suele utilizarse de forma muy amplia en la
doctrina iusfilosófica. En un sentido muy general se le concibe como ‘la ausencia de solución normativa para una cuestión jurídica’.
(Ver RAZ,J. La autoridad del Derecho. Trad. De R. Tamayo, UNAM, México, 1982. pg.95 y 96; BARAK, A. Judicial Discretion, Yale
University Press, New Haven, 1989. p.83) si eso es así, si la norma procesal que regulaba el recurso de revisión en el proceso
penal, como lo sostiene la defensa, no presentaba una solución clara, como se alega, en el supuesto del principio de retroactividad
penal favorable ¿Acaso no estamos frente a una laguna? Y si frente a esa laguna existía reiterada jurisprudencia de la Sala III
(Votos 880-98, 928-98, 1012-98, 1037-98, 1039-98, y 1090-98) ¿No estaríamos acaso como mínimo en la obligación de fundar por
qué el criterio del tribunal se apartaba de dicha jurisprudencia? Si además se modifica una sentencia firme ¿No estaríamos
trasgrediendo acaso la norma constitucional contenida en el párrafo II del artículo 42 de la Carta Magna? Y si al final de cuentas se
tiene por acreditado que esa información básica para el dictado del voto 190-99 fue hábilmente manipulada por el juez informante,
quien tampoco razonó por qué procedía de esa forma, incluso contra el criterio sostenido con antelación por él mismo y mediando
advertencia de que podía incurrir en el delito de prevaricato en el caso concreto, entonces, vemos que más que un asunto donde
medien criterios diversos frente a la jurisprudencia, de lo que se trata es de una delincuencia, como la que aquí se acreditó […]”
(cfr. sentencia, folios 3732 a 3735). De la transcripción hecha se desprende que si bien es cierto pesaron otros aspectos para que
el Tribunal se inclinara por establecer que AA era autor del delito de prevaricato, sí utiliza también el argumento de que la posición
que al final sostuvo el Tribunal de Pérez Zeledón en la decisión 190-99 era contraria a la jurisprudencia de esta Sala, que en un
punto en que existía una “laguna” adquiría rango de ley. Con independencia de la importante función de la norma del artículo 5 de
la Ley Orgánica del Poder Judicial (en adelante LOPJ) en lo que a la seguridad jurídica toca, en temas no resueltos de la ley –y no
insuficiencia en la ley, como claramente lo señala su texto-, lo cierto es que ya a los fines de analizar la conducta de un juez o
Tribunal como prevaricadora únicamente porque resuelve contra la jurisprudencia que conoce pero que no comparte, ese
concepto de “ley” del numeral 350, se encuentra francamente ampliado cuando se le da la extensión que le dio el Tribunal en este
caso, al sustituir para los efectos del tipo penal el concepto de ley por el de la jurisprudencia que, ante la omisión legislativa
“adquiere fuerza de ley”. Y aún cuando es cierto que es una norma la que le asigna ese carácter, también lo es que se llega a ella
por un doble ejercicio de comprobar primero la ausencia legislativa y segundo, de la jurisprudencia que lo suple, ejercicio que es
claro para efectos de decantar un camino que garantice la seguridad jurídica, pero que no alcanza a llenar por sí mismo el
concepto de “ley” del artículo 350 del Código Penal y menos aún a calificar de prevaricador a la posición jurisdiccional que se
aparta de aquél. El concepto señalado se refiere en primer y único término al concepto de ley en sentido formal, es decir, a la
emanada del Poder Legislativo y no contempla decretos o reglamentos o cualquier normativa derivada, que aún cuando forman
parte del bloque de legalidad, no integran el concepto restringido de “ley” en los términos del tipo penal del prevaricato (cfr. al
respecto resolución 686-03 de las 10:50 horas del 7 de agosto de 2003). Y precisamente por ello, cuando se trata de sancionar la
conducta del juez que dolosamente se aparta del texto de la ley, es sancionar al juez que se aparte de su sentido e interpretación
razonable, así como de la “verificabilidad objetiva” de dicha interpretación, como bien lo señalan los juzgadores en la sentencia.
Cuando se trata, por el contrario, de que el ordenamiento jurídico prevé supuestos en los que la ley no resuelve el tema y permite a
la jurisprudencia integrar las normas mediante, obviamente, los métodos válidos de interpretación (histórico, teleológico,
gramatical, lógico y sistemático)- y le asigna a dicha interpretación la fuerza de aquélla, se tiene un norte en cuanto a la seguridad
jurídica, pero no un nuevo concepto de ley formal en dicha interpretación, que puedan enmarcarse en el numeral 350 aludido y por
más que sea la ley misma la que le dé ese carácter a la interpretación jurisprudencial. Esa norma del numeral 5 de la LOPJ trata de
garantizar la seguridad jurídica mediante la función integradora de la jurisprudencia de las Salas de la Corte, esto por su relación
con el artículo 5 del Código Civil lo que significa que son dos las normas involucradas en la “fuerza de ley” de la jurisprudencia-,
más no de convertirla en verdadera ley formal, es decir de equipararla –a los fines del delito de prevaricato- a ésta. Así, no
bastaría que se constate un vacío normativo, un criterio jurisprudencial que lo integre y una interpretación judicial que se aparta de
ese criterio, para considerar que se está en presencia del delito de prevaricato, como pareciera desprenderse del criterio externado
por el Tribunal, de manera que en este punto la Sala estima que erraron los juzgadores quienes, a pesar de estimar que no puede
cometerse el delito por sostener un criterio distinto al de la Sala, consideran que el mandato del artículo 5 antes citado, le confiere
ese carácter de ley a la jurisprudencia que integra un vacío legal, criterio que esta Sala no comparte, por las razones antes dichas.
Sin embargo, debe puntualizarse que en el fallo y en cuanto al punto, los juzgadores añadieron otros elementos que sí podrían
eventualmente permitir la aplicación de la figura, como son el conocimiento de los precedentes jurisprudenciales, el haberlos
aplicado anteriormente, la ausencia de fundamentación alguna en cuanto al criterio diferente al de la jurisprudencia que se sostenía
en la resolución cuestionada así como la dolosa manipulación de los datos de la causa y de los propios precedentes
jurisprudenciales, para lograr el consenso de los otros miembros del Tribunal en una resolución que se conocía abiertamente ilegal.
Porque, como ha sostenido esta Sala, en el prevaricato no se sanciona la diferencia de criterio o el error al interpretar la ley, sino la
infidelidad dolosa a ésta, de manera que los criterios diferentes, válida y razonablemente fundados, que son admisibles dentro del
universo de interpretaciones razonables posibles de un texto legal, están fuera del ámbito del delito de prevaricato. Así se ha
señalado que “la doctrina y la jurisprudencia son acordes en cuanto a que todo aquello que caiga dentro de los límites de la
“interpretación de la ley”, está fuera de la figura del prevaricato, excluyéndose así la posibilidad de prevaricación sobre la base de
algún precepto insospechado de derecho [...], es decir, que: «cuando la ley no es clara, cuando ella permite interpretaciones –salvo
el caso evidente de malicia-, el juez no prevaricaría al aplicarla» (Sala Segunda Penal de la Corte Suprema de Justicia, resolución
de las 10:30 horas del 10 de diciembre de 1948) [...] El delito de prevaricato exigiría que en la presente resolución existiera una
absoluta oposición y contrariedad entre lo que se resuelve y lo que la ley declara, o bien que la resolución se fundamentara sobre
hechos falsos, como serían aquellos que no existen o no aparecen constando en autos, lo cual no sucede aquí [...]” resolución 183-
F-95 de las 11:20 horas del 24 de marzo de 1995, posición reiterada en el precedente 115-05 de las 14:30 horas del 23 de febrero
de 2005. Aclarado el punto anterior, debe señalarse que en cuanto al tema específico de la competencia en la aplicación
retroactiva de la ley penal que modifica o reduce la escala de penalidad, lo que existen son dos posiciones, dos criterios de
interpretación, igualmente válidos y razonables, el primero sostenido por la Sala Titular y la mayoría de los Magistrados Suplentes
de la Sala y por la mayoría de integrantes del Tribunal de Casación Penal y otra sostenida por algunos Magistrados Suplentes de
esta Sala y jueces del Tribunal de Casación, que difieren en cuanto a la competencia para el conocimiento de esos supuestos. La
primera –y mayoritaria posición- que considera que la materia es propia del procedimiento de revisión y de sus órganos
competentes y la segunda, que asigna la competencia al Juez de Ejecución de la Pena, partiendo ambos de la interpretación de las
normas procesales. Lo que está claro es que ninguna de las dos interpretaciones concibe que la competencia en esa materia sea
del Tribunal de Juicio como ocurrió en el caso que se analiza- órgano que interviene en fase de ejecución únicamente como
Tribunal de alzada. En efecto, la Sala Titular en pleno y gran parte de los Magistrados Suplentes estiman y han razonado de
manera fundada, por qué consideran que es el procedimiento de revisión el que procede en los supuestos en que se trata de
aplicar retroactivamente una ley penal más favorable que reduce la escala de penalidad. En los supuestos en que esta nueva ley
despenalice la conducta o que ese tipo penal haya sido declarado inconstitucional –dos hipótesis que afectan la norma sustantiva
aplicada al caso concreto- está expresamente prevista la revisión como el procedimiento para estudiar la sentencia en el caso
concreto. Sin embargo, el tema cobró relevancia precisamente al entrar en vigencia el Código Procesal Penal –en el año 1998- año
precisamente en el que se promulgó la Ley sobre Sustancias Psicotrópicas, número 7786 del 23 de abril de 1998, publicada en el
Alcance a la Gaceta Nº 93, del viernes 15 de mayo de 1998, que modificó sensiblemente la escala de penalidad de los delitos en
ella contemplados y por ende, provocó la presentación masiva de gestiones solicitando, al amparo del procedimiento de revisión tal
cual se contemplaba en el inciso 5) del numeral 490 del Código de Procedimientos Penales de 1973, con la salvedad de que la
nueva legislación no regula directamente como materia de revisión, la aplicación retroactiva de una ley penal más benigna, como sí
lo hacía la norma antes citada. Por ello, a pesar de reconocerse que el tema no tiene una solución clara en la ley, la Sala desde las
resoluciones 871-98 de las 9:00 horas y 880-98 de las 9:45 horas, ambas del 18 de setiembre de 1998, analiza el estado de la
legislación y luego de razonar la inconveniencia de dos vías distintas en lo que a la aplicación retroactiva de una ley más favorable
toca, se inclina por la conveniencia de una única vía, cual es el procedimiento de revisión y desde entonces esta tendencia se ha
afianzado, siendo en este momento la posición mayoritaria. Sin embargo, existe una respetable posición minoritaria dentro de la
Sala, especialmente de los magistrados suplentes y también jueces del Tribunal de Casación Jorge Luis Arce Víquez, Rosario
Fernández Vindas y del también juez de casación Javier Llobet Rodríguez e incluso sostenida desde antes por el jurista Francisco
Castillo González (cfr. Llobet Rodríguez, Proceso Penal Comentado, op.cit. p.390 y Castillo González, Francisco. El recurso de
revisión en materia penal, San José, Colegio de Abogados de Costa Rica, 1980. p.177) posición que de manera fundada estima lo
contrario, esto es, que la reducción de la escala de penalidad por una ley posterior es un tema que debe conocer el juez de
ejecución de la pena. Consideran los Magistrados Suplentes Arce Víquez y Fernández Vindas, analizando la nueva normativa
procesal, que no se trata de una omisión u olvido del legislador, sino de un franco traslado de competencias al apostar el nuevo
ordenamiento procesal penal por un mayor protagonismo del juez de ejecución de la pena. Como se ve, ambas posiciones e
interpretaciones coexisten en la actualidad, sin que sea admisible sostener que la posición minoritaria de los magistrados de esta
misma Sala y de los jueces del Tribunal de Casación, tipifique como prevaricato porque se aparta de lo que la jurisprudencia de la
Sala ha establecido. Ciertamente una de las funciones de la casación es la unificadora de la interpretación de la ley, más, al no ser
vinculante, el juez que fundadamente se aparte del criterio e interprete la norma de manera sustentada y razonable, no puede ser
autor del delito de prevaricato por la simple discrepancia de criterio, porque ello sería sepultar sin más la independencia del juez
como pilar esencial del sistema democrático. Esto no debe confundirse con la fuerza vinculante y decisiva en el caso concreto, del
fallo de casación y con la función orientadora que tiene la jurisprudencia de la Sala en general sobre la labor de los tribunales
penales del país. Es decir, si una sentencia es impugnada en casación, como la última instancia, lo que allí se resuelva deja
zanjado el tema, porque otro principio no menos importante como es el de seguridad jurídica está allí comprometido y a la litis debe
ponérsele un punto final. Y en cuanto a lo segundo, la función orientadora también garantiza la seguridad jurídica, pues se tendrá,
en los precedentes de la Sala un criterio para dirimir problemas de interpretación que es, por sí mismo, orientador porque carece
de fuerza vinculante, pero que en algunos temas, especialmente relacionados con la interpretación de las normas procesales,
resulta ser determinante por las consecuencias procesales que en sí mismo implica. Esto sucede precisamente con la interpretación
de la Sala Titular y la mayoría de los Magistrados Suplentes en punto al tema de la competencia para conocer de la aplicación
retroactiva de la ley penal que reduce o modifica la escala de penalidad de un hecho delictivo. Para unificar el procedimiento que se
relaciona con la modificación de la ley penal aplicada en la sentencia, sea por despenalización, por declaratoria de
inconstitucionalidad o por reducción o modificación de la penalidad, la Sala estima que es la revisión el camino procesal adecuado y
que las competencias del Juez de Ejecución de la Pena en cuanto a las modificaciones de la sanción se refieren a las propias de la
ejecución y del régimen penitenciario, más no a la pena impuesta en la sentencia, sobre la que no posee competencia alguna pues
pesa en este criterio, la consideración de que un fallo con autoridad de cosa juzgada material únicamente puede ser modificado
mediante el procedimiento de revisión, según lo consagra el numeral 42 de la Constitución Política. Así lo reiteró por mayoría
precisamente en la revisión gestionada por AP y FL contra la decisión del Tribunal de Pérez Zeledón Penal de dejar sin efecto el
rebajo de pena operado en la resolución que se atribuye de prevaricadora en el caso que aquí se analiza. En esta oportunidad, en
la resolución 489-05 de las 12:10 horas del 25 de mayo de 2005, la mayoría de la Sala estableció: “[….] iv.- De la competencia
para conocer la aplicación de una ley más favorable: En el recurso planteado se cuestiona la competencia para conocer
acerca de la aplicación de una ley más favorable cuando el fallo está firme. Reiterada ha sido la jurisprudencia de la Sala titular,
según la cual para dar aplicación a una ley promulgada con posterioridad a la condena y que resulta más favorable para el reo,
debe ser mediante el procedimiento de revisión. Ha resuelto la Sala lo siguiente: “ Sobre ese extremo debe señalarse que los
artículos 12 y 13 del Código Penal autorizan la aplicación retroactiva de una ley penal dictada con posterioridad a una condena,
siempre que ello le resulte más favorable al reo y además que todavía no haya cumplido la pena, como parece ser el caso de autos,
sin embargo la ley no determina con claridad cual debe ser el procedimiento a seguir para aplicar la legislación más benigna. Dos
son los caminos que podrían invocarse: por un lado el que ha seguido el gestionante ante esta Sala al formular la revisión; pero
también podría argumentarse que corresponde al Juez de Ejecución de la Pena y al Tribunal de Sentencia modificar el fallo que se
hubiere dictado, con el fin de adecuar el caso aplicando retroactivamente la legislación más favorable. El Código de Procedimientos
Penales de 1973 era más directo al señalar una causal específica para resolver el problema (artículo 409 inciso 5°) -sic-, pero en el
Código Procesal Penal vigente podríamos afirmar también que no se excluyó esa posibilidad al estimarse que la revisión puede
invocarse, entre otros supuestos, para aplicar retroactivamente una ley más favorable, según se puede concluir de lo dispuesto en
los incisos e) y f) del artículo 408. En efecto, el inciso e) citado refiere que la revisión procede cuando sobrevengan nuevos hechos,
como sería la aprobación de una nueva legislación, que permita encuadrar la conducta atribuida en una norma más favorable,
supuesto en el que nos encontramos en el caso de autos; mientras que en el inciso f) citado se autoriza este procedimiento para
cuando la nueva legislación haya señalado que el hecho no es punible, o bien cuando la norma que sirvió de base para la
condenatoria ha sido declarada inconstitucional. Obsérvese que en ambos supuestos se autoriza recurrir a la revisión para aplicar
en forma retroactiva una ley más favorable, estableciéndose un mismo procedimiento y ante una misma autoridad jurisdiccional. Si
concluyéramos que la Sala no es competente para conocer sobre la aplicación de la ley más favorable, porque no se establece ese
caso como un supuesto de revisión, obligaríamos a las partes a recurrir ante el Juez de Ejecución de la Pena y al Tribunal de
Sentencia para ese supuesto, pero tendríamos que admitir que si debe recurrirse a la Sala cuando la norma más favorable haya
declarado que no es punible el hecho que antes se consideraba como tal, dividiéndose así la competencia, las instancias y el
procedimiento para tratar asuntos similares, con todo lo que ello implica. Por lo expuesto, y con sustento en los incisos e) y f) del
artículo 408 del nuevo Código Procesal Penal, el procedimiento de revisión resulta aplicable para examinar las consecuencias de
una legislación promulgada con posterioridad a la condena que el reo invoca como más favorable”. (Sala Tercera de la Corte
Suprema de Justicia, sentencia 880-98 de las 9:45 horas del 18 de septiembre de 1998. El subrayado no es del original. En ese
mismo sentido, ver sentencias de este mismo Tribunal, números 0045-00 de las 9:25 horas del 14 de enero del 2000; 0490-00 de
las 10:10 horas del 12 de mayo del 2000; 0854-01 de las 8:30 horas del 7 de setiembre del 2001 y 0157-02 de las 10:20 horas del
22 de febrero del 2002, entre otras). De lo expuesto anteriormente se deduce que cuando se está ante el supuesto de modificar lo
resuelto en un fallo que ya alcanzó el estado de cosa juzgada, la potestad para efectuar ese tipo de modificaciones está reservada,
según corresponda, para alguno de los dos únicos órganos competentes para conocer los procedimientos revisorios en materia
penal, sean el Tribunal de Casación Penal o esta Sala Tercera. Ante esta Sala Tercera de la Corte Suprema de Justicia, integrada
por Magistrados Suplentes, se ha replanteado nuevamente el tema y por mayoría se estima que, cuando corresponda aplicar una
ley más favorable, lo procedente es hacerlo a través del procedimiento de revisión, como lo ha señalado la Sala titular. Para tal fin
agregamos las siguientes razones: a) Sobre la naturaleza jurídica de la revisión: la revisión ha sido concebida tradicionalmente
como un mecanismo procesal para combatir sentencias firmes con carácter de cosa juzgada material, con el fin de corregir errores
judiciales en los hechos o el derecho aplicado que les restan toda legitimidad y que vulneran el derecho de la Constitución y el
Derecho Internacional de los Derechos Humanos reconocidos por Costa Rica. Las causales de revisión que establece el artículo
408 del Código Procesal Penal, hacen que la invocación de cualquiera de ellas, permita discutir los hechos y el derecho aplicado en
el caso concreto, lo cual nos lleva a afirmar que el procedimiento de revisión tiene como esencia reabrir las causas penales con
carácter de cosa juzgada. Además, nuestra legislación ha agregado a la revisión, causales que no necesariamente implican la
existencia de un error en el establecimiento de los hechos o la aplicación del derecho en una sentencia firme, sino que ha incluido
aspectos como el que se conoce, de aplicación de leyes posteriores a la sentencia cuando benefician al imputado. Esto es
concordante con lo dispuesto en el artículo 148 del Código Procesal Penal, que en su párrafo final indica que “Contra la sentencia
firme sólo procede la revisión, de conformidad con lo dispuesto en este Código” y precisamente, ese procedimiento está regulado
en el título VII del Código Procesal Penal, artículos 408 a 420, siendo atribuida su competencia al Tribunal de Casación Penal y a la
Sala Tercera de la Corte Suprema de Justicia, según disposición expresa de los artículos 56.1 y 93.1 de la Ley Orgánica del Poder
Judicial y del artículo 410 del Código Procesal Penal. Finalmente, es claro que la Constitución Política de Costa Rica, sólo permite
conocer nuevamente una causa con cosa juzgada material por la vía de revisión, pues el artículo 42 párrafo segundo, señala que:
“Se prohibe reabrir causas penales fenecidas y juicios fallados con autoridad de cosa juzgada, salvo cuando proceda el recurso de
revisión.”, de manera tal que, si la única forma de poder discutir los hechos y el derecho en una causa penal es a través de la
revisión como indica el constituyente, el artículo 148 C.P.P. se encuentra en completa armonía con la disposición constitucional,
pues reitera que contra la sentencia firme sólo procede la revisión, la cual es competencia exclusiva de los tribunales de casación,
según el numeral 410 ibidem, en consecuencia, la única forma de reabrir una causa penal, para discutir los hechos o el derecho
aplicado, supuesto que comprende aplicar una nueva sanción de acuerdo a la nueva legislación, es por el procedimiento de
revisión. b) Sobre las competencias del Juez de Ejecución de la Pena. No es posible dejar de lado algunas consideraciones
acerca de las funciones que la ley le establece al Juez de ejecución de la Pena en nuestro Código Procesal Penal, así el artículo
453 en el párrafo segundo señala que: “El tribunal de sentencia será competente para realizar la primera fijación de la pena o las
medidas de seguridad, así como de las condiciones de su cumplimiento. Lo relativo a las sucesivas fijaciones, extinción, sustitución
o modificación de aquellas, será competencia del tribunal de ejecución de la pena.” (el subrayado es suplido). Luego, el artículo
458 es más específico y dispone: “Atribuciones de los jueces de ejecución de la pena. Los jueces de ejecución de la pena
controlarán el cumplimiento del régimen penitenciario y el respeto de las finalidades constitucionales y legales de la pena y de las
medidas de seguridad. Podrán hacer comparecer ante sí a los condenados o a los funcionarios del sistema penitenciario, con fines
de vigilancia y control. Les corresponderá especialmente: a) Mantener, sustituir, modificar o hacer cesar la pena y las medidas de
seguridad, así como las condiciones de su cumplimiento…” ( Subrayado suplido). Interpreta el voto de mayoría, que el legislador
fue claro, que al juez de ejecución de la pena le corresponde ejecutar las penas y medidas de seguridad, a efecto de que las
mismas cumplan con los fines legales y constitucionales asignados, para lo cual pueden “mantener, sustituir, modificar o hacer
cesar la pena y las medidas de seguridad”, siempre y cuando, ello obedezca o sea producto de la naturaleza misma de la
ejecución de la pena. Hay que hacer una distinción aquí, una cosa es modificar o hacer nuevas fijaciones de la pena, de
conformidad con el plan de cumplimiento que corresponda a cada sentenciado, partiendo de la primigenia sanción establecida y
otra muy distinta, el poder reabrir una causa penal y hacer un examen de la ley aplicada a ese caso y establecer una nueva fijación
de la pena, que pasaría a ser parte de la cosa juzgada material, facultad que como dijimos, sólo es posible por la vía de revisión
como indica la Constitución y es materia reservada a los tribunales de casación. Nótese que cuando el Juez de Ejecución modifica
o hace nuevas fijaciones de pena dentro y de acuerdo al cumplimiento del proceso de ejecución, esas nuevas fijaciones no pasan a
formar parte de la sentencia dictada, pues la misma se mantiene incólume, lo que demuestra claramente, que la competencia de
dicho funcionario es solamente ejecutar la pena inicial establecida en sentencia. En consecuencia, la cosa juzgada es inamovible y
sólo puede modificarse por la vía de la revisión. c) Sobre las causales de revisión. El legislador trató de hacer un listado taxativo
de las causales que dan lugar a revisión en el numeral 408 C.P.P., no obstante, es evidente que se trata de númerus apertus, dado
que el inciso g) al autorizar por violaciones al debido proceso contempla una cantidad infinita de supuestos o causales que darían
lugar a revisión. En el inciso e) del artículo 408 se contempla como una de las causales de revisión, cuando surgen nuevos
hechos que permitan establecer que el hecho objeto de condena encuadra en una norma más favorable, de manera que, la
promulgación de una nueva ley por el Congreso de la República, es sin duda un hecho nuevo y que por disposición expresa de los
artículos 12 y 13 del Código Penal, es imperativa su aplicación, correspondiendo al tribunal competente modificar la sentencia de
acuerdo con las disposiciones de la nueva ley; modificación que sólo es viable por el procedimiento de revisión, según el numeral
148 del Código Procesal Penal y 42 Constitucional. También, como la aplicación de una norma más favorable es parte del debido
proceso a que tiene derecho el encartado como lo ha declarado la Sala Constitucional (Sentencia 821-98 de 16:51 hrs. De 10 de
febrero de 1998), si no existiera la regulación expresa del artículo 408 inciso e) y f) del CPP, podría acudirse en sustento de la
revisión, solicitando la aplicación de la nueva norma al caso resuelto, para adecuar la sentencia a las reglas del debido proceso.
