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Taller de creación literaria

Coordinado por Eduardo Ruiz Cuevas

Antología literaria Vol II. Momentos a distancia

Autores:
Fernando H. Ramos
Itzel Hernández
Carol De la O
Misaki Elv
Xóchitl Albarrán Molina
H.P. Hosrolt
Giovani Suastegui Guatemala
Lydia Yazmín González López
José Daniel Guerrero Gálvez
Em. Belgrano

Faro Azcapotzalco
Secretaría de cultura de la Ciudad de México

Diciembre del 2021


CDMX

1
Agradecimientos a la Secretaria de cultura de la CDMX y al Faro Azcapotzalco por
hacer posible esta publicación.

Dedicado a todos aquellos que compartimos momentos a la distancia.

CDMX. Diciembre del 2021

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Índice
Agradecimientos 2
Abismo 6
Fernando H. Ramos
Dejar fluir 9
Fernando H. Ramos
La seducción por desolación 13
Itzel Hernández
Momentos 17
Itzel Hernández
Alas de gorrión 20
Carol de la O
Charola de plata 22
Carol de la O
Vértice en el camino 24
Carol de la O
Suspiro de amor 27
Carol de la O
Cielo roto 29
Carol de la O
Un día de marzo 30
Misaki Elv
La rata 34
Xóchitl Albarrán Molina
El escritor 37
Xóchitl Albarrán Molina
La casa de la bruja 44
H.P. Hosrolt

3
La magia del vagón 51
Fernando H. Ramos
El susurrante del retrete 54
Giovani Suastegui Guatemala
Cuando el tambor suena 58
Lydia Yazmín González López
Mi corazón te espera 60
Lydia Yázmín González López
Okachinepa (Más allá) 62
José Daniel Guerrero Gálvez
Ganó el avión presidencial 68
José Daniel Guerrero Gálvez
El arte de la venganza 74
María Belgrano

4
MOMENTOS A DISTANCIA

5
ABISMO
Fernando H. Ramos

Conforme pasa el tiempo me siento más vacío, las películas y series no causan
impacto en mí. Me fastidia todo: saludar por las mañanas, levantarme o el sencillo
pensamiento “¿Qué haré hoy?”. Maldita pregunta, me tortura cada día al estar al filo
de mi cama, por el fastidio de mi silueta deforme en su superficie.

“¡Qué mierda!” mis palabras favoritas que expresan todo mi ser… La monotonía me
hace desear sentirme vivo, pero el disgusto de no saber cómo me aplasta.
Desempleado; con cuentas que pagar, siendo jardinero en cada posibilidad. Pero
aunque halle paz entre las plantas, la molesta recoger la basura que produzco al
córtalas me hacen repetir mis palabras.

¡Qué mierda! Un matrimonio arruinado; una esposa causándome lastima por los
problemas de fertilidad, llantos en cada película romántica, por cada familia feliz en
el parque y al final de cada encuentro sexual. Hastiado por la envidia que provocaba
su familia en ella. Todo gracias a una noche donde mi cuñada presumía las
calificaciones prefectas de su hijo sin padre, y mi suegro, siempre fastidiándola por
saber cuándo le daríamos nietos. Vi a Clara con sus ojos llenándose de lágrimas,
corrió al baño yendo tras de ella. Traté de consolarla, le comenté de inseminación
artificial, de probar todos los métodos posibles y al final hablé de la adopción. Me

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soltó una cachetada, que todavía arde, me culpó por no amarla como se debe, que el
problema era mío por ser poco hombre y corrió a decir a todos que YO era el infértil.

No supe en qué momento se derrumbó todo. Y cada que lo pienso, una risa burlona
se asoma en mí, pues para ser sincero, ya no importa. No teníamos mucho en común,
sucumbí a la presión familiar y me quedé con alguien que “moría” de amor por mí.
Creí que con el tiempo podría corresponder el mismo afecto, ser feliz… pero eso ya
no importa.

Que fastidio no saber qué comer, preparar de cenar y lavar los trastes. Qué mierda
es no tener el suficiente dinero para pedir algo sabroso, que lo entreguen hasta tu
domicilio, esperar mientras ves uno de tus programas favoritos y al final sólo tirar
los recipientes a la basura.

Noches frías como esta me recuerdan alegrías y fracasos. Recuerdo las clases que me
salté en la universidad para ir a tomar con amigos que consideré hermanos,
hermanos a quienes ya no hablo. Fines de semana yendo a la playa con Clara, la
renuncia a mi trabajo por un falso acoso, ser demasiado positivo al emprender un
negocio y verlo truncado gracias a esa estúpida mancha en mi expediente.

Encender un cigarro, soltar humo. Repaso la nota de mi esposa describiendo su


aventura con el imbécil que conoció en el gimnasio. Tomo otra bocanada, que
fastidioso es recordar todo eso mientras disfruto este glorioso tabaco sentado en el
parque.

A lo lejos, la luna señala una rata cayendo en una coladera destapada a mitad de la
calle. Un pensamiento me abruma. ¿Qué mierda es este sentimiento? Algo invade mi
alma, algo que me hace caminar hasta su escondite. Me asomo, escucho cientos de
chillidos en el oscuro abismo sin fondo aparente, mi corazón se acelera, sonrió, salto.

Que fastidio el dolor de mis tobillos y la mierda en el rostro. Trato de moverme, mi


cuerpo esta adormecido. Sonrío, en mi interior una llama empieza a reactivar mis
sentidos ¿Acaso es la adrenalina? ¿Desde cuándo no me sentía tan vivo? Empiezo a
gritar, pido ayuda, sólo veo puntos rojos rodeándome en la oscuridad. Siento
pellizcos en mi tobillo, como pedacitos de piel se van desprendiendo. La frustración

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se convierte en ira al no poder levantarme, sujeto unos cuantos roedores, los
estrangulo, los azoto contra el suelo, y nada importa.

De pronto un vacío consume mi ser, el miedo, la desesperanza esta en mí. Cada vez
hay más peste negra en mí, me retuerzo, las ratas comienzan a morder mis labios,
mis manos, algunas meten por debajo del pantalón. Los chillidos del abismo ahora
son los míos, siento florecer mi sangre en cada mordida. Uno llega hasta mi
entrepierna ¿Por qué tengo una erección? Los pequeños dientes rasgan mi pellejo,
sus garras se entierran en mis testículos y el miedo se va llenando con la excitación
que sale de mis entrañas. Lanzo un grito de placer, me desmayo…

Ojalá terminen rápido con mi ser. Que fastidio seria sobrevivir.

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DEJAR FLUIR
Fernando H. Ramos

Tuve ese sueño otra vez, siendo tan buenos amigos como al inicio de todo. Las risas,
gritos, esos sutiles insultos que dejábamos ver para apoyarnos.

Estábamos en una kermés de preparatoria con todos nuestros amigos, aquellos que
conocimos de principio hasta el final, era maravilloso. Sin sabores amargos de algún
tipo de adiós, ni reclamos por lo que teníamos hacer o lo que hicimos. Era tan
magnifico, hasta que desperté. Mi mente aún adormecida dejó que el corazón
estallará de felicidad, ansiaba verte y pedir perdón por ser tan imbécil, recordándote
disfrazada y burlona por el afecto que te doy, que expreso sin sentir remordimiento.

Ha pasado tanto tiempo desde que nos vimos por última vez ¿Ya olvidaste nuestros
mejores momentos? Tú, tan frágil sentada en una silla de playa y yo nadando, sabía
que no podías hacerlo y cansado seguía para asomar tu sonrisa. Presumí ser el mejor
de todos mientras me alejaba de la orilla, tú con aquel hermoso bikini blanco con
motas naranja que tanto me excitaba y yo a lo lejos tratando de entender lo que me
gritabas con esas gafas gigantes de sol. ¿Quién diría que era una de las últimas veces
donde estarías eufórica por mí? Para luego sentir una corriente arrastrándome al
fondo de mar con suavidad. Era libre, mi cuerpo se hundía al ritmo de un dulce vals,
no tenía esta carga de tener que respirar otra vez. Todo era azul, tan claro y frío, con
los rayos del sol entrando al agua, traspasando mi cuerpo con su calma.

Estabas furiosa y aliviada. Yo simplemente desconcertado ¿Qué había sucedido,


cómo es que salí de ese hermoso lugar? Llorabas, reclamabas lo imbécil que era por

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no escucharte, un idiota por no pensar en ti. Sollozabas “no sé qué hacer si no estás
aquí”, ahora comprendo.

Camino un largo rato por las calles, intento conocer personas pero únicamente
encuentro a las mismas que preguntan por ti y contesto con una sonrisa que ya estás
mejor. Siempre mencioné que no quería dar explicaciones a quien no creyera
relevante en nuestra vida.

Estoy solo, mis amigos tienen sus propios asuntos y no quiero fastidiarlos hablando
de cualquier tema para decir algo de ti por “error”. Ellos me conocen antes de tu
llegada a mi vida, pero tú, tú sabes los peores secretos de mí.

Recorro la ciudad visitando nuestros lugares reviviendo nuestros momentos. Es


grato sentir las gotas lluvia en la cara. Recuerdo la vez donde llevar el paraguas no
sirvió de nada, corrimos debajo hacia un árbol pero ya estábamos tan empapados
que la blusa dejaba ver tus pezones rosados, traté de resistir. Notaste mi expresión
sonrojada, me besaste mordiendo los labios, mis manos recorrían tus caderas, se
adentraban a esa fuente de deseo eterno en la cual descansaba mi ser, exhalabas
frenéticamente en mi oído hasta dejar tu marca en mi cuello. Te apartaste sutilmente
con una mirada avergonzada, caminamos tranquilos a nuestro hogar con la calle
desierta y los fugaces relámpagos la iluminaban de más.

¿Es una venganza por ser tan imbécil?

No quiero pensar en ti, ni en el perro que adoptamos. Pobre Max, me mira con la
esperanza de que al salir regrese a casa contigo. Le doy de comer como solías hacerlo,
lo baño una vez cada quince días así como tú, y no importa, siempre aúlla cada que
me voy, restregándome la tristeza que ambos sentimos. A veces me imagino aullando
junto a él, sólo para escuchar tus gritos desde el cuarto, callándonos por no dejarte
dormir hasta tarde.

“No sé qué hacer si no estás aquí”. Esas palabras me enloquecen lentamente, son
ligeras como el viento tratando de entrar por la ventana hasta romperla, desatando
una tortuosa ventisca de recuerdos que me dejan atrapado, sin poder escapar de ti.
Probando un coctel de los más dulces y amargos sabores del amor.

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Mentiste aquel día, la lluvia no te gustaba tanto como a mí. No tomabas mi mano,
evitabas mis besos, no sonreías al verme. Te alejabas sutilmente hasta que
explotaste, ya no estabas en casa, salías tantas veces con tus amigas que ellas no
sabían... Nadie sabía dónde encontrarte y en el trabajo siempre… con él.

Ese día solo quería revivir los buenos tiempos contigo. Tal vez llegué demasiado
temprano, tal vez no me esperabas. Tal vez podíamos disfrutar del pastel que
compraste. Tan sólo quería encontrarte. Él estaba encima de ti como yo solía estar y
tú clavaste las uñas en su espalda, como antes a mí. Corrí tan lejos como pude, azoté
la puerta para hacerme oír después de ser invisible tanto tiempo.

Regresé hasta muy noche, cualquiera hubiese creído que estaba en la fiesta de los
vecinos, oliendo a alcohol. Lamento recordarte con una mirada furiosa y fulminante.
En verdad, no sé qué hacer sin ti. Odio gritar, lo sabías, callé, decías que todo había
terminado, que cada uno debía seguir con sus vidas, buscar nuevos proyectos por
hacer. Cuando lo recuerdo me autoengaño con mi imaginación. Yo llegando
temprano, tú sorprendida corrías a mis brazos y me besabas hasta sangrar los labios,
terminar en la sala, tendidos, extasiados con el pastel embarrado, superándolo todo
¿Por qué gritaste? ¿No había vuelta atrás, cierto? Y con un beso en la mejilla dijiste
adiós. Me abracé a ti, no quería despedirme, te apartaste bruscamente. La radio de
los vecinos sonaba demasiado fuerte. Sucedió tan rápido; tu mano en mi brazo, yo
sacudiéndote mientras cruzábamos el umbral a la sala y te empujé, más fuerte que
otras ocasiones.

Caíste lentamente, interpretando un moderno ballet con la música de fondo, hasta


escuchar el golpe seco de la mesa. Brotaba tanta sangre, no sabía qué hacer. Tu
mirada furiosa no se desprendía de mí, en verdad lo lamento…

Desde entonces cada que sueño estoy contigo, por lo general siempre te manifiestas
furiosa arañando mi espalda, arrancando mis labios y devorando mi cuello,
disfrutando mi carne mientras pido perdón. Pero en la kermes, eres amable, me
preguntas qué sucedió después de irme. Y yo seco, sin más lluvia, respondo “no lo
sé”, nunca hubo preguntas. Teníamos más de un año sin hablarnos, ni vernos. Nadie
supo que entré a tu casa, que permanecí en la cocina esperando por ti. Nadie sabía

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que yo existía en tu funeral… Y entonces sonríes tan coqueta echando la cabeza atrás,
llenando de carmín todo el lugar. Me abrazas, murmuras que decidiste matarme al
nunca hablar de mi… entonces veo como tu mirada se va apagando con esa llama
ardiente.

Y ahora, siempre se repite en mi mente tus palabras “No sé qué hacer si no estás
aquí”, como un mantra mientras se reproduce el momento en el que te extingues.

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LA SEDUCCIÓN POR DESOLACIÓN
Itzel Hernández

I
Hoy no es un día cualquiera, hoy tienes la oportunidad de salir con el que podría ser
tu próxima pareja, tal vez tu esposo, el padre de tus hijos: el amor de tu vida.
Con ese presentimiento en mente, abres tus hermosos ojos verdes y contemplas el
techo de tu habitación, el color blanco prevalece sin ninguna mancha y sonríes
satisfecha. Sin dejar de verlo, te estiras mientras murmuras cosas sin sentido.
Cuando terminas, te quedas quieta sobre las sábanas. Los segundos transcurren
hasta que un sonido de mensaje de tu celular te avisa que se te ha pasado la mañana
viendo el techo, soñando nuevamente despierta con los posibles resultados de esta
noche.
Con pereza, con determinación y sin olvidar tu sonrisa, te incorporas dispuesta a
arreglarte para aquel extraño. A pesar de que no lo conoces, que es una cita a ciegas,
confías en el buen gusto de tu madre... Aunque las últimas dos citas no han sido del
todo acertadas a tus gustos, mucho menos a una experiencia sexual satisfactoria, te
das ánimo mentalmente. Aún así frunces el ceño al recordar la salida de la semana
pasada, en lo mal que salió por tu abuso con el alcohol, en cómo fuiste torpe en lo
sexual y en el reclamo de tu madre al día siguiente por arruinarlo todo. Sin embargo,
el agua hirviendo se desliza gota por gota por tu cabello, poco a poco, borrando aquel
mal recuerdo y decides cerrar los ojos al sentir tus manos suaves y pequeñas
recorriendo cada parte de tu cuerpo.
El baño es el momento predilecto de tu día, es el único lugar en el cual te puedes
sentir vulnerable, sin ser juzgada. Te sientes tranquila, en paz; y es esa quietud la

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que te excita más que cualquier cosa. Tus dedos ágiles recorren tu busto y poco a
poco bajan por el ombligo hasta sentir tu pubis, con maestría haces a un lado aquel
vello rojo para explorar el órgano prohibido por la sociedad y por tu propia madre.
Frotas con suavidad, mueves de un lado a otro, formas círculos hasta sentir la tensión
sobre tu columna vertebral; estás a punto de llegar, al clímax, estás a punto de
gritar…
El teléfono suena arruinando el orgasmo.
Estás dispuesta a dejarlo sonar para continuar, pero el sonido insistente te quita el
apetito sexual y frustrada terminas de enjuagarte, cierras las llaves con rapidez y, con
una pequeña toalla alrededor de tu cuerpo, sales del baño dejando algunos charcos
en el piso. Con cuidado, sin llegar a correr para evitar un accidente, levantas el
auricular del aparato del infierno.
-¿Sí?-, no puedes evitar sonrojarte al escuchar tu voz ronca y llena de deseo. Esperas
que no sea tan evidente tu actividad clandestina de momento atrás.
-¿Ya estás lista?- el tono molesto de tu madre te confirma que sabe lo que hacías.
Avergonzada dices incongruencias, afirmándole que aún hay tiempo, es temprano.
-No me falles, Leonora- exclama tu madre con voz autoritaria–. Esto es importante
para mí-.
El sonido del teléfono colgado suena sobre tu oreja y estás desconcertada. Tu madre
creé que lo arruinarás, ella cree que la harás quedar mal, también que es tu última
oportunidad de encontrar el amor.
Enojada cuelgas con brusquedad y te diriges a tu cuarto para terminar de arreglarte.

