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El proceso histórico del concepto “patrimonio cultural de la humanidad” en


un ámbito contemporáneo

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Morelos Torres Aguilar


Universidad de Guanajuato
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Aproximaciones al patrimonio
cultural

Perspectivas universitarias

MontEa E ditorial

Est. 2013, lEón, Guanajuato.


Aproximaciones al patrimonio
cultural

Perspectivas universitarias

Mtra. Carlota Laura Meneses Sánchez


Dr. José de Jesús Cordero Domínguez
Dr. Morelos Torres Aguilar
DR. Alejandro Mercado Villalobos

MontEa E ditorial

Est. 2013, lEón, Guanajuato.


Título: Aproximaciones al patrimonio cultural.
Subtítulo: Perspectivas universitarias.
Primera Edición, enero 2015.
ISBN: 978-607-96387-6-4
Diseño de forros: Elizabeth Robles.
Maquetación y correcciones: Enrique Adrián Martínez López.

© 2015, Mtra. Carlota Meneses Sánchez, Dr. José de Jesús


Cordero, Dr. Mercado Villalobos, Dr. Morelos Torres Agui-
lar.
Producido con el inanciamiento de la Universidad de Guana-
juato.

Diseñado e impreso en:


MONTEA Editorial S.A. de C.V.
Av. Guanajuato No. 1616
Col. Real Providencia, C.P. 37234
León, Guanajuato, México.
Tel. 01 (477) 229 13 58
I.D. 62*194271*1
www.editorialmontea.com

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser


reproducida, vendida o transmitida mediante ningún sistema,
medio o método electrónico o mecánico (fotocopiado, graba-
ción o cualquier sistema de recuperación y almacenamiento de
información), sin el permiso previo por escrito del editor.

HECHO EN MÉXICO/PRINTED IN MEXICO, 2015.


Aproximaciones al patrimonio cultural 7

Índice

Introducción 9

I. La tendencia de rescate y usufructo de 15


los inmuebles significativos en el Centro
Histórico de Guanajuato
José de Jesús Cordero Domínguez

II. La música como necesidad: notas sobre 45


un proyecto en construcción
Alejandro Mercado Villalobos

III. Los espacios culturales como 71


determinantes del patrimonio
Mtra. Carlota Laura Meneses Sánchez

IV. El proceso histórico del concepto 95


“patrimonio cultural de la humanidad”
en un ámbito contemporáneo
Morelos Torres Aguilar
Aproximaciones al patrimonio cultural 9

Introducción

Pueden producirse innumerables preguntas, y asimismo


proporcionarse incontables respuestas acerca del signiicado, las
dimensiones y la trascendencia social del patrimonio cultural,
pues se trata de un campo de investigación relativamente reciente,
y porque además las orientaciones teóricas, metodológicas y
heurísticas que conlleva, constituyen un amplio universo en
crecimiento constante.
Desde su consolidación como concepto social y
epistemológico, el patrimonio cultural se ha presentado
necesariamente como una conluencia de distintas perspectivas
disciplinarias, pues sólo mediante la interrelación que se produce
entre ellas resulta posible explorar las distintas facetas que
componen este campo de estudio. De este modo, los especialistas
sobre el patrimonio cultural han construido sus instrumentos de
investigación desde ámbitos diversos tales como el derecho, la
antropología, la historia, el urbanismo, la etnología, la economía,
el turismo, la política, la sociología, y diversos estudios en torno a
las artes.
En concordancia con tal postura interdisciplinar, en este libro
se ofrecen, desde las perspectivas del urbanismo, la arquitectura,
la música y la historia, cuatro aproximaciones orientadas hacia
otros tantos grandes temas patrimoniales: los centros históricos, los
espacios culturales, la cultura musical y el concepto mismo de la
expresión patrimonio cultural.
10
Así, las investigaciones que componen esta obra profundizan
en el complejo entramado del patrimonio cultural a partir de
asuntos concretos, localizados en regiones y localidades especíicas,
o bien a partir de objetos de estudio más generales, tales como los
conceptos y las ideas.
En el primer caso, José de Jesús Cordero analiza una tendencia
notable del México actual, que tiene lugar en poblaciones con valor
patrimonial, y en particular en la ciudad de Guanajuato, consistente
en “rescatar inmuebles de valor patrimonial para cambiar su uso
y partido arquitectónico”. Dicha tendencia, que proviene de la
iniciativa privada y que posee un marcado carácter comercial,
es acompañada por los planes y proyectos urbanísticos de las
autoridades locales, que de acuerdo con Cordero consisten en “el
empleo de recursos públicos para digniicar calles, plazas mobiliario
urbano e iluminación de los inmuebles signiicativos para los
habitantes y turistas con el propósito de dotar de la escenografía
perfecta a la preservación del patrimonio arquitectónico, y a su
usufructo”.
De esta manera, la investigación de Cordero examina las
consecuencias de la resigniicación de los inmuebles patrimoniales,
con base en motivos comerciales, y se fundamenta en datos
históricos, económicos, legales, urbanísticos, sociales, turísticos y
políticos. En el análisis de este autor destaca la crítica a posturas
adoptadas por ciertos sectores de la sociedad durante las primeras
décadas del siglo XXI en la ciudad de Guanajuato, tales como
la mercantilización y el consumismo, ya que ambas afectan el
propósito de preservación del patrimonio cultural de esta localidad.
Por su parte, el trabajo de Alejandro Mercado Villalobos
analiza “las razones por las cuales la música se convierte en una
necesidad colectiva”, y asimismo relexiona sobre la función social
que ha tenido esta arte en ciertos períodos de la historia mexicana,
en particular durante el siglo XIX y a comienzos del siglo XX. Para
ello, el autor parte de la metodología característica de la investigación
histórica, y destaca ciertos hechos y momentos de la historia en
Aproximaciones al patrimonio cultural 11