Por las razones mencionadas, estimamos que la aplicación de una norma más favorable a un asunto fallado con carácter de cosa
juzgada, sólo es viable por el procedimiento de revisión, cuya competencia se asigna a los tribunales que conocen de la casación,
según sea el caso […]”. Aquí se recoge en esencia la posición mayoritaria de la Sala, con su integración titular y de magistrados
suplentes, en relación con el tema señalado. Sin embargo, también en esta resolución de cita se recoge la posición minoritaria que
estima que la reducción o modificación de la pena por una ley posterior compete conocerlo al juez de ejecución de la pena y que se
ha sostenido en muchas otras resoluciones por los mismos jueces. Así, se señaló: “ B. ASPECTOS A EXAMINAR. Debemos
examinar dos aspectos: 1) Lo relativo al tribunal competente para conocer de las modificaciones a la pena, cuando una ley posterior
a la condena disminuye la sanción, sea que resulta más benigna para el sentenciado. 2) Sobre la procedencia, o improcedencia, de
revocar o anular una resolución firme en perjuicio del condenado. Empezaremos por el primero, aunque no es el aspecto esencial
para la resolución de lo planteado. La Sala Tercera, en el Voto 871-98, que sirvió de sustento a algunas de las resoluciones
dictadas en este proceso, se inclina por considerar que debe corresponder a la Sala, a través del procedimiento de revisión,
conocer de la posible modificación de la pena cuando se está cumpliendo la misma y surge una variación de la ley penal, que
disminuye la sanción de la conducta. Según ese voto, aunque parece admitir la existencia de dos vías para ello, una, a través de la
revisión y, otra, la de ejecución de la pena, en criterio de la Sala la primera opción tiene la virtud de unificar el conocimiento en esa
cámara tanto de los casos en los que se despenaliza la conducta (causal de revisión contemplada en el inc. f. art. 408 C.P.P.) como
de los casos en los que sobreviene una ley más benigna. Además, se sostiene que la situación se ubicaría en la causal de revisión
del inciso e) del art. 408 del C.P.P., considerando a la nueva ley que modifica la sanción como “nuevo hecho”, lo que en nuestro
criterio no se ajusta al concepto que comprende ese inciso, referido a aspectos fácticos en oposición a normativa o ley, al que se
refiere el inciso siguiente del mismo artículo pero limitando la causal a la despenalización de la conducta por una ley posterior. En
nuestro criterio, lo que en realidad ocurre es que el Código Procesal Penal de 1998, contempla al Juez de Ejecución de la Pena con
una mayor competencia, y le asigna el conocimiento de la modificación de la sanción, excluyendo del procedimiento de revisión
situaciones que, como la que nos ocupa, sí eran propias de la revisión en el código anterior. Así, conforme al artículo 490 inciso 5)
del «Código de Procedimientos Penales» de 1973, uno de los casos en que procedía el recurso de revisión contra las sentencias
firmes, era: "Si correspondiere aplicar retroactivamente una ley penal más benigna". Con la promulgación y entrada en vigencia del
«Código Procesal Penal» de 1996, la Revisión dejó de ser un capítulo del Libro de los Recursos, pues en el nuevo texto legal se le
ubicó en el Libro de los Procedimientos Especiales, concretamente como el "Procedimiento para la revisión de la sentencia". En el
artículo 408 del nuevo Código Procesal Penal se indican cuáles son los casos en que procede la revisión, y entre ellos ya no se
contempla la situación de tener que aplicar retroactivamente una ley penal más benigna como causal para la Revisión. La no
inclusión de esa hipótesis como motivo de Revisión no se trata de una omisión involuntaria del legislador, ni tampoco de una
"laguna" en la legislación que pudiera cubrirse por vía de interpretación analógica o extensiva, porque lo cierto es que el legislador
asignó expresamente la competencia para resolver al Juzgado de Ejecución de la Pena lo relativo "a las sucesivas fijaciones,
extinción, sustitución o modificación" de las penas o medidas de seguridad que fije el tribunal de sentencia (véanse los artículos 453
del Código Procesal Penal y 112 inciso 3 de la Ley Orgánica del Poder Judicial) por vía de incidentes de ejecución (artículo 454 del
C.P.P.) En el mismo sentido se ha manifestado el Dr. Llobet (Ver: LLOBET RODRIGUEZ, Javier. Proceso Penal Comentado. Código
Procesal Penal Comentado. 2ª Edición. Editorial Jurídica Continental, San José, Costa Rica, 2003, páginas 417, 389 y 390). Es
necesario precisar que si bien es el artículo 42 de la Constitución Política el que autoriza revisar sentencias con autoridad de cosa
juzgada, no es la Constitución la que define cuáles son específicamente los casos para su procedencia, ni tampoco le reserva la
competencia de su conocimiento a un tribunal determinado, sino que en realidad es la legislación ordinaria la que define tanto los
casos en que procede la revisión, como la que define las competencias de los tribunales, de lo que resulta que ciertos
procedimientos de revisión le competen a la Sala Tercera de la Corte Suprema de Justicia y otros al Tribunal de Casación Penal,
sin que con en ello se infrinja el precepto constitucional, del mismo modo que no lo lesiona que el legislador dispusiera ampliar la
competencia del Tribunal de Ejecución de la Pena. Nótese además que el tema de la aplicación retroactiva de la ley penal, en
principio, ni siquiera constituye un caso de error judicial, sino una contingencia en el proceso de transformación de la legislación,
que incide en la aplicación temporal de la ley, por lo que no es de extrañar que se le excluyera del catálogo de casos que autorizan
el procedimiento para la revisión de las sentencias, pues estos normalmente suponen la necesidad de enmendar un error judicial
que agravia al condenado […]”. Como se desprende de lo transcrito, existe un criterio distinto, minoritario, razonablemente fundado,
que se aparta de la posición de mayoría de la Sala Penal y del Tribunal de Casación en cuanto al tema. Esto es una clara
manifestación del principio de independencia judicial en su máxima expresión y del ejercicio razonable y fundado –y por ende
responsable y legítimo-, del poder jurisdiccional y dejando de lado la inconveniencia práctica de que en un tema como la
competencia de un órgano existan criterios disímiles, esa diferencia de criterio no puede tener consecuencia penal alguna, menos
en el campo del delito de prevaricato, aunque sí se pueda resolver el tema por la vía de la enmienda legislativa e incluso dirimiendo
los conflictos de competencia que se presenten, según lo preceptuado en la norma del artículo 5 de la LOPJ antes mencionado. Lo
que sí debe quedar claro es que no puede considerarse que en este caso se configuró el delito de prevaricato porque se resolvió
en contra de la jurisprudencia de la Sala Penal en cuanto al tema, por todas las consideraciones ya hechas. Sin embargo, también
debe quedar claro que tanto la posición mayoritaria como la de minoría, parten de la consideración de dos únicos órganos que en
principio serían los competentes: los propios del procedimiento de revisión y el juez de ejecución de la pena y nunca el Tribunal de
sentencia, que entraría únicamente como órgano de alzada. Por ello, dejando de lado la posibilidad de considerar que la
competencia sea del juez de ejecución de la pena y por ello, de diferir de la posición de mayoría de la Sala Penal, en el caso
concreto lo que se tiene por acreditado, más allá de la interpretación contraria a la jurisprudencia, es que el Tribunal de Juicio,
liderado por el Juez informante AA, se arrogó la competencia en un incidente para aplicar retroactivamente una ley penal más
favorable que disminuía la sanción, a pesar de haber sostenido en el mismo proceso que el competente era el juez de ejecución, es
decir, sabiéndose incompetente; además, estos datos según lo establece el fallo, no fueron expuestos claramente a los otros dos
co jueces integrantes del Tribunal, con la finalidad de lograr un pronunciamiento que disminuyera la pena en el caso concreto, a
sabiendas de su ilegalidad. En consecuencia, la conducta prevaricadora que se estableció en lo que a AA se refiere, va mucho
más allá de la simple discrepancia de criterio con la jurisprudencia y se integra por una serie de actos que revelan –según
estableció el fallo- una conducta dolosa de contrariar abiertamente la ley. No obstante, hecha la aclaración anterior, en cuanto a
que no se trata del delito de prevaricato por haber resuelto en contra de la posición de la Sala, el tema de su responsabilidad penal
no puede ser conocido dado que la acción penal por ese hecho está prescrita. Por último y solamente en lo que toca al imputado
ME, deben hacerse algunas precisiones para clarificar el tema. Según el fallo, se establece que él colaboró, al cumplir su rol como
representante del Ministerio Público y avalar la competencia del Tribunal para la aplicación de la ley penal más favorable, con el
dictado de la resolución ilegal. Sin embargo, debe precisarse que la acusación nunca le atribuyó un rol de complicidad y por el
contrario describe una conducta omisa de su parte, al detallar la acusación que nunca cuestionó ni ejerció los recursos legales
contra esa decisión y que en la audiencia oral se limitó a avalar la competencia del Tribunal, con la finalidad de lograr la impunidad
de los imputados. Este último extremo, porque se le atribuía el delito de favorecimiento del artículo 64 de la Ley de Sustancias
Psicotrópicas. Como esta imputación nunca se demostró, el propio Ministerio Público en la audiencia solicitó su absolutoria, no sólo
porque se comprobó que no tuvo conocimiento de la resolución del Tribunal pues el mismo día de la audiencia salió de vacaciones,
sino porque no se estableció nexo alguno entre el acusado y los jueces a los fines de resolver de determinada forma. Sí concluyó
el Ministerio Público que su conducta fue de omisión. (cfr. acta de debate, folios 3401 y 3402, tomo VII). En criterio de la Sala, con la
acusación que el Ministerio Público formuló y habida cuenta que no se acreditó la finalidad de lograr la impunidad, pues incluso al
contestar la audiencia por escrito de las gestiones de la defensa tendientes a la “inejecutabilidad de la sentencia penal por la
promulgación de una ley posterior más favorable”, ME si bien manifestó que el Tribunal era competente para resolver sobre el tema
de la aplicación de la ley posterior, echando mano de las “dos vías” que en efecto se señalan en la resolución 880-98 de esta Sala,
nunca señaló una escala de penalidad sino que dejó al Tribunal su fijación dentro del margen legal de cinco a quince años de
prisión, y además puntualizó su oposición a que se concediera la libertad de los sentenciados, por carecer de arraigo en el país y
ser presumible su no sujeción al proceso (cfr. escrito de folios 764 a 766 del testimonio de piezas del incidente de modificación de
penas y que configura el tomo II). De manera tal que no se pudo nunca establecer el dolo de lograr la impunidad o evasión de los
sentenciados, de allí su absolutoria como la del resto en cuanto a este delito se refiere. Sin embargo el Tribunal lo condenó como
cómplice del delito de prevaricato y aún cuando la acción penal por ese hecho está prescrita como se indicó y ni siquiera se habría
interrumpido su curso en cuanto a él, lo cierto es que la acusación formulada no permitía tal condenatoria, pues nunca describió la
existencia de un acuerdo o una voluntad común entre éste y AA, de manera que con su conducta como fiscal, coadyuvara a la
emisión de un fallo contrario a derecho y/o fundado en hechos falsos y tampoco se probó ese acuerdo. La complicidad es, como
forma de participación, accesoria a la autoría (cfr. Castillo González, Francisco. La participación criminal en el Derecho Penal
costarricense, San José. Editorial Juritexto, 1993. Primera edición. P.45 y ss.). Comparten ambas el conocimiento y la voluntad de
realización del tipo penal, el autor, reuniendo todos los requisitos del tipo penal y ejecutando la conducta descrita en la norma; el
cómplice, con conocimiento y voluntad de colaborar en la realización del tipo penal. En el caso concreto el Tribunal razona que ME
no podía ser autor del delito de prevaricato, porque no es autoridad jurisdiccional llamada a resolver –el prevaricato es un delito
especial propio , pero que sí podía ser cómplice. Sin embargo, tal conclusión la obtienen los juzgadores rebasando el marco fáctico
de la acusación y sin sustento probatorio alguno, pues no se acredita la convergencia de voluntades, aún cuando fuera casual, el
dolo de colaboración en la conducta prevaricadora por parte de ME, más allá de señalarse en el fallo su reconocida amistad con
AA, lo que a todas luces es insuficiente para acreditar la complicidad aludida. En todo caso como ya se analizó extensamente en los
considerandos precedentes, la acción penal por el delito de prevaricato está prescrita y procede absolver a los imputados por esa
circunstancia. Precisamente por la forma en que se resuelve este tema, resulta innecesario pronunciarse sobre los restantes
motivos de las impugnaciones formuladas. Y en cuanto a la impugnación del Ministerio Público en la que se cuestiona la
absolutoria de MA, carece de interés su conocimiento, pues en cuanto a este imputado se dan los mismos supuestos por los que se
concluye que en su caso, la acción penal también estaría prescrita, por lo que no tendría relevancia alguna revertir la absolutoria
dictada, pues el juicio no podría en cualquier caso continuar por extinción de la acción penal. El resto de los reclamos por falta de
fundamentación de la pena en el caso de HN y de AA, de igual forma carece de interés emitir pronunciamiento alguno, pues la
condena y la pena impuesta han quedado insubsistentes al haber prescrito la acción penal por esos hechos.”

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Citas de Legislación y Doctrina Sentencias Relacionadas

Texto de la Resolución
Exp: 99-027542-0042-PE
Res: 2006-000389
SALA TERCERA DE LA CORTE SUPREMA DE JUSTICIA. San José, a las nueve horas treinta minutos del cinco de mayo de dos mil
seis.
Recurso de casación interpuesto en la presente causa seguida contra MA[…]; AA, […], JA, […]; M E, […]; por los delitos de
Infracción al artículo 64 de la ley sobre estupefacientes, sustancias psicotrópicas, drogas de uso no autorizado y
actividades conexas y Prevaricato, cometidos en daño de La Salud Pública y los Deberes de l a Función Pública. En
contra de HN c.c. SL, […] por el delito de Cohecho Propio en su Modalidad de Corruptor, cometido en perjuicio de La
Administración de Justicia. Intervienen en la decisión del recurso los Magistrados José Manuel Arroyo Gutiérrez, Presidente,
Rodrigo Castro Monge, Magda Pereira Villalobos, Rafael Sanabria Rojas y Ana Eugenia Sáenz Fernández, estos dos últimos como
Magistrados suplentes. También interviene en esta instancia los licenciados Gretta Aguilar Jiménez quien figura como defensora
pública del encartado VN, el Dr. Juan Marco Rivero Sánchez quien figura como defensor particular del justiciable GG., el licenciado
William Guido Madriz defensor particular del endilgado AA Se apersonó el representante del Ministerio Público.
Resultando:
1.- Que mediante sentencia N° 147-03, dictada a las catorce horas del ocho de octubre de dos mil tres, el Tribunal Penal de Juicio
de la Zona Sur, Sede Pérez Zeledón, resolvió: “ POR TANTO : De conformidad con los artículos 7, 9, 11, 22, 37, 39, 41, 42, 140
inciso 9, 153, 154, 166, de la Constitución Política, 7, 8, 9 de la Convención Americana de Derechos Humanos, 9, 10, 11 de la
Declaración Universal de Derechos Humanos, 9, 14 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, 1, 3, 4, 11, 18, 19, 20,
30, 31, 45, 47, 48, 50, 51, 59, 60, 62, 63, 71, 73, 74, 110, 341, 345 y 350 Código Penal; 1 al 6, 8, 10, 12, 13, 16, 21, 32 a 34, 45,
57, 59, 61, 63, 130, 132, 133, 139, 141 a 145, 173, 180 a 184, 238, 239, 240, 243, 265 a 267, 269, 326, 328, 329, 330, 333 a 336,
360, 361, 363 a 367, 372, 378, 379, 465, del Código Procesal Penal, 1, 2, 3, 5, 162, 164, 165, 169, 170, 173 de la Ley Orgánica del
Poder Judicial, 104 Ley de la Jurisdicción Constitucional, 615 del Código de Comercio. Por unanimidad este tribunal: 1) Declara sin
lugar la excepción de prescripción interpuesta por la defensa, 2) Declara sin lugar la actividad procesal defectuosa respecto a la
información bancaria recabada, también interpuesta por la defensa, 3) ABSUELVE DE TODA PENA Y RESPONSABILIDAD a MA ,
JA, AA Y ME, por el delito de INFRACCIÓN AL ARTÍCULO 64 DE LA LEY SOBRE ESTUPEFACIENTES, SUSTANCIAS
PSICOTROPICAS, DROGAS DE USO NO AUTORIZADO Y ACTIVIDADES CONEXAS, ley número 7786, en perjuicio de la salud
pública. 4) por el delito de PREVARICATO en perjuicio de LOS DEBERES DE LA FUNCIÓN PÚBLICA, ABSUELVE DE TODA PENA
Y RESPONSABILIDAD a MA Y JA, por idéntica de delincuencia declara a AA AUTOR RESPONSABLE y como tal se le impone el
tanto de CINCO AÑOS DE PRISIÓN, que deberá descontar en la forma y término que indiquen los respectivos reglamentos
penitenciarios, con abono de la preventiva sufrida, una vez se encuentre firme esta resolución ; a M E, se le declara COMPLICE
RESPONSABLE por ese mismo delito, y como tal se le impone el tanto de TRES AÑOS DE PRISIÓN, que deberá descontar en la
forma y término que indiquen los respectivos reglamentos penitenciarios, con abono de la preventiva sufrida, una vez se encuentre
firme esta resolución, por un plazo de CINCO AÑOS se le concede el BENEFICIO DE EJECUCIÓN CONDICIONAL DE LA PENA,
siempre y cuando durante ese período no cometa delito doloso sancionado con pena mayor a seis meses, caso contrario se le
revocará. 5) por el delito de COHECHO PROPIO EN SU MODALIDAD DE PENALIDAD DE CORRUPTOR en perjuicio de la
ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA se declara a HN AUTOR RESPONSABLE y como tal se le impone el tanto de CINCO AÑOS DE
PRISIÓN que deberá descontar en la forma y término que indiquen los respectivos reglamentos penitenciarios, con abono de la
preventiva sufrida, una vez se encuentre firme esta resolución. a su vez se ordena el comiso de los trescientos mil colones que se
secuestraron en su oportunidad a favor del estado. 6) Son las costas procesales y personales a cargo de los condenados. 7) Una
vez firme inscríbase en Registro Judicial y comuníquese al Colegio de Abogados para lo de su cargo. 8) De conformidad a lo
dispuesto en el artículo 5 del Código Procesal Penal infórmese a Corte Plena de la eventual interferencia en la tramitación de este
asunto por parte de un ex diputado de la República." (sic). Fs. LIC. PAUL HERNÁNDEZ BALMACEDA. LICDA. EUGENIA
ALLEN FLORES. LIC. ALFREDO CARRILLO.
2.- Que contra el anterior pronunciamiento la licenciada Gretta Aguilar Jiménez defensora pública del encartado HN interpone
recurso de casación en el que alega incongruencia entre acusación y sentencia, prescripción de la acción penal en cuanto al
cohecho impropio y el propio, errónea aplicación de los artículos 341, 369 del Código Procesal Penal y 39 y 41 de la Constitución
Política, la no existencia de la figura del cohecho impropio en la modalidad de corruptor y violación al debido proceso por irrespeto
al derecho de defensa. Por su parte el sentenciado ME interpone recurso de casación en el que alega falta de fundamentación de
la sentencia, falta de correlación entre acusación y sentencia, violación a las reglas de la sana crítica e indebida aplicación de los
artículos 47 y 350 del Código Penal , 2 de la ley orgánica del Poder Judicial, 41 y 159 de la Constitución Política. Solicita se case la
sentencia y se ordene la absolutoria en su favor. El licenciado William Guido Madriz interpone recurso de casación acusando en los
motivos por la forma: indebida aplicación de las normas atinentes a la prescripción, violación a las reglas de la competencia material
y funcional, violación a las reglas para el plazo del dictado de sentencia, violación a las reglas de la sana crítica, violación a las
reglas de la estructura y de la funcionalidad de los Tribunales colegiados, falta de fundamentación intelectiva y descriptiva de la
sentencia y violación al debido proceso por falta de descripción de la acción ilícita, lo anterior en quebranto de los artículos 126,
142, 180, 181, 183, 326, 363, 364, 369 y 378 del Código Procesal Penal así como de los numerales 11 y 39 de la Constitución
Política. En cuanto al fondo alega errónea aplicación de los artículos 1, 18, 30, 31, 45, 50, 51, 71 a 74 y 350 del Código Penal y 41
de la Constitución Política. Solicita se acoja el recurso formulado se anule la sentencia y se ordene la absolutoria a favor de su
defendido. El endilgado HN interpone recurso de casación alegando violación al derecho de defensa, falta de correlación entre
acusación y sentencia, errónea aplicación de las reglas de la prescripción , falta de fundamentación de la pena, violación a las
reglas de la sana crítica, preterición de prueba y violación al principio de legalidad, lo anterior en quebranto de los numerales 20,
31, 32, 33, 34, 142, 363 y 369 del Código Procesal Penal, 45 al 50 , 52, 53 y 54 del Código Penal. Solicita se case la sentencia y se
ordene juicio de reenvío. Por su parte el licenciado Roger Mata Brenes Fiscal Auxiliar de la Fiscalía Adjunta antidrogas plantea
recurso de casación en el que alega falta de fundamentación de las penas impuestas a HN y AA, inobservancia y errónea
aplicación del artículo 344 del Código Penal y 369 del Código Procesal Penal, errónea aplicación del artículo 394 del Código Penal
y de los artículos 341 y 345 del Código Procesal Penal así como violación a las reglas de la sana crítica en cuanto a la absolutoria
de MA. Solicita se case la sentencia y se ordene nueva tramitación ajustada a derecho.
3.- Que verificada la deliberación respectiva, la Sala se planteó las cuestiones formuladas en el recurso.
4.- Que al ser las catorce horas del diecinueve de mayo de dos mil cinco se llevó a cabo la audiencia oral y pública programada.
5.- Que en los procedimientos se han observado las prescripciones legales pertinentes.
Informa la Magistrada Pereira Villalobos y,
Considerando:
I.- Se hace constar que el Magistrado Castro Monge concurre a votar en el presente asunto aunque no estuvo presente en la
audiencia oral, lo anterior en virtud de lo dispuesto en el artículo 29 de la Ley Orgánica del Poder Judicial, situación que no afecta
ninguno de los intereses de las partes, porque en la vista se reiteraron las argumentaciones ya planteadas por escrito y no se
recibió prueba, lo que permite estar en capacidad de resolver los alegatos, de conformidad con lo señalado en la resolución de esta
Sala número 21-A-95 de las 10:15 horas del 17 de febrero de 1995, y en la resolución de la Sala Constitucional número 6681-96 de
las 15:30 horas del 10 de diciembre de 1996.
Recurso de casación del licenciado Róger Mata Brenes, fiscal de la Unidad de Narcotráfico del Ministerio Público
II- En cuanto al imputado HN: Errónea aplicación de la ley sustantiva: El licenciado Róger Mata Brenes, Fiscal de la Unidad
de Narcotráfico del Ministerio Público impugna el fallo en cuanto a la calificación legal de los hechos dada en relación con la
conducta de HN. Estima el recurrente que el Tribunal se equivocó al calificar los hechos como cohecho propio, pues lo cierto es que
debió aplicar la figura de corrupción de jueces en su modalidad de penalidad del corruptor. Señala que “ los hechos que tuvo por
probados el Tribunal, permiten acreditar lo siguiente: Ÿ La acción desplegada por HN se orientó a que un Juez de la República
resolviera la libertad condicional de los imputados AP y FL (sic), contra legem, sin contar con los estudios de Adaptación Social. Ÿ
A cambio de lograr que un juez ejecutase un acto contrario a sus funciones, HN ofreció al Juez Brenes Flores, la suma de tres
millones quinientos mil colones. Ÿ A cambio de lograr que un juez ejecutase un acto contrario a sus funciones, HN entregó al juez
Brenes Flores la suma de trescientos mil colones. Si el Tribunal condenó a HN por la figura establecida en los artículos 341 y 345
del Código Penal, es evidente que el tipo penal aplicable a la acción desplegada debió ser el artículo 344, puesto que la acción
estaba dirigida contra un juez y en razón de esa circunstancia, por especialidad y precisión debió encuadrarse la conducta en
dentro (sic) de la descripción del artículo 344, puesto que el sujeto de la acción (funcionario público) a quien se solicitó una función
contraria a su deber era un Juez de la República. En términos concretos, el delito contemplado en el artículo 344 es una especie de
cohecho propio, que se distingue del tipo contemplado en el artículo 341, por la condición o investidura del sujeto pasivo de la
acción, que debe ser un juez o un árbitro, por lo que en consecuencia la conducta de HN debió calificarse como ‘corrupción de
jueces en su modalidad de penalidad del corruptor’. El error principal de los jueces radica en la falta de aplicación de la figura
contemplada en el artículo 344 del Código Penal, que fue precisamente la calificación jurídica que el Ministerio Público sostuvo en
sus conclusiones, pues como consecuencia del contradictorio emergió indudablemente que esa era la norma que incorporaba y
describía plenamente la acción criminal de HN […]”. Señala que el interés que lo motiva a impugnar estriba en la mayor escala de
penalidad que corresponde a la figura cuya aplicación pretende “por lo que un mejor encuadramiento hubiese permitido aplicar una
sanción de mayor rango y proporcional a la conducta desplegada por el imputado”.
III - Por las razones que se dirán el reclamo no es procedente. Los hechos que se atribuyen a HN son precisamente aquéllos
cuyo descubrimiento dio inicio a este proceso así como a la investigación contra algunos jueces integrantes del Tribunal de Juicio
de Zona Sur, Sede Pérez Zeledón por su intervención al reducir la pena de AP y FL. La denuncia interpuesta en su oportunidad
por Brenes Flores, para la época de los hechos Juez de Ejecución de la Pena de Alajuela, puso en movimiento la intervención del
aparato judicial. Brenes Flores conocía en ese momento de los incidentes de libertad condicional gestionados a favor de AP y FL,
cuya tramitación se había dispuesto en forma conjunta, ambos reos sentenciados por el delito de tráfico de drogas y cuya pena
había sido rebajada de 18 a 6 años de prisión por el Tribunal de Juicio antes mencionado. Con motivo de este trámite, el acusado
quien se hacía llamar SL, luego de incesantes visitas al Despacho en los que conversaba con el entonces juez Brenes Flores, junto
a la presentación de escritos en los que se solicitaba insistentemente que se resolviera en forma rápida las incidencias, llegó a
materializar el ofrecimiento de tres millones de colones al juzgador a fin de que concediera la libertad a los sentenciados, en
especial, en lo relativo a AP. Este es el marco fáctico que acusó el Ministerio Público. En el contradictorio se acreditó además que
la petición del imputado se dirigía, si bien a que resolviera favorablemente el incidente, lo hiciera obviando los estudios e informes
del Instituto Nacional de Criminología, tal y como consta en los numerosos escritos presentados en el expediente ante el Juzgado
Penal (cfr. testimonio de piezas, en tomo I). Esta circunstancia que liga el ofrecimiento de dinero para obtener una resolución
favorable, con que se hiciera sin el cumplimiento de los requisitos legales, no está contemplada en la acusación aunque sí fue
acreditada por los juzgadores. Precisamente por ello es que tanto la defensora pública de HN como éste, en sus impugnaciones,
reclaman como primer motivo de índole procesal, la falta de correlación entre acusación y fallo. El énfasis de la acusación está
centrado en el ofrecimiento de dinero para obtener el fallo favorable, es decir, para obtener la libertad condicional de los
sentenciados AP y FL. Brenes Flores denunció ante el Ministerio Público esta situación y ello permitió que se realizara un operativo
judicial en el que se ordenó la filmación de una de las reuniones del acusado con el juez en su oficina, en la que concretó el
ofrecimiento y posteriormente, la entrega de un adelanto así pactado, de trescientos mil colones, luego de lo cual fue detenido el 27
de octubre de 1999. Así, desde esta data el Ministerio Público manejó el conocimiento de los hechos y la denuncia de Brenes
Flores, que se unía al contenido del expediente en que se tramitaban las incidencias y del cual es posible aprehender que las
gestiones –y el posterior ofrecimiento del dinero- se dirigían a acelerar el trámite del incidente, obviando los estudios del Instituto
Nacional de Criminología, es decir, omitiendo uno de los requisitos legales exigidos por el numeral 64 del Código Penal y que
resolviera favorablemente. Estos hechos han sido los mismos desde entonces. Sin embargo, inexplicablemente al formular la
acusación el Ministerio Público no incluyó esa circunstancia y se limitó a describir que HN ofreció dinero al juez de ejecución de la
Pena de Alajuela para que resolviera favorablemente la gestión de libertad condicional, hechos que calificó como constitutivos del
delito de cohecho impropio (cfr. acusación, folios 1691 y ss. del tomo IV). Es al dictarse el auto de apertura a juicio, concretamente
en la adición al mismo, que la jueza penal recalificó de oficio estos hechos como constitutivos presumiblemente del delito de
cohecho propio, todo ello motivado en el incidente que planteó la defensa en la audiencia preliminar reclamando la prescripción de
la acción penal, pues según la calificación jurídica de la pieza acusatoria, al momento de celebrarse la audiencia preliminar, la
acción penal estaba prescrita (cfr. auto de apertura a juicio de folios 1996 y ss. y su adición visible a folio 2069 y ss., ambos del
Tomo V). Así a pesar de admitir los hechos de la acusación, la jueza señaló que calificaba los hechos de HN como cohecho propio
porque: “ En cuanto a esta última calificación es necesario hacer mención a que el representante del Ministerio Público califica los
hechos como cohecho impropio, sin embargo de la simple lectura de la acusación, se trata del delito de cohecho propio,
entendiéndose como un error material. Debe tenerse en cuenta que el Misterio Público acusa únicamente hechos, sugiriendo la
calificación legal, y es el Tribunal de Juicio el competente para establecer la tipicidad de la conducta desplegada por los imputados
y esa calificación jurídica de los hechos queda debidamente demostrada una vez terminada la fase del contradictorio” (cfr. auto de
apertura a juicio antes citado). No obstante que la jueza oficiosamente recalificó los hechos, porque en la audiencia preliminar el
fiscal no hizo absolutamente ninguna enmienda o corrección en ese sentido, tampoco fundamentó la juzgadora por qué estimaba
que esa relación de hechos configuraba el delito de cohecho propio y no el de cohecho impropio que calificó Ministerio Público. En
lo que sí llevó razón la juzgadora fue en señalar que lo que se imputan son hechos, un determinado marco fáctico. Y es
precisamente en la definición de esos hechos que el Ministerio Público erró gravemente desde el principio, pues no sólo en la
denuncia del juez Brenes Flores se daba cuenta de la insistencia del imputado en obviar los requisitos legales y conceder la libertad
–esto es, pretender un acto contrario a los deberes del juez- sino que en el propio expediente en el Juzgado de Ejecución de la
Pena de Alajuela que interesan, existían varios escritos que pedían expresamente esa decisión de obviar los informes del Instituto
Nacional de Criminología, de manera que no es posible comprender por qué razón el Ministerio Público no estructuró la acusación
con el material fáctico correcto. La anterior reseña se hace para evidenciar que el contradictorio sirvió para hacer patente lo que
siempre estuvo a la vista y que el Ministerio Público inexplicablemente nunca materializó en la acusación: la petición de HN estaba
dirigida a que el juez Brenes Flores obviara los estudios e informes que la ley exige que debe pedirle al Instituto Nacional de
Criminología cuando conoce de una solicitud de libertad condicional, como era el caso, pues lo que querían era acelerar a toda
costa el proceso y obtener un pronunciamiento favorable. Esta hipótesis fáctica se conoció desde el inicio. Veamos los hechos tal
cual los imputó el fiscal y en lo que interesa al caso de HN: “[…] 25).- Sobre la base de la resolución delictiva que dictaron los jueces
Pérez González, Larios Ugalde y Madrigal Soto, el 18 de agosto de 1999 los abogados Carvajal Fernández y Carvajal Lizano,
presentaron ante el Juzgado de Ejecución de la Pena de Alajuela, dos incidentes separados de libertad condicional, uno a favor de
AP y, el otro, a favor de FL, puesto que de acuerdo con la delictiva reducción de pena dictada, ambos sentenciados habían
adquirido la posibilidad temporal de solicitar su libertad. 26).- sin establecerse fecha exacta pero a mediados de agosto de 1999 el
abogado Álvaro Carvajal Fernández y un sujeto que se identificó como SL (posteriormente identificado como HN) se presentaron al
Juzgado de Ejecución de Pena de Alajuela y conversaron con Brenes Flores - juez a quien correspondió conocer el incidente
incoado a favor de AP- y ambos le indicaron que si ayudaba a obtener la libertad de sus clientes, estarían dispuestos a agradecerlo
ampliamente, indicando acto seguido HN, “... usted no se imagina cómo estamos dispuestos a agradecerle la ayuda que nos
brinde...”. 27).- sin precisarse fechas exactas, pero durante los meses de agosto y setiembre de 1999, CF y HN se presentaron en
reiteradas ocasiones al Juzgado de Ejecución de la Pena de Alajuela, y conversaron con el juez Brenes Flores, con el ánimo de
gestionar informalmente la libertad condicional de AP. 28).- Enterado HN de que el juez Brenes Flores construía una vivienda en el
cantón de […], el lunes 11 de octubre se presentó al Juzgado de Ejecución de la Pena de Alajuela, le indicó al juez que había ido la
casa en construcción, le preguntó que tipo de piso iba a colocar en ella, le propuso regalarle piso cerámico para que lo instalara en
su casa, y luego le ofreció colaboración pecuniaria, para que concluyera totalmente la construcción; ofrecimientos que obedecían al
interés de que se otorgase la libertad a AP y FL, y que tenían como sustrato la ilegítima resolución que había dictado el Tribunal
Superior Penal de Pérez Zeledón, en cuya virtud tanto AP como FL, calificaban como candidatos para acogerse al régimen de
ejecución condicional de la pena, toda vez que su pena había sido reducida ilícitamente de 18 años de prisión, a 6 años de prisión.