II
Has pasado un tiempo considerado en tu armario, buscando el atuendo perfecto para
la noche ideal. Has descartado cada uno de los vestidos que tienes y, por fin, has
escogido aquel vestido ceñido color verde olivo, que combina perfectamente con tu
cabello rojo. Aquel vestido que compraste hace poco.
Es curioso cómo, al comprarlo, pensaste que no lo usarías; acababas de terminar una
relación de más de diez años, donde el corazón quedó roto y las ilusiones por volver
a ser feliz pisoteadas bajo los zapatos lustrosos de David. Pero cuando lo viste en el

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aparador te llenó de confianza y de sensualidad, por eso lo compraste sin ponerte a
pensar que no lo usarías en mucho tiempo. Hasta hoy.
Estás frente al espejo del baño, sólo las luces de éste iluminan tu rostro, te observas,
te analizas buscando alguna arruga, algo mal en tu apariencia. A pesar de que el labial
que te aplicaste es tu preferido, lo quitas con un pedazo de papel, no quieres darle
una señal equivocada, de mujer atrevida y fatal. Piensas si es necesario quitar el
primer botón del vestido, pero la voz de tu madre suena en tu cabeza diciéndote que
debes ser recatada, una señorita, así que desechas la idea con un mohín en tus labios.
Vuelves a ver tus ojos verdes, acomodas tu cabello rojo y no puedes evitar sonreír.
Sabes que será la mejor noche, que estás dispuesta a todo, estás decidida a sacar ese
animal que muchas veces seduce a cuanto hombre se cruce por tu camino, como
todos los días desde tu soltería. Con decisión sales del baño, tomas las llaves de
departamento y te diriges a la oscuridad de la calle, en un clima templado.
El carro que tu madre te pidió llega a la hora acordada y con elegancia, un chofer de
unos treinta años te abre la puerta. Te sientas con una sensualidad que provocas que
el hombre trague grueso, poniéndolo nervioso. El silencio y la atmósfera del coche
es tranquila, relajada, a comparación con todo lo que estás sintiendo en tu cuerpo.
Te vuelves a repetir que tu madre se esforzó mucho para obtener la cita, que no te
fallaría esta vez. De pronto, una música suave sale por las bocinas del coche y
contemplas los ojos del conductor que te observan por el retrovisor, te está
coqueteando y no sabes si es prudente contestarle. Sin embargo, no pasa mucho
tiempo cuando sus ojos vuelven a conectarse con el camino y sonríes ladinamente,
notas como su manzana de Adán sube y baja con rapidez, una risa burlona sale de
tus labios al mismo tiempo que levantas una ceja perfecta.
Pasan algunos minutos hasta que notas que el conductor detiene el auto, están frente
al restaurante elegante sugerido por tu madre. El chofer rápidamente baja y te abre
la puerta con caballerosidad, con gentileza alarga su mano y la tomas sin titubear. La
tensión sexual se vuelve más notoria y cuando ves que va a decirte algo, lo sueltas y
meneando las caderas caminas hacia el maître de la entrada sin voltear la vista atrás.
La señorita te indica la mesa reservada a nombre de tu madre, el camarero se acerca,
te separa la silla esperando a que te sientes para después ofrecerte las bebidas del
local. Para comenzar la noche, te decides por un whiskey. Pasan algunos minutos y

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el sonido de los cubiertos de las mesas cercanas te acompañan, el mesero te trae un
pequeño vaso y agradeces con una sonrisa genuina, sin ser coqueta. Cuando se retira
de la mesa das un sorbo con sutileza y decides esperar al hombre de tu vida.

III
Los comensales comienzan a observarte más de lo normal, los ojos del mesero, que
eran de deseo al inicio de la noche, te observan desde la oscuridad con lástima y un
poco de burla. Ha pasado cerca de una hora y la cita ideal, el hombre perfecto, no
llega.
Intentas marcar al número que te envió tu madre por la mañana, pero no responde,
ni siquiera suena. Le marcas a tu madre y sólo escuchas el sonido de llamada antes
de escuchar el buzón y su voz que te molesta aunque suene mecanizada.
Comienzas a sentirte insegura, con movimientos torpes intentar taparte el rostro con
tu cabello rojo, el vaso de whiskey es rellenado más rápido cada vez sin que digas
ninguna palabra, estás segura que mañana tendrás una resaca, te has bebido casi
toda la botella. El mesero ya ni se acerca a decirte el menú, incluso ves cómo susurra
con su jefe y no dejan de mirarte.
Quieres irte, salir corriendo de aquí, pero no puedes levantarte con la misma
seguridad con la que llegaste.
-Señorita- la voz del jefe de meseros te desconcentra y tratas de enfocarlo perdiendo
la batalla por tu alcoholismo.
-Señorita, me temo que…- pero no lo dejas terminar. Con agilidad, a pesar de tu
estado, sueltas algunos billetes sobre la mesa sin ver que estás dejando de más y te
incorporas. Te tambaleas un poco por culpa de los tacones y el vestido ceñido, a pesar
de que sientes las miradas sobre tu espalda, las cuales queman porque te están
juzgando, caminas sin mirar atrás, por segunda vez en la noche.
Estás dispuesta a olvidar que te dejaron plantada, tal vez necesitas acostarte con el
conductor para olvidar todo; o tal vez necesitas dejar de confiar en tu madre, la cual
se empeña en castigarte por permitir que David te dejara por una más joven con cada
cita que arregla.

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MOMENTOS
Itzel Hernández Rodríguez

Se le llama momento incómodo al tenerte en la misma habitación, al verte sonreír


sabiendo que aún me pones nerviosa y logras que, tanto mi corazón cómo mi cerebro,
lleguen a actuar incoherentemente. Cuando haces eso, mi respiración se acelera,
siento mis mejillas sonrojar y, al mismo tiempo, mis manos sudan y tiemblan
provocando que el cigarro, a medio fumar, comience a tirar la ceniza en aquella vieja
alfombra que adorna la habitación de tu mejor amigo. Sé que sólo estaremos de cinco
a diez minutos en la misma habitación, pero no puedo dejar de maldecir al tiempo
que decide jugarme una broma, porque comienza a actuar como si fueran horas.
Estoy llegando a un nivel de nerviosismo que jamás creí tener en presencia de un
chico.
Para detener la ansiedad que crece en mí decido observar la habitación; y mientras
contemplo la colección de libros, llega a mis oídos tu risa provocando que cierre mis
ojos al mismo tiempo que pienso que te ríes de mí. Inconscientemente volteo y mis
ojos se encuentran con tu mirada, con aquella mirada que podía penetrar hasta mi
alma... ¡Mierda! aún lo sigues haciendo. Mi boca comienza a moverse antes de que
la detenga, mis palabras se pierden al ver que tu mirada, oscura como la noche, se
posa en mis labios y vuelves a sonreír de lado.
El silencio acompaña nuestro intercambio de miradas a pesar de que la música se
sigue reproduciendo, observo como tus pupilas poco a poco se van dilatando y justo
cuando iba a preguntarte si aún me extrañas, si aún me quieres, llegan esos dos
amigos que, a pesar de que adoro, no puedo más que odiarlos en este momento. Mis
dientes muerden mis labios desviando mi vista de ti y veo como esos dos malditos se

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detienen frente a la puerta. Desde ahí deciden observar la situación, uno de ellos me
lanza una mirada de compasión, el otro sólo sonríe con burla haciéndome enojar.
¡Ellos planearon esto!
Suspiro resignada mientras acepto la nueva cerveza que me extienden los recién
llegados, antes de tomar un trago, levanto la mirada y me pierdo en tus ojos mientras
tus labios forman aquella sonrisa altanera con la que me terminaste.

***

Han pasado alrededor de dos horas desde que nuestras miradas se encontraron. No
me he atrevido a alzar la vista, no quiero verte; sin embargo, me está costando mucha
fuerza de voluntad, sobre todo si tu voz entra por mis oídos y siento tu mirada sobre
mí en todo momento.
Cuando la luna comienza a salir, observo que mis adorados amigos están un poco
pasados de copas. Admito que yo también. He estado más callada de lo normal y, a
pesar de que tratan de incluirme en su conversación, no participo por miedo a que
tú me hables, el sonido del bajo es lo único que me concentra para no volverte a ver.
De pronto, la música se detuvo, sin siquiera pensar en las consecuencias, alzo mi
vista y descubro que estamos solos de nuevo. ¿A dónde habrán ido esos idiotas?,
pienso y repito mi escaso vocabulario de insultos con disimulo; trato de buscarlos
pero mis ojos, que ya no están a la disposición de mi conciencia, se centran en los
tuyos por inercia, perdiéndome en ellos. Siento mis mejillas coloradas, más intensas
esta vez.
No pasan ni dos segundos cuando te levantas y caminas con paso seguro a pesar de
la cantidad de alcohol que has consumido. Mientras pasas por la mesa de centro
decides depositar tu cerveza que se ha derramado por la brusquedad de tus actos.
Mis ojos sólo siguen tus movimientos, estoy temblando. Tus pasos te llevan hasta mí
y sin vacilar tomas mi mano que suda incontrolablemente, no sé cómo reaccionar,
sólo te sigo al sentir un pequeño jalón de tu parte.
Me llevas a la habitación contigua, ni siquiera noto por dónde voy, sólo confió en ti
mientras me invitas a sentarme en la gran cama; nuestras miradas no se han
apartado durante el camino, no hemos pestañado.

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Estoy a punto de preguntarte cuál es tu nuevo propósito, si estás dispuesto a hacerme
nuevamente daño pero tu dedo se coloca sobre mis labios cuando escuchas mi
balbuceo. Tu sonrisa es ladina mientras alzas aquella maldita ceja perfecta y tu dedo
se desliza de mis labios hacia mi mandíbula.
Como autónoma cierro los ojos al notar tus intenciones de acercarte, tu perfume se
cuela por mi nariz llenándome de dicha y alegría, estoy embriagada, incluso suspiro.
Tu risa, leve pero segura, se vuelve a escuchar en la oscuridad haciendo que me
estremezca, tu aliento ha rozado mi cuello, parece que voy a desfallecer ante tus pies.
Y, después de esperar más de dos años, tus labios tocan los míos y me siento dichosa.
No me importa si tienes novia, así como tampoco me interesa saber las
consecuencias de nuestros actos, sólo suspiro y sonrío cuando de tu boca sale en
medio de un susurro mi nombre.

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ALAS DE GORRIÓN
Carol De la O

¿Cuántas veces he visto a mi mamá anhelar un amor protector? Uno de esos que
recoge tu alma hecha pedazos y te consuela arropándote en la noche o de los que te
miran atentamente con la ilusión de que marques una sonrisa en tu rostro. Mi madre
siempre habla de lo feliz que es, cual infante se maravilla con el arcoíris, la luna o los
matices anaranjados del atardecer.

Cada mañana paso por su estudio para darle los buenos días. Veo su espalda
encorvarse en la incómoda silla de madera para detallar minuciosamente sus
esculturas de cartón. Si miras hacia el mueble que tiene a la derecha te podrás
encontrar con seres fantásticos finamente pintados con acrílico, los ya terminados
tendrán una capa de laca brillante o mate, otros conservarán el color gris de una
mezcla de diferentes papeles, desesperados por la personalidad que solo el color
puede terminar de impregnar.

–Mira, es para la abuelita– Me dice al girarse mientras se estira para enderezar su


espalda.

En sus ojos veo plasmado un tinte de ilusión y en sus manos un gorrioncito a medio
pintar que podría escapar y perderse en los montes que palidecen al horizonte de
nuestra casa.

Solo pude sonreír y asombrarme. Sin embargo, justo antes de que mi madre se
volteara completamente para continuar con su labor, logré atisbar una mueca de
nostalgia. Fue entonces cuando mi corazón se comprimió ¿Cuantas cosas atesora la

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abuela que no sean figuras religiosas o aquellos últimos recuerdos de mi abuelo? La
abuelita no siempre fue lo que aparenta estos días que la vejez la ha vulnerado. No
dije nada ante la posibilidad de ilusionarla con la falsa imagen de su madre
aceptando el regalo para procurarle un lugar especial en su casa. Pues solo puedo
imaginármela pidiendo algo de dinero o despensa, lo que ella llama “cosas útiles”.

El día que mi mamá partió a casa de la abuela me despertó el motor del coche al
arrancar. En el estudio sus pinceles chorreaban de pintura manchando el suelo y el
barniz para el acabado brillante parecía haberse abollado al caer. Coloqué cada
instrumento en su lugar, cuidadosamente lavé los pinceles para que el acrílico no los
arruinara el secarse y terminé sacando los restos de un papel de regalo rosa pastel
del desbordado bote de basura.

Cuando mi mamá volvió a casa me saludó como siempre, sacó de una bolsa de
mandado tortillas, tamales, mole y arroz. No dejó de hablar de sus hermanas, los
nuevos chismes del pueblo y las constantes interrogantes de sus familiares por mi
paradero.

A la mañana siguiente no encontré a mi madre en el estudio, solamente un bote de


basura nuevamente lleno donde se distinguían tiras de un papel rosado y lo que
alguna vez fueron las alas de un gorrión.

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CHAROLA DE PLATA
Carol de la O

Amanda miraba por la ventanilla del camión que la conducía a casa de Laura.
Siempre le había gustado visitar a sus hermanas cuando se integraba un nuevo
miembro a la familia, justo como era costumbre de su madre y su abuela. En esta
ocasión su hermana Laura celebraba el nacimiento de su primera nieta. Amanda
solía llorar al sostener a cualquier infante en brazos pues le recordaba la pesadilla
que vivió cuando el cadáver de su bebé desapareció de su tumba, pero al mismo
tiempo sentía un alivio inexplicable en su pecho como si las piezas de su roto corazón
se completarán después de tantos años.

Su celular al vibrar la sacó de su ensimismado pensamiento.

"Te veo con mi nuera a las 12, es la casa azul después de la del Tío Fru, no estoy en
casa."

Una de las cosas que más odiaba Amanda de la gente era que le cambiarán los planes
a último minuto, siempre fue muy puntual. Cuando el camión llegó a su pueblo natal
sus pensamientos la llevaron a su infancia, ¿Cuántas veces no había recorrido esos
caminos hacia la escuela con su bolsita de trapo en brazos con solo un cuaderno de
10 hojas y un lápiz mordido?

De niña su hermana le causaba miedo debido a los sueños que tenía en terrores
nocturnos, en ellos Laura se aparecía sosteniendo un muñeco de paja y olote al cual
torturaba con agujas, lo azotaba en el piso o le retorcía las extremidades, Amanda
siempre sentía el dolor y despertaba gritando para alterar la pacífica noche de todos

22
en casa. Volvió a tener ese sueño por última vez antes de que su bebé falleciera por
muerte de cuna.

