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TEMA 2.

Conceptos y Modelos en Psicopatología

El concepto de anormalidad

El status de la psicopatología se ha ido consolidando lentamente desde el siglo


XIX debido a la cantidad de disciplinas diferentes que han abordado el estudio de la
misma (la medicina -principalmente la psiquiatría y neurología, aunque más
recientemente también la bioquímica y genética-, la psicología, la sociología, la
antropología e, incluso, la filosofía). Hasta tal punto es así, que incluso los términos
“psicopatología” y “psiquiatría” se usan frecuentemente de manera intercambiable,
sobre todo en EEUU. En Europa, y siguiendo la terminología mecanicista del
Procesamiento de la Información, el término “psicopatología” ha tenido un significado
más restringido, refiriéndose al software de la enfermedad mental. Etimológicamente,
conviene recordar que Psicopatología se refiere al discurso (logos) que trata de
entender el sufrimiento (pathos) que disturba a la mente humana (psyche).

La psicopatología puede definirse como la ciencia básica e interdisciplinar que


estudia las causas, formas (describiendo y clasificando) y evolución (desarrollo y
mantenimiento) de la conducta anormal. Pese a que la definición acota el objeto de
estudio, suele haber confusión entre la delimitación de la psicopatología, la psiquiatría
y la psicología clínica. Mientras que la psicopatología es una ciencia básica de la que
se nutre tanto la psiquiatría como la psicología clínica, la psiquiatría es una disciplina o
técnica médica para el tratamiento de los trastornos psicológicos. Por su parte, la
psicología clínica es una disciplina o técnica psicológica para el tratamiento de los
mismos. Mientras que la psicología clínica tiene un enfoque idiográfico, centrado en el
caso individual, la psicopatología se basa en el enfoque nomotético, en la descripción
general de las alteraciones.

La relativa unanimidad respecto al objeto de la psicopatología no es tan


evidente cuando se pretende definir el concepto de anormalidad psicológica o
trastorno mental y los criterios a seguir para detectar tal anormalidad. De hecho, lo
habitual es que el establecimiento de esos criterios o la modificación de los mismos se
produzcan por la construcción de explicaciones que sean más compatibles con el
contexto y el momento político, económico y cultural. Así, las creencias que enfatizan
el deseo de control o de poder como elementos definitorios de lo humano, tenderán a
suponer que la ausencia de esos elementos o su desprecio es la esencia de lo
psicopatológico.
Al igual que los términos “salud” y “enfermedad” son términos que aluden a un
ideal (Recuérdese la definición de la OMS sobre salud como un estado de completo
bienestar físico, mental y social) y son muchas veces difíciles de delimitar (hay
problemas de salud que no son en sentido estricto enfermedades), lo mismo ocurre
con la conducta anormal. La conducta anormal ha sido definida por diversos atributos
como:

A) Dolorosa o perturbadora para el propio sujeto o su entorno


B) Incapacitante
C) Dificultadora del contacto con la realidad
D) Socialmente inapropiada en el contexto del sujeto

Sin embargo, la dificultad de definir la anormalidad ha dado lugar a múltiples


intentos de delimitación, así como a la proliferación de criterios de diferente índole
para conseguirlo, entre los que destacan el criterio popular, el estadístico, el legal, los
sociales e interpersonales, los subjetivos y los biológicos.

Criterio Popular

Dado que las conductas anormales o desviadas destacan en su contexto


debido a la confusión, estrés o sensación de amenaza que despiertan, ninguna cultura
es indiferente a la anormalidad psicológica. Como se ha dicho previamente, las
diferentes culturas establecen las formas de comportamiento adaptativas o correctas,
considerando todas las conductas que se desvíen como indicativas de algún tipo de
problema o disfunción. Es por ello que toda persona tiene, de manera más o menos
implícita, un criterio definitorio de lo que es la conducta anormal, creyendo poder
reconocerla y definirla perfectamente.