29).- El 15 de octubre de 1999, HN llegó nuevamente a la oficina de Brenes Flores, y le indicó que para el martes 19 de octubre, se
realizarían las valoraciones carcelarias que correspondían al centro penal “La Reforma” (donde estaban recluidos AP y FL), que él
se había tomado la atribución de llevar un maestro de obras, a la construcción de su casa para valorar el costo de terminar la obra,
y que el cálculo oscilaba entre tres millones y tres millones quinientos mil colones, monto que él estaría dispuesto a entregarle, a
cambio de que le otorgara la libertad a AP. En razón de lo anterior el 25 de octubre de 1999, el juez Brenes Flores denunció
formalmente ante el ministerio fiscal, el soborno que HN le ofrecía a cambio de que otorgase la libertad condicional a AP. 30).- El
27 de octubre de 1999, HN se presentó al despacho de Ejecución de la Pena de Alajuela, y una vez dentro de la oficina del juez
Brenes Flores le reiteró que a cambio de que otorgase el beneficio de ejecución condicional de pena a AP, estaría dispuesto a
favorecerlo económicamente. En esta misma ocasión HN indicó que estaba dispuesto a darle como adelanto una dádiva en efectivo,
y el resto del dinero cuando dictara la resolución que pretendía, advirtiendo que el adelanto de dinero no se lo entregaría en la
oficina del juzgado, sino en el restaurante “MacDonalds” de […]. 31).- Previo aviso a las autoridades judiciales, el 27 de octubre de
1999 Brenes Flores se reunió con HN en el restaurante aludido, salieron del sitio (bajo vigilancia de la policía judicial) en el vehículo
que conducía el imputado, […]; tomaron rumbo hacia los Tribunales de Justicia de […], y se detuvieron frente al hospital de […],
donde el imputado HN entregó al juez Brenes Flores, un sobre blanco que contenía trescientos mil colones en efectivo, que
constituía el adelanto inicial del soborno que había ofrecido HN al juez Brenes Flores, para obtener la ejecución condicional de
pena a favor de AP, momento en el cual HN fue detenido por autoridades judiciales, quienes además decomisaron el dinero con el
que HN pretendía sobornar al juez […]”. Al fundamentar la acusación en cuanto a estos hechos, el fiscal adujo: “De acuerdo con el
marco fáctico que hemos planteado en este mismo libelo, la conducta atribuida a HN consiste, en lo esencial, en la ejecución de
actos dirigidos a retribuir pecuniariamente a un funcionario judicial, para que diera trámite expedito y aprobara la solicitud de
libertad condicional a favor de AP. Esta actividad la ejecutó HN durante los meses de agosto a octubre de 1999, y se dirigió
fundamentalmente contra el juez que conocía del asunto, en este caso Brenes Flores. El elemento definitorio de la conducta
delictiva de HN alcanzó su punto álgido el 27 de octubre del mismo año, cuando autoridades de policía lo aprehendieron cuando
entregó trescientos mil colones a Brenes Flores para facilitar y aceptar la gestión que habíase planteado a favor de AP. Cabe
señalar que las acciones que se atribuyen a HN son el corolario de la delictiva determinación del Tribunal de Juicio de Pérez
Zeledón, toda vez que sobre la base de una resolución que ilegalmente modificó una sentencia firme, inició toda una trama de
acontecimientos dirigidos a que se aprobase la gestión de libertad que se había incoado a favor de AP. En el aspecto objetivo la
acción típica que se atribuye a HN, es la de dar, ofrecer o prometer una dádiva al funcionario público, que tramitaba el expediente
que contenía la gestión planteada a favor de AP- Da el que entrega y ofrece el que promete, la entrega o la promesa se pueden
concretar directamente, es decir, explícitamente, o indirectamente, implícitamente, y pueden ser realizados personalmente por el
autor mismo o por intermedio de un tercero que adopte el carácter de personero. La dación u oferta guiadas subjetivamente por los
designios previstos en la ley, bastan para coronar la delictuosidad, sin que se precise la concertación del acuerdo. En última
instancia, lo que el autor persigue es, precisamente, que el funcionario realice un acto funcional o haga valer su influencia
ante otro, pero aceptando el acuerdo que se propone. El delito se consuma con la acción de dar la dádiva y, si se trata de una
promesa (ofrecimiento), cuando la propuesta se ha formulado al funcionario, es decir, cuando ha llegado a su conocimiento. Como
no estamos ante un delito de codelincuencia necesaria, la actitud del funcionario frente a la entrega o a la promesa es indiferente a
los fines de la tipicidad: el delito de consuma tanto si acepta como si rechaza; hasta se consuma cuando la aceptación ha sido
simulada. Es claro que el encartado HN adecuó su conducta a la previsión típica que se le imputa, toda vez que dirigió su finalidad a
lograr la libertada (sic) de AP, mediante el ofrecimiento y entrega de una dádiva al juez Brenes Flores, a cambio de que accediera a
la gestión que habíase incoado a favor del sentenciado. Esta afirmación no es gratuita, sino que deriva de prueba abundante,
clara, lícita y consistente, cuyo contenido unívocamente señala que HN es autor de la delincuencia que le atribuimos, tanto así que
fue aprehendido en flagrancia, se decomisó el dinero con que pretendía sobornar al juez, e incluso fue filmado cuando
ofreció la retribución pecuniaria al funcionario público […]” (cfr. acusación ya citada, especialmente folios 1720 a 1722, tomo
IV. Resaltado es suplido). Cuando los fiscales señalan que la conducta de HN se adecua a la figura típica que se imputa se refiere
al cohecho impropio lo hacen porque razonan que se ofreció dinero para que realizara un acto propio de sus funciones, aunque
luego, en el libelo original, sin que se sepa por qué razón, aparece tachado con lapicero azul, en el aparte de calificación legal, la
preposición “im” y quedando en consecuencia como cohecho propio, probablemente luego de la recalificación hecha por la jueza de
la etapa intermedia. La descripción fáctica, como se ha dicho, no sólo no se adecua a la prueba que daba base al caso, porque
omitió detalles específicos que señalaban que la pretensión del imputado iba dirigida a que el juzgador obviara un trámite legal
exigido, como son los informes del Instituto aludido, para acelerar la incidencia y resolver favorablemente, es decir, hiciera un acto
contrario a sus deberes en el trámite del incidente para favorecer al sentenciado, sino que además en su fundamentación se insiste
en que la dádiva se dirigía a la realización de un acto funcional, lo que claramente ubica los hechos en el marco de tipicidad del
cohecho impropio, acción penal que incluso para la fecha de la acusación -19 de junio de 2001- ya se encontrada prescrita, como
se analizará más adelante. Como bien lo razonan los juzgadores en el fallo que se cuestiona, el énfasis de la conducta corruptora
de HN estaba dirigido a que el juzgador realizara un acto contrario a sus deberes, como paso necesario para resolver
favorablemente el incidente. Sin embargo y como se vio, eso no fue lo que el Ministerio Público acusó y tales hechos así descritos
no son suficientes para estimar que es de aplicación ni la figura del cohecho propio y menos aún, la figura de corrupción de jueces,
según se analiza más adelante. El acento en los hechos probados -que rebasan lo acusado- está puesto en esta infracción a los
deberes legales del juez, inobservando requisitos que la ley prescribe al conocerse de una solicitud de libertad condicional, más
que en fallar favorablemente, porque lo que HN buscaba con el ofrecimiento era obviar tales requisitos y evitar el transcurso del
tiempo para obtener prontamente la libertad. Se distinguen en consecuencia dos aspectos: i) el ofrecimiento de dinero para
incumplir los requisitos legales exigidos en la tramitación del incidente de libertad condicional y que se otorgara ésta sin
tales requisitos, que es lo que tiene por probado el Tribunal y ii) el ofrecimiento de dinero para que se resolviera
favorablemente la gestión, que es la hipótesis de la acusación. Los numerales 64 y 65 del Código Penal establecen la obligación
del juzgador al conocer de una solicitud de libertad condicional, de solicitar al Instituto Nacional de Criminología “para su mejor
información y resolución, el diagnóstico y pronóstico criminológico del penado y un informe en que conste si el solicitante ha
cumplido o no el tratamiento básico prescrito”, esto en el artículo 64. Más claro aún es el precepto del 65 supra citado, cuando
señala que la libertad condicional sólo podrá concederse –es decir, resolverse favorablemente- cuando se cumplan
determinados requisitos que la norma señala, dentro de los cuales, en el inciso 2) se señala “ Que el Instituto Nacional de
Criminología informe sobre la buena conducta, servicios prestados, ocupación y oficios adquiridos por el condenado que le
permitan una vida regular de trabajo lícito; y acompañe un estudio de su personalidad, de su medio social, así como un dictamen
favorable sobre la conveniencia de la medida”. Es claro que el juzgador puede apartarse de la recomendación del Instituto en
ambos sentidos, sea cuando este órgano recomiende la medida o rinda un informe negativo, pues el juzgador es quien debe
ponderar todos los elementos y sobre esa base adoptar de manera fundada la decisión (así lo ha reconocido la jurisprudencia de la
Sala Constitucional, como bien lo señala el Tribunal en el fallo entre otros, en las resolución 541-91 de las 15:52 horas del 13 de
marzo de 1991). No obstante es claro que para resolver en cualquier sentido debe cumplir con todos estos requisitos. Así las
cosas, si al juzgador le está exigido por ley solicitar los estudios al ente competente antes señalado, no obstante que puede
apartarse de la recomendación para decidir, si resuelve sin allegar estos requisitos ineludibles en su tramitación, porque cedió a un
ofrecimiento de dinero para tales fines, o se ofrece una dádiva o retribución para ello, esta conducta tipifica como el delito de
corrupción de jueces en cuanto al juez y como penalidad del corruptor de dicha figura, en el caso del que ofreció la retribución
ilegal. Sin embargo, por más riqueza que el contradictorio aporte, no es posible para el juzgador rebasar el marco fáctico que el
acusador definió, obteniendo conclusiones perjudiciales para el imputado y su derecho de defensa, sobre todo porque en ningún
momento los fiscales de juicio hicieron corrección, ampliación o enmienda alguna. Por el contrario, ante los constantes reclamos de
la defensa respecto de la prescripción de la acción penal, que fueron reiterados al iniciarse el debate, el representante del
Ministerio Público en el juicio al respecto señaló expresamente: “[…]Con respecto a lo solicitado por la licenciada Gretta Aguilar con
respecto a la actuación que hizo la Jueza, que considera la defensa impropio de recalificar los hechos, sobre lo cual ya me he
referido, por lo que corresponde determinar si lo conveniente es realizar el análisis de la prescripción en el asunto del señor HN.
Desde ya desea el M.P. formularle al Tribunal que conforme al numeral 342 que en esto diferimos con el licenciado Manuel
Chavarría porque el ordenamiento jurídico establece un procedimiento para la resolución de las incidencias, también es cierto que
en esta fase de juicio el ordenamiento jurídico en el numeral 342 señala ‘las cuestiones incidentales serán tratadas en un solo
acto, a menos que el Tribunal resuelva hacerlo sucesivamente o diferir alguna para el momento de la sentencia según convenga al
orden del juicio. El Ministerio Público que si bien es cierto la discusión en principio versa si es cohecho propio o impropio lo cierto es
que existe el penal. Los tipos penales que en principio se acusa a los demás imputados son de carácter funcional. Si analizamos el
artículo 49 del Código Penal. En busca del principio de verdad real la evacuación de la prueba en su totalidad para tratar de
determinarse existió una comunicabilidad entre lo actuado por los señores jueces y el imputado HN. Sobre este aspecto será
únicamente y muy claro lo tiene el Ministerio Público. Se considera que el dictado de esa resolución se difiera para sentencia. Es la
única forma de no hacer ilusorio el principio de búsqueda de la verdad real. Es por esto que esta representación solicita que no se
haga pronunciación (sic) sobre la prescripción en el caso de HN hasta que se reúnan los elementos probatorios que permitan en
definitiva determinar cuál conducta es la realizada por el señor HN y en qué tipo penal se encuadra y se encuadra en algún tipo
penal si hay alguna comunicabilidad que le sea extensiva de los señores jueces al señor HN […]” (cfr. acta de debate, folios 3313 y
3314, tomo VII). Como se desprende de la cita hecha, los fiscales en juicio tenía absolutamente claro y así lo dejan entrever de
manera implícita, que la calificación dada a los hechos era la de cohecho impropio y que a ese momento la acción penal por esa
calificación estaría prescrita. Por ello, reconociendo que a ese momento –cuatro años después de los eventos- aún no tenían clara
cuál es la conducta que pretendían atribuirle a HN, solicitaron diferir el pronunciamiento de la prescripción para la sentencia pues
esperaban determinar cuál norma se adecuaba correctamente a la conducta, porque pretendían establecer un ligamen entre esta
conducta y la de los jueces de […], que a ese momento ni siquiera estaba acusada, menos aún contemplada, por ejemplo, en una
acusación alternativa o supletoria. En realidad, no existe problema en solicitar que ese pronunciamiento se haga al resolver en
sentencia, si resulta que no es clara la calificación que corresponda –lo que bien puede solventarse con una acusación supletoria-,
pues la riqueza del debate puede dar mayores luces. Sin embargo, lo inconcebible es que tratándose de un hecho descubierto en
flagrancia y con toda la prueba preconstituida prácticamente, se haya perdido el norte buscando un ligamen que nunca se acusó
ni se logró probar en juicio, con la actuación de los jueces del Tribunal de Pérez Zeledón. Pero además, con elementos de hecho
que constaban en la misma prueba, el video, los escritos en el expediente en que se tramitó el incidente, aún así no se plasman en
la acusación y todo ello ha causado un impacto directo en esta causa. Por último, aún en el contradictorio y los elementos que éste
evidenció, los fiscales nunca ampliaron o corrigieron la imputación, para incluir lo que ahora, vía recurso de casación, pretenden
que sea el material fáctico para recalificar, a saber, que la conducta de HN buscaba una actuación del juez en contra de sus
deberes, pretensión que resulta a todas luces inadmisible. Es claro que los hechos que el fallo establece añaden la circunstancia
probada de que ese ofrecimiento se dirigió en primer lugar a obviar los estudios e informes del Instituto Nacional de Criminología y
otorgar la libertad. Y esta diferencia entre lo acusado y lo probado tiene incidencia en el fondo de lo que pretende el Ministerio
Público en su impugnación, al solicitar una recalificación sobre la base de hechos que no acusó. Nótese cómo al fundamentar su
reclamo, el impugnante pone énfasis e incluso cita los hechos probados del fallo que en su criterio dan fundamento para concluir
que la conducta de HN iba dirigida a que el entonces juez Brenes Flores realizara un acto contrario a sus deberes al resolver sin
contar con los requisitos legales, material que como vimos, nunca se plasmó en la imputación. En efecto, pretender que se
resuelva favorablemente la petición obviando los requisitos legales, claramente constituye un acto contrario a los deberes del
juzgador, en el trámite y resolución de un proceso sometido a su conocimiento. Ahora bien. Hay que dejar en claro que este análisis
debe independizarse de la reducción de la pena hecha por el Tribunal de Juicio de Pérez Zeledón, que no es atribuible al juez
Brenes Flores ni hay forma de ligarlo a aquélla decisión, de manera que el ofrecimiento en concreto de dinero se relacionó con el
conocimiento de un incidente que era de su competencia y para el que objetivamente estaban cumplidos los requisitos de tiempo de
condena y ausencia de anteriores juzgamientos, pretendiéndose que con la remuneración dictara un pronunciamiento favorable sin
los restantes requisitos legalmente exigidos. Entonces, a este momento habría que concluir que la concesión del beneficio era al
menos posible y no está clarificado que el juez debiera necesariamente rechazar o denegar el beneficio, con independencia del
ofrecimiento hecho. Es decir, puesto en marcha el trámite judicial de las incidencias, debía haber un pronunciamiento del juzgador
concediendo o denegándolo según el material que tenía ya definido –penas y liquidación- y los estudios que debiera allegar. Es en
este contexto en que se introduce la conducta del acusado ofreciendo dinero al juzgador para que fallara favorablemente, según la
acusación y, según los hechos probados, para que lo hiciera además obviando los requisitos de ley. En consecuencia, según los
hechos que el Ministerio Público acusó no podría concluirse que al momento del ofrecimiento, se hiciera para que el juez dictara
una resolución contraria a sus deberes al conceder la libertad condicional, porque precisamente debía fallar el asunto, sin que por
el momento pueda saberse si la resolución debiera jurídicamente ser favorable o no, al margen de si la reducción de la pena que ya
se había adoptado por el otro órgano jurisdiccional era procedente o no, porque esa materia ya le venía dada al juzgador por el
Tribunal de Juicio. Así las cosas, según la imputación del Ministerio Público, faltaría un requisito de tipicidad objetiva cual es que la
eventual resolución favorable que se pretendía, es decir, fallar favorablemente la petición, por sí mismo, fuera un acto contrario a
los deberes del juez, aspecto que el Ministerio Público no sólo no acusó sino que nunca probó. No podría trasladarse la ilegalidad
que se imputó a los jueces del Tribunal de Juicio de Pérez Zeledón en la reducción de la pena de AP y FL, a este escenario de la
ejecución penal, porque el juez en la incidencia tenía limitada la competencia a la petición de las partes y a verificar el cumplimiento
o no de los requisitos y nunca se acusó ni probó que el juez Brenes Flores participara de aquélla primera ilegalidad y lo hiciera
aceptando el ofrecimiento para continuar con el actuar delictivo ya iniciado. Lo que se pretendió obtener de él como juez, con el
ofrecimiento de dinero era, según lo acusó el Ministerio Público, una resolución favorable que no podría admitirse por sí mismo que
fuere un acto contrario a los deberes del juez, por lo que esta conducta así acusada no configura el delito de corrupción de jueces.
En este punto debe señalarse que aún cuando las normas que en el ordenamiento argentino sancionan estas conductas, así como
la doctrina que las informa, no son enteramente aplicables a nuestro medio, porque tienen una distinta estructuración, sí debe
convenirse con Soler en que debe haber convergencia entre el cohechante y cohechado, en cuanto a la finalidad corruptora que se
persigue con la dádiva. “ Si el pago o la promesa deben ser recibidos para, es evidente que esa destinación subjetiva ha de ser
común entre los dos sujetos […]” Soler, Sebastián, Derecho Penal Argentino , Buenos Aires, Tomo V. Tipográfica Editora Argentina
1973. p. 161. Y en lo que toca a Brenes Flores, se tiene que se le ofreció dinero para que resolviera favorablemente la petición de
libertad condicional, según se acusó sin presuponer o conocer de alguna forma que la pena de seis años había sido ilegalmente
impuesta –pues tal circunstancia no la contempla la acusación- y esa era la finalidad que perseguía HN –obtener la libertad
condicional de AP-, con independencia de que conociera o no, participara o no de la reducción de la pena hecha por el Tribunal de
Juicio de Pérez Zeledón. De manera que no se puede trasladar a este escenario, la ilegalidad de la reducción de la pena, no sólo
porque así no fue imputado, sino porque nunca se probó un ligamen subjetivo entre este hecho y la gestión de libertad en lo que al
juez Brenes Flores corresponde. Es cierto que en la sentencia se tiene por probado que se pretendió una resolución favorable
violando los requisitos exigidos legalmente, conducta que sí tipificaría como corrupción de jueces, pero no puede avalarse la
pretensión del fiscal recurrente, porque parte de una base fáctica que no corresponde con la imputada y que la rebasa en
franca lesión al derecho de defensa. Sin los requisitos legales y con independencia de cuál podría haber sido la decisión de fondo
de este incidente –concediendo o denegando la libertad condicional- lo cierto es que no podía emitirse pronunciamiento sin los
informes aludidos, Pero esto no fue lo que el Ministerio Público acusó y sin que hubiere nunca corregido o ampliado la
acusación en debate, no puede pretender ahora la condena sobre la base de hechos no acusados por más que así hayan
sido acreditados en la sentencia.
IV- De la relación de las normas del cohecho propio, el cohecho impropio, el prevaricato y la corrupción de jueces: Como
parte del Título XV del Código Penal que contiene los llamados “ Delitos contra los Deberes de la Función Pública” se encuentra la
Sección II, titulada “ Corrupción de Funcionarios”. En este apartado se agrupan los tipos penales del cohecho propio e impropio, la
corrupción agravada, aceptación de dádiva por acto cumplido, corrupción de jueces, la penalidad del corruptor, el ofrecimiento u
otorgamiento de dádiva o contribución -norma penal de reciente data-, el enriquecimiento ilícito y las negociaciones incompatibles.
El común denominador de las figuras penales de este apartado es la relación entre el desempeño del funcionario público y el recibo
de ventajas, dádivas o remuneraciones por parte de terceros, por iniciativa propia o por petición del funcionario, dirigidas a influir
en el desempeño de las tareas de éste y precisamente en virtud de ellas, bien para que realice un acto contrario o propio de sus
deberes, o retarde o no haga lo que debe hacer. Es decir, el ofrecimiento o la ventaja solicitada u ofrecida, tiene como soporte la
investidura del funcionario y los roles que desempeña, de manera tal que esa ventaja o promesa afecta sensiblemente tales tareas
para que se inclinen en uno u otro sentido, según el interés que mueva la oferta o el requerimiento y la posición del tercero y del
funcionario en la materia de interés. Por eso se sanciona no sólo al funcionario que solicite o acepte la dádiva o promesa a cambio
de declinar sus deberes o precisamente para cumplirlos, sino también a quien ofrezca o permita que se de. Y la afectación que
generan tales conductas es a la integridad del funcionamiento del aparato público y a la probidad y honestidad que debe
caracterizar a los que desempeñan estas funciones. El mandato constitucional que señala que el funcionario público solo está
sujeto a l a Constitución y a la ley –numerales 9 y 11 de la Constitución Política-, adquiere en esta materia, una dimensión
paradigmática, pues el Constituyente, la Norma Fundamental, apuestan por un determinado ejercicio del quehacer público: en el
marco de una democracia en la que el poder se ejerce responsablemente, con determinados valores consagrados tanto en los
derechos y garantías fundamentales, como en los instrumentos sobre Derechos Humanos ratificados por el país, con reglas claras
de separación de poderes y ejercicio de sus responsabilidades, con la ley como guía y límite, ley que se quiere inspirada en la
protección de los derechos de terceros, la moral y las buenas costumbres –párrafo segundo del numeral 28 de l a Constitución
Política-. Entratándose de los delitos funcionales, no sólo se sanciona a aquel funcionario que mediando una dádiva lesiona sus
deberes e incumple la ley, sino al que la cumple por el precio, cuando debiera hacerlo simplemente por honrar sus deberes y su
posición de servidor público, de la que se vale para delinquir. Es especial en los delitos contemplados en esta Sección, el pago u
oferta de dinero para incidir en los roles y funciones propias del servidor, que es lo que, parafraseando al título que la encabeza,
“corrompe” sin que medie en tales “intercambios”, engaño o violencia. Otras figuras contempladas en las otras Secciones de este
mismo Título, también contienen requerimientos o retribuciones ilegales de por medio, como la concusión o exacción ilegal, no
obstante que tienen otros elementos que las diferencian, como la coacción, violencia o el engaño que utiliza el funcionario
prevaleciéndose de su puesto, para obligar al particular a la dádiva. Si bien este tipo de conductas podrían englobarse en la
generalidad de lo que el lenguaje común se considera como “corrupción” en la Administración de la cosa pública, lo cierto es que el
vocablo se adecua más a las primeras conductas analizadas de la Sección II, pues media ofrecimiento del particular –lo que ya
sería suficiente para sancionar a éste- y aceptación del funcionario, para infringir sus deberes legales, en el amplio sentido antes
expuesto, es decir, no sólo los específicos de su puesto o posición, sino los generales que corresponden a todo funcionario público.