De pronto, en el camino vio a su hermana cargando una bolsa de lona que se desviaba
a la calle de su casa. ¡Mentirosa! ¡Le metería un susto por mentirosa! Pensó. En
cuanto pudo se bajó del camión, corrió al domicilio de su hermana. La tonta ni
siquiera había cerrado con llave, eso es peligroso. Cuando la abrió le llegó un aroma
a podrido, como cuando atropellan a un perro y se queda tirado varios días. La
habitación estaba iluminada por una decena de velas, en el piso había un gallo
muerto, fotos rotas, fruta y en una charola de plata un pequeño cráneo con huesos
diminutos.

23
VÉRTICE EN EL CAMINO
Carol de la O

¿De verdad la maternidad es para todas? Miro por la ventana de la sala de espera
cuestionándome, el cielo parece llorar las lágrimas que yo no puedo. Me pregunto si
interrumpir un embarazo no deseado debe marcar para siempre la vida de una
mujer. De niña mi madre decía que la maternidad era lo mejor que le había pasado
y probablemente lo mejor que me pasaría, entonces ¿Por qué en lugar de supuesta
dicha yo siento vergüenza y un profundo rechazo por el producto en mi interior?
Aunque soy adulta me doy cuenta de que emocionalmente no me alcanza, no tengo
amor que dar. Mi chamarra negra con una mancha grisácea por el pegamento que
derramé haciendo algunas manualidades me cubre perfectamente del frío, sin
embargo, yo no dejo de temblar.

Desperté en un frío y húmedo agujero, siseo mi lengua para sondear nuevamente


el terreno. La lluvia cesó para darle permiso al sol de filtrarse entre las rocas. Con
el cuerpo rígido me deslizo entre la superficie rocosa para salir de mi escondite
añorando poder robar un poco de calor a nuestra estrella. Afuera, con un nítido
meneo, los pájaros comienzan su canto en un lejano susurro que proviene de la
punta de los pelones árboles con ramas delgadas y largas que se conectan entre sí.
Los hombres se remueven en sus madrigueras dispuestos a regresar a intemperie
y aproximarse a la roca serpenteante por donde suelen circular una y otra vez.

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Una enfermera me llama para presentarme una serie de documentos, mi corazón


bombea con intención de abandonar mi cuerpo. Firma aquí y acá, ¿Te obligan?
¡Cárcel! Me aseguran que podré salir de aquí corriendo y que mis días continuarán
sin ninguna complicación.

El calor hace que pueda ondular con facilidad, no encuentro amenazas, sin
embargo, mi abdomen siente las vibraciones de los enormes insectos que en la
lejanía huyen por el ondulante camino de piedra como si un depredador inmenso
los persiguiera.

Antes de parar a quirófano, una enfermera rechoncha intenta distraerme mientras


introduce el catéter bombardeándome con todas las preguntas que haría mi madre
a cualquier persona que acaba de conocer. Con el estómago en ayunas quejándose…

—¿Quién vino contigo? — Me quedé tan fría que dejó de dolerme el brazo.

—Mi hermana— Mentí.

Al otro lado hay majares exquisitos, nidos de roedores y aves desprotegidas tras la
luminosa calma al culminar la tormenta. He intentado cazar por dos días seguidos
sin tener suerte, por desgracia las crías en mi interior se retuercen provocando una
incómoda cacería.

Cuenta del uno al diez, dice el anestesiólogo mientras más enfermeras amarran mis
tobillos en aquellos fierros que abren mis piernas, ni siquiera tengo oportunidad de
sentirme cohibida porque tanta gente pueda ver mi intimidad ya que la negrura se
cierne con rapidez sobre mí.

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Al sacar mi bífida lengua percibo el calor de varios mamíferos, me enrosco para


parecer más grande y agresiva. La amenaza a mi alrededor se mueve y grita en
caos, las siluetas humanas se congregan y con un golpe me destrozan el cráneo, no
muero en seguida, condenada a sentir como cada una de mis crías comienza a
buscar una salida ante la inactividad, siento el desgarre arder por mi vientre y una
pequeña sierpe se desliza por el hueco entre mis escamas siguiendo mi destino.

Bajé del transporte público para seguir con el camino oscilante de tres minutos para
llegar a casa. La calle casi completamente seca se me antojaba caprichosa. No hay
dolor, solo un largo suspiro que es interrumpido por una serpiente en el suelo,
retrocedo varios pasos antes de darme cuenta de que tenía la cabeza completamente
aplastada junto un amasijo de serpientes pequeñitas.

—Doce semanas— Me recuerdo para diferenciar un acto de otro.

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SUSPIRÓ DE AMOR
Carol de la O

Con un cubrebocas morado, Diana se dirigía al café donde por vez primera llegaría a
conocer a su club de lectura de la universidad en persona. Se retiraba continuamente
su cabello corto arriba del mentón de la cara, sobre todo aquel mechón amarillo
fosforescente que no dejaba de cruzarse por sus ojos.

Diana, estaba muy nerviosa porque la chica que dirigía el club había atrapado su
mente y su corazón con los cuestionamientos que solo un letrado podría plantearse.
Una mujer que daba hermosos discursos sobre la libertad y la razón.

Diana no era muy culta, ni muy guapa. Aunque podía disfrutar de las artes nunca
había profundizado en ninguna. Le gustaba la música clásica, pero no sabía
distinguir entre Bach, Tchaikovski o Paganini. Admiraba a Monet y a Cézanne, pero
los habría confundido fácilmente con Van Gogh. Si ella tan solo hubiera podido
poner en palabras lo que le gustaba del impresionismo habría sido sin duda la bruma
de la pincelada, los azules en la paleta de color y lo efímero que parecía todo aquello,
lo cual reflejada su modo de existir.

Diana le envió un WhatsApp a aquella joven la semana anterior porque disfrutaba


escribir un poco y deseaba que las complejas palabras de Rebeca le ayudarán a
completar sus escritos. La estudiante de ingeniería había elogiado la narración de
Diana, decía que le recordaba un poco a Juan Rulfo. Diana se sintió halagada, aunque
no conocía a Juan Rulfo, sabía que eran palabras sinceras.

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Durante su andar, comenzó a fantasear con que confesaba sus sentimientos a Rebeca
y esta le correspondía, fue entonces cuando trastabilló un poco.

–¡Ay Rebeca! – suspiró en su mente– ¿De que puede hablarte una mujer simple?
¿Que puede ofrecerte quien vive de flotar en las narrativas de la vida?

Cuando llegó a la cafetería vio a todos sus compañeros sentados charlando sobre...
¿Quién? ¿Le Fanú y Bukowski? ¿Quién diablos eran aquellos sujetos y por qué
estaban en la misma oración? Frente a la cafetería se quedó helada, Rebeca la miró
directamente un momento, Diana levantó su mano para saludarle, pero ella giró su
rostro para sumergirse nuevamente en la conversación sobre autores que Diana
apenas y reconocía.

Cuando Rebeca volvió a mirar, Diana había desaparecido del umbral.

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CIELO ROTO
Carol de la O

–¿Entonces nunca me aceptarás así?

La madre acelera molesta con una mueca de asco.

–¡Respon...!

Cielo roto.

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UN DÍA DE MARZO
Misaki Elv

El ocho de marzo a las 3:30 de la tarde, después de días de coraje y tristeza, por fin
había llegado el momento de dirigirme al lugar de mis tormentos recientes. Cerca de
cuatro años presté mi tiempo y dedicación a una empresa que se enfocaba en la
educación universitaria. Mis primeros meses me dediqué a la asesoría de
inscripciones. Después, colaboré con el área escolar, y finalmente, mis últimos días
en la empresa, estuve en el área de cartera, cobranza y recuperación de ingresos.

Reconozco que nunca disfruté mis labores en ese lugar, solamente lo hacía por mi
querida hija, Shalem; quien apenas contaba con tres años de edad y que, con su
alegría e inocencia, era mi motivación y lucha. El padre de mi pequeña nos dejó por
irse con otra mujer, me dejó triste, pero salí adelante. Así que vivía con mis padres.
Los apoyaba con la comida y los gastos básicos del hogar.

A pesar de ser un poco joven, quería darle un mejor ejemplo a mi hija, por eso decidí
estudiar una licenciatura en la empresa donde estaba laborando. Como era
colaboradora, me becaron para no pagar nada. Terminaría en dos años ocho meses
la licenciatura en Administración de Empresas. Me convencí: la dinámica escolar se
llevaba a cabo en línea y podía presentar exámenes y actividades a cualquier hora del
día. De esta manera, no tenía problema para dedicarle tiempo al trabajo y los
cuidados de mi pequeña Shalem.

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Recuerdo: explicaron que tenía que ir a la empresa por mi liquidación, la constancia
laboral y firmar la carta de despido. Mi padre me acompañó a la parada de la combi
y no se fue hasta ver que abordé el transporte correcto para llegar a mi destino.
Estaba nublado y las marchas de aquel día hicieron más tráfico de lo habitual. Por
fortuna y como lo había previsto, me salí con hora y media de anticipación.

Ver el tráfico…el disgusto de miles de mujeres por ver la situación actual del país y
los sucesos de los días recientes, provocaron en que pudiera pensar acerca del futuro
de Shalem, las deudas, los gatos y… ¡La escuela!, sí, en la cual sólo me faltaban cinco
meses para terminar, y como ya no trabajaba para ellos, comenzarían a cobrarme las
colegiaturas. El odio se apoderó de mí. No lo entendía, siempre fui puntual,
responsable y cordial. Nunca me metía con nadie…quizá el error fue vestirme bonito,
quererme, cuidarme como persona ser demasiado ingenua. Sí. Eso fue lo que
sucedió.

Todo comenzó cuando realicé mi Servicio Social en el departamento de RH de la


institución. La mayoría, mujeres; algunas no pasaban de los treinta años, y quienes
tenían un cargo más elevado, tenían más de cuarenta años. Al principio se portaron
cordiales, pero poco a poco noté un ambiente turbio. No les agradaba. Esto lo deduje
por la forma en la que me miraban; con desprecio y envidia. La jefa del departamento
de RH, me despreciaba, y aunque disimulara la forma en la que me veía, era muy
evidente el desagrado hacia mí

Cuando terminaban mis horas de Servicio Social en el departamento de RH, iba a mi


jornada laboral. Sólo tenía que tomar el elevador y bajar un piso. Sin embargo, ahora
que estoy recabando la información de cómo ocurrieron las cosas, pude notar que
poco a poco mi supervisor empezaba a ser más severo conmigo. Quería hallar
cualquier error para justificar un acta administrativa. Un compañero se dio cuenta
de la situación y sugirió que fuera con RH, pero la idea no me agradaba y le conté.
Me creyó y, a manera de pregunta, dijo << ¿por qué las mujeres siempre tienen
problemas de este tipo? Siempre se siembran discordia, siempre se echan miedo por
el tema de sus inseguridades>>. Nunca supe qué contestarle. Mientras repasaba

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todo esto en mi mente, la combi empezó a avanzar y en menos de media hora, llegué
a la empresa.

El oficial de la entrada fue muy amable, se enteró de mi desdicha y me deseó suerte.


Indicó que me quedara en la sala de espera. En unos minutos la abogada de la
empresa, quien se llamaba Nelly, llegaría para tratar mi situación y darme el cheque.

Pasaron diez minutos. La licenciada Nelly llegó. Intentó ser amable, pero comenzó a
mirarme de arriba hacia abajo. Posteriormente, y de manera cortante, dio las
indicaciones para pasar a una sala de juntas. Al llegar me dio el contrato, el recibo de
liquidación, la nómina y explicó los motivos de mi despido. Sus motivos, según ella,
fueron que había sido muy grosera con un estudiante y mis incidentes laborales eran
bastante notorios, pues nunca llenaba de forma correcta las bases de datos. Cada una
de sus palabras fue patética. Pregunté del por qué nunca tuve una posible acta
administrativa. No sabía qué contestar y titubeaba.

Después volteé a ver mi contrato y la carta de despido. El texto de esta hoja no aludía
a un despido. La abogada explicó que debía firmar la renuncia. Me negué
explicándole que ellos me habían corrido. Y ella, astutamente sacó a colación el tema
de mi licenciatura y el Servicio Social. Y yo, con desconcierto le platiqué lo que pasó.
Ella, ahora recuerdo, fingió empatía y me prometió respetar la beca y el tiempo que
le había dedicado al Servicio Social mientras estuve en el departamento de RH.
Incrédula, firmé la renuncia. Acto Seguido, hizo entrega de mi cheque. Sacó una
copia de mi INE y me entregó la constancia laboral. Todo pasó muy rápido.

Antes de irme, la licenciada me felicitó por el 8 de marzo. Por todos los


acontecimientos, había olvidado bien qué día era. Me regaló un arreglo floral y unos
chocolates. Salí de la empresa.

Caminé dos cuadras y abordé la combi. En el trayecto, mientras pensaba en todo lo


que había pasado, un sujeto se subió y me miraba de forma lasciva. Le resté
importancia. Mi mente sólo se concentraba en mí y en lo que permití. Debo
reconocer que me dejé paralizar. Unos minutos más tarde, se subieron dos chicas
que venían de la marcha. Una de ellas de repente desviaba la mirada con desprecio

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hacia a mí. No le presté atención, pero si pude ver que el sujeto ahora ponía la mirada
en ellas.

Estuve a dos paradas de llegar a mi destino cuando vi que las jóvenes empezaron a
pelear con el señor. Se hacían de palabras. Él reaccionaba a las amenazas de las
jóvenes. Algunos pasajeros no dudaron en meterse al conflicto. Hice oídos sordos,
sólo esperaba el segundo para poder descender y evitar cualquier confrontación. Y,
en el instante de bajar de la combi, sólo vi cómo entre las dos empezaron a soltar
puñetazos hacia el señor. La combi frenó a cuatro metros de donde me encontraba.
En la parada vi Shalem, quien al verme, soltó una resplandeciente alegría; brincaba
y reía, mientras mi madre la sostenía de la mano. Olvidé y sonreí.

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LA RATA
Xóchitl Albarrán Molina

La Navidad de 1990, para algunos de mi familia fue ¿cómo decirlo? extraño, difícil,
trágico, de esos hechos que no se olvidan. Era la mañana del 24, el timbre sonó con
desesperación, asombrados vimos que era el tío Raúl, hermano de mi mama que
vivía en Estados Unidos y nos visitaba todos los veranos, jamás en las Navidades.
Mi mamá sorprendida y feliz se alegró mucho al verlo, para ella era simpático,
generoso, trabajador. A los demás nos caía mal por metiche, pero a juicio de mi
mamá, era así porque nos quería como a los hijos que nunca tuvo, por eso, tuvimos
que tolerar su presencia varios años sin chistar y valorar sus sabios consejos. Apenas
entró en casa comenzó la fiesta, platicaron durante el desayuno no hubo sobremesa,
las bolsas del mandado los esperaban para ir de compras al mercado de la colonia.
Después de un par de horas llegaron con los ingredientes que faltaban para la cena:
pavo relleno, pasta, ensalada de Nochebuena, de postre panquecitos de nuez con
ralladura de naranja espolvoreados con azúcar glass que personalmente yo cocinaba
cada año. Por la tarde fui a casa de la abuela a hornear imposible hacerlo en la casa.
— Romy, dice tu tío que no puede comer nuez.
—Está bien, a él le hago solo de naranja.
— Sí, solo uno o dos para que pruebe no puede comer mucho pan.
—Ya me voy, en cuanto estén listos regreso a ayudarte a poner la mesa, adiós.
Llegué alrededor de las ocho de la noche con la charola de panqués esponjados,
calentitos, el olor de pan recién horneado llegó a las narices del tío.
—Hmmm ¡Qué rico huelen! Dame uno hija — obediente extendí la charola hacia él.