nuestro país en los cuales se fue consolidando la identidad cultural


de una música propia de carácter nacional y popular.
En particular, Mercado examina los actos públicos ligados al
arte musical, tales como desiles, iestas cívicas y festejos, gracias a
los cuales se consolidaron determinados lugares de las poblaciones
como “espacios de festejo colectivo”, generalmente por ser centros
de reunión social: “plazas mayores y menores, portales, kioscos,
calles principales, jardines y hasta zonas arboladas, espacios en los
que a su vez se acordaron por unanimidad colectiva, modos de
diversión especíicos, como las audiciones y serenatas con músicas
de viento, o conciertos al aire libre o en el espacio del teatro o
algún patio de escuelas públicas, con orquesta típica; en este tipo
de eventos solían incluirse piezas literarias, por lo que la música y la
literatura signiicaron dos artes unidas en un solo escenario, lo cual
fue común en el México de la segunda mitad del siglo XIX.”
De acuerdo con Mercado, durante el siglo XIX “el festejo
patrio favoreció la re-signiicación del espacio público, que tomó
un nuevo sentido en el proceso de construcción de una identidad
nacionalista, a la par de otro proceso que también pudo darse,
relacionado con el fortalecimiento de los vínculos entre los distintos
sectores sociales.” Podemos considerar asimismo que este hecho
se consolidó también a lo largo del siglo pasado, sobre todo tras
el período de la Revolución Mexicana, cuando el grupo político
dirigente, derivado de ésta, requirió de la legitimación aportada por
diversos procesos, símbolos y actos sociales, dentro de los cuales los
procesos culturales cobraron una gran importancia.
Por lo anterior, el trabajo de Carlota Meneses Sánchez se
liga en cierto sentido con el de Alejandro Mercado, en cuanto a
que en ambos se relexiona sobre el signiicado y la trascendencia
que han tenido la construcción y el funcionamiento de los espacios
culturales para la sociedad mexicana. En particular, en el trabajo
de Meneses se propone, con base en autores como Švob-Đokić,
Garretón, Delgado y Lindón, una deinición propia y especíica
de “espacio cultural”: “Los espacios culturales son aquellos constructos
de organización de signiicados, deinidos por determinadas cargas
12
simbólicas, a través de prácticas cotidianas ejecutadas por determinados
actores sociales en un contexto de memoria colectiva”.
Con base en esta deinición, la autora propone que “las
diferentes prácticas en los espacios culturales son las que deinen las
características de los propios espacios y sus actores sociales, con lo
cual pueden éstos ser identiicados dentro de la ciudad histórica”. A
partir entonces de acciones tan sencillas como caminar, como beber
un café, como citarse a comer en determinado restaurant, como
conversar en determinado lugar, se generan rutas, costumbres,
hábitos y tradiciones que contribuyen a resigniicar determinados
espacios citadinos, en los cuales se van generando paulatinamente
redes de sociabilidad que enriquecen, desde el ámbito de la cultura,
la vida social de determinada colectividad.
El trabajo de Meneses muestra inalmente el estrecho vínculo
existente entre el patrimonio cultural y la memoria colectiva, pues
airma: “si la sociedad mantuviera la memoria colectiva de aquellas
prácticas culturales desarrolladas en tiempos pasados, considero
que no habría tanta destrucción del patrimonio”.
Por último, el trabajo de Morelos Torres Aguilar pretende
analizar, de manera sucinta, el proceso histórico mediante el cual
fue siendo construido el concepto de “patrimonio cultural de la
humanidad”, desde la antigüedad hasta el mundo actual. Para
ello, el autor muestra de qué manera se fue transformando dicho
concepto a través del tiempo, y cómo las distintas sociedades y
las distintas épocas por las que han atravesado las colectividades
humanas han aportado determinadas ideas para la consolidación
de dicho concepto.
Así, la aprobación de las convenciones para la protección
del patrimonio cultural material e inmaterial por parte de la
UNESCO, en 1972 y 2003, respectivamente, es vista como el
resultado de un largo proceso de relexión de la humanidad, y en
particular de sus sectores ilustrados, sobre el propio concepto, y
sobre la trascendencia social que puede tener éste para el desarrollo,
la conciencia y la esperanza de la humanidad en su conjunto.
Aproximaciones al patrimonio cultural 13

Torres concluye en la parte inal de su trabajo: “el concepto de


patrimonio cultural constituye no sólo una oportunidad económica
y un proyecto social –tal como ha sido percibido en programas de
gobierno nacionales e internacionales-, sino una de las escasas vías
para que los seres humanos sigan conservando, precisamente, su
humana condición”.
En suma, las cuatro diferentes propuestas que constituyen
este libro, Aproximaciones al patrimonio cultural. Perspectivas
universitarias, ofrecen visiones integradoras sobre este amplísimo
campo de investigación, y tratan de impulsar, desde el ámbito
universitario, la relexión acerca de la herencia cultural que las
generaciones precedentes han legado a la sociedad contemporánea.

Morelos Torres Aguilar, diciembre de 2014


Aproximaciones al patrimonio cultural 95

El proceso histórico del concepto


“patrimonio cultural de la humanidad”
en un ámbito contemporáneo

Morelos Torres Aguilar

Introducción

La idea sobre la existencia de un “patrimonio cultural” es


antigua. Sin embargo, fue hasta la segunda mitad del siglo XX
que diversos estados y organizaciones internacionales comenzaron
a deinirla de manera precisa, y a mencionar formalmente la
necesidad de preservar y proteger dicho patrimonio. En 1954, por
ejemplo, se irmó en La Haya la Convención sobre la Protección
de los Bienes Culturales en caso de conlicto armado; en 1959, a
propósito de la construcción de la Presa de Asuán, se organizó una
campaña internacional para salvar el conjunto arqueológico de Abú
Simbel en Egipto; y a lo largo de los años 60 del siglo pasado, se
organizaron diversas iniciativas para proteger y preservar tanto los
paisajes naturales como los sitios históricos mundiales.
Pero fue hasta 1972 que la humanidad en su conjunto,
representada por la UNESCO, determinó darle a dicho
concepto un fundamento plenamente legal, mediante la irma
de la Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial,
Cultural y Natural. A partir de ese momento y hasta la fecha, el
96
concepto de “patrimonio cultural de la humanidad” se ha ido
enriqueciendo y profundizando, alimentado por los nuevos
descubrimientos arqueológicos, arquitectónicos e históricos, por el
trabajo de campo de diversos especialistas, tales como antropólogos
y etnomusicólogos, y en general por la continua actividad de la
investigación multidisciplinaria en la materia.
Una consecuencia directa de este proceso ha sido el
crecimiento de la lista de sitios considerados “patrimonio cultural
de la humanidad”. Y de la misma manera, la UNESCO ha
reconocido como patrimonio cultural no sólo las ciudades, las
trazas urbanas, los centros históricos y las construcciones, sino “los
usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas…
Que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos
reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural”, es
decir las prácticas y tradiciones reconocidas en la “Convención
para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial”, de 2003.
Como fruto de esta convención, ha sido publicada la “Lista del
patrimonio cultural inmaterial”, la cual se compone de “elementos
del patrimonio cultural inmaterial que los comunidades y los
Estados Partes consideran que necesitan medidas de salvaguardia
urgentes para asegurar su transmisión” (UNESCO, 2014: párr. 2).
El capítulo analiza el proceso de construcción y modiicación
del concepto de “patrimonio cultural”, a través de diversos períodos
históricos, y en particular en el mundo contemporáneo, a la luz de
los acuerdos logrados en las instituciones mundiales dedicadas a la
cultura, y de los documentos generados por éstos.