Ahora bien, corresponde analizar la relación que existe entre el cohecho propio y la corrupción de jueces, normas que son las que
interesan para este caso. Es claro que ambas normas comparten las características generales ya expuestas además de aquéllas
que la doctrina les asigna al clasificarlos como delitos de propia mano y especiales propios. Existe una relación de especialidad del
delito de corrupción de jueces en relación con la figura del cohecho propio, no sólo por la condición de juez o árbitro del sujeto
activo, como parece entenderlo el impugnante, sino fundamentalmente por la conducta realizada, a saber que la ventaja o dádiva
recibida y/u ofrecida, “tuviere por objeto favorecer o perjudicar a una parte en el trámite o la resolución de un proceso, aunque sea
de carácter administrativo”. La norma del 344 que tipifica el delito de corrupción de jueces remite –y por ello distingue de ésta- a la
norma del 341 que es la que sanciona el cohecho propio, es decir el recibo de ventajas o dádivas por el funcionario público “para
hacer un acto contrario a sus deberes, o para no hacer o retardar un acto propio de sus funciones”. Esta remisión significa que el
favorecer o perjudicar a una parte en el trámite o en la resolución de un proceso, debe surgir de un acto contrario a sus deberes
o de no hacer o retardar un acto propio de sus funciones por parte del juez o del árbitro. Lo especial es que ese acto contrario
a los deberes, o esa omisión o retardo de los actos propios, están dirigidos a favorecer o perjudicar a una parte en el trámite o
resolución de un proceso. Es decir, favorece o perjudica a una de las partes, porque lo que correspondía según la ley –el
cumplimiento de los deberes del juez- era lo contrario, fallar a favor de la parte a la que con el dictado de la resolución espuria se
perjudicó, o beneficiar a la parte que debía salir perdidosa o a la que debían rechazarse sus pretensiones; retardar o no hacer algo
propio del trámite o resolución del proceso, para perjudicar o favorecer ilegalmente a una de las partes, lo que puede darse de
múltiples formas, por ejemplo, denegar la gestión de una pericia u ordenar una prueba improcedente para favorecer o perjudicar a
la parte, según el interés de aquélla que paga y motivado el juzgador por la ventaja o dádiva ofrecida y/o aceptada. La ventaja,
beneficio o dádiva prometida al juez debe estar dirigida al fallo favorable o perjudicial, o a perjudicar o favorecer en el trámite mismo
del proceso, según el caso en contradicción con los deberes propios del juez o árbitro o no haciendo o retardando un acto
propio, lo que también constituye una infracción a sus deberes. Este es el sentido de la especialidad de la norma del 344 y de la
remisión al cohecho propio, pues ese favorecimiento o perjuicio en el trámite o esa resolución favorable o perjudicial debe resultar
de una actuación contraria a los deberes como juzgador o de una omisión o retardo de un acto propio de sus funciones, lo
que ampliamente podría ser calificado, en consecuencia, como una conducta contraria al derecho en general, sea procesal o
sustantivo, porque el juez está llamado a aplicar la ley y sus actuaciones y decisiones tienen sentido en el tanto aplican o
interpretan las normas. Nótese que tan claro es que este es el correcto sentido de la norma, que el segundo párrafo de este
numeral 344 reza “ Si la resolución injusta fuera una sentencia penal […]”, es decir, dando por sentado que se trata de
actuaciones en el trámite o de resoluciones, según la descripción del primer párrafo, injustas o lo que es lo mismo, contrarias al
derecho, de allí la remisión al cohecho propio, cuya característica esencial es precisamente el de acceder mediante el ofrecimiento
y aceptación de dádivas, a realizar un acto contrario a los deberes del funcionario público. Por su parte, este tipo penal
desplazaría de igual forma, por especialidad, al delito de prevaricato, pues lo engloba y supera en los supuestos concretos. El delito
de prevaricato tipifica el dictado de resoluciones contrarias a la ley por el funcionario administrativo o judicial llamado a resolver o
decidir algún trámite específico y que lo dirime o resuelve en contra de la ley. Para que este delito se perfeccione basta el
conocimiento y voluntad de que se resuelve contra la ley, sin que sea necesario que medie algún elemento intencional o alguna
remuneración. Sin embargo, cuando esa resolución contra la ley, la adopta un juez, mediando promesa de ventajas o dádivas y
éstas van dirigidas a que, bien en el trámite, o bien en la resolución, se favorezca o se perjudique a una parte, no se estará en
presencia del prevaricato, sino del delito de corrupción de jueces, que desplaza a aquél por especialidad en estos supuestos
concretos. Por su parte, si la resolución favorable o perjudicial que se pretende obtener con la dádiva o remuneración, era la que
en derecho correspondía dictar, o el trámite hecho u omitido es conforme a la ley, o bien era parte de sus funciones como juez, no
se está en presencia del delito de corrupción de jueces aunque éste sea el sujeto activo u/o pasivo, en los términos del numeral
344, sino que el juez cometería el delito de cohecho impropio, pues recibe una dádiva o ventaja para realizar un acto propio de
sus funciones o deberes, es decir, resolver la litis, incidencia, proceso o trámite administrativo de que se trate conforme a la ley.
En el caso concreto, HN conocía, según la imputación, que la pena de los sentenciados cuya libertad gestionaba, había sido
ilegalmente rebajada. Sin embargo, este tema no fue tratado con el juez Brenes Flores, es decir el ofrecimiento a él hecho nunca se
acompañó del conocimiento del rebajo de pena sino simplemente como un incidente de libertad condicional más. Brenes Flores
siempre se creyó objeto de un ofrecimiento para que resolviera favorablemente el proceso y no para que dolosamente prolongara
la cadena de ilegalidades puesta en marcha antes y de la que él era ajeno, todo esto según la misma hipótesis acusatoria del
Ministerio Público. Según ésta, a pesar de que está claro que el dinero se ofrecía para obtener un pronunciamiento favorable que
no era a ese momento contrario a derecho, sino parte de las funciones del juez, se estaría ante un cohecho impropio.
V- Según todo el desarrollo que se ha hecho, esta Sala estima que los hechos probados del fallo no han sido calificados en forma
correcta. Sin embargo, esos hechos no corresponden a lo que el Ministerio Público acusó sino que se le añaden elementos que
rebasan la acusación y que, de incluirlos, se permitiría una seria lesión al derecho de defensa. El tema tiene importancia por dos
razones fundamentales: i) si la calificación jurídica de los hechos dada en la sentencia resultase correcta –cohecho propio-, la
acción penal por ellos estará sobradamente prescrita desde antes de iniciarse el debate. Por esa razón y dado que tanto el
imputado HN como su defensor han interpuesto casación reclamando esa circunstancia, era necesario dilucidar el punto reclamado
por el fiscal recurrente, a efectos de resolver el alegato por prescripción; ii) para valorar si la acción penal se encuentra prescrita,
en cualquier caso, la Sala debe partir de la calificación jurídica que estima correcta a los hechos que se discuten –a los que el
Ministerio Público acusó- y no necesariamente a la dada por el fallo o la pretendida por la defensa o el ente fiscal. En este caso, a
pesar de que en forma poco clara el Ministerio Público ha errado en la calificación jurídica de estos eventos, cuyo material fáctico
ha sido el mismo desde el inicio del proceso, el tema debe dilucidarse por lo ya dicho. Así, el Ministerio Público formuló acusación
calificando los hechos como constitutivos del delito de cohecho impropio. Tal y como ya se indicó, en la etapa intermedia la jueza
penal recalificó a cohecho propio, decisión que tenía incidencia directa en el cómputo de la prescripción en ese momento.
Finalmente, en debate y en la etapa de conclusiones es que se solicita recalificar los hechos a corrupción de jueces, una figura
distinta –si bien de la misma clase de ilícitos- con una penalidad superior que en el fondo incide directamente sobre el cómputo de
la prescripción en este caso, según se verá más adelante y para ello se rebasa abiertamente el marco de la acusación. Es claro
que la calificación jurídica es un juicio de probabilidad, una hipótesis. Sin embargo, dada la obligación que tienen los
representantes del Ministerio Público de fundamentar sus decisiones y solicitudes y de litigar con lealtad y de buena fe, es de
esperar una poca variación en cuanto a este tema, sobre todo porque al tender el sistema al juicio oral, el contradictorio puede
enriquecer y dar una mejor perspectiva de lo sucedido y del encuadre típico que resulte más adecuado y además existe la
posibilidad procesal de acudir a juicio con una acusación principal y otra supletoria o alternativa. En todo caso no debe perderse de
vista además, que no siempre resulta inocuo el cambio en la calificación jurídica, especialmente de cara a la defensa y su estrategia
y que aún en tales supuestos, el fiscal debería corregir o enmendar en debate la imputación para dejar claras las reglas sobre las
que se juega y los hechos que se atribuyen y sobre los que se pretende una condena, para posibilitar el derecho de defensa.
Como se indicó, en este caso los hechos siempre han sido los mismos y se ha tenido absolutamente claro que se ofreció dinero a
un juez para fallar favorablemente una incidencia omitiendo requisitos legales exigidos en su tramitación, no obstante que así no lo
imputó el Ministerio Público. Lo que se aprecia en este caso es un cambio de calificaciones, motivado por la inminente prescripción
de la acción penal, antes que por la correcta ponderación jurídica de los hechos objeto del proceso. Al final resulta efectivamente
que, en criterio de la Sala los hechos que el fallo establece no corresponden al cohecho propio sino al delito de corrupción de
jueces en la modalidad de la penalidad del corruptor, lo que tiene un impacto directo en la prescripción y su cómputo. Sin embargo,
ateniéndose a la imputación con la que se llegó a juicio y que nunca se corrigió o enmendó en sentido alguno, habría que
concluir que se ofreció dinero al juez para que resolviera favorablemente la libertad condicional y, como no es posible establecer si
esa decisión era contraria a sus deberes, sino parte de sus funciones, deberíamos concluir que los hechos acusados encuadran en
la conducta del cohecho impropio, acción penal que estaba prescrita mucho antes de iniciar la audiencia preliminar. Debe quedar
claro que incluso los hechos probados, no sólo en el aparte correspondiente, sino en la sentencia integral, gravitan, entre si el
ofrecimiento de dinero fue para obviar los trámites o, si además de ello era para la resolución favorable. Aún así, según el
desarrollo que se hizo supra, de cualquiera de las dos formas esos eventos calificarían como corrupción de jueces y no como
cohecho propio, aunque lamentablemente esos hechos nunca los acusó el Ministerio Público, lo que impide hacer la recalificación ni
disponer reenvío alguno. Debe quedar claro que, contrario a lo sostenido por el fiscal impugnante al contestar la audiencia
conferida con motivo de los otros recursos interpuestos, este elemento de pretender la resolución del incidente sin los informes, no
es simplemente “la modalidad” en que HN pretendió acelerar el trámite de los incidentes y obtener un pronunciamiento favorable,
sino que es el núcleo central de su conducta –nunca acusado- pues es el que permite trasladar el enfoque de un cohecho
impropio a la corrupción de jueces, con consecuencias no sólo diametralmente distintas en la penalidad, sino, antes bien, en los
plazos de prescripción y en la propia estrategia de la defensa, realidad que deslegitima por completo la impugnación del Ministerio
Público y sus pretensiones, según se ha expuesto in extensu. Por ello, se impone declarar sin lugar el reclamo del Ministerio
Público. La Magistrado Sáenz Fernández pone nota.
Segundo motivo del recurso de la licenciada Gretta Aguilar Jiménez, defensora pública de HN; primer motivo del
recurso por vicios procesales y único motivo por el fondo del imputado ME; primer motivo del recurso de casación del
licenciado William Guido Madriz, defensor de AA y segundo motivo del recurso del imputado HN.
VI- Sobre la prescripción de la acción penal. Errónea aplicación del inciso d) del artículo 33 y del inciso a) del artículo 34,
ambos del Código Procesal Penal. Se encabeza este considerando con la cita de cada uno de los motivos que, en cada uno de
los recursos interpuestos, se reclama el aspecto de la prescripción, pues todos los alegatos comparten una misma base común y
plantean en esencia el mismo defecto del fallo, relacionado con el cómputo erróneo de los plazos de prescripción, así como con la
aplicación, a juicio de los impugnantes ilegal, de la causal del inciso d) del artículo 33 del Código Procesal Penal, al declararse la
interrupción del curso de tal plazo fatal, por una resolución improcedente y que rebasa los límites de la proporcionalidad. A su vez,
estiman todos los recurrentes que al valorar el trámite del proceso, el Tribunal le atribuye fuerza suspensiva a actos que nunca
podrían considerarse como tales, todo lo cual redunda en que no se decreta la prescripción cuando es claro que para todos los
hechos acusados, la acción penal estaba prescrita antes de iniciar el juicio. En razón de que todos los recursos comparten
esencialmente las mismas alegaciones, se conocerán en forma conjunta y se emitirá al respecto un único pronunciamiento, sin
perjuicio de analizar de manera independiente el caso concreto según la especial situación de cada uno de los acusados. i) Sobre
la suspensión del plazo de prescripción acordada por los jueces en la sentencia: Todos los impugnantes reclaman que el
Tribunal erró al considerar que el plazo de prescripción de la acción penal estuvo suspendido desde que el defensor del imputado
HN recusó a la jueza Eugenia Allen Flores y hasta que el Tribunal emitió pronunciamiento rechazando la gestión . En criterio de los
recurrentes, las causales de suspensión son taxativas y están claramente contempladas en el artículo 34 del Código Procesal
Penal, de manera que los juzgadores no pueden crear a voluntad los supuestos. En el caso concreto, el licenciado Bernán Luis
Salazar Ureña al apelar el auto de apertura a juicio recusó a la jueza señalada en escrito de fecha 17 de setiembre de 2001 y
recibido en el Despacho el 18 de setiembre de ese mismo año. El expediente pasó al Tribunal de Juicio y la jueza Allen Flores rindió
su informe rechazando la recusación el 22 de enero de 2002. El Tribunal de Juicio en resolución 003-02 de las 7:00 horas del 4 de
febrero de 2002 decidió formular una consulta facultativa de constitucionalidad en cuanto al tema de la taxatividad de las causales
de recusación y suspendió el trámite del proceso hasta tanto la Sala no se pronunciara. Por resolución 6223-02 del 21 de junio de
2002 la Sala Constitucional se pronunció sobre la consulta y dispuso “ No ha lugar a evacuar la consulta” y devolvió el expediente
que ingresó al Despacho en […] el 27 de junio. A pesar de ello el Tribunal se pronunció rechazando la recusación en resolución
350-02 del 30 de octubre del 2002. Los juzgadores estimaron que la acción penal estuvo suspendida desde el momento en que la
defensa recusó a la jueza dicha y por todo el tiempo en que el tema estuvo sin ser resuelto, es decir, desde el 18 de setiembre de
2001 y hasta el 30 de octubre del 2002, o sea, un año y 12 días, pues estimaron que existió durante este tiempo un “impedimento
legal” para continuar con el proceso, porque se discutía precisamente el tema de la integración y capacidad del juez, sin el cual el
proceso no podía continuar, invocando la causal del inciso a) del artículo 34 del Código Procesal Penal. En criterio de los
recurrentes, la recusación de un juzgador tiene señalado en la ley un trámite absolutamente expedito, que no supera las
veinticuatro horas para decidir. De manera tal que no podría invocarse el irregular trámite dado en este caso por el Tribunal como
una razón para suspender el plazo de la prescripción. Además, el hecho de que el Tribunal decidiera formular una consulta
facultativa al órgano constitucional, tampoco es causal para suspender su curso, porque además la Ley de Jurisdicción
Constitucional señala que el proceso se suspende hasta que la Sala evacue la consulta y ello no sucedió porque la Sala en
realidad no se pronunció por el fondo pues estimó que el tema no era propio de la instancia constitucional, de modo tal que no
existe presupuesto alguno para decretar la suspensión del plazo. Aún más, resulta absolutamente injustificado que aún cuando se
admitiera que el tiempo que media entre la formulación de la consulta y la resolución de la Sala Constitucional suspende el plazo,
no podría ocurrir lo mismo una vez evacuada la consulta, pues entrarían a regir los trámites expeditos que la ley señala para
resolver la recusación y resulta que en el caso concreto no obstante que la Sala se pronunció desde el 21 de junio y el Tribunal
recibió el expediente el 27 de ese mismo mes, no se emitió pronunciamiento en cuanto a la recusación sino hasta el 30 de octubre,
es decir más de tres meses después, tiempo para el cual no existe justificación alguna y que no puede utilizarse para perjudicar a
los imputados con la suspensión ilegal así decretada, que supera el año sin que el proceso haya sido movilizado por la inercia del
Tribunal. Es un derecho del imputado cuestionar la integración del órgano jurisdiccional y el trámite que la ley prevé jamás podría
justificar una demora que autorice incluso una suspensión en los términos del artículo 34 citado, de manera que la conclusión del
fallo es errónea. ii) En cuanto a la interrupción de la prescripción decretada en resolución 99-03 del 9 de abril de 2003:
Luego de más de un año en que el proceso estuvo suspendido por las razones ya expuestas, cuando finalmente se resuelve el
tema de la recusación y el Tribunal se pronuncia sobre las apelaciones interpuestas, el expediente pasa ya para señalarse hora y
fecha para la realización del juicio. El primer señalamiento se da por resolución del 3 de abril de 2003 y para realizar el juicio el 21
de abril siguiente. Varios defensores, de manera fundada y legítima solicitaron el cambio del señalamiento pues tenían otras
diligencias judiciales en las que debían intervenir y que habían sido señaladas con antelación. El Tribunal realiza la variación en
providencia del 7 de abril y para celebrar el debate el 5 de mayo siguiente. A pesar incluso de que en esa fecha existía colisión con
algunos señalamientos ya informados en la primera oportunidad por la defensa, se fija con ese escaso margen de diferencia y por
ello varios de los defensores solicitaron nuevamente la variación de la fecha por motivos justificados, entre ellos la licenciada Iris
Valverde Usaga, defensora de JA quien reiteró que aún así ese señalamiento colisionaba con otros de los que ya había informado
al Despacho, todas peticiones debidamente razonadas para pedir el cambio y la calendarización adecuada del juicio y el Tribunal,
no obstante que varía el señalamiento, califica tales gestiones como obstaculizadoras del normal desarrollo del debate y atribuibles
a la defensa, aplicando erróneamente el inciso d) del artículo 33 del Código Procesal Penal para decretar interrumpida la
prescripción. Esta interpretación no sólo es arbitraria sino que incluso se opone a lo resuelto por esta Sala, por ejemplo en las
resoluciones 911-03, 927-03 y 326-03 del Tribunal de Casación Penal, en las que expresamente se señala que las peticiones
debidamente motivadas de la defensa para que se varíen los señalamientos, por ejemplo, no podrían considerarse
obstaculizadoras del juicio porque son supuestos de hecho justificados y normales, aunque su abuso podría sí configurar una
obstaculización, lo que evidentemente no se dio en este caso. Jamás podría concluirse que las dos solicitudes para variar la fecha
sean “anormales” o abusivas, pues es fácil observar no sólo la poca diferencia de fechas entre ambas providencias, sino entre los
propios señalamientos, de modo que sería absolutamente previsible anticipar que en esta causa, en la que había varios acusados y
varios profesionales, podría existir algún inconveniente y todos ellos fueron debidamente acreditados ante el Tribunal, de manera
que no existe asidero alguno para declarar la interrupción, decisión que se toma a escasos 14 días de que la acción penal por los
delitos de prevaricato y más aún las de cohecho impropio y cohecho propio estuvieran prescritas, de manera que se trató de una
forma improcedente de evitar la prescripción. En cuanto al punto, en particular el licenciado Guido Madriz, señala “ En este punto
concreto de la denominada ‘obstaculización por parte de la defensa’, el Tribunal sentenciador se ha equivocado en forma absoluta,
pues como queda demostrado por la propia resolución 99-03 del nueve de abril de dos mil tres, las causas que generaron la
suspensión de los señalamientos para el juicio eran claras y válidas, aparte de ser absolutamente legales, pues el mismo Tribunal
de Pérez Zeledón que indica que los motivos que lo llevaron a decretar de oficio la interrupción de la prescripción era porque los
señores defensores Bernan Luis Salazar Ureña, Iris Valverde Usaga y William Guido Madriz tenían ya señalados y notificados otros
señalamientos en diferentes lugares en el país, que les impedían acudir a los hechos por ese Tribunal de la Zona Sur. Nunca se
citó a todos los señores Defensores para – de común acuerdo – calendarizar y programar el juicio, como hubiera sido lo lógico
dada la cantidad de personas involucradas. Toda esta reyerta es culpa del Tribunal, por cuanto sabían como jueces con tiempo de
ejercer la función judicial, que la causa se extinguía por prescripción el ventitrés de abril de ese año. Tómese en cuenta además
que, aún y cuando el juicio se hubiera iniciado el veintiuno de abril (fecha del primer señalamiento), o el cinco de mayo (que fue la
segunda fecha para celebrar el contradictorio), o el veinte de mayo (tercera fecha para el contradictorio), o la del treinta de junio en
que comenzó el debate, ya la causa estaba prescrita porque habiéndose celebrado la audiencia preliminar en el mes de setiembre
del año dos mil uno y habiéndose promulgado la reforma al artículo 33 del Código Procesal Penal que empezó a regir el 26 de
noviembre del 2001, la ÚNICA CAUSA INTERRUPTORA DEL PLAZO DE LA PRESCRIPCIÓN ERA EL DICTADO DE LA
SENTENCIA, la cual por lo demás fue redactada en forma integral y notificada a todas las partes el pasado cinco de noviembre del
presente año, cuando ya sobradamente el plazo de prescripción había operado fatalmente. La única maniobra habilidosa que le
quedaba al Tribunal para interrumpir el plazo de la prescripción era aplicar el inciso d) del artículo 33 del Código Procesal Penal,
invocando una imaginaria y supuesta obstaculización de la defensa para retrasar la celebración del debate, acciones éstas que
nunca existieron como maquinaciones dilatorias. El presupuesto para la declaratoria de la interrupción de la prescripción, conforme
a la norma de repetida cita, no tiene efectos constitutivos sino declarativos, como lo ha dicho con gran acierto la Sala Tercero (sic).
También ha señalado la Sala que la eficacia interruptora deberá retrotraerse al momento en que las acciones retardatarias lograron
su propósito de alterar el curso del procedimiento. En este caso, al no haber ninguna acción retardataria que pudiera calificarse de
obstaculización, no había ningún hecho anormal que requiriera ser declarado como tal, conforme a los criterios de la Sala Tercera
ya mencionados en este motivo […]”. Según la interpretación de los juzgadores ya no basta comprobar ninguna vocación
obstaculizadora pues bastará cualquier diligencia o gestión, aún debidamente motivada y “atribuible” a la defensa, para interrumpir
el plazo, lo cual atenta contra el principio de seguridad jurídica, el principio pro libertatis y el derecho de defensa.
VII- Sobre el concepto de obstaculización del desarrollo normal del debate por causas atribuibles a la defensa como causal
interruptora de la prescripción: Para dejar clara la posición que la mayoría de esta Sala tiene sobre el tema, es prudente traer a
colación el cambio en la redacción de la causal, antes contemplada en el inciso c) y luego, con la reforma que operó en el artículo
33 la ley 8146 del 30 de octubre de 2001, publicada en La Gaceta del 11 de noviembre de ese mismo año, en el inciso d) del
mismo numeral señalado. El texto original de esta causal, en el inciso c) establecía que se interrumpía el plazo de prescripción:
“ Cuando la realización del debate se suspenda por causas atribuibles a la defensa, con el propósito de obstaculizar el
normal desarrollo de aquel, según declaración que efectuará el tribunal en resolución fundada”. La redacción que tiene
actualmente la norma según la reforma antes mencionada, establece, ahora en el inciso d) ese mismo efecto cuando se dé “La
obstaculización del desarrollo normal del debate por causas atribuibles a la defensa, según declaración que efectuará el
Tribunal en resolución fundada”. Ambos textos comparten dos conceptos esenciales: i) en primer lugar, el estadio del debate,
como fase procesal en la que las dificultades se presentan y ii) el verbo obstaculizar. Como lo ha reconocido la jurisprudencia de
esta Sala, la declaración del Tribunal no tiene efectos constitutivos sino declarativos, es decir, llegado el momento en el cual el
Tribunal adopta la decisión de declarar la interrupción del plazo de prescripción, puede echar mano del recuento de diligencias o
actuaciones de la defensa que han llevado a paso lento o dificultoso el proceso y ya en fase de juicio o previo a éste, se
evidencia una obstaculización de su normal desarrollo. Entonces es claro que es el debate y su “normal desarrollo” el que debe
verse finalmente “obstaculizado”. Esto tiene trascendental importancia pues si bien es cierto gestiones evidentemente
entorpecedoras del avance del proceso pueden darse desde la fase misma de investigación, aún en esos estadios no puede
conocerse si la causa llegará a juicio. Para emitir una decisión que implique declarar la obstaculización del normal desarrollo del
debate, el proceso debe encontrarse bien en esa fase o en una inmediata anterior, por ejemplo, ya dictado el auto de apertura a
juicio. Sin embargo ello no obsta para realizar en ese momento, una valoración global del comportamiento de la defensa que se ha
materializado en una obstaculización del desarrollo normal del debate –llámese señalamiento, celebración, continuación-. Ya en el
precedente 911-03 que citan algunos de los recurrentes, esta Sala y partiendo del texto anterior, señaló: […]II- El artículo 33 inciso
c) del Código Procesal Penal prevé como supuesto interruptor de la prescripción, el hecho de que: “la realización del debate se
suspenda por causas atribuibles a la defensa, con el propósito de obstaculizar el normal desarrollo de aquel, según declaración
que efectuará el tribunal en resolución fundada.”. Esta norma persigue, como resulta obvio, evitar que por diversos medios “la
defensa” intente postergar la celebración del juicio oral y entorpecer así el curso normal de los procedimientos. Es posible señalar
aquí varios presupuestos o situaciones generales que no pretenden agotar: 1) la causal opera en un momento específico del
proceso, a saber: en la etapa de juicio que regula el Código de rito a partir del artículo 324. Tal cosa significa que el
entorpecimiento puede darse: a) antes de que se convoque a debate, por medio de acciones con las que se pretenda evitar esa
convocatoria; b) una vez señalada la fecha para el juicio, a través de actos que obliguen a postergar su celebración; c) ya iniciado
el debate, por actuaciones u omisiones que impongan suspenderlo, impidan su normal continuación o fuercen a iniciarlo de nuevo.
2) Por “causas atribuibles a la defensa” no deben entenderse solo las conductas en que incurra el defensor técnico, sino también
las propias del acusado. La ley utiliza aquí el término “defensa” en el sentido de una unidad de intereses constituida por ambos
sujetos (como lo señala quien recurre); de allí que no indique “por causas atribuibles al defensor”, sino que acude a un concepto
mucho más amplio, no restringido a un sujeto procesal único. 3) Los actos u omisiones deben orientarse a entorpecer u
obstaculizar la realización normal del juicio oral y público. Pueden revestir el carácter de una “maquinación” (conductas desleales
con la finalidad, evidente o encubierta, de obstaculizar el normal desarrollo de los procedimientos), aunque esto no es del todo
indispensable, pues en determinadas circunstancias basta con que el hecho obstaculizador sea conocido, o bien, previsible para la
defensa y, a pesar de ello, no haya dispuesto las medidas oportunas y necesarias a su alcance para evitarlo o, en caso de
inevitabilidad, para comunicarlo al tribunal con la antelación suficiente que permita adoptar las decisiones que procedan a fin de
asegurar la continuación del proceso con la debida celeridad, reduciendo así los efectos causados por el evento obstaculizador.
