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ISBN: 978-1-291-80475-1
A mis perritas Shira y Haila, porque me abrieron las
puertas a un mundo casi mágico donde todo es mucho
más simple.
Un mundo por descubrir
Aquel fue un día como otro cualquiera. No hubo fuegos
artificiales, ni fanfarrias y ni siquiera alguien tuvo una
premonición que anticipase el pequeño milagro de su
nacimiento. Todo comenzó en un taller de carpintería,
idéntico a otros miles de talleres alrededor del mundo.
Así fueron pasando los días y las semanas, hasta que Cucú
se convirtió en un verdadero profesional dando la hora.
Ya no tenía que esforzarse porque todo ocurría de forma
automática. Ahora podía aprovechar el momento fugaz
en que salía de su casita para disfrutar de toda la magia
que le rodeaba. Le habría gustado hacer amistad con las
flores y las mariposas pero como no podía salir de su
casita tuvo que conformarse con verlas de vez en cuando
y siempre en la distancia.
El inicio del fin
Con los días pasaron los meses y con ellos los años. Poco
a poco Cucú se dio cuenta de que los humanos le hacían
siempre menos caso. Ni siquiera alzaban la vista cuando
cantaba. También se había percatado de que cada vez lo
usaban menos para saber qué hora era.
- ¿Qué es eso?
- Son fotografías. Cuando los humanos viajan por el
mundo, toman fotos para no olvidar donde
estuvieron. Así tú también podrás viajar.
- ¿Cómo se puede viajar estando dentro de su
propia casa? ¡Eso es un despropósito!
- Hay muchas maneras de viajar. Los humanos más
pobres tampoco pueden viajar mucho. Ellos tienen
una gran caja en el centro de su salón donde ven
las imágenes de los diferentes países pero esa no
te la puedo traer porque es demasiado pesada -.
El ratoncito se refería a la televisión pero no
conocía su nombre.
- Mira, aquí hay una buena foto. Es el Coliseo
Romano. Es el emblema de una de las
civilizaciones más grandes que existió en el
mundo -. Txtiz sabía mucho porque de vez en
cuando solía ojear la enorme enciclopedia que los
humanos habían dejado abandonada en el desván.
Al principio le costó entender su idioma pero
como era muy listo, aprendió rápidamente y ahora
lo comprendía casi todo.
- ¿Y qué pasó? – quiso saber Cucú.
- Bueno, el imperio se derrumbó por la codicia –. En
realidad aquello no lo había leído en ningún lugar
pero los ratoncitos eran muy dados a resumir las
cosas.
- ¿Qué es la codicia? – preguntó Cucú que nunca
había escuchado aquella palabra.
- La codicia es cuando quieres más de lo que tienes.
Los emperadores estaban enfermos de codicia y
por eso no se daban cuenta de que su pueblo
moría de hambre mientras ellos tiraban a manos
llenas el dinero.
- ¡Ah! Pues debieron ser muy tontos.
- No te creas, es algo que se repite a lo largo de
toda la historia de la humanidad. Fue lo mismo
que le pasó a los reyes que vivían aquí –. Txtiz le
mostró el Palacio de Versalles.
Cucú pensó que jamás había visto tanta belleza. Que las
construcciones de los humanos no eran sino un pálido
reflejo de la naturaleza.
- ¿Por qué los humanos tienen que construir
grandes rascacielos y monumentos si tienen esta
belleza ante sus ojos?
- Porque la naturaleza no se ve con los ojos sino
con el corazón. Y ver con el corazón es muy difícil.
No todos saben hacerlo.
La desilusión
- ¿Adónde me llevas?
Txtiz no le respondió, de haberlo hecho tendría que haber
abierto la boca y Cucú se le habría caído. No quería que
su amigo se hiciese daño. Por eso, en vez de responder,
apresuró el paso.
- ¿Quién eres?