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Su mirada era la de una persona adusta, casi nunca sonreía, solo sabia de él
llamar “Teoría del Enfado”. La otra opción era ese maestro sonriente, pero no
coincidieron mis horarios para poder hacer los cambios. El destino se imponía.
tez morena, con acento del centro del país y esa mirada que denotaba la
a pasar, este tampoco, este menos, este gordito está reprobado desde ahorita,
a impartir la clase de Teoría del Estado”. Reconozco con mucho gusto que me
equivoqué. Aquel hombre a quien mal juzgué por su apariencia resultó, según lo
demostró a lo largo del curso, el mejor maestro que pudimos haber encontrado
querido, denotaba una alegría y un amor por la vida que pocos tienen y que
además fue contagiosa, y perdura en mí hasta hoy que escribo estas palabras.
quererle, a convivir con el más allá de las aulas. Su cátedra, su trato, fue
testimonio de todo aquello que un docente debe hacer y tener. Su pasión por el
aula lo llevó a dar clases de derecho, aún cuando era jubilado del magisterio,
después incluso de dos ataques al corazón (eso sí, me consta que se tomaba a
de verdad fuera denigrante) y siempre dedicó un espacio para una muy sana
convivencia con sus alumnos, era su forma de expresar que nos quería. Yo
aprendí de él mucho mas que Teoría del Estado, aprendí a dar a cada quien su
pretendo conservar toda la vida. Como dato curioso quiero agregar que aquel
maestro que parecía sacerdote resulto ser un verdadero “Hijo de María Morales”,
que reprobó a todo aquel que tuviera mas de dos tonos de color en su piel (o
sea a los morenos claros y a los prietos sin remedio) y que su clase se limitó a
Hoy el profe no está, pero dejó sembrada la semilla de la fraternidad, del amor
más. Mi más sincero anhelo es que alguna de ellas haya florecido en sus