Está en la página 1de 16

FEMINISMO: ¿COSA DE MUJERES?

Scance, Ramiro

Aun actualmente y a pesar de todo el acervo de producción teórica del que se puede dar
cuenta en el campo, suele ser un discurso de la “opinión popular” que el feminismo es una
lucha de mujeres para mujeres y, más tristemente, autorxs con trayectoria en el campo
siguen aplicando, sin tener en cuenta las implicancias prácticas de esta toma de posición,
una teoría sobre las relaciones de poder entre los géneros que tiene por axioma “la
dominación de la mujer por el hombre”. En efecto, solemos leer conceptualizaciones muy
abarcadoras acerca del concepto de género a modo de introducción de obras que adolecen
de implicancias teóricas y prácticas del uso de ideas binarias y sexistas del género.
Veremos a lo largo de este trabajo por qué se puede decir que ésta es una “versión”
simplista del feminismo y las repercusiones que puede tener adoptarla. A modo de ejemplo
de tal se puede citar una serie de pasajes y frases obtenidos de diversos medios:

Frase enunciada por una compañera militante feminista: “¡no entiendo por qué un hombre
quiere ir a una clase de autodefensa feminista!”

Comentario obtenido de internet, en un grupo de psicólogxs, al respecto de un pasaje


lacaniano sobre el falo y la feminidad: “y eso quién lo dice, ¿un hombre?”

Cita a Lamas (1995) extraída del trabajo de Batthyany (2004) Cuidado infantil y trabajo ¿un
desafío exclusivamente femenino?:

las personas dominadas, o sea las mujeres, aplican a cada objeto del mundo (natural y
social) y en particular a la relación de dominación en la que se encuentran atrapadas,
esquemas no pensados de pensamiento que son el producto de la encarnación de
esta relación de poder en la forma de pares (alto/bajo, grande/pequeño,
afuera/adentro, recto/torcido, etcétera) y que por lo tanto las llevan a construir esta
relación desde el punto de vista del dominante como natural (p.27).

Pasaje extraído de Buquet et Al (2010), Sistema de indicadores para la equidad de género:


“(…) Es un catálogo de referencias asociadas a la equidad de género de una institución. Los
datos que se obtienen proporcionan información acerca de las desigualdades entre mujeres
y hombres” (p.13).
¿Por qué decimos que estas frases o pasajes adolecen de una perspectiva sexista? Para
poder entenderlo primero debemos comprender la diferenciación que se hace en el campo
feminista entre las categorías de género y sexo. Joan Scott plantea al respecto que: “El uso
de [la categoría] género pone de relieve un sistema completo de relaciones que puede
incluir el sexo, pero no está directamente determinado por el sexo o es directamente
determinante de la sexualidad” (1996, p.29). Así, la autora establece la distinción aludiendo
al sexo como lo eminentemente biológico, como aquello que podríamos reducir a la
distinción orgánica, y al género como: “un elemento constitutivo de las relaciones sociales
basadas en las diferencias que distinguen los sexos y (…) una forma primaria de relaciones
significantes de poder” (Scott, 1996, p.44). En tanto tal comprende cuatro elementos
interdependientes: símbolos, conceptos normativos, instituciones y organizaciones sociales,
y la identidad subjetiva. Podemos pensar el género, entonces, como un constructo teórico
que pone de relieve las concepciones históricas sociales sobre la diferenciación sexual que
plantean las diferentes sociedades. Así, estas distinciones pueden ser pensadas, haciendo
uso de las conceptualizaciones de Castoriadis (1989), como significaciones imaginarias
sociales, es decir, como construcciones colectivas que no se asientan sobre elementos
reales o racionales, sino que son producto de la creación humana y su capacidad
imaginativa. De esta manera se producen y reproducen una serie de discursos, símbolos y
normas, que proponen roles y tipos identitarios para los diferentes sexos inteligibles en una
sociedad determinada. Luisina Bolla nos dice al respecto:

Que la ideología, y como propone de Lauretis, el género, sean relaciones imaginarias,


no significa que sean “errores”, ilusiones, en sentido negativo, contrapuestas a una
realidad “real”, verdadera. Son relaciones productivas, positivas, que poseen efectos
en la realidad. Relaciones cuya particularidad es presentarse como evidencias, por las
cuales unx ni siquiera se pregunta.” (2015, p.5).

Teniendo en cuenta esto podemos hablar de género e identidades de género. El género


hablaría de las construcciones sociales al respecto de la diferencia sexual. La identidad de
género, implicaría una vivencia subjetiva con respecto a la diferenciación sexual. Los
principios de Yogyakarta definen la identidad género como:

La vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente
profundamente, la cual podría corresponder o no con el sexo asignado al momento del
nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo (que podría involucrar la
modificación de la apariencia o la función corporal a través de medios médicos,
quirúrgicos o de otra índole, siempre que la misma sea libremente escogida) y otras
expresiones de género, incluyendo la vestimenta, el modo de hablar y los modales
(2007, p.6).

