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La obra que a continuación vamos a reseñar está concebida como un manual de presentación de
una nueva perspectiva psicoterapéutica, el enfoque vivencial de los procesos
cognitivo/afectivos, desde un punto de vista tanto teórico como clínico y técnico. Los autores se
marcan, pues, unos objetivos ambiciosos y para alcanzarlos han logrado elaborar un texto muy bien
estructurado, plan de exposición que seguiremos para realizar esta reseña.
Estructura de la obra
El texto presenta cuatro partes perfectamente diferenciadas, desarrolladas como otros tantos
bloques temáticos. Éstas son las que siguen:
Tercera parte: El manual: principios básicos e intervenciones guiadas por la tarea: Parte central del
libro dedicada a exponer las técnicas psicoterapéuticas del enfoque y su aplicación. Se divide a su
vez en dos secciones:
Ya en la Introducción los autores exponen los presupuestos teóricos sobre los que se apoyarán para
elaborar su perspectiva psicoterapéutica. Con el fin de que la exposición de los contenidos sea lo
más clara y ordenada posible, paso a desglosar a continuación de forma pormenorizada cada una de
las afirmaciones que se desprenden de su lectura, pues todas ellas tendrán una importancia capital
para los ulteriores desarrollos del modelo.
a) La psicoterapia consiste esencialmente en un (re)procesamiento de la información sobre las
experiencias del cliente (no paciente, para estos autores). Este postulado, si bien de carácter muy
genérico, indica que se trata de una perspectiva que concederá una enorme importancia a los
procesos cognitivos.
b) Las experiencias a tratar son de naturaleza emocional. Esta afirmación junto con la anterior
supone que las emociones, las experiencias emocionales van a ser abordadas desde la noción de
procesamiento de la información, de ahí la denominación del enfoque como vivencial de
los procesos cognitivo/afectivos. Las emociones serían un tipo peculiar de información que es
procesada por el sujeto de determinada manera. Los autores desarrollarán más adelante toda una
teoría metapsicológica de la emoción.
d) Clínicamente se ha constatado que los "problemas afectivos" (p. 22) -esto es, las experiencias
emocionales cognitivo/afectivas que provocan una disfunción en la persona- son susceptibles de
reunirse en tipos. En la parte tercera de la obra los autores distinguen hasta seis de estos tipos. Es
interesante subrayar que no existe definición alguna en el modelo acerca de lo que pueda ser un tipo
de problema afectivo; sería una entidad deducida directamente de la clínica, si bien los autores sí
tratan de delimitar teóricamente la noción de disfuncionalidad, a la cual dedican todo un capítulo
(cap. 5: "Disfunción").
e) Cada tipo de problema afectivo implica un modo de "tarea" (id.) terapéutica específica para
resolver cada uno de ellos.
i) Desde este nivel de concreción alcanzado, ya puede afirmarse que la terapia vivencial consiste en
reorganizar los esquemas emocionales.
j) El resultado de tal reorganización de los esquemas emocionales subyacentes proviene del propio
cliente, de la acción del mismo en la terapia.
k) Sólo cuentan las experiencias actuales, las que ocurren en el momento presente. Las experiencias
pasadas como tales carecen de interés o utilidad para este modelo vivencial, salvo si continúan
influyendo directamente en el presente de la persona.
n) El proceso cognitivo atencional es un factor de primer orden para lograr el cambio de la conciencia
emocional, en el sentido de que la modificación del foco de la misma hacia aspectos de la
experiencia previamente desatendidos permite la posibilidad de la resignificación emocional.
La idea básica de psicoterapia que manejan Greenberg, Rice y Elliott se apoya en la premisa de que
la psicopatología se origina por un deficiente o erróneo procesamiento de las experiencias
emocionales por parte del sujeto, que genera diversas disfuncionalidades. A su vez, estas
perturbaciones en el procesamiento hallan su causa en los esquemas emocionales activados en
cada situación problemática. En consecuencia, y en palabras de los mismos autores:
"Nuestro supuesto básico en esta visión del tratamiento es que las barreras en el funcionamiento sano actual
derivan de los problemas de los clientes para simbolizar su propia experiencia y de los esquemas
disfuncionales a través de los cuales ésta se procesa. Por tanto, desde nuestro punto de vista, la meta del
proceso terapéutico es capacitar a los clientes para que accedan a estos esquemas disfuncionales bajo
condiciones terapéuticas que facilite el cambio de los esquemas relevantes. Los objetivos de la terapia son los
procesos de construcción de significado y los conjuntos de esquemas emocionales que son relevantes para los
asuntos y situaciones problemáticas traídas a la terapia por cada cliente." (p. 31).
Así, sobre la idea de proceso girará todo el desarrollo teórico, técnico y clínico del enfoque vivencial
-también denominado justamente procesual-. Ahora bien, el procesamiento terapéutico, de
resignificación de los esquemas emocionales disfuncionales relevantes, se realiza por medio de la
interacción cliente-terapeuta que presenta dos niveles diferenciados. Un primer nivel en el que lo
principal es que el terapeuta siga, armonice hasta el detalle, en cada momento y desde que aparece
con el mensaje del cliente. Este es el trabajo que ha de realizar el terapeuta para crear un vínculo de
confianza, de reaseguramiento del cliente y de empatía con la experiencia emocional de éste. Y un
segundo nivel de interacción que se centra en el trabajo sobre las situaciones problemáticas
propiamente dichas, es decir, sobre las tareas terapéuticas, cada una de las cuales presenta un
modo diferenciado de ser abordada técnicamente. Esta es la estructura fundamental de toda terapia
vivencial: una primera parte relacional, donde la empatía es la condición imprescindible a través de la
cual el reprocesamiento emocional puede darse, y una segunda parte, más temática por así decir, en
la que se trabaja la resignificación cognitivo/afectiva de los esquemas emocionales relevantes.
Los autores se reconocen en deuda con las clásicas escuelas humanistas de psicoterapia, en las
que el análisis de los contenidos vivenciales es preponderante, principalmente la de Carl R. Rogers
y la gestáltica de Fritz Perls. Partiendo de este reconocimiento previo y de un breve repaso de las
características más relevantes de aquéllas, Greenberg, Rice y Elliott pasan a describir
los fundamentos teóricos y antropológicos básicos comunes que las unen:
1.- El ser humano es capaz de autorreflexionar acerca de sus propias experiencias emocionales.
3.- Que de tal unicidad se genera una construcción de significado de la propia persona.
4.- Que el ser humano está constituido de forma innata para tender a su pleno desarrollo.