Desde luego, no surtirán eficacia interruptora de la prescripción los actos o eventos que no sean “anormales”, por ejemplo: el uso
de algún medio procesal lícito que forme parte de las funciones propias de la defensa (planteamiento de excepciones o alguna
solicitud particular justificada); o las peticiones razonadas, documentadas y con justa causa con el fin de que se postergue la
celebración del debate (por ejemplo: por tener otro señalamiento en la misma fecha que deba prevalecer sobre el hecho en el
proceso concreto). Sin embargo, el abuso evidente de ciertos mecanismos o su uso indebido, puede también ser una maquinación
encubierta que origine el efecto interruptor: por ejemplo, insistir de manera repetida en gestiones que ya fueron resueltas en su
oportunidad; plantear articulaciones manifiestamente improcedentes o no previstas en la ley con el fin de retrasar los
procedimientos (v. gr.: recursos de casación contra resoluciones interlocutorias, aprovechando que el a quo se encuentra inhibido
para ejercer un control de admisibilidad); esperar hasta pocas horas o pocos días antes de la fecha en que debería celebrarse el
debate para solicitar una postergación en virtud de otro señalamiento en distinto tribunal que le fue notificado a la parte tiempo
atrás y que, por ende, pudo haber informado desde que se le convocó al juicio. 4) Los actos obstaculizadores no implican,
necesariamente, la ausencia del defensor o del acusado, sino que también pueden referirse a la actuación que se espera de otra
persona. Por ejemplo, insistir que declaren en debate testigos esenciales para decidir el asunto, que la propia parte se ha hecho
cargo de ocultar o de impedir su localización o su comparecencia en el juicio; o que se imposibilite evacuar un dictamen médico,
psicológico, psiquiátrico o de otra índole, en vista de que el justiciable, sin causa justa, no se presenta a la cita que le fue
concedida. En general, los actos fraudulentos con los que se logre impedir la recepción de cualquier prueba que se espera
introducir en debate (y que justificó suspender su señalamiento o postergarlo para otra fecha), tendrían efecto interruptor (v.
gr.:ocultar la cosa que debía inspeccionarse; sustraer o interceptar documentos que el tribunal aguarda; entre otras muchas
hipótesis). 5 ) Corresponde al juzgador constatar y declarar: a) que se han producido alteraciones del curso normal del
procedimiento en la etapa de juicio que implicaron que no pudiera señalarse a debate (suspender o postergar su
realización), obligaron a suspenderlo luego de iniciado o a realizarlo por completo de nuevo; b) que tales retardos y
alteraciones son producto de actos u omisiones atribuibles al imputado o su defensor o defensores; c) que los actos u
omisiones corresponden a conductas interesadas precisamente, ya sea en forma obvia o encubierta, en lograr tales
retardos; o tuvieron esos mismos efectos en virtud de que la defensa no pretendió evitarlas o no las comunicó al despacho
con la debida antelación; y, d) que el plazo de prescripción de la acción penal fue interrumpido por esas razones. Es
importante destacar, que la declaratoria que debe hacer el tribunal no tiene efectos constitutivos, sino declarativos. Esto significa
que la eficacia interruptora habrá de retrotraerse al momento en que las acciones retardatarias lograron su propósito de alterar el
curso normal del procedimiento; momento que deberá ser fijado por el tribunal de forma expresa, con sustento en los datos que se
obtengan del expediente y a partir del cual se computará de nuevo el plazo de prescripción que corresponda. Ese “momento” será,
entonces, aquel en que fue preciso postergar o variar la convocatoria a debate, suspender el ya iniciado o cuando este se torne
ineficaz por exceder los límites previstos en la ley para la suspensión -lo que obligaría a realizarlo de nuevo-; entre otros supuestos.
Aunque lo aconsejable es que los Juzgadores declaren la interrupción de la prescripción en el mismo momento en que se produjo
el evento que obstaculizó el normal desarrollo del debate, esto no viene exigido por la ley, por lo que la declaratoria puede hacerse
posteriormente, cuando se constate que concurren los presupuestos de los que antes se hizo mención. Lo anterior es así porque,
en ocasiones, la obstaculización no se produce a través de una sola conducta activa u omisiva, sino por un conjunto de ellas y es
preciso valorarlas de tal modo para determinar que en realidad existió un afán de obstaculizar que no se evidencia con el análisis
de una única actuación u omisión [….]”. (destacados son suplidos). Tal precedente analiza la norma según el texto anterior. La
alusión que en éste se hacía a que esas causas atribuibles a la defensa, lo fueran “con el propósito” de obstaculizar el desarrollo
del juicio, llevó a algunos a pensar que debían ser abiertamente “dolosas” o mal intencionadas. Sin embargo, ya se vio cómo en el
precedente de cita –que analiza el texto anterior- se aclara que no necesariamente tenían que ser de esa forma, sino que, por
tratarse de gestiones, peticiones o situaciones abusivas, injustificadas o reiteradas, evidenciaban una vocación de “obstaculizar”,
dejando expresamente por fuera los supuestos de gestiones debidamente fundadas, razonables o en ejercicio razonable de los
derechos y poderes de la defensa. Ya con el texto vigente, esta Sala ha tenido ocasión de retomar tales conceptos y de
clarificarlos, pues aún cuando en la redacción actual la construcción gramatical que aludía “con el propósito de” se eliminó, la
interpretación del texto es la misma. En el precedente 878-05 de las 11:30 horas del doce de agosto de 2005, esta Sala tuvo
ocasión de profundizar en el tema. Es claro que no se requiere –ni antes ni ahora- que la obstaculización surja de una “maniobra” o
“maquinación” dolosa. Sí se requiere, sin embargo, determinada vocación de entorpecimiento, que debe valorarse en el caso
concreto, por ejemplo, en causas complejas, en las que se ha tomado el tiempo para agendar el juicio en asocio con todas las
partes, en que se ha dado el tiempo razonable para manejar otros señalamientos y para conocer la prueba, constituye
evidentemente una obstaculización, señalar problemas en la representación legal como desavenencias económicas con el
defensor, problemas de criterio en cuanto a la estrategia de defensa, no comunicar, pese a haberlo conocido con anterioridad,
algún señalamiento notificado previamente al del juicio. A estas alturas la defensa asumida para un juicio debe estar conciente de
sus responsabilidades y no pretender manipular el derecho o el ejercicio de la defensa técnica como una causa para entorpecer e
impedir el avance del juicio, porque eso es un ejercicio abusivo del derecho, que no ampara nuestro ordenamiento jurídico. El
artículo 21 del Código Civil prescribe que los derechos deben ejercerse según los principios de la “buena fe”. Por su parte, el
numeral 22 ibid sienta, como principio general: “ La ley no ampara el abuso del derecho o el ejercicio antisocial de éste. Todo acto u
omisión en un contrato, que por la intención de su autor, por su objeto o por las circunstancias en que se realice, sobrepase
manifiestamente los límites normales del ejercicio de un derecho, con daño para un tercero o para la contraparte, dará lugar a la
correspondiente indemnización y a la adopción de medidas judiciales o administrativas que impidan la persistencia del abuso”. La
primera oración del artículo establece un principio general: la ley no ampara el abuso del derecho o su ejercicio antisocial. La
ley amparará, por supuesto, su uso racional, acorde con sus fundamentos legales, constitucionales o de rango supranacional, lo
que de modo alguno podría acarrear alguna consecuencia perjudicial a su titular. Esto es aplicable al ejercicio del derecho de
defensa sin discusión alguna. Un ejercicio abusivo o “antisocial”, aunque sea del derecho de defensa, no está amparado por el
derecho. Este es el sentido, orientación e interpretación posible que habría que hacer cuando se habla de que las “causas
atribuibles a la defensa” que “obstaculizan” el desarrollo normal del debate, interrumpen la prescripción, según los principios
generales que informan nuestro orden jurídico y la interpretación armónica e integral del mismo. Siguiendo con el artículo de
comentario, se extiende la norma en la hipótesis de abuso del derecho en el marco de una relación contractual y habla de que no
está amparado y que en un supuesto tal, se pondrán los mecanismos judiciales y/o administrativos para remediar la situación.
Dentro de este esquema, la norma puntualiza que todo uso o ejercicio de un derecho “que sobrepase manifiestamente los límites”
del ejercicio de ese derecho, dará lugar a la búsqueda de mecanismos judiciales o administrativos para evitar la persistencia del
abuso y, si es del caso, conceder una indemnización. Sí, en el marco de una relación contractual –libertad de contratación,
numerales 1007 y 1008 del Código Civil- es necesario que el ejercicio de un derecho por alguna de las partes “sobrepase los
límites de lo razonable” para que constituya un abuso del mismo que dé origen a intervenciones para remediarlo, cuánto más en el
proceso penal, en la sede represiva del Estado, en la que se ejerce el poder de persecución –legítimo- con todo su peso, en la
búsqueda de una tutela judicial efectiva de la víctima –individual, colectiva o difusa- perjudicada con la conducta lesiva de bienes
jurídicos esenciales, que implica restricción de derechos fundamentales del investigado, que tiene una obligación de someterse a
ese proceso, cuánto más en esta sede debería tomarse en cuenta que el ejercicio de un derecho “sobrepase los límites de lo
razonable” como orientación para establecer perjuicios o sanciones procesales o consecuencias importantes en la posición jurídica
de los involucrados en el proceso, en especial si se trata del imputado. Piénsese, por ejemplo, en una causa compleja, de difícil
investigación, con poderío económico en los involucrados: el Estado debe tener remedios suficientes para contrarrestar esas
dificultades –la declaratoria de tramitación compleja de la causa, la extensión de los plazos en la investigación, de la prisión
preventiva, la ausencia del efecto reductor de los plazos cuando tal declaración se da en esta fase, etc.- todo lo cual le permitirá
contar con mayor tiempo para desplegar la labor de investigación y búsqueda de los mejores recursos de apoyo en esta tarea. Sin
embargo, so pretexto de ello, el Ministerio Público no podría ser negligente en el avance de las investigaciones y permitir sin
justificación el paso del tiempo. Esa potestad de contar con más plazos no es ilimitada. Su uso abusivo podría dar origen a una
fijación de plazo por la autoridad jurisdiccional por ejemplo e incluso a revertir decisiones como la suspensión o interrupción de
plazos de prescripción ya decretados o a cesar las medidas cautelares o incluso la declaratoria de complejidad de la causa. En el
caso del derecho de defensa, su uso abusivo, negligente o descuidado, irracional, entorpecedor y dilatorio, no puede ser tolerado y
por ello cuando interfiere en el desarrollo del debate, aún cuando no surja de “maquinaciones” o de conductas evidentemente
dolosas, sino de una despreocupación e “irresponsabilidad” que claramente incide en el avance del juicio, provoca la interrupción
del plazo de prescripción. Ésta, concebida como una sanción procesal autoimpuesta por el propio Estado manifestación del
principio de racionalidad y proporcionalidad-, en materia penal cobra una importancia fundamental, de cara no sólo a los principios
dichos, sino al de justicia pronta y cumplida. Desde luego que estos principios funcionan como orientadores de la prescripción. La
víctima, la sociedad en general tienen el derecho a que se juzgue en un plazo razonable a las personas a quienes se sindica como
responsables de una conducta delictiva. La defensa no puede, so pretexto de su ejercicio, evitar el avance del proceso,
especialmente en sede de juicio, con conductas, actuaciones o peticiones que entorpecen de manera irracional, anormal y abusiva,
su avance. El juicio sobre la naturaleza de las actuaciones tiene que realizarse en cada caso concreto según los lineamientos que
se han expuesto y de allí que la propia norma exige del Tribunal una declaración fundada. Por eso, la prescripción, que es una
autolimitación que fija la razonabildiad de un plazo para juzgar y finiquitar el proceso penal contra el investigado –aunque
indiscutiblemente también es una sanción a la inercia procesal.- cede, cuando el ejercicio abusivo, anormal y “obstaculizador” del
derecho de defensa en el debate, impide su desarrollo y por eso la interrupción del plazo funciona como una sanción al imputado y
como un correctivo de sus abusos, en tutela de la víctima y de la sociedad. Sin embargo, por estar tan estrechamente vinculado el
instituto de la prescripción con los principios de razonabilidad, proporcionalidad y de justicia pronta y cumplida, las decisiones
judiciales que de manera infundada extiendan o suspendan su curso, tienen clara repercusión en ese derecho del imputado a ser
juzgado dentro de un plazo razonable que, si no se ha visto entorpecido por el abuso de sus derechos y facultades, no tiene por
qué no correr y adquirir sus consecuencias dentro del proceso. Del lado contrario, el derecho a la justicia pronta y cumplida de la
sociedad, de la víctima, no puede verse frustrado por “causas atribuibles a la defensa” que obstaculicen el normal desarrollo del
debate, que sólo podrán ser aquéllas que surjan de un ejercicio abusivo, anormal y entorpecedor y por eso, el plazo de
prescripción, dado en garantía de juzgamiento en un plazo razonable, sufre un quebranto, una interrupción, para impedir que el
abuso de un derecho, incida injustificadamente en el derecho de los demás víctima y sociedad-. No cabe otra lectura, otra
interpretación de estas cuestiones en el marco de un estado de derecho como el nuestro, que apuesta por un proceso penal que
exige a las partes litigar con lealtad y de buena fe. Así, cuando el Código Procesal Penal –no digamos ya la Constitución Política y
los instrumentos internacionales sobre Derechos Humanos ratificados por nuestro país, que también lo hacen- señala, en el artículo
12 “ Es inviolable la defensa de cualquiera de las partes en el procedimiento. Con las excepciones previstas en este Código, el
imputado tendrá derecho a intervenir en los actos procesales que incorporen elementos de prueba y a formular las peticiones y
observaciones que considere oportunas, sin perjuicio de que la autoridad correspondiente ejerza el poder disciplinario , cuando
perjudique el curso normal de los procedimientos […]”, establece que la defensa de todas las partes es inviolable y puntualiza que
el imputado –y su defensa técnica evidentemente incluida- tendrá derecho a realizar las peticiones, gestiones y requerimientos que
estime necesarios, siempre que no entorpezcan el curso de los procedimientos. “ Entorpecer el curso de los procedimientos” implica
un abuso, un uso irracional de tales potestades y derechos, infringe el deber de litigar de buena fe y con lealtad –numeral 127 del
mismo cuerpo legal- es, en esencia, el abuso del derecho. Y según las consideraciones hechas y la vinculación de la prescripción
con el derecho a ser juzgado en un plazo razonable –desde la óptica del acusado- ese abuso que entorpece el avance del debate
tiene una “consecuencia” que es la interrupción del plazo de prescripción. Si el ejercicio no es abusivo, irracional o francamente
obstaculizador juicio de valor, que, se insiste, debe realizarse y valorarse en cada caso concreto- no puede tener esa
consecuencia. Negar que la interrupción del plazo tiene una importante consecuencia en el derecho del acusado a que se le juzgue
en un plazo razonable, es desconocer su naturaleza misma, pues si bien es una sanción procesal, en materia penal además no es
posible desligar el tema de la prescripción, en el caso del imputado, del derecho a ser juzgado en un plazo razonable que es,
por lo demás, un derecho fundamental. La voz “obstaculizar”, según el Diccionario de la Real Academia Española, significa
“impedir o dificultar la consecución de un propósito”. Por su parte, “obstaculización” es “la acción u efecto de obstaculizar". (cfr.
Real Academia Española, Diccionario de la Lengua Española, Vigésima Segunda Edición Argentina. Reimpresión especial para el
Grupo Editorial Planeta S.A.I.C. 2001. Tomo 7, página 1089). Por ello es que además se estima que no podrían incluirse como
obstaculizadores, eventos surgidos de caso fortuito o fuerza mayor. Ciertamente, acontecimientos naturales o eventos surgidos de
caso fortuito –no inducidos o favorecidos por la negligencia de la parte- o fuerza mayor, pueden indiscutiblemente tener un efecto
obstaculizador, en el sentido de impedir o dificultar el avance del proceso. Pero esa no es la interpretación que cabe dar a la causal
del inciso d) del numeral 33 por todas las razones ya dadas, además de que surge de los principios generales del derecho que no
se pueda sancionar el ejercicio legítimo y de buena fe de los derechos, como también que dejan fuera de consecuencias –de
responsabilidad civil contractual de particulares o del Estado, en todas las ramas del derecho-, al caso fortuito y a la fuerza mayor
en la responsabilidad contractual y extracontractual, (numerales 702, 703, 714, 831 del Código Civil; 190 de la Ley General de la
Administración Pública, entre otros) y estos son los principios fundamentales que inspiran el ordenamiento jurídico y el ejercicio del
poder en un Estado de derecho. “ El Derecho y la realidad crean ‘instituciones’, entendidas como grupos de normas que expresan
una idea central que siempre incluye la existencia de una organización jerarquizada, en la que siempre hay quienes mandan y
quienes obedecen. Esta organización se convierte en el umbral de la realidad histórica social para la conjunción entre Derecho
(norma) y valores (modelo del punto de arribo de aquel a éstos). Tiene valor normativo, no distante por no ser todavía Derecho, por
indicar el deber ser de la norma fundamental o constitucional, sin constituirla ni sustituirla. Es el valor supremo de la realidad ideal
de la que derivan (por deducción o inducción) las demás normas e instituciones, derivación que normalmente se da a través de otra
norma ‘inferior’ en aplicación o desarrollo de la Constitución. Su existencia puede llegar a ser una ‘suposición’ lógica del
ordenamiento escrito, pero puede ser también la intuición directa de aquel valor supremo y, entonces, dictado por la realidad
histórico social en que ha nacido. Por ello, la labor principal del jurista, sobre todo si es publicista, es buscar y formular ese
valor supremo tomando en cuenta su soporte histórico social, así como hacer lo mismo respecto de todas y cada una de las
normas escritas, pues como esa será la norma real, y no solo el texto de la ley existente. En síntesis, todo Estado es y tiene un
orden jurídico y todo orden jurídico está fundado en una ideología, consistente en la ‘constelación’ de valores de los autores de la
Constitución, que dirigen al poder público hacia su realización más plena posible. Esta dirección está dada por la realidad histórico-
social existente cuando se decreta la Constitución escrita y es la regla impuesta tanto al gobernante como al gobernado por esa
constituyente en su momento histórico, y por el Juez a las partes al dictar sentencia[…]”. Ortiz, Eduardo. Tesis de Derecho
Administrativo. San José. Stradman editorial. Biblioteca Jurídica Diké, edición 2002, Tomo I. p.332. ( destacado es suplido). Pero
debe señalarse además que a pesar de todo lo dicho, ello no impide concluir que el mensaje que el legislador envía en la causal
del inciso d) del artículo 33 es claro: no se tolerará el ejercicio abusivo descarado o encubierto en triquiñuelas y subterfugios o en
simple negligencia e irresponsabilidad- que so pretexto del derecho de defensa, pretenda extender los plazos y apresurar el
desenlace de la prescripción. En el precedente 878-05 citado, por ejemplo, bien se analizó cómo los problemas surgidos con la
representación del imputado en el debate –que no se originen en caso fortuito no forzado por la parte o en fuerza mayor- son
causales que interrumpen el plazo, porque es previsible para el imputado y su defensa, tanto la duración como la complejidad del
juicio, su costo económico y la responsabilidad profesional que de todo ello deriva, de manera que no anticipar estos
inconvenientes evidencian un descuido e irresponsabilidad con una clara repercusión en el avance del juicio. De la misma forma
habría que concluir que si bien nada impide como resulta obvio- que un profesional asuma simultáneamente varias causas
judiciales, también lo es que la responsabilidad de una defensa penal que ha llegado hasta el juicio, imponen la prudencia de
seleccionar el espacio necesario para poder ejercer el rol profesional en fase de juicio, sin obstaculizar el desarrollo del debate por
la absoluta imposibilidad –en virtud de los múltiples compromisos- de atender el señalamiento para juicio en un marco razonable de
tiempo, de manera que la constante imposibilidad de señalar el juicio por esta razones claramente revela una negligencia o
descuido que daría lugar a la obstaculización y al efecto tantas veces comentado. Las formas en que tales situaciones puedan
presentarse en la realidad son amplísimas, cubriendo las más insospechadas formas encubiertas de manipulación hasta las más
evidentes formas de irresponsabilidad. Incluso puede resultar que eventos que serían interpretados como un caso fortuito –una
enfermedad o una crisis de salud- que eran previsibles aunque inevitables, hayan sido ocultadas con el fin de precipitar su
acaecimiento en el juicio y generar la suspensión de éste. Por ello, si el quebranto sensible de salud, por ejemplo, del defensor, es
evidente entre las partes y lo ocultan a sabiendas de la complejidad de la causa que asumen en juicio y su duración, si el evento de
enfermedad o crisis se presenta en debate y existe forma de documentar el conocimiento de la defensa en cuanto a esta situación,
ello podría dar margen a la decisión motivada de declarar la obstaculización, pero ya se ha señalado que todo dependerá de la
riqueza de los supuestos y su prueba en cada caso concreto, razón por la cual se exige del Tribunal, una declaración fundada. Esta
exigencia no llevaría mayor sentido si se interpretara que cualquier causa interrumpe, pues bastaría una simple providencia
interruptora del plazo y no se haría necesaria una declaración fundada. Esta, por lo demás es otra razón adicional para reforzar la
interpretación que se ha expuesto de la causal aludida. Conviene agregar a todo lo dicho, que la interpretación que se ha
expuesto, es sostenida en nuestro medio por el jurista Javier Llobet, quien señala “ Forma parte de las normas que tratan de evitar
el abuso de derecho de parte de la defensa del imputado (Véase Art. 259 incisos 2) y 3) C.P.P. Debe tenerse en cuenta que las
partes deben litigar con lealtad, evitando planteamientos dilatorios, meramente formales y cualquier abuso de las facultades que el
código les concede. (Véase Arts. 127- 129 C.P.P.)” Llobet, Javier. Proceso Penal Comentado. (Código Procesal Penal Comentado),
San José. Segunda Edición. Editorial Jurídica Continental, 2003. p.111.
VIII- La interrupción decretada en el caso concreto: i) Sobre la primera declaratoria de interrupción: El Tribunal de Juicio de
Pérez Zeledón, en resolución de las 16:30 horas del 9 de abril de 2003, declaró la obstaculización del proceso “por causa
atribuibles a la defensa” y por ende, declaró la interrupción del plazo de prescripción. En dicha oportunidad el Tribunal aludió a la
existencia de maniobras evidentemente dilatorias de la defensa y puntualizó como tales, las dos solicitudes de cambio de
señalamientos presentadas por varios defensores, precisamente ante los dos primeros señalamientos que se habían dispuesto en
esta causa. Expresamente reseñó: “El artículo 33 del Código Procesal Penal dispone ‘Iniciado el procedimiento los plazos
establecidos en el artículo tras anterior se reducirán a la mitad para computarlos a efectos de suspender o interrumpir la
prescripción. Los plazos de prescripción se interrumpen con lo siguiente: a) La primera imputación formal de los hechos al
encausado, en los delitos de acción pública. b) La presentación de la querella en los delitos de acción privada. c) La resolución
que convoca por primera vez a audiencia preliminar. d) La obstaculización del desarrollo normal del debate por causas atribuibles a
la defensa, según declaración que efectuara el Tribunal en resolución fundada e) El dictado de la sentencia, aunque no se
encuentre firme (*El presente ha sido reformado mediante ley número 8146 del 30 de octubre del 2001. LG# 227 del 21 de
noviembre de 2001. De una lectura pormenorizada del expediente, se colige que las partes en este proceso, han presentado una
serie de gestiones que han obstaculizado el normal desarrollo del proceso, e inclusive han impedido que el debate se realice con
prontitud. Nótese que esta causa fue señalada a debate a celebrarse a partir del VEINTIUINO DE ABRIL PRÓXIMO ENTRANTE.
