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P 120: Popular Science Monthly 12 (Marzo 1878): 604-15. [También publicada en W3:
276-89 y en CP 2.645-60. Aunque la tercera y la cuarta "Explicaciones" estaban
destinadas a ser un solo artículo, los editores del PSM lo publicaron en dos partes en dos
meses sucesivos. En 1893, Peirce volvió a mecanografiar el tercer artículo para que
sirviera como el artículo 10 de "La búsqueda de un método" y como el capítulo 18 de
"Cómo razonar" (MS 424) y, en 1910, escribió varias "Notas al tercer artículo de C. S. P.
en el Pop. Sci. Monthly. 1878, Marzo" (en MSS 703 y 704); algunos de los cambios del
texto mecanografiado y una de las notas de 1910 están registradas en las Notas]. En una
temprana discusión acerca de lo que llegaría a ser más tarde su sinequismo, Peirce
argumenta que la suposición de la continuidad proporciona un poderoso motor a la lógica,
y desarrolla su teoría de las probabilidades como la ciencia de la lógica tratada
cuantitativamente (o como la lógica general). Para ser lógicos, dice Peirce, los hombres
no deben ser egoístas, ya que la lógica requiere la identificación de los intereses de uno
con los de una comunidad ilimitada. ( Peirce también discute la probabilidad de un evento
no repetible en un caso que Hilary Putnam ha llamado "El rompecabezas de Peirce").
Es una observación común la de que una ciencia comienza a ser exacta por
primera vez cuando es tratada cuantitativamente. Las llamadas ciencias exactas
no son otras que las matemáticas. Los químicos razonaron de un modo impreciso
hasta que Lavoisier les mostró cómo aplicar la balanza a la verificación de sus
teorías, fue entonces cuando la química saltó de repente a la posición de la más
perfecta de las ciencias clasificatorias. De este modo, ha llegado a ser tan precisa
y segura que pensamos en ella junto con la óptica, la termótica y la eléctrica.
Pero éstos son estudios de leyes generales, mientras que la química considera
meramente las relaciones y la clasificación de ciertos objetos; y pertenece, en
realidad, a la misma categoría que la botánica sistemática y la zoología.
Compárenla con estas últimas, sin embargo, y la ventaja que se deriva de su
tratamiento cuantitativo es muy evidente 1.
Las escalas numéricas más rudimentarias, como las que los minerólogos
usan para distinguir los diferentes grados de dureza, resultan útiles. El simple
cálculo de pistilos y estambres bastó para llevar a la botánica desde caos total
hasta alguna clase de forma. Sin embargo, la ventaja del tratamiento matemático
proviene no tanto del contar como del medir, no tanto de la idea de número,
como de la del continuo. El número, después de todo, sólo sirve para sujetarnos a
una precisión en nuestros pensamientos que, por muy beneficiosos que sean, rara
vez conducen a concepciones elevadas, y frecuentemente desciende hasta la
insignificancia. De aquellas dos facultades de las que habla Bacon 2, aquella que
señala diferencias y aquella que advierte semejanzas, el empleo del número
puede ayudar lo mínimo; el uso excesivo debe tender a estrechar los poderes de
la mente. Pero la concepción de la cantidad continua tiene un gran campo que
cubrir, independientemente de cualquier intento de precisión. Lejos de tender
hacia la exageración de las diferencias, es el instrumento directo de las más finas
generalizaciones. Cuando un naturalista desea estudiar una especie, recoge un
considerable número de ejemplares más o menos similares. Al contemplarlos,
observa que algunos de ellos son más o menos parecidos en un particular aspecto.
Todos tienen, por ejemplo, cierta marca en forma de S. Observa que no son
precisamente parecidos en este aspecto; la S no tiene precisamente la misma
forma, pero las diferencias son tales que le llevan a pensar que podrían
encontrarse formas intermedias entre dos cualesquiera de las que tiene.
