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Scance, Ramiro
Aun actualmente y a pesar de todo el acervo de producción teórica del que se puede dar
cuenta en el campo, suele ser un discurso de la “opinión popular” que el feminismo es una
lucha de mujeres para mujeres y, más tristemente, autorxs con trayectoria en el campo
siguen aplicando, sin tener en cuenta las implicancias prácticas de esta toma de posición,
una teoría sobre las relaciones de poder entre los géneros que tiene por axioma “la
dominación de la mujer por el hombre”. En efecto, solemos leer conceptualizaciones muy
abarcadoras acerca del concepto de género a modo de introducción de obras que adolecen
de implicancias teóricas y prácticas del uso de ideas binarias y sexistas del género.
Veremos a lo largo de este trabajo por qué se puede decir que ésta es una “versión”
simplista del feminismo y las repercusiones que puede tener adoptarla. A modo de ejemplo
de tal se puede citar una serie de pasajes y frases obtenidos de diversos medios:
Frase enunciada por una compañera militante feminista: “¡no entiendo por qué un hombre
quiere ir a una clase de autodefensa feminista!”
Cita a Lamas (1995) extraída del trabajo de Batthyany (2004) Cuidado infantil y trabajo ¿un
desafío exclusivamente femenino?:
las personas dominadas, o sea las mujeres, aplican a cada objeto del mundo (natural y
social) y en particular a la relación de dominación en la que se encuentran atrapadas,
esquemas no pensados de pensamiento que son el producto de la encarnación de
esta relación de poder en la forma de pares (alto/bajo, grande/pequeño,
afuera/adentro, recto/torcido, etcétera) y que por lo tanto las llevan a construir esta
relación desde el punto de vista del dominante como natural (p.27).
La vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente
profundamente, la cual podría corresponder o no con el sexo asignado al momento del
nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo (que podría involucrar la
modificación de la apariencia o la función corporal a través de medios médicos,
quirúrgicos o de otra índole, siempre que la misma sea libremente escogida) y otras
expresiones de género, incluyendo la vestimenta, el modo de hablar y los modales
(2007, p.6).
Esto nos habilita para pensar en la existencia de géneros hegemónicos y subalternos. Los
hegemónicos serían aquellos que son reconocidos por la sociedad como tales y que
reproducen la ideología dominante. Los subalternos, son aquellos que, desde la perspectiva
ideológica dominante, son vistos como desviaciones o patologías, como lo anormal y aquello
que se debe corregir. De más está decir que la ideología establece relaciones de poder y
dominación entre estos géneros, que se basa en el disciplinamiento de los cuerpos a través
de la sanción y del agenciamiento. Bolla aporta: “La generización es así un efecto específico
de la ideología, que ya no provee un efecto-de-sujeto, a secas, sino un efecto-de-sujeto-
generizado, que ocupará ciertas posiciones diferenciales en la estructura” (2015, p.6). Como
géneros hegemónicos podemos mencionar a “La mujer” y “El hombre”, generalmente
asimilados a “femenino” y “masculino”. Estas son las dos versiones de la distinción sexual
que la ideología dominante reconoce como “naturales”, la cual establece también roles y
tipos identitarios para cada uno de estos polos. Toda aquella manifestación del género que
escape a estos roles y tipos identitarios serán tratados como anormalidades que deben ser
corregidas, sino exterminadas.
En este sentido, la popular frase “el machismo mata a la mujer” podría ser propuesta como
errónea, pues, éste se asienta sobre definiciones prototípicas acerca de una bicariedad
genérica. Es decir, la definición de "El Hombre" y de "La Mujer" es uno de los fundamentos
sobre los que se constituye toda la significación machista. Ergo, si el machismo "matara a la
mujer" necesariamente estaría talando una de las patas sobre la que se sostiene. El
machismo no mata a la mujer, sino que mata, elimina aquello que es diferente a sus
postulados, lo que subvierte su ideología. Aquello que no entra dentro de los marcos de
inteligibilidad que este propone. De allí que las víctimas del machismo no sean solamente
mujeres y que haya mujeres que sean “agentes” del machismo.