Esto nos habilita para pensar en la existencia de géneros hegemónicos y subalternos. Los
hegemónicos serían aquellos que son reconocidos por la sociedad como tales y que
reproducen la ideología dominante. Los subalternos, son aquellos que, desde la perspectiva
ideológica dominante, son vistos como desviaciones o patologías, como lo anormal y aquello
que se debe corregir. De más está decir que la ideología establece relaciones de poder y
dominación entre estos géneros, que se basa en el disciplinamiento de los cuerpos a través
de la sanción y del agenciamiento. Bolla aporta: “La generización es así un efecto específico
de la ideología, que ya no provee un efecto-de-sujeto, a secas, sino un efecto-de-sujeto-
generizado, que ocupará ciertas posiciones diferenciales en la estructura” (2015, p.6). Como
géneros hegemónicos podemos mencionar a “La mujer” y “El hombre”, generalmente
asimilados a “femenino” y “masculino”. Estas son las dos versiones de la distinción sexual
que la ideología dominante reconoce como “naturales”, la cual establece también roles y
tipos identitarios para cada uno de estos polos. Toda aquella manifestación del género que
escape a estos roles y tipos identitarios serán tratados como anormalidades que deben ser
corregidas, sino exterminadas.

En este sentido, la popular frase “el machismo mata a la mujer” podría ser propuesta como
errónea, pues, éste se asienta sobre definiciones prototípicas acerca de una bicariedad
genérica. Es decir, la definición de "El Hombre" y de "La Mujer" es uno de los fundamentos
sobre los que se constituye toda la significación machista. Ergo, si el machismo "matara a la
mujer" necesariamente estaría talando una de las patas sobre la que se sostiene. El
machismo no mata a la mujer, sino que mata, elimina aquello que es diferente a sus
postulados, lo que subvierte su ideología. Aquello que no entra dentro de los marcos de
inteligibilidad que este propone. De allí que las víctimas del machismo no sean solamente
mujeres y que haya mujeres que sean “agentes” del machismo.

Es justo en este punto donde ponemos en claro por qué decimos que las frases y pasajes
anteriormente mencionados son sexistas: ellos se sustentan sobre una conceptualización
binaria del género, tal como propone la ideología patriarcal, por ello siempre refieren a
“hombres y mujeres”. De este modo no hacen más que reproducir la ideología dominante y
contribuir a la violencia categorial que de esta se desprende. El género se ve reducido
entonces a “El hombre y La mujer”. Se niega la posibilidad a la existencia de una alteridad
muy rica entre hombres y mujeres, además de desconocer la existencia de otros géneros
como la transexualidad, la intersexualidad, el transgénero, etc. Se nota que estas citas
adolecen de prejuicios acerca de lo que un hombre debe ser (por ejemplo, una persona que
no necesita clases de autodefensa), la asunción de que el feminismo es territorio exclusivo
para mujeres, la simplificación de la dominación patriarcal a la dominación de la mujer,
desconociendo la triste realidad de tantas identidades genéricas que sufren la violencia
machista. Por otro lado, al reducir el género al sexo se comete el error de pensar a ambos
géneros binarios como dos mundos completamente distintos, perdiéndose la posibilidad de
estudiar las relaciones que éstos guardan, que como hemos dicho anteriormente, son
dialécticamente constitutivas e interdependientes. Se piensa entonces que un género nada
tiene que ver con el otro y se contribuye a dar soporte a una perspectiva ahistórica e
inmutable acerca de la diferenciación sexual. Así, un “Hombre” no podría hablar de “La
mujer” pues, él no podría conocer la experiencia femenina, debido a que carecería de los
órganos necesarios. Pero la realidad es que no existe “La experiencia femenina”, en tanto,
no existe “La mujer”. Existen variedad de mujeres y tantas experiencias femeninas como
personas hay en el mundo. El problema no se trata aquí de quién dice qué cosa sobre tal
género, sino de lo que dice en sí mismo. Una teoría sobre la experiencia femenina no es
más válida si la escribe una mujer. Cuál es el género de quién escribe es irrelevante, lo
importante es lo que se dice. Planteamos entonces que la teoría lacaniana sobre el falo y la
feminidad no sería más válida si Lacan se hubiera definido como mujer, sería exactamente
lo mismo. Esto contribuye a nuestra intención de dejar de pensar en términos de cuerpos
(mujeres y hombres) para empezar a hablar en términos más complejos y abstractos, como
puede ser la diferenciación entre machismo y feminismo (sin limitarnos a tal binarismo). En
efecto no importa si fulanx es mujer o varón, sino si su ideología es machista o no y en qué
situaciones lo es.

