Está en la página 1de 10

Tema 3- Sector agrario

1. INTRODUCCIÓN.
En la actualidad, el sector primario sigue teniendo un notable peso relativo en el conjunto de la
economía mundial, sobre todo desde el punto de vista del empleo. No obstante, uno de los
cambios estructurales que acompañan al crecimiento económico es la pérdida de posiciones de
esas actividades, de tal forma que, en los países desarrollados, su contribución al producto y al
empleo es exigua: en torno al 1,5 y al 5%, respectivamente, en el área de la OCDE.

Ahora bien, la desagrarización de la estructura económica no debe conducir a la errónea


conclusión de que la agricultura obstaculiza el despliegue de las actividades secundarias y
terciarias. Una adecuada interacción entre el sector agrario y el resto del sistema productivo es
imprescindible para aprovechar al máximo el potencial de crecimiento.

La contribución de la agricultura al crecimiento económico ha ido cambiando a lo largo de las


distintas etapas de desarrollo. Si en las fases iniciales la industria y los servicios demandan de la
agricultura mano de obra y recursos financieros, así como determinadas prestaciones, en etapas
más avanzadas los agricultores deben asumir, junto a las tradicionales tareas productivas cada
vez más diversificadas, nuevos cometidos relacionados con la conservación y mantenimiento de
los espacios rurales y del medio ambiente. Además, la progresiva liberalización de los
intercambios comerciales exige una agricultura altamente competitiva. En definitiva, tanto la
importancia del sector agrario en la economía mundial como su estratégico papel en los
procesos de desarrollo y las funciones medioambientales que está asumiendo aportan suficiente
justificación para dedicar atención a su estudio.

2. DELIMITACIÓN Y CLASIFICACIÓN.
El sector primario está integrado por la rama de actividad que, en las cuentas nacionales, se
denomina Agricultura, ganadería, selvicultura y pesca. En España, las producciones
agropecuarias son claramente hegemónicas, cifrándose su aportación al VAB y al empleo
levemente por encima del 90% en los últimos años. Pesca y acuicultura constituye una esfera
subsidiaria, con una contribución que ronda el 5% en el output y la ocupación de la rama,
acentuándose por tanto ese papel accesorio en Selvicultura y explotación forestal.

Una forma habitual de desagregar la agricultura es a través de Orientaciones, que integran


unidades productivas con un output similar. Los datos revelan que, en la actualidad, cinco
orientaciones disfrutan de un claro predominio, puesto que su aportación conjunta a la
producción sectorial se cifró en un 80% en 2018. En primer lugar, cabe destacar a Granívoros —
explotaciones porcinas y avícolas— cuya contribución ha registrado una fuerte expansión en los
últimos tres decenios, representando en la actualidad la quinta parte de la producción total. En
menor medida, puede decirse lo mismo de la Horticultura. En un segundo escalón figuran
Frutales y cítricos, Bovinos y Agricultura general con cuotas que oscilan entre el 11 y el 16% del
output sectorial.

Por otra parte, y dado que la principal peculiaridad de la agricultura radica en la utilización de la
tierra como factor de producción, puede realizarse una clasificación de las orientaciones en
función de los requerimientos territoriales por unidad de producto: si son superiores a la media
del conjunto de referencia, se denominan extensivas, y, si son inferiores, intensivas. Así, las
orientaciones que tienen un peso territorial superior a su cuota productiva son extensivas o, lo
que es lo mismo, generan un producto por unidad de superficie (productividad de la tierra)
inferior a la media correspondiente al sector agrario español, descollando Agricultura general
en las vegetales y Ovinos y caprinos en los animales. Al contrario, son intensivas las orientaciones
en las que la superficie por unidad de producto es inferior a la citada media, sobresaliendo
Horticultura en las agrícolas y Granívoros en las ganaderas.

LA PESCA Y ACUICULTURA EN ESPAÑA

La Pesca y acuicultura es un subsector de la rama de actividad Agricultura, ganadería,


selvicultura y pesca. En la actualidad, su aportación al VAB de la rama se cifra en un 6%, lo que
equivale al 0,12% del output generado por el conjunto de la economía española. Se trata, pues,
de una esfera que en términos productivos tiene un peso que cabe calificar como residual.