Es justo en este punto donde ponemos en claro por qué decimos que las frases y pasajes
anteriormente mencionados son sexistas: ellos se sustentan sobre una conceptualización
binaria del género, tal como propone la ideología patriarcal, por ello siempre refieren a
“hombres y mujeres”. De este modo no hacen más que reproducir la ideología dominante y
contribuir a la violencia categorial que de esta se desprende. El género se ve reducido
entonces a “El hombre y La mujer”. Se niega la posibilidad a la existencia de una alteridad
muy rica entre hombres y mujeres, además de desconocer la existencia de otros géneros
como la transexualidad, la intersexualidad, el transgénero, etc. Se nota que estas citas
adolecen de prejuicios acerca de lo que un hombre debe ser (por ejemplo, una persona que
no necesita clases de autodefensa), la asunción de que el feminismo es territorio exclusivo
para mujeres, la simplificación de la dominación patriarcal a la dominación de la mujer,
desconociendo la triste realidad de tantas identidades genéricas que sufren la violencia
machista. Por otro lado, al reducir el género al sexo se comete el error de pensar a ambos
géneros binarios como dos mundos completamente distintos, perdiéndose la posibilidad de
estudiar las relaciones que éstos guardan, que como hemos dicho anteriormente, son
dialécticamente constitutivas e interdependientes. Se piensa entonces que un género nada
tiene que ver con el otro y se contribuye a dar soporte a una perspectiva ahistórica e
inmutable acerca de la diferenciación sexual. Así, un “Hombre” no podría hablar de “La
mujer” pues, él no podría conocer la experiencia femenina, debido a que carecería de los
órganos necesarios. Pero la realidad es que no existe “La experiencia femenina”, en tanto,
no existe “La mujer”. Existen variedad de mujeres y tantas experiencias femeninas como
personas hay en el mundo. El problema no se trata aquí de quién dice qué cosa sobre tal
género, sino de lo que dice en sí mismo. Una teoría sobre la experiencia femenina no es
más válida si la escribe una mujer. Cuál es el género de quién escribe es irrelevante, lo
importante es lo que se dice. Planteamos entonces que la teoría lacaniana sobre el falo y la
feminidad no sería más válida si Lacan se hubiera definido como mujer, sería exactamente
lo mismo. Esto contribuye a nuestra intención de dejar de pensar en términos de cuerpos
(mujeres y hombres) para empezar a hablar en términos más complejos y abstractos, como
puede ser la diferenciación entre machismo y feminismo (sin limitarnos a tal binarismo). En
efecto no importa si fulanx es mujer o varón, sino si su ideología es machista o no y en qué
situaciones lo es.
Esto es algo que a muchos colectivos feministas les cuesta comprender. Borremos los
encasillamientos del género -Mujer, Hombre, Transexual, Queer, etc.- y analicemos lo que
se dice acerca del género y lo que se actúa. Las diferencias podrán notarse del mismo
modo, o incluso de un modo menos prejuicioso. Si no aceptamos de una vez que un
constructo teórico como el de género no es más que una generalización exagerada que nos
ayuda a comprender la realidad pero que lejos está de ser la realidad misma, entonces
nunca vamos a salir del conflicto que se genera entre el género del sociólogo y la identidad
genérica de una persona particular. Entonces en tanto estemos analizando los discursos
acerca del género que se comparten socialmente, no debemos hacer referencia a la
identidad genérica de aquellos enunciantes, pues sino estamos asumiendo que lo que se
dice solo tiene efecto y es válido para quien lo dice. Pensemos en los errores que se
producen por actuar de este modo: estamos acostumbrados a que a determinados
enunciados como el de “las mujeres son más sensibles” le siga un análisis que se basa en la
identidad genérica del enunciante, por ejemplo, si lo dice una Mujer se dirá que ese
enunciado es efecto de haber incorporado el discurso dominante patriarcal, se focalizará en
la idea de la víctima; si en cambio lo dice un Hombre, se dirá que se debe a que éste es un
agente del machismo y que lo hace para reafirmar su poderío sobre la mujer, así se
focalizará en la posición del dominante; si por otro lado lo dice un transexual se podrá aludir
que se trata de una identidad genérica resultado de la intersección entre identificaciones
masculinas y femeninas. Si tan sólo nos quedamos con el enunciado, entonces podremos
hacer un análisis sobre el discurso machista y su asignación de tipos identitarios, y, por otro
lado, podremos dar cuenta de los discursos que recorren el campo social y que nos afectan
a todos en tanto somos parte de éste.
Cuando Espinosa Fajardo advierte que “las evaluaciones con perspectiva de género o
evaluaciones sensibles al género proponen determinar las implicaciones que tiene para
hombres y mujeres las acciones planeadas” (2010, p.2690), comete el error de reducir el
género a dos términos. Así desconoce la existencia de géneros que no pueden ser
encasillados por estos dos términos, entre ellos, las transexualidades, modos no
hegemónicos de la masculinidad y la feminidad, modos que ni siquiera pueden reducirse a
los anteriores, etc. De este modo, al recortar su campo de visibilidad, los datos y
conocimientos producidos están fuertemente sesgados y contribuyen a invisibilizar y negar
lo "foráneo". En cambio, si nos deshacemos de estas categorías, o al menos hacemos la
prueba, podremos visibilizar las mismas diferencias en torno al género pero utilizando
conceptos menos arraigados al cuerpo: si hablamos del machismo y del feminismo,
fácilmente podremos comprender las diferencias que la sociedad patriarcal propone para
sus términos centrales, o al menos trabajaríamos con una complejidad de teorizaciones que
interrogarán los saberes acríticos.