Sin embargo, un rasgo destacable de este criterio popular, es la influencia de la


ideología dominante en una cultura dada y la visión popular de la conducta anormal o
psicopatológica. En la actualidad, por ejemplo, hay una amplia interrelación entre la
visión médica de la anormalidad como enfermedad y la visión popular.

Por otro lado, generalmente el criterio popular de anormalidad tiende a exagerar la


relación entre violencia y anormalidad psicológica, debido quizá al sesgo que produce
la saliencia de los hechos violentos en algunos cuadros psicopatológicos, así como a
la atribución a una “enfermedad mental” de muchos casos de violencia o conducta
ilegal en las noticias.
Criterio estadístico

El postulado central del criterio estadístico se basa en la distribución normal en


la población general de referencia de las variables que definen lo psicológico. De este
modo, la psicopatología es todo aquello que se desvía de la normalidad estadística, es
decir, aquello que es poco frecuente entre la población. Así, se habla de hipo/hiper
actividad motora o de baja/alta estabilidad emocional. Este criterio no especifica ni el
número de desviaciones típicas que se necesitan para considerarse anormal, ni la
dirección de la misma.

Pese a lo razonable y objetivo que pueda parecer este criterio, el establecimiento


de la frecuencia como definitorio de la anormalidad, llevaría a la psicopatología a ser
un hecho relativo y cambiante, ya que dependería únicamente de la distribución de un
rasgo o característica dada en un contexto determinado. Este hecho implica a su vez
que la anormalidad no sería un hecho objetivo en cuanto a la salud ya que si la
mayoría de una población dada tuviera un problema o una enfermedad (el hambre o la
malaria son endémicas en algunas regiones de África, o las caries en las sociedades
industrializadas), éste no podría considerarse como tal.

Otro de los inconvenientes del uso de este criterio es el referente implícito de


salud, que suele determinar la selección de los casos a estudiar. Por ejemplo, para
obtener los niveles “normales” de azúcar en sangre de una población dada se
prescinde de los diabéticos conocidos, mientras que si sólo se utilizara el criterio
estadístico éstos deberían incluirse, dando lugar a niveles “normales” alterados. Por
último, no habría que olvidar que niveles anormalmente altos o bajos de diferentes
características no siempre son indicativos de enfermedad (una persona superdotada
no está enferma ni tiene un trastorno, pese a su inteligencia “anormalmente” alta. Lo
mismo pasaría con una persona que sea muy patosa desde el punto de vista motor).
Es por ello que la anormalidad estadística no significa anormalidad psicopatológica.

Criterio legal

Ya desde la antigua Roma se consideraba la locura como atenuante en la


imputación de responsabilidad por las acciones delictivas. Este hecho, presente en el
Corpus Civilis de la época, se ha mantenido hasta nuestros días. La imputabilidad se
refiere al grado de normalidad psíquica de una persona que resulta tributaria de
sanción penal ordinaria en el caso de haber cometido un ilícito penal. Para que una
persona sea imputable desde el punto de vista legal (y por tanto sea normal) ha de
tener capacidad de comprender lo injusto de su acción, así como capacidad de dirigir
su actuación conforme a ese entendimiento. Cuando una persona no comprende o no
es capaz de dirigir su conducta por el motivo que sea (enfermedad mental, oligofrenia,
minoría de edad penal, alteración grave de la percepción, etc.) se considera a la
persona no imputable.

Sin embargo, como se ve, este criterio sólo se establece para tomar decisiones
jurídicas basándose a su vez en categorías o comportamientos que forman parte de la
psicopatología, lo que no soluciona el problema de la limitación de la normalidad. El
establecer que una persona es inimputable porque tiene una enfermedad mental, o
que tiene una enfermedad mental porque es inimputable no soluciona el dilema.