El cuerpo en tanto portador de determinados órganos sexuales no aporta ningún dato de


relevancia a la hora de hablar de las construcciones sociales de género. La constitución
sexual biológica es un factor importantísimo en la construcción de la identidad de género.
Pero a la hora de analizar el género en tanto construcción social, la apariencia de aquellos
sujetos que constituyen las unidades de análisis es irrelevante. Esto ha sido ampliamente
demostrado cada vez que se ha puesto en evidencia que ser mujer no necesariamente
significa ser feminista o que ser hombre no implica ser machista. Debemos deshacernos de
los cuerpos cuando analizamos lo simbólico porque cometemos el error de generar un
paralelismo psicofísico sesgado por las producciones teóricas biologicistas. Con esto no
queremos decir que el cuerpo no sea importante en la construcción social o individual del
género, sino que éste no es determinante del mismo. Para dar un ejemplo: no importa
cuántas mujeres y cuántos hombres hayan sido presidentes, este es un indicador, pero un
indicador que puede ser leído de miles de formas diferentes dependiendo de la teoría que
los recorte. Así para algunos esto se puede deber a una sociedad patriarcal como para otros
se debe a la incapacidad innata de la mujer para asumir este rol. Si focalizamos en el dato
empírico, cuantitativo, es decir, en el cuerpo, nunca llegaremos a salir de este interdicto o de
esta pelea de posturas teórico-políticas. La misma se extenderá ad infitum en tanto
constituye la típica situación de "es tu palabra contra la mía".

Si queremos avanzar en esta discusión debemos necesariamente dejar de pensar en


términos del cuerpo, porque el cuerpo es también el ámbito de la biología. Si analizamos en
términos de cuerpos -"fulano con pene, mengana con vagina"- necesariamente estamos
invitando a la biología a que opine, pues es éste su campo. Nosotros como psicólogos
debemos despegarnos del pensamiento organicista. Si decimos que el género es una
construcción simbólica, ¿Por qué nos empecinamos en reducirlo a las categorías ahistóricas
y universales de Hombre y Mujer? ¿Por qué tenemos que recurrir a una categorización que
redunde en la apariencia corporal? ¿Por qué limitamos el análisis de lo simbólico a su
antecedente corporeo? Bien sabemos que el dato simbólico, la significación, sigue siendo
significación sea donde sea que se encarne. No importa que la frase "el rosa es color de
mujer" la pronuncie un hombre, una mujer, un transexual o un cuerpo incategorizable, lo
importante es lo que allí se está significando. El símbolo vale por sí mismo en tanto no está
atado a las limitaciones del cuerpo. Y justamente por ello es porque diferenciamos símbolo
de instinto.

Esto es algo que a muchos colectivos feministas les cuesta comprender. Borremos los
encasillamientos del género -Mujer, Hombre, Transexual, Queer, etc.- y analicemos lo que
se dice acerca del género y lo que se actúa. Las diferencias podrán notarse del mismo
modo, o incluso de un modo menos prejuicioso. Si no aceptamos de una vez que un
constructo teórico como el de género no es más que una generalización exagerada que nos
ayuda a comprender la realidad pero que lejos está de ser la realidad misma, entonces
nunca vamos a salir del conflicto que se genera entre el género del sociólogo y la identidad
genérica de una persona particular. Entonces en tanto estemos analizando los discursos
acerca del género que se comparten socialmente, no debemos hacer referencia a la
identidad genérica de aquellos enunciantes, pues sino estamos asumiendo que lo que se
dice solo tiene efecto y es válido para quien lo dice. Pensemos en los errores que se
producen por actuar de este modo: estamos acostumbrados a que a determinados
enunciados como el de “las mujeres son más sensibles” le siga un análisis que se basa en la
identidad genérica del enunciante, por ejemplo, si lo dice una Mujer se dirá que ese
enunciado es efecto de haber incorporado el discurso dominante patriarcal, se focalizará en
la idea de la víctima; si en cambio lo dice un Hombre, se dirá que se debe a que éste es un
agente del machismo y que lo hace para reafirmar su poderío sobre la mujer, así se
focalizará en la posición del dominante; si por otro lado lo dice un transexual se podrá aludir
que se trata de una identidad genérica resultado de la intersección entre identificaciones
masculinas y femeninas. Si tan sólo nos quedamos con el enunciado, entonces podremos
hacer un análisis sobre el discurso machista y su asignación de tipos identitarios, y, por otro
lado, podremos dar cuenta de los discursos que recorren el campo social y que nos afectan
a todos en tanto somos parte de éste.

Cuando Espinosa Fajardo advierte que “las evaluaciones con perspectiva de género o
evaluaciones sensibles al género proponen determinar las implicaciones que tiene para
hombres y mujeres las acciones planeadas” (2010, p.2690), comete el error de reducir el
género a dos términos. Así desconoce la existencia de géneros que no pueden ser
encasillados por estos dos términos, entre ellos, las transexualidades, modos no
hegemónicos de la masculinidad y la feminidad, modos que ni siquiera pueden reducirse a
los anteriores, etc. De este modo, al recortar su campo de visibilidad, los datos y
conocimientos producidos están fuertemente sesgados y contribuyen a invisibilizar y negar
lo "foráneo". En cambio, si nos deshacemos de estas categorías, o al menos hacemos la
prueba, podremos visibilizar las mismas diferencias en torno al género pero utilizando
conceptos menos arraigados al cuerpo: si hablamos del machismo y del feminismo,
fácilmente podremos comprender las diferencias que la sociedad patriarcal propone para
sus términos centrales, o al menos trabajaríamos con una complejidad de teorizaciones que
interrogarán los saberes acríticos.