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—Pero solo hice uno sin nuez es el de papel blanco.
—Gracias.
Tomó el panqué, le dio una gran mordida sin terminar el bocado, se sambutió el resto
del pan. Con la boca llena alcanzó a decir: ¡Qué rico está esto! De pronto comenzó a
tocarse el cuello y el estómago con desesperación.
—Mamá, mamá, corre a mi tío se le atoró el pan.
Mi mamá llegó lo más pronto que pudo, comenzó a golpear su espalda para que
escupiera el pan que le asfixiaba. En menos de cinco minutos cayó al suelo. Llegaron
mis hermanos ante los gritos desesperados de mi madre, al verlo tirado con los ojos
abiertos y un rictus en el rostro comenzaron a preguntar.
—Pero, ¿Qué pasó? ¿Por qué? —preguntó mi hermana.
—Dice Romy que se asfixió con el panquecito, se lo habrá comido muy de prisa, no
lo sé —Dijo mi madre entre sollozos.
Como era de esperar pasamos ambas fechas en la funeraria todos juntos en familia,
en lugar de pavo comimos galletas, sustituimos el vino por café y mi madre no dejaba
de llorar lamentándose de no haber podido ayudar a su hermano querido.
—Se atragantó con un panqué no pudimos hacer nada fue tan rápido, tan
desesperante- decía mi madre a su familia.
Por la tarde llegamos a casa que era un desorden así que comencé a levantar.
— Romy, deja eso allí ve a descansar.
— No tengo sueño no te preocupes, termino aquí y subo a dormir.
— Está bien como quieras me voy a acostar.
Lavé trastes, guardé comida, dejé la cocina en orden, apagué las luces del arbolito vi
los regalos sin abrir, subí las escaleras todo estaba en silencio. Esa noche no pude
dormir a pesar del cansancio que cargaba desde el día anterior. Al otro día por la
mañana antes de que despertaran monté la bicicleta rumbo a casa de Mauro.
—¡Hola!
—¿Qué onda? ¿Cómo estás? ¿Cómo te lo pasaste?
—No muy bien, pero luego te platico.

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—Toma, muchas gracias.
—Ahh, ¿si te funcionó?
—Sí, claro.
— ¡Te lo dije! Este no falla.
— ¿Cuántas ratas mataste?
—Solo una, pero estaba muy grande.
—Ah, pues qué bueno, ya vas a poder descansar de ese animal, son asquerosos.
—Sí, por fin dormiremos tranquilas mis hermanas y yo.
—Gracias, adiós.
Jamás volví a hacer panquecitos de nuez con naranja para nadie.

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EL ESCRITOR
Xóchitl Albarrán Molina

Siempre he querido ser escritor, crear un libro de esos muy interesantes que desde
el inicio atrape la atención del lector y no deje de leer hasta el final, usar una narrativa
con lenguaje amplio, fluido, directo, sin metáforas ni descripciones que estén demás,
de final sorprendente que nadie imagine.
He pensado muchos temas sin embargo, creo que necesito vivir una gran experiencia
para inspirarme y así también dejar en el libro mi sentir y mi pensar. Mi vida es tan
mediocre...
Me levanto todos los días a la misma hora, salgo a trabajar, hago mis tres comidas a
la misma hora, nunca me he permitido cambiar tal itinerario pues estoy
acostumbrado a vivir así.
Pero volviendo a lo del libro, sé que pensarán que estoy loco y más una persona como
yo que nunca ha escrito nada ni siquiera una carta de amor en San Valentín, pero la
idea de hacerlo me ronda desde que era adolescente, no lo van a creer pero sueño
que estoy frente a la máquina de escribir y no dejo de teclear hasta terminarlo.
Despierto con la alarma del reloj para volver a mi rutina, por la noche antes de
dormir dejo todo en orden y limpio la máquina ROYAL que está sobre el escritorio,
después voy a la cama.
Ayer se mudaron dos mujeres al departamento de enfrente, tocaron la puerta y una
de ellas me pidió un martillo, se lo presté sin preguntar. Soy una persona tranquila,
llevo buena relación con todos los vecinos algunos me conocen desde pequeño. El

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departamento en el que vivo me lo heredaron mis padres, aquí nací y cuando ellos
murieron automáticamente pasó a mis manos. Tengo la misma decoración y los
mismos muebles desde que ellos hace cinco años lo remodelaron. No tuve hermanos
así que ni con quien compartir el departamento ni la cuenta de banco, tampoco la
tristeza, orfandad y depresión que sufrí después de su muerte en un accidente
automovilístico hace dos años.
Cuando murieron hurgué entre sus cosas, con morbo abrí cartas que se mandaban
de novios, fotos de sus cursos escolares, en algunas reconocí a mis padres de cuando
fueron niños y adolescentes; nunca acudimos a una reunión familiar, una boda,
navidad o funeral de sus familias. Cuando preguntaba por mis abuelos ellos decían:
“Tú solo nos tienes a nosotros, somos tu única familia”. Lo que era claro es que no
mencionaban jamás a sus padres, hermanos, tíos, primos, abuelos, era muy raro pero
para que preguntar si nunca obtuve información. A veces me siento solo, mis padres
eran mi compañía y yo la de ellos; en el colegio tuve solo dos amigos que aún
frecuento una vez al mes, después de ellos no tengo a nadie. Arturo y Rolando me
dicen que me busque una novia para salir en parejas, pero es que ya quedé curado
en eso del amor.
Por la tarde después del trabajo pasé a la papelería por hojas blancas para cuando
comience a escribir, me encontré a la mujer que me pidió el martillo, me saludó y
dijo que me lo llevaría por la noche que aún no terminaba de usarlo, sin expresión
alguna en mi rostro le dije que estaba bien, pero de repente de la nada me invitó a
cenar a su nuevo hogar como agradecimiento, me tomó por sorpresa pero acepté, se
despidió diciendo que llevara el vino. Llegué a casa acomodé el paquete de hojas
junto a la máquina, recordé que mi padre tenía una pequeña cava que hizo en la
cocina, saqué una botella y reaccioné ante la invitación a cenar de una mujer de la
cual no sabía ni su nombre, era mi vecina.
Tomé un baño, me volví a rasurar saqué una camisa de cuadros azules con gris, un
pantalón de mezclilla, después dudé y me puse uno casual color gris oscuro.
Considero que no tengo mal gusto para la ropa, mi madre me enseñó a vestir de
acuerdo a mi complexión y a la ocasión, creo que hay muchas prendas que me
quedan bien, soy delgado y mido 1. 78, los pantalones casuales de algodón con pinzas
me favorecen. Pero ¿por qué quiero verme bien? Es solo una cena y... bueno la mujer

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es guapa, no, es atractiva pienso que es como de mi edad, ni delgada ni gorda, es
decir de cuerpo mediano, estatura mediana, cabello mediano y cara también
mediana, ni bonita ni fea, pero me gusta.
Decidí usar el reloj que era de mi padre, nunca antes me lo puse, abrí el cajón lo
saqué del estuche y al abrirlo había una foto ovalada de una mujer, era mi madre de
joven, atrás de la misma escrito en letra cursiva Clara la dejé en el mismo lugar. Mi
madre era bonita. Eran las ocho y aunque la mujer no mencionó la hora creí correcto
llegar en ese momento para cenar. Tomé la botella mis llaves y salí.
Mi padre me dejó una librería, por eso es que tengo afición a la lectura, en ella vendo
libros desde preescolar hasta preparatoria. Cuando era estudiante regresaba del
colegio e iba a la librería por él para ir a comer a casa, en las vacaciones abríamos al
diez para las once de la mañana y cerrábamos a las seis de la tarde, allí hacía mis
tareas y al terminar mis deberes leía las obras clásicas que les dejan de tarea en las
vacaciones a los estudiantes. Mi padre era un gran lector, yo estudié contaduría para
llevar las cuentas del negocio; mi papá pensaba en tener sucursales de la librería “
La Odisea”, cosa que nunca se pudo porque realmente era una odisea hacer lo que él
pretendía.
Llegué a casa de las vecinas les extendí el Malbec, no sabía si les gustaría o no, pero
fue el primero que saqué de la cava, me recibieron muy amables, la vecina que me
invitó se llama Olivia, lo supe cuando la otra mujer así la nombró. Cenamos fetuccini
al pesto, ensalada de hojas verdes con vinagreta de ajo. Al principio yo estuve
cohibido, pues ellas eran muy alegres y extrovertidas, me preguntaron qué música
quería escuchar yo dije: —lo que gusten está bien. Aunque los que me conocen saben
que prefiero el rock-, ellas pusieron a Ray Charles, que para nada me incomodó, todo
lo contrario me hizo recordar a mi padre.
Terminamos de cenar. Cuestionaron a qué me dedicaba y cosas así, respondí
sinceramente a todas sus dudas hasta que...
Tal vez ahora ya sé cuál va a ser la historia de mi libro, tal vez una noveleta.
Olivia me dijo que Aurora era su prima, se dieron un beso y me contaron su
historia...
Ya era casi la media noche, les di las gracias y me retiré, pues abro la librería
temprano. Me regresaron el martillo dándome las gracias.

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Esa madrugada no dejé de pensar en todo lo que me platicaron, son primas y pareja
al mismo tiempo por ende su relación era inaceptable en sus familias imagínense
lesbianas y familiares!
Yo no tengo prejuicios, dormí pensando en mi libro, sería sobre ellas pero tendría
que convivir más para saber todos los detalles en su relación y así lo hice, la verdad
si me causaba un poco de morbo. Era un hecho, tenía mi historia.
Después de varias visitas comencé a escribir de su relación prohibida, pasional,
audaz y familiar sin embargo aún no tenía claro el final, lo que yo veía es que eran
felices y los finales tipo Disney son bastante aburridos y predecibles, yo necesitaba
algo diferente, inimaginable como ya les he comentado.
Un viernes de regreso a casa me encontré a Aurora, nos saludamos, comenzamos a
platicar, le invité una copa, ella sin pensar dijo sí, pero en mi casa no sea que llegue
Olivia y se preocupe al no verme. ¡Claro! contesté, vamos por el vino.
Entramos a su departamento, fue a la cocina, regresó con queso en trozos y nueces
como ya era costumbre, nos servimos la primera copa cuando llegó Olivia, nos saludó
bebió de la copa de Aurora e inmediatamente se nos unió.
Después de la botella que llevé sacaron otra más, yo estaba un poco ebrio pero
consciente.
Me preguntaron que quería escuchar, desinhibido les dije que pusieran Walk On the
Wild sade de Lou Reed, es una canción que habla de desenfreno sexual, uno de los
tantos tabúes de los años sesentas, la escucharon con detenimiento, al terminar la
pieza aplaudieron diciendo que era magnífica que jamás la habían escuchado, que
tenían mucho que aprenderme.
Orgulloso de mi gusto musical seguimos la velada, yo ya no bebí, les acepté un café;
esta vez me platicaron un poco del mundo del lesbianismo.
De pronto, Olivia que estaba a mi lado sentada me besó, yo respondí dudoso cuando
separó sus labios de los míos, sentí otra mano en mi cara y otro beso, quise
levantarme, entre ambas me acariciaron, sentí labios recorriendo mi cuerpo, me
desnudaron... Lo que sucedió después seguro se lo imaginan. Las dejé dormidas en
la cama, apresurado me fui a casa eran como las cuatro de la mañana, me recosté en
el sillón recordando lo que había vivido con detenimiento; yo que solo he tenido dos

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novias en toda mi existencia, como un milagro y sin pedirlo había tenido la máxima
fantasía de un hombre: tener sexo con dos mujeres.
No pude dormir una y otra vez venía a mi mente la escena de mis vecinas desnudas
y la erección que me provocaba recordar.
Salí de casa a las nueve de la mañana, mi desayuno fue pensar si era cierto o soñé la
noche de anoche.
Ya tenía el primer capítulo de mi novela, ese día estuve pensando si era prudente
escribir con lujo de detalle todo el acto sexual.
¿Les dije que tuve dos novias? Amor la primera y como su nombre lo dice con ella
descubrí el amor, el sexo y la experiencia del corazón roto, ambos teníamos veinte
años, duramos dos años de novios hasta que ella solicitó una beca para estudiar en
el extranjero, se fue a Alemania, obviamente “amor de lejos”...ya saben lo que sigue.
Después de eso ya no quise tener una relación seria con ninguna mujer, nos íbamos
Arturo, Rolando y yo a buscar amor en las calles una vez al mes, desde allí se hizo
costumbre vernos cada tres o cuatro semanas. Mariana mi segunda novia le agradaba
mucho a mi mamá en varias ocasiones la llevé a casa y mi madre hacía insinuaciones
de cuando sería el casorio, palabras que me incomodaban al ver que Mariana la
escuchaba con emoción, para entonces yo tenía treinta años y sin planes de casarme.
Me dejó.
Pasaron cinco o seis meses no recuerdo bien, nuestras citas de amor fueron en
aumento, cenábamos y nos metíamos los tres a la cama, llevaba vino y lo derramaba
sobre sus cuerpos para después lamer el jugo de uva fermentado. ¡Era feliz, muy feliz!
En la librería comencé a hacer un diario de lo que acontecía cada vez que las visitaba,
pero he de confesarles que mi preferida era Olivia, tenía un olor a poma rosa, hubiera
querido solo estar con ella me embriagaba su frescura, su olor y sus grandes ojos
color miel que me recordaban a los de mi madre. Aurora era como el hombre en la
relación, aunque su apariencia era muy femenina al hacer el amor era ruda, no le
gustaba que la penetrara pero si verme con Olivia, yo lo disfrutaba mucho; ya no les
contaré más cuando lean la novela lo sabrán con lujo de detalle.
La poesía no es lo mío pero desde que estoy con ellas me ha dado por leerla y pienso
en Olivia, leo y leo y pienso y pienso en ella, es como si la conociera de toda la vida

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tenemos gustos afines, reímos a carcajadas por cualquier tontería, parecemos unos
adolescentes, creo que Aurora está un poco celosa de mí.
En las vacaciones de Semana Santa obviamente cerré la librería, yo imaginé planes
para los tres, playa, arena, sol, que se rompieron brutalmente cuando me avisaron
que se iban solas a Cancún. Con tristeza en mis adentros les deseé buen viaje.
Arturo invitó a Rolando y a mí como cada año a la casa de Cuernavaca, sus padres ya
fallecidos le dejaron ese lugar que disfrutamos desde que éramos muy jóvenes. Fui
por no tener otra cosa que hacer, sin Olivia me sentía doblemente huérfano.
Pasé la semana sin pena ni gloria, mis amigos notaban que me sucedía algo y aunque
preguntaron jamás les dije nada, esto que vivía no era como para contar a nadie,
conozco a mis amigos ya los escucho decir: ¡Móchate!
En Cuernavaca comencé a escribir mi novela aún no sé el título pero en esas hojas
blancas describo cada momento con ellas y la visita que hizo Olivia a mi apartamento
una semana antes de las fiestas de guardar.
Aurora viajó a San Luis Potosí de viernes a domingo, ella es supervisora de una
cadena de ropa. Olivia y yo lo pasamos encerrados en mi casa haciendo el amor en
cada rincón ¡hasta en el cuarto de mis padres! Fue hermoso, excitante. Estaba
enamorado y le propuse matrimonio, tan enamorado que para convencerla le dije
que viviéramos los tres juntos. Esa sí que era una fantasía peor que las de los cuentos
de hadas. Dijo: ¡NO!
Después de las vacaciones todo regresó a la normalidad, me iba temprano a la
librería, escribía y por la noche estaba con ellas, algunas veces amanecía allí.
Olivia y yo jamás volvimos a comentar el fin de semana que vivimos en mi casa, no
sé si ella lo olvidó. Yo jamás podré hacerlo aunque debiera.
Pasaron como tres semanas, una mañana Olivia llegó desesperada golpeando mi
puerta abrí, entre sus manos traía una carta y el rostro casi deshecho de asombro,
angustia, frustración y lágrimas que no cesaban de salir de sus ojos amielados, me
extendió un sobre y marchó sin mencionar palabra alguna, pensé que era una mala
noticia, una muerte, es lo único que me venía a la mente para justificar su actitud.
Al sacar la hoja de papel se cayó una foto, la levanté. Era la foto de mi madre, la
misma foto ovalada que está dentro del estuche del reloj de papá, asombrado al verla

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corrí a sacar la otra y compararlas, era iguales ambas tenían en la parte trasera
escrito en letra cursiva Clara.
Me senté en la cama y leí el vergonzoso pasado de mis padres.
Después fui a su departamento inútilmente toqué y toqué el timbre. Era urgente
cuestionarla. Regresé a casa no supe qué sentir ni que hacer, esa carta explicaba todo
el misterio de mis padres y mis abuelos. Diario iba a tocar, nunca abrieron. Un día
cuando regresé de la librería ya se habían marchado.