Criterios sociales e interpersonales

Exceptuando unas pocas formas extremas de comportamiento, existe un gran


relativismo cultural respecto a los trastornos “menores” de conducta. Las
investigaciones transculturales indican cómo conductas normales en una cultura se
vuelven patológicas en otras, lo que llevaría a que la definición de las psicopatologías
es una cuestión de normativa social, de consensos que se alcanzan en momentos y
lugares determinados. Este hecho ha llevado a algunos autores como Szasz incluso a
negar el trastorno mental, viendo a las clasificaciones psicopatológicas como meras
etiquetas para justificar el poder a través del control social. Esta posición, muchas
veces justificada por el “diagnóstico” indiscriminado de conductas que “sólo” eran
problemas sociales o modos de vivir pero que marcan a la persona para el resto de su
vida, tampoco ayuda a comprender mejor las conductas anormales. La solución sin
embargo vendría por estudiar más y ser preciso a la hora de establecer los criterios de
normalidad y supuestos que los fundamentan, y no tanto negar la existencia de los
trastornos psicológicos per se.

Este hecho (el de la adaptación a los modos de comportamiento esperables),


se ha utilizado también para la presencia de normalidad psicopatológica. En la medida
en que una persona se comporte, piense o sienta como lo hace su entorno o como
éste espera que se comporte, se considera normal. El tener sentimientos de eurofia o
alegría ante la muerte de un ser querido, o que un padre/madre de familia no sea
responsable y provoque inestabilidad económica y emocional a su familia, se
considera anormal o una consecuencia negativa de un problema psicopatológico
subyacente. De hecho, el restaurar la capacidad de adaptación y reenganchar a la
persona con su vida en su contexto (su rol) es un objetivo primordial del tratamiento e
intervención psicológica.

Sin embargo, el concepto de adaptabilidad de la conducta y su asociación con la


salud mental, no es siempre sencillo de determinar y a veces puede llevar a errores.
Este sería el caso, por ejemplo de la conducta disruptiva y violenta de un joven
perteneciente a un barrio marginal de una gran ciudad, donde la violencia y agresión
puede resulta muy adaptativo en el entorno donde está, permitiéndolo no sólo
integrarse sino comportándose con lo que se espera de su rol. Sería una inconsciencia
por parte del psicólogo desatender a su entorno e instruirle únicamente en técnicas de
comunicación asertiva en el contexto de una consulta para luego recolocarlo de nuevo
en su barrio.

Es por ello que la definición de adaptación social presenta casi tantos


problemas como la de psicopatología, no dando solución al problema que nos ocupa.
Un modo de solucionar este dilema pasa por atender a los condicionantes
ambientales, responsables de la aparición de problemas psicopatológicos, pero sin
perder de vista el papel activo del sujeto en su vida y del rango de acciones de los que
dispone. Si no, se acabaría alienando a la persona, dejándolo sin capacidad para
decidir y actuar en su mundo.

Criterios subjetivos

Si los criterios objetivos (estadísticos), normativos (legales) y consensuados


(sociales) no son apropiados para definir la anormalidad psicopatológica, una
alternativa que se propone es el uso de criterios meramente subjetivos. Si una persona
percibe una conducta como problemática, dañina, trastornadora o incapacitante, sería
indicativo de psicopatología, mientras que si el sujeto no lo percibe como tal no habría
problema psicopatológico. De esta manera, sería el propio sujeto el que dictamina
sobre su estado. El problema de esta concepción, es que presupone que la persona
siempre es consciente de sus problemas e incapacidades (insight). Pese a que
algunas veces sea así, existen multitud de cuadros donde esto no sólo no se da, sino
que por la definición del problema mismo es imposible (demencias, algunos estados
psicóticos y disociativos, etc.).

Por otro lado, el tener quejas o sentirse infeliz o angustiado por diferentes motivos,
o incluso ir al psicólogo, no implica tener problemas psicopatológicos, al igual que no
sentirse físicamente bien en algunos momentos o ir al médico no implica
necesariamente enfermedad (del mismo modo que la gente ve normal tener un médico
de cabecera e ir a citas de control o cuando preocupa alguna situación física, debería
ser normal tener un psicólogo de cabecera y consultar los problemas que preocupen).
El sufrimiento puede ser una reacción normal ante una situación estresante (en el
caso, por ejemplo, de una muerte o de un accidente).