Encuentra, ahora, otras formas aparentemente bastante diferentes -digamos una
marca en forma de C- y la pregunta es si puede encontrar unas intermedias que
conecten estas últimas con las otras. A menudo logra hacer esto en casos en los
que se pensaría al principio imposibles; mientras, algunas veces encuentra que
aquellos que, a primera vista, difieren mucho menos, están separados en la
Naturaleza por la no-existencia de intermediarios. De este modo, él construye
desde el estudio de la Naturaleza una nueva concepción general de la
característica en cuestión. Obtiene, por ejemplo, una idea de una hoja que incluye
cada parte de la flor, y una idea de vértebra que incluye el cráneo. Sin duda, no
necesito decir más para mostrar qué motor lógico hay aquí. Es la esencia del
método del naturalista. Cómo él lo aplica primero a una característica, luego a
otra y, finalmente, obtiene la noción de una especie de animales, entre cuyos
miembros las diferencias, por muy grandes que sean, están confinadas dentro de
unos límites, es un asunto que aquí no nos concierne. El método entero de
clasificación debe ser considerado después; en este momento, sólo deseo señalar
que el naturalista construye sus concepciones aprovechando la idea de
continuidad, o el paso de una forma a otra mediante grados no perceptibles.
Ahora, los naturalistas son los grandes constructores de concepciones; no hay
otra rama de la ciencia en la que se haya hecho más trabajo que en la suya;
debemos, en gran medida, tomarlos como nuestros maestros en esta importante
parte de la lógica. Se encontrará en todas partes que la idea de continuidad es una
ayuda poderosa para la formación de la verdad y de concepciones fructíferas. Por
medio de ello, las diferencias más grandes se disipan y resuelven en diferencias
de grado, y su incesante aplicación es de gran valor para ampliar nuestras
concepciones. En la presente serie de artículos, propongo hacer un gran uso de
esta idea; la particular serie de falacias importantes, que, surgiendo de su
negación, han desolado la filosofía, deben ser estudiadas de cerca más adelante.
Por ahora, simplemente llamo la atención del lector sobre la utilidad de esta
concepción.
II
III
Para obtener una clara idea de lo que queremos decir con probabilidad,
tenemos que considerar qué diferencia real y sensible hay entre un grado de
probabilidad y otro.
IV
Por otro lado, lo que, sin la muerte, le ocurriría a todo hombre, con la muerte
le debe pasar a algún hombre. Al mismo tiempo, la muerte hace finito el número
de nuestros riesgos, de nuestras inferencias, y del mismo modo hace incierto su
resultado promedio. La misma idea de probabilidad y de razonamiento descansa
sobre el supuesto de que este número es indefinidamente grande. Hemos
aterrizado así en la misma dificultad que antes, y puedo ver una única solución. A
mi parecer, somos conducidos a esto: que lógicamente la inexorabilidad requiere
que nuestros intereses no estén limitados. No deben pararse en nuestro propio
destino, sino que deben abarcar a la comunidad entera. Esta comunidad, de
nuevo, no debe ser limitada, sino que debe extenderse a todas las razas de seres
con los que podemos entrar en una inmediata o mediata relación intelectual.
Debe alcanzar, por muy impreciso que sea, más allá de esta era geológica, más
allá de todas las fronteras. El que no sacrifique su propia alma para salvar el
mundo entero es, así me parece, ilógico en todas sus inferencias, colectivamente.
La lógica está enraizada en el principio social.
Para ser lógicos los hombres no deberían ser egoístas; y, en realidad, no son
tan egoístas como se piensa. La deliberada prosecución de los intereses de uno es
una cosa diferente del egoísmo. El pobre no es egoísta; su dinero no le hace
ningún bien, y se preocupa por lo que será de ello después de su muerte. Estamos
constantemente hablando de nuestras posesiones en el Pacífico, y de nuestro
destino como República, donde no están envueltos intereses personales, de una
manera que muestra que tenemos otros más amplios. Discutimos con ansiedad el
posible agotamiento del carbón en algunos cientos de años, o del enfriamiento
del sol en algunos millones, y enseñamos en el más popular de los principios
religiosos que podemos concebir la posibilidad de un hombre descendiendo a los
infiernos para la salvación de sus semejantes.
