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LA CRUZ A LA MEDIDA
Había una vez -dice la Historia- un hombre que se quejaba ante Dios
por la cruz que le había tocado llevar, pues era superior a sus fuerzas.
"Señor". Le decía: "Yo sé que cargar una cruz es parte de la vida de
un cristiano pero, la que yo tengo es demasiado pesada. Si yo pudiera
escoger la mía, estoy seguro que escogería una más aparente que la
que llevo en la actualidad".
El Señor, al oírlo, le llevó a un lugar donde estaban todas las cruces
hechas para el hombre y le dijo: "escoge la que quieras". El hombre
dejó su cruz que probó que era mucho más pesada que la que él
tenía, así que la descartó. La segunda que eligió era mucho más
liviana y cuando la puso sobre sus hombros arrastraba en el suelo, de
manera que la rechazó también. La tercera no era lisa y las astillas de
la misma se le clavaban en las manos cuando la probaba. Otra, tenía
un feo nudo que se le clavó profundamente en el hombro. Así, hora
tras hora, buscó una que fuera conveniente para él, pero sin resultado
alguno.
Finalmente, el hombre escogió una, la puso sobre sus hombros y dio
unos cuantos pasos. "Señor". Le dijo, "ésta es la cruz aparente para
mí. Ves, no es muy pesada, tiene el tamaño apropiado, ha sido
convenientemente preparada y no tiene nudos que me lastimen los
hombros. Me gustaría tener ésta cruz porque siento que es la más
apropiada para mi".
El Señor sonrió y le respondió : "Me alegro que hayas encontrado una
que te satisfaga plenamente, esa es la cruz que tú trajiste".
LA CARRETA VACÍA
Caminaba con mi padre cuando el se detuvo en una curva y después
de un pequeño silencio me preguntó:
Además del cantar de los pájaros, ¿escuchas alguna cosa más?
Agudicé mis oídos y algunos segundos después le respondí: Estoy
escuchando el ruido de una carreta.
Eso es -dijo mi padre-. Es una carreta vacía.
Pregunté a mi padre: ¿Cómo sabes que es una carreta vacía, si aun
no la vemos?
Entonces mi padre respondió: Es muy fácil saber cuándo una carreta
está vacía, por causa del ruido. Cuanto más vacía la carreta, mayor es
el ruido que hace.
Me convertí en adulto y hasta hoy cuando veo a una persona hablando
demasiado, interrumpiendo la conversación de todos, siendo
inoportuna o violenta, presumiendo de lo que tiene, sintiéndose
prepotente y haciendo de menos a la gente, tengo la impresión de oír
la voz de mi padre diciendo:
LA CASA EN EL CIELO
Una Señora soñó que llegaba al cielo y que, junto a las ciento veinte
mil personas que mueren cada día, estaban haciendo fila para saber
cual era su destino eterno.
Los fue guiando por barrios primorosos, como ella jamás hubiera
pensado que pudieran existir.
San Pedro exclamó: " Aquí todos los que invirtieron con mucho dinero
en
EL CHANTAJE
El mismo Jesús – escribe San Alfonso María Ligorio – nos dice: “Éste
es mi cuerpo que se da por vosotros” (1 Co 11, 24). Y en otro lugar de
la Escritura leemos :”El que come mi carne y bebe mi Sangre
permanece en Mí y Yo en él” (Jn 6, 56)
Sin lugar a dudas, cuando algún creyente lee estas palabras no puede
dejar de sentirse impulsado a amar a Nuestro Redentor. Él, no sólo ha
sacrificado su vida y su sangra por nuestro amor, sino que nos ha
dejado su Cuerpo en la Eucaristía para que podamos unirnos con Él
en comunión. (A.D. cap. III).
Dos obras nos ha mostrado Dios, las más insignes y que más pasman
y atajan los juicios de los hombres. La primera obra fue su
Encarnación – de la que ya hemos hablado –, en la cual el Verbo del
Padre se juntó y unió con nuestra naturaleza.
“Por cada Misa que se asiste con devoción, Nuestro Señor enviará a
un santo a consolarnos, en la hora de la muerte” (revelaciones de
Jesucristo a Santa Gertrudis la mayor)
“Sería más fácil la existencia del mundo sin el sol, que sin la Santa
Misa” (San Pío de Pietrecina)
“Una sola Misa ofrecida y oída en la vida con devoción, por el bien
propio, puede valer mas que mil misas celebradas con la misma
intención después de la muerte” (San Anselmo. Doctor de la Iglesia)
ALPINISTA Y LA FE
Oremos.
Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus hijos con la luz del
Espíritu Santo; haznos dóciles a tu Espíritu para gustar siempre el bien
y gozar de su consuelo.
