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¿Quién leerá la primera lectura el día de hoy? ¿Y el salmo?

Hermana querida, esa lectura de Hebreos no es de tinta, es de fuego.


Habla de Cristo, y sus sacerdotes y de cosas que no comprendemos.
Léala con devoción por favor y con cuidado
porque esa palabra corta a todo el que es humano.
Y para aprovecharla mejor, mientras escuchamos
podemos pensar en el sacerdote que nos trajo aquí, el que te ayudó con la vocación,
el que te dio ese buen consejo,
el que Dios puso para salvarte cuando estabas a punto de ahogarte,
el que te marcó con su ejemplo,
el que viste sufrir más,
o el que te pareció que más rezaba,
el que te ayudó en la misión,
el que te llevó a amar más a Dios,
o – mucho mejor- ese que descubriste tan humano,
el que te desilusionó,
el que te trató mal y como no debía,
en ese que revela lo que somos en verdad.
En ese que está esperando nuestra penitencia y oración.
Por todos ellos ofrecemos esta Santa Misa.

No saben cuánto deseo llegar a Perú. Tengo una foto de los seminaristas en el escritorio y los extraño
antes de conocerlos. Los veo y los bendigo en todo momento. Son cosas de sacerdote, muy nuevas,
sentimientos de padre, creo que los mismos sentimientos de Cristo al ver a sus hijos.

Estoy más convencido que Dios va preparando nuestras almas para el próximo destino.
Lo tiene todo pensado, previsto.
Pero ahora estoy con ustedes, que rezan por sus sacerdotes. Rezan por nosotros, porque somos
suyos... no se confundan, no somos “de” ustedes, somos para ustedes, porque somos una familia. Y
Dios así lo dispuso.

Simplemente quiero recordarles que las oraciones y penitencias que hacen cada jueves tienen efecto.
No caen en el vacío sino en la inmensidad del corazón de Cristo, y nosotros las necesitamos y las
esperamos. Y si no decimos nada, es porque somos muy humanos… y somos hombres.

Si Cristo tuvo que aprender sufriendo a obedecer, cuanto más nosotros.


Si Cristo está revestido de debilidad en su naturaleza mortal, cuanto más nosotros.
SI Cristo tuvo que ofrecer sacrificios por los pecados de los otros, cuanto más nosotros por los
pecados propios.

Les pido que recen para que seamos hombres de oración. Porque este negocio se hace más con
gemidos que con palabras, dice San Jerónimo. Y solo sabe gemir así, para que su oración tenga
fuerza, a quien el Espíritu Santo le enseñe a hablar esta “lengua del cielo”, como dice San Juan de
Ávila. Porque “Nosotros no sabemos qué ni cómo hemos de orar, mas el Espíritu ora por nosotros
con gemidos que no se pueden contar.”

Pidamos a la Santísima Virgen que sus sacerdotes (y sí somos de ella) seamos hombres de oración,
que recibamos ese don. Para que, cuando Dios quiera obrar a través nuestro, no nos rompamos
como odres viejos. Que hablemos siempre, a toda hora, esta “lengua del cielo”.
Lectura de la carta a los Hebreos (5,1-10):

TODO sumo sacerdote, escogido de entre los hombres, está puesto para representar a los hombres
en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados.
Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, porque también él está sujeto a debilidad.
A causa de ella, tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, como por los del pueblo.
Nadie puede arrogarse este honor sino el que es llamado por Dios, como en el caso de Aarón.
Tampoco Cristo se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote, sino que la recibió de aquel
que le dijo: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy»; o, como dice en otro pasaje: «Tú eres
sacerdote para siempre según el rito de Melquisedec».
Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que
podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial. Y, aun siendo Hijo, aprendió,
sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en
autor de salvación eterna, proclamado por Dios sumo sacerdote según el rito de Melquisedec.

R/. Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec

V/. Oráculo del Señor a mi Señor:


«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies». R/.

V/. Desde Sión extenderá el Señor


el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos. R/.

V/. «Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,


entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, desde el seno,
antes de la aurora». R/.

V/. El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:


«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec». R/.

Lectura del santo evangelio según san Marcos (2,18-22):

EN aquel tiempo, como los discípulos de Juan y los fariseos estaban ayunando, vinieron unos y le
preguntaron a Jesús:
«Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan. ¿Por qué los tuyos no?».
Jesús les contesta:
«¿Es que pueden ayunar los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Mientras el esposo
está con ellos, no pueden ayunar.
Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán en aquel día.
Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto —lo
nuevo de lo viejo— y deja un roto peor.
Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos; porque el vino revienta los odres, y se pierden el vino y
los odres; a vino nuevo, odres nuevos».

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