Lo que se intenta decir es que es muy diferente asimilar el género a términos binarios, que
reconocer que el género es inaprensible en la construcción individual, pero delimitable en el
paradigma patriarcal. En otras palabras: el género es tan diverso como cantidad de
personas hay; lo que puede ser caracterizado a nivel social es la forma que éste adquiere en
el discurso hegemónico. Por tanto si vamos a hablar del género de fulanx debemos
limitarnos a lo que estx diga y haga al respecto de él; si vamos a hablar de género en
términos de construcción social debemos aclarar que hablaremos de los discursos
hegemónicos y sus expresiones en los cuerpos, o no, y debemos necesariamente explicitar
que estamos hablando de una construcción social, abstracta, que lejos está de ser
encarnada completamente por los individuos. Retomando entonces, si para realizar un
estudio con enfoque de género debemos analizar los puntos de partida de los diversos
géneros, debemos delimitar que el constructo de "género" que utilizamos refiere a lo que el
discurso patriarcal dice acerca de éste, en determinado tiempo y espacio, si es que
asumimos que el patriarcado es un basamento de la organización social actual. Decir: "un
enfoque de género implica tener en cuenta los diversos puntos de partida de hombres y
mujeres", es reproducir una visión machista acerca del género. Es más correcto decir: "un
enfoque de género implica tener en cuenta los diversos puntos de partida que un discurso
hegemónico dispone para los diferentes géneros que reconoce". Nótese que la diferencia
está en asimilar, o no, la categoría de género a una forma específica que toma ésta, en este
caso, la forma patriarcal. No olvidemos que las diversas categorías que incluye "el género"
dependen de la perspectiva que lo defina, por lo que se puede reconocer que en la
actualidad conviven diversas versiones acerca de lo que ES el género. Las versiones que
más conocemos son las postuladas por el feminismo y el machismo, e incluso, al interior de
cada uno de estas versiones podemos encontrar diferentes perspectivas. Y qué decir al
respecto de la historicidad de las construcciones hegemónicas del género. Si seguimos
asumiendo que el género como construcción social se reduce al Hombre y La Mujer,
estamos descuidando, no sólo la inmensa variedad de identidades de hombres y mujeres
que se definen como tales, sino también las diferentes concepciones sobre ambos que se
han sucedido a lo largo de diferentes sociedades, tiempos y lugares.
Pero la situación empeora cuando hace referencia al segundo tipo de violencia, que ya no
es efecto de la construcción misma de la categoría, sino de su efecto normativo o
disciplinario. Es decir, es una violencia que aparece cuando la categoría deja de ser una
palabra que nomina para ser una palabra que elimina. Aquí es donde vemos los casos más
llamativos de violencia, esos casos que saltan a la vista como violencia inmediatamente.
Esta violencia es entonces efecto de la falta estructural misma de la categoría y su esfuerzo
por hacerla exhaustiva, valedera para todos los casos; es efecto del intento desesperado de
hacer que la categoría se vuelva suprema. Lo vemos, por ejemplo, cuando alguien intenta
dominar al otro para que se atenga a la categoría o directamente cuando se trata de eliminar
aquello que pone en duda la validez o exhaustividad de la misma, como ocurre en el caso
de la violencia de género, la discriminación, etc.
Estos tipos de violencias son inherentes a la constitución del sujeto que se guía según las
distinciones binarias que propone el machismo. Cuando el/la machista reacciona ante el
feminismo de manera agresiva o lo rechaza, lo hace porque teme, no sólo a perder los
beneficios de los cuales goza en relación con los géneros subalternos, sino principalmente a
perder "el deseo de la/el otro/a". Toda relación sexual, conyugal, amorosa, se basa en la
necesidad: "mi necesidad (más allá de la demanda) solo puede ser satisfecha por un/a
otro/a, el objeto de amor; de modo que, para poder satisfacer mi necesidad (de amor) es
menester que el/la otro/a me desee". Si el feminismo aclama popularmente la
"independización de la Mujer respecto del Hombre" entonces se despierta el fantasma de la
pérdida de amor. El Hombre teme que la Mujer ya no lo necesite, que se vuelva autoerótica,
perdiendo así su capacidad de satisfacer su necesidad de amor. El Hombre teme a quedar
desvalido. Esto se debe a que toda la construcción en torno a los géneros plantea un
binarismo que se basa en la compensación: tú pasiva, yo activo; tú débil, yo fuerte; tú
afectiva, yo inconmovible; tú indefensa, yo protector; etc. Es esta compensación la que
sostiene la promesa de que conformar el Yo en torno a las represiones y renuncias que
implica la asunción del género hegemónico, serán compensadas por un partenaire que
llenará las faltas así originadas. Así lo plantea Scott: “La idea de masculinidad descansa en
la necesaria represión de los aspectos femeninos -del potencial del sujeto para la
bisexualidad- e introduce el conflicto en la oposición de lo masculino y femenino” (1996,
p.39). La asunción de un "género hegemónico" implica la promesa de poder encontrar
aquello que se perdió en la infancia, el amor del primer objeto amado, sólo que en el cuerpo
de otra persona. Cuando este binarismo es atacado por el feminismo, el mensaje que
transmite es: "la compensación no existe, aquello que tu luchaste por construir, por reflejar,
es insuficiente; tu construcción genérica no asegura que serás recompensado con una
partenaire, el desvalimiento es inevitable". De ahí que las defensas se levantan en forma de
luchas furiosas contra el feminismo, pues implica la posibilidad del desvalimiento, la
posibilidad de la pérdida del deseo por parte de la/el otra/o.