Me senté frente a la máquina sin parar de llorar, sentí pena por Olivia y por mí.
Hace dos meses terminé mi historia aún no tiene título.

¿Cómo lo llamarían ustedes?

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LA CASA DE LA BRUJA

H.P.Hosrolt

Nunca lograba ahuyentar al insoportable letargo que le carcomía. Los primeros


confusos segundos del amanecer le parecían los más deleitosos, pero, éstos
disipábanse sin remedio cuando, poco a poco, iba recobrando la consciencia.

Carecía de percepción temporal. Jamás pudo entender con exactitud cuánto había
transcurrido, ni alcanzaba a diferenciar, a través de las ventanas, el arribo o el final
de las estaciones. El paisaje era inmutable.

Siempre deseó explorar más allá del horizonte trazado por los árboles, sentía como
si su mundo estuviese delimitado por un domo invisible. Alguna vez, en la infancia,
agradeció la seguridad que éste le otorgaba; la comodidad de tener todo al alcance,
la certeza de que esa paz sería lo único eterno que conocería. Sin embargo, el
inexorable curso del tiempo trajo consigo el desengaño.

No recordaba cuándo había llegado a aquella maldita casa. En algún momento sus
frías paredes le refugiaron; a veces podía estar paseando en un viejo bosque, otras,
admirando la inmensidad del paisaje desde la orilla de un acantilado, o caminando
a través de los lúgubres pasadizos de un castillo abandonado. La casa se
transformaba en todo lo que su inquieta imaginación deseara. No obstante, cuando
el pasar de los años le obscureció el espíritu, difícilmente logró apreciar las pequeñas
cosas que antaño hiciéronle sonreír. Estar en la casa le provocaba un profundo

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malestar, ocasionando que cada vez se des familiarizara más con lo que algún día
consideró su hogar.

Poco a poco, fue sumergiéndose en un gran vacío. A menudo, podía sentir las garras
del suicidio acariciando su insípido ser, seduciéndole. Pero, se acobardaba y
petrificábase ante la impotencia. Entendió que el precio de continuar viviendo era el
de renunciar a todo lo que le alentara a seguir respirando; presintiendo así, que
pasaría el resto de sus días en calidad de autómata, condenado a ejecutar las
caprichosas órdenes de su dueña, la bruja.

Ese ser despreciable que parecía mantenerle cautivo para robarle su esencia y
envenenarle la mente. Ese inmundo ser jorobado que anhelaba la compañía de un
títere dispuesto a transformarse en su broma andante. Ese ser solitario que soñaba
con heredar su decadencia a un sumiso y fiel merecedor; para manipularle, hacerse
tan imprescindible para él, que incluso la más insignificante ausencia se convirtiese
en una desdicha.

Aelle no se salvó de sucumbir ante los deseos de la bruja. Sin advertirlo, su mente se
empezó a retorcer. Podía escuchar la voz fantasma de la vieja, rondando su ya
atormentada cabeza, repitiéndole las mismas castrantes letanías, recriminándole
nimiedades, burlándose de sus ambiciones. Fue así como comprendió que sus
pensamientos dejaron de pertenecerle.

A veces, ella manifestaba algunas esporádicas muestras de aprecio cuando le


complacía la obediencia de Aelle, -Sabes que puedes tenerlo todo si eres bueno
conmigo—. Mas, la eterna condición que habíale moldeado la conducta, perdió
fuerza conforme él fue creciendo. Así pues, al sentir cómo se desvanecía su control,
se esmeró en infundir respeto mediante enérgicos golpes. Sin embargo, la vejez
comenzó a complicar su desempeño en tan fatigoso hábito. Por lo que, decidió
emplear métodos más cómodos; después de un inexplicable ataque de furia,
convertíase en el ser más cariñoso, colmándole de sofocantes mimos; luego, se
tornaba distante, déspota y solía reiterarle su escasa valía, insistiendo en lo

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afortunado que era por ser ella la única persona dispuesta a soportarlo, y a la vez, en
cuán penosa hubiera sido su existencia si él no estuviese en su vida.

Estas actitudes lanzaron a Aelle por un sinuoso e interminable viaje a través dos
extremos; entre la devoción y el aborrecimiento, y, el temor y la necesidad; así que,
cuando su poca cordura se hacía presente, explotaba con violencia. Entonces,
repetíase el patético ritual que erigía la forzada cordialidad entre ambos individuos;
tras proferir un conjunto de maldiciones, a menudo retomadas de alguna discusión
anterior, la bruja lloraba amargamente. Él, reacio, le abrazaba para intentar
enmendar su falta. A continuación, ella, triunfante, luego de haberlo forzado a
mostrar arrepentimiento, condicionaba el final de la pelea, —Te perdono todo, si me
das un beso—. Pero, al acercar sus labios a aquellas arrugadas mejillas, él sólo podía
sentir la impetuosa necesidad de abalanzarse sobre ella y degollarla.

Con mirada altiva, la anciana prometía cumplirle cuanto capricho se le ocurriese.


Una vez despertada la codicia en el chico, sus impulsos homicidas se atenuaban. No
obstante, entre más obtenía, más profundo era su odio hacia ella.

Después de un tiempo Aelle, empezó a proyectar en territorios oníricos sus


retorcidos deseos. Noche a noche, las experiencias se iban tornando más reales.
Cuando el asesinato era por ahogamiento, podía sentir el agua salpicándole el rostro
y los brazos, mientras empujaba la cabeza de la bruja dentro de un retrete lleno de
excremento. Otras veces, sosteníale de su enmarañada cabellera y con furia le
azotaba contra la pared, ¡qué placentero le era escuchar los gritos desaforados de la
vieja!, advertir el débil forcejeo de su flácido cuerpo, oír cómo sus frágiles huesos se
quebraban con cada golpe, aquel pegajoso sonido de la sangre al separarle la testa
del despostillado muro de madera. Cuando era por estrangulamiento, podía percibir
con claridad los quejidos sordos de la bruja al apretar su pellejudo cuello. —¡Muérete
maldita perra! —, gritaba excitado mientras veía el terror en los ojos de aquella
marchita mujer.

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Sin embargo, sus fantasías siempre eran interrumpidas de forma repentina, de modo
que, comenzó a pasar los días soñando despierto. Mas, con los meses, esto le fue
insuficiente.

En ocasiones, antes de dormir, tomaba un cuchillo, cuidadosamente guardado bajo


su colchón, y con sigilo se dirigía hacia la recámara de aquella contrahecha. Llegó a
adquirir el hábito de pegar una oreja a la puerta, y al escucharla dormir, imaginar
diversas formas de asesinarla.

Una noche, por accidente, entreabrió la puerta. Le observó apenas con un ojo.
Mirarla tan pacífica le produjo un placentero escalofrío. Notó que un bulto se iba
agrandando entre sus piernas. Contuvo la respiración y empuñó el arma con fuerza.
Entró a la habitación.

De repente, la mujer cambió ligeramente de posición, él se paralizó. Poco despues


ella continuó roncando. Aelle se acercó con cautela a la cama y apuntó el cuchillo al
corazón, esperando a que la anciana despertase y se horrorizara al percibir la
punzante amenza. Sin embargo, ésta manteníase inmutable. Temblando, presionó
con suavidad el filo contra el pecho de la vieja. Entre más veía aquel impávido rostro,
más intimidante le era.

Vaciló. Estaba a punto de retirarse, pero el fétido aliento de la decrépita le irritó.


Sostuvo el utensilio con tanta fuerza que comenzó a sangrarle la mano, y aun así no
era capaz de enterrarlo. Por un instante, pensó que quizá ella no merecía ser
asesinada, que las cosas entre ellos podrían mejorar.

Aelle se perdió en sus anhelos hasta que una lejana claridad le sacó de su
ensimismamiento, viendo hacia la ventana se percató de que el sol estaba presto a
salir. Entonces, sintió una repentina inquietud; con el rabillo del ojo percibió que la
bruja le observaba con fijeza. Un profundo terror le impulsó a abalanzarse sobre ella.
La anciana se resistía más de lo que él pudo haber imaginado. Desesperado por
mantener el control, tomó un almohadón para intentar ahogarle.

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Tras un frustrante forcejeo, ella emitió un estremecedor alarido. Él se paralizó. El
cuchillo logró clavarse en un ojo de la vieja. Ésta comenzó a retorcerse y a gritar
palabras ininteligibles.

El plan había fallado y sólo quedaba esperar una inminente venganza.

Aelle apenas podía mantenerse de pie.

-¡Imbécil!, es más fácil que yo te asesine, ¡no tienes los tamaños!-, la bruja le miró
malignamente con su único ojo y aseveró, - De hoy en adelante y hasta el día de mi
muerte, te haré el ser más miserable.

Una profunda ira surgió de los recovecos más obscuros de Aelle. La voz en su cabeza
le ordenaba matar a la bruja. -¡Hazlo mi niño!- exclamó la tuerta entre risotadas. –
Es lo que siempre has deseado-. De un salto, el chico se volvió a trepar en la cama.
Sin dudarlo, propinó un golpe en la cara de la contrahecha. Ésta mantenía su mirada
desafiante en él. Luego, un segundo puñetazo fue lanzado, para entonces, ella se
mostró incrédula. Después de un violento tercer impacto, la expresión de su rostro
se tornó más sombría.

Aelle dejó de golpearla hasta que sus nudillos se quebraron. La desfigurada mujer
apenas podía respirar. -Por favor, retírate- musitó jadeando.

Él se estremeció al oír dichas palabras y, en silencio, se marchó de la habitación.

Durante varias horas no percibió el menor ruido. No sentía dolor, ni cansancio, sólo
una terrible angustia que le provocaba nauseas.

Transcurrieron algunos días y la maltrecha mujer no salía de su recámara. De cuando


en cuando Aelle acercábase a la puerta para intentar entablar conversación. Pero,
nunca obtuvo respuesta. Ya no podía escuchar la voz de la vieja en su cabeza. Y
aunque siempre la odió, su ausencia lo destrozó.

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La casa parecíale cada vez más lúgubre, más desordenada; el techo y las paredes se
empezaban a despostillar sin razón, la madera crujía dolorosamente por las noches,
el suelo se hundía sin remedio. Por la mañana, los objetos aparecían cubiertos por
una densa capa de polvo.

Una tarde, Aelle percibió que, de la habitación de la anciana, se desprendía un hedor.


Titubeó algunos instantes, luego irrumpió. Estaba vacía. Mirando a su alrededor,
notó en el piso una especie de masa amorfa que emanaba la fetidez. Desconcertado
se acercó. Al entender que se trataba de restos de piel y ropajes ensangrentados,
retrocedió trastabillando.

Sollozó, en seguida rio sin parar y más tarde volvió a romper en llanto; por primera
vez era libre. Y, a pesar de todo, no se atrevía a dejar la casa, el único hogar que había
conocido.

Queriendo comenzar de nuevo, decidió deshacerse de todo aquello que le recordase


a la bruja. Se dio prisa en tomar los despojos, los escasos adornos, las oxidadas joyas,
las roídas prendas y salió al bosque.

Intranquilo, caminó hasta encontrar un sitio lo bastante alejado de casa. Una vez ahí,
comenzó a rasgar la tierra. Una creciente ansiedad le oprimía el pecho, así que, se
apresuró a depositar los objetos en el superficial hoyo. Mientras su pulso tembloroso
intentaba cubrir aquel hueco, vio a lo lejos una caprichosa niebla obscura, que, al irse
acercando poco a poco, pudría todos los ramajes.

Y, apenas terminada la faena, echó a correr.

Al estar cerca de casa, alcanzó a ver la silueta de la vieja en una ventana. Se detuvo
horrorizado. Pronto se disiparían los últimos rayos del sol y no podía quedarse en el
frío bosque. Entró con cautela. Recorrió todas las habitaciones y pasillos. Mas, ella
no estaba.

Le llamó tímidamente. No hubo respuesta. Después gritó con rabia, pero el profundo
silencio sólo devoraba su voz. Aelle estalló en llanto. Nunca había estado

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completamente solo. Esa noche y las posteriores, durmió en la misma cama donde
había dejado tuerta a la anciana. Siempre, esperando a que ésta regresara.

Una madrugada, le despertó un nauseabundo olor. Se estremeció. Nervioso,


deambuló por todas las recámaras buscando la procedencia del hedor. Pero, se hizo
tan insoportable que salió al bosque para intentar tomar aire fresco. Fue entonces
cuando se dio cuenta de que éste no se había originado dentro de la casa. Todo a su
alrededor emanaba una sofocante fetidez.

Aelle entendió que no podía quedarse, así que, comenzó a correr sin dirección. La
pálida luna parecía mirarle indiferente a su desesperación. La densa obscuridad
desdibujó las siluetas de los árboles.

Aelle tropezó. Continuó su huida arrastrándose sobre la pegajosa tierra. Solo para
terminar regresando a aquella maldita fachada. Optó por otra dirección y movió las
piernas tan rápido como pudo, hasta perder el aliento. No obstante, sin importar
cuánto se desplazara o qué ruta tomara, el camino siempre era circular.

Con dolor se dio cuenta de que la bruja lo condenó a regresar eternamente a ella.

EPÍLOGO

Llena de rabia y con mano temblorosa, la bruja tomó la bola de cristal y con odio la
lanzó contra una pared. Luego rompió en llanto.

Había dedicado lo que le restaba de vida a la creación de Aelle. Ahora, ya era


demasiado vieja, su magia se había agotado, su imaginación estaba marchita.

Nunca tuvo el talento de crearle un alma a su títere.

La deforme bruja se lamentó con amargura. Sólo le quedaba aguardar la muerte en


su inmutable soledad.

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LA MAGIA DEL VAGÓN
Fernando H. Ramos

Me la paso encerrado todo el día, las horas se vuelven eternas. Estoy cansado,
maldito vagón atascado de gente ¡ah, el reporte! No pienso regresar a esa celda.
“Ponerse la camisa”, sólo quieren hacerme sentir culpable, que se jodan. Soy el único
pendejo que aceptó esa mierda, ahora entiendo porque nadie más quiso. Un lugar.
Uno ya está viejo cuando suspira al sentarse. Veinticinco. Sólo es alivio de terminar
el día.

Rápido. Rápido. Por favor no te detengas. ¿Qué hay de cenar? Ayer comí albóndigas
¿Habrán sobrado? Odio las verduras, quiero carne. ¡No! no empiecen a fastidiar, ni
crean que contestaré, púdranse, es fin de semana. Dormiré un rato, llegaré, comeré,
tal vez vea una serie… Son muchas estaciones. ¿Dónde dejé los audífonos? Dios, dime
que están aquí.

¡A huevo!, junto a la ventana. Qué guapa se veía Carí con esa blusa, el color de sus
ojos resaltaban más. Patético, sólo tartamudeo al saludarla. ¿Qué pensará de mí?
Bueno, nunca hemos conversado. Un mensaje. Alguien me pasó su número, antes
todo era más fácil. ¿Si lo envió creerá que la acoso? No, no, no, no ¿habrá estado en
la marcha? El lunes le hablaré. ¡Ah, cómo adoro esta canción!

¿En qué estación voy? no quiero abrir los ojos, mierda ¿y ese sonido? Sólo un ratito
más ¿Gritos? ¿Por qué hay tantos gritos? ¿Un muerto? ¿Alguien se decapito? leí una
noticia así ¿un choque? Ah, tan rico que estaba durmiendo. No hay luz.

— ¿Quieres volver a ver el truco?