Como resultado de todos estos a priori epistemológicos, se deducen una serie de objetivos también
comunes a todas las terapias que hacen del estudio de las vivencias el eje de las mismas:
Así, desembocan en la definición de una serie de principios generales teórico-técnicos de las teorías
vivenciales, como son:
Desde esta plataforma común de acuerdo entre todas las teorías vivenciales, los autores se
proponen definir cuáles han sido los progresos y aportaciones desde la psicología cognitiva que
permiten un mayor y mejor conocimiento y tratamiento de las vivencias humanas. Así, se hacen eco
de los rasgos principales del proceso atencional, de la distinción entre procesos cognitivos
automáticos o inflexibles y los controlados o dirigidos por la persona, del procesamiento en paralelo
de la información, de la memoria como proceso reconstructivo dinámico con sus múltiples subtipos
-episódica, semántica, autobiográfica, general, explícita, implícita,etc.-, del procesamiento por
esquemas, del procesamiento "conducido por los datos" y "conducido por los conceptos", de los tipos
de conocimiento -declarativo o explícito y procedimental o implícito-, etc.
Con todos estos aportes del cognitivismo, los autores no pierden la perspectiva de la importancia
fundamental del mundo afectivo y emocional incluso para los propios procesos puramente cognitivos:
"Cuando la emoción se incorpora en la ciencia cognitiva, se obtiene una mejor comprensión del funcionamiento
humano (...). Se está empezando a considerar la emoción como esencial para la comprensión tanto de la
interacción como de la cognición. La emoción es: primero, atencional, influye en la información que sobresale;
segundo, motivacional, influye en el establecimiento de metas y objetivos; y tercero, comunicacional, regula la
interacción con los demás." (pp. 70 y 71).
Partiendo de las últimas investigaciones realizadas sobre la emoción, los autores describen sus
características fundamentales en torno a dos dimensiones: la expresión emocional y la experiencia
emocional, que a su vez serán los dos ejes sobre los que girará la terapia vivencial que
comentamos.
En consecuencia, cabría definir el elemento fundamental sin el cual no puede surgir el hecho de la
experiencia emocional:
"Las emociones las produce el organismo automáticamente, pero, para experimentarlas, la persona tiene que
simbolizarlas en la conciencia." (p. 75; subrayado del original).
Esta idea conduce, pues, a una distinción o clasificación de los estados emocionales en función de
los niveles de conciencia, de simbolización de los mismos. Así, la experiencia emocional puede
existir, pero hallarse por completo fuera de la conciencia del sujeto; o sólo de un modo parcial o
periférico en ésta; o ser, en efecto, experimentada, pero sin alcanzar simbolización verbal alguna; o
siendo simbolizada verbalmente, desconocer las condiciones que la elicitan, las tendencias a la
acción que implican o las necesidades y deseos asociadas a ella; o, por último, ser comprendida y
abarcada por la conciencia subjetiva en todas sus vertientes. Así, los autores pueden llegar a afirmar
con rotundidad la posición central de la vida afectiva de un modo que recuerda poco las
concepciones clásicas de la psicología cognitivista:
"El afecto es así el núcleo constituyente del sí mismo, además, establece vínculos entre el sí mismo y el
ambiente, y organiza la propia experiencia. En cierto sentido, los sentimientos son, en último término, el lugar
del encuentro de la mente, el cuerpo, el medio, la cultura y la conducta." (p. 76).
Sin embargo, los autores siguen estando en posiciones muy próximas a los enfoques cognitivistas,
dado que los presupuestos epistemológicos que manejan para definir todos los fenómenos psíquicos
y las categorías que acuñan se fundamentan de forma exclusiva sobre la idea de procesamiento de
la información. Como veremos más adelante, tal restricción tendrá consecuencias directas en el
trabajo terapéutico y en una limitada concepción de la empatía y del trabajo con el vínculo, en
general.
Desde la teoría del enfoque vivencial de los procesos cognitivo/afectivos el concepto de esquema
emocional es central. Sobre él se apoyan todos los desarrollos posteriores acerca de la patología
mental, la técnica psicoterapéutica y toda la comprensión de la fenomenología clínica. Por ello, lo
trataremos con detalle a continuación.
Definición
Bajo la influencia de las posiciones teóricas de Bartlett y de Piaget, los autores proponen la siguiente
definición genérica de esquema:
"Los esquemas son estructuras complejas de conocimiento no consciente que resultan del procesamiento
activo de la información. Se puede considerar que los esquemas (...) contienen reglas de nivel superior para
procesar la información e incluyen anticipaciones de lo que se espera. Estas anticipaciones guían el
procesamiento." (p. 90).
Y un poco más adelante, situándose en concepciones neopiagetianas desde las aportaciones de
Pascual-Leone y Johnson, afirman que los esquemas son:
"(...) unidades funcionales dirigidas a un objetivo que, en último término, buscan la negociación con el medio
para satisfacer alguna necesidad. De acuerdo con ellos, los esquemas poseen tanto un componente de emisión
como otro de ejecución, que proporcionan el conjunto de condiciones para indicar qué esquema aplicar y el
conjunto de efectos de la actuación deseados, respectivamente. Desde este punto de vista, los esquemas se
activan por medio de los indicios apropiados, lo cual conduce a su aplicación." (id.).
Características principales
Desde esta posición constructivista, los autores van desgranando las distintas características que se
deducen de la misma. Entre ellas, cabe destacar las siguientes:
- los esquemas no son capaces sólo de guiar la percepción y la acción consecuente, sino que
también presentan la facultad de acomodación o cambio según sea la información entrante.
- Los esquemas que afectan al bienestar psicológico del individuo son aquellos que representan
la experiencia emocional del sí-misno-en-el-mundo. Son los esquemas emocionales. Los
autores reconocen en este sentido la clara influencia de la investigación de prestigiosos
psicoanalistas -Kohut, Stern, Mitchell, Khan, Sandler- acerca de la enorme relevancia de la
noción de self como factor central sobre el que se constituye toda la estructuración psíquica
del individuo.
- En coherencia con la noción previa de emoción que defienden los autores, los esquemas
emocionales son unidades multidimensionales integradas. Estas dimensiones son la cognitiva,
la emocional o afectiva, la motivacional y la de la acción relacional.
- Los esquemas emocionales contienen representaciones internas de nuestras tendencias a la
acción, en relación a una necesidad, ante situaciones previamente evaluadas, de tal modo que
producen una respuesta cuando se aplican.
- De acuerdo con la teoría de la emoción, ésta emerge en función de la evaluación del grado de
ajuste entre la situación, la necesidad, el objetivo o interés y la evaluación de nuestras
habilidades para enfrentarnos a ella. Las emociones se evocan de un modo más intenso
cuando no podemos satisfacer nuestras necesidades o cuando logramos hacerlo.