Lo había dicho Cristo desde la cruz. A María le dijo que Juan sería su
hijo. A Juan le dijo que sería su Madre. Y así se hizo. Después de la
muerte de Cristo, María se dio una vuelta por Nazaret para levantar su
casa, recoger algunas pocas cosas y venirse a vivir en casa de Juan.
No hubo necesidad de un carretón de mudanza porque era poco lo
que tenía, y de esto, la mayoría lo fue repartiendo entre las vecinas y
los pobres del pueblo. No se llevó la alfombra persa, ni las cortinas de
seda, ni el espejo con marco de plata, porque nunca los tuvo. Tenía un
hermoso arcón, eso sí, que José se lo fabricó para su cumpleaños,
pero tampoco se lo llevó; se lo dejó de regalo a una vecina pobre. Las
herramientas de José se las regaló a un aprendiz de carpintero para
que pusiera su propio negocio. Ella se llevó de recuerdo uno de los
martillos con que tanto habían trabajado José y Jesús. También se
llevó una silla hecha por Jesús mismo. En muy buen estado, a pesar
de estar muy usada. Debe haber sido una silla sencilla pero hermosa,
buena para descansar, para recobrar las fuerzas. Una silla siempre
dispuesta a recibir a los agobiados, a los fatigados, a los cansados por
una carga pesada. Bien sabe Jesús como hacer eso. El sabe aligerar
las cargas. Debe haber sido una silla sencilla y a la vez muy hermosa.
Así, María dejó atrás casi todo y se fue a vivir a casa de Juan; y
aceptaría muy gustosa el venir a vivir a cualquiera de nuestras casas.
¿Cómo sería la casa de Juan?
Juan tendría la casa por dentro..., bueno, Juan era hombre, joven,
soltero..., lo normal en estos casos es que aquella casa fuera...
bueno... una zona montañosa.
Sospechamos que al llegar, María encontró montoncillos de polvo en
los rincones; quizá una túnica y un sartén colgados del mismo clavo;
zonas por las que nunca había pasado la escoba; trastes sin lavar;
unas sandalias tiradas junto a la mesa, y alguna túnica descosida con
varios tirones sin arreglar.
María se puso a ordenar todo aquello y pronto lo dejó impecable.
Verás, María. Ese desorden que encontraste en casa de Juan lo
encontrarás en todas nuestras casas. En casa de Juan arreglaste
varios aparejos de pesca enredados. En nuestras casas hay lazos
familiares que se han roto o que se han enredado un poco. Ayúdanos
a desenredarlos. En casa de Juan pusiste las cosas ordenadamente
en el sitio que les correspondían. En nuestros hogares puede que
encuentres personas que no están en su sitio; papás o mamás que se
ocupan demás por su trabajo y descuidan a la familia; esposos que no
están en su sitio como esposos; hijos que no están controlados como
debieran estarlo, y padres ancianos que, quizá, están demasiado
arrinconados. En casa de Juan sacaste cosas que salían sobrando. En
nuestras casas, necesitamos tu ayuda para deshacernos de cosas que
sobran: egoísmo, hastío, malos modos, malos ejemplos.
María, te invitamos a nuestras casas para que nos ayudes como
ayudaste a Juan.
Y María bien que ayudó a Juan, a los demás apóstoles y a todos los
cristianos, con su consuelo, su apoyo, su orientación, y su enorme fe
en Dios. María también escribió cartas a las diversas comunidades
cristianas, recordándoles la palabra de Dios, como es el caso de esta
carta a la ciudad de Mesina, donde Pablo predicaba el Evangelio:
"Yo, María Virgen, Sierva de Dios Nuestro Señor, y humildísima Madre
de Jesucristo, Hijo de Dios Todopoderoso y Eterno, saludo a todos los
que habitan en Mesina. A todos les deseo salud y bendición en
Nuestro Señor. Ya habéis aprendido algo de los embajadores que se
os han enviado; y habéis recibido el Evangelio, reconociendo que el
Hijo de Dios se hizo Hombre; y que sufrió su Pasión y Muerte por la
Salvación del mundo. También habéis aprendido que El es el Cristo y
el Verdadero Mesías. Haced esfuerzos de perseverar, os suplico. Y
mientras tanto os prometo a vosotros y a toda vuestra posteridad, Mi
asistencia en la Presencia de mi Hijo".
"María, Virgen, humildísima Sierva de Dios".
Así como a ellos, a nosotros también ayúdanos, María, para poder
tener siempre presente a Jesús. Ayúdanos a desenredar nuestras
vidas y a ser fieles cristianos. María, no te canses de recordarnos
aquellas palabras que pronunciaste durante las Bodas de Caná:
"Haced todo lo que Él (Jesús) os diga".