El concepto de “patrimonio cultural”

En principio, cabe señalar que existe un amplio volumen de


trabajos que describen el proceso histórico mediante el cual fue
construida la noción y explicitada la función del patrimonio cultural
Aproximaciones al patrimonio cultural 97

en determinados países, regiones y culturas. Gracias a ellos, podemos


conocer semejanzas y diferencias, paralelismos e inluencias mutuas
que se dieron en torno a dicha noción con el paso del tiempo. A
la luz de estos trabajos, se puede considerar que el camino de los
estudios regionales, nacionales o macrorregionales sobre la historia
del patrimonio cultural ha sido una vía pertinente, mediante la
utilización del método comparativo, para el conocimiento del
proceso histórico global del mismo. En todo caso, serían deseables
iniciativas aglutinantes, tanto de investigación como de divulgación,
que congregaran en forma sistemática a la mayoría de dichos
estudios, con el propósito de evitar que en la práctica académica,
ocurrieran fenómenos tales como el relativismo, los anacronismos,
el desconocimiento, y el aislamiento intelectual.
Ahora bien, en cuanto a la elaboración de estudios más
generales de carácter histórico sobre las transformaciones que
ha sufrido el concepto de “patrimonio cultural” en el mundo a
lo largo de los siglos, contamos con las investigaciones de Josué
Llull, Antonio Ariño, Ignacio Casado e Italo Carlo Angle,1 entre
otros, mientras que autores como Sabine Forero y Rosario Huerta
han abordado también el asunto, aún desde su análisis de temas
patrimoniales en localidades concretas.
En particular, el trabajo de Josué Llull representa una
relexión sucinta sobre la construcción histórica del concepto de
patrimonio cultural, mediante la cual se ofrece una interpretación
sobre la forma en que dicho concepto se ha ido modiicando con el
paso del tiempo. Sin embargo, cabe señalar que sólo constituye un
apunte, una de las primeras aproximaciones sobre el tema, ya que
no existen aún trabajos suicientemente amplios, documentados
y de amplio aliento, que examinen en forma profunda la historia
del patrimonio cultural como un conjunto global de actividades

1 Angle considera que el patrimonio histórico-artístico es un concepto


construido en 2.000 años de historia, que se ha ido ampliando y enriqueciendo
a medida que digería y asumía nuevos contenidos, es decir, nuevos objetos de
cultura y arte.
98
humanas, y como una red de relaciones de sociabilidad que implicó,
en el siglo XX, acciones y posturas asumidas en innumerables foros
internacionales que dieron origen a una serie de discusiones, de
acuerdos e incluso de discrepancias entre diversos pueblos, estados
y gobiernos del mundo.
En su obra, Llull señala en un principio que el concepto
de “patrimonio cultural” resulta un tanto engañoso, pues aunque
aparentemente parece fácil conocer el signiicado del término, en
realidad esto representa una tarea compleja. Para vencer dicha
diicultad, el autor catalán propone que el patrimonio cultural sea
deinido como “el conjunto de manifestaciones u objetos nacidos
de la producción humana, que una sociedad ha recibido como
herencia histórica, y que constituyen elementos signiicativos de su
identidad como pueblo”, pues explica que “tales manifestaciones
u objetos constituyen testimonios importantes del progreso de
la civilización y ejercen una función modélica o referencial para
toda la sociedad”. Llull engloba dentro de su deinición a los
bienes culturales de carácter histórico y estético, pero también a
“los de carácter archivístico, documental, bibliográico, material y
etnográico, junto con las creaciones y aportaciones del momento
presente y el denominado legado inmaterial” (Llull, 2005: 181).
La mayoría de los autores coincide en que el concepto debe
ser analizado desde una amplia perspectiva interdisciplinar, y por
eso lo estudian desde la antropología, el derecho, la historia y la
educación. Así, Olaia Fontal ofrece desde esta última disciplina
cuatro claves sumamente útiles para comprender el concepto de
patrimonio, que de acuerdo con esta autora, puede ser concebido
como propiedad en herencia, como producto de una selección,
como sedimento de la parcela cultural, o bien como conformador
de identidad.
En el primer caso, Fontal retoma la propuesta de Ballart,
por la cual el legado cultural “-es decir, el patrimonio cultural que
se hereda por transmisión humana- es una manera de mantener
en contacto una generación con la siguiente”. En esta acepción,
Aproximaciones al patrimonio cultural 99

el patrimonio es entendido como “un complejo que puede ser


captado, simbólicamente, a partir de procesos comunicativos”
(Fontal, 2003: 31, 34).
En cambio, el patrimonio también puede ser concebido
como “selección”, pues si bien está integrado por un conjunto de
bienes y valores procedentes de determinada cultura, cuando se le
considera desde el punto de vista legal, o desde el ámbito de la
historia; “no incluimos todos los bienes y valores culturales, sino
una selección de ellos, dependiendo de unos criterios que varían
según qué disciplinas, según qué contextos y según qué épocas”, y
con ello se abre el espacio a la discusión sobre la “signiicatividad
cultural”, sobre qué bienes merecen perdurar, y cuáles otros no
(Fontal, 2003: 35).
En cuanto al patrimonio enunciado como “sedimento de la
parcela cultural”, esta categoría se desprende del hecho de considerar
que el patrimonio es un “residuo que cada momento cultural
[procedente de la selección descrita en el inciso anterior] ha ido
depositando y que, en determinado momento, puede servir como
indicio para reconstruir ese pasado cultural”. Para esta acepción, es
importante considerar que el patrimonio no es sólo un conjunto
de bienes, “sino también y muy importante, una agrupación de
valores” (Fontal, 2003: 39).
Por último, Fontal retoma la propuesta de Ortega, según
la cual el patrimonio es entendido como “un instrumento de la
identidad colectiva que subraya lo propio frente a lo ajeno, de
un modo no necesariamente excluyente, sino empático”. De
acuerdo con lo anterior, “gran parte de lo que somos no es tanto
la consecuencia de los grandes acontecimientos, sino una historia
menor, colectiva, de las actividades, los trabajos, las relaciones
sociales o creencias de nuestra vida cotidiana y es todo aquello lo
que deine nuestra herencia histórica y nuestra identidad colectiva
presente” (Fontal, 2003: 39).
100
El concepto de patrimonio cultural como objeto
histórico

Desde el punto de vista de la historia, la noción de patrimonio


tuvo, desde los orígenes del término, una estrecha vinculación
con un sentido económico, de riqueza personal o familiar. Llull
recuerda que las maneras de conseguir objetos considerados
como “patrimonio” incluían “viajes de exploración, intercambios
comerciales, relaciones diplomáticas” y sobre todo guerras,
cuyos productos inales consistían en botines que consolidaban
propiamente el patrimonio de los jefes políticos o militares (Llull,
2005: 182).
De este modo, en sus orígenes, la noción de patrimonio
estuvo estrechamente relacionada con la idea de posesión, e incluso
con la costumbre de ostentar prestigio, poder y riqueza. Por eso los
bienes patrimoniales en las grandes civilizaciones de Occidente, es
decir los tesoros de los reyes y los jefes militares, consistían sobre
todo en joyas, en telas lujosas o bien en objetos elaborados con
metales como el oro y la plata, e incrustados de piedras preciosas.
A pesar de este evidente predominio del signiicado
económico y ornamental del término, desde la época de apogeo
de las grandes civilizaciones de Oriente se entendía ya, de forma
implícita, que el usual camino de la guerra implicaba para las
naciones, los ejércitos y los gobiernos, una ominosa disyuntiva:
vencer, y con ello conservar e incluso difundir la propia cultura, o
ser derrotado, y con ello, renunciar a tener una cultura propia, ya
que muchas veces los vencedores no se conformaban con apropiarse
de las riquezas de los vencidos, sino que les imponían sus propias
costumbres, su lengua y sus tradiciones.
El patrimonio fue entendido así, en la época de las
civilizaciones de China, Mesopotamia, Egipto o Grecia, como
un tesoro propio, enriquecido con el botín logrado merced a las
victorias militares. Los bienes que componían ese tesoro no eran
Aproximaciones al patrimonio cultural 101

