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Dice Lucas 10:38: “Aconteció que yendo de camino entro en una aldea y

una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana
que se llamaba María”. Entre paréntesis, mi mamá se llamaba Marta
(como era rusa le decían Marfa) y mi tía, su hermana, María.

“Esta tenía una hermana llamada María la cual sentándose a los pies de
Jesús-a Sus pies- oía Su Palabra. Pero Marta se preocupaba con
muchos quehaceres, y acercándose, dijo: “Señor no te da cuidado que mi
hermana me deje servir sola, dile pues que me ayude”. Respondiendo
Jesús le dijo: “Marta, Marta afanada y turbada estás con muchas cosas,
pero solo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la
cual no le será quitada”.

Todos los que amamos a Jesús tratamos de estar en comunión con Él de


una u otra manera. Me acuerdo que cuando mi papá falleció y tomé la
Iglesia Nacional vine a Buenos Aires (a Boedo 860 donde grabamos esta
“Palabra Semanal”). Y había aquí una hermana que había estado
durante años sirviéndole el café a todos los que predicaban. Yo sentía
que ella necesitaba sentarse a los pies de Jesús, a escuchar un poco
más la Palabra de Dios; se notaba su débil relación con Jesús, se notaba
que la falta de Palabra en su corazón hacia que su boca dijese cosas que
no estaban alineadas con Ella. Y le dije: “Vaya, disfrute de la reunión y
vamos a dejar que otras personas sirvan el café”.

Para ella, servir el café a los siervos de Dios era “su vida”, su ministerio;
de hecho, la actitud que tomó demostró que se había enseñoreado de
esa área. Se comportó como Jesús jamás lo hubiese hecho. ¿Por qué
actuó así?, creo que tiene que ver con el hecho de que hacía mucho
tiempo que no se sentaba a los pies de Jesús a escucharlo. Siempre,
durante todas las reuniones, se ocupaba de que no falte el café ni el
azúcar, que esté la leche y todo lo que al predicador le gustaba. Servía a
los siervos de Dios pero, lamentablemente, su intimidad y su comunión
con Él se habían visto afectadas.

Hay muchos pastores que están así; solo abren la Biblia cuando tienen
que preparar un sermón, pero esa comunión con el Verbo –me entristece
decirlo- es cada vez más pobre. Muchas veces toman actitudes que
Jesús no tomaría, dicen cosas o responden de

maneras que el Señor no respondería; pero… claro, como hace tanto


que no están a Sus pies, no se dan cuenta de cómo el mundo los ha
afectado.
Jesús estaba lavándoles los pies a todos los discípulos y cuando llega
Pedro, él se niega (Juan 13): “Pedro le dijo: No me lavarás los pies
jamás”. Esa era una actitud servicial o una actividad que desarrollaba el
esclavo más humilde de la casa, y el Señor Jesús estaba teniendo esa
disposición. Jesús le dice: “Jesús le respondió: Si no te lavare, no
tendrás parte conmigo” (no tendrás parte en Mi reino). Hay muchos
pastores que necesitan que ‘se les laven los pies’, necesitan tener ese
quebranto delante de la Presencia del Señor; precisan dejar que el Señor
toque las fibras más íntimas de sus corazones para poder sentir Su latir y
respirar, contagiarse de Su Presencia, enamorarse una vez más de Él y
volver a ese primer amor.

Marta hasta se quejaba: -Jesús, mira, María no me ayuda, hay muchas


cosas para hacer, cómo va a seguir adelante la obra. Jesús le responde:
-Cálmate, estás atribulada y turbada y ansiosa. Creo que el Señor estaba
pensando en lo que el profeta Isaías declaró: “Los que esperan en el
Señor muchas fuerzas tendrán” (40: 31). Cuando uno aprende a esperar
en el Señor, a tener intimidad, a dedicarle al Señor un tiempo de
búsqueda -donde Él es el que habla y no yo el que solo pido- se derrama
esa gracia que renueva las fuerzas. “Correré y no me cansaré, caminaré
y no me fatigaré” (40:31b). ¿Por qué? Porque he aprendido a descansar
en el Señor.

Que hoy puedas tomar la decisión y orar:

Señor: Voy a dejar las diez mil ocupaciones; toda turbación y toda
ansiedad las voy a dejar a Tus pies porque sé y confío que estás en
control de mi vida, de los problemas y de las adversidades que estoy
enfrentando. Voy a acercarme a Tus pies para recibir de Ti revelación,
para recibir de Ti esa Palabra, para recibir de Ti la mejor parte, esa que
no me será quitada.

Señor: Hoy me acerco a Tus pies; hago una pausa en mis actividades,
en mis corridas, en mi ansiedad y en mi preocupación, paro para que Tu
Presencia me ministre, que Tu Presencia inunde de tal manera mi vida
que desaparezca todo vacío interior. Lléname de Tu plenitud, lléname de
Tu esencia. Inúndame de Tu Presencia, Señor, y que al llenarme de esa
maravillosa Presencia reciba la paz que necesito, reciba la fortaleza que
viene de Ti y que pueda vivir la vida que te agrada en todo.

Te consagro, Señor, el primero y último de mis pensamientos. En el


Nombre de Jesús. Amén y amén

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