Los criterios subjetivos de anormalidad también tienen otra limitación importante:


desatienden por completo el impacto en el entorno (familia, amigos, trabajo/educación)
de los diferentes estados psicopatológicos. En resumen, pese a que el criterio
subjetivo de malestar es importante e irrenunciable, es insuficiente tanto desde el
punto de vista explicativo como de análisis de las consecuencias derivadas de la
conducta objeto de estudio.

Criterios biológicos

Pese a que no existe en la actualidad ningún criterio biológico que determine la


anormalidad de una conducta o cuadro psicopatológico, se han propuesto a lo largo de
la historia multitud de criterios desde diferentes disciplinas biológicas que comparten
un supuesto básico: las diferentes psicopatologías son expresiones de alternaciones o
disfunciones del modo normal de funcionamiento, ya sea debido a problemas
estructurales o en los procesos biológicos que sustentan dichas estructuras. Asumir
una etiología orgánica como explicación última y exclusiva de la aparición de las
psicopatologías conlleva adoptar el término genérico de enfermedad mental para
categorizar dichos trastornos. El reduccionismo de la psicopatología a lo biológico
significa no sólo la imposibilidad de la psicología y psicopatología como actividad
científica, sino también de la psiquiatría, reduciendo su campo a la propia neurología
(de aquí la paradoja de que el modelo biológico y médico en psiquiatría sea el
dominante).

Dentro de estos criterios se encontraría el de desventaja biológica, nacido


desde la perspectiva evolucionista. Este criterio consideraría
anormal/enfermo/psicopatológico a cualquier condición que produjera menor
supervivencia de la especie y disfunciones en los mecanismos biológicos que no
ejecuten la función para la que fueron diseñados. Este criterio de desventaja biológica,
cae en la “falacia sociobiológica” al interpretar la evolución erróneamente por su
capacidad de dotar al organismo directa y únicamente de una tendencia a maximizar
sus capacidades.
El aceptar la dicotomía biológico contra psicológico para explicar el desarrollo y
mantenimiento de una condición clínica sería un error que volvería a establecer el
dualismo mente/cuerpo. Las personas somos animales biológicamente determinados
pero también seres sociales, con historias personales de aprendizaje que no son sólo
meros epifenómenos del funcionamiento biológico y por tanto tampoco reducible al
mismo. Incluso aunque se descubra una etiología orgánica de la psicopatología, no se
puede descartar sin más la intervención de factores estrictamente psicológicos o
sociales bien en la causa, bien en el mantenimiento o en las consecuencias derivadas
de la misma. En definitiva, los planos psicológicos y biológicos son complementarios e
igualmente necesarios para la comprensión de la psicopatología. Nota de ello es el
modelo bio-psico-social para la explicación de la naturaleza humana y sus
alteraciones, al menos cuando es bien entendido y no como una manera políticamente
correcta de seguir defendiendo el modelo médico (bio-bio-bio).

Una definición comprensiva e integradora de la anormalidad

La relatividad del concepto normalidad hacer necesario determinar el grado de


deterioro en el funcionamiento del individuo, así como evaluar el efecto de las
consecuencias de su conducta. Teniendo en cuenta todos los criterios anteriormente
mencionados, el concepto anormalidad vendría determinado por:

1) Criterio estadístico: la conducta anormal es infrecuente


2) Criterio subjetivo: la conducta anormal produce infelicidad/malestar
3) Criterio social: la conducta anormal es peligrosa para uno mismo o el entorno
4) Criterio biológico: la conducta anormal puede tener la presencia de alteraciones
orgánicas que guarden relación con déficits o excesos conductuales.