guardados con un orden determinado, ni solían ser escogidos por


su valor estético, sino por su importancia económica. Fue hasta el
período helenístico, con los reyes de la dinastía Atálida de Pergamo,
que los objetos del tesoro comenzaron a ser organizados “en virtud
de su valor artístico intrínseco, por encima de los acostumbrados
criterios utilitarios o económicos” (Llull, 2005: 183). De ahí surgió
la noción de colección; la idea de organizar y presentar los objetos de
acuerdo con su valor estético, dentro de la cual podemos entender
la construcción de la Biblioteca de Pérgamo, cuyo tesoro estaba
constituido por obras literarias, y predominantemente ilosóicas.
Asimismo, con Atalo I surge por primera vez una orientación
del patrimonio que ahora llamaríamos “arqueológica”, pues este
monarca emprendió una campaña de búsqueda de los restos de la
Grecia clásica.
Más tarde, en la cultura romana fue acuñado el concepto
de “buen gusto”, que ha acompañado de manera cercana a las
manifestaciones y culturales desde entonces. Éste estaba relacionado
con la copia del canon y con la posesión de objetos artísticos
provenientes de la cultura griega, pues los romanos reconocían en
ésta una civilización superior a la cual pretendían imitar en el orden
estético. Winckelmann rememora al respecto la frase que alguien
pronunció respecto a Homero: “El único camino que nos queda
a nosotros para llegar a ser grandes… Es el de la imitación de los
antiguos” (Winckelmann, 1999: 80).
Al mismo tiempo, ya en la época de Roma se inició una
costumbre que perdura hasta nuestros días: el tráico o adquisición
y venta de objetos artísticos, en particular provenientes del ámbito
griego; asimismo, se producían ya copias o imitaciones del modelo
original. Por eso, Llull considera que en esa época el concepto de
patrimonio poseía un signiicado pedagógico, pues enseñaba, a
partir de un modelo antiguo o anterior como el griego, los cánones
estéticos, es decir, representaba aquello que debía ser considerado
como “bello”.
102
Pero los romanos aportaron también una iniciativa que
resultaba natural como consecuencia del signiicado pedagógico
del patrimonio: la exhibición pública de los objetos artísticos. Se
tiene referencia de que Julio César o Asinio Pollión exhibieron sus
propias posesiones, es decir su patrimonio, al público. Y Marco
Agripa propuso que la riqueza contenida en los templos fuera
mostrada a la gente.
Más tarde, durante la Edad Media, el patrimonio de la
Iglesia estuvo constituido, en buena medida, por objetos antiguos,
que eran resguardados y también mostrados a los feligreses, por
ejemplo en la liturgia o en las ceremonias. En particular, la iglesia se
caracterizó no sólo por realizar un permanente acopio de obras de
arte tales como esculturas, pinturas o diversos objetos de orfebrería,
sino por la adquisición, la conservación y la exhibición de reliquias,
las cuales tenían un valor eminentemente religioso.
En el ámbito civil, los monarcas, las cortes y los nobles
adquirieron la costumbre de acopiar aquellos bienes que les parecían
atractivos o maravillosos. Schlosser recuerda, por ejemplo, la
Cámara de Maravillas del rey Carlos V de Francia (Schlosser, 1988:
132). Por el valor económico que caracterizaba a tales bienes, estos
recintos solían encontrarse resguardados en lugares inaccesibles de
los castillos.
Esta caracterización coleccionista del patrimonio fue
desarrollada aún más durante el Renacimiento, época en la cual
todos los reyes se preciaban de poseer no sólo vastos conjuntos de
objetos artísticos, sino incluso a los propios creadores o productores
de éstos, los artistas que formaban parte del patrimonio de las casas
reales o de la nobleza, bajo la igura del mecenazgo. De esa época
datan las notables cámaras de maravillas de Francesco I de Médici
y de Vicente Juan de Lastanosa.
Asimismo, durante este período se comenzaron a valorar
de modo muy notable los monumentos, con lo cual la época se
caracterizó por su capacidad de rememoración histórica (de hecho,
recuerda Llull, la palabra monere, de la que procede el término
Aproximaciones al patrimonio cultural 103

monumento, signiica en latín precisamente “recordar”). Del mismo


modo, se constituyeron tertulias de intelectuales, escritores y artistas
que en el siglo XVII comenzaron a ser llamadas “academias”. Éstas
fueron determinantes para la exaltación de los principios y valores
de la cultura clásica grecolatina como aspiración en el campo de
las artes, y asimismo, según Nikolaus Pevsner, cumplieron una
función de protección, estudio, catalogación y divulgación de
los monumentos grecolatinos. A esto se debe que la noción de
“patrimonio” se limitara a los vestigios de la cultura clásica durante
mucho tiempo, pues como sabemos, el Renacimiento ejerció
una inluencia notable en el campo de las artes en los períodos
posteriores.
Federico García sitúa en el Manierismo el momento en que
se reunieron las circunstancias que posibilitaron la fundación de
los museos:
[...] la formación del coleccionismo; el desarrollo de un
mercado constituido por buscadores de piezas artísticas…
el desarrollo de unos tratados que constituyen el soporte
teórico para la clasiicación y valoración de las obras; y el
establecimiento en grandes ediicios –suntuosos palacios-
de estas colecciones, que todavía tenían un carácter privado
y exclusivo. (García, 2000: 51)
Posteriormente, con el movimiento político, intelectual y
cultural de la Ilustración, las élites se interesaron vivamente en la
cultura y valoraron de manera destacada el patrimonio histórico.
La importancia que se le dio en ese entonces a la cultura fue tan
grande, que ésta fue aceptada como una forma de ascenso y de
prestigio social.
De acuerdo con Llull, durante la época de la Ilustración
el museo dejó de ser un almacén de antigüedades y objetos
curiosos, para dar paso a un propósito de divulgación. Coincide
con ello García, pues airma que “la Revolución Francesa fue la
que implantó el principio social que comportó el tránsito de las
colecciones privadas a los museos públicos” (García, 2000: 52).
104
En particular, durante los años este movimiento social los tesoros
de la Iglesia, la monarquía y la aristocracia, fueron entregados al
Estado democrático, a consecuencia de lo cual el Louvre fue creado
como el primer Museo Nacional de Europa, en 1793, como lo
resalta Francisca Hernández: “las causas de su creación se deben
al coleccionismo monárquico, a la labor cientíica de los hombres
de la Ilustración y a la acción moralizadora de la revolución”
(Hernández, 1994: 25).
La visión de la Ilustración, y en particular de la Revolución
Francesa, muestra un cambio en el concepto del patrimonio, pues
éste dejó de ser considerado como un bien privado, y se convirtió
en un bien público. Muchos objetos artísticos dejaron los recintos
en los castillos y los palacios, y fueron nacionalizados para ponerlos
al servicio de la colectividad. A partir de entonces, recuerda Llull,
“los bienes culturales se consideraron elementos signiicativos del
acervo cultural de la nación”, si bien los bienes culturales seguían
siendo aún accesibles sólo para una minoría aristócrata y burguesa.
La importancia que tuvo la Ilustración para la conformación
moderna del concepto del patrimonio cultural fue decisiva, de
acuerdo con autores como Ignacio Casado o Sabine Forero. Para
Casado, la renovación de dicho concepto provino de dos grandes
corrientes surgidas en esa época, el historicismo y el nacionalismo.
La aportación de la primera de ellas consiste en su explicación del
presente como el último eslabón de un largo proceso evolutivo,
por lo que propone la existencia de una armonía entre las prácticas
culturales y los modelos políticos, ideológicos y religiosos. Por su
parte, el nacionalismo pretende reconstruir y fortalecer la historia
de la nación, debido a que el estado liberal burgués constituye a
ésta como “unidad indivisible, basada en la raza, la lengua y la
misma historia”. Al buscar en la historia un sentimiento de unidad
nacional, fundamentado en valores como “el sentimiento cristiano,
el heroísmo, la libertad y el patriotismo”, se acude al patrimonio,
que “viene a ser un instrumento más en esa búsqueda de identidad
nacional”, y para el cual “los monumentos se constituyen en
Aproximaciones al patrimonio cultural 105