Consideradas como pares —actividad primaria y correspondiente industria transformadora— la


pesca y su industria derivada es la que tiene una menor trascendencia, con una participación
que ronda el 5% del VAB y del empleo de ese conglomerado formado por esferas primarias e
industriales. Las producciones agropecuarias y sus manufacturas ejercen un claro protagonismo
al aportar algo más del 85% de esas dos variables, perteneciendo el restante 10% de ambas a la
selvicultura e industrias asociadas.

España tiene una clara especialización pesquera en el conjunto de la UE, lo que puede quedar
ilustrado mediante los siguientes hechos: a) la producción —capturas pesqueras y output
acuícola— se eleva a 1,2 millones de toneladas, lo que viene a representar la quinta parte del
total comunitario; b) España genera la cuarta parte del empleo equivalente a tiempo completo
de la UE; c) nuestro sector acumula la quinta parte del tonelaje de la flota europea; d) el
consumo de productos frescos y elaborados por habitante se eleva a 45 kilogramos al año, lo
que supera en un 80% a la media comunitaria.

Esa especialización productiva no ha impedido que los intercambios con el exterior acarreen un
importante déficit, que, concretamente en 2017, alcanzó una cifra de 3.017 millones de euros,
con una tasa de cobertura del 57%. Los intercambios extra-UE dieron lugar a un déficit de 4.111
millones, que ha sido compensado parcialmente con un superávit intra-UE de 1.094 millones.
Los principales países proveedores son Marruecos, Argentina, Ecuador, Francia, China y Portugal
que, conjuntamente, absorben el 40% del valor de las importaciones españolas, lo que permite
concluir que la red de abastecimiento exterior de la demanda interna tiene un amplio grado de
diversificación territorial. Por el contrario, los clientes de mayor entidad son Italia, Portugal y
Francia, que acaparan el 60% de las exportaciones, razón por la cual su grado de concentración
es notablemente superior al de las importaciones.

La presión de la demanda y las crecientes restricciones a las que se ha enfrentado la oferta en


los últimos decenios han propiciado el desarrollo de la acuicultura. En la actualidad, los cultivos
de diferentes especies aportan la sexta parte del VAB generado en España por la Pesca y
acuicultura, siendo el primer país de la UE en cuanto a producción física, con una cuota del 23%.
En torno al 90% procede de cultivos marinos, correspondiendo el resto a los continentales,
donde la trucha es la especie dominante.

3. EVOLUCIÓN DEL SECTOR.


3.1. Análisis comparado.
El vigoroso crecimiento económico del periodo 1960-1975 socavó los dos cimientos sobre los
que se asentaba la agricultura tradicional: a) una dotación factorial caracterizada por la
existencia de una mano de obra tan abundante como mal remunerada, lo que daba lugar a una
baja relación capital-producto, es decir, a la utilización de técnicas de producción atrasadas; y b)
el equilibrio entre la oferta y una demanda de alimentos poco diversificada, en concordancia
con el bajo nivel de renta por habitante, en la que el protagonismo corría a cargo de los
productos agrarios tradicionales: cereales, legumbres, tubérculos... Pues bien, la intensa
emigración rural sentó las bases para una rápida sustitución de trabajo por capital, en tanto que
la urbanización y la mejora del nivel de vida impulsaron importantes cambios en la composición
general de la demanda y, en particular, de la dieta alimenticia, con un notable aumento del peso
de los productos hortofrutícolas y ganaderos.

Desde entonces, la agricultura española no ha dejado de experimentar profundas y continuas


transformaciones, tratando de adaptarse a ese cambiante panorama por el lado de la demanda
de alimentos y alterando radicalmente su dotación factorial. Así, en los últimos cincuenta años,
el sector ha tenido que afrontar cambios de gran calado histórico: desde los que imponía la
situación de partida, cuando el objetivo prioritario era aumentar y diversificar a ritmo acelerado
la oferta interior para satisfacer los cambios de la demanda de alimentos de una sociedad
inmersa en un intenso proceso de crecimiento y urbanización, hasta las recientes exigencias que
plantean la necesidad de contener, o incluso reducir, la producción para equilibrar mercados
que, en importantes esferas agrarias de la UE (leche, cereales, carne...) se han caracterizado por
la generación de voluminosos y costosos excedentes estructurales. Este proceso de
transformación y adaptación no ha terminado, y los agricultores tienen que asumir en la
actualidad nuevos desafíos: los que impone la progresiva e irreversible liberalización de los
intercambios comerciales a escala mundial y los relacionados con la nueva demanda de servicios
ambientales por parte de la sociedad.