Lo que se intenta decir es que es muy diferente asimilar el género a términos binarios, que
reconocer que el género es inaprensible en la construcción individual, pero delimitable en el
paradigma patriarcal. En otras palabras: el género es tan diverso como cantidad de
personas hay; lo que puede ser caracterizado a nivel social es la forma que éste adquiere en
el discurso hegemónico. Por tanto si vamos a hablar del género de fulanx debemos
limitarnos a lo que estx diga y haga al respecto de él; si vamos a hablar de género en
términos de construcción social debemos aclarar que hablaremos de los discursos
hegemónicos y sus expresiones en los cuerpos, o no, y debemos necesariamente explicitar
que estamos hablando de una construcción social, abstracta, que lejos está de ser
encarnada completamente por los individuos. Retomando entonces, si para realizar un
estudio con enfoque de género debemos analizar los puntos de partida de los diversos
géneros, debemos delimitar que el constructo de "género" que utilizamos refiere a lo que el
discurso patriarcal dice acerca de éste, en determinado tiempo y espacio, si es que
asumimos que el patriarcado es un basamento de la organización social actual. Decir: "un
enfoque de género implica tener en cuenta los diversos puntos de partida de hombres y
mujeres", es reproducir una visión machista acerca del género. Es más correcto decir: "un
enfoque de género implica tener en cuenta los diversos puntos de partida que un discurso
hegemónico dispone para los diferentes géneros que reconoce". Nótese que la diferencia
está en asimilar, o no, la categoría de género a una forma específica que toma ésta, en este
caso, la forma patriarcal. No olvidemos que las diversas categorías que incluye "el género"
dependen de la perspectiva que lo defina, por lo que se puede reconocer que en la
actualidad conviven diversas versiones acerca de lo que ES el género. Las versiones que
más conocemos son las postuladas por el feminismo y el machismo, e incluso, al interior de
cada uno de estas versiones podemos encontrar diferentes perspectivas. Y qué decir al
respecto de la historicidad de las construcciones hegemónicas del género. Si seguimos
asumiendo que el género como construcción social se reduce al Hombre y La Mujer,
estamos descuidando, no sólo la inmensa variedad de identidades de hombres y mujeres
que se definen como tales, sino también las diferentes concepciones sobre ambos que se
han sucedido a lo largo de diferentes sociedades, tiempos y lugares.

Otro de los errores comunes que se cometen en el campo de la teorización feminista y


directamente relacionado con lo anterior es la asunción de que el machismo es encarnado
por una serie de hombres, sino por todos. El machismo no puede ser concretizado a un
grupo de personas, lo comprobamos en el hecho de que incluso cuando un niño no conoce
personas con ideologías machistas, aun así presentará comportamientos tales: no se trata
de una asociación de sujetos que toman la decisión de dominar a ciertos otros grupos, sino
que se trata de una serie de significaciones que están impregnadas en el total de la
sociedad y que son reproducidas y enseñadas a los nuevos integrantes de la misma.
Seamos contundentes: no sólo en la sociedad en tanto conjunto organizado de personas,
sino en la estructura de la misma, compuesta por personas, instituciones, organizaciones,
representaciones, mitos y símbolos. Si tenemos en cuenta el postulado foucaultiano de que
“La disciplina "fabrica" individuos; es la técnica específica de un poder que se da los
individuos a la vez como objetos y como instrumentos de su ejercicio” (1976, p.175),
entonces podemos plantear que la subordinación es constitutiva del sujeto y podemos
aportar mayor claridad haciendo uso de las teorizaciones de Butler: ella nos dice que, en
tanto al nacer el infante humano se encuentra en un estado de indefensión, “Ningún sujeto
puede emerger sin este vínculo formado en la dependencia” (1997, p.17), vínculo que lo
subordina al deseo de un otro adulto, y continúa: “esta situación de dependencia primaria
condiciona la formación y la regulación política de los sujetos y se convierte en el
instrumento de su sometimiento. (…) En tanto que condición para devenir sujeto, la
subordinación implica una sumisión obligatoria” (1997, p.18). Entonces, constituirse como
sujeto, pasar a formar parte de la raza humana, necesariamente implica subordinarse,
primero a un otro que nos asegure los medios de subsistencia en nuestras épocas de
indefensión infantil, y luego a un Otro que nos provea una protección a edad adulta a partir
de la participación en un grupo social que acreciente nuestras potencialidades individuales.