El resultado es que la persona actúa con flexibilidad, pero siguiendo un plan, aun siendo en gran
medida inconsciente para él mismo -recordemos los distintos niveles de procesamiento de las
experiencias emocionales-. Dada la naturaleza que se le concede a la noción de esquema
emocional, la terapia vivencial consistirá fundamentalmente en su modificación cuando produzca
disfunciones.
Los autores explicitan en este punto su perfil psicoterapéutico propio, diferenciado de las corrientes
psicodinámicas que también trabajan primordialmente sobre los afectos:
"Con esta perspectiva, no se piensa en la intervención terapéutica en términos de acceder o interpretar
emociones reprimidas o inconscientes, o emociones de las que uno se protege o rechaza. Se ve en términos de
acceder a los esquemas que contienen la emoción 'potencial'. Las emociones no se almacenan sino que se
reconstruyen. Esta reconstrucción depende de cómo se evalúa y organiza la información en el momento y de si
los esquemas emocionales se activan." (p. 95).
- Favorecer los progresos para suscitar una nueva actitud exploratoria acorde a la capacidad
del cliente en cada momento.
De estas cuestiones trataremos en detalle más adelante, cuando comentemos la tercera parte del
libro dedicada a la técnica psicoterapéutica de este enfoque.
Antes de pasar a la parte central del libro, la dedicada a la práctica psicoterapéutica del enfoque
vivencial, los autores se detienen a estudiar con detalle el concepto de disfunción, imprescindible
para entender la clínica y el abordaje técnico de su propuesta.
Desde las primeras líneas, los autores se definen sin ambages frente a las concepciones
psicodinámicas del síntoma y de la enfermedad mental. Así comienza el capítulo 5 dedicado a la
disfunción:
"Desde nuestro punto de vista, la patología o disfunción no es producto de una motivación inconsciente que
actúa en el presente, tampoco consideramos que la gente se encuentra inclinada a comportarse de un modo
poco adaptativo debido a las emociones reprimidas. Al contrario, es la conciencia presente de las personas o la
falta de ella, sus constructos y el significado de su experiencia lo que determina la mayor parte de su conducta
inadaptada y su disfunción." (p. 107; subrayado del original).
Para que el procesamiento vivencial sea netamente funcional, ambos procesamientos, el cognitivo y
el emocional, han de estar armonizados, actuando de manera integrada, de lo contrario el individuo
padecerá una vivencia fragmentada, empobrecida y distorsionada de su sí mismo y de sus
experiencias afectivas. La disfunción en la generación de significado emocional se origina cuando
ambos procesamientos se hallan escindidos entre sí.
La patología clínica más característica de este tipo de disfunción es aquélla en la que predomina los
procesamientos conceptuales en detrimento de los emocionales. En estos casos,
"las personas pierden completamente el contacto con su propia experiencia. No son capaces de confiar en su
sistema de orientación básico y se 'escinden' o se vuelven 'falsos sí mismos' ". ( p. 110).
La terapia consistirá, en esta área de disfunciones, en promover esa síntesis e integración de ambos
procesos, esencia misma del procesamiento cognitivo/afectivo de las vivencias, que da nombre a
este enfoque.
Los autores enfatizan que en este punto lo que resulta disfuncional no son las emociones o
necesidades en sí mismas, ya que éstas son esencialmente adaptativas, sino los aprendizajes que la
persona ha ido desarrollando a lo largo de su vida en torno a tales emociones y necesidades. La
exposición de los autores en este punto es meridianamente clara:
Por tanto, la secuencia para la formación de un esquema disfuncional presentaría cuatro eslabones:
a) la vivencia de una necesidad; b) los intentos del sujeto por satisfacerla; c) la frustración repetida
del entorno de la misma y d) la representación interna de la frustración asociada a las condiciones
específicas de su experiencia en forma de esquema emocional, que resultará disfuncional cuando
sea activado.
Ahora bien, los autores nos advierten del error de considerar al sí mismo de un modo unívoco, como
si se tratara de un bloque homogéneo, como asimismo tampoco lo son los mecanismos
disfuncionales. El sí mismo como los mecanismos disfuncionales se organizan modularmente en
relación a los distintos campos de la experiencia, lo que permite la posibilidad de establecer e
identificar posteriormente distintos tipos de problemas afectivos, así como de técnicas
psicoterapéuticas específicas para abordarlos.
Así, Greenberg, Rice y Elliott distinguen varias dificultades de procesamiento concretas, las
denominadas tareas terapéuticas específicas, que se corresponden con toda la psicopatología
tratable hasta el momento por este enfoque y que estudiaremos detenidamente en la parte de la obra
dedicada a la técnica y sus aplicaciones.
Cabría preguntarse, como lo hacen los autores, por la razón de la marcada estabilidad de los
esquemas emocionales disfuncionales, pues siendo esencialmente desadaptativos y vulnerando el
cumplimiento de la tendencia primaria al crecimiento, podría suponerse una vida efímera. No es así
por varias razones. En primer lugar y ante todo, porque cualquier esquema emocional, disfuncional
o no, da un sentido a nuestro sí-mismo-en-el-mundo. En segundo lugar, y ya como razones más
específicas, porque supone una atención selectiva de la información. En tercer lugar, porque implica
una distorsión de la información. En cuarto lugar, por la ausencia de exposición a nueva información.
Y, por último, porque la respuesta emocional que produce interfiere con el procesamiento de nueva
información.
Enlazando con la parte tercera del libro sobre técnica terapéutica, los autores al final de este capítulo
enuncian a modo de introducción de la misma los factores que propician el cambio terapéutico, que
ya conocemos que consiste en la reestructuración de los esquemas emocionales disfuncionales y
en la integración de los procesamientos cognitivo y emocional previamente escindidos. Éstos son los
siguientes y por orden de aplicación en el tratamiento:
4.- Animar a las personas a que contacten directamente con lo que les provoca ansiedad.
5.- Expresar activamente lo que se siente, como modo de suscitar nuevas experiencias.
Antes de entrar a considerar el tratamiento específico de cada tipo de problema afectivo, los autores
se detendrán a estudiar los principios rectores que habrán de guiar en todo momento cualquier
intervención del terapeuta desde el enfoque vivencial.