Centrándose en lo ocurrido desde 1985, el crecimiento del sector agrario ha sido inferior al del
conjunto de la economía, continuando con una de las pautas básicas de un modelo general de
transformación estructural que da como resultado final una sustancial pérdida de importancia
de la agricultura dentro del sistema económico. Destacan los dos hechos siguientes:

• La participación del sector agrario en el empleo agregado ha descendido de forma


drástica, de tal forma que en 2018 ha quedado reducida a menos del 4%. Su peso
productivo se ha dividido por dos a precios corrientes, situándose por debajo del 3% del
VAB agregado. En términos reales, la caída ha sido mucho más pausada, por efecto de
un ritmo de aumento de los precios agrarios sensiblemente inferior al seguido por el
deflactor del PIB.
• En los últimos lustros, debido en parte a la Gran Recesión, la reducción de la cuota
ocupacional se ha ralentizado y la productiva da muestras de una gran resistencia a la
baja, sobre todo si su cuantificación se realiza a precios constantes.

El agrario es un sector que en el largo plazo ha perdido rápidamente importancia en la economía


española. Puede ser explicado por los dos hechos siguientes: a) las preferencias de los
consumidores se ven alteradas por el crecimiento económico, reduciendo la proporción del
gasto familiar destinado a alimentación como consecuencia de que la elasticidad-renta de los
bienes que conforman esa función de consumo es, en general, baja y b) la oferta agraria ha ido
cambiando de naturaleza, ya que la fracción de la misma que constituye un output intermedio
ha ido aumentando notablemente, en detrimento de su carácter de bien final. La combinación
de ambos hechos —reducción de la proporción del consumo privado que se destina a
alimentación y descenso del componente agrario de los alimentos finales— es lo que ha
precipitado esa pronunciada pérdida de posiciones de la agricultura en el entramado productivo.
3.2. Intercambios comerciales con el exterior.
Una de las transformaciones más destacables que ha experimentado el sector es su creciente
integración internacional, que ha alcanzado niveles perfectamente homologables a la de los
productos industriales con un alto grado de exposición a la competencia exterior. En este
epígrafe, se consideran tanto los productos primarios como los que han sido transformados por
la Industria de alimentos y bebidas, tanto por razones estadísticas como económicas. Entre las
últimas, cabe destacar que la posición competitiva de las actividades que componen el sector
industrial transformador viene determinada por la de la materia prima agraria utilizada en los
procesos productivos. Pues bien, pese a la existencia de productos (frutas, vino, aceite de
oliva...) que, tradicionalmente, han dirigido una significativa fracción de su oferta hacia los
mercados exteriores, la mayor parte del output agrario tenía como destino natural la demanda
interna. Ese escenario ha cambiado sensiblemente, sobre todo a partir del encuadramiento del
sector en la Europa Verde que atestigua: a) el continuo aumento del coeficiente de apertura
externa del sector agroalimentario español que se ha más que doblado entre 1985 y 2018; y b)
el aumento de su peso en el total de las exportaciones de bienes que, pese a la comentada
desagrarización, se ha situado alrededor de la sexta parte en la actualidad.

Por otro lado, el complejo agroalimentario es una de las pocas esferas productivas que, de forma
regular, ha dado lugar a un superávit comercial con el exterior. Así, en 2018, la tasa de cobertura
superó ampliamente la situación de equilibrio, lo que se debe al alto grado de competitividad
de una serie de producciones, entre las que cabe destacar hortalizas, frutas, bebidas, aceite de
oliva y, desde hace unos años, carnes. Al margen de la pesca, los capítulos más deficitarios son
tabaco, madera, cereales, semillas oleaginosas y productos lácteos.

Además, el signo del total de los intercambios agroalimentarios con el exterior depende del flujo
comercial que se considere. Actualmente, en las transacciones intra-UE la tasa de cobertura se
eleva hasta la sobresaliente cota del 180%, mientras que en el comercio extracomunitario se
sitúa en un 80%. El sector agrario español ha sabido aprovecharse de su integración en la Unión
Europea, explotando de forma adecuada sus ventajas comparativas en una serie de
producciones que, en su mayor parte, son típicas de la zona mediterránea y que, por otro lado,
se encuentran entre las que disfrutan de un mayor crecimiento de la demanda mundial.