Seamos repetitivos: el sometimiento es constitutivo del ser humano, sometimiento a los


símbolos y representaciones culturales, sometimiento que debe ser negado si queremos
apreciarnos como seres autónomos. Por ende, el sujeto está sujetado por el lenguaje y sus
representaciones, por la cultura. De tal modo, no se puede suponer que el machismo está
constituido por un grupo de sujetos, pues esto supondría la existencia de una serie de
personas que no es sujetada, sino que son los poseedores del poder, encarnan la capacidad
de estar por arriba de lo social, creándolo. Como bien sabemos esto es imposible. Ningún
individuo o grupo de éstos podría dar forma a la sociedad y no verse afectado por esta
modelación. Ergo, en la relación social no hay dominante y dominado, sólo dominados, pues
la relación de dominación necesita apelar a un tercero para legitimarse, de otro modo, uno
de sus integrantes moriría en el intento de dominar y la dominación sería imposible. Este
tercero es el símbolo, el Otro, aquel que legitima las jerarquías de poder, los territorios, las
condiciones de posibilidad. Decir que existe una persona, o un género en este caso,
dominante es suponer que éste está por fuera de la sujeción que genera la cultura, es
suponer que éste puede decidir qué hacer guiándose por su libre albedrío, que puede
manejar los hilos del lenguaje sin implicarse en él. No hay tal cosa. Lo dominante es el
lenguaje, y todo aquel que esté sumergido en éste es dominado. Lo dominante es la
ideología, no aquellos que la ejercen a placer. Retomemos a Butler: “La <<sujeción>> o
<<assujetissement>> no es sólo una subordinación, sino también un afianzamiento y un
mantenimiento, una instalación del sujeto, una subjetivación.” (1997, p.103). Es decir, el
sujeto ejerce poder sólo en la medida en que está subordinado a él. Entonces, el machista
no es dominante, es agente del machismo, o mejor dicho, agenciado por éste. Es
reproductor del machismo, pero no productor, en el sentido de la creación. Quienes se
encuentran en un nivel superior en la jerarquía social, no son los dominantes, sino aquellos
que están habilitados para ejercer una dominación que nace del sistema mismo. La noción
de acontecimiento aportada por Badiou, quizá sea útil para entender cómo surge el
machismo sin ser el proyecto de un número de “superhumanos”.

Continuando esta línea de pensamiento podemos movernos al fenómeno de la violencia, y


anticipar que ésta es efecto ineludible de la palabra. En el momento en el que se construye
"La categoría" correlativamente se produce un acto violento. La categorización es un acto de
violencia. Desde que se establece una categoría podemos ver dos tipos de violencia, una de
las cuales pasa más desapercibida, incluso en muchos trabajos con perspectiva de género.
Éste primer tipo de violencia es la del límite: la categoría, la palabra, establece un límite de
lo posible en el que se dan dos movimientos, por un lado, se deja por fuera aquello que no
cuadra con la categoría y se procede a una exclusión de la que muchos sujetos son
víctimas; por otro, al proponerse un marco de inteligibilidad se restringe la libertad de aquello
que ha ingresado dentro de la categoría. Ambos resultados son efectos del símbolo mismo,
intrínsecos a él. De este modo, si aplicamos lo dicho a objetos, nos parece que los efectos
mencionados son de lo más obvios y necesarios si no se quiere caer en la indeterminación
propia de la experiencia humana. Pero cuando analizamos estos efectos aplicados a la
realidad de personas, es allí cuando empezamos a descubrir las desventajas de la
categorización, sobre todo cuando ésta se vuelve muy limitada como ocurre en el caso de
los binarismos, o cuando se intenta crear categorías exhaustivas que nunca llegan a tocar
todo el abanico de posibilidades.

Pero la situación empeora cuando hace referencia al segundo tipo de violencia, que ya no
es efecto de la construcción misma de la categoría, sino de su efecto normativo o
disciplinario. Es decir, es una violencia que aparece cuando la categoría deja de ser una
palabra que nomina para ser una palabra que elimina. Aquí es donde vemos los casos más
llamativos de violencia, esos casos que saltan a la vista como violencia inmediatamente.
Esta violencia es entonces efecto de la falta estructural misma de la categoría y su esfuerzo
por hacerla exhaustiva, valedera para todos los casos; es efecto del intento desesperado de
hacer que la categoría se vuelva suprema. Lo vemos, por ejemplo, cuando alguien intenta
dominar al otro para que se atenga a la categoría o directamente cuando se trata de eliminar
aquello que pone en duda la validez o exhaustividad de la misma, como ocurre en el caso
de la violencia de género, la discriminación, etc.

Cuando hablábamos de la falta de consideración de las implicancias de reducir el abanico


de géneros a “El Hombre” y “La Mujer” nos referíamos a estos tipos de violencia, en los
cuales, las categorías excluyen al que no se ajusta, fuerzan a que los incluidos se sometan
a ella, limitan los marcos de inteligibilidad y exterminan lo diferente patologizándolo o
transformándolo en una anormalidad que debe ser callada sino eliminada. Es
desesperanzador buscar en el feminismo una teoría que dé cuenta de nuestro sufrimiento y
encontrarnos con una que lo niega. Cuando se asume que El Hombre es dominante y La
Mujer dominada, lo que se está haciendo es callar el sufrimiento de gran número de
personas que son víctimas del machismo y contribuyendo a dar fuerza al postulado
patriarcal de que este sufrir es efecto de sus equívocas decisiones o de su degenerada
constitución.