Un ejemplo de definición integradora de anormalidad psicopatológica podría ser la


definición de trastorno mental dada por la APA en el sistema clasificatorio DSM IV-TR:

Un trastorno mental es un síndrome o patrón psicológico o conductual clínicamente


significativo que ocurren en un individuo y que está asociado con malestar o
incapacidad presentes, o con un riesgo significativamente incrementado de sufrir
muerte, dolor, incapacidad, o una importante pérdida de libertad. Además este
síndrome o patrón no puede ser meramente una respuesta esperable o
sancionada culturalmente, a un suceso particular, por ejemplo, la muerte de un ser
querido. Cualquiera que sea su causa original debe ser considerado en la
actualidad una manifestación de una disfunción psicológica, conductual o biológica
en el individuo. Ni la conducta desviada ni los conflictos que exista primariamente
entre el individuo y la sociedad son trastornos mentales, a menos que la
desviación o el conflicto sean un síntoma de una disfunción en el individuo.

Modelos en Psicopatología

Los diversos criterios de anormalidad han ido moldeando las diferentes


perspectivas teóricas y los modelos generales, tratando de dar cuenta de diferentes
problemas presentes en la psicopatología. Sin embargo, no todos los modelos revisten
el mismo grado de cientificidad, y poder predictivo o explicativo.

En psicopatología, los modelos se definen como patrones o guías que permiten


controlar, desde los diferentes enfoques teóricos, el proceso de confección de
hipótesis, delimitar las variables de estudio y especificar métodos, técnicas, objetivos y
ámbitos de aplicación de la psicopatología. Dado que el grado de sistematización es
menor, la mayoría de modelos no son más que indicaciones sobre cómo proceder, no
pudiendo compararse en su grado de formalización con las teorías científicas. Por otro
lado, muchos modelos psicopatológicos destacan ciertos aspectos, haciendo que sea
difícil separarlos completamente unos de otros.

Los principales modelos que se abordarán se engloban en tres grandes


categorías: modelos bio-médicos, psicológicos y sociológicos.

Modelos bio-médicos

Esta perspectiva asume como principio fundamental que el trastorno mental es


una enfermedad, al igual que cualquier otra enfermedad física. Es decir, la causa
necesaria de la conducta anormal reside en una alteración o déficit
anatómico/funcional del cerebro, causado por factores genéticos, infecciosos,
traumático, etc. Las enfermedades resultantes pueden ser clasificadas en infecciosas,
sistémicas o traumáticas, incluyéndose las mentales dentro de las sistémicas.

Este modelo tiene una gran influencia a partir de los años 50 del siglo XX
debido a la síntesis de distintas drogas psicotrópicas usadas como tratamiento en
diversos trastornos (ansiolíticos, antidepresivos, antipsicóticos, etc.).
Dentro de esta concepción, tiene gran relevancia el desarrollo de nosologías,
habiéndose diferenciado dos tipos de trastornos, unos con causa orgánica clara
(trastornos mentales orgánicos como el Alzheimer), y otros donde no hay indicios
claros de tales causas (trastornos mentales funcionales). Pese a que las técnicas
diagnósticas más apropiadas para este modelo serían las biológicas, dado que no
existen bases claras y definitorias para la mayoría de los trastornos, generalmente
estas técnicas diagnósticas se reducen a la entrevista clínica.

Dada la asunción biológica de este modelo, la psicopatología bio-médica se ha


desarrollado en el campo de la psiquiatría, donde se han utilizado conceptos centrales
como los siguientes:

1. Signos: indicador objetivo de un proceso orgánico anómalo.


2. Síntomas: indicador subjetivo de un proceso orgánico y/o funcional. Es la
unidad mínima descriptible en psicopatología y pueden clasificarse en
primarios y secundarios.
3. Síndrome: Conjunto de signos y síntomas que aparecen en forma de cuadro
clínico.
4. Enfermedad: Estructura totalizante en la que adquieren sentido los fenómenos
particulares y que dota de explicaciones al médico para comprender la
etiología, pronóstico y tratamiento.

Respecto al abordaje terapéutico de los modelos bio-médicos, éste es de corte


biológico, como son los tratamientos farmacológicos, la terapia electro-convulsiva o
TEC y la neurocirugía.