Pero esa especialización productiva y comercial implica apreciables riesgos, dado el alto grado
de exposición a la competencia internacional de una parte creciente de la producción agraria
española. En los próximos años, es previsible que la liberalización de los intercambios agrarios
cobre un nuevo impulso propiciado por la Organización Mundial de Comercio (OMC), que
seguirá redoblando sus esfuerzos en pro de una sustancial reducción de los instrumentos de
protección, a lo que hay que añadir el interés de la UE para fortalecer las relaciones comerciales
con los países de la ribera meridional del Mediterráneo. El mercado interior europeo tenderá a
abrirse a los competidores extracomunitarios en algunas partidas de intenso crecimiento en el
comercio mundial, como frutas y hortalizas, que se caracterizan por unos altos requerimientos
de trabajo por unidad de producto, y, por tanto, su competitividad depende en buena medida
de los costes del factor trabajo, sensiblemente inferiores a los españoles en los países en
desarrollo y emergentes.

4. ESPECIALIZACIÓN PRODUCTIVA Y COMERCIAL.

A lo largo de los últimos decenios la oferta agraria española ha ido transformándose para dar
respuesta a la renovada demanda de alimentos, a las nuevas disponibilidades de factores y al
cambiante marco institucional, al tiempo que ha aprovechado sus ventajas comparativas en
determinadas producciones. En definitiva, los factores explicativos de la estructura productiva
de la agricultura española y de su evolución a lo largo del tiempo son múltiples:

• La demanda interna, que, aun siguiendo las pautas generales de todos los países
desarrollados, presenta rasgos distintivos.
• Los mecanismos de protección instrumentados frente a la competencia exterior para
tratar de satisfacer el objetivo del autoabastecimiento en las actividades agrarias con
mayor relevancia productiva.
• Las ventajas comparativas existentes, derivadas de la disponibilidad y calidad de los
recursos naturales y del capital humano.

A lo largo de la integración del sector en la Europa Verde las transformaciones de su tejido


productivo han sido relevantes. Adoptando una perspectiva temporal amplia, la cuota española
en la producción agraria de la UE-12 se ha incrementado de la décima a la sexta parte entre 1987
y 2018. Si el contexto se extiende a UE-28 hay que iniciar el periodo en 2005, sin que se haya
registrado un cambio significativo en nuestro peso productivo a nivel agregado, que está cerca
de doblar la contribución española al PIB de este último conjunto de referencia.

Confrontando el peso relativo en cada Orientación con el correspondiente al total de la


producción agraria en los dos años considerados, pueden inferirse los pilares del patrón de
especialización del sector español en el conjunto formado por UE-28:

• Dentro de las Orientaciones vegetales destaca, en primer lugar, Olivar, con una
aportación que ha registrado una intensa progresión, con el resultado de que en 2018
alcanza los dos tercios del output comunitario. En segundo término, cabe resaltar a
Frutales y cítricos, donde la cuota de la agricultura española se cifra en la tercera parte
y, por último, merece también reseñarse la especialización en Horticultura. En las
Orientaciones ganaderas cabe reseñar que tanto en Granívoros como en Ovinos y
caprinos la participación en la producción de UE-28 ronda la sexta parte.
• Por el contrario, la desespecialización es manifiesta en Bovinos –que es la Orientación
con mayor relevancia en la agricultura europea–, Agricultura general y, lo que no deja
de ser sorprendente, Viticultura.

5. EFICIENCIA PRODUCTIVA.

5.1. Análisis agregado de la productividad.

La productividad aparente del trabajo agrario puede desagregarse en dos factores, expresados
en la siguiente igualdad: Q/L=Q/T x T/L, Q=Producción, L=Trabajo, T=Superficie agraria

Si se elige como medida del output el VAB real, el primer factor (Q/T) sería el valor añadido bruto
por hectárea de superficie agraria que es posible aumentar mediante tecnologías químico-
biológicas que se incorporan a determinados inputs intermedios. En una agricultura como la
española conviene no olvidar el papel decisivo del agua de riego como factor de producción a la
hora de explicar el aumento de tales rendimientos.

