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CUENTOS

Recibido: 20/02/2019

Cuentos sobre
mi madre
Daniel Augusto Chaw Namuche

Estudiante de cuarto semestre de Teología.


Jesuita, hermano de la provincia peruana.
dan_chaw2002@yahoo.com

FOTO: ABBY HAUKONGO (PIXABAY)

El aporte de esta reflexión refiere, simbólicamente, la experiencia signi-


ficativa del aprendizaje en torno del vínculo y la gratuidad, a la luz de un
arquetipo femenino; pero, dado que su tema ha sido planteado y desarro-
llado bajo un modo literario (cuento-poema), solo es posible suponer su fun-
damentación teológica por ser dichos asuntos latentes en toda teología.
(Apreciación tomada del concepto arbitral)
(1)

De niño escribí para mi madre una sola pa-


labra que significa lo mucho que la amo, en
una hoja de mi cuaderno. Cuando terminé,
pensé que no la iba a entender, porque aún
no sabía escribir. Luego me di cuenta de que
por descuidado ajé la hoja del cuaderno, y
me acordé de que mi madre siempre me
decía que tuviera cuidado con hacerle orejas
al cuaderno.
Desistí en mi inútil carrera de escritor y pensé
en la pintura, pero no tenía pinceles ni tém-
peras, porque la última vez había manchado
mi uniforme tratando de escenificar cómo
sería una herida de entrada y de salida. Como
la hoja del cuaderno ya estaba ajada, intenté
hacer un origami de flor; por tallo se me ocu-
rrió usar uno de los pasadores negros de mi
zapato izquierdo porque era más pequeño
que el derecho. Pero aquella flor de papel
parecía más bien un globo reventado.
Terminó el día de clases, la maestra me puso
8.0 en arte. Llegué a mi casa, con el globo
para mi madre —cada cinco pasos, vol-
vía a colocarme el zapato izquierdo que se
zafaba. Mi madre recibió mi regalo con mi
mirada triste, pero lo leyó con su lenguaje
de madre. Me abrazó y me dijo: Es el mejor
poema que he recibido.

Amazonas, Perú, diciembre de 2013

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(2)

De niño le dije a mi madre que pensaba en


ella. Mi madre, sorprendida pero curiosa por
aquella disertación tan joven y tan mía, me
replicó sin pensar respondiendo: Yo tam-
bién en ti; mientras mantenía su mirada fija
en el volante y el parabrisas. Tras un largo
silencio que duró aproximadamente tres
cuadras y un semáforo en rojo, mi madre me
contó acerca de las cosas que aprendería en
el colegio y que ella no pudo aprender. Mas
yo seguía pensando.
Ella, un poco incómoda, me preguntó en
qué pensaba, y yo le dije: En ti. Mi madre
entendió muy bien que su respuesta fue tan
precipitada como la mía, y que realmente
no estaba pensando en ella; lo cual le suge-
ría la idea de que le estaba mintiendo. Pero
aquello se le olvidó muy pronto porque las
madres piensan en muchas cosas a la vez.
Al llegar al colegio, mi madre hizo
aquella pregunta que ningún niño
se rehúsa a responder:
—¿Me quieres?
—Sí —le dije mostrando mis
dientes de leche. Y agregó:
—¿Cuánto?
No respondí alguna cantidad,
pues solo me enseñaron a con-
tar hasta 10 con los dedos, y ello
me parecía ya bastante. Enton-
ces, abrí una palma de la mano y
la alejé lo más que pude de la otra
mano; hasta el punto de que también
estiré el cuello y mis ojos iban hacia el

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sur mientras confidentemente respondía:
—Asííííííí.
Ella estiró los labios como pico de pato y me
dijo, falsamente triste:
—¡Tan poquito! —alargando la última
letra o.
—Pero cuando crezca te voy a querer
más —respondí y me di media vuelta
para irme corriendo porque los otros
niños no parecían hablar mucho con
sus mamás y, además, ya estaba en el
primer grado de primaria.

Amazonas, Perú, enero de 2014

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