El tratamiento psicoterapéutico desde esta perspectiva presenta una estructura interna bien definida
en dos partes: una primera parte relacional y una segunda, enfocada a la tarea. Para cada una de
ellas rigen una serie de principios fundamentales que son inexcusables para la realización óptima y
correcta de los objetivos de este enfoque.
a) Principios de la relación
Su finalidad prioritaria es facilitar la mejor relación terapéutica posible para el desarrollo del
tratamiento. Y ello se consigue a través del seguimiento de estos tres principios:
1. De la búsqueda de la armonía empática: Es la base sin la cual no podría existir el tratamiento
vivencial. Los autores reconocen que la idea que manejan de empatía no es novedosa; su
origen se halla en la noción de comprensión precisa de Rogers, a la que consideran sinónima
de la suya. En palabras de Rogers, citado por los autores:
"(...) ser empático es percibir el marco de referencia interno del otro con exactitud y con los componentes
emocionales y de significado (...) como si uno fuera la persona, pero sin perder jamás la condición de 'como sí'
". (p.131).
3. De la colaboración en la tarea: Tiene como fin facilitar la implicación mutua en las metas y
tareas de la terapia. Ello exige una serie de acuerdos entre cliente y terapeuta que van desde el
acuerdo en los objetivos hasta el acuerdo en la tarea global, pasando por los acuerdos en cada
una de las tareas específicas de la terapia. Tal grado de consenso se logra mediante el tono
colaborador que adopta y nunca abandona el terapeuta, el cumplimiento de los dos principios
anteriores de armonización empática y vinculación basada en su expresión, y por las propias
capacidades del cliente para la consecución de la tarea. Es evidente que la concepción que
maneja el terapeuta de este enfoque de considerar al cliente como agente activo y ejecutor de
su propio cambio, permite esta capacidad de decisión en plano de igualdad con el propio
terapeuta: nada es posible en un tratamiento vivencial sin el consentimiento expreso del cliente.
5. Del fomento del crecimiento y la autodeterminación del cliente: Es otro principio que se funda
en una actitud de base que ha de presentar el terapeuta. En esencia, el terapeuta debe
mantenerse atento al crecimiento de su cliente, y ello a través del instrumento de la selección
empática mencionado anteriormente. Así, irá subrayando aquellos aspectos novedosos
positivos que vayan apareciendo en la experiencia del cliente. Por otra parte, el terapeuta
promocionará el papel de protagonista y de sujeto activo de la terapia en el cliente al permitirle
a éste la libre elección de los objetivos y tareas en la terapia.
Estos dos grandes bloques de principios no deben entenderse como aislados entre sí a la hora de su
aplicación en la sesión, como si fueran dos fases terapéuticas por completo separadas a modo de
una secuencia de pasos; al contrario, entre ambos debe establecerse un equilibrio dinámico de tipo
dialéctico con el fin de que los objetivos terapéuticos logren ser alcanzados. Por ejemplo, el trabajo
relacional basado en la empatía es una constante omnipresente a lo largo de toda la terapia, aun
cuando la ésta se halle centrada en la resolución de algún aspecto concreto de una tarea específica.
Intenciones de respuesta vivencial: Lo que el terapeuta hace para cumplir los principios del
tratamiento
La intención de respuesta vivencial es aquélla por la cual se organiza la respuesta del terapeuta de
acuerdo con sus funciones principales en el tratamiento procesual y vivencial. Podría considerarse
como el modo de describir la fundamentación de la actuación del terapeuta. La influencia de la
terapia Gestalt es muy acusada en este aspecto. Los autores distinguen cuatro intenciones
vivenciales esenciales, tres más adicionales, y dos que no serían ya vivenciales. Pasamos
a enunciarlas por este orden de su tipología:
1. Comprensión empática: Son aquellas respuestas del terapeuta que intentan comunicar al cliente
que le comprende. Existen dos subtipos específicos de respuestas empáticas:
a) El reflejo empático: Respuestas centradas en los sentimientos, significados subjetivos,
vivencias, etc. más relevantes para el cliente. Un buen reflejo debe aportar un matiz distinto
que vaya más allá de una mera repetición de la emoción del cliente. Para lograr una respuesta
de reflejo empático adecuada, el terapeuta debe utilizar la selección empática para determinar
en cada momento qué es aquello más importante para el cliente con el fin de devolvérselo
reflejado empáticamente. Los autores aportan el siguiente ejemplo de respuesta de reflejo
empático:
"C: Tuve muchos problemas con mis padres. Eran muy controladores. Cuando era pequeña mis padres me
hacían comer todo lo que había en el plato, permanecían de pie a mi lado vigilándome y ¡no
podía soportarlo!, me sentía tan desvalida.
- Pregunta exploratoria: Es la pregunta que intenta indagar sobre la experiencia del cliente, e
incluye sentimientos emocionales, percepciones de la situación, sensaciones corporales,
significados, deseos, intenciones, etc. Los autores distinguen dos tipos de preguntas
exploratorias; aquéllas que buscan la confirmación del terapeuta o la afirmación del cliente, son
las preguntas 'de ajuste' (p. ej.: "¿Es así?"); y las preguntas de colaboración, en las que el
terapeuta se detiene en mitad de una frase para que el cliente la complete.
Hasta aquí las intenciones vivenciales esenciales; pero los terapeutas cuentan con otras tres
intenciones vivenciales a las que pueden recurrir con toda legitimidad, principalmente cuando se
trabaja con tareas terapéuticas específicas. Son las siguientes:
6. Observación del proceso: Son breves observaciones del terapeuta al hilo del desarrollo del
proceso, carentes de todo matiz crítico o de confrontación. Persiguen destacar aspectos que, siendo
en apariencia irrelevantes, portan un sentido que el terapeuta juzga interesante resaltar para facilitar
la exploración vivencial de la experiencia. Por ejemplo:
"T: Me he dado cuenta de que estás moviendo la pierna en este momento".
"T: Mientras hablas, da la impresión de que tu atención se centra en los otros, en vez de en ti". (p.161).
7. Autorrevelación: Por parte del terapeuta en los momentos de la terapia que son propicios para el
crecimiento emocional del paciente. El terapeuta puede realizar estas autorrevelaciones de diverso
modo:
"T: Creo que debería decirte que no me siento demasiado bien hoy. Tengo un catarro y me siento un
poco cansado".
"T: Creo que no te entendí muy bien, ¿me lo podrías repetir otra vez para ver si lo entiendo?" (p. 162).
- Revelación personal: De la vida íntima del terapeuta. Han de ser muy infrecuentes y siempre
deben estar orientadas a facilitar la exploración vivencial del cliente o a mejorar el vínculo
empático entre ambos. Suele producirse por preguntas de este carácter planteadas por el
cliente. Por ejemplo:
"C: ¿Tienes hijos?
Una vez establecidos los fundamentos teóricos y los principios que dirigen toda intervención
terapéutica dentro del enfoque vivencial, los autores comienzan a detallar el trabajo terapéutico en sí
mismo.