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¿Quién es este tipo? Obvio no quiero ver nada ¿Volver? Otro güey que quiere mi
dinero. Mierda, deja de preguntar, hazlo y déjame en paz. ¿Y los demás? ¿Sus ojos
son rojos? Otro payaso que quiere llamar la atención. Deja de acercarte. Hace calor.
Aléjate.

—Sostén esto. Lo jalaré y… ¡VUALÁ! ¿¡No es genial!?

¿Sangre? No, sólo lo hizo bien. Demasiado bien… en esta cajita. Nervios. Fresco.
Sangre. Me mira…

— ¿Sin palabras? Eso no fue nada.

Cállate ¿Un sombrero? Corre. Levántate. Deja esa navaja, no lo hagas.

—No vomites, ensuciaras a los demás.

Si sólo estamos nosot… mierda, mierda.

—Ahora veamos qué sorpresa nos tiene brinquitos…

¿Cómo llegó esa rata ahí? Cierra la boca, no es un espectáculo. Golpéalo. No puedes.
Corre. No puedes. La ventana, sí. Concéntrate. ¿Entender? Estás loco. Es una
carnicería. Todos. Abajo, los demás. Abajo. No llores.

—Ya veo ¿Lo quieres conocer, verdad? Por eso te dejé al final. Sabía que me
entenderías. No, no cierres los ojos. Siéntelo, obsérvalo.

No entiendo nada. Sangre. Partes. Esto no puede ser real. Todos. Despierta.
Concéntrate. Cállate. Deja de gritar loco de mierda ¿Qué dice? Debes contar hasta
tres. ¿Qué es ese olor? Cuenta, concéntrate, cállate. No voltees.

—No lo harás— uno…

—Admíralo. El miedo siempre le sabe exquisito. Me eligió. Voltea. Se reían, se


burlaban de mí, de mis trucos, pero él me mostró la verdadera magia. La grandeza,
en cómo mejorar mis actos.

Dos… ¿Amo? ¿Grandeza? ¿Magia? Concéntrate. Respira en mí cuello. ¿Una luz


amarilla? No los abras. Cuenta.

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—Simplemente quiere lo mejor. Un show. Una ofrenda. Me pidió una ofrenda y todos
los secretos serán revelados. Abre los ojos. Contempla el pánico de tus pupilas.
¡Ábrelos! Siempre me pide que lo vuelva a repetir.

TRES. DESPIERTA. DESPIERTA. TRES. TRES…

¿Por qué me miran? ¿Estaba inquieto? Deja de hablar, ya te dije gracias.


¿Convulsionar? ¿Sudor? Pesadilla. Últimamente no he dormido bien. Sólo dos
estaciones. Tengo mucha hambre. Descansar, eso es lo que me falta. Deja de hablar,
estoy bien. No es mi estilo, pero está buena. Ya escuché que estaba morado. Sólo
dos… Una. Adiós molestia. Hace mucho calor…

—Empecemos el show, yo soy Vivaldi. Detén esto ¡Comenzamos! Sostén la caja. —


Déjame en paz, sus ojos…— Oh, disculpa, se trabó.

—Mejora tus trucos, amigo. Son una mierda.

—¿A dónde vas? Esto sólo es el comienzo. Te sorprenderá el acto final.

Carajo ¿Por qué lo dije? Eso, elige a otro ¿Acto final? No quería desquitarme, sólo
fue un mal día. Una estación, avanza ¿Luces amarillas? Él tenía que cortar el listón.
¿No salió de acuerdo al plan? Grandes. Suelta las tijeras. Está manchado. Deja de
reír. ¿Nuevo truco?

—Escoge una carta. Deja de llorar, amiguito. Escoge la carta. Ella está bien. Ya no le
pesa la cabeza. Es-co-ge una CARTA. Gracias. Ajustaré mi guante y… ¿Cómo llegó
eso aquí? ¿No aplauden? ¿Acaso no tienen modales? Agh.

Bum. Metió su mano y bum. Tan pequeño. Destrozado. Corre. Golpéalo, ataca, entre
todos. Muévete. Haz algo. Deja de llorar. No puedes.

—¿Vaya, te siguen maravillando? Descuida, Él fue un buen maestro, siempre mejoro


al repetir la función.

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EL SUSURRANTE DEL RETRETE
Giovani Suastegui Guatemala

Joaquín se divertía moviendo la hamaca de Tobías, su hermanito de unos cuantos


meses, no dejaba de llorar mientras este lo llevaba de un lado a otro. Su nana le
sugirió no hacerlo tan fuerte, pero Joaquín seguía realizando el impetuoso
movimiento. En un descuido él bebé estuvo a punto de salir volando, pero la nana
corrió hacia él, la sujeto fuertemente y lo detuvo. Joaquín no se quedó contento e
intento tomar unas monedas de la cartera de su abuela. Su nana disgustada llamó al
niño y lo reprendió por las acciones.

– Debes de comportarte, ya que si no lo haces, te pasará lo de mi tío abuelo Andrés-


dice la anciana asustada. – El tío abuelo Andrés- dice asombrado el niño, ¡yo no
conozco ningún tío abuelo que se llame así!- dice Joaquín.

-Mijo, ni yo misma había nacido, namás sé que lo que ocurrió es cierto-

La noche del catorce de enero de mil novecientos treinta y uno. Mi tío abuelo
cumpliría doce años. Su padre estaba muy molesto, pues encontró a su perro y al
gato con ciertas quemaduras, debido a que Andrés había vertido, sobre los
indefensos animales, agua caliente. No era la primera vez que torturaba y maltrataba
a estas indefensas creaturas. Su carácter insensible, egoísta lo hacían alejarse de
todos los que lo amaban. Su padre le dijo que tuviera más cuidado, pues los niños
con modales como él, atraían al susurrante. Un ser horrendo, repúgnate y

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monstruoso, que traía consigo unos artefactos poderosos que desgarraba a los niños
consumiendo su alma y encerrando su espíritu en las profundidades del negrura.

-Nana, ¡quién va a creer esos cuentos para chiquillos!, eso déjalo para Tobías, yo
estoy suficientemente grande como para creer en esas tonterías, abuela deberías de
ver más televisión -dice mofándose.

-¡Ten cuidado!, tu tío abuelo desapareció en extrañas circunstancias, lo único que


encontraron fue un trozo de espejo -dice la abuela temerosa.

La nana decepcionada tomo entre sus brazos a Tobías para llevarlo a la cuna. Subió
a su habitación y se encerró en ella. Joaquín encendió su Tablet. Se dispuso a jugar
un videojuego. Saltó sobre el sofá y disfrutó por un instante su pasatiempo. De
pronto unas fuertes ganas de ir al retrete emanaron de su cuerpo. Corrió apresurado
para llegar al baño. Observó aterrado la puerta que parecía emanar un espesor de
neblina blanquecina. Unos cuantos segundos estuvo allí, frente a ella. Parecía
susurrarle secretos. Creyó distinguir a dos ancianos con rostros tristes, melancólicos
y solitarios, intentaban decirse algo mientras pescaban en un lago seco. Pero no hizo
caso e ignoró el horrendo vitral en donde estaba aquellas figuras que parecían haber
sido encajadas apropósito.

Luego su mirada se posó en la manija. Llevó su mano hacia ella. La abrió lentamente.
Estando adentro no pudo contenerse y se puso a orinar, sin notar que una
monstruosa sombra se deslizaba por aquel lugar, invadiendo cada rincón. Su sola
presencia hacía del lugar un ambiente gélido, terrorífico y espantoso. Sus piernas
fueron las primeras en notar el cambio de atmosfera. Frente a él había un espejo de
dos metros con acabados en madera caoba. Parecía muy antiguo. Sobre su madera
resaltaban repugnantes figurillas doradas y plateadas que lo hacían lucir
espeluznante. La neblina que rodeaba el lugar lo empañaba un poco. Notó que
debajo de su suela había algo húmedo, baboso y asqueroso. Mirándose notó que era
un gusano con cabeza horrenda y muchos colmillos. Alrededor de este habían heces
fecales.

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--¡Guácala que asco! Seguro es popo de Tobías—De pronto un miedo lo invadió y
levantando su cabeza boca arriba miró horrorizado que el techo estaba lleno de esas
creaturas. Quiso salir del lugar pero la puerta estaba atascada.

--Abuela, abuela, ábreme la puerta, por favor, sácame de aquí--dice despavorido.


Pero la abuela no escuchaba nada. Se había colocado unos tapones para dormir junto
a su nieto quien descansaba profundamente junto a su regazo.

De pronto la regadera se destapó. Un miedo primitivo se incendió en el interior de


su cuerpo. Varias heces fecales en forma de gota se desprendían de la regadera.
Aquella forma homogénea, horrenda, asquerosa y monstruosa fue tomando una
forma y proporción parecida a la de las cucarachas. Joaquín intentó escapar
subiéndose a un banquito. Pero estas seguían subiéndose hacia el mueble. Con un
carrito de metal intento romper la ventana. Sin embargo las cucarachas y gusanos
seguían subiendo. El retrete burbujeaba. Muchas flatulencias salían en forma de
burbuja. Mientras lo hacían varias voces se escuchaban en su interior. Estas eran
grotescas, horrendas y espantosas, las cuales se deslizaban en el retrete.

--Joaquín, Joaquín. ¿Dónde estás?, dónde, dónde-- decía una horrenda voz que lo
aterrorizaba, que se metía entre sus tímpanos para producirle los más espantosos y
terribles sonidos jamás pronunciados.

--No es cierto, no es cierto, lo que escucho es parte de mi imaginación--dice


confundido.--Tú no eres real, vete, lárgate, lárgate, lagartee- dice asustado mientras
cierra los ojos.

Una pequeña fisura en la ventada opacaba el resplandor de la luna que le dio en el


rostro. Joaquín parpadeó un solo momento para notar que en el baño no había nada.
Bajo del banco. Tomo un poco de agua para enjuagarse el rostro. Cuando percibió
que todo el horror que estaba experimentando seguía allí. Intento abrir la puerta
pero le era imposible. Extremidades monstruosa salieron de la taza del baño. Estas
se arrastraban hacia la masa homogénea de las heces fecales de la que se podía mirar
una repugnante figura que cobraba vida. Aterrorizado, el niño corrió hacia la venta

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pero era demasiado tarde. Las cucarachas tenían infestado el espacio, así como los
gusanos habían llenado toda la puerta inclusive el cerrojo.

--¡Saquen de aquí!, ¡saquen de aquí!, por favor, no, no- gritaba fuertemente, sin que
nadie se percatara del horror que estaba experimentando.

Cuando la masa homogénea de heces fecales terminaron de fundirse en un cuerpo


deforme, cuyas proporciones semejaban un monstruo humanoide con un rostro
repulsivo, abominable del que colgaban cucarachas, gusanos y sanguijuelas. El
susurrante sacó de sus propias entrañas un bastón tan antiguo que parecía haber
sido labrado en los tiempos profundos. Días en los que el hombre aún no caminaba
sobre este mundo desprovisto del lenguaje. El extraño objeto tenía muchos símbolos
que no correspondían a los que Joaquín conocía. Una esfera cósmica y aterradora
estaba colocada al final de ella. Su mirada se petrifico. El horroroso y pestilente
monstruo dio unos cuantos pasos.

De un solo bocado trituró el cuerpo del niño, para luego sacar de sus entrañas un
repugnante aliento depositado en la esfera translucida cósmica. Cuando aquel
artefacto había absorbido todo el aliento, el humanoide miró al espejo para luego
sonreír y atravesar el cristal, dónde se podían percibir dos siluetas que reían a
carcajadas. Por la mañana se mira el hermoso vitral del baño: la imagen ha
cambiado, en él se puede percibir una fuente y en una esquina, sentadito a luz del
día, un niño con un rostro melancólico, triste y con varias lagrimas que caen sobre
la tierra.

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CUANDO EL TAMBOR SUENA

Lydia Yazmín González López

Puedo escuchar que han empezado a sonar los tambores de mis hermanos, los hacen
sonar cada mes, ya han pasado muchas noches desde que perdí a mi hermana,
cuando siento que puedo perdonar a su verdugo vuelvo a ir a ese lugar, piso su tierra
y al cerrar mis ojos puedo recordar sus gritos suplicando piedad, huelo la sangre,
siento el fuego quemar mi piel en la de ella, era muy joven para seducir al hijo del
superior y aunque él era culpable de robar su tranquilidad y pudor, ella fue castigada
por la familia de él

Visto de blanco usando mis collares del color del mar y el cielo para el llamado,
espero con todo deseo que esta noche pueda llevar el mensaje para que ella pueda
manifestarse y quitarnos esta tristeza.

Nosotros somos pobres y diferentes a los señores de la casa, por si algún día lo
olvidamos basta con vernos al espejo y mirar nuestra piel del color de la noche, esta
piel que aunque tenga llagas y heridas de los látigos del dueño, sigue siendo roja por
dentro, el mismo color rojo que la sangre del capataz… Nos preparamos en lo más
oscuro de la isla donde los amos temen llegar, nuestro rincón lleno de vasijas
adornadas de piedras brillantes, mangares de la naturaleza, huesos de los enemigos
que hemos podido destruir y el cabello dorado de quien alguna vez golpeó a mis
hermanos.

El sonido de los tambores se intensifica al verme salir, y mientras camino lento al


corazón de la tinieblas, dibujo la silueta de la tierra, los cuatro elementos, el portal
de los muertos… veo las plumas de aves negras poderosas, puedo percibir el olor del

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tabaco que se está quemando junto con el fuego de la noche, recibo de mi hermano
la saciarte y aún caliente sangre que emana del cuello del juez, ese hombre que
mandó a la orca a un niño pequeño por robar un pedazo de pan… aún puedo ver sus
ojos llorando y suplicando perdón … bebo de esa sangre con mayor deseo, siento
como enciende mi corazón y mi mente y veo el fuego a mi alrededor, cierro mis ojos
y escucho a mis hermanos gritar y rezar con gran devoción ….

¡Buenas noches Nfumbe! … hablo al empezar

¡Buenas noches madre de agua! … siento fluir tu energía

¡Querida oscuridad melancólica! … me esperas al terminar.

Los sonidos de los tambores se intensifican mientras doy a ese hermoso animal en
sacrificio, ¡Morir en paz! Damos su última despedida y con bondad terminamos su
vida, cubro mi piel con su bondadosa sangre, me siento un simple mortal. Brotan
mis ganas de quemar al enemigo, pudrir sus tierras y secar el vientre de sus
mujeres… el mar se altera, las olas llegan fuertes y ruidosas, nos escucha, lo ve visto
… la serpiente de la cueva me posee y mi cuerpo se mueve con tanta fuerza y felicidad
que mi alma sale de mi cuerpo…

Mi cuerpo se detiene…

Mi energía es más intensa que otras veces y el despertar me hace sentir valiosa, mi
corazón es frio pero no para los que sufren, sentí llamados de mis hijos llenos de
tristeza y rencor, he secado muchos mares y he visto hombres caer, pero nunca es
suficiente…

Tengo que verme al espejo, para ver qué color tengo en mis ojos esta vez…

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MI CORAZÓN TE ESPERA
Lydia Yazmín González López

Señor mío y Dios mío, ante ti me postro, bajo la cruz inmensa que guarda mi mente,
cada bocanada de aire que respiro es en tu honor, me siento seguro, pleno y vivo,
¿cuándo podrás hablar conmigo? He esperado tus señales desde hace tanto tiempo,
no han llegado, pero aún creo en ti…

Señor mío y Dios mío, hoy vi tu silueta a través de mi ventana, y aunque usar el hábito
de purificación antes de la orden está prohibido, conmigo se hizo una excepción…
cuando te miré, sentí tu poder infinito, después vi cómo te alejabas, corrí tras de ti,
pero no logré alcanzarte…

Una noche más, postrado a tu merced, recuerdo las enseñanzas, donde se dice que
la divinidad y la paz absoluta se les muestra a los que sufren gracias a su fe, señor,
tengo las marcas de la cruz en mi pecho, frente, y corazón, marcas que yo mismo
hice, tú sabes cuales son, ¿sabes cuánto dolió?, nada, cuando lo haces con fe y gracia,
el dolor se vuelve ofrenda…

Querido señor, hoy parece que te vi pasar, no pude salir a saludarte pero alcance a
ver el resplandor en tu espalda, el panorama de fondo era verde y el cielo era muy
blanco y brillante, habían ángeles en tu compañía, sus alas eran tan deslumbrantes
y hermosas que espero pronto pueda tocarlas, aun así , mi corazón te espera…

60
Señor, mi furia se vio desatada, lo acepto, pero él tuvo la culpa, me dijo que no eras
real, que no existías y además, se burló de mí, de mi hábito, de mis marcas, pero no
quedó ahí, la sangre de los pecadores y blasfemos debe ser derramada por los
guerreros de la orden, como yo, yo soy tu guerrero…

Dios mío, aunque no puedo verme en mi reflejo, sé que soy diferente, ¿sabes?,
escondí mi cilicio, casi lo encuentran, estoy muy feliz, las llagas en mis piernas son
tan profundas que siento el reino divino en mí, me lo estoy ganando, hoy, vi tu
cabello, tus manos, pero nunca he visto tu rostro, aun así, sé que eres tú.