Pese a que este modelo tiene bastantes virtudes (atender a las posibles bases
orgánicas de los trastornos, así como de las consecuencias biológicas de los mismos,
o aportar abordajes farmacológicos bien cuando otras técnicas son insuficientes, bien
como tratamiento coadyuvante), el modelo biológico también tiene varios problemas y
limitaciones. La mayor de todas estas limitaciones, es la propensión a ver la conducta
humana exclusivamente en términos biológicos. Además, la aceptación rígida de este
modelo tiende a considerar al individuo como alguien pasivo (o paciente), que no es
responsable del inicio, mantenimiento o resolución del trastorno y por tanto nada
puede (ni debe) hacer para cambiar su situación, más que adherirse al tratamiento
farmacológico.
Modelos psicológicos

Modelos dinámicos

Los modelos dinámicos pueden considerarse modelos a caballo entre los bio-
médicos y los psicológicos ya que, pese a que asume que los procesos psicológicos
constituyen la causa de los trastornos mentales, mucho de sus postulados centrales,
son equivalentes a los defendidos por los modelos bio-médicos.

Para estos modelos, la causa necesaria de la conducta anormal vendría


determinada por los conflictos inconscientes entre las diversas partes del psiquismo,
adquiridos por el mantenimiento de ansiedades y defensas propias de un estado
evolutivo psicosexual no resuelto. Es por ello, que el proceso diagnóstico para los
modelos psicodinámicos se basa en conocer la naturaleza del conflicto subyacente
que genera los síntomas. Desde esta posición, tratar los síntomas no solucionaría el
problema, sino que derivaría en cambios sintomatológicos hasta que se atacara a la
causa subyacente.

Como puede apreciarse, la aproximación psicodinámica se ha dotado a lo largo


de su existencia de distintos constructos teóricos desde los que abordar el estudio de
la psicopatología. Entre los conceptos básicos estarían la estructura del psiquismo (id,
ego, super-ego), los etapas del desarrollo psicosexual (fase oral, anal, fálica, latente y
genital) o los mecanismos de defensa (proyección, condensación, disociación,
racionalización, negación, etc.).

Dada la naturaleza intrapsíquica de los trastornos mentales, el abordaje


terapéutico es psicológico, basado principalmente en la consecución del insight,
mediante el cual la persona llega a ser consciente del conflicto subyacente y por lo
tanto consigue librarse de las ansiedades subyacentes que provocaban la
sintomatología. Dentro de los modelos psicodinámicos están técnicas de tratamiento
como la asociación libre o la interpretación de sueños y actos inconscientes (lapsus).

Si bien el modelo psicodinámico ha sido de los primeros en poner el foco de los


trastornos mentales en el psiquismo en sentido amplio, este modelo se basa a menudo
en supuestos incomprobables e infalsables, no habiendo sido muchos de ellos
definidos explícitamente, lo que hace que sean además poco operativos.

Modelos conductuales
La madurez alcanzada por la psicología del aprendizaje (condicionamiento
clásico y operante) y la insatisfacción con el estatus científico y el modo de proceder
del modelo bio-médico y dinámico, determinaron el surgimiento con fuerza del modelo
conductual en psicopatología y su visión como alternativa teórica en psicopatología.

Dentro de los modelos conductuales, se establece que las conductas


anormales no se diferencian de manera esencial de las normales sino que se basan
en hábitos desadaptativos adquiridos mediante procesos de aprendizaje (ya sea
clásico u operante) de conductas específicas. Es por ello, que la función del psicólogo
no es la clasificación artificiosa de tales conductas sino la evaluación de la relación
sujeto-ambiente, del análisis funcional de la conducta. Este análisis, se basa en el
modelo ABC según el cual toda conducta operante (motora, emocional o cognitiva) se
da en un contexto de relaciones funcionales, donde adquiere sentido debido a las
consecuencias que produce en dicho contexto. Este enfoque es por tanto dimensional
o crítico con el concepto de enfermedad aplicado al comportamiento.