Toda terapia vivencial y procesual de los procesos cognitivo/afectivos presenta una estructura
perfectamente definida que se da durante toda la duración de la misma. Al principio de cada sesión,
y con exclusividad en las tres o cuatro sesiones iniciales del tratamiento, el terapeuta trabaja la
armonización empática y el establecimiento y consolidación del vínculo terapéutico para, conseguida
esta plataforma de partida, favorecer la exploración empática. Precisamente es a través de esta
armonización empática por donde el terapeuta puede comenzar a penetrar en el mundo vivencial del
cliente. La experiencia clínica de este enfoque ha logrado aislar una serie de regularidades
procesuales que implican unas determinadas y precisas disfuncionalidades detectables
fenomenológicamente. Gracias a la fundamentación teórica de esta noción se puede conocer cuál es
su naturaleza y, en esa misma medida, diseñar técnicas psicoterapéuticas precisas para cada una
de ellas. Cada una de estas disfunciones es un problema afectivo no resuelto, denominado por los
autores tarea terapéutica específica. Es este trabajo terapéutico sobre las tareas la segunda parte
de los tratamientos de este enfoque, que ha de ser necesariamente posterior al trabajo de la
armonización empática y de la relación.
Toda tarea es detectable gracias a la armonización empática del terapeuta con la experiencia del
cliente, pero tal detección no se logra como un insight o intuición interna del terapeuta que
descubriera de golpe toda la trama vivencial o de procesos subyacentes de la disfunción. Las
numerosas observaciones clínicas realizadas desde este enfoque han logrado aislar una serie
de indicadores para cada una de las tareas específicas, por lo que una vez detectados, el terapeuta
se encuentra en condiciones de conocer de qué disfunción o tarea específica se trata, lo que en la
práctica supone la vía a través de la cual llegar a definir los esquemas emocionales disfuncionales
relevantes y su modo de activación y reprocesamiento. Además, los indicadores poseen la
capacidad de señalar la disposición del cliente para la exploración empática en cada momento. De
esta forma, el indicador se convierte en una pieza clave de la técnica psicoterapéutica del
enfoque vivencial. En consonancia con esta manera de entender la clínica, los autores tratarán de
exponer la naturaleza de cada tarea de un modo sistemático. En primer lugar, se dará
una descripción del problema; seguidamente, se determinará laidentificación de los indicadores de
las tareas; y, por ultimo, se detallará cómo ocurre el cambio terapéutico, en el que se enuncian
las operaciones o modos de intervención del terapeuta para lograrlo.
En general, podría afirmarse que todas las tareas se resuelven siguiendo siete fases de manera
secuencial:
Enunciemos las tareas terapéuticas específicas definidas por este enfoque y que a continuación
vamos a tratar:
Como se podrá constatar la influencia de la escuela gestáltica es muy poderosa en lo que respecta a
la técnica psicoterapéutica.
a) Descripción del problema: Las personas relatan episodios en los que mostraron una conducta o
un estado emocional interno paradójicos, contradictorios o inadecuados ante alguien o en
determinadas situaciones que no se corresponden con su personalidad habitual. Muestran un estado
de confusión y de perplejidad ante esta quiebra de su coherencia interna, por lo que suelen estar
motivados para la exploración vivencial.
b) Indicador de la tarea: Presenta tres rasgos fundamentales que nos indican la disposición del
cliente para la exploración vivencial. Se han de dar los tres para poder iniciarla. Para ello el cliente:
c) El cambio terapéutico y las operaciones del terapeuta: Se realiza en cuatro etapas. En la primera,
aparecen los indicadores y el cliente se compromete a explorar la reacción problemática ya
reconocida. En la segunda etapa, se inicia una reevocación sistemática de la experiencia de forma
vívida y se empieza a registrar los estímulos más importantes que suscitaron la reacción
problemática. En la etapa siguiente, se analiza el significado otorgado por el cliente a los estímulos
relevantes tanto desde el procesamiento cognitivo como desde el procesamiento emocional para
evitar toda escisión en la simbolización de la experiencia. Al final de esta etapa se produce una
resolución parcial del problema o "momento del primer cambio" (p.179) en la cual el cliente es capaz
de relacionar la interpretación que daba de los estímulos de la situación desencadenante con la
reacción inadecuada o paradójica. A este fenómeno clínico los autores lo denominan puente de
significado. Por último, en la etapa cuarta, se amplía el reconocimiento del propio funcionamiento
esquemático tanto desde sus propias necesidades, deseos, valores, deberes, cualidades, etc. como
desde la exploración de otras experiencias. De esta manera, con un conciencia mucho más clara y
amplia del modo personal de funcionamiento, el problema quedaría reestructurado.
El terapeuta realiza las intervenciones adecuadas en cada momento de la terapia. Primero parte de
la identificación de los indicadores, promueve la reevocación emocional y cognitiva de la experiencia
y el análisis pormenorizado de los significados del cliente de los estímulos de la situación relevante,
y, por último, ampliando la exploración a otros ámbitos de la vida de aquél, facilita el reexamen más
completo de sus esquemas emocionales relevantes.
"C: Me siento un tanto incómoda en este momento, pero tengo dificultad para ponerlo en palabras". (p. 199).
Caben variantes del mismo, como cuando el cliente en su relato elude aspectos centrales de su
experiencia para explayarse en otros no significativos de aquélla -variante "exteriorizada" del
indicador-. Si lo que predomina es la sensación de confusión, de estar en blanco, bloqueado o vacío,
cabría hablar de la variante de bloqueo.
c) El cambio terapéutico y las operaciones del terapeuta: Tras identificar el indicador en sus diversos
elementos, el terapeuta intenta crear un "espacio de trabajo" metafórico que permita la exploración
vivencial a través de hacer que el cliente se construya mentalmente un lugar como recurso para
ayudar a focalizar la atención en aspectos de la experiencia que presentan una especial dificultad
para ser evocados y expresados. Una vez lograda esta "clarificación del espacio", el terapeuta
sugiere que vaya centrando su atención en algún objeto interno poco claro que vaya apareciendo en
ese lugar, tras lo cual el terapeuta le pedirá que intente encontrar una etiqueta verbal que defina
aquel objeto. En este punto el cliente, implicado profundamente en la exploración, irá probando
espontáneamente varias nominaciones hasta quedarse con la que le parezca más adecuada -a esta
tarea se la denomina "hacer resonar " una etiqueta-. Una vez hallada la denominación más
adecuada de la vivencia emocional que el cliente padecía, el terapeuta le pide retenga ese
sentimiento des-cubierto (los autores utilizan los verbos saborear, paladear). El efecto que produce
el paso anterior se muestra en que los clientes comienzan por sí mismos a extender, a "seguir hacia
adelante" de manera espontánea exploraciones adicionales dentro y fuera de la terapia aplicadas a
experiencias distintas de su vida afectiva.