Señor mío, te he visto a través del vidrio de nuevo, sabía que vendrías, ¿sabes? Casi
nunca me dejan salir… escucho el abrir la puerta… llegó la hora, de rodillas ante ti,
valió la pena la espera, disculpa mis harapos, mi suciedad, tu eres perfecto, todo valió
la pena, la sangre, la bendita sangre de los enemigos me llevó a conocerte al fin…

–Paciente de 33 años–mencionó el médico al grupo de practicantes al ingresar a la


habitación-el cual fue recibido en nuestras instalaciones después de realizar un
ataque a un grupo de personas que celebraban el solsticio de invierno en el bosque,
después, acudió a un templo cercano, confesó su acto y el mismo trató de cegarse,
tiene poca visibilidad después de eso. En su cuerpo se pueden notar quemaduras y
flagelaciones con símbolos religiosos, las cuales por su dimensión y posición se
deduce que no fueron hechas por el mismo, sino por alguien más.

61
OKACHINEPA (MÁS ALLÁ)
José Daniel Guerrero Gálvez

La vista del Atlántico a través de la ventanilla del avión era impresionante, sólo dos
colores en ocasiones matizados podrían dar cuenta el límite visual entre el mar y el
cielo que sin duda provocaba una sensación de infinitud. Esos eran los pensamientos
del Profesor Carlos Guerra en ese momento, mientras viajaba en clase turista en un
vuelo de la British Airways sin escalas desde la Ciudad de México a Londres. Durante
las casi 10 horas de vuelo que estaba por completar, no podía dejar de pensar sobre
la breve plática con aquel hombre pelirrojo que tocó a la puerta de su despacho, con
un acento evidentemente inglés pero con un pésimo español, tanto que la
conversación terminó hablándose en el idioma del visitante. Lo enigmático del
asunto que trató con él fue la principal razón que el Profesor Guerra decidiera salir
por primera vez fuera del continente. Generalmente sus viajes debido a su trabajo
respecto a las culturas indígenas de América estaban limitados a México, América
Central, Sudamérica y en ocasiones en las reservas indígenas aún con tradiciones
vivas en la parte media y alta de Norteamérica. Ahora, ocupando un asiento en
ventanilla, salía a ultramar.

Se vislubraba una línea más definitoria en el horizonte, eso indicaba que pronto

62
estarían llegando a Reino Unido, primero volando sobre Gales y después sobre
Inglaterra hasta llegar a Londres. El Profesor repasó, una vez más la conversación
con el inglés.

—Buenos días... ¿Profesor Guerra? —fue la primera expresión al abrir la puerta del
despacho que escuchó de aquel hombre alto pelirrojo, aproximadamente de unos
setenta años vestido con una mezcla de los años 70 y la moda grunge, entre un tanto
hippie como urbano que hacía recordar una cierta tendencia hipster sin la
extravagancia y la exageración dalilesca de la barba.

—Sí. ¿En qué puedo ayudarle? —respondió el Profesor.

—En mucho —el énfasis fue notorio— Mi nombre es... Arthur... —el Profesor
esperaba que completará su nombre siguiendo las etiquetas de presentación inglesas
ya que debajo de aquel terrible español, notó el inconfundible acento inglés que se
distingue de otros modos dialectales del idioma— ¿puedo pasar? —terminó diciendo.

El Profesor levantó un poco la ceja, señal inconfundible de un cuestionamiento


interno y le abrió totalmente la puerta, dejándolo pasar.

—Tome asiento, ahí en la silla frente al escritorio —le dijo el Profesor señalando el
camino mientras cerraba la puerta con lentitud observando con detenimiento al
visitante, ya sin la discreción de estar frente a frente. Sin quitarle la vista al hombre
el Profesor Guerra tomó asiento detrás de su escritorio.

—¿No me ha dicho en qué puedo ayudarle? —el Profesor lo ve detenidamente


tratando de hurgar en la personalidad de su interlocutor.

—He leído sus investigaciones y lo que seguido a través de las redes sociales.

—Muchas gracias aunque la mención de las redes sociales me tendría un tanto


preocupado pero sé que hay gente que me lee pero no dice nada. Hoy conozco a uno.

El inglés lo observa tratando de comprender lo que escuchó. El Profesor sonríe y


continúa.

—No me haga caso. Me decía que ha leído mis investigaciones.

—Sí, Sí... —el inglés prosigue— por lo que he leído en sus investigaciones, usted

63
argumenta que existen mundos paralelos, reales y dimensionales en las culturas
donde la ciencia y la religión apenas trazan sus límites. Ofrece varios ejemplos de
ello principalmente en las culturas prehispánicas de América pero también ha dejado
entrever que en culturas de Asia y África, también existen esos patrones.

—Efectivamente —responde el Profesor.

—Sí le digo que existe un mundo paralelo, manifestándose tanto que su cultura la
está incorporando a su vida cotidiana ¿me creería?

—Claro, es la hipótesis de mis investigaciones. Por lo menos parte... pero no conozco


ninguna así. Las intersecciones sólo se presentan con individuos pero no con
sociedades completas.

—Requerimos de sus servicios para que nos ayude a entender mejor esa relación
entre ciencia y religión.

El Profesor no dice nada por algunos segundos y le pregunta.

—Por qué no acuden a un investigador de su país. Ellos podrían ayudarlos mejor,


localmente y sin necesidad de cubrir gastos...

—No, no, no. Necesitamos a un nativo —interrumpe el inglés, el Profesor levanta la


ceja y registra en su mente la palabra nativo— ustedes poco a poco van adquiriendo
facultades que ponen en peligro nuestro Mundo y pensamos que usted es la persona
idónea para ayudarnos —de nuevo la ceja y la mente del Profesor registra las palabras
ustedes, facultades, nuestro Mundo, pensamos, ayudarnos.

—Pero... —dice el Profesor, de nuevo lo interrumpe el inglés.

—Le dejo esto —saca debajo de su saco un libro de alrededor de 300 páginas y lo
coloca en el escritorio. El Profesor observa el saco y el libro, el inglés continúa— en
la página 100 hay un boleto de avión de ida para dentro de tres días con destino a
Londres y su visa diplomática. Si usted acepta, nos encontraremos después que
arribe a Londres en el Caffè Nero en The Queen's Terminal del Aeropuerto.

—Good Morning. Welcome to The United Kingdom... —la voz femenina a través del
altavoz del avión anunciando la llegada a Londres interrumpe sus recuerdos.

64
El Profesor comienza a recoger sus notas, siente una mirada y voltea para
encontrarse con el rostro de una mujer que le sonríe. Una sonrisa llena de
expectativas y curiosidad pero al mismo tiempo de afabilidad pero con un cierto
interés que el Profesor no pudo identificar pero que provocó que el levantamiento de
ceja pasara a ser una sonrisa de correspondencia y una inclinación de cabeza
mostrando respeto y cortesía a esa mirada femenina. Era extraño, nunca se percató
que estaba sentada junto a él en todo el viaje.

II

El Caffè Nero se encontraba en The Queen's Terminal. El Profesor tuvo que caminar
unos 800 metros entre pasillos y escaleras eléctricas para llegar ahí. Mientras
esperaba su turno para pedir el servicio, observaba el local, en sus tonos sepias, le
hizo recordar algunas de las franquicias de los cafés de la Ciudad de México
haciéndolo pensar cómo el sistema económico ha homogenizado todo y que las
peculiaridades de los países se van difuminando ante la normalización de la
economía globalizadora. Aspecto que comprueba al ver los precios de los cafés, en el
tipo de cambio, cuesta lo mismo tomar café en Londres que en la Ciudad de México.
Mientras sus pensamientos rondaban sobre estas relaciones, llegó su turno a la caja.

—Buenos días. Podría por favor prepararme un Latte Chai. Gracias —el Profesor con
la mirada en el celular, revisando su ubicación en el mapa de aeropuerto asegurando
que estaba en el lugar correcto, no se percató que habló en español y no en inglés.

—Excuse me? —escucha decir al joven que lo atiende.

El Profesor tardó un poco en reaccionar ante el cambio de idioma.

—I'm sorry. Chai Latte please —le respondió mientras le sonreía.

Mientras esperaba la bebida observaba los alrededores y confirmaba que por lo


menos los aeropuertos, todos son iguales a excepción de ciertas elementos de
desentonan el entorno como por ejemplo, el Piaggo Ape y la bicicleta que se
encontraban a pocos metros de la entrada del café, utilizados para vender flores.

Con el café ya en mano, se dirigió a una de las mesas en el interior del


establecimiento, a esperar. El inglés le dijo que después de arribar al aeropuerto, así

65
que no sabía con seguridad si sería pronto o más tarde el encuentro, mientras tanto
del libro que le dejó sabía que era parte de una serie, catorce obras escritas para ser
precisos lo que implicaba un universo que determina una cosmogonía y cosmología,
un patrón recurrente en las culturas prehispánicas, asiáticas y africanas pero a
diferencia de estas, inmersa en la cultura actual de manera más amplia. Las notas no
se hicieron esperar y el tiempo paso, no tanto como una hora.

—Buenos días —se escuchó.

—Buenos días —respondió el Profesor que al alzar la vista reconoce al inglés.

—Me disculpo ante mi tardanza. Estábamos preparando su traslado debido a que


usted no está acostumbrado a lo que experimentará y no deseamos que le fuera
incómodo. Hemos mejorado algo de nuestra tecnología, mucho utilizando la de
ustedes.

De nuevo al Profesor llama su atención la dicotomía nosotros - ustedes pero ahora


hay una variante: la palabra tecnología y la relación subyacente entre esta y la
dicotomía.

—No se preocupe —le dice el Profesor con una leve sonrisa.

—¿Nos vamos? Ya nos esperan.

—Claro —el Profesor guarda su cuaderno de notas, el libro y coloca a espaldas su


mochila de viaje— listo —le dice al inglés.

—Gracias. Sígame por favor.

Ambos hombres salen del café. El inglés se dirige al Piaggo Ape y el Profesor le sigue.

—Buenas tardes. Disculpe ¿cuál es mi pedido? —pregunta el inglés a la dependienta


de la florería.

—Las que se encuentran al final de la caja del motocarro, en la esquina —le responde.

El inglés se dirige hacia la parte trasera el Piaggo Ape, el Profesor lo sigue.

—Tome mi brazo Profesor, sólo será un momento de viaje.

El Profesor siguió las instrucciones y el inglés después de ello, tomó el ramo de flores

66
ubicado en el lugar que le indicaron. El Profesor sólo percibió una sensación de
vértigo instantáneo que desapareció inmediato pero que lo obligó a cerrar los ojos o
por lo menos un parpadeo para reconocer que estaba en otro lugar. Ya no era el
aeropuerto sino un cuarto o eso parecía ser, como una bodega donde la entrada daba
a un gran pasillo.

El inglés apresura el camino y mientras recorren el pasillo, el Profesor nota las


miradas de las personas con las que se cruza sintiendo diversos estados de ánimo
que no logra en cierta manera identificar por la premura por llegar. Entran a un
elevador. Las personas lo ven con suma atención. La tensión crece. El Profesor se
siente incómodo. El inglés no dice nada, permanece en silencio mientras llegan al
primer piso.

—Aquí bajamos Profesor.

Ambos hombres salen del elevador y recorren una sala grande hasta llegar a la
puerta. No le da tiempo el inglés a que el Profesor pueda leer el letrero en la puerta.
En el interior, se encontraba una mujer vestida de traje sastre ejecutivo como en los
grandes corporativos empresariales, al escucharlos entrar, voltea y se dirige hacia el
Profesor, extendiéndole la mano.

—Mucho gusto Profesor. Mi nombre es Hermione Granger, Ministra Británica de


Magia.

—Me disculpo por mi descortesía todo este tiempo Profesor. Mi nombre es Arthur
Weasley —inmediatamente después dijo el inglés.

El Profesor los observa a ambos, uno a otro, levanta su ceja pronunciadamente y en


voz alta formula la siguiente pregunta: ¿Qué consecuencias tendrá si dos mundos
paralelos se intersectaran de forma permanente?

La Ministra Granger y el Sr. Weasley se observan con gravedad.

67
Ganó el avión presidencial
José Daniel Guerrero Gálvez

Cuando despertó, descubrió que había ganado el avión presidencial. No podía


creerlo, volvió a leer el mensaje que le envió un amigo avisando sobre el número
ganador. Se levantó con sumo cuidado y abrió el cajón donde guardó el billete.
Efectivamente, era el número, no había duda. Lo guardó de nuevo, hasta el fondo,
cuidando que la ropa lo cubriera bien. Siempre jugó a la lotería y a los pronósticos,
nunca se había sacado más que reintegros pero ahora le pegó al gordo con el avión
presidencial. Era como ganarse el pavo de fin de año o la despensa de la empresa...
qué haría con ese aparato, ¿rifarlo? Se rió silenciosamente.

— ¡Jorge, ya casi está el desayuno! —Se escuchó gritar a Sandra, su esposa.

— ¡Voy!

Salió de la habitación, en pocos pasos se encontró en el comedor, ahí ya se


encontraban Alicia, Oscar y el pequeño Diego, sus hijos. Los saluda pero apenas
responden, los dos más grandes embebidos en los teléfonos celulares y el pequeño
de dos años entretenido con el plato y la cuchara. Él continúa hacia la cocina donde
está Sandra, su esposa.

—Buenos días. ¿Cómo amaneciste? —le besa en la mejilla.

—Bien. Gracias. Buenos días —Sandra lo voltea ver— ¿qué tienes? Tu cara de
preocupación. ¿Pasa algo?

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—Nada, nada.

—¿Nada? Siempre me dices que decir nada es decirlo todo.

La observa, la hace una mueca, toma lo platos y se dirige al comedor. Mientras los
coloca, Sandra llega con la cacerola del desayuno y comienza a servir.

—Entonces, ¿qué tienes? —De nuevo pregunta Sandra.

—Nada —responde Jorge.

Oscar golpea a su hermana haciéndole un ademán con el rostro a que atendiera a sus
padres. Alicia, observa a su hermano y después a Jorge y a Sandra, ambos guardan
sus celulares.

—Esto se va a poner bueno —dice Oscar en voz baja.

—Te apuesto un peso a que gana mamá —le comenta Alicia a Oscar.

Sandra termina de servir y se sienta. Suena la notificación de mensaje del teléfono


de Jorge. Lo abre, lo lee y deja el celular en la mesa.

—Jorge, si en serio no es nada porque la cara de preocupación al leer el mensaje. ¿De


quién es?

—De Miguel, un compañero de trabajo, quiere que le dé una información —responde.

—¿Y esa información te produce esa preocupación? —pregunta Sandra.

—Sí —Jorge guarda silencio y continua— es el número de un boleto de lotería... el del


avión presidencial.