Como es de esperar, los modelos conductuales se basan en los principios de


aprendizaje, siendo los mecanismos de aprendizaje (Reforzamiento +/- y castigo +/-) y
programas de reforzamiento parte de sus constructos teóricos básicos.

1. Programas simples
a. Razón: El ref. depende sólo del número de conductas
b. Intervalo: El ref. depende del tiempo trascurrido tras el último reforzador
c. Tasa: El ref. depende del tiempo transcurrido entre conductas
2. Programas compuestos
a. Programas alternados
i. Mixto: El ref. aparece cada vez que se cumple el criterio de cada
uno de los componentes sin que se avise del cambio del mismo
ii. Múltiple: Igual que el mixto pero con aviso de cambio de
componente.
b. Programas secuenciales
i. Tándem: El ref. aparece sólo tras cumplir los criterios de todos
los componentes, sin aviso del cambio del mismo.
ii. Encadenado: Igual que el tándem pero con aviso del cambio

En cuanto al tipo de abordaje terapéutico, estos modelos se basan en la


intervención psicológica mediante diferentes tipos de terapia de conducta o de
modificación de conducta, centrada en la detección de situaciones, desarrollo de
habilidades y manejo de las contingencias relacionadas con la conducta.

Dadas las críticas a la falta de atención de algunos modelos conductuales a


factores cognitivos, la tendencia actual dominante es un reconocimiento creciente de
los mismos, caminando a una dirección que los va acercando poco a poco a los
modelos cognitivos (cognitivismo metodológico). Este cambio de dirección tiene el
inconveniente de salirse de la vía metodológica original de los modelos conductuales,
centrada en el objetivismo (cognitivismo epistemológico).

Modelos cognitivos

Los modelos cognitivos consideran al ser humano como un ser autoconsciente,


activo y responsable que no se haya inexorablemente ligado a los condicionantes
ambientales ni a la lucha por la adaptación pasiva al medio. Es por ello que el objetivo
de la psicopatología desde estos modelos es el análisis de las estructuras y procesos
de conocimiento que controlan la aparición de comportamientos anómalos y no las
conductas problemáticas en sí, prefiriendo hablar de “experiencias anómalas”. Es
decir, la causa subyacente de la conducta anormal estaría en los esquemas o
representaciones disfuncionales del mundo (estructura) o en los déficits del
procesamiento de la información (función).

Esta concepción de la conducta anormal hace que el proceso diagnóstico se


base en el estudio de fenómenos subjetivos sólo accesibles a la introspección. Es
decir, el estudio las representaciones cognitivas del mundo que tiene la persona. Sin
embargo, estos modelos no dejan de considerar imprescindible la actuación del sujeto
en el mundo, centrándose tanto en cómo se elabora la información como en qué se
elabora.

Como en otros modelos, los cognitivos también aportan sus constructos


teóricos básicos como son

1. Sistema de creencias: conjunto de cogniciones sobre la visión del mundo que


determina las explicaciones que aceptamos y articulamos acerca de la
experiencia humana.
2. Esquema cognitivo: Representación mental estereotipada más o menos
estable asociada a ciertas situaciones.
3. Expectativas: Valoración subjetiva de la posibilidad de alcanzar un objetivo
particular.
4. Disonancia: tensión creada por el mantenimiento de dos cogniciones en
conflicto o por un comportamiento contrario a una cognición.

El abordaje terapéutico de este tipo de modelos es psicológico, centrado en las


modificaciones de los esquemas cognitivos disfuncionales. Dentro de los modelos
cognitivos podrían diferenciarse dos tipos de terapia: Terapia Racional Emotiva (Ellis)
y la Terapia Cognitiva (Beck).