a) Descripción del problema: El cliente se muestra dividido, en conflicto, escindido entre dos
direcciones opuestas sin capacidad de decisión para optar por ninguna de ellas. El cliente llega a tal
punto de confusión que desconoce lo que desea hacer. Lo que se refleja, pues, es la división de dos
aspectos del sí mismo que están en oposición.
c) El cambio terapéutico y las operaciones del terapeuta: La idea central consiste en hacer dialogar
al cliente con las partes escindidas de su sí mismo a fin de que, integrándolas, pueda simbolizar
plenamente el conflicto y lograr resolverlo de modo afectivamente maduro. Para ello, una vez
identificados los indicadores de la tarea y las partes en conflicto, el terapeuta estructura la sesión en
torno a dos sillas que serán los representantes de cada una de las partes escindidas del cliente, y
hará que se siente en una o en otra en función de cómo vaya desarrollándose la dinámica del
conflicto a lo largo de las sesiones. Una silla representará la parte vivencial de la persona y la otra la
parte crítica o censurante. Todo ello exige en el terapeuta promover la expresión emocional activa de
cada parte, atender los elementos de la experiencia de cada una de ellas y estimular la búsqueda
vivencial para acceder a los esquemas disfuncionales relevantes que han sido activados. La
resolución del conflicto, denominado autoaceptación integradora, viene caracterizada por la
aceptación mutua de ambas partes en la que cada una se acerca a las posiciones de la otra,
reconociendo la necesidad de su existencia. La parte crítica se hace más tolerante y la parte
vivencial reconoce la necesidad de una razonable imposición de límites. Así, cabría hablar al menos
de tres etapas fundamentales en la resolución de esta tarea. Una primera etapa de oposición entre
las partes; una segunda, de contacto; y una tercera de integración.
b) Indicador de la tarea: Suele venir dada por las propias manifestaciones verbales o gestuales de
las personas. Así, pueden referir que se sienten anulándose a sí mismos, como su peor enemigo,
etc.
c) El cambio terapéutico y las operaciones del terapeuta: La dinámica es muy similar a la de las
escisiones por conflicto. Aquí también se escenifica por medio de las dos sillas las partes del sí
mismo del cliente, si bien ahora la atención está centrada en observar cómo el sí mismoactiva los
procesos de autointerrupción. Una silla representa la parte que interrumpe la expresión emocional y
las necesidades del cliente, y la otra la parte vivencial sojuzgada por aquélla. El terapeuta irá
promoviendo la representación de las autointerrupciones para lograr definirlas con mayor detalle
cada vez -es decir, para ir aislando los esquemas emocionales disfuncionales relevantes en cada
caso- hasta lograr delimitar el agente causante de las mismas, que es el propio cliente. A medida
que esto ocurre, el terapeuta focaliza la atención y la exploración vivencial del cliente hacia las
reacciones afectivas concomitantes a la escenificación de las autointerrupciones. De este modo, el
terapeuta irá estimulando paulatinamente la aserción que emerge de la necesidad sentida. También
cabría distinguir en esta tarea tres etapas fundamentales. La etapa de representación, en la que se
muestra el aspecto autointerruptor del sí mismo; la etapa de reconocimiento de ser agente del propio
bloqueo emocional; y la etapa de contacto, en la que se produce la aserción emocional.
a) Descripción del problema: La persona suele sentir que quedan aspectos importantes de su vida
pasada sin resolver que están teniendo una influencia más o menos directa en su cotidianidad.
Suelen traer a colación viejas temáticas a las que dan vueltas sin lograr hallar una salida definitiva.
Los sentimientos que padecen son de desamparo, resignación, impotencia, resentimiento, etc.
- Este sentimiento suele estar en relación con un otro significativo -padre, madre, esposo, etc.-
c) El cambio terapéutico y las operaciones del terapeuta: Por medio de las dos sillas el terapeuta
pondrá en contacto, por un lado, la parte vivencial que expresa el dolor presente y, por otro, la
persona que parece relacionada en el mantenimiento del asunto irresuelto. De esta manera, el
terapeuta promueve la diferenciación e intensificación de los afectos implicados en la experiencia a
la vez que se analiza los rasgos negativos de la otra persona, con lo que se aumenta su
comprensión por parte del cliente. Ambos procesos irán convergiendo paulatinamente hacia una
aceptación de la relación tal como fue o como es, hacia una renuncia de satisfacciones ya imposibles
de alcanzar, hacia una visión más completa y verdadera del otro, e incluso, en no pocos casos, hacia
el perdón.
- Se muestra una muy intensa resistencia a expresar dichos sentimientos, con una vivencia de
peligro real si lo hace.
c) El cambio terapéutico y las operaciones del terapeuta: El cambio terapéutico en estos casos
implica una auténtica bajada a los infiernos más íntimos del cliente. Ello sólo puede lograrse por
medio de un muy intenso trabajo de la armonía y comprensión empáticas por parte del terapeuta,
que sostiene el dolor de su cliente en el contexto de un vínculo máximamente acogedor y receptivo.
Una vez que la exploración vivencial ha alcanzado el núcleo de la experiencia emocional, el cliente
puede ir tomando control de su sí mismo, integrar las partes escindidas y restaurar una imagen
valiosa de sí.
- Hacia quién va dirigido: Los autores reconocen que el enfoque sólo es apto para aquellas personas
con trastornos mentales o de personalidad no graves. Así, pues, quedan excluidas las patologías
psicóticas, psicopáticas y borderlines, como aquellas personas que, pasadas las cuatro o cinco
sesiones iniciales del tratamiento, siguen mostrando una reacción de resistencia firme a la
exploración vivencial o de rechazo hacia la posición no directiva del terapeuta.
- Los parámetros del tratamiento: Las sesiones durarán entre 50 y 60 minutos, con una periodicidad
de una por semana. La duración del tratamiento se negocia con el cliente, negociación en la que se
establecen unos límites aproximados, revisables cuando llegan a su término.