Pero todo esto requiere una imaginada identificación de los intereses propios
con los de una comunidad ilimitada. Ahora bien, no existen razones, y una
posterior discusión mostrará que no puede haber razones, para pensar que la raza
humana, o cualquier raza intelectual, existirá para siempre. Por otro lado, no
puede haber ninguna razón en contra **; y, afortunadamente, como todo el
requerimiento es que deberíamos tener ciertos pensamientos, no hay nada en los
hechos como para prohibir que tengamos una esperanza, o tranquilidad y alegre
deseo, de que la comunidad pueda durar más allá de una fecha asignable.
Contar el número de pasajeros por cada viaje; sumar todos estos números y
dividir entre el número de viajes. Éstos son casos en los que esta regla puede
simplificarse. Suponed que deseamos saber el número de habitantes por vivienda
en Nueva York. La misma persona no puede habitar dos casas. Si divide su
tiempo entre dos viviendas debe contarse como medio habitante de cada una. En
este caso sólo tenemos que dividir el número total de habitantes de Nueva York
entre el número de sus casas, sin necesidad de contar por separado aquellos que
viven en cada una. Un procedimiento similar se aplicará dondequiera que cada
relato individual pertenezca exclusivamente a cada correlato individual. Si
queremos el número de x por y, y ninguna x pertenece a más de una y, sólo
tenemos que dividir el número total de x de y por el número de y. Tal método
podría, por supuesto, fallar si se aplica para hallar el número medio de pasajeros
de tranvía por viaje. No podríamos dividir el número total de pasajeros por el
número de viajes, ya que muchos de ellos podrían haber hecho muchos viajes.
REGLA II. Adición de números relativos. Dados dos números relativos que
tienen el mismo correlato, digamos el número de x por y, y el número de z por y;
se requiere hallar el número de x y z juntos por y. Si no hay nada que sea a la vez
un x y un z para el mismo y, la suma de los dos números dados daría el número
requerido. Suponed, por ejemplo, que hubiéramos dado el promedio de amigos y
el promedio de enemigos que los hombres tienen, la suma de estos dos es el
promedio de personas interesadas en un hombre. Por otro lado, no servirá
sencillamente el sumar el promedio de personas que tienen enfermedades
constitucionales con el promedio de las que sobrepasan la edad militar y con el
promedio de exentos del servicio militar por cada una de las causas especiales,
con el fin de obtener el promedio de exentos de cualquier manera, ya que muchos
están exentos de un modo u otro a la vez.
REGLA III. Multiplicación de los números relativos. Suponed que nos han
dado el número relativo de x por y; también el número relativo de z por x de y; o,
para tomar un ejemplo concreto, suponed que nos han dado, primero, el número
promedio de niños en las familias que viven en Nueva York; y, segundo, el
número promedio de dientes en la cabeza de un niño de Nueva York -entonces el
producto de estos dos números daría el promedio de los dientes de los niños de
una familia de Nueva York. Sin embargo, este modo de calcular sólo se aplicará
en general con dos restricciones. En primer lugar, no podría ser verdadero si el
mismo niño pudiera pertenecer a diferentes familias, porque en tal caso aquellos
niños que pertenecieran a varias familias diferentes podrían tener un número de
dientes excepcionalmente grande o pequeño, que afectaría al promedio del
número de los dientes de los niños en una familia más de lo que afectaría al
promedio de dientes en la cabeza de un niño. En segundo lugar, la regla no sería
verdadera si niños diferentes pudieran compartir el mismo diente, siendo el
número promedio de dientes de los niños en tal caso evidentemente diferente del
número promedio de dientes que pertenecen a un niño.
De acuerdo con la opinión aquí expresada, éstas son las únicas reglas
fundamentales para el cálculo de posibilidades. En algunos tratados se da una
adicional, derivada de un concepto diferente de probabilidad, que si estuviera
bien fundada podría ser la base de una teoría del razonamiento. Siendo, como
creo que es, absolutamente absurda, su consideración sirve para conducirnos
hacia la teoría verdadera; por el bien de esta discusión, que debe posponerse
hasta el número siguiente, he llamado la atención del lector sobre la doctrina de
las posibilidades, en este temprano estado de nuestros estudios de lógica de la
ciencia.