símbolos del espíritu del pueblo” (Casado, 2009: 2).


Así, el movimiento patrimonialista característico del
moderno estado liberal del siglo XIX se caracteriza por su interés en
la restauración de los ediicios antiguos, pues se valora “el legado o
herencia transmitido por las sociedades precedentes”. Este proceso
restaurativo, característico del romanticismo como corriente
artística e ideológica, se basa en lo que Llorenc Prats llama “fuentes
de autoridad extraculturales, esenciales y por tanto inmutables”:
la naturaleza, la historia y la inspiración creativa, es decir el genio
(Prats, 1997: 27).
Forero coincide con Casado. Primero destaca el papel pionero
que jugó Francia en la conformación del concepto de patrimonio
cultural, en especial en dos momentos “bien precisos y agitados de
su historia: durante la revolución de 1789, y después de las jornadas
de julio de 1830”, y luego considera el año de 1792 como el
momento en que fue utilizada por vez primera “de manera pública
la metáfora sucesoria para designar las posesiones materiales de un
pueblo entero, y llamar la atención sobre su necesaria conservación
por parte del Estado”. Forero encuentra dos causas de esta marcada
tendencia: la multiplicación de los actos de vandalismo, por una
parte, y el embargo de los bienes de la nobleza y el clero, por la otra
(Forero, 2007: 274).
La autora también pondera el valor del nacionalismo como
parte primordial del nuevo signiicado del patrimonio cultural.
Ahora bien, en la instauración del cargo de Inspector de monumentos
históricos y del Comité de trabajos históricos en Francia, Forero
considera que coinciden motivos políticos, cientíicos y estéticos,
a partir de los cuales se coniere al vestigio arquitectónico “a la
vez un valor cognoscitivo (es un documento histórico) y un valor
estético o sensible (es un objeto conmovedor que atestigua el paso
del tiempo” (Forero, 2007: 274).
El ejemplo de Francia cundió tanto en Europa como en
América, de modo que en ambos continentes fueron creadas
oicinas y comisiones de inspección de monumentos históricos,
106
con el propósito de defender éstos últimos de los planes de
renovación urbana que María Luisa Lourés asocia con el inicio y el
desarrollo de la Revolución Industrial. En efecto, la impresionante
renovación urbana llevada a cabo por Haussmann en París entre
1852 y 1870 dio origen a la postura crítica de los sectores ilustrados
de la población, quienes entendieron que los centros históricos de
las ciudades corrían peligro, debido a la apertura de nuevas calles,
boulevares y avenidas (Lourés, 2001: 142).
Debido a lo anterior, en la segunda mitad del siglo XIX,
el concepto de “monumento histórico” fue modiicado para dar
lugar al de “patrimonio cultural”, el cual comenzó a ser utilizado
en forma defensiva para dar un fundamento a la propuesta de
preservar y restaurar los ediicios, la traza urbana y los monumentos
que constituían el patrimonio histórico de las ciudades y de sus
habitantes.

El concepto de “patrimonio cultural” durante el


siglo XX

En el siglo XX, debido a diversas causas sociales, económicas y


políticas, tales como las grandes y devastadoras guerras mundiales, la
creciente interdependencia inanciera y comercial entre los estados,
así como el avance de la democracia como sistema de gobierno en
Europa, el concepto de patrimonio cultural abandonó las fronteras
nacionales y se convirtió por primera vez en una idea de carácter
universal o multilateral.
Ya en la Carta de Atenas, sobre la Conservación de
Monumentos de Arte e Historia, realizada como conclusión de la
Conferencia Internacional de Atenas, en 1931, se percibe esta idea
de que el patrimonio constituye un bien supranacional:2

2 Catorce años antes de la fundación de la ONU y quince antes de la


creación de la UNESCO.
Aproximaciones al patrimonio cultural 107

La conferencia, convencida de que la conservación del


patrimonio artístico y arqueológico de la humanidad,
interesa a todos los Estados defensores de la civilización,
desea que los Estados se presten recíprocamente una
colaboración cada vez más extensa y concreta para favorecer
la conservación de los monumentos artísticos e históricos…
(Instituto Nacional de Cultura del Perú, 2007: 133)

Aún cuando en ese entonces existían ya organizaciones


intergubernamentales referidas a la cultura, tales como la Oicina
Internacional de Museos y la Comisión Internacional de la
Cooperación Intelectual, resultaba difícil conciliar el derecho
patrimonial de la colectividad con el interés privado, y por ello
la Carta maniiesta le necesidad de que los propietarios realicen
algunos sacriicios en pro del interés general. De cualquier modo,
sus acuerdos consistieron en pedir que todos los Estados publicaran
un “inventario de los monumentos históricos nacionales,
acompañado por fotografías y notas”, y se pedía que cada Estado
creara un archivo para conservar los monumentos relativos a los
propios documentos.
El siguiente acuerdo importante que tuvo lugar en la materia
entre las naciones del mundo tuvo que esperar veintitrés años: la
Convención para la Protección de los Bienes Culturales en Caso de
Conlicto Armado y su Reglamento, aprobada en La Haya en mayo
de 1954. Aunque no se trata del primer documento en su tipo,3 su
importancia radica en que establece una deinición muy extensa y
descriptiva sobre el concepto de “bienes culturales”:

Los bienes muebles o inmuebles, que tengan una gran


importancia para el patrimonio cultural de los pueblos,
tales como los monumentos de arquitectura, de arte o de
historia, religiosos o seculares, los campos arqueológicos,

3 Documentos similares fueron acordados en las convenciones de la


Haya, de 1899 y 1907, y en el Pacto de Washington de 1935.
108
los grupos de construcciones que por su conjunto ofrezcan
un gran interés histórico o artístico, las obras de arte,
manuscritos, libros y otros objetos de interés histórico,
artístico o arqueológico, así como las colecciones cientíicas
y las colecciones importantes de libros, de archivos o de
reproducción de los bienes antes deinidos […] (Instituto
Nacional de Cultura del Perú, 2007: 19)