Las solicitudes de cambio de fecha no se hicieron esperar. La licenciada Valverde Usaga solicitó el cambio de señalamiento porque
fue nombrada en la SALA TERCERA DE LA CORTE SUPREMA DE JUSTICIA hasta el 23 de abril inclusive y adujo que en fecha 24
de los corrientes tiene una audiencia en el Juzgado Penal de Osa y así lo acreditó. (ver folios 2390 y 2391). El licenciado Bernán
Salazar Ureña acreditó que tiene programado juicio oral y público que se celebrará durante los días comprendidos entre el 21 al 30
de abril próximo entrante. (ver folios 2395 y 2396). Por su parte el coimputado AA, indicó que su defensor no se encuentra en el
país y que a su regreso, tiene programadas diversas audiencias por lo que resta de abril, y que tampoco puede comparecer a juicio
en el mes de mayo. Solicitó entonces que el señalamiento se haga a partir del mes de junio próximo entrante (el escrito ingresó por
fax, luego de que la fecha del debate se hubiera cambiado para el CINCO DE MAYO PRÓXIMOS). Aporta como prueba una
constancia donde se indica que el licenciado William Guido Madriz debe comparecer a juicio en fecha 22 de abril próximo y del
cinco al dieciséis de mayo. (folios 2414 a 2418). A raíz de todo lo expuesto el señalamiento a debate se cambió para iniciarse el 5
DE MAYO PRÓXIMO ENTRANTE, sin embargo nuevamente el licenciado AA, coimputado en la causa, argumentó que su defensor
tiene programado un juicio a celebrarse del cinco al dieciséis de mayo próximo en el Tribunal Penal de Desamparados. ( ver folios
v2417 y 2418) La licenciada Valverde Usaga nuevamente solicitó el cambio del señalamiento a juicio oral y público argumentando
que tiene señalamientos los días 5, 8, 9, 19 y 16 de mayo próximos. Es en razón de todo lo anterior, que al tenor de lo establecido
en el ordinal 33 inciso d del Código Procesal Penal citado supra, que se decreta la interrupción de la prescripción; en el entendido
de que los plazos de prescripción reducidos a la mitad vuelven a correr de nuevo a partir de este momento, y ello porque a tenor de
lo preceptuado en el artículo 33 inciso d citado supra el desarrollo normal del debate se ha obstaculizado por causa atribuibles a la
defensa, según declaración que ha efectuado el Tribunal en esta resolución fundada. SOBRE EL NUEVO SEÑALAMIENTO A
JUICIO ORAL PUBLICO Por haberlo solicitado así la defensa de los co-encartados por esta última vez, a fin de celebrar el juicio oral
y público se señalan las NUEVE HORAS DEL VEINTE DE MAYO PRÓXIMO ENTRANTE, y todas las audiencias que sean
necesarias hasta concluir el debate, sin perjuicio del señalamiento que le fuera notificado a la licenciada Valverde Usaga, para la
primera audiencia del próximo veintiséis de mayo próximo entrante [...]” (cfr. folios 2434 y ss Tomo V) Como se desprende de la cita
hecha, el Tribunal alude a que la defensa ha interpuesto “una serie de gestiones” que “han obstaculizado el normal desarrollo del
proceso” y que “inclusive han impedido que el debate se realice con prontitud”. Como gestiones de la defensa que han
obstaculizado el normal avance del proceso –no del debate- no se hace ninguna referencia y únicamente se alude a que hecho el
primer señalamiento “las solicitudes de cambio de fecha no se hicieron esperar” siendo esta la única razón mencionada en la
resolución como motivo para decretar la obstaculización, criterio que esta Sala no comparte, por lo siguiente. Contra esa decisión
de interrumpir, el licenciado Manuel Chavarría Duartes, defensor del imputado MA, formuló una solicitud de aclaración, de manera
que se precisara cuáles eran las maniobras obstaculizadoras y si se referían únicamente a las solicitudes para variar el
señalamiento, pues en su caso no hizo ninguna solicitud. De igual forma la defensa de AA interpuso recurso de revocatoria contra
esa decisión. El Tribunal en resolución 129-B-03 de las 15:40 horas del 14 de mayo de 2003 dispuso declarar sin lugar las
gestiones. En cuanto a la aclaración, el Tribunal “la rechaza por improcedente e impertinente” pues en su criterio no existían
conceptos ambiguos u oscuros en lo resuelto que debieran aclararse. En cuanto al fondo de lo resuelto y refiriéndose a la
revocatoria del defensor de AA, licenciado Guido Madriz, el Tribunal la rechazó argumentando: “ Para fundar la denegatoria debe
indicarse que la transcripción literal del ordinal 33 antes y después de la reforma (acaecida el 30 de octubre de 2001), tiene por
objeto acreditar no sólo la modificación del texto inicial, sino un cambio en el criterio del legislador, con el cual, no es necesario,
acreditar la existencia de maniobras fraudulentas, dilatorias, o causales inexistentes por parte de los imputados o de sus abogados
defensores para decretar la interrupción de la prescripción del inciso d) del artículo 33, por parte del juzgador. Lo anterior porque
las maniobras dilatorias tendientes a alargar injustificadamente los procesos o a lograr una prescripción de la acción penal por la
duración del proceso, son difíciles de comprobar, razón suficiente para que ahora, con la reforma a la norma adjetiva, sea
únicamente necesario comprobar que el normal desarrollo del debate se ha obstaculizado por causas atribuibles a la defensa, en
este caso la causal está evidentemente acreditada, con la solicitud reiterada de cambio del señalamiento a debate, acreditada la
causal sin sea necesario comprobar que se trata de una táctica dilatoria, procede la interrupción de la prescripción y así se declaró
por este Tribunal en la resolución que se impugna. Yerra la defensa cuando aduce que el debate debe señalarse con al menos dos
meses de antelación, porque ese argumento es contrario a la normativa procesal penal (considerando primero). Es cierto que esta
cámara con fecha tres de abril de dos mil tres, fijó el primer señalamiento para debate para el veintiuno de ese mismo mes. También
es cierto que a solicitud de la defensa se cambió el señalamiento para iniciar en fecha cinco de mayo del año dos mil tres, según
resolución de las trece horas treinta minutos del siete de abril de dos mil tres (ver folio 2403) Nuevamente se cambió la fecha a
solicitud de la defensa para iniciar el 20 de mayo dos mil tres, por resolución de las dieciséis horas treinta minutos del nueve de
abril de este año, voto 99-03 ( ver folios 2434 a 2442) y efectivamente se decretó de oficio la interrupción de la prescripción; sin
embargo, la resolución lejos de ser ilegal, (como aduce la defensa) encuentra sustento en el ordinal 33 del código de rito reformado
por ley No. 8146 de 30 de octubre del 2001. En otro orden de ideas, y en cuanto al a circular 53-2002, lo que establece es la
obligación de los litigantes de informar oportunamente ( es decir con antelación ) a cada despacho judicial si tienen señalamientos
pendientes, aspecto que debieron prever los litigantes una vez que quedó precluída la fase intermedia, considerando precisamente
la cercanía del señalamiento a debate en la causa que nos ocupa. Tampoco es cierto que los señalamientos deban hacerse con un
mínimo de dos meses de antelación. Lo anterior toda vez, que si bien en la practica (sic) forense ello se ha estilado, (por la cantidad
de asuntos pendientes) es lo cierto que no es lo que está previsto en la legislación procesal penal vigente, de toda suerte que las
partes no pueden ampararse en la existencia de prácticas que no están previstas en la ley […]”. Para el momento en que el
Tribunal adopta estas decisiones y según se detalla más adelante, restaban 14 días para que el plazo fatal de prescripción operara
en las causas por prevaricato y cohecho propio, a pesar de que e Tribunal habían interpretado que tenía más plazo a su favor, por
las suspensiones operadas en el proceso y que el Tribunal había definido como causales de suspensión del curso del plazo dicho,
desde la resolución 84-03 en la que había hecho los cálculos, partiendo que la causa estuvo suspendida por ocho meses (cfr,
resolución 84-03 de las 16:00 horas del 21 de marzo de 2003, folios 2353 a 2357). Sin embargo, los juzgadores parecen dejar de
lado que el Tribunal tuvo paralizado el proceso durante un año y dieciseis días para resolver el tema de la recusación
declarándola sin lugar y luego se tomó otro tiempo para resolver las apelaciones del auto de apertura a juicio, las que resolvió a las
10:40 horas del 18 de febrero de 2003, en resolución 46-2003 (cfr. folios 2309 a 2314), que bien pudo declarar inadmisibles desde
su interposición, así como para resolver las actividades procesales defectuosas y el incidente de recusación y prescripción, únicos
a los que debió dar trámite desde el inicio. Y tanto la excepción de prescripción como la recusación eran gestiones fundadas y
razonables, al punto que motivaron, la segunda de ellas, que el Tribunal formulara una consulta facultativa de constitucionalidad y
la primera de ellas, llevó a los juzgadores a hacer un análisis de la suspensión del plazo operada en el proceso, de manera tal que
nunca podrían ser interpretadas como abusivas o entorpecedoras, cosa que en todo caso nunca se hizo en la resolución que
decretó interrumpida la prescripción, pues tal y como se desprende de la cita de la resolución 129-B-03 el Tribunal estima que la
interrupción se dio por obstaculizar la defensa la realización del juicio al gestionar la variación en el señalamiento únicamente,
además de interpretar que no es necesaria ninguna vocación obstaculizadora, evidente o manifiesta, para que la causal opere, lo
que en criterio de la mayoría de esta Sala no resulta procedente pues no corresponde a la interpretación que cabe hacer de la
causal en mención.. El Tribunal en la resolución número 84-03 antes citada se pronunció sobre las incidencias y declaró sin lugar la
prescripción de la acción penal interpretando que su plazo estuvo suspendido durante todo el tiempo que el Tribunal se tomó en
resolver. En consecuencia, tenemos que la defensa interpuso gestiones a las que el Tribunal debió dar el trámite legal recusación-
y actividades procesales defectuosas. No obstante, en lo que toca a la apelación del auto de apertura a juicio pudo declararlas
inadmisibles desde el inicio. Sin embargo, de cualquiera de las gestiones aludidas no podía esperarse que el Tribunal se tomara
más de un año para emitir pronunciamiento que es en realidad el tiempo que al final pesó para que el vencimiento del plazo de
prescripción ocurriera. El hecho de que así haya sucedido no podría utilizarse para revertir el efecto en la defensa. Como ya se
indicó, este repaso se hace para tener un panorama claro de lo ocurrido en el proceso una vez dictado el auto de apertura a juicio,
porque en la resolución que interrumpe la prescripción ni siquiera se mencionan estas gestiones y se enfatiza únicamente en las
solicitudes para variar el señalamiento a juicio. En cuanto a esto último y retomando, es claro que los juzgadores conocían que el
plazo fatal estaba por vencer. Aún así, cuando disponen el primer señalamiento, lo hacen con una diferencia de dos semanas entre
la resolución que lo fija y el debate, sin coordinar las agendas con los defensores y a sabiendas de lo complejo de la causa y de la
circunstancia evidente de que el proceso había estado prácticamente paralizado durante más de un año, lo que por sí mismo
anticipaba que los defensores de los acusados continuaban con sus compromisos profesionales y era de prever que pudieran
darse colisiones de agendas, que como se vio efectivamente se dieron y estuvieron todos absolutamente justificados, es decir, no
fueron inventados o maquinados por los defensores. Es cierto que el numeral 324 del Código Procesal Penal dispone que el
señalamiento a juicio debe realizarse dentro de las cuarenta y ocho horas siguientes al recibo del sumario y para celebrarse en un
plazo no menor de cinco días ni mayor a un mes. También lo es el contenido de la circular a la que alude el Tribunal. Sin embargo,
la paralización del proceso por tanto tiempo y la demora en resolver las gestiones, atribuibles al Tribunal, evidentemente permitían
anticipar la necesidad de coordinar la realización del debate –en cuanto a su calendarización- con todos los defensores y si bien es
cierto que no existe una justificación como la que pretendió el licenciado Guido Madriz para que el debate se señalara con dos
meses de anticipación, sí era claro que por la forma en que este proceso se había desarrollado había que realizar un esfuerzo para
lograr un rápido señalamiento, de una manera transparente y coordinada. A todo lo dicho debe añadirse que el mismo día en que
se efectuó el primer señalamiento, se declaró la causa de tramitación compleja –cfr. resolución de las 10:00 horas del 3 de abril de
2003, folio 2383, tomo V-, es decir se dispuso que al tratarse de múltiples imputados y defensores, así como de abundante prueba,
se hacía necesario tal declaratoria para poder asumir con la precaución del caso –esto es, el tiempo suficiente para agendar el
juicio, realizarlo, deliberar y dictar el fallo- . Esto nos lleva a otra consideración: si el Tribunal está declarando compleja la causa, es
evidente que lo sería también en términos de dedicación de los defensores y por ello no sólo lo atropellado del señalamiento sino la
ausencia de coordinación en las agendas, iba de manera previsible, a generar colisiones y dificultades en atender las primeras
fijaciones. Los sucesivos cambios de fecha que realizó el Tribunal luego del primero, tampoco atendieron la información que las
partes de inmediato sometieron a su conocimiento –tal es el caso de la licenciada Valverde Usaga y el licenciado Guido Madriz- y
las nuevas objeciones son tomadas como una conducta obstaculizadora, cuando se trataba únicamente a ese momento, de dos
solicitudes de variación de varios defensores, debidamente justificadas, en relación con la fecha de los debates programados con
escasa variación entre ambas -21 de abril y 5 de mayo- y frente a dos señalamientos precipitados que pretendieron reactivar un
proceso que estuvo más de un año paralizado por la inercia misma del órgano juzgador, que a toda prisa quiso trasladar esos
efectos a la defensa cuando evidenció problemas en atender los señalamientos, todos justificados y sin que a ese momento pudiera
evidenciarse un afán dilatador u obstaculizador. Sin la resolución que interrumpió, cualquiera de las fechas de juicio ya
establecidas, aún cuando no hubiesen variado, habrían sido en todo caso ineficaces para evitar que la prescripción operara. En
criterio de la mayoría de la Sala la resolución del Tribunal no es idónea para interrumpir la prescripción pues las causas que le
atribuye a la defensa como obstaculizadoras de la realización del debate –solicitar de manera fundada las variaciones en los
señalamientos- por las características ya expuestas, no podrían considerarse como un resultado del ejercicio abusivo, anormal,
despreocupado o irresponsable, irracional u obstaculizador del desarrollo del juicio, en los términos ya expuestos. Es claro que la
fijación de fecha para debate no puede quedar librada al talante de los defensores. Vale aquí lo antes señalado en cuanto a su
responsabilidad, la previsibilidad y al conocimiento de la causa que deben sopesarse cuando se asume la defensa y,
especialmente, si ya se conoce que avanzó a la etapa de juicio. Sin embargo, existió un importantísimo lapso de tiempo de más de
un año en que el proceso quedó paralizado por “causas atribuibles” al Tribunal únicamente, que tornan arbitraria y
desproporcionada la consideración de los juzgadores al estimar que luego de tanto tiempo, los defensores obstaculizaron el juicio al
evidenciar problemas en la primera convocatoria a debate, hecha con tanta premura y con tan poco margen de tiempo y sobre
todo, luego de que el propio órgano recién declaró la causa de tramitación compleja. Por ello, esta Sala declara ineficaz la
resolución 99-03 del Tribunal de Juicio de Pérez Zeledón y, en consecuencia, la eliminación de sus efectos interruptores. Aquí debe
analizarse lo que se razonó en cuanto al punto en la sentencia. Al inicio del debate los defensores replantearon los reclamos por la
prescripción de la acción penal y expresamente combatieron esta decisión. El Tribunal al resolver en la sentencia, señaló que al no
haber sido impugnada en su momento la decisión, el punto había “precluido” –lo que como se vio no es cierto porque se interpuso
una revocatoria y aclaración a lo resuelto- no obstante advierten que el propio artículo 33 de la normativa procesal penal señala
que los actos interruptores mantendrán sus efectos aún cuando hayan sido declarados nulos o ineficaces, todo ello para exponer
que en su criterio, el cuestionamiento de los defensores de esa decisión, aún cuando prosperara, no habría eliminado el efecto
interruptor que aquella decisión acordó. Valga señalar aquí que ello se aplica a aquellas causales que se establecen porque
indican, en sí mismas, el avance del proceso, pues ciertamente, como se indicó, la prescripción opera, entre otras razones,
fundamentalmente como sanción a la inercia procesal, de modo tal que ciertas causales están relacionadas con el arribo de la
causa a determinadas etapas procesales que revelan que el proceso ha ido avanzando. Por eso, el dictado de determinadas
resoluciones evidencia en sí mismo ese avance, esa actividad procesal y eso es lo que interesa a los fines de interrumpir y dar, con
ello, un nuevo margen para la prosecución del proceso, con independencia de que luego las resoluciones que así lo evidencian
sean invalidadas o anuladas. Este es el caso de las causales de los incisos c) y e) del numeral aludido (cfr. Llobet, ibid. pp. 111 y
112.). Tanto la convocatoria como el fallo podrían adolecer de problemas que las invaliden, no obstante lo que interesa es que en
el devenir histórico del proceso se llegó a esa fase. No ocurre lo mismo con la declaratoria de obstaculización. Aún cuando se
considera que la resolución del Tribunal en cuanto al punto no tiene efectos constitutivos sino meramente declarativos, en el tanto
no exista la decisión motivada, el efecto interruptor no puede surgir, de donde se concluye que es a partir de la resolución que
surge a la vida con efectos jurídicos, la interrupción del plazo. Ahora bien, si esa decisión es arbitraria, errónea o improcedente, por
infundada, no puede mantener el efecto interruptor aún cuando se invalide, como lo argumentó el Tribunal pues tal decisión es la
que le asigna los efectos a los actos que señaló como obstaculizadores. Si éstos no existieron el efecto no puede mantenerse pues,
de lo contrario se perpetuaría la ilegalidad y el perjuicio para el derecho del acusado a que se le juzgue en un plazo razonable que
la defensa no ha entorpecido y frente al cual, la interrupción de su curso, por las consecuencias que implica, funciona como una
sanción procesal. La sentencia puede invalidarse, pero fue dictada y evidencia que el proceso arribó a la etapa del contradictorio.
No es este arribo en sí mismo ni el avance del proceso lo que se impugna cuando se recurre la sentencia, sino los defectos o
errores que ésta contenga, aún cuando surjan de actuaciones procesales anteriores que le dieron sustento. En el caso de la
resolución que acuerda interrumpir por obstaculización, es a partir de la declaratoria y con motivo de ésta que los actos adquieren
el poder de interrumpir, de manera que si tal decisión es errónea, tales efectos no pueden mantenerse. La resolución declara la
obstaculización. Si tal declaratoria no es válida, tampoco pueden serlo sus efectos procesales. Así las cosas, deben acogerse los
reclamos de los impugnantes y disponer la ineficacia de la resolución aludida, eliminando el efecto interruptor que dispuso el
Tribunal. Existe además otro yerro en la resolución 99-03 de comentario. En ella se alude a que “los defensores” gestionaron los
cambios de los señalamientos, lo que ha impedido que el juicio pudiera señalarse con prontitud. No discriminó a cuáles defensores
se refería y respecto de cuáles se estimaba que surgía la obstaculización. El numeral 32 del Código Procesal, establece en el
segundo párrafo “ La prescripción correrá, se suspenderá o se interrumpirá, en forma individual, para cada uno de los sujetos que
intervinieron en el delito. En el caso del juzgamiento conjunto de varios delitos, las acciones penales respectivas que de ellos
resulten prescribirán separadamente en el término señalado a cada uno”. En este caso, quienes gestionaron el cambio del debate
fueron la defensa de JA, HN y AA y en la segunda oportunidad fueron los defensores de JA y AA. Aún cuando ya se analizó que fue
errónea la consideración del Tribunal para declarar la obstaculización, en esa oportunidad debió puntualizar a cuáles imputados
afectaba la decisión, de manera que quedara claro respecto de cuáles imputados se daba la interrupción de la prescripción, pues
no se trata de una decisión “global” que pueda afectarlos a todos. Este error sí fue enmendado por el órgano de juicio, no obstante
que mantuvo la validez de la decisión interruptora, que como se analizó, no es correcta. ii) Sobre la segunda decisión para
interrumpir la prescripción: Por resolución 164-2003 de las 15:10 horas del 18 de junio de 2003, el Tribunal declaró la existencia
de una obstaculización e interrumpió nuevamente el plazo de prescripción, por los problemas suscitados en la representación legal
de HN pues su defensor de confianza durante todo el proceso, licenciado Bernán Salazar Ureña, renunció a la defensa,
argumentado problemas económicos que dificultaban acceder a la representación considerando la sede tan distante del órgano de
juicio y el tiempo prolongado de éste. Por ello el Tribunal debió solicitar la asistencia de la defensa pública y el profesional
designado, obviamente solicitó plazo para preparar la defensa, lo que evidentemente provocó un retraso en la causa. Por su parte,
la defensa del imputado AA gestionó los cambios en los señalamientos ante quebrantos de salud sufridos por el licenciado Guido
Madriz. En el caso de la defensa de HN la interrupción dispuesta se ajusta a la previsión del inciso d) del artículo 33 de repetida
cita. El licenciado Salazar Ureña no sólo desde que asumió la defensa, sino desde que conoció que la causa iría a juicio, era
sabedor de la complejidad y del asiento mismo en que el proceso se realizaba. De modo tal que el hecho de que, a las puertas del
debate, cuestionara la competencia territorial y argumentara dificultades económicas para continuar la defensa en el asiento de
Pérez Zeledón, eran factores harto previsibles para él y su representado, de manera que su actuación es evidentemente negligente
y descuidada, con un efecto obstaculizador del desarrollo del debate directamente ligado a tales actuaciones y absolutamente
previsible, de modo que la obstaculización en cuanto a él se refiere se ajusta a la interpretación que cabe del inciso d) en estudio,
aunque como se verá, al momento en que esta decisión se adopta y habiendo quedado sin efecto la primera interrupción
decretada, ya la acción penal en lo que a este imputado se refiere, se encontraba prescrita. Sin embargo, resulta de utilidad
pronunciarse para clarificar que en un supuesto como este, puede aprehenderse claramente cómo la defensa con sus actuaciones
descuidadas y negligentes, generó obstáculos fundados en situaciones perfectamente previsibles y evitables de haber litigado en
atención al deber de lealtad y de buena fe, por lo que, al no hacerlo perjudicó el desarrollo del debate, lo que indefectiblemente
conduce a declarar interrumpido el curso del plazo de comentario. En cuanto a la situación del licenciado Guido Madriz, la
información que deriva del sumario da cuenta de que hubo de ser internado de emergencia en un centro de salud por haber sufrido
un infarto, atención que se prolongó y ameritó una intervención quirúrgica. No es posible aprehender del sumario ni de las
decisiones del Tribunal, que estos padecimientos fueran previsibles en su caso y por ello, aunque inevitables, sí al menos
subsanables, por ejemplo, nombrando un codefensor, etc., con el fin de no permitir que se precipitara el acontecimiento en el juicio
y lo entorpeciera, en cuyo caso habría una inobservancia al deber de litigar de buena fe y con lealtad, sino que, de lo que se
desprende del expediente, se trató de un evento de fuerza mayor que afectó la salud del defensor y que no podría ser interpretado
como una causal obstaculizadora en los términos del inciso d) del artículo 33, por lo que en cuanto a este punto, la decisión del
Tribunal no es correcta, no obstante que como se verá ya para este momento la acción penal había prescrito (cfr. acta de folios
2668 y ss. del Tomo V).
XI- De la suspensión del plazo de prescripción acordada en este caso: Encontrándose ya en fase de juicio, el Tribunal tuvo
ocasión de pronunciarse, como se ha anticipado, sobre las excepciones de prescripción de la acción penal, las que desestimó
considerando que durante un importante período de tiempo, el curso del plazo de prescripción estuvo suspendido por la existencia
de un “impedimiento legal” al tenor de lo que preceptúa el inciso a) del artículo 34 del Código Procesal Penal. Relevantes resultan
las resoluciones que se comentan de seguido y cuyos efectos se mantienen y acentúan por el Tribunal de sentencia. La defensa
del acusado HN desde la audiencia preliminar insistió en que la acción penal contra éste había prescrito aún antes de formularse la
acusación, que le atribuía el delito de cohecho impropio. Como se recordará, al declararse la apertura a juicio, la jueza penal
desestimó el reclamo al considerar que los hechos de la acusación en realidad describían un cohecho propio cuya acción penal,
considerando la intimación del acusado, se daba el 27 de octubre de 2002 (cfr. adición al auto de apertura a juicio, de las 7:00
horas del 10 de setiembre de 2002, folios 2069 a 2071, tomo V). Contra esta decisión la defensa del acusado HN formuló
revocatoria, apelación y además, recusó a la jueza Eugenia Allen Flores integrante del Tribunal y quien debía conocer de la
apelación que gestionaba en ese mismo acto tal defensor. A partir de ese momento se dio el devenir procesal ya repasado, con el
informe rendido por la jueza Allen Flores en el que rechaza la recusación, visible a folio 2245 del tomo V del principal, de fecha 22
de enero de 2002. A raíz de esta gestión y sin emitir ningún pronunciamiento relacionado con las gestiones de la defensa, el
Tribunal, por resolución 003-2002 de las 7:00 horas del 4 de febrero de ese mismo año 2002, decidió consultar a l a Sala
Constitucional, según el procedimiento de la consulta facultativa previsto en la Ley de la Jurisdicción Constitucional, solicitando al
órgano constitucional que emitiera pronunciamiento en cuanto a si era causal de recusación, en garantía del principio de juez
natural y del respeto al debido proceso, la no especialización del juez en la materia propia penal, que era, en esencia, el argumento
de la recusación formulado en este caso. Al formular la consulta el Tribunal suspendió el trámite del proceso y remitió el principal a
la Sala Constitucional. Este órgano, por resolución número 6223 del 21 de junio, dispuso que no había lugar a evacuar la consulta,
es decir, no se evacuó la consulta como tal y remitió el sumario al Tribunal, que recibió el expediente el 27 de junio de 2002 (cfr.
folios 2265 y 2266 tomo V). A pesar de ello y sin que conste un solo trámite en el proceso, aún pendientes de resolver tanto las
apelaciones, como la recusación misma y las incidencias de actividad procesal defectuosas y de prescripción, no es sino hasta el 4
de octubre de ese año que se emite la resolución 350-02 de las 7:30 horas, en la cual se declara sin lugar la recusación, es decir
tres meses y trece días después de la resolución de la Sala de no evacuar la consulta y un año y dieciséis días después de
planteadas las gestiones por la defensa. Consta dentro de ese período únicamente una gestión del fiscal Walter Espinoza
Espinoza, de fecha 18 de junio, instando al Tribunal a señalar a juicio lo antes posible (cfr. documento de fax de folio 2251 del
Tomo V). Además, no es sino hasta la resolución 46-2003 de las 10:40 horas del 18 de febrero de 2003 que se resuelven las
apelaciones del auto de apertura, así como el resto de las incidencias, que debieron incluso resolverse mediante aclaración y
adición promovida por la defensa, ello en la resolución 84-03 ya citada en la que se hace un recuento de los plazos en que el
proceso estuvo, en criterio de los juzgadores “suspendido” por una causa legal que impedía su prosecución y que, en
consecuencia, suspendió el curso de la prescripción. En esta resolución, el Tribunal señaló: “[…] Por último opuso el Lic. Bernan
Salazar excepción de prescripción de la acción penal, la que fue rechazada por la jueza penal, aduciendo que por encontrarnos en
presencia de un delito de cohecho propio la causa no ha prescrito. Para resolver la cuestión que interesa debe indicarse que
aunado a lo resuelto por la jueza penal, debe considerarse para los efectos del cómputo de la suspensión de la prescripción, el
tiempo en que la causa se encontró suspendida por la formulación de una consulta a la Sala Constitucional y por la existencia de
una recusación, según lo preceptuado en el ordinal 34 del Código Procesal Penal que literalmente reza: ‘El cómputo de la
prescripción se suspende: a) cuando en virtud de una disposición constitucional o legal, la acción penal no pueda ser promovida ni
proseguida…’ En el caso en estudio, es lo cierto que la causa estuvo suspendida durante el tiempo comprendido entre el cuatro de
febrero al trece de octubre de ese mismo año (8 meses y 9 días). Ahora bien si consideramos la resolución de la jueza de
garantías de las siete horas del diez de setiembre de dos mil uno, donde se consigna que la causa prescribiría en fecha 27 de
octubre de dos mil dos, y si se colige que a partir del cuatro de febrero estuvo suspendido el proceso hasta el trece de octubre
pasado, arribamos a la conclusión de que la causa en cuanto a este imputado, salvo causales interruptoras o suspensoras
acaecería el 22 de junio de 2003 […]” (cfr. resolución 84-03 antes citada). Es decir, en este primer criterio, el Tribunal estimó que el
plazo de prescripción se suspendió desde la formulación de la consulta preceptiva y hasta la resolución que rechazó la recusación.
