Está en la página 1de 2

Malvinas: Piñera prefiere a Londres

Por Pablo Esteban Davila


La Argentina parece ser un verdadero quebradero de cabezas para los mandatarios extranjeros.
Ahora le tocó el turno al presidente chileno quien, en su visita a Gran Bretaña, tuvo que
responder con una evasiva la siguiente pregunta, verdaderamente inoportuna para su triunfal
gira por Gran Bretaña:
Periodista: ¿Qué opina usted de los ejercicios militares que Inglaterra realiza en las Malvinas?
Presidente: No nos corresponde opinar. Chile siempre ha tenido una amistad histórica con
Inglaterra, desde los tiempos de la Independencia (… ) Bernardo O’Higgins estudió y vivió en
Inglaterra y el jefe de nuestra primera escuadra el que hundió dos veces la flota española,
Thomas Cochrane, también era inglés…
La malsana ironía es inevitable. Es cierto que Cochrane hundió la flota española en el siglo
XIX, pero no lo es menos que Sandy Woodward (tan inglés como Cochrane) mandó a hundir al
A.R.A General Belgrano apenas 28 años atrás. Es decir, Sebastián Piñera eludió con bastante
dificultad el proporcionar una definición que, por estos días, es de suma importancia para la
relación bilateral con la Argentina.
Debe recordarse que Chile no fue neutral en el conflicto de 1982. El dictador Augusto Pinochet
apoyó a la flota inglesa con todos los medios a su alcance, proporcionándole inteligencia militar
y un territorio amigo al cual dirigirse en caso de emergencia. El escritor británico Nigel West
relata en su bien documentado libro “The secret war for the Falklands” que los comandos SAS
(por Special Air Service) que debían destruir los aviones Super Etendart en la base aeronaval de
Río Grande tuvieron que dirigirse a las apuradas hacia Punta Arenas cuando fueron
descubiertos por los argentinos, en una operación con ribetes novelescos codificada como
“Mikado”. Posteriormente, aquellos soldados fueron trasladados a Londres tras haber sido
huéspedes de honor en Santiago. El episodio revela hasta qué punto las relaciones entre Chile y
Gran Bretaña fueron de cooperación mientras nuestro país se batía en un duelo a muerte por la
posesión de las Malvinas. La democracia chilena intentó remediar aquella triste rémora. Desde
Patricio Aylwin en adelante, los gobiernos de la concertación apoyaron sin medias tintas las
posiciones argentinas, alineándose con la unanimidad latinoamericana observada desde la
guerra. Los recientes subterfugios mediáticos de Piñera parecen un retroceso desafortunado en
esta línea.
Claro que, desde este lado de los Andes, mucho se ha contribuido para esta regresión. La
reciente decisión del gobierno argentino de no extraditar al terrorista Galvarino Apablaza
(acusado de asesinar al senador Jaime Guzmán) ha caído como un balde de agua fría sobre la
diplomacia chilena. El impacto de esta decisión no es hipotético. Por caso, quienes deseen
rebobinar las emocionantes imágenes del rescate de los 33 mineros, podrán analizar el orden
elegido por Piñera en su último discurso para agradecer a los presidentes que le hicieron llegar
su apoyo. La mención al primer ministro británico David Cameron antecede, por mucho, a un
lacónico saludo a la “presidenta Fernández, de Argentina”, uno de los últimos dignatarios en
ser nombrados. Tal orden de prelación no es en absoluto casual. Nuestro país, desde la
perspectiva chilena, se encuentra a la misma profundidad que los mineros rescatados, aunque
nadie quiera allí construir una Fénix 2 para traerla a la superficie de las relaciones
internacionales.
La reticencia de Piñera en denunciar una nueva agresión de Inglaterra a los derechos
argentinos en Malvinas es una claudicación geopolítica de su parte, pero revela el alto precio
que la Nación está pagando por una política internacional errática e intrascendente. Héctor
Timerman, lejos de atender los altos intereses que las relaciones exteriores reclaman, parece
más preocupado en twittear zonceras antes que sugerir a la presidente algún lineamiento
decoroso en la materia. Nada permite ser indulgente con el canciller: con el caso Apablaza, y en
apenas quince días, logró distanciar a un cada vez más prestigioso vecino geográfico, dinamitar
las pretensiones de extradición de los iraníes involucrados en la voladura de la Amia y, de yapa,
brindar la coartada perfecta para que el ascendente presidente chileno se abstuviera de
condenar las maniobras militares inglesas en el Atlántico Sur. Tres al hilo. ¿Se vanagloriará de
esto en el Twitter? Todo es posible.

También podría gustarte