COMENTARIO
Ante todo, es digno de elogio el esfuerzo que Greenberg, Rice y Elliott han desplegado para
ofrecernos una nueva perspectiva psicoterapéutica en la que pretenden aunar los procesos
cognitivos superiores con los procesos vivenciales, y la ubicación tan central que conceden a estos
últimos en la generación de significados relevantes para la identidad del ser humano. Su apertura
hacia las distintas escuelas psicológicas es clara, lo que denota una capacidad de diálogo y una
ausencia de dogmatismo o sectarismo que es justo agradecer. El énfasis en el trabajo sobre la
empatía como modo privilegiado para abrir camino a la exploración vivencial les ha permitido ser
receptivos a las aportaciones de escuelas psicoanalíticas tan relevantes como la del self, la británica
de las relaciones objetales y, más recientemente, las de carácter relacional e intersubjetivista. Por
otro lado, la consideración del trabajo prioritario con las emociones en la práctica clínica les han
aproximado a las terapias humanistas y gestálticas. Y su consideración de que tras todos los
fenómenos y las funciones mentales subyacen, en último término, procesamientos cognitivos les han
colocado muy cerca de las investigaciones en este campo.
Por otra parte, cuando tratan de subrayar la importancia de la empatía en la creación de un vínculo
terapéutico confiable para el cliente que permita la exploración vivencial, aquélla se nos queda corta
de vuelo para los que poseemos una formación psicodinámica, pues la empatía sólo halla su
fundamento en procesamientos cognitivos, en los cuales queda reducida a una mera comprensión
de mensajes. No hay lugar para una reflexión acerca de la transferencia, la contratransferencia, el
deseo inconsciente, la fantasía, las necesidades de apego, etc. En correspondencia con esta
limitación de partida, no deja de ser curiosa la afirmación de que, al contrario que los terapeutas
psicodinámicos, los terapeutas del enfoque vivencial no son directivos en los contenidos, sino sólo
en los procesos. Una leve aceptación de ciertas nociones psicoanalíticas les hubiera hecho
comprender que la actitud de "estructurar las sesiones", de proponer tareas específicas -sentarse en
una silla que representa tal cosa y hablarle a la otra que representa tal otra, imaginarse espacios
mentales para ubicar los objetos dolorosos, etc.- es una fuente formidable, y uno diría que hasta
temible, de sugestión, por no decir intromisión invasiva en la intimidad del cliente, y ello dejando a un
lado los efectos transferenciales y vinculares en la persona que se somete a semejantes técnicas.
Sin duda, es un acierto el intento de los autores de reivindicar un lugar de privilegio para el mundo
afectivo y emocional, pero esta empresa ha de realizarse de manera que tales realidades no vuelvan
a quedar relegadas a un segundo plano por el modo de categorizarlas teóricamente. Hacer de la
emoción esquemas, es decir, transformar la afectividad humana en mecanismos de procesamiento
de datos es volverla a enterrar en las catacumbas del olvido bajo una falsa o aparente prominencia.
Sin duda, es éste uno de los retos más difíciles de abordar, saber qué es, en qué consiste la
afectividad humana. Ni los procesos de codificación de información, ni los mecanismos
neurofisiológicos son capaces de abarcar -de reducir, mejor dicho- su extraordinaria riqueza. Los
aportes de las distintas escuelas psicoanalíticas sigue siendo lo mejor con lo que contamos
para lograr descubrir su naturaleza.
La terapia de las Emociones
Fases del tratamiento focalizado en las emociones
Partiendo del libro “Trabajar con emociones en Psicoterapia”. Greenberg S. L. y Paivio C. S.
Este tipo de modelo no ha de aplicarse a población psicótica, ni psicopática, ni con riesgo de suicidio.
Por el contrario, ha sido demostrada su eficacia con clientes que tienen un cuadro depresivo,
ansioso, sufren problemas interpersonales, maltrato infantil y problemas de la vida cotidiana.
El primer paso de este tratamiento, conlleva la formación de una relación de apoyo mediante
reconocimiento, comprensión, y validación emocional de los problemas del paciente. Hay que
reconocer sus emociones desde el inicio.
Tras el establecimiento del vínculo inicial, se establece con el cliente un plan de trabajo. Se
consideran fuentes de aflicción problemas tales como no darse cuenta de los sentimientos, valorarlos
negativamente, estar en conflicto, tener sentimientos de malestar no resueltos, resentimientos
significativos, hacia otros o ser incapaz de regular la proximidad en las relaciones.
La terapia sigue la secuencia de evocar sentimientos de malestar, explorar estos sentimientos, y sus
determinantes, acceder a las emociones primarias o a los esquemas emocionales centrales
desadaptativos y utilizar los nuevos recursos a los que se ha accedido para reorganizar dichos
esquemas centrales. La meta ha de ser evocar la experiencia negativa para enfrentar dicha
experiencia dolorosa, hasta que uno accede a los esquemas del tipo “no sentirse valioso” y alternar
emociones primarias adaptativas como el enfado ante la violación para que vayan surgiendo las
necesidades adaptativas como la de límites más firmes para que haya alternativas adaptativas.
Acceder a la emoción primaria que había sido interrumpida, ayuda a que se creen nuevas metas.
Al inicio de la terapia, el objetivo es establecer una relación cálida y empática. Empatizando con el
paciente facilitamos que acceda a su experiencia interna. “ej. Esta experiencia es muy dura…”
También es importante recalcar lo importante que es la misma.
En esta etapa se da el acuerdo acerca del tratamiento. Las metas se basan en la comprensión de las
condiciones que generan los problemas del cliente. Ej., la baja autoestima tendría como objetivo
llegar a ser más conscientes de ello y capaz de expresar con mayor claridad sus sentimientos y
necesidades. Lo importante no son tanto las metas como el acuerdo con el cliente en las mismas.
Las investigaciones muestran que solemos focalizarnos en tres tipos básicos de condiciones
generadoras:
El terapeuta redirige al paciente sobre su experiencia interna. Así, se vuelve imprescindible que el
terapeuta distinga las respuestas primarias de las secundarias para focalizarse siempre en la
experiencia primaria y su simbolización. No se debe confiar únicamente en la verbalización del
paciente; hay que atender también al CNV y a su conducta.
La TFE no se apoya en preguntas directas del tipo ¿qué estás sintiendo?, ya que éstas pueden
aumentar la actitud defensiva del paciente; por el contrario, el método se basa en responder de
forma empática a los sentimientos o hacer conjeturas acerca de lo que los clientes podrían estar
sintiendo.
Aquí nos podemos centrar en las relaciones actuales o en temas no resueltos del pasado:
Dependencia interpersonal.
Estos asuntos implican temas de intimidad y control no resueltos, especialmente son problemas de
malos tratos en la infancia; las respuestas emocionales siguen interfiriendo. La intervención se dirige
al acceso a la emoción primaria que ha sido procesada de modo incompleto, para expresarla y
reprocesarla.
Determinantes individuales.