La Convención también protegía ediicios tales como museos,


bibliotecas y archivos, y asimismo los “centros monumentales”
de las poblaciones, porque se consideraba que comprendían “un
número considerable de bienes culturales”.
Aunque fueron aprobadas diversos documentos multilaterales
referentes a temas patrimoniales a lo largo de los años cincuenta y
sesenta,4 tal vez uno de los acuerdos más relevantes de la época
fue la llamada Carta de Venecia, o Carta Internacional para la
Conservación y la Restauración de Monumentos y Sitios, de 1964.
En ésta, se considera que:

La noción de monumento histórico comprender la creación


arquitectónica aislada, así como el conjunto urbano o rural
que da testimonio de una civilización particular, de una
evolución signiicativa, o de un acontecimiento histórico.
Se reiere no sólo a las grandes creaciones, sino también a
las obras modestas que han adquirido con el tiempo una
signiicación cultural. (Instituto Nacional de Cultura del
Perú, 2007: 137)

4 Se trata de acuerdos sobre temas precisos, como por ejemplo la


Recomendación que Deine los Principios Internacionales que deberán aplicarse
a las Excavaciones Arqueológicas [Nueva Delhi, 1956], la Recomendación sobre
los Medios más Eicaces para Hacer los Museos Accesibles a Todos [París, 1960],
la Recomendación sobre la Protección de la Belleza y del Carácter de los Lugares
y Paisajes [París, 1962], y la Recomendación sobre las Medidas Encaminadas a
Prohibir e Impedir la Exportación, Importación y la Transferencia de Propiedad
Ilícita de Bienes Culturales [París, 1964], entre otros.
Aproximaciones al patrimonio cultural 109

De este modo, los estados integrantes de la UNESCO


destacan tanto el valor artístico como histórico del monumento,
al considerar que éste cumple con una función social, y
describen claramente los lineamientos aplicables de conservación
y restauración, que de acuerdo con el documento deben ir
acompañados de “la elaboración de una documentación precisa,
en forma de informes analíticos y críticos, ilustrados con dibujos
y fotografías”, la cual será depositada “en los archivos de un
organismo público y puesta a disposición de los investigadores”
(Instituto Nacional de Cultura del Perú, 2007: 139).
Tres años después de la irma de la Carta de Venecia, en
1967, los jefes de estado de América llegaron a un acuerdo al que
llamaron escuetamente Normas de Quito, y el cual es importante
porque en él se deine tanto la relación entre patrimonio y
turismo, como el concepto de “puesta en valor”. Como se verá,
este término resulta determinante para comprender la noción
moderna de “patrimonio cultural”, entendido ya dentro de la
esfera económica internacional, y como parte integrante de los
planes de desarrollo de las naciones involucradas.
En primer lugar, en la introducción del documento
se habla de “la existencia de una situación de urgencia que
reclama la cooperación interamericana”; pero además, se
acepta “implícitamente que esos bienes del patrimonio cultural
representan un valor económico y son susceptibles de erigirse en
instrumentos del progreso”. En este mismo sentido, se menciona
también “el acelerado proceso de empobrecimiento que vienen
sufriendo la mayoría de los países latinoamericanos como
consecuencia del estado de abandono e indefensión en que se
encuentra su riqueza monumental y artística”. En el documento
se precisa que “todo monumento nacional está implícitamente
destinado a cumplir una función social”, y para hacer valer esta
aseveración, se asegura que corresponde al Estado “hacer que
la misma prevalezca y determinar […] la medida en que dicha
función social es compatible con la propiedad privada y el interés
110
de los particulares (Instituto Nacional de Cultura del Perú,
2007: 409). Sin embargo, el acuerdo es tan sombrío como realista,
pues admite que “gran parte de este patrimonio se ha arruinado
irremediablemente en el curso de las últimas décadas o se encuentra
hoy en trance inminente de perderse”. Asimismo, se expone que:

[...] gran número de ciudades de Iberoamérica que


atesoraban en un ayer todavía cercano un rico patrimonio
monumental, muestra evidente de su pretérita grandeza,
templos, plazas, fuentes y callejas que en conjunto
acentuaban su personalidad y atractivo, han sufrido tales
mutilaciones y degradaciones en su peril arquitectónico,
que lo hacen irreconocible. Todo ello en nombre de un
malentendido y peor administrado progreso urbano.
(Instituto Nacional de Cultura del Perú, 2007: 410)

Y aún se aclara que “la razón fundamental de la destrucción…


radica en la carencia de una política oicial capaz de imprimir eicacia
práctica a las medidas proteccionistas vigentes y de promover la
revalorización del patrimonio monumental en función del interés
público y para beneicio económico de la Nación”. Otra de las
causas que se señala para el deterioro patrimonial es el proceso de
acelerado desarrollo de la región, cuyas características “alteran y aún
deforman el paisaje, borrando las huellas y expresiones del pasado”
(Instituto Nacional de Cultura del Perú, 2007: 410).
Ahora bien, en el documento se propone una solución
conciliatoria para un problema tan agudo. Para ello, se indica
que “la defensa y valoración del patrimonio monumental y
artístico no contraviene… Una política de regulación urbanística
cientíicamente desarrollada”. Y para apoyar esta tesis, se cita un
párrafo del Informe Weiss, elaborado en 1963 por la Comisión
Cultural y Cientíica del Consejo de Europa: “es posible equipar
a un país sin desigurarlo; de preparar y servir al porvenir sin
destruir el pasado. La elevación del nivel de vida debe limitarse a la
Aproximaciones al patrimonio cultural 111

realización de un bienestar material progresivo; debe ser asociado


a la creación de un cuadro de vida digno del hombre” (Instituto
Nacional de Cultura del Perú, 2007: 411).
Para fundamentar esta postura que pretende conciliar
el progreso material y el patrimonio cultural, se expresa en el
documento: “los monumentos de interés arqueológico, histórico
y artístico constituyen también recursos económicos al igual que
las riquezas naturales del país”. De lo que se trata entonces es de
“procurar el mejor aprovechamiento de los recursos monumentales
de que se disponga, como medio indirecto de favorecer el desarrollo
económico del país” (Instituto Nacional de Cultura del Perú, 2007:
412).
En concordancia con los propósitos antedichos, se emplea el
término “puesta en valor”:

[...] poner en valor un bien histórico o artístico equivale a


habitarlo en las condiciones objetivas y ambientales que,
sin desvirtuar su naturaleza, resalten sus características
y permitan su óptimo aprovechamiento. La puesta en
valor debe entenderse que se realiza en función de un in
trascendente […] contribuir al desarrollo económico de
la región”. (Instituto Nacional de Cultura del Perú, 2007:
412)

En síntesis, la puesta en valor del patrimonio monumental


y artístico implica “una acción sistemática, eminentemente técnica
dirigida a utilizar todos y cada uno de esos bienes conforme a su
naturaleza, destacando y exaltando sus características y méritos
hasta colocarlos en condiciones de cumplir la nueva función a que
están destinados”.
Parte de la importancia que tiene el concepto de “puesta en
valor” reside en que el monumento o bien revalorado posee una zona
de inluencia que es reconocida por el documento: “La puesta en
valor de un monumento ejerce una beneiciosa acción que se releja
112
sobre el perímetro urbano en que éste se encuentra emplazado y
aún desborda esa área inmediata, extendiendo sus efectos a zonas
más distantes”. Por ello, “en la medida en que un monumento atrae
la atención del visitante, aumentará la demanda de comerciantes
interesados en instalar establecimientos apropiados a su sombra
protectora”: sin embargo, también se precisa que dicho fomento
a la iniciativa privada no debe desnaturalizar el lugar, y hacerlo
perder “las inalidades primordiales que se persiguen” (Instituto
Nacional de Cultura del Perú, 2007: 413).
Las Normas de Quito pretenden, entonces, conciliar el
concepto de patrimonio cultural o monumental con el desarrollo
económico de los países americanos por medio del instrumento del
turismo cultural.

