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Bueno, después de los extenuantes cálculos, por fin he terminado la primera etapa de

Construcción de Mundos. Y ha sido una tarea agotadora, de verdad.


Al mismo tiempo, he aprendido mucho del proceso. No sólo en términos informativos,
realizando más cálculos matemáticos durante tres días de los que hubiese querido en todo un
año. El aprendizaje más sustancial guarda relación con las diferencias entre la fantasía y la
ciencia ficción como géneros literarios.
Es difícil ambientar un mundo de fantasía en un ecosistema planetario distinto al
terrestre. Si careces de conocimientos científicos complejos, tu planeta artesanal debiera ser
similar a la Tierra, para poder ambientar tu relato en espacios como bosques, montañas nevadas,
planicies, etcétera. La Tierra es un ecosistema compuesto por una enorme cantidad de factores
pequeños y detalles muy sutiles. La mayoría de los relatos de ciencia ficción que se ambientan
en planetas construidos responden a un afán especulativo. Buscan desarrollar ideas o
posibilidades teóricas en relación a lo que podría ocurrir, por ejemplo, a una forma de vida
sustentada sobre una atmósfera de amoniaco.
Aún mundos como Athas (mundo desértico del escenario de campaña Sol Oscuro, para el juego
de rol AD&D) o Arrakis (creación de Frank Herbert, para Dune), que se caracterizan por
mostrar ambientes extremos de aridez y calor, muestran desiertos de tipo terrestre. Un
ecosistema demasiado diferente al nuestro no sólo implica maniobras técnicas y creativas
mucho más complejas para el autor/autora, sino para los eventuales lectores.
Por tanto, la primera ley que podemos establecer es la siguiente: En fantasía, el mundo creado y
sus características deben responder a las necesidades narrativas del escritor. En ciencia ficción,
la narración puede responder a las características del mundo narrado.
Si mis temas a explorar durante la obra fuesen la adaptabilidad del ser humano a las dificultades
de su medio o la lucha por la supervivencia en un entorno hostil, desde luego que hubiese
construido un mundo con alta actividad volcánica, sin desviación axial o, un favorito personal,
un mundo de marea fijada (la expresión en inglés es tidal locked) donde el mundo tiene dos
caras, una en día eterno y otra en perpetua noche. Para mundos donde la dualidad es un motivo
constante, sería una experiencia muy divertida. Pero no son mis temas, al menos por ahora. Y
mi mundo debe responder a mis necesidades como narrador.
También aprendí que la extrañeza no es sinónimo de extravagancia. Elementos cósmicos
demasiado extraños sólo producen situaciones que, si bien resultan imaginativas, disienten de la
poderosa imagen mental que tengo en relación a mi historia. Los insectos gigantes de un mundo
con una atmósfera con altos niveles de oxígeno podrían dar paso a una gama de monstruos
formidables, pero disiente con mi imagen más medieval, más tradicional. Y los Caballeros de la
Mesa Redonda perdidos en el Parque Jurásico (o, más exactamente, en el Parque Carbonífero)
no son mi idea de una historia de fantasía épica. Repito: al menos, por ahora.
Hay, asimismo, otros aprendizajes más sutiles. Ahora tengo una Tierra propia, sin mayores
extrañezas, a una distancia prudente de su sol como para albergar vida humana, sin grandes
alteraciones y con una sola luna. Podría haber sido más imaginativo, como Weis y Hickman, y
agregar tres lunas a mi mundo, porque es difícil negar lo hermosas que se ven en el cielo
nocturno, y como imagen poética. Después de todo, es fantasía y lo que importa en el género es
la plausibilidad, no el realismo. Pero en ese aspecto, el problema soy yo. Porque soy yo quien
no lo cree. Parte del trabajo del escritor reside en convencerse a si mismo de la verosimilitud y
la plausibilidad de lo que está contando y, en esa instancia, resulto ser un lector más cientificista
y exigente de lo que creía en un comienzo. Me gusta la información concreta, los datos duros y
creo que la próxima vez que lea las Crónicas de la Dragonlance estaré seriamente preocupado
por la seguridad del Perechon, la capitana Maquesta y su contramaestre minotauro. Hay mareas
más peligrosas en los océanos de Krynn que el Mar de Sangre, o debiera haberlas. Al menos
para mí.
Me gustaría pensar que esa capacidad para autoconvencerme de la plausibilidad de mi mundo
artesanal, y la sistematicidad del trabajo realizado, pueden traspasarse al lector y así dar vida un
relato franco y sólido. Hay escritores arquitectos y escritores jardineros, dice George R. R.
Martin. Yo soy un arquitecto. Me gustan las estructuras bien planificadas antes de habitarlas. No
hay mejores ni peores actitudes ante el material de base. Responden a necesidades diferentes.
La última lección que obtuve del proceso es una de las más satisfactorias. Por alta que sea la
similitud entre mi mundo artesanal y la Tierra, no es la Tierra. Es mi planeta estadístico y
artesanal, en un sistema solar muy similar a este que habitamos, pero no es nuestro sistema
solar. El sol de mi mundo es una enana amarilla igual que nuestro sol, pero no es nuestro sol.
(También porque mi sol es una estrella G1 y el sol terrestre es una G2). Con el respeto que me
merecen Tolkien o Martin, no quería que mi mundo fuese leído como una mera extrapolación
de la Tierra. En Tolkien, esta extrapolación era en cierto modo deliberada. El maestro inglés
proponía, en forma tangencial, una nueva mitología para nuestro mundo, desde su creación
secundaria. Por lo que en cierto modo, y a diferencia de Martin, el problema es responsabilidad
suya. Hay críticos que leen a Martin y comparan directamente a los hombres de las Islas de
Hierro con los vikingos, a los Lannister con los Lancaster ingleses y a los Stark, desde luego,
con la Casa de York. Y olvidan que, si bien Martin se inspiró en elementos y datos históricos
para crear su mundo artesanal, el mundo donde se ubica Poniente no es nuestro mundo. Es una
extrapolación indirecta, no literal. Por supuesto, como escenografía medieval, es muy probable
que mi mundo termine siendo muy similar a la Europa de nuestro mundo. Pero la creación de un
mundo secundario con características independientes me permite salir un poco del juego
tradicional y abrir nuevas posibilidades, sin perder el sentido de familiaridad necesario para la
apertura del relato.
Es el atrezzo, el decorado básico, lo que hace el género en la épica fantástica. Pero el planeta no
es el mismo. Y eso es para mí un logro grande y tranquilizador. Me libera mucho.

Para los interesados en el proceso, al menos hasta este punto, los libros que me sirvieron como
referencia son GURPS Space, cuarta edición, que es notablemente sencillo y facilita mucho la
labor estadística, reduciendo fórmulas complejas a términos que un simio aritmético como yo
puede trabajar y aún entretenerlo y el descorazonador World Building, de Stephen Gillett, que se
encarga de abrir posibilidades para la narración de ciencia ficción dura, con estadísticas y
cálculo muy detallado (demasiado para los legos), mientras echa por tierra muchas otras
posibilidades entretenidas, como una Tierra con anillos. Un libro cruel, sin duda, pero necesario
como referencia del arquitecto. Si les gusta la fantasía romántica, evítenlo con premura.

Ahora, a poblar las estadísticas. Espero verlos luego por aquí y que estas divagaciones les
resulten útiles, de cualquier forma.

Hasta pronto.

Miguel Sandoval.
Santiago, 8 de enero, 2012.

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