Optando por el empleo como unidad de medida del factor trabajo, el segundo factor (T/L) se
convierte en la superficie agraria disponible por persona ocupada, vinculada con las tecnologías
mecánicas, que posibilitan la sustitución de trabajo por capital a través de la mecanización de
las labores agrarias. Ello permite el aumento de la superficie capaz de ser puesta en producción
por empleo agrario o el descenso de los requerimientos de trabajo directo por hectárea de
cultivo. Esta relación es un indicador de la dotación factorial imperante en los procesos agrarios,
puesto que pone en relación directa dos factores —tierra y trabajo— e, indirectamente, al
capital, ya que su aumento solo es posible mediante la mecanización.

En Economía Agraria suele considerarse que todas las explotaciones pueden acceder a los inputs
químico-biológicos corrientes porque son perfectamente divisibles, a diferencia de lo que
sucede con las tecnologías mecánicas que, al materializarse en bienes de capital, dan lugar a
indivisibilidades. Por ello se piensa que la difusión de la primera cobra un mayor protagonismo
que las segundas en el cambio técnico y en la progresión de la productividad del trabajo. No
obstante, cabe apuntar que el carácter indivisible de los inputs mecánicos se ve atemperado por
el alquiler de la maquinaria agrícola, sin olvidar que las industrias suministradoras de tales
bienes de capital han realizado un considerable esfuerzo para ampliar su mercado, generando
maquinaria a la que pueden acceder las explotaciones de menor dimensión. En el caso concreto
del sector agrario español, los dos factores han contribuido positivamente a las ganancias de
productividad en una similar cuantía a lo largo del periodo estudiado. Conviene distinguir dos
fases. En la primera, que cubre los dos decenios que van de 1985 a 2005, la productividad del
trabajo crece a buen ritmo, estimulada por la tracción de sus dos factores. En la segunda, se
registra un freno que obedece a la paralización del aumento de la superficie disponible por
empleo. En gran medida, este segundo hecho obedece a un efecto composición: la creciente
presencia en el output agregado de las orientaciones más intensivas, particularmente
Granívoros, Frutales y cítricos y, en menor medida, Horticultura. Actividades que se caracterizan
por una elevada productividad de la tierra a costa de una baja superficie productiva por empleo.

En cualquier caso, la productividad del trabajo agrario ha progresado a un ritmo sensiblemente


superior al de la economía española en el conjunto del periodo estudiado. Varias pueden ser las
causas explicativas de esa notable mejora, entre las que se destacarán dos. En primer lugar, el
acusado encarecimiento relativo de la mano de obra asalariada, lo que ha incentivado la
reducción de los requerimientos de trabajo por unidad de superficie en ciertas esferas
productivas, básicamente las que se han caracterizado como extensivas. Por otra parte, los
precios percibidos por la venta de las producciones agrarias han registrado una progresión
mucho más contenida que el IPC, y esto significa que, para mantener idéntica renta agraria real,
es necesario producir un mayor output, dando lugar a un nuevo y poderoso estímulo para
acrecentar la productividad del trabajo por la vía, en este segundo caso, del recurso a los dos
factores impulsores citados.

La agricultura española se caracteriza en el conjunto de UE-28 por disfrutar de un nivel de la


productividad del trabajo con un diferencial relativo tan favorable, que resulta harto difícil
encontrar en cualquier otro grupo de actividad. Esa inusual brecha se ha estrechado entre 2005
y 2018, como consecuencia del crecimiento y de la consiguiente desagrarización de las
economías más atrasadas de la Unión, pero en 2018 la productividad española dobla
prácticamente a la media europea. En la actualidad, tal superioridad reposa sobre los dos
factores de una forma mucho más equilibrada que a comienzos del presente siglo. La
productividad de la tierra ha crecido más que en el conjunto de La Europa Verde, mientras que
la superficie por unidad de trabajo lo ha hecho en menor medida. De nuevo, nos reencontramos
con el proceso de intensificación del sector agrario español que explica la asimétrica evolución
seguida por los dos indicadores anteriores.
5.2. Dimensión económica de las explotaciones y eficiencia.

Una visión desagregada de cualquier sector económico resulta siempre conveniente,


particularmente en la agricultura, actividad que se caracteriza por integrar unidades productivas
con un elevado grado de heterogeneidad.