El concepto de patrimonio cultural en dos


convenciones clave

En los años setenta del siglo pasado, resultaba cada vez


más necesaria la realización de un documento que sistematizara
muchas de las coincidencias a las que se había llegado en el
tema del patrimonio en diversas cartas culturales, declaraciones,
recomendaciones, principios, normas, resoluciones, planes de
acción, códigos, decisiones, compromisos y memoranda, sin
tomar en cuenta diversos convenios bilaterales.
Asimismo, experiencias como la de la salvación de los
monumentos de Nubia, en particular el sitio arqueológico de
Abu Simbel, en 1959, ante la construcción de la Presa de Asuán,
advertían sobre los peligros que debía enfrentar el patrimonio
cultural cuando su preservación entrase en conlicto con las
necesidades sociales de toda una nación. Porque en ese, como en
muchos otros casos de disyuntivas extremas, ¿qué decisión debía
tomar un gobierno? ¿Salvar el patrimonio a costa del subdesarrollo
Aproximaciones al patrimonio cultural 113

de su población, o cumplir las metas económicas y sociales que


ésta exigía, aún a costa de la existencia del propio patrimonio?
Como se recordará, en el caso de la Presa de Asuán la
comunidad internacional logró conjuntar enormes recursos
inancieros, técnicos y humanos para salvar un conjunto de
construcciones invaluables, por el hecho de pertenecer a la cultura
egipcia del siglo XIII a. C., y debido a su buena conservación.
La obra resultante, que consistió en reubicar en un lugar seguro
las gigantescas construcciones y esculturas para evitar que fueran
cubiertas por el agua de la presa, resultó tan titánica como exitosa.
Sin embargo, en otro caso similar, ¿lograría movilizarse a tiempo
la comunidad internacional para salvar alguna otra zona de
monumentos?
Como resultado de los acuerdos alcanzados en las décadas
precedentes, la Conferencia General de la UNESCO, en su 17ª
reunión celebrada en París entre octubre y noviembre de 1972,
suscribió la Convención sobre la protección del patrimonio
mundial, cultural y natural. En ésta, se establece por primera
vez una deinición muy clara de lo que es considerado como
patrimonio cultural. La deinición divide al patrimonio en tres
áreas: monumentos, conjuntos y lugares.

Los monumentos son:

Obras arquitectónicas, de escultura o de pintura


monumentales, elementos o estructuras de carácter
arqueológico, inscripciones, cavernas y grupos de elementos,
que tengan un valor universal excepcional desde el punto
de vista de la historia, del arte o de la ciencia…

Los conjuntos consisten en:

Grupos de construcciones, aisladas o reunidas, cuya


arquitectura, unidad e integración en el paisaje les dé un
114
valor universal excepcional desde el punto de vista de la
historia, del arte o de la ciencia…

Finalmente, los lugares son entendidos como:

Obras del hombre u obras conjuntas del hombre y


la naturaleza así como las zonas, incluidos los lugares
arqueológicos que tengan un valor universal excepcional
desde el punto de vista histórico, estético, etnológico o
antropológico […] (Instituto Nacional de Cultura del
Perú, 2007: 62)

La Convención de 1972 se basa en cuatro criterios, mediante


los cuales podemos entender el concepto de patrimonio cultural
que se postula. El primero de ellos es la urgencia con la que tienen
que ser tomadas medidas de preservación del patrimonio cultural,
pues se explica que tanto éste como el patrimonio natural:

[...] están cada vez más amenazados de destrucción, no sólo


por las causas tradicionales de deterioro, sino también por
la evolución de la vida social y económica que las agrava
con fenómenos de alteración o de destrucción aún más
temibles […]

El segundo criterio mencionado es la globalización o


mundialización del patrimonio, mediante el cual se apela a la
solidaridad de las naciones y sus habitantes para salvar monumentos
o conjuntos amenazados, aún cuando no pertenezcan al propio
territorio:

[…] el deterioro o la desaparición de un bien del


patrimonio cultural… constituye un empobrecimiento
nefasto del patrimonio de todos los pueblos del mundo…
las convenciones, recomendaciones y resoluciones
Aproximaciones al patrimonio cultural 115

internacionales existentes en favor de los bienes culturales y


naturales, demuestran la importancia que tiene para todos
los pueblos del mundo, la conservación de esos bienes
únicos e irremplazables de cualquiera que sea el país a
que pertenezcan… ciertos bienes del patrimonio cultural
y natural presentan un interés excepcional que exige se
conserven como elementos del patrimonio mundial de la
humanidad entera […]

El tercer criterio consiste en una postura crítica, desde la


cual se considera que la protección de ese patrimonio a escala
nacional “es en muchos casos incompleto, dada la magnitud de los
medios que requiere y la insuiciencia de los recursos económicos,
cientíicos y técnicos del país en cuyo territorio se encuentra el
bien que ha de ser protegido”.
Por último, el cuarto criterio es de carácter operativo o
instrumental, y dicta las líneas de acción que es necesario tomar
en forma rápida para dar solución a los problemas antes descritos.
Dichas líneas son cinco: a) la institución de una política general
tendiente a “atribuir al patrimonio cultural y natural una función
en la vida colectiva”, y por tanto, un lugar explícito en los
programas de gobierno; b) la creación, en cada país, de “servicios
de protección, conservación y revalorización del patrimonio
cultural y natural, dotados de un personal adecuado”; c) el
desarrollo, en cada país, de estudios y de investigación cientíica
en la materia; d) la adopción de “medidas jurídicas, cientíicas,
técnicas, administrativas y inancieras adecuadas, para identiicar,
proteger, conservar, revalorizar y rehabilitar el patrimonio”; y
e) “la creación o el desenvolvimiento de centros nacionales o
regionales de formación en materia de protección, conservación
y revalorización del patrimonio cultural” (Instituto Nacional de
Cultura del Perú, 2007: 61).
A partir de lo anterior, podemos entender que el concepto
de patrimonio cultural planteado en la Convención de 1972 es
116
de carácter funcional, pues retoma elementos de conceptos
anteriores, y los articula para lograr el propósito de evitar el
deterioro o la desaparición de monumentos, conjuntos y lugares.
Dos nociones llaman la atención al interior del concepto de
patrimonio cultural presente en la Convención de 1972: primero,
que de acuerdo con una tradición defensiva empleada por los
organismos culturales a lo largo del siglo XX, es un acuerdo
reactivo, que pretende esencialmente “identiicar, proteger,
conservar, revalorizar y rehabilitar el patrimonio”, en un entorno
que se percibe como sumamente adverso. Y en segundo lugar, a lo
largo del documento se menciona la noción de excepcionalidad, la
cual se reiere a “bienes únicos e irremplazables”, a monumentos,
conjuntos y lugares “que tengan un valor universal excepcional”.
Esta noción que pondera lo excepcional, lo irrepetible, lo único,
será muy importante no sólo para este documento, sino para la
Convención de 2003, a la que nos referiremos enseguida.
La Convención para la Salvaguardia del Patrimonio
Cultural Inmaterial, aprobada en París durante la 32ª reunión
de la Conferencia General de la UNESCO en los meses de
septiembre y octubre de 2003, es el resultado de una serie de
reuniones multilaterales en las que se discutió ampliamente
el tema en el último cuarto del siglo XX. Entre éstas podemos
mencionar la Recomendación sobre la Salvaguardia de la Cultura
Tradicional y Popular [París, 1989], el Documento de Nara sobre
Autenticidad [Japón, 1994], la Carta del Patrimonio Vernáculo
Construido [México, 1999], la Declaración de la UNESCO
sobre la Diversidad Cultural [UNESCO, 2001], la Declaración
de Estambul [Estambul, 2002] y la Declaración de Budapest
sobre la Universalidad [Budapest, 2002].
A su vez, los conceptos vertidos en la Convención de 2003
inluyeron en documentos posteriores, como la Declaración de
México sobre la Diversidad Cultural y el Desarrollo [México,
2004], Un Compromiso de las Ciudades y los Gobiernos Locales
para el Desarrollo Cultural [Barcelona, 2004], la Convención
Aproximaciones al patrimonio cultural 117