Luego sucedieron los señalamientos para debate con el devenir procesal que antes se expuso en cuanto a la necesidad de variar
las fechas y las consecuencias derivadas de ello. En debate se reiteraron las incidencias y en cuanto al tema específico de la
suspensión del plazo, el Tribunal en el fallo fue mucho más allá de la resolución 84-03 comentada en la que se consideró una
suspensión a partir de la consulta facultativa y, ya en debate, consideraron los juzgadores que la prescripción se suspendió desde
el momento mismo en que la defensa de HN formuló la recusación a la jueza y hasta el día en que el Tribunal la rechazó. Es decir,
computan el plazo desde la formulación escrita de la recusación, libelo de fecha 17 de setiembre de 2001 y recibido en el Despacho
el 18 y hasta la resolución del 4 de octubre de 2002, lo que implica una suspensión de 1 año y 16 días. Según los juzgadores, la
defensa por su gestión de recusar a la jueza, se debe hacer responsable del entrabamiento sufrido por el Tribunal, pues no se
podía resolver el tema y el proceso no podía avanzar hasta que, en resguardo del principio de juez natural y el debido proceso, se
definiera el punto, configurándose un impedimento legal para continuar adelante hasta que el tema no quedara resuelto. En criterio
de esta Sala tal decisión es errónea. La única causal legal que suspendió el curso de la prescripción fue la consulta facultativa de
constitucionalidad que el Tribunal formuló en la decisión del 4 de febrero y que se mantuvo hasta que la Sala resolvió, el 21 de
junio de ese año 2002. No es posible extender el plazo de la suspensión hasta el recibo del expediente, menos aún hasta los más
de tres meses que se tomó el Tribunal, ya con el expediente en su poder, para resolver el tema. Tampoco es admisible pretender
que desde la recusación, es decir, desde que se interpuso, el proceso estuvo suspendido. Ya se analizó extensamente en los
considerandos precedentes, que la recusación tiene previsto en la ley un trámite en extremo expedito, pues en efecto, atañe a la
constitución misma del Tribunal cosa que no puede dejarse sin resolver y que, por su propia naturaleza, es urgente e imperiosa. De
allí que por más recusación que gestionara la defensa, la decisión la tiene el órgano juzgador en cumplir y dar el trámite legal. A
pesar de que la recusación se interpuso el 18 de setiembre de 2001, no fue sino hasta el 22 de enero del 2002 que la jueza
recusada rindió el informe y fue hasta el 4 de febrero de ese mismo año que se formuló la consulta de constitucionalidad. Es decir,
transcurrieron cuatro meses para la rendición del informe, tiempo absolutamente desproporcionado y por completo fuera del
señalado en la ley para este delicado tema. Se alude a que el juez Jaime Hernández Granillo también se había excusado, por lo que
no podía participar, de manera que la defensa conocía que solo había un juez para conocer del tema y lo recusa, lo que paralizó el
proceso. La excusa del juez Hernández Granillo se conocía en el proceso desde el 27 de enero de 2000, precisamente dentro del
legajo de medidas cautelares de JA. El proceso había seguido su curso con las sustituciones que la ley prescribe. El hecho de que,
por las características de este caso, se presentaran problemas con los jueces, por ser algunos de los imputados funcionarios
judiciales de la zona, no puede implicar una renuncia o un reproche a las gestiones de la defensa para cuestionar la capacidad de
actuar de los juzgadores en el caso. Aún considerando las dificultades, el tema no podía ser postergado y existen los mecanismos
legales para suplir a los jueces a quienes alcanza un impedimento legal, establecidos en la Ley Orgánica del Poder Judicial, de
manera que la inercia del Tribunal al enfrentar este tema no puede ser considerada como “causa legal” que impedía el decurso del
proceso generando una causal para suspender el plazo de prescripción. Retomando, tendríamos que la única causa legal de
suspensión del plazo, de conformidad con el inciso a) del numeral 34 del Código Procesal Penal lo fue la consulta facultativa de
constitucionalidad –numerales 102 y 104 de la Ley de la Jurisdicción Constitucional-, de manera que el cómputo del plazo de
suspensión va del 4 de febrero al 21 de junio, ambos meses de 2002, es decir, 4 meses y 17 días. Ni lo ocurrido antes de la
consulta, como tampoco el tiempo que el Tribunal se tomó para rechazar la recusación, pueden computarse válidamente como
útiles para suspender el curso de la prescripción. Así las cosas, una vez despejado el tema de la suspensión e interrupción de los
plazos aludidos, corresponde hacer el análisis de prescripción de la acción penal para cada imputado y según la calificación legal
que corresponda a los hechos acreditados y a la imputación del Ministerio Público. i) En cuanto a HN: Según se analizó en los
considerandos precedentes, aún cuando los hechos que el Tribunal tuvo por acreditados constituyen el delito de corrupción de
jueces, acción penal que a la fecha no estaría prescrita, lo cierto es que debe considerarse que tal calificación se logró rebasando
de manera ilegítima el marco fáctico de la acusación, en la que se describe el delito de cohecho impropio. Teniendo en cuenta que
HN fue intimado el 28 de octubre de 1999, que el delito de cohecho impropio se sanciona con pena de seis meses a dos años de
prisión, la acción penal por este delito prescribió el 28 de abril de 2001, partiendo del plazo de tres años como mínimo que señala el
inciso a) del artículo 31 procesal y de su reducción a la mitad –año y seis meses- a partir de la intimación, sin que hubiera acaecido
algún acto con capacidad para interrumpir o suspender el curso del plazo fatal. Es decir, la acción penal por este delito prescribió
incluso antes de que se formulara la acusación por parte del Ministerio Público. Aún si se estimara discutible la calificación y se
avalara el criterio de la jueza penal que al dictar el auto de apertura a juicio recalificó los hechos al delito de cohecho propio, la
acción penal también habría prescrito antes de celebrarse el debate. Habría que considerar la penalidad de esta delincuencia, de
dos a seis años de prisión, como también el tiempo en que el plazo de prescripción estuvo suspendido por la consulta de
constitucionalidad, que ya se vio fue de 4 meses y 17 días, de manera que la acción penal por este delito prescribió el 15 de marzo
de 2003, sin que existiera alguna causa que interrumpiera el curso del plazo, ni siquiera alcanzaría a ser afectada por la errónea
interrupción que dispuso el Tribunal en la resolución del 9 de abril. Así las cosas, el reclamo en cuanto a la prescripción de la
acción penal debe acogerse. Se anula el fallo en lo que a este imputado se refiere. Se resuelve el fondo del asunto y se absuelve
de toda pena y responsabilidad a HN por el delito de cohecho impropio, al haberse extinguido la acción penal en su contra. ii) En
cuanto a los imputados AA y ME: Sin perjuicio de las consideraciones que se harán de seguido en cuanto al delito de prevaricato
y el tema de la competencia en la aplicación de la ley penal más favorable, debe analizarse que a ambos imputados se les atribuyó
los delitos de favorecimiento del artículo 64 de la Ley sobre Estupefacientes, así como el delito de prevaricato. En el fallo se
acreditó únicamente el delito de prevaricato y se les absolvió por el otro delito, de manera que esa será la calificación jurídica a
considerar para efectos del análisis de la prescripción de la acción penal. Este delito se sanciona con pena de dos a seis años de
prisión. La intimación de los acusados se realizó el 6 de diciembre de 1999. Tomando en cuenta el plazo de cuatro meses y 17 días
en que el curso de la prescripción se suspendió por la consulta de constitucionalidad, momento para el cual habían transcurrido
dos años, un mes y veintiocho días del plazo de prescripción. El cómputo se reanudó al día siguiente de la resolución de la Sala
Constitucional, sea a partir del 22 de junio de 2002, de manera que la acción penal por estos hechos prescribió el 24 de abril de
2003. Para tales fines debe tenerse presente lo resuelto en los considerandos precedentes en cuanto a que la interrupción que
decretara el Tribunal en resolución del 9 de abril de 2003, no es procedente, de manera que no se dio ningún acto excepción
hecha de la consulta ya indicada- que tuviera la vocación de interrumpir o suspender su curso. A pesar de que la resolución del
Tribunal al interrumpir no es válida, en todo caso esa interrupción no era aplicable a ME, pues las solicitudes para variar la fecha no
provenían de su parte, lo que tampoco se consideró en su oportunidad. Así las cosas, el reclamo del imputado en cuanto a este
extremo debe acogerse. Se anula el fallo en su contra y se resuelve el fondo del asunto. Se absuelve a ME de toda pena y
responsabilidad por el delito de prevaricato que se le ha venido atribuyendo, por haber prescrito la acción penal en su contra. En
cuanto al imputado AA el cómputo de los plazos es el mismo, si se toma en cuenta que fue intimado el mismo día en que lo fue ME.
Aún cuando la interrupción que erróneamente decretó el Tribunal sí le era aplicable, por ser uno de los gestores de la variación de
la fecha para el debate, lo cierto es que ya se analizó que esta decisión es improcedente, de manera que tampoco existió acto
alguno, más allá de la consulta de constitucionalidad tantas veces mencionada, con capacidad para suspender o interrumpir el
curso de la prescripción. Así las cosas, procede acoger el reclamo que formula su defensor, el licenciado Guido Madriz. Se anula el
fallo en lo que a este imputado se refiere y resolviendo el fondo del asunto, se absuelve a AA de toda pena y responsabilidad por el
delito de prevaricato que se le ha venido atribuyendo, en razón de haber prescrito la acción penal en su contra.
X- Sobre el delito de prevaricato, la competencia en el conocimiento de la aplicación retroactiva de una ley penal más
favorable que disminuye la escala de penalidad de una conducta delictiva y la jurisprudencia de la Sala en cuanto al tema:
En la sentencia que se impugna, el Tribunal realiza un importante análisis en cuanto a la naturaleza del delito de prevaricato, la
distinción que existe de éste como delito doloso y la modalidad que se da en otros ordenamientos que sancionan la figura culposa,
así como la restrictiva interpretación que debe darse a este tipo penal, con el objeto de que no sea utilizado para perseguir la
simple diferencia de criterio o para disminuir la independencia del juzgador, que es pilar esencial del Estado de derecho.
Evidentemente en un régimen democrático como el nuestro, donde existe la separación de poderes y su ejercicio responsable, el
juez, está sometido a la Constitución, a los convenios internacionales sobre derechos humanos y a la ley únicamente, sin que se
admitan imposiciones e intromisiones de otros poderes del Estado, como tampoco intromisiones o imposiciones dentro del seno
mismo del Poder Judicial, sea vía jerárquica o disciplinaria, cuando se trate del ejercicio responsable del poder jurisdiccional,
quedando los errores y defectos en el ejercicio del mismo en la gran mayoría de los casos, sujetos al control impugnaticio por las
partes en el seno del proceso concreto y en última instancia a la responsabilidad patrimonial del Estado, todo ello en lo que a la
función judicial toca, salvo, claro está, el caso de la prevaricación judicial. Cuando se analiza la tipicidad de una conducta como
prevaricadora en el caso del juez, debe considerarse, como bien lo señalan los juzgadores en el fallo, que no se trate del ejercicio
interpretativo, razonable y válido por parte de éste en relación con la norma a aplicar, que es precisamente la esencia del poder
jurisdiccional, sino que se trate de una franca inobservancia de lo legalmente previsto, a sabiendas de ello y sin que en todo caso
sea necesario acreditar la existencia de alguna finalidad específica o especial, aunque ella puede existir. Ahora bien, para la
tipicidad de una conducta como prevaricadora, como sucede con cualquier otra norma penal, no caben las interpretaciones
extensivas o analógicas, sean implícitas o explícitas del tipo penal, sino la interpretación estricta. Esto por cuanto si el prevaricato
se concibe como “el dictado de resoluciones contrarias a la ley” –en el supuesto que aquí interesa-, ese concepto de ley debe
entenderse en sentido restrictivo y no en forma ampliativa, como lo hizo el Tribunal. Según se razona en el fallo, los juzgadores
estimaron que la conducta atribuida a AA y a ME era prevaricadora, pues se resolvió un tema en contra de lo que la
jurisprudencia de la Sala Tercera ya había definido y que si bien es cierto esta jurisprudencia no es vinculante, en el tema de la
aplicación retroactiva de la ley penal más favorable que reduce la escala de penalidad, existe “una laguna” en la nueva legislación,
por lo que de conformidad con lo que dispone el artículo 5 de la Ley Orgánica del Poder Judicial, esa laguna la llenará la
jurisprudencia de las Salas de la Corte, que tendrían fuerza de ley y estiman que eso ocurrió en este caso, en el que los imputados
conocían de la posición jurisprudencial, es decir, de la forma en que la Sala había definido el punto de la competencia y aún así
fallaron en contra. Específicamente, el Tribunal razonó: “[…] Descartado el reclamo por vulneración de la garantía de
independencia judicial, no menos difícil es centrarnos en el tema de definir por qué o cuándo considera este tribunal que una
decisión, en ejercicio del poder jurisdiccional, es ilegal, en los términos que prevé el numeral 350 del Código Penal. Un primer
cuestionamiento que ha hecho la defensa es si ¿Podríamos considerar ilegal una resolución porque contraviene la jurisprudencia
de la Sala III? El tribunal considera que no. Sin embargo tal y como lo indicábamos en el aparte anterior, no podemos obviar lo que
dispone el numeral 5, párrafo III de la Ley Orgánica del Poder Judicial: ‘Los principios generales del Derecho y la Jurisprudencia
servirán para interpretar, integrar y delimitar el campo de aplicación del ordenamiento escrito y tendrán el rango de la norma que
interpreten, integren o delimiten. Cuando se trata de suplir la ausencia y no la insuficiencia de las disposiciones que regulan la
materia, dichas fuentes tendrán rango de ley’. Norma que se complementa con lo dicho en el artículo 5 del Código Civil: ‘La
jurisprudencia contribuirá a informar el ordenamiento jurídico con la doctrina que de modo reiterado, establezcan las salas de
casación de la Corte Suprema de Justicia y la Corte Plena al aplicar la ley, la costumbre y los principios generales del Derecho.’ De
hecho la norma es suficientemente clara y contundente. Si una decisión jurisdiccional contraría dolosamente jurisprudencia que se
encuentre dentro de tal supuesto, sí podría incurrir en responsabilidad penal, no tanto por inobservar una decisión de un órgano de
control casacional, sino por desatender lo que dispone la ley que le confiere ese rango. La última frase del numeral 5 citado de la
Ley Orgánica del Poder Judicial nos conduce al tema de las lagunas. El término ‘laguna’ suele utilizarse de forma muy amplia en la
doctrina iusfilosófica. En un sentido muy general se le concibe como ‘la ausencia de solución normativa para una cuestión jurídica’.
( Ver RAZ,J. La autoridad del Derecho. Trad. De R. Tamayo, UNAM, México, 1982. pg.95 y 96; BARAK, A. Judicial Discretion, Yale
University Press, New Haven, 1989. p.83) si eso es así, si la norma procesal que regulaba el recurso de revisión en el proceso
penal, como lo sostiene la defensa, no presentaba una solución clara, como se alega, en el supuesto del principio de retroactividad
penal favorable ¿Acaso no estamos frente a una laguna? Y si frente a esa laguna existía reiterada jurisprudencia de la Sala III
(Votos 880-98, 928-98, 1012-98, 1037-98, 1039-98, y 1090-98) ¿No estaríamos acaso como mínimo en la obligación de fundar por
qué el criterio del tribunal se apartaba de dicha jurisprudencia? Si además se modifica una sentencia firme ¿No estaríamos
trasgrediendo acaso la norma constitucional contenida en el párrafo II del artículo 42 de la Carta Magna? Y si al final de cuentas se
tiene por acreditado que esa información básica para el dictado del voto 190-99 fue hábilmente manipulada por el juez informante,
quien tampoco razonó por qué procedía de esa forma, incluso contra el criterio sostenido con antelación por él mismo y mediando
advertencia de que podía incurrir en el delito de prevaricato en el caso concreto, entonces, vemos que más que un asunto donde
medien criterios diversos frente a la jurisprudencia, de lo que se trata es de una delincuencia, como la que aquí se acreditó […]”
(cfr. sentencia, folios 3732 a 3735). De la transcripción hecha se desprende que si bien es cierto pesaron otros aspectos para que
el Tribunal se inclinara por establecer que AA era autor del delito de prevaricato, sí utiliza también el argumento de que la posición
que al final sostuvo el Tribunal de Pérez Zeledón en la decisión 190-99 era contraria a la jurisprudencia de esta Sala, que en un
punto en que existía una “laguna” adquiría rango de ley. Con independencia de la importante función de la norma del artículo 5 de
la Ley Orgánica del Poder Judicial (en adelante LOPJ) en lo que a la seguridad jurídica toca, en temas no resueltos de la ley –y no
insuficiencia en la ley, como claramente lo señala su texto-, lo cierto es que ya a los fines de analizar la conducta de un juez o
Tribunal como prevaricadora únicamente porque resuelve contra la jurisprudencia que conoce pero que no comparte, ese
concepto de “ley” del numeral 350, se encuentra francamente ampliado cuando se le da la extensión que le dio el Tribunal en este
caso, al sustituir para los efectos del tipo penal el concepto de ley por el de la jurisprudencia que, ante la omisión legislativa
“adquiere fuerza de ley”. Y aún cuando es cierto que es una norma la que le asigna ese carácter, también lo es que se llega a ella
por un doble ejercicio de comprobar primero la ausencia legislativa y segundo, de la jurisprudencia que lo suple, ejercicio que es
claro para efectos de decantar un camino que garantice la seguridad jurídica, pero que no alcanza a llenar por sí mismo el
concepto de “ley” del artículo 350 del Código Penal y menos aún a calificar de prevaricador a la posición jurisdiccional que se
aparta de aquél. El concepto señalado se refiere en primer y único término al concepto de ley en sentido formal, es decir, a la
emanada del Poder Legislativo y no contempla decretos o reglamentos o cualquier normativa derivada, que aún cuando forman
parte del bloque de legalidad, no integran el concepto restringido de “ley” en los términos del tipo penal del prevaricato (cfr. al
respecto resolución 686-03 de las 10:50 horas del 7 de agosto de 2003). Y precisamente por ello, cuando se trata de sancionar la
conducta del juez que dolosamente se aparta del texto de la ley, es sancionar al juez que se aparte de su sentido e interpretación
razonable, así como de la “verificabilidad objetiva” de dicha interpretación, como bien lo señalan los juzgadores en la sentencia.
Cuando se trata, por el contrario, de que el ordenamiento jurídico prevé supuestos en los que la ley no resuelve el tema y permite a
la jurisprudencia integrar las normas mediante, obviamente, los métodos válidos de interpretación (histórico, teleológico,
gramatical, lógico y sistemático)- y le asigna a dicha interpretación la fuerza de aquélla, se tiene un norte en cuanto a la seguridad
jurídica, pero no un nuevo concepto de ley formal en dicha interpretación, que puedan enmarcarse en el numeral 350 aludido y por
más que sea la ley misma la que le dé ese carácter a la interpretación jurisprudencial. Esa norma del numeral 5 de la LOPJ trata de
garantizar la seguridad jurídica mediante la función integradora de la jurisprudencia de las Salas de la Corte, esto por su relación
con el artículo 5 del Código Civil lo que significa que son dos las normas involucradas en la “fuerza de ley” de la jurisprudencia-,
más no de convertirla en verdadera ley formal, es decir de equipararla –a los fines del delito de prevaricato- a ésta. Así, no
bastaría que se constate un vacío normativo, un criterio jurisprudencial que lo integre y una interpretación judicial que se aparta de
ese criterio, para considerar que se está en presencia del delito de prevaricato, como pareciera desprenderse del criterio externado
por el Tribunal, de manera que en este punto la Sala estima que erraron los juzgadores quienes, a pesar de estimar que no puede
cometerse el delito por sostener un criterio distinto al de la Sala, consideran que el mandato del artículo 5 antes citado, le confiere
ese carácter de ley a la jurisprudencia que integra un vacío legal, criterio que esta Sala no comparte, por las razones antes dichas.
Sin embargo, debe puntualizarse que en el fallo y en cuanto al punto, los juzgadores añadieron otros elementos que sí podrían
eventualmente permitir la aplicación de la figura, como son el conocimiento de los precedentes jurisprudenciales, el haberlos
aplicado anteriormente, la ausencia de fundamentación alguna en cuanto al criterio diferente al de la jurisprudencia que se sostenía
en la resolución cuestionada así como la dolosa manipulación de los datos de la causa y de los propios precedentes
jurisprudenciales, para lograr el consenso de los otros miembros del Tribunal en una resolución que se conocía abiertamente ilegal.
Porque, como ha sostenido esta Sala, en el prevaricato no se sanciona la diferencia de criterio o el error al interpretar la ley, sino la
infidelidad dolosa a ésta, de manera que los criterios diferentes, válida y razonablemente fundados, que son admisibles dentro del
universo de interpretaciones razonables posibles de un texto legal, están fuera del ámbito del delito de prevaricato. Así se ha
señalado que “la doctrina y la jurisprudencia son acordes en cuanto a que todo aquello que caiga dentro de los límites de la
“interpretación de la ley”, está fuera de la figura del prevaricato, excluyéndose así la posibilidad de prevaricación sobre la base de
algún precepto insospechado de derecho [...], es decir, que: «cuando la ley no es clara, cuando ella permite interpretaciones –salvo
el caso evidente de malicia-, el juez no prevaricaría al aplicarla» (Sala Segunda Penal de la Corte Suprema de Justicia, resolución
de las 10:30 horas del 10 de diciembre de 1948) [...] El delito de prevaricato exigiría que en la presente resolución existiera una
absoluta oposición y contrariedad entre lo que se resuelve y lo que la ley declara, o bien que la resolución se fundamentara sobre
hechos falsos, como serían aquellos que no existen o no aparecen constando en autos, lo cual no sucede aquí [...]” resolución 183-
F-95 de las 11:20 horas del 24 de marzo de 1995, posición reiterada en el precedente 115-05 de las 14:30 horas del 23 de febrero
de 2005. Aclarado el punto anterior, debe señalarse que en cuanto al tema específico de la competencia en la aplicación
retroactiva de la ley penal que modifica o reduce la escala de penalidad, lo que existen son dos posiciones, dos criterios de
interpretación, igualmente válidos y razonables, el primero sostenido por la Sala Titular y la mayoría de los Magistrados Suplentes
de la Sala y por la mayoría de integrantes del Tribunal de Casación Penal y otra sostenida por algunos Magistrados Suplentes de
esta Sala y jueces del Tribunal de Casación, que difieren en cuanto a la competencia para el conocimiento de esos supuestos. La
primera –y mayoritaria posición- que considera que la materia es propia del procedimiento de revisión y de sus órganos
competentes y la segunda, que asigna la competencia al Juez de Ejecución de la Pena, partiendo ambos de la interpretación de las
normas procesales. Lo que está claro es que ninguna de las dos interpretaciones concibe que la competencia en esa materia sea
del Tribunal de Juicio como ocurrió en el caso que se analiza- órgano que interviene en fase de ejecución únicamente como
Tribunal de alzada. En efecto, la Sala Titular en pleno y gran parte de los Magistrados Suplentes estiman y han razonado de
manera fundada, por qué consideran que es el procedimiento de revisión el que procede en los supuestos en que se trata de
aplicar retroactivamente una ley penal más favorable que reduce la escala de penalidad. En los supuestos en que esta nueva ley
despenalice la conducta o que ese tipo penal haya sido declarado inconstitucional –dos hipótesis que afectan la norma sustantiva
aplicada al caso concreto- está expresamente prevista la revisión como el procedimiento para estudiar la sentencia en el caso
concreto. Sin embargo, el tema cobró relevancia precisamente al entrar en vigencia el Código Procesal Penal –en el año 1998- año
precisamente en el que se promulgó la Ley sobre Sustancias Psicotrópicas, número 7786 del 23 de abril de 1998, publicada en el
Alcance a la Gaceta Nº 93, del viernes 15 de mayo de 1998, que modificó sensiblemente la escala de penalidad de los delitos en
ella contemplados y por ende, provocó la presentación masiva de gestiones solicitando, al amparo del procedimiento de revisión tal
cual se contemplaba en el inciso 5) del numeral 490 del Código de Procedimientos Penales de 1973, con la salvedad de que la
nueva legislación no regula directamente como materia de revisión, la aplicación retroactiva de una ley penal más benigna, como sí
lo hacía la norma antes citada. Por ello, a pesar de reconocerse que el tema no tiene una solución clara en la ley, la Sala desde las
resoluciones 871-98 de las 9:00 horas y 880-98 de las 9:45 horas, ambas del 18 de setiembre de 1998, analiza el estado de la
legislación y luego de razonar la inconveniencia de dos vías distintas en lo que a la aplicación retroactiva de una ley más favorable
toca, se inclina por la conveniencia de una única vía, cual es el procedimiento de revisión y desde entonces esta tendencia se ha
afianzado, siendo en este momento la posición mayoritaria. Sin embargo, existe una respetable posición minoritaria dentro de la
Sala, especialmente de los magistrados suplentes y también jueces del Tribunal de Casación Jorge Luis Arce Víquez, Rosario
Fernández Vindas y del también juez de casación Javier Llobet Rodríguez e incluso sostenida desde antes por el jurista Francisco
Castillo González (cfr. Llobet Rodríguez, Proceso Penal Comentado, op.cit. p.390 y Castillo González, Francisco. El recurso de
revisión en materia penal, San José, Colegio de Abogados de Costa Rica, 1980. p.177) posición que de manera fundada estima lo
contrario, esto es, que la reducción de la escala de penalidad por una ley posterior es un tema que debe conocer el juez de
ejecución de la pena. Consideran los Magistrados Suplentes Arce Víquez y Fernández Vindas, analizando la nueva normativa
procesal, que no se trata de una omisión u olvido del legislador, sino de un franco traslado de competencias al apostar el nuevo
ordenamiento procesal penal por un mayor protagonismo del juez de ejecución de la pena. Como se ve, ambas posiciones e
interpretaciones coexisten en la actualidad, sin que sea admisible sostener que la posición minoritaria de los magistrados de esta
misma Sala y de los jueces del Tribunal de Casación, tipifique como prevaricato porque se aparta de lo que la jurisprudencia de la
Sala ha establecido. Ciertamente una de las funciones de la casación es la unificadora de la interpretación de la ley, más, al no ser
vinculante, el juez que fundadamente se aparte del criterio e interprete la norma de manera sustentada y razonable, no puede ser
autor del delito de prevaricato por la simple discrepancia de criterio, porque ello sería sepultar sin más la independencia del juez
como pilar esencial del sistema democrático. Esto no debe confundirse con la fuerza vinculante y decisiva en el caso concreto, del
fallo de casación y con la función orientadora que tiene la jurisprudencia de la Sala en general sobre la labor de los tribunales
penales del país. Es decir, si una sentencia es impugnada en casación, como la última instancia, lo que allí se resuelva deja
zanjado el tema, porque otro principio no menos importante como es el de seguridad jurídica está allí comprometido y a la litis debe
ponérsele un punto final. Y en cuanto a lo segundo, la función orientadora también garantiza la seguridad jurídica, pues se tendrá,
en los precedentes de la Sala un criterio para dirimir problemas de interpretación que es, por sí mismo, orientador porque carece
de fuerza vinculante, pero que en algunos temas, especialmente relacionados con la interpretación de las normas procesales,
resulta ser determinante por las consecuencias procesales que en sí mismo implica. Esto sucede precisamente con la interpretación
de la Sala Titular y la mayoría de los Magistrados Suplentes en punto al tema de la competencia para conocer de la aplicación
retroactiva de la ley penal que reduce o modifica la escala de penalidad de un hecho delictivo. Para unificar el procedimiento que se
relaciona con la modificación de la ley penal aplicada en la sentencia, sea por despenalización, por declaratoria de
inconstitucionalidad o por reducción o modificación de la penalidad, la Sala estima que es la revisión el camino procesal adecuado y
que las competencias del Juez de Ejecución de la Pena en cuanto a las modificaciones de la sanción se refieren a las propias de la
ejecución y del régimen penitenciario, más no a la pena impuesta en la sentencia, sobre la que no posee competencia alguna pues
pesa en este criterio, la consideración de que un fallo con autoridad de cosa juzgada material únicamente puede ser modificado
mediante el procedimiento de revisión, según lo consagra el numeral 42 de la Constitución Política. Así lo reiteró por mayoría
precisamente en la revisión gestionada por AP y FL contra la decisión del Tribunal de Pérez Zeledón Penal de dejar sin efecto el
rebajo de pena operado en la resolución que se atribuye de prevaricadora en el caso que aquí se analiza. En esta oportunidad, en
la resolución 489-05 de las 12:10 horas del 25 de mayo de 2005, la mayoría de la Sala estableció: “[….] iv.- De la competencia
para conocer la aplicación de una ley más favorable: En el recurso planteado se cuestiona la competencia para conocer
acerca de la aplicación de una ley más favorable cuando el fallo está firme. Reiterada ha sido la jurisprudencia de la Sala titular,
según la cual para dar aplicación a una ley promulgada con posterioridad a la condena y que resulta más favorable para el reo,
debe ser mediante el procedimiento de revisión. Ha resuelto la Sala lo siguiente: “ Sobre ese extremo debe señalarse que los
artículos 12 y 13 del Código Penal autorizan la aplicación retroactiva de una ley penal dictada con posterioridad a una condena,
siempre que ello le resulte más favorable al reo y además que todavía no haya cumplido la pena, como parece ser el caso de autos,
sin embargo la ley no determina con claridad cual debe ser el procedimiento a seguir para aplicar la legislación más benigna. Dos
son los caminos que podrían invocarse: por un lado el que ha seguido el gestionante ante esta Sala al formular la revisión; pero
también podría argumentarse que corresponde al Juez de Ejecución de la Pena y al Tribunal de Sentencia modificar el fallo que se
hubiere dictado, con el fin de adecuar el caso aplicando retroactivamente la legislación más favorable. El Código de Procedimientos
Penales de 1973 era más directo al señalar una causal específica para resolver el problema (artículo 409 inciso 5°) -sic-, pero en el
Código Procesal Penal vigente podríamos afirmar también que no se excluyó esa posibilidad al estimarse que la revisión puede
invocarse, entre otros supuestos, para aplicar retroactivamente una ley más favorable, según se puede concluir de lo dispuesto en
los incisos e) y f) del artículo 408. En efecto, el inciso e) citado refiere que la revisión procede cuando sobrevengan nuevos hechos,
como sería la aprobación de una nueva legislación, que permita encuadrar la conducta atribuida en una norma más favorable,
supuesto en el que nos encontramos en el caso de autos; mientras que en el inciso f) citado se autoriza este procedimiento para
cuando la nueva legislación haya señalado que el hecho no es punible, o bien cuando la norma que sirvió de base para la
condenatoria ha sido declarada inconstitucional. Obsérvese que en ambos supuestos se autoriza recurrir a la revisión para aplicar
en forma retroactiva una ley más favorable, estableciéndose un mismo procedimiento y ante una misma autoridad jurisdiccional. Si
concluyéramos que la Sala no es competente para conocer sobre la aplicación de la ley más favorable, porque no se establece ese
caso como un supuesto de revisión, obligaríamos a las partes a recurrir ante el Juez de Ejecución de la Pena y al Tribunal de
Sentencia para ese supuesto, pero tendríamos que admitir que si debe recurrirse a la Sala cuando la norma más favorable haya
declarado que no es punible el hecho que antes se consideraba como tal, dividiéndose así la competencia, las instancias y el
procedimiento para tratar asuntos similares, con todo lo que ello implica. Por lo expuesto, y con sustento en los incisos e) y f) del
artículo 408 del nuevo Código Procesal Penal, el procedimiento de revisión resulta aplicable para examinar las consecuencias de
una legislación promulgada con posterioridad a la condena que el reo invoca como más favorable”. (Sala Tercera de la Corte
Suprema de Justicia, sentencia 880-98 de las 9:45 horas del 18 de septiembre de 1998. El subrayado no es del original. En ese
mismo sentido, ver sentencias de este mismo Tribunal, números 0045-00 de las 9:25 horas del 14 de enero del 2000; 0490-00 de
las 10:10 horas del 12 de mayo del 2000; 0854-01 de las 8:30 horas del 7 de setiembre del 2001 y 0157-02 de las 10:20 horas del
22 de febrero del 2002, entre otras). De lo expuesto anteriormente se deduce que cuando se está ante el supuesto de modificar lo
resuelto en un fallo que ya alcanzó el estado de cosa juzgada, la potestad para efectuar ese tipo de modificaciones está reservada,
según corresponda, para alguno de los dos únicos órganos competentes para conocer los procedimientos revisorios en materia
penal, sean el Tribunal de Casación Penal o esta Sala Tercera. Ante esta Sala Tercera de la Corte Suprema de Justicia, integrada
por Magistrados Suplentes, se ha replanteado nuevamente el tema y por mayoría se estima que, cuando corresponda aplicar una
ley más favorable, lo procedente es hacerlo a través del procedimiento de revisión, como lo ha señalado la Sala titular. Para tal fin
agregamos las siguientes razones: a) Sobre la naturaleza jurídica de la revisión: la revisión ha sido concebida tradicionalmente
como un mecanismo procesal para combatir sentencias firmes con carácter de cosa juzgada material, con el fin de corregir errores
judiciales en los hechos o el derecho aplicado que les restan toda legitimidad y que vulneran el derecho de la Constitución y el
Derecho Internacional de los Derechos Humanos reconocidos por Costa Rica. Las causales de revisión que establece el artículo
408 del Código Procesal Penal, hacen que la invocación de cualquiera de ellas, permita discutir los hechos y el derecho aplicado en
el caso concreto, lo cual nos lleva a afirmar que el procedimiento de revisión tiene como esencia reabrir las causas penales con
carácter de cosa juzgada. Además, nuestra legislación ha agregado a la revisión, causales que no necesariamente implican la
existencia de un error en el establecimiento de los hechos o la aplicación del derecho en una sentencia firme, sino que ha incluido
aspectos como el que se conoce, de aplicación de leyes posteriores a la sentencia cuando benefician al imputado. Esto es
concordante con lo dispuesto en el artículo 148 del Código Procesal Penal, que en su párrafo final indica que “Contra la sentencia
firme sólo procede la revisión, de conformidad con lo dispuesto en este Código” y precisamente, ese procedimiento está regulado
en el título VII del Código Procesal Penal, artículos 408 a 420, siendo atribuida su competencia al Tribunal de Casación Penal y a la
Sala Tercera de la Corte Suprema de Justicia, según disposición expresa de los artículos 56.1 y 93.1 de la Ley Orgánica del Poder
Judicial y del artículo 410 del Código Procesal Penal. Finalmente, es claro que la Constitución Política de Costa Rica, sólo permite
conocer nuevamente una causa con cosa juzgada material por la vía de revisión, pues el artículo 42 párrafo segundo, señala que:
“Se prohibe reabrir causas penales fenecidas y juicios fallados con autoridad de cosa juzgada, salvo cuando proceda el recurso de
revisión.”, de manera tal que, si la única forma de poder discutir los hechos y el derecho en una causa penal es a través de la
revisión como indica el constituyente, el artículo 148 C.P.P. se encuentra en completa armonía con la disposición constitucional,
pues reitera que contra la sentencia firme sólo procede la revisión, la cual es competencia exclusiva de los tribunales de casación,
según el numeral 410 ibidem, en consecuencia, la única forma de reabrir una causa penal, para discutir los hechos o el derecho
aplicado, supuesto que comprende aplicar una nueva sanción de acuerdo a la nueva legislación, es por el procedimiento de
revisión. b) Sobre las competencias del Juez de Ejecución de la Pena. No es posible dejar de lado algunas consideraciones
acerca de las funciones que la ley le establece al Juez de ejecución de la Pena en nuestro Código Procesal Penal, así el artículo
453 en el párrafo segundo señala que: “El tribunal de sentencia será competente para realizar la primera fijación de la pena o las
medidas de seguridad, así como de las condiciones de su cumplimiento. Lo relativo a las sucesivas fijaciones, extinción, sustitución
o modificación de aquellas, será competencia del tribunal de ejecución de la pena.” (el subrayado es suplido). Luego, el artículo
458 es más específico y dispone: “Atribuciones de los jueces de ejecución de la pena. Los jueces de ejecución de la pena
controlarán el cumplimiento del régimen penitenciario y el respeto de las finalidades constitucionales y legales de la pena y de las
medidas de seguridad. Podrán hacer comparecer ante sí a los condenados o a los funcionarios del sistema penitenciario, con fines
de vigilancia y control. Les corresponderá especialmente: a) Mantener, sustituir, modificar o hacer cesar la pena y las medidas de
seguridad, así como las condiciones de su cumplimiento…” ( Subrayado suplido). Interpreta el voto de mayoría, que el legislador
fue claro, que al juez de ejecución de la pena le corresponde ejecutar las penas y medidas de seguridad, a efecto de que las
mismas cumplan con los fines legales y constitucionales asignados, para lo cual pueden “mantener, sustituir, modificar o hacer
cesar la pena y las medidas de seguridad”, siempre y cuando, ello obedezca o sea producto de la naturaleza misma de la
ejecución de la pena. Hay que hacer una distinción aquí, una cosa es modificar o hacer nuevas fijaciones de la pena, de
conformidad con el plan de cumplimiento que corresponda a cada sentenciado, partiendo de la primigenia sanción establecida y
otra muy distinta, el poder reabrir una causa penal y hacer un examen de la ley aplicada a ese caso y establecer una nueva fijación
de la pena, que pasaría a ser parte de la cosa juzgada material, facultad que como dijimos, sólo es posible por la vía de revisión
como indica la Constitución y es materia reservada a los tribunales de casación. Nótese que cuando el Juez de Ejecución modifica
o hace nuevas fijaciones de pena dentro y de acuerdo al cumplimiento del proceso de ejecución, esas nuevas fijaciones no pasan a
formar parte de la sentencia dictada, pues la misma se mantiene incólume, lo que demuestra claramente, que la competencia de
dicho funcionario es solamente ejecutar la pena inicial establecida en sentencia. En consecuencia, la cosa juzgada es inamovible y
sólo puede modificarse por la vía de la revisión. c) Sobre las causales de revisión. El legislador trató de hacer un listado taxativo
de las causales que dan lugar a revisión en el numeral 408 C.P.P., no obstante, es evidente que se trata de númerus apertus, dado
que el inciso g) al autorizar por violaciones al debido proceso contempla una cantidad infinita de supuestos o causales que darían
lugar a revisión. En el inciso e) del artículo 408 se contempla como una de las causales de revisión, cuando surgen nuevos
hechos que permitan establecer que el hecho objeto de condena encuadra en una norma más favorable, de manera que, la
promulgación de una nueva ley por el Congreso de la República, es sin duda un hecho nuevo y que por disposición expresa de los
artículos 12 y 13 del Código Penal, es imperativa su aplicación, correspondiendo al tribunal competente modificar la sentencia de
acuerdo con las disposiciones de la nueva ley; modificación que sólo es viable por el procedimiento de revisión, según el numeral
148 del Código Procesal Penal y 42 Constitucional. También, como la aplicación de una norma más favorable es parte del debido
proceso a que tiene derecho el encartado como lo ha declarado la Sala Constitucional (Sentencia 821-98 de 16:51 hrs. De 10 de
febrero de 1998), si no existiera la regulación expresa del artículo 408 inciso e) y f) del CPP, podría acudirse en sustento de la
revisión, solicitando la aplicación de la nueva norma al caso resuelto, para adecuar la sentencia a las reglas del debido proceso.