Estos tipos de violencias son inherentes a la constitución del sujeto que se guía según las
distinciones binarias que propone el machismo. Cuando el/la machista reacciona ante el
feminismo de manera agresiva o lo rechaza, lo hace porque teme, no sólo a perder los
beneficios de los cuales goza en relación con los géneros subalternos, sino principalmente a
perder "el deseo de la/el otro/a". Toda relación sexual, conyugal, amorosa, se basa en la
necesidad: "mi necesidad (más allá de la demanda) solo puede ser satisfecha por un/a
otro/a, el objeto de amor; de modo que, para poder satisfacer mi necesidad (de amor) es
menester que el/la otro/a me desee". Si el feminismo aclama popularmente la
"independización de la Mujer respecto del Hombre" entonces se despierta el fantasma de la
pérdida de amor. El Hombre teme que la Mujer ya no lo necesite, que se vuelva autoerótica,
perdiendo así su capacidad de satisfacer su necesidad de amor. El Hombre teme a quedar
desvalido. Esto se debe a que toda la construcción en torno a los géneros plantea un
binarismo que se basa en la compensación: tú pasiva, yo activo; tú débil, yo fuerte; tú
afectiva, yo inconmovible; tú indefensa, yo protector; etc. Es esta compensación la que
sostiene la promesa de que conformar el Yo en torno a las represiones y renuncias que
implica la asunción del género hegemónico, serán compensadas por un partenaire que
llenará las faltas así originadas. Así lo plantea Scott: “La idea de masculinidad descansa en
la necesaria represión de los aspectos femeninos -del potencial del sujeto para la
bisexualidad- e introduce el conflicto en la oposición de lo masculino y femenino” (1996,
p.39). La asunción de un "género hegemónico" implica la promesa de poder encontrar
aquello que se perdió en la infancia, el amor del primer objeto amado, sólo que en el cuerpo
de otra persona. Cuando este binarismo es atacado por el feminismo, el mensaje que
transmite es: "la compensación no existe, aquello que tu luchaste por construir, por reflejar,
es insuficiente; tu construcción genérica no asegura que serás recompensado con una
partenaire, el desvalimiento es inevitable". De ahí que las defensas se levantan en forma de
luchas furiosas contra el feminismo, pues implica la posibilidad del desvalimiento, la
posibilidad de la pérdida del deseo por parte de la/el otra/o.

La caída de la "falacia de la compensación" implica el desmantelamiento de la instancia


yoica con sus respectivas defensas y abre a la posibilidad de que el objeto de amor
descubra una supuesta autosuficiencia, castrante para el sujeto. El feminismo, entonces,
reaviva el peligro de castración para el/la machista y anuncia la insuficiencia del yo. De ahí
que despierte tantos disidentes. Podríamos conjeturar, sólo a modo de hipótesis para pensar
y debatir, que la razón por la cual aumentan los feminicidios y los ataques contra las
mujeres, tan exacerbados en esta época en la que la mujer empieza a clamar por su
"independencia", pueden deberse al temor que genera la pérdida del control que se basa en
la "falacia de la compensación". Así, el violador, el feminicida, es llevado hasta el extremo en
el que siente que no puede más que retomar su control, su dominio, ejerciendo la fuerza, la
violencia física. Se trataría de reafirmar las defensas yoicas haciendo uso de la violencia
física y simbólica contra el otro imaginario. Si bien, no debemos desdeñar que este
incremento de los casos de feminicidio puede no ser tal, sino que la visibilización que está
tomando gracias al interés público que genera, provoca que, por ejemplo, los medios
masivos de comunicación se ocupen más de ellos. También me gustaría aclarar que la tesis
del feminicidio como efecto de la caída de la falacia de la compensación, es válida para
todos los casos de violencia de género, no sólo para la violencia de género que implica al
Hombre como violentador y a la Mujer como violentada. En efecto, las formas de violencia
de género más contundentes -de hombres a mujeres, transexuales, queers u otros hombres,
de mujeres a hombres, transexuales, queers u otras mujeres- pueden ser explicadas por la
caída de esta falacia, en tanto la misma implica la deconstrucción de las categorías
hegemónicas machistas del género, es decir, la deconstrucción de las categorías de
Hombre y Mujer. Lo que estamos diciendo es que las mujeres machistas también pueden
temer la pérdida del amor del partenaire y a esto podría deberse la oposición de tantas
mujeres a los postulados feministas. Por ejemplo, uno de los discursos en contra de las
feministas es que “quieren ser hombres”, y esta retórica podría deberse en ciertas mujeres
al temor que genera el haber asumido una posición machista en detrimento de una posición
que implique mayor autonomía. Recordemos que la constitución total del yo se basa en las
diferencias imaginarias al respecto del género y, por tanto, reconocer que estas diferencias
no son fundamentadas implicaría una caída de las defensas psíquicas y un avasallamiento
de angustia debido a la falta de “asideros estables” sobre los que se sostenga la identidad
propia. O como lo plantea Butler: "La interpretación del género produce la ilusión retroactiva
de que existe un núcleo interno de género. Es decir, [...] produce retroactivamente el efecto
de una esencia o disposición femenina verdadera o perdurable" (1997, p.159). Entonces
cuando este supuesto núcleo interno se ve amenazado, no se puede producir otra cosa en
el sujeto que el temor al desvalimiento, o el debilitamiento de las defensas que protegen
contra la vuelta de las pulsiones homosexuales que fueron reprimidas al fin de la fase
edípica.