sobre la Protección y Promoción de la Diversidad de las


Expresiones Culturales [París, 2005], la Declaración de Tokyo
sobre el Papel de los Sitios Sagrados Naturales y Paisajes Culturales
en la Conservación de la Diversidad Biológica y Cultural [Tokyo,
2005], y la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos
de los Pueblos Indígenas [ONU, 2007].
El concepto de “patrimonio cultural” en la Convención de
2003 es sumamente amplio:

Se entiende por “patrimonio cultural inmaterial” los usos,


representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas –
junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios
culturales que les son inherentes– que las comunidades, los
grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como
parte integrante de su patrimonio cultural. Este patrimonio
cultural inmaterial, que se transmite de generación en
generación, es recreado constantemente por las comunidades
y grupos en función de su entorno, su interacción con la
naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento de
identidad y continuidad y contribuyendo así a promover el
respeto de la diversidad cultural y la creatividad humana.
A los efectos de la presente Convención, se tendrá en
cuenta únicamente el patrimonio cultural inmaterial que
sea compatible con los instrumentos internacionales de
derechos humanos existentes y con los imperativos de
respeto mutuo entre comunidades, grupos e individuos y
de desarrollo sostenible. (Instituto Nacional de Cultura del
Perú, 2007: 106)

Los elementos en que se basa este concepto son, entre otros,


“la profunda interdependencia que existe entre el patrimonio
cultural inmaterial y el patrimonio material cultural y natural”;
los riesgos de deterioro, desaparición y destrucción del patrimonio
cultural inmaterial, derivados de “los procesos de mundialización
118
y de transformación social”; el papel que desempeñan las
comunidades, en especial los indígenas, en “la producción, la
salvaguardia, el mantenimiento y la recreación del patrimonio
cultural inmaterial”; la necesidad de “suscitar un mayor nivel de
conciencia, especialmente entre los jóvenes, de la importancia
del patrimonio cultural inmaterial y de su salvaguardia”; y la
existencia previa de programas de la UNESCO relativos al
patrimonio cultural inmaterial, tales como “la Proclamación de las
obras maestras del patrimonio oral e inmaterial de la humanidad”
(Instituto Nacional de Cultura del Perú, 2007: 105).
Sin embargo, el principal motivo para la formulación
de la Convención de 2003 fue sin duda la inexistencia de “un
instrumento multilateral de carácter vinculante destinado a
salvaguardar el patrimonio cultural inmaterial”, sobre todo tras
considerar “la inestimable función que cumple el patrimonio
cultural inmaterial como factor de acercamiento, intercambio
y entendimiento entre los seres humanos”. De esta manera se
entiende el llamado a la comunidad internacional que se hace
en el documento, a “contribuir, junto con los Estados Partes
en la presente Convención, a salvaguardar ese patrimonio, con
voluntad de cooperación y ayuda mutua”.
Como se puede ver, la Convención para la Salvaguardia
del Patrimonio Cultural Inmaterial de 2003 es, en cierto modo,
complementaria de la Convención de 1972. En principio, cabe
señalar que existe una diferencia fundamental entre ambas,
pues en 1972 se requería que los bienes culturales a recaudo
cumplieran con la condición de tener un “valor universal
excepcional”, mientras que en 2003 se ponderan características
locales o regionales, en lugar de universales, como el sentimiento
de identidad y el reconocimiento comunitario de la existencia de
un patrimonio cultural propio.
Sin embargo, entre los criterios para aceptar la propuesta
para integrar un bien cultural, o de una práctica cultural –según
sea el caso- en las respectivas listas del Patrimonio Cultural
Aproximaciones al patrimonio cultural 119

Material o Inmaterial, encontramos al menos uno en el cual


coinciden ambas áreas patrimoniales: la excepcionalidad. A partir
de dicho criterio, sólo son integrados a dichas listas elementos
culturales que muestren una condición única e irrepetible.

En conclusión

El concepto de patrimonio cultural es, como todo concepto,


un objeto histórico, y como tal, producto de un largo proceso de
rupturas entre el pasado y el presente, con su consecuente universo
de modiicaciones y continuidades. Los cambios que ha sufrido a lo
largo de los siglos han dependido siempre de lo que Herder llamaba
“el espíritu de la época”. Así, atravesó unas veces por períodos en
los que la cultura era vista como un pálido relejo de los cánones
clásicos; otras en que se convertía en posesión de los gobernantes
o de la Iglesia; y más tarde, en que representaba el privilegio de las
clases acomodadas.
La Ilustración y el surgimiento de los estados liberales
abrieron la puerta a una nueva noción sobre el patrimonio cultural,
en donde éste se constituía en parte fundamental del “espíritu
nacional”. Y posteriormente, el concepto signiicó un camino -que
mucho tenía de estético- hacia la identidad de las comunidades y la
apariencia de las poblaciones.
Ya en el siglo XX, el patrimonio cultural representó un
recordatorio de aquello que la humanidad no podía perder, aún
en medio de la barbarie de la guerra. De ahí el afán defensivo con
que el concepto se reviste hasta nuestros días, y que constituye una
lucha permanente contra el olvido, contra la ignorancia, contra la
indiferencia. Visto de este modo, el concepto de patrimonio cultural
constituye no sólo una oportunidad económica y un proyecto social
–tal como ha sido percibido en programas de gobierno nacionales
e internacionales-, sino una de las escasas vías para que los seres
humanos sigan conservando, precisamente, su humana condición.
120
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ISBN: 978-607-96387-6-4

Esta edición consta de 100 ejemplares.


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