El sector agrario español sigue singularizándose por un marcado carácter dual, que se concreta
en la coexistencia de dos amplios subconjuntos. Por un lado, un conglomerado formado por un
gran número de explotaciones de reducida dimensión que aporta una parte totalmente residual
de la producción, cuando encuadra a la mitad de las unidades productivas. Por otro, se
encuentra un minoritario grupo de unidades productivas donde las proporciones anteriores se
invierten, es decir, integra poco más de una de cada diez explotaciones, absorbiendo las tres
cuartas partes del output agrario. En las primeras, el trabajo familiar es ampliamente
mayoritario, al contrario que en las segundas que, entre sus rasgos distintivos, figura una
elevada tasa de salarización.

El segundo hecho destacable es que el factor tierra sigue siendo determinante en la agricultura,
rige la regla general de que la superficie disponible por explotación condiciona su dimensión
económica, registrándose una nítida relación positiva entre superficie agraria y producto
generado. El valor de la producción media anual en el intervalo superior se cifró en 315.000
euros en 2017, lo que multiplicó por noventa al valor medio del estrato inferior.

En tercer lugar, no es menos importante que el factor tierra determine el nivel de eficiencia. En
efecto, la productividad del factor trabajo crece con firmeza con la dimensión de las unidades
productivas, multiplicándose por trece entre los dos estratos extremos, sin que su ascendente
perfil experimente fisura alguna. El precario nivel de eficiencia del mayoritario grupo de
pequeñas explotaciones es una palpable prueba de su carácter marginal; se trata de unidades
productivas en las que la actividad agraria es subsidiaria de otras fuentes de renta familiar, entre
las que destacan las pensiones y el trabajo fuera de la agricultura de algún miembro del hogar.

Por último, conviene analizar cuál de los dos factores determinantes desempeña un papel más
relevante en la materialización de ese creciente diferencial en la productividad. El producto por
unidad de superficie ha ampliado su grado de dispersión en los últimos lustros. Actualmente,
aumenta gradualmente en las tres primeras clases, pero lo más destacable es que alcanza un
destacado máximo en el intervalo superior, lo que se deriva del hecho de su creciente
especialización en las orientaciones más intensivas. Asimismo, la superficie disponible por
unidad de trabajo está relacionada positiva y significativamente con la dimensión económica.
Por tanto, cabe concluir que el importante diferencial que se abre en la productividad entre
pequeñas y grandes explotaciones agrarias se explica, en la actualidad, por la acción conjunta
de sus dos componentes.

6. LA POLÍTICA AGRÍCOLA COMÚN Y SU REFORMA.

La Política Agrícola Común (PAC) nació casi al mismo tiempo que la Comunidad Económica
Europea (CEE), principal embrión de la actual UE. Las primeras normas reguladoras de los
mercados agrarios datan de 1962 y, a lo largo de los tres últimos decenios, ha vivido un proceso
de reforma que ha culminado en 2013 con un replanteamiento de gran calado. Síntesis de sus
principales elementos:

En primer lugar, se han reformulado los objetivos de la PAC, que a partir de ahora deberá
atender a retos de diferente naturaleza: a) producción viable y competitiva de alimentos; b)
gestión sostenible de los recursos naturales y lucha contra el cambio climático; y c) desarrollo
territorial equilibrado. La reforma de 2013 ha propiciado un mayor énfasis en los servicios
ambientales que el sector agrario debe prestar al conjunto de la sociedad, es decir, a la
producción de bienes públicos: paisaje, conservación de la calidad de los suelos y aguas,
biodiversidad, control de la contaminación... El hecho de que el mercado no retribuya esas
externalidades positivas se configura como uno de los fundamentos del apoyo prestado con
recursos públicos a los agricultores europeos. Debe tenerse en cuenta que la superficie total
agraria equivale al 90% de la geografía de la UE y, por tanto, las actividades a las que sirve de
soporte deben ser la clave de cualquier política territorial y ambiental.

En segundo término, se han conservado los dos pilares de la PAC, que absorberá el 40% de los
recursos de previstos en el Marco Financiero 2014-2020. El primero comprende los pagos a
agricultores y las medidas de mercado, con financiación a cargo del FEAGA (Fondo Europeo
Agrario de Garantía) que contará con alrededor de las tres cuartas partes de los recursos
destinados a la PAC; el segundo, que se responsabiliza del desarrollo rural, con la cobertura del
FEADER (Fondo Europeo Agrario de Desarrollo Rural), al que corresponderá algo más del 20%
del gasto total.