Como corolario de esta situación, los movimientos reformistas actuales no logran su


objetivo: buscan “cambiar mentes”, o al menos eso esperamos, pero no logran ver al otro en
su calidad de otredad. Se duermen en la identificación imaginaria. Pretenden transmitir pero
¿ellos escuchan lo que dicen? Hay una falta de comunicación, un choque constante de
discursos que se vuelve infructuoso y hasta a veces peligroso, donde el otro se convierte en
el enemigo contra el que hay que luchar. Si recordamos lo dicho por Mouffe, estaríamos
hablando de una relación antagónica en la que se trata a los oponentes “como enemigos a
ser erradicados, percibiendo sus demandas como ilegítimas” (2005, p.26). En esta situación
la única solución posible al conflicto es la eliminación de aquel que piensa diferente; una
lucha “a muerte” que no permite la convivencia en la diversidad. Así, no hay comunicación
posible, sólo una lucha de fuerza. Al no reconocer la legitimidad de la voz de la alteridad, el
mensaje sólo puede ser compartido por los pares. En efecto, ¿cómo pretender que el otro
comprenda, reflexione o al menos no se ponga en guardia, si, muchas veces, no sabemos lo
que estamos diciendo, si no escuchamos nuestras propias palabras? Pensemos en la
popular frase "muerte al macho", es una frase típica que solo logra su propósito en los
ámbitos en los que nace, pero nunca llega a generar lo que pretende, pues aquellos que no
son conocedores de la materia o cultores del feminismo no la comprenden como se debería.
La idea a transmitir sería la de abolición del sistema machista a partir de la eliminación de
las representaciones imaginarias que sostienen al sistema patriarcal. Pero ¿alguna vez nos
preguntamos qué entiende aquel que no conoce sobre la teoría feminista? Quizá si lo
hiciéramos comenzaríamos a comprender por qué el feminismo despierta tanto recelo o por
qué cuesta tanto lograr la reivindicación que se busca. Si vamos a su significado concreto y
tenemos en cuenta que macho es aceptado por la opinión popular como sinónimo de
masculino, entonces lo que se estaría diciendo es “muerte a la masculinidad”. Lejos están
estos métodos de lograr su objetivo, el de buscar un cambio en la sociedad que incorpore
los postulados feministas de la igualdad de género. Resumiendo, si lo que se busca es
lograr construir una sociedad más inclusiva y menos hostil hacia lo distinto, nunca podremos
lograrlo si seguimos cerrando el movimiento al que no está implicado en él. Continuando con
lo dicho por Mouffe, no pretendemos que todas las personas se vuelvan feministas, pues
sabemos que el antagonismo es inherente a la sociedad. Pero si la idea es lograr que poco
a poco las postulaciones feministas vayan volviéndose más aceptadas hasta alcanzar la
hegemonía, necesariamente se deberá abrir el feminismo hacia los sectores populares,
dejando de lado los enunciados y performances destinados a letrados y sólo aptos para
entendidos. Debemos construir las condiciones de posibilidad para que los postulados
feministas se vuelvan una demanda activa para todo aquel que sufra o pueda sufrir los
flagelos del machismo, pero no podremos lograrlo si aquellos destinatarios de la
reivindicación feminista poco saben acerca de sus principios.

El feminismo, es un movimiento, una perspectiva política y epistemológica que busca dar


cuenta de los mecanismos de dominación que establece el machismo. Generalmente se
asume que se trata de la búsqueda de la liberación de la Mujer de las cadenas opresoras
del Hombre, pero fácilmente caeríamos ante una gran cantidad de contradicciones y
obstáculos pues esta idea está llena de presunciones legalistas que desconocen la
complejidad del hecho social. En efecto, por un lado, implica suponer que todas las mujeres
son oprimidas por el hombre, que todos los hombres son opresores y que las únicas
oprimidas son las mujeres. Entonces retomamos lo dicho anteriormente sobre la violencia
que esto implica, en tanto supone un modo de ser mujer y un modo de ser hombre
normativo. Por otro lado, como advierte Scott “Si la dominación procede de la forma de
apropiación por parte del varón de la labor reproductora de la mujer o de la objetificación
sexual de las mujeres por los hombres, el análisis descanza en la diferencia física. Una
teoría que se apoya en una única variable de diferencia física asume un significado
consistente o inherente para el cuerpo humano y con ello la ahistoricidad del propio género”
(1996, p.32). Es decir, esto presupone que el Hombre es dominante y la mujer dominada por
sus solas constituciones innatas. En efecto, si el Hombre es dominante sólo por ser hombre,
entonces necesariamente esto se ha de deber a algo presente desde el nacimiento pues se
trataría de una característica universal de este género. Implica por otro lado, desconocer las
diferentes y variadas relaciones posibles que se dan entre hombres y mujeres, como por
ejemplo, desconocer que las mujeres blancas bajo ningún aspecto eran dominadas por los
hombres negros en la época Isabelina. Implica asumir que La Mujer y El Hombre son sexos
y no géneros, pues si se los reconoce como tales, no se podría desconocer las teorizaciones
previamente exploradas.