Por las razones mencionadas, estimamos que la aplicación de una norma más favorable a un asunto fallado con carácter de cosa
juzgada, sólo es viable por el procedimiento de revisión, cuya competencia se asigna a los tribunales que conocen de la casación,
según sea el caso […]”. Aquí se recoge en esencia la posición mayoritaria de la Sala, con su integración titular y de magistrados
suplentes, en relación con el tema señalado. Sin embargo, también en esta resolución de cita se recoge la posición minoritaria que
estima que la reducción o modificación de la pena por una ley posterior compete conocerlo al juez de ejecución de la pena y que se
ha sostenido en muchas otras resoluciones por los mismos jueces. Así, se señaló: “ B. ASPECTOS A EXAMINAR. Debemos
examinar dos aspectos: 1) Lo relativo al tribunal competente para conocer de las modificaciones a la pena, cuando una ley posterior
a la condena disminuye la sanción, sea que resulta más benigna para el sentenciado. 2) Sobre la procedencia, o improcedencia, de
revocar o anular una resolución firme en perjuicio del condenado. Empezaremos por el primero, aunque no es el aspecto esencial
para la resolución de lo planteado. La Sala Tercera , en el Voto 871-98, que sirvió de sustento a algunas de las resoluciones
dictadas en este proceso, se inclina por considerar que debe corresponder a la Sala, a través del procedimiento de revisión,
conocer de la posible modificación de la pena cuando se está cumpliendo la misma y surge una variación de la ley penal, que
disminuye la sanción de la conducta. Según ese voto, aunque parece admitir la existencia de dos vías para ello, una, a través de la
revisión y, otra, la de ejecución de la pena, en criterio de la Sala la primera opción tiene la virtud de unificar el conocimiento en esa
cámara tanto de los casos en los que se despenaliza la conducta (causal de revisión contemplada en el inc. f. art. 408 C.P.P.) como
de los casos en los que sobreviene una ley más benigna. Además, se sostiene que la situación se ubicaría en la causal de revisión
del inciso e) del art. 408 del C.P.P., considerando a la nueva ley que modifica la sanción como “nuevo hecho”, lo que en nuestro
criterio no se ajusta al concepto que comprende ese inciso, referido a aspectos fácticos en oposición a normativa o ley, al que se
refiere el inciso siguiente del mismo artículo pero limitando la causal a la despenalización de la conducta por una ley posterior. En
nuestro criterio, lo que en realidad ocurre es que el Código Procesal Penal de 1998, contempla al Juez de Ejecución de la Pena con
una mayor competencia, y le asigna el conocimiento de la modificación de la sanción, excluyendo del procedimiento de revisión
situaciones que, como la que nos ocupa, sí eran propias de la revisión en el código anterior. Así, conforme al artículo 490 inciso 5)
del «Código de Procedimientos Penales» de 1973, uno de los casos en que procedía el recurso de revisión contra las sentencias
firmes, era: "Si correspondiere aplicar retroactivamente una ley penal más benigna". Con la promulgación y entrada en vigencia del
«Código Procesal Penal» de 1996, la Revisión dejó de ser un capítulo del Libro de los Recursos, pues en el nuevo texto legal se le
ubicó en el Libro de los Procedimientos Especiales, concretamente como el "Procedimiento para la revisión de la sentencia". En el
artículo 408 del nuevo Código Procesal Penal se indican cuáles son los casos en que procede la revisión, y entre ellos ya no se
contempla la situación de tener que aplicar retroactivamente una ley penal más benigna como causal para la Revisión. La no
inclusión de esa hipótesis como motivo de Revisión no se trata de una omisión involuntaria del legislador, ni tampoco de una
"laguna" en la legislación que pudiera cubrirse por vía de interpretación analógica o extensiva, porque lo cierto es que el legislador
asignó expresamente la competencia para resolver al Juzgado de Ejecución de la Pena lo relativo "a las sucesivas fijaciones,
extinción, sustitución o modificación" de las penas o medidas de seguridad que fije el tribunal de sentencia (véanse los artículos 453
del Código Procesal Penal y 112 inciso 3 de la Ley Orgánica del Poder Judicial) por vía de incidentes de ejecución (artículo 454 del
C.P.P.) En el mismo sentido se ha manifestado el Dr. Llobet (Ver: LLOBET RODRIGUEZ, Javier. Proceso Penal Comentado. Código
Procesal Penal Comentado. 2ª Edición. Editorial Jurídica Continental, San José, Costa Rica, 2003, páginas 417, 389 y 390). Es
necesario precisar que si bien es el artículo 42 de la Constitución Política el que autoriza revisar sentencias con autoridad de cosa
juzgada, no es la Constitución la que define cuáles son específicamente los casos para su procedencia, ni tampoco le reserva la
competencia de su conocimiento a un tribunal determinado, sino que en realidad es la legislación ordinaria la que define tanto los
casos en que procede la revisión, como la que define las competencias de los tribunales, de lo que resulta que ciertos
procedimientos de revisión le competen a la Sala Tercera de la Corte Suprema de Justicia y otros al Tribunal de Casación Penal,
sin que con en ello se infrinja el precepto constitucional, del mismo modo que no lo lesiona que el legislador dispusiera ampliar la
competencia del Tribunal de Ejecución de la Pena. Nótese además que el tema de la aplicación retroactiva de la ley penal, en
principio, ni siquiera constituye un caso de error judicial, sino una contingencia en el proceso de transformación de la legislación,
que incide en la aplicación temporal de la ley, por lo que no es de extrañar que se le excluyera del catálogo de casos que autorizan
el procedimiento para la revisión de las sentencias, pues estos normalmente suponen la necesidad de enmendar un error judicial
que agravia al condenado […]”. Como se desprende de lo transcrito, existe un criterio distinto, minoritario, razonablemente fundado,
que se aparta de la posición de mayoría de l a Sala Penal y del Tribunal de Casación en cuanto al tema. Esto es una clara
manifestación del principio de independencia judicial en su máxima expresión y del ejercicio razonable y fundado –y por ende
responsable y legítimo-, del poder jurisdiccional y dejando de lado la inconveniencia práctica de que en un tema como la
competencia de un órgano existan criterios disímiles, esa diferencia de criterio no puede tener consecuencia penal alguna, menos
en el campo del delito de prevaricato, aunque sí se pueda resolver el tema por la vía de la enmienda legislativa e incluso dirimiendo
los conflictos de competencia que se presenten, según lo preceptuado en la norma del artículo 5 de la LOPJ antes mencionado. Lo
que sí debe quedar claro es que no puede considerarse que en este caso se configuró el delito de prevaricato porque se resolvió
en contra de la jurisprudencia de la Sala Penal en cuanto al tema, por todas las consideraciones ya hechas. Sin embargo, también
debe quedar claro que tanto la posición mayoritaria como la de minoría, parten de la consideración de dos únicos órganos que en
principio serían los competentes: los propios del procedimiento de revisión y el juez de ejecución de la pena y nunca el Tribunal de
sentencia, que entraría únicamente como órgano de alzada. Por ello, dejando de lado la posibilidad de considerar que la
competencia sea del juez de ejecución de la pena y por ello, de diferir de la posición de mayoría de la Sala Penal, en el caso
concreto lo que se tiene por acreditado, más allá de la interpretación contraria a la jurisprudencia, es que el Tribunal de Juicio,
liderado por el Juez informante AA, se arrogó la competencia en un incidente para aplicar retroactivamente una ley penal más
favorable que disminuía la sanción, a pesar de haber sostenido en el mismo proceso que el competente era el juez de ejecución, es
decir, sabiéndose incompetente; además, estos datos según lo establece el fallo, no fueron expuestos claramente a los otros dos
co jueces integrantes del Tribunal, con la finalidad de lograr un pronunciamiento que disminuyera la pena en el caso concreto, a
sabiendas de su ilegalidad. En consecuencia, la conducta prevaricadora que se estableció en lo que a AA se refiere, va mucho
más allá de la simple discrepancia de criterio con la jurisprudencia y se integra por una serie de actos que revelan –según
estableció el fallo- una conducta dolosa de contrariar abiertamente la ley. No obstante, hecha la aclaración anterior, en cuanto a
que no se trata del delito de prevaricato por haber resuelto en contra de la posición de la Sala, el tema de su responsabilidad penal
no puede ser conocido dado que la acción penal por ese hecho está prescrita. Por último y solamente en lo que toca al imputado
ME, deben hacerse algunas precisiones para clarificar el tema. Según el fallo, se establece que él colaboró, al cumplir su rol como
representante del Ministerio Público y avalar la competencia del Tribunal para la aplicación de la ley penal más favorable, con el
dictado de la resolución ilegal. Sin embargo, debe precisarse que la acusación nunca le atribuyó un rol de complicidad y por el
contrario describe una conducta omisa de su parte, al detallar la acusación que nunca cuestionó ni ejerció los recursos legales
contra esa decisión y que en la audiencia oral se limitó a avalar la competencia del Tribunal, con la finalidad de lograr la impunidad
de los imputados. Este último extremo, porque se le atribuía el delito de favorecimiento del artículo 64 de l a Ley de Sustancias
Psicotrópicas. Como esta imputación nunca se demostró, el propio Ministerio Público en la audiencia solicitó su absolutoria, no sólo
porque se comprobó que no tuvo conocimiento de la resolución del Tribunal pues el mismo día de la audiencia salió de vacaciones,
sino porque no se estableció nexo alguno entre el acusado y los jueces a los fines de resolver de determinada forma. Sí concluyó
el Ministerio Público que su conducta fue de omisión. (cfr. acta de debate, folios 3401 y 3402, tomo VII). En criterio de la Sala, con la
acusación que el Ministerio Público formuló y habida cuenta que no se acreditó la finalidad de lograr la impunidad, pues incluso al
contestar la audiencia por escrito de las gestiones de la defensa tendientes a la “inejecutabilidad de la sentencia penal por la
promulgación de una ley posterior más favorable”, ME si bien manifestó que el Tribunal era competente para resolver sobre el tema
de la aplicación de la ley posterior, echando mano de las “dos vías” que en efecto se señalan en la resolución 880-98 de esta Sala,
nunca señaló una escala de penalidad sino que dejó al Tribunal su fijación dentro del margen legal de cinco a quince años de
prisión, y además puntualizó su oposición a que se concediera la libertad de los sentenciados, por carecer de arraigo en el país y
ser presumible su no sujeción al proceso (cfr. escrito de folios 764 a 766 del testimonio de piezas del incidente de modificación de
penas y que configura el tomo II). De manera tal que no se pudo nunca establecer el dolo de lograr la impunidad o evasión de los
sentenciados, de allí su absolutoria como la del resto en cuanto a este delito se refiere. Sin embargo el Tribunal lo condenó como
cómplice del delito de prevaricato y aún cuando la acción penal por ese hecho está prescrita como se indicó y ni siquiera se habría
interrumpido su curso en cuanto a él, lo cierto es que la acusación formulada no permitía tal condenatoria, pues nunca describió la
existencia de un acuerdo o una voluntad común entre éste y AA, de manera que con su conducta como fiscal, coadyuvara a la
emisión de un fallo contrario a derecho y/o fundado en hechos falsos y tampoco se probó ese acuerdo. La complicidad es, como
forma de participación, accesoria a la autoría (cfr. Castillo González, Francisco. La participación criminal en el Derecho Penal
costarricense, San José. Editorial Juritexto, 1993. Primera edición. P.45 y ss.). Comparten ambas el conocimiento y la voluntad de
realización del tipo penal, el autor, reuniendo todos los requisitos del tipo penal y ejecutando la conducta descrita en la norma; el
cómplice, con conocimiento y voluntad de colaborar en la realización del tipo penal. En el caso concreto el Tribunal razona que ME
no podía ser autor del delito de prevaricato, porque no es autoridad jurisdiccional llamada a resolver –el prevaricato es un delito
especial propio , pero que sí podía ser cómplice. Sin embargo, tal conclusión la obtienen los juzgadores rebasando el marco fáctico
de la acusación y sin sustento probatorio alguno, pues no se acredita la convergencia de voluntades, aún cuando fuera casual, el
dolo de colaboración en la conducta prevaricadora por parte de ME, más allá de señalarse en el fallo su reconocida amistad con
AA, lo que a todas luces es insuficiente para acreditar la complicidad aludida. En todo caso como ya se analizó extensamente en los
considerandos precedentes, la acción penal por el delito de prevaricato está prescrita y procede absolver a los imputados por esa
circunstancia. Precisamente por la forma en que se resuelve este tema, resulta innecesario pronunciarse sobre los restantes
motivos de las impugnaciones formuladas. Y en cuanto a la impugnación del Ministerio Público en la que se cuestiona la
absolutoria de MA, carece de interés su conocimiento, pues en cuanto a este imputado se dan los mismos supuestos por los que se
concluye que en su caso, la acción penal también estaría prescrita, por lo que no tendría relevancia alguna revertir la absolutoria
dictada, pues el juicio no podría en cualquier caso continuar por extinción de la acción penal. El resto de los reclamos por falta de
fundamentación de la pena en el caso de HN y de AA, de igual forma carece de interés emitir pronunciamiento alguno, pues la
condena y la pena impuesta han quedado insubsistentes al haber prescrito la acción penal por esos hechos.
Por Tanto:
Se declaran con lugar los reclamos segundo del recurso de la licenciada Gretta Aguilar Jiménez, defensora pública de HN; primero
del recurso por vicios procesales y único motivo por el fondo del imputado ME; primero del recurso de casación del licenciado
William Guido Madriz, defensor de AA y segundo del recurso del imputado HN. Se anula el fallo en cuanto a la condenatoria de HN
por el delito de cohecho propio en la modalidad de penalidad del corruptor y de AA y ME por el delito de prevaricato, el primero
como autor y el segundo como cómplice. Se resuelve el fondo del asunto y se absuelve a los imputados de toda pena y
responsabilidad por los hechos que se les han venido atribuyendo, por haberse extinguido por prescripción, la acción penal en su
contra. Se declara sin lugar el recurso de casación del Ministerio Público.

José Manuel Arroyo G.

Rodrigo Castro M. Magda Pereira V.

Ana Eugenia Sáenz F. Rafael Sanabria R


I.- Nota de los magistrados Arroyo Gutiérrez y Sanabria Rojas en relación con la prescripción de la causa contra HN, por
el delito de cohecho impropio en la modalidad de penalidad del corruptor, en perjuicio de Los Deberes de la Función
Pública. Se comparten los razonamientos que contienen los considerandos IV a VII de este fallo, en el sentido que los hechos
atribuidos por el Ministerio Público al acusado HN encuentran adecuación típica en el delito de cohecho impropio, en la modalidad
de penalidad del corruptor, contemplado en el artículo 338 del Código Penal, vigente al momento del hecho. Dicha norma
establecía una sanción de seis meses a dos años de prisión, lo cual debe ser tomado en cuenta para fijar el plazo de prescripción.
Al igual que la mayoría, se estima que la acción penal se encuentra prescrita, pero partiendo de una forma diferente en la
interpretación de los alcances del artículo 33 del Código Procesal Penal. En este sentido se mantienen los criterios que, en su
oportunidad, se aplicaron al integrar el Tribunal de Casación Penal. Conforme con la interpretación realizada, se estimaba que,
antes de la reforma al artículo 33 (realizada por Ley Nº 8146, de 30 de octubre del 2001, vigente a partir de su publicación en La
Gaceta Nº 227, de 26 de noviembre de 2001), bastaba la iniciación del proceso para que operara la reducción del plazo de
prescripción de la acción penal a la mitad. A la vez el inicio del proceso se asociaba con cualquier actuación, judicial o policial, que
señalare a una persona como posible autor de un hecho punible o partícipe en él (art. 13 ibidem). Con posterioridad a la reforma,
se sostuvo que no bastaba la iniciación del proceso para que operara la reducción del plazo de la prescripción, sino que era
necesario también la presencia de alguna de las causales establecidas en el artículo 33. Partiendo de lo anterior, tenemos que en
este caso en particular se detuvo al imputado HN el 27 de octubre de 1999, lo cual puede tomarse como fecha de iniciación del
proceso, pues en ese momento se le tenía identificado por la policía y el Ministerio Público como presunto autor de un delito.
Consecuentemente, el plazo de prescripción de la acción penal de tres años, establecido por los artículos 31 del Código Procesal
Penal y 338 del Código Penal, se redujo a un año y seis meses. De tal forma que se extinguiría la acción penal, por prescripción, el
27 de abril del 2001. Dicho plazo transcurrió sin que operara alguna otra causal de suspensión o interrupción. Debe tomarse en
cuenta que, conforme con los citados votos, la primera imputación formal, antes de la reforma al artículo 33 del Código Procesal
Penal, se producía al poner en conocimiento del imputado la acusación formulada por el Ministerio Público. Dicho acto se realizó el
14 de agosto del 2001 (Tomo V, folio 1754). Para ese momento, la citada causal de extinción de la acción penal ya se había
producido. Esto nos lleva a declarar con lugar la casación, acogiendo la prescripción de la acción penal y absolviendo de toda pena
y responsabilidad a HN, por el delito de Cohecho Impropio en la modalidad de penalidad del corruptor, en perjuicio de Los Deberes
de la Función Pública.
II. Voto salvado de los magistrados Arroyo Gutiérrez y Sanabria Rojas, en cuanto a la prescripción de la acción
penal decretada a favor de los imputados MA, AA y ME por el delito de prevaricato, en perjuicio de Los Deberes de la
Función Pública. Para este caso también resultan aplicables los criterios sobre prescripción utilizados para resolver la situación
jurídica del imputado HN. A los acusados MA y AA se les atribuía la comisión del delito de prevaricato, como autores y al imputado
ME el de cómplice de ese ilícito. Para dichas conductas el artículo 350 del Código Penal, vigente al momento de los hechos, fijaba
una sanción de dos a seis años de prisión. Partiendo de la base de que se tuvo por iniciado el proceso el 6 de diciembre de 1999,
cuando se tenía debidamente identificados a los encartados, como presuntos autores de esos delitos, por el Ministerio Público, al
tanto que ese día se les recibió declaración a los tres (folios 1240, 1243, 1246, del tomo III), sobre los hechos que se les atribuía.
En esa fecha el plazo de prescripción de la acción penal se redujo a la mitad, por haber iniciado el proceso. De tal forma que los
seis años establecidos por el artículo 31 del Código Procesal Penal quedaron en tres años (art. 33 ibídem) y opería la extinción de
la acción penal el 6 de diciembre del 2002. Sin embargo, antes de que operara la prescripción, se produjo una interrupción, al
comunicársele a los acusados la existencia de la acusación, el catorce de agosto del dos mil uno (folio 1754, del tomo V). A partir
de ese momento corrió un nuevo plazo de prescripción de tres años, que vencería el 14 de agosto del 2004. De nuevo operó otra
causal de interrupción, al dictarse la sentencia el 8 de octubre del dos mil tres (folios 3440 y siguientes, del tomo VII), con lo cual
queda claro que, de acuerdo con los criterios sostenidos por la minoría, la causa no se encuentra prescrita. En consecuencia,
deben declararse sin lugar los motivos primero por vicios procesales y único de fondo del recurso a favor del imputado ME; así
como el primer motivo del recurso a favor del acusado AA, en los cuales se alega la existencia de esta causal de extinción de la
acción penal. A la vez, votamos por resolver los restantes motivos de las casaciones presentadas por estos imputados.

José Manuel Arroyo G. Rafael Sanabria R.

dig.imp/jla.-
Exp N° 226-3/8-04

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distribución en forma onerosa.

Es copia fiel del original - Tomado del Nexus PJ el: 07-06-2020 19:44:18.

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