En tercer lugar, no es difícil entender las dificultades para consensuar una reforma de la PAC en
el marco de una UE cada vez más compleja y que padece un notable déficit de gobernanza
económica. Obstáculos que se salvaron gracias a la concesión de una amplia autonomía a los
Estados miembros que, a partir de la reforma, han visto sensiblemente reforzadas sus
competencias para la aplicación del marco común pactado en sus territorios. El mejor reflejo de
ese mayor grado de nacionalización de una política que siempre ha estado muy centralizada en
Bruselas lo constituye el hecho de que se ha distinguido entre los regímenes que son de obligada
aplicación por los Estados miembros de aquellos que pueden ser libremente adoptados. Es más,
el hecho de que las autoridades nacionales deban decidir sobre importantes vertientes de la
PAC renovada ha provocado un considerable retraso en su implementación, si bien los
principales elementos vertebradores del primer pilar pueden ser descritos de la siguiente forma:

Agricultor activo. Componente legitimador, mediante el cual se establece el principio por el que
solo los propietarios de tierra con una actividad agraria efectiva pueden tener acceso a los
recursos públicos movilizados por los dos pilares. Bruselas ha establecido una lista de usos del
suelo (aeropuertos, servicios inmobiliarios...) que deben ser excluidas de los pagos, dejando un
amplio margen de maniobra a los Estados miembros a la hora de concretar los requisitos para
poder ser perceptor. España ha aplicado un planteamiento muy laxo, conocido como la regla del
20%, que es el mínimo del total de ingresos agrarios (subvenciones incluidas) que debe proceder
de la venta de los productos de la explotación en el mercado.

Pago básico. Régimen de ayudas obligatorio para los Estados miembros y pieza clave de la PAC
renovada. Se trata de un pago desacoplado de las cantidades producidas y asociado a la
superficie agraria. En el planteamiento inicial de la Comisión Europea debería tender a ser
uniforme, de tal forma que en 2020 todos los agricultores europeos percibiesen una ayuda muy
similar por hectárea. No obstante, el Parlamento y el Consejo han decidido distribuir los recursos
disponibles en el septenio 2014-2020 en función de los derechos históricos de los Estados
miembros, es decir, utilizando como criterio fundamental lo que han venido recibiendo cada
uno de ellos en los últimos años. Planteamiento que provoca un apoyo muy desigual puesto que,
por ejemplo, por unidad de superficie, el pago percibido por Holanda cuadriplica al de Rumanía.
Si se corrige por la paridad de poder adquisitivo, ese diferencial relativo se reduce a la mitad. De
acuerdo con ello, la dotación nacional de España en el primer pilar se elevará a un montante
anual medio de 5.000 millones de euros, de los que alrededor de la mitad se destinará al pago
básico, lo que supone una ayuda por unidad de superficie un 15% inferior a la media de UE-28.

Pago verde. Régimen obligatorio. Conviene recordar que, desde 2003, las ayudas de la PAC han
estado sujetas a condicionalidad, lo que ha implicado el cumplimiento de una amplia gama de
requerimientos ambientales por parte del perceptor. Por tanto, el pago verde es una nueva capa
en el sistema general de ayudas, de gran relevancia por dos razones: a) absorberá el 30% de la
dotación nacional del primer pilar, lo que, en el caso español, equivale a un montante anual de
1.500 millones de euros; y b) permitirá incentivar la producción simultánea de alimentos para el
mercado y de bienes públicos por parte de los agricultores europeos.

Ayudas acopladas. Régimen voluntario, que permite pagos directamente vinculados a la


producción, lo que se justifica por reservarse a actividades agrarias de gran importancia que se
enfrenten a determinadas dificultades, pudiendo los Estados miembros elegir entre una amplia
lista de esferas productivas. España ha decidido orientar el 12% de su dotación nacional a estas
ayudas que, en gran medida, se destinarán al ganado herbívoro: vacuno, ovino y caprino.

Pago redistributivo. Régimen voluntario. Los Estados miembros destinan hasta el 30% de los
recursos disponibles para garantizar una mayor equidad en el reparto de las ayudas, a través de
la concesión de un complemento al pago básico a las treinta primeras hectáreas de cada
explotación. España ha decidido no aplicarlo pese a que en los años finales del Marco Financiero
2007-2013 el 15% de los agricultores españoles percibió el 70% de las ayudas del FEAGA.