—¡Ay no ma... nos ganamos el avión presidencial! —exclama Oscar.

—¡Qué! —exclama también Alicia.

El pequeño Diego los observa y sigue jugando con su comida. Sandra y Jorge, los ven
apenas reconociendo lo que acaban de decir y vuelven a su conversación.

—¿Cuándo lo compraste y por qué no me dijiste? —reclama Sandra

—Fue sin pensar. Me dejé llevar por la inercia de los compañeros, el juego y bueno,
como siempre compro sin comentar que lo hice pues no te dije —respondió Jorge.

69
—¿Y dónde está el boleto?

—En el cajón de la ropa interior, en el fondo —responde Jorge.

—De mi lado o de tu lado.

—De tu lado.

—¿De mi lado? ¿Por qué ahí? —responde Sandra y se dirige a la recámara.

—Creo que papá está evadiendo la realidad de haber ganado el avión presidencial —
comenta Alicia

—Ahora tú, muy psicóloga —le dice Oscar a Alicia en torno de burla.

—¡Claro! La ventaja de pertenecer a varias páginas de psicología en las redes —dice


Alicia con aire triunfante.

Sandra regresa, lentamente camina con el billete de lotería en la mano y celular en


la otra hasta llegar al comedor.

—Efectivamente, ganaste el avión presidencial.

—Te digo —le responde Jorge.

—Y ahora qué vamos a hacer —dice Oscar.

—Bueno antes que todo hay que considerar que papa es un amlover reprimido —
comenta Alicia. Oscar ríe sarcásticamente.

Sandra y Jorge la voltean a ver, la reprenden con los ojos. Alicia queda en silencio.

—Papá Lover —se escucha decir a Diego que en toda esta situación estaba ignorado
en la periquera con su desayuno. Alicia y Oscar sueltan la carcajada mientras Sandra
se acerca para verlo y mientras Jorge la observa, mueve la cabeza.

—En eso tiene razón Alicia —dice Sandra— tú no estás de acuerdo con este gobierno,
¿por qué comprar el billete?

—Me pareció buena idea y solidaridad, simplemente —contesta Jorge.

—Definitivamente papá es un amlover —le dice Oscar en voz baja a Alicia. Ella lo ve
y levanta su dedo pulgar.

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—¿Solidaridad? —replica Sandra.

—Sí, mamá. El presidente Lázaro Cárdenas hizo lo mismo, solicitó apoyo a la


población para comprar Petróleos Mexicanos —dijo Oscar con aire de solemnidad.

—Ay sí, tú muy historiador —le dice Alicia en tono burlón.

—Claro, la ventaja de seguir páginas de historia en las redes —le dice con aire de
triunfo.

—Como sea —interrumpe Sandra —¿qué vamos a hacer con el avión?

—No sé. ¿Venderlo? —responde Jorge.

—Jorge, si el gobierno no logró venderlo, ¿crees que nosotros sí?

—Sí, lo sé —reconoce Jorge.

—De dónde vamos a sacar para el mantenimiento, el hangar, los pilotos, el


combustible y no sé qué otras cosas necesita ese aparato. Vivimos en un
multifamiliar, ni cajón de estacionamiento tenemos, irónicamente tenemos un avión
—dice molesta Sandra. Hay silencio.

Oscar se dirige a la ventana movido por la curiosidad del ruido inusual en la calle, ve
a través y dice.

—¡Papá! ¿A quién le dijiste que ganaste el avión presidencial?

—A nadie. Solo comenté a los compañeros que compré el billete después que pasé al
expendio, aquí en la esquina... —se queda pensando— ¡no puede ser! —se dirige a la
ventana, detrás de él Sandra y Alicia, exclama— ya me llevó la ... —Jorge se aleja de
la ventana, enojado, se dirige a la recámara.

Sandra, Oscar y Alicia siguen viendo hacia fuera y de pronto Alicia pregunta.

—¿Por qué aparecen tres puntos suspensivos cuando papá..? —Sandra la


interrumpe.

—Se llama autocensura relacionado con lo políticamente correcto y la libertad de


expresión; no solo se da entre las personas, es una práctica en cualquier medio de
comunicación.

71
—¿Cómo sabes? —pregunta Oscar.

—Televisión cultural, las noticias y la mañanera —los queda viendo— no se atrevan


a decir algo, no serán nada agradables las consecuencias. —Los dos muchachos
quedaron callados ante la advertencia. Sandra sigue observando a través de la
ventana—. Creo que su papá ya es famoso.

Suena el timbre, Sandra se aleja de la ventana y se dirige a la puerta para abrirla. Al


hacerlo, dos hombres se presentan.

—Somos representantes del gobierno y tenemos la certeza que su familia fue


ganadora del avión presidencial ¿Esta es la casa de la familia Guajardo?

—Sí —responde Sandra. Oscar y Alicia se encuentran detrás de ella, observando. El


pequeño Diego, sigue jugando con su comida en la periquera.

—¿Tiene el billete ganador?

—Sí —de nuevo responde Sandra. En ese momento sale Jorge, al observar a los dos
visitantes, de inmediato deduce y solo exclama.

—Me lleva de nuevo la ... —Alicia y Oscar se ven entre sí.

—Sr. Guajardo —dice uno de los representantes— nos gustaría que usted y su familia
nos acompañaran al acto previsto para el ganador del avión presidencial, el
transporte nos espera.

II

La familia Guajardo se encuentra en el sofá frente al televisor. Sandra con el pequeño


Diego en brazos duermen a un costado de Jorge; del otro lado se encuentran Alicia y
Oscar también durmiendo. Las noticias hacen el recuento del acto de entrega
simbólica del avión presidencial.

—Con esto, se recupera el valor y se cumple el compromiso... —se escucha en el


televisor.

—Claro, transfirieron la responsabilidad a otro —dice molesto Jorge.

—La sensación fue el pequeño Diego que se refirió a su papá como papá lover.

72
—No me la voy a acabar en el trabajo —espeta de nuevo Jorge.

—Yo no entiendo porque compraste el billete si odias a este gobierno —se escucha
decir a Sandra mientras se acomoda en el hombro de su marido. Jorge suspira de
resignación.

—En estos momentos la Secretaría de Hacienda informa que llegó una solicitud de
compra para el avión.

Sandra abre los ojos, ve al televisor y dice.

—Suena a complot —vuelve a acomodarse. Jorge de nuevo suspira de resignación.

73
EL ARTE DE LA VENGANZA
María Belgrano

Alexandre enseña en un antiguo monasterio abandonado, dicho recinto pertenecía a


las épocas antiguas, ahora es propiedad de los hombres libres. Las paredes
deterioradas muestran el paso de la historia; los gritos ahogados han consumido la
corteza sólida provocando grietas enormes. Sus pupilos son jóvenes aldeanos, entre
ellos se pueden observar rostros lozanos y otros curtidos, pero en la mirada de todos
hay infinita inocencia. Para llegar al santuario de Alexandre hay que atravesar un
camino sinuoso, calles repletas de escombros, rajaduras en la tierra que necesitan
ser brincadas más con el ingenio que con las piernas. Al cruzar la frontera se aprecia
un valle; el verde comienza a lucir cuando el sol brilla con impetuosidad. A la
distancia las puertas de pierda asemejan un círculo con múltiples grabados de
estrellas, cruces, triángulos y otros símbolos exóticos. La voz estridente de Alexandre
hace que la piedra cruja, provocando que el polvo intoxique un poco los pulmones,
sin embargo el pequeño séquito se muestra tranquilo. Fair es el que domina con
mayor soltura la retórica, se dice que su padre, un corsario aventurero, ha creado
una pequeña biblioteca de centenares de enciclopedias ilustradas. Fair tiene un
semblante casi como el de los viejos, expresiones cansadas por un tiempo no acorde
a su edad pero, principalmente, posee la sonoridad de una voz embadurnada; él
pregunta a Alexandre sobre el arte de la venganza:

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-Gran maestro, virtuoso es aquél que dentro de la derrota mantiene las pulsiones
intactas, ecuánime es el temperamento pero latente el fuego que arde en el espíritu,
pues el colérico después de la bofetada se lanza contra quien lo ha ultrajado, sin
embargo el tirano lleva consigo siempre una espada, mientras, el vengativo, somete
sus puños o afila la lengua. Maestro, dígame, ¿cuándo un hombre malo desenvaina,
es mejor calmar con elocuencia aquella afrenta, o acercar el pecho contra la punta de
aquél y conservar el honor? Pienso que, si se actúa con la primera instancia, es
posible persuadir al tirano y buscar sociedad entre los otros oprimidos, mientras que
la segunda busca plenamente la manifestación individual que conlleva a la
autoaniquilación. El primero es un adulador, un cobarde, un vivo; el segundo un
valiente, un héroe, un muerto. ¿El primero es astuto y el segundo un beodo? ¿Qué
debemos elegir maestro?

-Joven impetuoso, veo el brillar en tus ojos. Mi Fair, sigues siendo un niño con fuego.
Ambas formas son la misma expresión, en ellas el candor canta, por un lado con la
lengua y por el otro con el lamento del corazón que sangra. El arte de la venganza
esta en doblegar la voluntad.

En ese momento los discípulos voltearon a verse unos a otros, sus rostros reflejaban
perplejidad, algunos cuchicheos mostraban desapruebo. Alexandre, con ligera
sonrisa los contempla. Era extraño ver al maestro sonreír, él mismo había dicho que
la sonrisa, así como el llanto, son un regalo que, como cualquier don del ser humano,
hay que mostrarlo en pocas ocasiones.

-Queridos míos ¿por qué la sorpresa? ¿acaso atento contra los fieles principios que
han enmarañado?

Imperó el silencio hasta que Valeria, una joven de bella cabellera dorada, irrumpió:

-Señor, usted nos ha mostrado el peligro que el hombre adoptó al sacrificar la


voluntad, la aniquilación de la voluntad de cualquier especie, por muy poco racional

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que sea, representa su propia muerte. Sin la voluntad somos roca esculpida en un
riachuelo.

-¡Has de querer que siga esculpiendo sobre ti! Habrá más de un hombre que quiera
tejer con tus cabellos su Destino, esculpir sobre tu cuerpo su propia estirpe. Tú has
de labrar junto a él esa tierra fértil, de lo contrario sólo serás un grano de arena
dentro de tu propia cepa. Aunque mis palabras no engendren en especie, pueden
hacerlo en múltiples especímenes, es decir, no sólo se fecunda con movimientos
biológicos, sino también con ideas, pensamientos y poesías… yo hablo contigo de la
libertad, de la igualdad, de la fraternidad; sin embargo soy yo quien habla y soy yo
quien fecunda en ti un extraño ser que no tiene nombre ¿acaso se llama voluntad?

Esa fue la condena de los hombres en aquellos tiempos, esa es la condena de la cual
muchos necesitan mamar todavía. Es mejor que dejen de creer todo lo que digo, de
lo contrario impulsarán un fuego, propio del hombre vengativo, el cual arde
tímidamente como la llama de una vela, culpando al viento de agredirle y apagarla
…y así todas las velitas se congregaron y se pronunciaron en contra del viento, sin
embargo este voló indiferente y majestuoso, extinguiéndolas a todas por siempre.

-Pero maestro –exclamó Fair- si es el mismo mal el que atañe a mi semejante ¿habré
entonces de ser un corrupto por mostrarle mi sentir y mi razón?

-Los tuyos, los semejantes, siempre serán pocos, pues al pretender ser de muchos
sólo serás de nadie. La voz de la multitud exclama consignas en un solo coro, en ese
momento tu voz ya no es tuya sino la de ellos y, como dijimos, tal voluptuosidad no
es más que un voluntarioso espejismo. Te habrás matado a ti mismo.

-¿Dónde se encuentra entonces el arte de la venganza? –Preguntó Sión- Siendo el


enemigo una espada que amenaza contra mi voluntad ¿es entonces la lengua un
arma que arremete contra mí mismo?

-He ahí la respuesta. Al enemigo hay que buscarlo en el más cercano, siendo así uno
mismo el más próximo con respecto a su semejante. El arte de la venganza es para
todos la tarea más complicada, la exigencia más pura del sacrificio. Para mostrar la
potencialidad es necesario encontrar una fuerza igual o superior a la nuestra para

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enfrentarnos y sólo es uno mismo el mayor equilibrio de fuerzas. Hace unos
momentos, entre murmullos expiaron sus ideas mirándose unos a otros, intentaron
hallar en el otro sus propios pensamientos. La venganza es para valientes, por ello
un arte de guerra contra sí mismo. Sólo habiendo superado la barrera del otro habrán
de ser artistas, sólo así sus ojos serán dignos de ver en las pupilas del más próximo.

El tirano y el miserable siempre caen bajo la espada que cargan, a ellos no hay que
matarles sino dejarlos morir. Sin embargo no me crean, yo sólo soy un mentiroso
que crea telarañas y esculpe rocas en un torrente.

En ese momento Fair se levanta, su expresión es casi de dolor, los ojos son tan rojos
como alguna vez se pintó el infierno.

-¡Es usted un farsante maestro! en mi pecho se abre una grieta y no quiero que cierre
para nunca olvidar este momento. Desprecio entonces lo incrédulo que soy. Lo que
en usted he visto de sabio y buen hombre, es ahora una imagen de corrupto
decadente. Un predicador del sometimiento, propio de débiles y pedestres. No estoy
de acuerdo, no, no lo estoy.

Fair deja al maestro y a sus compañeros para adentrarse en el bosque, su silueta se


pierde entre las sombras que inundan el verde para convertirlo en negro.

Al paso de algunos años, en el poblado vecino, donde las costumbres son extrañas y
los hombres se congregan llamándose hermanos y camaradas, un ruido intenso
alertó los oídos de Valeria; a la distancia se observa como un hombre es llevado a
rastras con una cadena. Nos acercamos a contemplar el altercado. El hombre
famélico es castigado con azotes y consignas -¡Mátenlo! ¡Quémenlo! ¡Su cabeza!
¡Arrancarle la lengua al impío!- Me acerco a un hombre enardecido para preguntarle
sobre el motivo de la condena:

-¿Ese hombre es un bandido?- dijo uno.

-Peor que eso, es un rufián- añadió otro.

-¿Un asesino?- pregunté.

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-Es un ser que no merece compasión alguna- añadió una mujer.

-¿Cuál es el crimen que se le imputa?- insistí.

-Blasfemia individualista, ese es su crimen.

En ese momento aparece el verdugo, con un garrote golpea las extremidades del
desgraciado; desgarra sus miembros, desfigura su rostro, lo aporrea tanto que
después de minutos de tortura lo deja moribundo. La muchedumbre se marcha, la
excitación se desvanece y sólo se observan las antorchas a la distancia. Valeria se
acerca al hombre maltrecho, yo siento repulsión ante ese cuerpo destrozado. Aquella
carne abierta despide un olor asqueroso; el rostro, apenas identificable entre la
maraña de cabellos, está tan deformado que escasamente se distinguen
características humanas. Lo único que siento es aversión, la cual, por un momento,
me hace sentir culpable de no poder manifestar compasión alguna ante ese ser; sin
embargo Valeria acaricia la ensangrentada melena, limpia el rojo de la cara al grado
de que, en un momento, ese rostro desarticulado parece esbozar algo parecido a una
estúpida sonrisa:

-Tener cuidado de hablar con la muchedumbre, ellos, los muchos, sólo sienten
simpatía y compasión con los criminales; sólo son capaces de ver en los ojos del
diablo ajeno, sólo así encuentran el propio; para ellos sólo hay llanto fácil y sonrisa
falsa como regalo… al pueblo no le gusta escuchar, prefiere el griterío y el aullido de
hienas hambrientas. Hermanos, desencadenen la más terrible furia contra esos seres
que no pueden ver.

Dicho lo anterior el desgraciado desfalleció. Valeria quería que le ofreciéramos


sepultura, pero hombre como aquél era mejor dejarlo como alimento de buitres,
perros y otras rapiñas.

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