La TRE tiene como objetivo no solo tomar conciencia de las creencias irracionales,
sino también su sustitución activa por creencias más racionales anti-exigenciales y
anti-absolutistas, así como su puesta en práctica conductual mediante tareas fuera de
la consulta. La TRE usa un esquema ABC, que poco tiene que ver con el de los
modelos conductuales en el que “A” representa los acontecimientos antecedentes de
las consecuencias emocionales y conductuales (C), mediados por las creencias y
pensamientos irracionales (B) de la persona, siendo estos factores mediacionales los
responsables principales y más directos de tales consecuencias. La Terapia Cognitiva
destaca las distorsiones cognitivas como factores clave, centrando la mayor parte del
esfuerzo en producir cambios a ese nivel. Por tanto, el tratamiento irá encaminada a
cambiar esas distorsiones para que las creencias del sujeto sean más funcionales. El
cambio, eso sí, ha de ser experimentado; si se incorporan nuevas formas de ver el
mundo, éstas han de validarse, experimentarse (pruebas de realidad).

Los modelos cognitivos son una vuelta a la introspección y a la conciencia, si bien


con una metodología y marcos teóricos mejorados gracias a las aportaciones de los
modelos anteriores. Sin embargo dada, por un lado, la importancia clave de la relación
entre las conductas cognitivas y el contexto del sujeto, así como de las pruebas de
realidad necesarias en el tratamiento; y el interés experimentado por los modelos
conductuales por la conducta verbal y su relación funcional con el entorno, ambos
modelos tienen muchas veces fronteras difusas que no siempre están claras.

Modelos sociológicos

Debido a la gran variación de la conducta considerada patológica a lo largo de


la historia y de las diferentes culturas, estos modelos plantean que la conducta
psicopatológica no es más que aquella derivada de los conflictos sociales y de la
desintegración de la sociedad en diferentes estratos. Es por ello, que la conducta
anormal no sería más que una manera de designar socialmente aquellos
comportamientos minoritarios que producirían conductas desadaptativas.

Dado este punto de vista, la función de la psicopatología sociológica sería


analizar las estructuras de las diferencias sociales que provocan la aparición de tales
conductas para intervenir tanto a nivel micro-social (psicoterapia grupal y procesos
ecológicos) como macro-social (ingeniería social). Dentro de estos modelos se
manejan distintos constructos sociológicos como pueden ser la estructura social, las
instituciones, la desigualdad, etc.

El Modelo Bio-psico-social: el modelo de diátesis del estrés

Por último, cabría hablar del modelo de diátesis del estrés o modelo bio-psico-
social. A la vista de los diferentes modelos psicopatológicos, parece obvia la
importancia del ejercicio de una metodología multidisciplinar, donde cada modelo
tiende a enfatizar un aspecto de la problemática psicopatológica.

Como se ha visto previamente, las personas somos animales biológicamente


determinados pero también seres sociales, con historias personales de aprendizaje
que no son sólo meros epifenómenos del funcionamiento biológico, reducibles al
mismo. Los factores psicológicos, biológicos y sociales son complementarios e
igualmente necesarios para la comprensión de la psicopatología y tratamiento. Dentro
de este modelo, los trastornos se producirían como consecuencia de la conjunción
entre la vulnerabilidad del individuo a padecer dicho trastorno, y los factores que lo
desencadenan, que tienen un efecto estresante sobre el organismo.

Sin embargo, esta vulnerabilidad no ha de entenderse como mera


vulnerabilidad biológica genéticamente determinada, sino más bien como una
construcción histórica u ontogenética en el individuo a partir de los factores biológicos
(genéticos, tóxicos, traumáticos, etc.), psicológicos (susceptibilidad estimular,
mecanismos de afrontamiento, etc.) y sociales (soporte social, etc.). Estos factores de
vulnerabilidad o riesgo, se complementan con los factores de protección, ambos
interactuando con el entorno provocando el inicio de problemáticas cuyo curso
depende a su vez de las consecuencias biológicas, psicológicas y sociales de dichos
trastornos. Este modelo rompe la división cuerpo/comportamiento o cuerpo/mente,
entendiendo que no sólo los factores biológicos pueden ser importantes o
determinantes en los trastornos mentales sino que los factores psicológicos también
son importantes en las enfermedades médicas.

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