La única forma de superar estos inconvenientes es eliminar las categorías de Hombre y


Mujer de la concepción de feminismo para poder hablar de género y machismo. Se podrá
decir que el feminismo estudia los efectos de la opresión machista hacia las mujeres, pero
desde el momento en que se habla de machismo, necesariamente se deben incluir
postulados que exceden la mera opresión de las mujeres y que hablan de la “violencia de
género”, en toda su extensión. Pues, como ya lo hemos propuesto, el machismo implica un
sistema de significaciones imaginarias sociales que nos implican a todos en tanto “seres
generizados”.

¿Es el feminismo un movimiento de mujeres para mujeres? No. El feminismo en tanto


perspectiva crítica de las relaciones de poder entre los géneros necesariamente nos implica
a todxs, seamos hombres, mujeres, transexuales, transgénero, queers, etc. En tanto toda
persona tiene una identidad genérica necesariamente está implicada en una postura política
acerca de la definición de la distinción de géneros, la cual podrá o no ser feminista, pero no
podrá desconocer la pertinencia de los estudios feministas. Es imposible que la lucha
feminista se dirija únicamente a favorecer la situación de las mujeres, pues los géneros son
interdependientes, se constituyen y definen unos a otros, y, por tanto, no se puede producir
una transformación unilateral en las relaciones de género. Para poder lograr que las
mujeres, por ejemplo, puedan tener los mismos derechos que los hombres, es necesario un
trabajo de transformación en las relaciones que se establecen entre estos géneros, y, a la
vez, los cambios en estas relaciones implicarán cambios en las relaciones con respecto a
otros géneros. Las transformaciones deberán generarse en uno y otro lado. Pensemos el
caso del Cuidado, trabajo históricamente exigido a la mujer: actualmente las mujeres han
logrado volverse parte del mercado laboral privado, como no ocurría en otras épocas, pero
debido a que no hubo una adecuación que equilibre la división de tareas al interior de una
familia, ocurre que muchas mujeres se ven sobrecargadas al tener que ocuparse del
cuidado de los sujetos vulnerables de la familia a la vez que deben cumplir con sus deberes
laborales. En efecto, es imposible que el objetivo de la lucha feminista pueda llevarse a cabo
si se trata de un movimiento en el que sólo participan las mujeres, pues, para llevar a cabo
este objetivo es necesario deconstruir las relaciones sociales machistas que se dan entre los
géneros y esto sólo es posible en la medida en que cada sujeto, o al menos la mayoría de
ellos, logre desnaturalizar las representaciones simbólicas que sustentan un estado
patriarcal. En esta medida, el feminismo es una lucha sostenida por feministas en busca de
eliminar la opresión machista.
Referencias Bibliográficas.

 Batthyany, K. (2004). Cuidado infantil y trabajo ¿Un desafío exclusivamente


femenino? Una mirada desde el género y la ciudadanía social. Centro Internacional
de trabajo.
 Bolla, L. (2015). Género e interpelación ideológica: Diálogos entre el
althusserianismo y la filosofía de género (En línea). Trabajo presentado en X
Jornadas de Investigación del Departamento de Filosofía FaHCE-UNLP, 19 al 21 de
agosto de 2015, Ensenada, Argentina. Disponible en:
http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.7584/ev.7584.pdf
 Buquet Corleto, A. Cooper, J., & Rodríguez Loredo, H. (2010). Sistema de
indicadores para la equidad de género en instituciones de educación superior.
México: PUEG-UNAM; INMUJERES.
 Butler, J. (1997/2001). Introducción. Capítulo 3 y Capítulo 5. En Butler, J.
Mecanismos psíquicos del poder: teorías sobre la sujeción. Universidad de Valencia.
 Castoriadis, C. (1989). La institución imaginaria de la Sociedad. En Colombo E.: El
Imaginario Social. Montevideo: Ediciones Nordan Comunidad.
 Espinosa Fajardo, J. (2013). La evaluación sensible al género: una herramienta para
mejorar la calidad de la ayuda. Documento Interno PRIGEPP. FLACSO.
 Foucault, M. (1976). Disciplina; II: Los medios del buen encauzamiento. En Vigilar y
Castigar. México: Siglo Veintiuno Editores S.A.
 Mouffe, C. (2007). La política y lo político. En En torno a lo político. Barcelona.
Buenos Aires: FCE.
 Principios de Yogyakarta (2007). Recuperado de:
http://www.yogyakartaprinciples.org/principles-sp/.
 Scott, J. (1990). El género: una categoría útil para el análisis histórico. En Nash y
Amelang (eds.) Historia y género: Las mujeres en la Europa moderna y
contemporánea. Valencia: Alfons el Magnanim.

También podría gustarte