Además de las 3 clases anteriores, determinantes de tipo idiosincrático podrían llegar a ser el foco
continuo de terapia. Temas como no saber lo que uno quiere, necesitar tomar una decisión, o
sentirse muy vulnerable.
El modelo implica un proceso de diagnóstico continuo de los problemas presentes durante la sesión
en lugar de un diagnóstico de la personalidad de forma global. Tiene que haber un balance entre los
procesos que se producen en el momento de la sesión y las metas más amplias.
Se subraya el modo como los clientes son constructores de su propia experiencia en lugar de
víctimas pasivas de los hechos. Ser consciente de ser agente activo proporciona sensación de
control en la experiencia. Así, cuando los clientes dicen “me doy cuenta de que estoy pensando que
soy un fracasado” están en una posición diferente en cuanto a su experiencia que si dicen “soy un
fracasado”.
Es necesario explicar lo importante que es el trabajo con las emociones para que el cliente se
implique.
Evocar y explorar
Hay que activar los sentimientos difíciles durante la sesión. El terapeuta ha de centrarse en el
presente para poder analizar la expresión de ese momento y para intensificar la experiencia y evocar
los recuerdos. Con la finalidad de mantener la alianza, se necesita que haya un acuerdo acerca de
las tareas que se van a utilizar para acceder a los sentimientos difíciles y establecer la dificultades.
Convertir la experiencia en algo vivo requiere utilizar alguna forma de estimulación emocional. El
terapeuta se mueve entre el significado verbal y la experiencia o expresión no verbal, entre el pasado
y el futuro, entre la sensación corporal y la imaginación visual. Ej. Un cliente que no estuviese en
contacto con su emoción se le podría enseñar a prestar atención a sus sensaciones corporales.
Prestar atención a la evitación y a los procesos de interrupción.
La intervención se dirige a explorar los modos diferentes como los clientes bloquean la experiencia
justo en ese momento de la sesión. El bloqueo puede ir, incluso, hasta impedir que emerjan las
lágrimas. Por definición, tener que enfrentar lo que causa temor resulta amenazante, por lo que hay
que establecer una colaboración con el paciente.
Los clientes pueden actuar reproduciendo dichos procesos mediante un diálogo imaginario entre dos
partes de su personalidad, por ejemplo, con el diálogo de dos sillas, se podría animar a los pacientes
exagerando el modo como se impiden sentir a si mismos, a verbalizar las prohibiciones concretas
que utilizan. Pero hemos de hablar con ellos de los costes y beneficios de la interrupción. El objetivo
del diálogo es que los clientes entiendan como se paran a sí mismos antes de vivenciar emociones
adaptativas; dicha interrupción puede producirse de manera automática.
Así, la culpa o el sentirse en apuros pueden bloquear la expresividad o el placer sexual. EL miedo al
rechazo o la ansiedad ante el abandono puede interrumpir la expresión asertiva. La vergüenza ante
la propia pérdida de control o ante la propia debilidad, puede interrumpir un proceso de duelo
adaptativo. Estos sentimientos secundarios se reconocen, pero no se intensifican. En lugar de ello,
se presta atención a sentimientos primarios no reconocidos.
El tipo de intervención utilizada para explorar la vivencia de los sentimientos problemáticos del
cliente implican siempre un equilibrio entre directividad del proceso y respuesta empática.
Explorar implica simbolizar con claridad los significados sentidos, implicados en la experiencia del
sentimiento negativo, que no está plenamente en la conciencia y reflexionar acerca de ellos. Ej.:
podría sentir tensión en el estómago o en la mandíbula pero no saber nombrar la emoción o pensar
que siente enfado cuando en realidad, es miedo.
Reestructurar la emoción.
Acceder a los esquemas emocionales desadaptativos centrales y/o a las emociones primarias
El cambio ocurre a partir del cambio en la emoción primaria y de su utilización como recurso.
En las situaciones más complicadas, las personas contactan con sentimientos de vergüenza o duelo
o con profundos sentimientos de inseguridad o de soledad. Estas emociones tienen que ser
permitidas y procesadas. La vergüenza adaptativa conducirá a la conciencia de deseo de
pertenencia, el duelo a los procesos de elaboración de la pérdida, la inseguridad al reconocimiento
de la necesidad de vínculo.
Las que se ha accedido nuevamente en el mundo exterior y las dificultades que uno podría encontrar
al intentarlo.
En ocasiones, el primer objeto en terapia son los esquemas emocionales desadaptativos primarios y
no simplemente las emociones adaptativas primarias. Por ejemplo, el miedo a ser invisible, o a no
valer nada. Experiencias disfuncionales centrales de este tipo están relacionadas con una autocrítica
hostil o con una dependencia ansiosa. En el primer caso, se trata sentir que uno no vale nada, que
es un fracaso; en el segundo es sentirse frágil e inseguro, incapaz de mantenerse por sí mismo sin
ayuda. Estos son los esquemas centrales negativos de malestar/debilidad. Lo que resulta curativo
es simbolizar estos sentimientos y acceder a esquemas del sí mismo alternativos basados en
emociones adaptativas. La capacidad de autoafirmación, la asertividad y protesta constituyen la base
de los esquemas alternativos del sí mismo.
De este modo, cuando una persona se siente mal, avergonzada, sin valía, el sentimiento asociado
tiene que ver con la tristeza y la vergüenza, y la meta/necesidad es sentirse aceptable y valioso.
Así, uno puede acceder a los sentimientos adaptativos de tristeza o enfado por aquello que echa de
menos y esto ayuda a movilizar necesidades/intereses nuevos, así como nuevas organizaciones del
sí mismo.
En esta fase de reestructuración, los clientes llegan a articulaciones de sus creencias y nuevas
comprensiones de las experiencias que fueron formativas en sus vidas. Los clientes comienzan a
reconocer y articular las expectativas o creencias ancladas en los esquemas y a ver como sus vidas
se han estructurado alrededor de estas, como alrededor de los intentos de protegerse a sí mismos.
La combinación del ser conscientes de la creencia, más el apoyo y validación del terapeuta, y el
acceso del cliente a las nuevas necesidades/metas y recursos internos, es lo que proporciona a la
persona la fuerza para combatir dichas creencias.
El terapeuta ha de subrayar el modo como, en los momentos de desesperación, focalizarse
internamente y simbolizar la vivencia a uno mismo, diciéndose algo como “me siento desolado”. En
momentos de ansiedad, han de recordar la vivencia tenida durante la sesión, para ser más
compasivos consigo mismos. Esto se hace sólo después de que hayan tenido éxito durante la sesión
superando sus autolamentaciones.