Junto a las anteriores piezas del primer pilar de la PAC se pueden mencionar otras, tales como
los apoyos a Jóvenes agricultores, que es de aplicación obligatoria, Zonas con limitaciones
naturales, que es de libre adopción por los Estados miembros o el Régimen de pequeños
agricultores, que es obligatorio para las autoridades nacionales pero voluntario para los
agricultores. En fin, un auténtico rompecabezas que puede dar lugar a la aplicación de diferentes
variantes nacionales de significativa entidad en una supuesta política agraria común, lo que
podría provocar distorsiones de la libre competencia en el mercado interior de la UE en la
medida que el apoyo público a una determinada actividad pueda entrañar notables disparidades
entre los Estados miembros.

Por último, en lo que concierne a la Política de Desarrollo Rural cabe destacar que se han fijado
las seis prioridades que siguen: 1) fomentar la transferencia del conocimiento y de la innovación;
2) mejorar la viabilidad de las explotaciones agrarias; 3) desarrollar la organización de la cadena
alimentaria y mejorar la gestión de riesgos; 4) restaurar, preservar y mejorar los ecosistemas; 5)
promover la eficiencia de los recursos y el paso a una economía baja en carbono; 6) favorecer la
inclusión social en las zonas rurales. Su conexión con los tres objetivos citados de la PAC
renovada es evidente, de la misma forma que lo es su apuesta por el reverdecimiento de la
política que, en sus primeras décadas de vida, fue considerada la punta de lanza de la integración
europea, lo que quedará aún más claro si se añade que, al igual que con el Pago verde del primer
pilar, el 30% de los pagos del FEADER deben dirigirse a inversiones y medidas relacionadas con
el medio ambiente y el clima.

CONCEPTOS BÁSICOS.

Cuentas del sector agrario: Desde hace años se ha adoptado la metodología del Sistema Europeo
de Cuentas (SEC-95) de Eurostat, lo que ha implicado su homologación con las Cuentas de
producción y explotación del resto de las ramas de actividad:
A. Producción a precios básicos. D. Amortizaciones.

B. Consumos intermedios. E. Otras subvenciones.

C = A – B. Valor añadido bruto a precios básicos. F. Otros impuestos.

G = C – D + E – F = Renta agraria.

En la actualidad, las macromagnitudes agrarias son las mismas que las de cualquier otro sector
económico, lo que conllev ventajas respecto a la situación anterior. Aclaraciones:

- La Producción a precios básicos incluye las Subvenciones a los productos, que son la
mayor parte de las subvenciones recibidas por los agricultores europeos y que alcanzan
un montante que guarda muy poca relación con el apoyo recibido por las actividades
industriales y terciarias.
- La Renta agraria está formada por dos capítulos: Remuneración de asalariados y
Excedente neto de explotación/Renta mixta neta (ENE/RMN). Las especificidades
agrarias son tres: a) una relevante fracción de la renta es aportada por las subvenciones
recibidas; b) la baja tasa de salarización con respecto al conjunto de la economía hace
que la Remuneración de asalariados sea un capítulo con un peso muy inferior al
habitual; y c) en España, el 95% de las explotaciones agrarias tienen a una persona física
como titular, lo que afecta al 70% de la superficie puesta en producción; por ello, las
rentas mixtas, derivadas de la prestación conjunta de trabajo y de capital por parte de
la familia titular, constituyen el grueso de ENE/RMN.

Además de las macromagnitudes agrarias del SEC-95, Eurostat, y por tanto el INE, suministran
información sobre otras variables entre las que cabe destacar las siguientes:

- Producción estándar total (PET). Medida del output agrario, que se calcula a partir de la
producción estándar (PE), que es el valor monetario de una unidad de un determinado
producto agrario al precio de salida de la explotación. La PET es, al no descontar el
consumo intermedio, mayor que el VAB. Se valora en Unidades de Dimensión
Económica (UDE) que equivalen a 1.200 euros.
- La dimensión económica de una explotación se determina por su PET.
- El trabajo se puede expresar en unidades de trabajo-año (UTA). Una UTA equivale al
trabajo que realiza una persona a tiempo completo a lo largo de un año.

También podría gustarte