La Argentina parece ser un verdadero quebradero de cabezas para los mandatarios extranjeros. Ahora le tocó el turno al presidente chileno quien, en su visita a Gran Bretaña, tuvo que responder con una evasiva la siguiente pregunta, verdaderamente inoportuna para su triunfal gira por Gran Bretaña: Periodista: ¿Qué opina usted de los ejercicios militares que Inglaterra realiza en las Malvinas? Presidente: No nos corresponde opinar. Chile siempre ha tenido una amistad histórica con Inglaterra, desde los tiempos de la Independencia (… ) Bernardo O’Higgins estudió y vivió en Inglaterra y el jefe de nuestra primera escuadra el que hundió dos veces la flota española, Thomas Cochrane, también era inglés… La malsana ironía es inevitable. Es cierto que Cochrane hundió la flota española en el siglo XIX, pero no lo es menos que Sandy Woodward (tan inglés como Cochrane) mandó a hundir al A.R.A General Belgrano apenas 28 años atrás. Es decir, Sebastián Piñera eludió con bastante dificultad el proporcionar una definición que, por estos días, es de suma importancia para la relación bilateral con la Argentina. Debe recordarse que Chile no fue neutral en el conflicto de 1982. El dictador Augusto Pinochet apoyó a la flota inglesa con todos los medios a su alcance, proporcionándole inteligencia militar y un territorio amigo al cual dirigirse en caso de emergencia. El escritor británico Nigel West relata en su bien documentado libro “The secret war for the Falklands” que los comandos SAS (por Special Air Service) que debían destruir los aviones Super Etendart en la base aeronaval de Río Grande tuvieron que dirigirse a las apuradas hacia Punta Arenas cuando fueron descubiertos por los argentinos, en una operación con ribetes novelescos codificada como “Mikado”. Posteriormente, aquellos soldados fueron trasladados a Londres tras haber sido huéspedes de honor en Santiago. El episodio revela hasta qué punto las relaciones entre Chile y Gran Bretaña fueron de cooperación mientras nuestro país se batía en un duelo a muerte por la posesión de las Malvinas. La democracia chilena intentó remediar aquella triste rémora. Desde Patricio Aylwin en adelante, los gobiernos de la concertación apoyaron sin medias tintas las posiciones argentinas, alineándose con la unanimidad latinoamericana observada desde la guerra. Los recientes subterfugios mediáticos de Piñera parecen un retroceso desafortunado en esta línea. Claro que, desde este lado de los Andes, mucho se ha contribuido para esta regresión. La reciente decisión del gobierno argentino de no extraditar al terrorista Galvarino Apablaza (acusado de asesinar al senador Jaime Guzmán) ha caído como un balde de agua fría sobre la diplomacia chilena. El impacto de esta decisión no es hipotético. Por caso, quienes deseen rebobinar las emocionantes imágenes del rescate de los 33 mineros, podrán analizar el orden elegido por Piñera en su último discurso para agradecer a los presidentes que le hicieron llegar su apoyo. La mención al primer ministro británico David Cameron antecede, por mucho, a un lacónico saludo a la “presidenta Fernández, de Argentina”, uno de los últimos dignatarios en ser nombrados. Tal orden de prelación no es en absoluto casual. Nuestro país, desde la perspectiva chilena, se encuentra a la misma profundidad que los mineros rescatados, aunque nadie quiera allí construir una Fénix 2 para traerla a la superficie de las relaciones internacionales. La reticencia de Piñera en denunciar una nueva agresión de Inglaterra a los derechos argentinos en Malvinas es una claudicación geopolítica de su parte, pero revela el alto precio que la Nación está pagando por una política internacional errática e intrascendente. Héctor Timerman, lejos de atender los altos intereses que las relaciones exteriores reclaman, parece más preocupado en twittear zonceras antes que sugerir a la presidente algún lineamiento decoroso en la materia. Nada permite ser indulgente con el canciller: con el caso Apablaza, y en apenas quince días, logró distanciar a un cada vez más prestigioso vecino geográfico, dinamitar las pretensiones de extradición de los iraníes involucrados en la voladura de la Amia y, de yapa, brindar la coartada perfecta para que el ascendente presidente chileno se abstuviera de condenar las maniobras militares inglesas en el Atlántico Sur. Tres al hilo. ¿Se vanagloriará de esto en el Twitter? Todo es posible.